28/1/09

John Updike, la voz de una generación


Por Silvina Friera

Aunque fuera por una sola vez en la vida, sabía que se tenía que dar el gusto de mirar a los Estados Unidos, “no como alma mater sino como una cloaca obscena, llena de podredumbre y de extravagancias sexuales”. Tal vez el hecho de ser uno de los escritores más célebres y respetados de su país lo habilitaba a abordar el problema del terrorismo después del 11-S. Y lo hizo en su última novela, Terrorista (Tusquets), desde la óptica de un estudiante secundario estadounidense de ascendencia irlandesa y egipcia que está deslumbrado por el Islam. John Updike, conmocionado por la violencia norteamericana, decía que “desde el punto de vista del ciudadano de Medio Oriente, parecemos matones que imponen su modo de vida al mundo islámico”. El prolífico escritor, con más de cincuenta libros publicados, ganador dos veces del premio Pulitzer, cronista erudito del sexo, el divorcio y otros aspectos de la vida de pareja en la posguerra estadounidense, autor de Corre, Conejo, primera parte de su paradigmática saga en la que retrató, con su estilo punzante y sarcástico, a la sociedad burguesa y biempensante norteamericana, y eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, murió ayer a los 76 años, tras años de lucha contra un cáncer de pulmón. El triunvirato de las letras estadounidenses, que integraba junto con Norman Mailer (fallecido en 2007) y Philip Roth, ha perdido a un notable narrador, crítico y poeta, que le dio voz a una generación que tuvo que aprender a vivir en un mundo que cambiaba a una velocidad vertiginosa.
Updike, nacido en Shillington, Pennsylvania, el 18 de marzo de 1932, en el seno de una familia protestante, publicó grandes frescos de la sociedad norteamericana contemporánea, como la saga protagonizada por el ciudadano medio Harold Angstrom, alias Conejo, en Conejo es rico y Conejo en paz, para muchos “la gran novela norteamericana” de nuestro tiempo. En más de una entrevista admitió que cuando empezó a escribir estaba influido por el nouveau roman. “Por eso mi primera novela, que publiqué a los 27 años, era bastante experimental, pero mi estilo, por el que mis lectores me reconocen, es esencialmente realista. Aunque en algunas novelas me he apartado de mi modo de hacer fundamental, siempre vuelvo a mis raíces e intento darle al lector un pedazo de la realidad. Creo que fue Nathalie Sarraute quien dijo que el sustrato que hace que todo se mueva es la realidad”, recordó el escritor, confeso admirador de la narrativa de Salinger, Proust y Nabokov. A pesar de los prestigiosos premios que obtuvo Updike, ante la falta del Nobel, apeló al “tribunal de justicia” de la ficción. Uno de sus personajes más recordados, el novelista Henry Bech, egocéntrico y mujeriego, recogió el galardón en 1999.
El conjunto de su obra de ficción constituye quizá la mejor y más completa radiografía de la clase media de Estados Unidos. Nadie como él parece haber sometido a examen con tanto rigor la fibra medular de la democracia norteamericana. En sus narraciones, Updike registra las frustraciones, pasiones y ansiedades de los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir en la lucha del día a día, dando forma a frisos corales que logran rescatar de lo más hondo de unas existencias en apariencia anodinas, atisbos de grandeza, el fondo anhelante que da sentido a la vida. De la desolación de la Gran Depresión al optimismo de los cincuenta, Updike tomó el pulso a la sociedad estadounidense. A menudo fue tachado de machista, misógino, racista y apologista de lo peor del sistema. Su extraordinaria popularidad lo convirtió además en la víctima predilecta de Norman Mailer, que llegó a decir que era el escritor preferido de los que no sabían nada de literatura. Sin embargo, a menudo la crítica celebró su estilo poético y su sensibilidad para retratar la realidad.
Una novelista tan exigente y tan alejada de su estética como Margaret Atwood, decana de las letras canadienses, ha dicho de él: “Ningún escritor norteamericano ha escrito tantas obras de tanta calidad durante tanto tiempo”. Autor de más de medio centenar de libros, entre sus obras cabe mencionar La feria del asilo (1959), Corre, Conejo (1960), El centauro (1963), En torno a la granja (1965), Cásate conmigo (1976), Golpe de Estado (1980), Las brujas de Eastwick (1984), que fue llevada al cine, en 1987, con Jack Nicholson, Susan Sarandon, Cher y Michelle Pfeiffer; La versión de Roger (1989), La belleza de los lirios (1998), Gertrudis y Claudio (2000), Busca mi rostro (2004), Sueños de golf (2002), Pueblos (2004), Aún mirando (2005) y Terrorista (2006), su última novela en la que explora cómo se genera el odio para que un hombre llegue a inmolarse. “A veces pienso que quizá debiera haber escrito menos y entonces no puedo evitar sentir cierta repugnancia, como si fuera un elefante delante de una montaña de excremento”, ironizaba Updike, que desde el principio de su carrera procuró vivir de la escritura. “Jamás he ejercido ningún otro oficio, ni siquiera la enseñanza, como hacen tantos escritores. Así que no tengo ninguna excusa, estoy condenado a escribir.”
“La literatura produce modelos de seres humanos vivos que no tienen por qué estar de acuerdo con nosotros y pueden incluso ser nuestros enemigos”, explicó el escritor su decisión de escribir Terrorista, parábola del siglo XXI que transcurre en el norte de Nueva Jersey, en un paisaje familiar de ciénagas industriales que albergan los restos decadentes de lo que alguna vez fueron ciudades de inmigrantes que prosperaban. “Espero que los lectores puedan pensar en el terrorista como un ser humano, como alguien que atrae nuestra simpatía y que, a su manera, resulta encantador. Estoy intentando expulsar al terrorista de la categoría de ente de ficción para incorporarlo a la categoría de respetable ser humano”, agregó Updike. “La realidad está en la base de nuestros deseos, de nuestros pensamientos, de nuestros recuerdos, y los novelistas no somos sino comentaristas de la realidad. Decimos lo que en ella hay de maravilloso o de terrible o de misterioso. En ningún lugar me siento más cómodo que instalado en la realidad, cerca de la gente normal. Es de ellos acerca de quienes escribo, acerca de la clase media, ni los más ricos y privilegiados, ni los más pobres, sino el ciudadano medio, los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir día a día en la lucha diaria que es la vida cotidiana.” Observador de los mínimos detalles del tejido urbano en decadencia, Updike dejó una impactante “comedia humana” en la que supo desplegar las pasiones y sentimientos más profundos del común de los mortales.

27/1/09

Punk


Por Anthony Burguess

La palabra lleva mucho tiempo entre nosotros. Para Shakespeare, un punk era una prostituta. En Estados Unidos se produjo un cambio de sexo y un punk se convirtió en un joven vicioso y despreciable ("llevaos ese punk de aquí"), o, como adjetivo, se empleaba para describir un estado de salud, como en la expresión "me siento algo punk hoy". Desde aproximadamente 1977, en una Inglaterra muy diferente a la de Shakesperare, el término está monopolizado por un movimiento juvenil notable por lo extraño de su vestido, peinado y música preferida. Cuando Estados Unidos reconoció el fenómeno, algunos periodistas rápidamente me consideraron uno de sus padrinos, probablemente basándose en el testimonio de una película titulada La naranja mecánica, en la que un sector exclusivo y, según creía yo, poco representativo de la juventud británica, presentaba unas ropas extrañas, un lenguaje raro y una conducta antisocial. La mayoría pensábamos que los punks seguirían la suerte de los teddy boys, los mods, los rockers y los skinheads con sus enormes botas y su costumbre de dar palizas a emigrantes paquistaníes, pero el nuevo culto ha demostrado ser extraordinariamente resistente. Un aspecto muy británico del movimiento es el orgullo que declaran sentir por su inferioridad social. El Kaiser llamó a las tropas británicas en Flandes "un pequeño ejército despreciable", y el término "los viejos despreciables" se convirtió en un apodo honorable. En la Segunda Guerra Mundial había incluso una canción titulada Somos los hijos de los viejos despreciables. Un ministro socialista británico calificó a los conservadores de parásitos, y los conservadores empezaron a llevar, orgullosos, unas insignias con tres piojos sobre campo plateado. Cuando surgió el rock punk en el Reino Unido, sus exegetas y admiradores estaban siguiendo una antigua tradición. Estaban convirtiendo los atributos del rechazo social en virtudes positivas, lo cual, en la práctica, suponía convertirlas en arte. Hubo un grupo punk conocido por el nombre de los Sex Pistols, que crearon una especie de estilo de vida arrojando excrementos públicamente sobre el retrato de la reina, vomitando sobre las cámaras de la Prensa y utilizando en todo momento un lenguaje gratuitamente sucio. Grabaron discos que fueron inmediatamente prohibidos por su contenido obsceno; tal rechazo estaba ya previsto e incluso era acogido como prueba de que lo punk era genuinamente punk. Los Sex Pistols se convirtieron en el grupo de rock más famoso del Reino Unido antes de disparar un solo tiro.
Acabo de realizar una de mis poco frecuentes visitas al Reino Unido, mi tierra natal, y he observado detenidamente algunos punks londinenses de ambos sexos. Hacen cosas extrañas con su pelo, se lo tiñen de verde y naranja y se lo ponen de punta con pegamento de tal forma que se parecen a Jerry Cruncher en Leyenda de dos ciudades, o se lo cortan al rape, a excepción de una alta cresta en el centro; se decoran los ojos como Alex en La naranja mecánica (la película, no la novela), y, en general, agotan toda su imaginación, reservando poca para dedicar a su ropa, que rechaza toda elegancia, siendo un vivo ejemplo la falta de gracia y color. A pesar de ser uno de sus padrinos, me consideraban demasiado viejo para hablar conmigo, aunque no tenían mucho que decirme. Su acento era subestándar; su vocabulario, escaso y obsceno en su mayoría, aunque se movían con un semblante general de resentimiento que no requería un lenguaje articulado. Se supone, por su mero aspecto, que representan la furia contra el sistema de clases británico y la desesperación por no tener un futuro económico claro. Pero sobre todo son un vacío a llenar con música rock bien fuerte.
Desafían a la sociedad, pero ¿qué significa sociedad en el Reino Unido? Significa vagamente una estructura de dominio, privilegio y gusto con sede en el sur de Inglaterra o, más específicamente, en la región donde se encuentran las grandes metrópolis y los antiguos centros del saber. La familia real es un buen ejemplo de la tan ansiada vida de los patricios o de la clase dirigente. Se espera que la reina coma roast beef y pastel de Yorkshire cuando no tiene a su alcance cocina francesa, pero jamás salchichas, arenques, morcillas, ni siquiera hamburguesas. Se puede dormir durante una ópera (con el consorte murmurando indulgentemente: "Despierta, cariñito", según se acerca el final), pero no durante un concierto de la banda de la Guardia de Granaderos; le puede gustar una obra de Terence Rattigan, pero no una de Samuel Beckett; puede que lea una novela de Agatha Christie tras el periódico de carreras de caballos, pero no debe saber quién es Jorge Luis Borges (o, por poner otro ejemplo, Anthony Burgess). En general, sus gustos toleran lo cursi, pero rechazan lo violento. Representa cierto tipo de acento inglés, los deportes de campo, la misa en domingo, la reserva y las costumbres decentes. Es todo lo que los jóvenes contestatarios británicos tienen que despreciar.
El problema que tienen las posturas de desafío en el Reino Unido es que no esperan tener eficacia. No expresan un deseo auténticamente revolucionario. No intentan sustituir el orden existente por algo nuevo; simplemente desprecian el orden existente y ese desprecio es en realidad la expresión de un deseo profundo, no siempre consciente, de ser aceptados por aquél. La historia de todo el arte y subarte de provocación que comenzó en la década de los cincuenta ha sido la misma. John Osborne escribió Mirando hacia atrás con ira (que, irónicamente, fue estrenada en el Royal Court Theatre de Londres) en 1956. Era un grito contra el establishment, pero la clase dirigente, lenta y suavemente, lo acogió en su seno: resalta hasta posible imaginar a la reina durante una representación, exclamando al final: "Es encantadora". El loco que grita contra el orden establecido se convierte en un bufón de la corte. Todos los jóvenes airados de los cincuenta se convirtieron en pilares de la sociedad, intentando comportarse como el irascible Evelyn Waugh, que ansió un título durante toda su vida sin conseguirlo. Los Beatles comenzaron siendo cuatro rudas voces de Liverpool, exigiendo que se prestara la misma atención a su lejana ciudad que a Londres. Gradualmente se fueron suavizando, se hicieron no sólo respetables, sino cultos, fueron recibidos por su majestad y se les concedió la Orden del Imperio Británico (por su contribución a la exportación, no por su arte). La minifalda nació como un acto de desafio, pero se convirtió igualmente en algo simplemente encantador, epiceno más que un reto a la fría sexualidad del orden establecido, y las minifaldas más deliciosas fueron exhibidas en el recinto real en Ascot. Mary Quant, la madre de la minifalda, recibió un título nobiliario, al igual que: los Beatles, y se convirtió en un árbitro de la moda de la clase media. Puede que los Rolling Stones hayan sido quienes se hayan mantenido firmes por más tiempo contra los acogedores brazos de las clases dirigentes, pero son muy ricos, y no hay ricos rebeldes.
Cuando aparecieron los Sex Pistols, a las órdenes de su desarmado líder, Johnny Rotten, despreciaron, como era natural, a aquellos desactivados contestatarios de los sesenta y principios de los setenta. El punto central de lo punk, tanto en la música como en su decoración, ha sido siempre el ser una cultura de los desposeídos. Sus primeros exegetas utilizaron el viejo argumento de la clase trabajadora británica de que no se puede tener educación sin dinero. Eso suponía, con grupos como los Sex Pistols, que no se podían permitir coqueteos con Stockhausen, a la manera de los Beatles, ni con la costosa tecnología que acompañaba las canciones de David Bowie ni, en sus letras, el menor asombro literario (el típico error de la clase trabajadora). El dinero lo puede comprar todo, incluyendo un acento fino y la capacidad de decir una frase sin ningún error gramatical, con claridad y cierto grado de encanto. El encanto es, también, una propiedad de los ricos. Las canciones que exigía el culto punk tenían que ser estéticamente pobres para encajar, mediante una típica analogía falsa, en la pobreza de las vidas de sus seguidores. Pero la pobreza en el sentido tercermundista, que es el único que cuenta hoy en día, es algo que ellos no han conocido jamás. Puede que el Reino Unido esté atravesando una recesión económica, y puede que a quienes más afecta sea a los jóvenes, pero, de acuerdo con los niveles de Etiopía y Nicaragua, estos jóvenes son ricos. Sus gestos de pobreza son, en realidad, un tipo perverso de elegancia.
Recuerdo que los punks empezaron con el pelo a cepillo porque el pelo largo tenía piojos. El peinado punk era anteriormente indiferenciable del de los skinheads, el movimiento contestatario menos atractivo de los setenta, con sus peleas, obscenidades y agresiones racistas. Pero ahora el cabello de los punks está cuidado con sofisticación, y eso cuesta dinero. Se podía observar la misma hipocresía en sus ropas rotas, cuyos agujeros no estaban remendados, sino sujetos mediante imperdibles. Unas ropas remendadas hubieran denunciado cierta habilidad y un deseo de querer ser pobres respetables. El culto de los vaqueros hábilmente rotos, diseñados por modistos caros, no es un monopolio de los punks, sino que se encuentran por todas partes en el mundo de los ricos como signo de una perversa adopción del aspecto de pobreza franciscana sin la incomodidad de lo real. Aparecieron en París imperdibles de oro, al igual que los amuletos de hojas de afeitar de plata, que contribuyeron a convertir lo punk en alta elegancia. Evidentemente, la cosa no va bien cuando los jóvenes reconocen la existencia de una auténtica pobreza burlándose de ella.
Jamás habrá una auténtica revolución social en el Reino Unido. Todo gesto de ira contra la desigualdad, con el tiempo, se somete con cariño a la cómoda mitología del orden establecido. O bien todo el mundo acaba llevando camisa y corbata, o bien aquellos que tradicionalmente han llevado camisa y corbata consideran graciosa y elegante su eliminación. El príncipe Andrés, el hijo menor de la reina, ha aprendido él solo un interesante acento sintético de las clases bajas. Ello debería suponer que desdeña las tonalidades aristocráticas de su clase, pero lo que sucede en realidad es que, en su caso, sólo en su caso, el falso acento punk es elevado al nivel de los patricios. Nada es jamás simple en la sociedad británica y, sin embargo, todo es al mismo tiempo extremadamente simple. La estructura es imperturbable y lo puede absorber todo. Es una tela de araña extremadamente elástica, aunque hecha de acero, de Sheffield. Supongo que una de las razones por las que ya no vivo en Inglaterra, un país bastante afable, sin duda, sustentado por una graciosa tolerancia y una gran variedad de quesos, es que nunca pude encajar en el sistema de clases. De origen trabajador y católico de Lancashire, no me resultaba difícil emular el acento de mis superiores o manipular la multiplicidad de cubiertos en las cenas de la aristocracia, pero, como escritor, sentía que había abandonado la clase de los trabajadores industriales sin haber encontrado un nicho en la de los rentistas. Escribir no es un arte burgués, y tampoco es proletario. Eso fue lo que descubrió D. H. Lawrence. A él (como a mí) le resultaba más fácil hacerse con una aristócrata extranjera que, por el acto denominado hipergamia, pasar a formar parte por matrimonio de la clase media alta. Era, pues, natural vivir en el extranjero y, en países en los que la estructura de clase no era fuerte, que te aceptaran como lo que se denomina, aunque no mucho en el Reino Unido, un intelectual. En París existe un Club des Intellectuels, en el que los socios entran sin vergüenza y con las cabezas bien altas. En Londres la existencia de un club de tal tipo no sería posible. Pero George Orwell vio muy claramente, en 1984, que la única revolución posible en el Reino Unido sería la de los intelectuales descontentos, quienes, al no tener un lugar en el sistema de clases, derribarían toda la estructura e impondrían un sistema metafísico que no tendría nada que ver con los privilegios heredados. Es posible, pero improbable. ¿Cómo conseguirían los intelectuales que los proletarios se pusieran de su lado? ¿Colaborarían los punks? Por supuesto que no. Es típico de los movimientos de disidencia juveniles británicos que la única justificación del griterío que tanto les gusta es el mantenimiento del sistema contra el que gritan. La voz de la rebelión británica es también la canción de su estabilidad social.

18/1/09

Lo que sé


Por Clint Eastwood
Publicado en ESQUIRE

Cuando uno envejece, deja de tenerle miedo a la duda. La duda ya no te controla. Uno se saca de adentro esa agonía. ¿Qué te pueden hacer después de que cumpliste setenta años?Hay que guiarse por la primera impresión. Como dijo Jerry Fielding: “Llegamos hasta aquí, no lo arruinemos pensando”.
Mi padre tuvo un par de hijos al principio de la Depresión. No había mucho trabajo. No había ayuda del Estado. La gente apenas salía adelante. La gente era mucho más dura y resistente entonces.
Vivimos en una generación mucho más maricona, donde todo el mundo se acostumbró a decir: “Bueno, ¿y cómo manejamos esto psicológicamente?”. En aquellos días, solamente le dabas un puñetazo al que te molestaba y te lo sacabas de encima. Incluso si el tipo era mayor y te podía empujar, al menos se te respetaba por enfrentarlo, y a partir de entonces te dejaban tranquilo.
No puedo decirte exactamente cuándo empezó la generación maricona. A lo mejor cuando la gente se empezó a preguntar sobre el sentido de la vida.
De haber sido más disciplinado, me habría dedicado a la música.
Uno se pregunta a veces: ¿qué haríamos si pasa algo realmente grande? Miren qué rápido, sólo siete años, y la gente ha sido capaz de olvidar el 11 de septiembre. Quizá lo recuerden los que perdieron a un pariente o a un ser querido. Pero nadie se olvidó rápido de Pearl Harbour.
Recuerdo haber comprado un viejo hotel en Carmel. Entré en el ático y vi que todas las ventanas estaban pintadas de negro. “¿Qué está pasando acá?”, les pregunté a los anteriores dueños. Me dijeron que pensaban que los japoneses navegaban frente a la costa durante la guerra.
En El sustituto traté de mostrar algo que rara vez se ve estos días —un chico sentado mirando la radio—. Sólo sentado frente a la radio, escuchando. Tu mente hace el resto.
Recuerdo haber visitado una cascada gigante en un glaciar de Islandia. La gente estaba ahí sobre una plataforma de roca para verla. Estaban con sus chicos. El lugar no estaba cerrado, sólo había un cable que prohibía pasar de un determinado punto. Me dije a mí mismo: “En Estados Unidos tendrían un cerco a prueba de huracanes, porque tendrían miedo a ser demandados y recibir la visita de un abogado”. Allí la mentalidad era como solía ser en EE.UU. en los viejos tiempos: si te caés es porque sos estúpido.
No se puede evitar que las cosas sucedan. Pero en Estados Unidos lo intentamos, ciertamente. Si un auto no tiene cuatrocientas bolsas de aire adentro, entonces no sirve.
Tuve un tema con la municipalidad. Fui y me encontré a una mujer sentada ahí tejiendo, nunca levantaba la vista. Yo pensaba: esto no puede ser. Cuando te eligieron para un cargo público, al menos tenés que fingir que te interesa lo que va a reclamar la gente.
Fui intendente de Carmel para asegurar que las palabras “servidor público” no fueran olvidadas. El hecho de que no necesitara serlo me hizo pensar que podía hacer más. La gente que me resulta sospechosa es la que lo necesita.
Alguien como Barack Obama era inimaginable cuando yo era chico. Count Basie y muchas grandes bandas venían a Seattle cuando yo era joven. Podían tocar en el club, pero no podían frecuentar ni ser clientes del lugar.
Uno debería llegar a conocer a alguien realmente, realmente ser un amigo. Mi esposa es mi mejor amiga. Seguro, ella me atrae de todas las maneras posibles, pero ésa no es la respuesta. Porque me he sentido atraído por otra gente, pero después de un tiempo no pude soportarlas más.
Tengo hijos de otras mujeres que no son mi esposa. Tengo que darle el crédito a Dina por reunir a todos. Nunca tuvo el rollo de ego de la segunda esposa. Tiene una relación amistosa con mi primera esposa y con mis ex novias. Ha sido extremadamente influyente en mi vida.
No soy uno de esos tipos que han sido terriblemente activos en las religiones organizadas. Pero no les falto el respeto. Nunca trataría de imponerle mis dudas a otra persona.
Los chicos te enseñan que uno puede sentirse humilde ante la vida, que puede aprender algo nuevo todo el tiempo. Ese es el secreto de la vida, realmente, nunca dejar de aprender. Es el secreto de una carrera. Sigo trabajando porque aprendo algo nuevo todo el tiempo. Es el secreto de las relaciones: nunca creer que se tiene todo.
Los chicos que se hacen piercings, en la cara, en la lengua: ¿qué tipo de masoquismo es ése? ¿Es para demostrar que pueden soportarlo?
Estábamos haciendo En la línea de fuego y John Malkovich estaba en lo más alto de un edificio y me tenía en una situación muy precaria. Mi personaje está enloquecido y saca un arma y la entierra en la cara de John, y John rodea con la boca el cañón del arma. No sé qué tipo de símbolo loco fue ése. Ciertamente no ensayamos nada como eso. Estoy seguro de que él no lo pensó cuando lo estábamos practicando. Solamente estaba ahí. Como cuando Sir Edmund Hillary habla sobre por qué se hacen las cosas: porque están ahí. Por eso se escala el Everest. Es como un pequeño momento en el tiempo, y tan rápido como entra en tu cerebro, uno lo arroja y descarta. Hay que hacerlo antes de descartarlo. Así es como el arte verdadero tiene una oportunidad de entrar en juego.

10/1/09

La ceremonia del abrazo

Publicado en ADN

Entre 2003 y 2008 el fotógrafo Carlos Furman recorrió salones y milongas de la ciudad de Buenos Aires para registrar en imágenes -y en testimonios de músicos y bailarines, recogidos por el periodista Pablo Lettieri- la pasión de argentinos y extranjeros por el baile típicamente rioplatense. El resultado de ese trabajo es el libro Tango, del que aquí se ofrece un anticipo.

"Siempre trato de enseñar a mis alumnos que, en el baile, es muy importante cuidar a la mujer, protegerla. La mujer es un diamante que sólo uno tiene que acariciar."

El Flaco Dany
Bailarín profesional y maestro

"Pedro, mi marido, siempre me decía: ?Sacame cualquier vicio menos el de la milonga´."

Graciela Cano de Bujovich
Campeona metropolitana de Tango Salón 2005

"Lo bueno del tango es que vos mirás a la mujer y la mujer te tiene que mirar a vos. Ya ahí tenés un cincuenta por ciento. Claro que si la mina te gusta en serio, ya no necesitás hacer absolutamente nada más. Me ha pasado de bailar un tango como loco -no te digo de llegar al orgasmo, pero casi- y, al terminar ese tango, tal vez a la mujer no la volvés a ver nunca más."

Quique Usales
Campeón de Tango Salón 2003

"Hace un par de años saqué a bailar a una chica muy jovencita. Estaba sonando ?Cachirulo´, me planto en la pista frente a ella y le digo: ?Aníbal Troilo´. Y ella me contestó: Mariela, mucho gusto. Me reí tanto que no podía bailar. Y lo mejor es que la chica bailaba muy bien ese tango de Aníbal Troilo."

Elvio Vitali
Legislador porteño, ex director de la Biblioteca Nacional
y gestor cultural, fallecido en febrero de 2008

"El tango te hacer hervir la sangre. Te lleva a querer aprenderlo, bailarlo. Y a encontrar a la persona que te lleve como nadie."

Graciela Cano de Bujovich

"Cuando bailo me olvido de todo, hasta de lo más importante de mi vida. Me olvido de mi vieja, de mis hijos, de mis nietos... No te puedo explicar la sensación que siento cuando bailo."

Osvaldo Cartery
Campeón de Tango Salón 2004

"La alegría que me produce saber que voy a actuar con la Orquesta es algo difícil de explicar. Sobre todo por los músicos que me acompañan desde hace tantos años, que aman a la Orquesta tanto o más que yo. Y no hay para mí felicidad más grande que girar la cabeza y cruzar una sonrisa con cualquiera de ellos."

Leopoldo Federico
Bandoneonista

"La tarantela, ¿quién la baila? Los tanos, y nadie más. La jota, ¿quién la baila? Los gallegos, y nadie más. La mazurca, ¿quién la baila? Los rusos, y nadie más. El tango, ¿quién lo baila? ¡Todo el mundo! Porque el tango es la música más linda... Y sólo el tango permite que un hombre y una mujer se abracen."

Osvaldo Cartery

notas