21/6/09

Philip Roth, políticamente incorrecto


Por Matilde Sánchez 
Publicado en Ñ

El hombre saludado como el más grande novelista vivo de los Estados Unidos, para quien el crítico Harold Bloom reclama el Premio Nobel con airada impaciencia, el único, junto a Saul Bellow y Eudora Welty, cuya obra se publica en vida en la American Library, es alto, delgado, tiene unas piernas de caminador compulsivo y se desplaza por su piso descalzo con inmaculadas medias de toalla. Vive y escribe en una zona rural de Connecticut pero ahora está en su piso de la 79, en el West side de Manhattan, para acompañar a su hermano enfermo. Por fin se sienta y se dispone a conversar. Nacido en 1933 en el barrio judío de Newark, Philip Roth estudió literatura en Chicago con el escritor Saul Bellow, una amistad que marcó su futuro. Después de un brillante debut con la novela Goodbye, Columbus , escribió una corrosiva sátira sobre un joven bajo la mirada castradora de su idische mame. El mal de Portnoy , su obrita maestra de 1969, sacó la masturbación de los manuales de la psiquiatría: Portnoy es feliz por su propia mano, en una manzana ahuecada, en un antológico bife de hígado. Después de esta épica del gran onanista, y para sacudir su temprana popularidad, fue a residir en Europa Oriental y en Inglaterra. Trassu matrimonio con la actriz inglesa Claire Bloom, siguió publicando novelas notables como El profesor del deseo , Decepción –cuyo manuscrito hallado por la esposa desencadenó un sordo divorcio– yla extraordinaria Operación Shylock , que ganó uno de sus cinco premios del PEN Club. Allí narra un supuesto complot de la Mossad contra su persona o un rapto de paranoia. Ficción y confesión, lo que hoy algunos críticos llaman autoficciones, vibran muy próximas en toda su obra. pero fue tras el divorcio y a su egreso a los Estados Unidos, a mediados de los '90, que Roth se embarcó en una vorágine creativa, con quizá sólo dos antecedentes célebres, Italo Svevo y José Saramago. A este período pertenecen las novelas Indignación , Elegía , Sale el espectro y la trilogía protagonizada por su alterego Nathan Zuckerman: me refiero a Pastoral americana , La mancha humana y La contravida . A falta de hijos, Roth ganó los mayores premios literarios de su país, y fue condecorado en la Casa Blanca con la Medalla Nacional de las Artes. Todo Estados Unidos tiene una opinión formada sobre Roth, por su inagotable obra o por ser evocado por otros judíos sobresalientes, como Woody Allen –quien ironizó sobre él en una de sus mejores películas, Los secretos de Harry – y el humorista Larry David, autor de Seinfeld y apodado "el Roth de las sitcoms". Quizás uno de sus grandes méritos es haber podido conservar la excelencia del escritor leído por escritores a pesar de un ritmo de publicación frenético y al mismo tiempo, persistir en una prosa que combina la corrosión del sarcasmo, incluso a costa propia, con una sencillez por momentos oral, que vuelve su espesor accesible aun en esta era cada vez menos libresca.

Después del masturbador de fondo Portnoy y la tour de force pornográfica del psicópata en 'El teatro de Sabbath', usted volvió a quebrar el buen gusto. Desde 2006, con 'Elegía', impuso temas impensables: la enfermedad, la impotencia, los pañales para adultos.
Temas a los que llegué en virtud de la edad. Empecé a verme expuesto a incidentes y hechos novedosos, como el adiós a los amigos y la parafernalia de la muerte, los velorios, las apologías ante el ataúd. Todo esto, que parece tan natural a los jóvenes cuando miran alos viejos, no lo es en absoluto. Esta fue la gran revelación: ¡lo natural es vivir! Desde luego, como todos los chicos de cinco o seis años, ya había tenido esa "revelación", a raíz de una tía enferma, un ser adorable, que vino a pasar sus últimos días a casa. Dormíamos en el mismo cuarto y esto tuvo gran impacto en mí. La "revelación" de la propia muerte es misteriosa, va y viene; a veces te llega en medio de la felicidad, por temor a perder lo bueno. Recuerdo que tenía 40 años y por entonces mi estudio quedaba retirado de la casa. Una noche volviendo esos metros por el parque miré el cielo –¡el cielo de noche siempre te puede pegar un buen cagazo!– y recuerdo que pensé: "Phil, no te preocupes más por la muerte hasta que cumplas los 75". Y me pareció un pacto justo. Pero el cumpleaños llegó más rápido de lo que esperaba.

Y fue así como decidió, entre la adolescencia y la madurez, conjurarla con otra revelación: Eros.Qué manera elegante de decirlo, qué bien... La sorpresa escalofriante es verse de pronto rodeado de muerte; un día ya no hay otra cosa...

En un marco que consagra la juventud más allá de lo real y razonable. ¿Siente que la vejez es una frontera, un tabú?
No creo que sea un tabú, cada quien la maneja según sus dones, como se maneja la vida. Lo que piense la sociedad en general a mí no me importa... La suerte fue que después de los 70, dejé de pensar en ella como un problema y la tomé como tema para la literatura.

¿En qué libro? En 'El teatro de Sabbath' hay citas de uno de sus libros favoritos, 'Mientras agonizo', de William Faulkner.
Sabbath está lleno de muerte pese a ser una farsa. Mickey busca el lugar donde será enterrado después de cometer suicidio. Yo tenía 60 años entonces, imagínese, era un bebé...; por eso allí la muerte está rodeada de aventuras. Mientras que en Elegía hay poco de qué reír.

En los libros desde mediados de los '90 en adelante, los desenlaces suelen ser provisorios, incluso los que llegan al promediar el libro, mediante las diversas ambigüedades propias de la realidad: hay diálogos imaginarios, conjeturas e hipótesis que e dan por buenas; sueños, fantasías, imposturas... Ficciones multiplicada en espejo.
Pero eso es la invención. Yo nunca me trazo un argumento de principio a fin, me dejo llevar por el envión, me sumerjo. No podría decirle por dónde comienzo; si lo supiera no seguiría siendo tan difícil. ¡Cada vez empiezo de cero! Tengo una noción de cierto personaje en una situación complicada. Cada narración surge de un personaje en una situación inédita para la que no está preparado. La clave al escribir es encontrar, sin un plan, por puro instinto –y éste es el don– el personaje adecuado a cada predicamento. En Pastoral americana , el sueco Levov debe enfrentarse con la noticia de que su dulce hijita se convirtió en una terrorista urbana: él no está preparado para lo que significarán los años '60 en los Estados Unidos. Ningún ser humano está preparado para lo que debe enfrentar en su vida.

Uno de los fragmentos sobresalientes es cuando la amiguita de la hija terrorista acosa a Levov. Y lo que prevalece es la vulgaridad como violencia suprema.
Coquetear a un hombre mayor es la mejor manera de humillarlo. Y cuanto más vulgar, más violento, sí, injurioso. Esa joven es la encarnación del diablo de esos años pero no es una criatura de mi invención sino de esa época. Había cientos de chicas así. De hecho, era el primer momento en la historia de la humanidad en que las mujeres se involucraban en política y no con pancartas. Es la erupción volcánica que precede el movimiento feminista. Y además, la sexualidad siempre entraba en juego.

Muchas de sus novelas transcurren en momentos singulares de la vida política de su país. En 'Indignación' es la guerra de Corea; en 'La mancha humana' es el caso Lewinsky. En ellas la gran Historia se articula con una biografía. Pero usted fue criticado por simplificar estos movimientos de protesta.
Diga mejor, por no haberlos justificado ni haberlos hecho potables. Yo odiaba la guerra de Vietnam y no estaba precisamente en la derecha. En la vida a menudo tengo opiniones estúpidas como cualquiera pero mientras escribo no tomo posición: ataco la tarea, describo lo que veo. Aprendí que no hay que atender a cualquier crítica porque, ya sabe, el lector toma una novela y la usa para sus fines personales. Hago lo mismo; tomo de la vida lo que me sirve para hacer una ficción de arte.

Sin duda, las críticas más acérrimas las ha tenido de la comunidad judía, por sus críticas al estado de Israel y su desacralización de la Tierra Santa. En 'La contravida', Zuckerman visita a su hermano en Galilea, admite que el sitio da para afirmar que a Jehová le llevó una semana crearlo mientras que Londres debió de insumirle meses de retoques...El personaje no encuentra allí nada digno, hay un sarcasmo tras otro sobre los colonos.
Se trata de colonos de los asentamientos, son los que sueñan con el Gran Israel, es la derecha expansionista. De hecho, mis amigos israelíes me atacan porque soy demasiado condescendiente con esos colonos siniestros. Todo depende de dónde uno se para. Esos temas me saltan al cuello, trato de saber lo que hace palpitar a esos personajes...

Desde Portnoy en adelante, en cada una de sus novelas aparecen los temas de la identidad y la asimilación: están los rasgos comunes de la colectividad judía pero también el anhelo de herejía y quienes "celebran sus raíces", tal como usted los presenta, son patéticos.
Me gusta reflejar esto de que otro venga a decirte: "deberías ser así, deberías ser como yo", en un libro así como en la vida. Mi trabajo es encender la luz en medio de un drama; y si explota todo, que explote, no lo voy a detener. Trato esos temas pero en mis propios términos. Identidad... Mire, cuando oigo esa palabra sacudo la cabeza en señal de asentimiento pero la verdad es que no sé lo que quiere decir. "Identidad", "celebrar las raíces"..., no son palabras de mi vocabulario.

En sus libros desmiente la identidad, aunque se teorice mucho sobre las narices...
Los judíos han sido grandes inventores;de hecho inventaron el mito de la nariz judía hasta creérselo, cuando está el mundo lleno de grandes narices italianas, griegas y egipcias. Ya lo ve; después de su calvario en el siglo XX los judíos siguen fabricando buenas narices... Yo tengo una nariz de gentilsi la compara con las narices mayores de la estirpe. ¿Sería judío el que inventó la rinoplastía? Yo me hice hombre en la época de las rinoplastías pioneras, y aunque hoy se ven trabajos asombrosos, las narices de quirófano brillan a los costados.

La actriz judía de 'Me casé con un comunista' se odia a sí misma por serlo. Ese es el judío que ridiculiza Larry David.
¡Ah, los judíos que se odian a sí mismos son los mejores! Es un chiste. No me gustan las etiquetas; puedo decirle que escribo para romper etiquetas. Un buen libro es una caja con estereotipos rotos. El estereotipoes un corsé de metal, es ignorancia. Y le aclaro que no miro a ese tal Larry. Por tevésólo veo partidos de béisbol.

Newark, Nueva Jersey. Fui pero su paisaje ya no existe.
Te críes dónde te críes, vas a estar impregnado de tu región. Mi región era una familia de Newark y éramos parte de una comunidad. Yo era amorosamente tiranizado por la cultura del barrio judío pero no sentía las cadenas de la restricción. Ser judío era formar parte de una red. Pero yo nací y vivo en los Estados Unidos, por lo tanto me pienso un americano libre. Se debe tener en cuenta la importancia del regionalismo en la literatura estadounidense: John Updike es su Pensilvania central. Hay autores que intentaron escapar a los límites de esos pequeños mundos y pasaron el resto de sus vidas evocándolos. El mayor narrador de la literatura de mi país escribió toda su obra sobre Jefferson County, ¡un solo condado de Mississippi! Faulkner escribíasobre la aristocracia decadente, los negros de Mississippi o el idiota del pueblo. ¿Sabe qué dijo cuando lo invitaron al agasajo en la Casa Blanca en su honor? "Demasiado lejos sólopara una cena." Mucho más mundano y acaso tan grande, Bellow dice al ganar el Nobel, en 1976: "¿Me están viendoahora cómo viajo a todas partes?". Pero él sólo escribe sobre Chicago.

Sexo, sexo... Sus personajes son verdaderos maratonistas. Hay sexo para todos los gustos, vivido y fantaseado, novias, esposas, amantes, guirnaldas de mujeres; hay obscenidad, comunión emocional, porno crudo. Usted es ateo pero el sexo funciona como creencia. Es el lugar del anhelo, el engaño, la verdad sobre sí mismo.
Fui testigo de una transformación salvaje de los códigos sexuales. Si pienso en la exposición sexual en los años de mi iniciación, tras la Segunda Guerra, y los estímulos de los jóvenes hoy, bueno, es como comparar dos planetas. No puedo juzgar quién lo pasa mejor pero sí decir que el contraste es exorbitante.

¿Cree que sigue siendo un país puritano? ¿Cómo conviven la pornografía con el caso Mónica Lewinsky, que por poco lleva a Clinton al juicio político?
Lewinsky fue un rebrote masivo de prensa amarilla. Se debió al uso que los medios dieron al escándalo. El puritanismo acabó en los EE.UU. en el siglo XVIII, es un mito sobre este país donde el entretenimiento más extendido es la pornografía. Usted va a un hotel en Chicagoy si quiere, ve 27 películas porno en una noche. Si busca online "asiáticas calentonas", se puede pasar el resto de su vida abriendo páginas. La mitad de los matrimonios termina en divorcio por adulterio. Lo que sí teníamos en los '50 era un poderoso convencionalismo de clase media. Y sin embargo,era un país de grandes bebedores. ¿Sabe cuál es el movimiento social más importante de los EE.UU.? Alcohólicos Anónimos. La corrupción ha sido grave históricamente; piense en el negocio de los esclavos y en la conquista del Oeste. EE.UU. no se hizo con salmos sino matando indios. Entre la corrupción histórica, el capitalismo y las finanzas hay un hilo conductor. ¡Ahí tiene al financista Madoff ! Un judío que no le hizo nada bien al pueblo judío...

Qué modo de celebrar sus raíces, estafar a su colectividad...
La libertad produce exceso, arte y corrupción. Así es la bestia americana. Es un país que, por su dimensión misma, resulta diabólico.

19/6/09

Mural del Bicentenario por Miguel Rep


Las canciones que mi madre me enseñó

No logro entenderlo... Escribo esto en el metro y expreso mis pensamientos tal como vienen... Joy Thompson (una chica del teatro de verano) se cayó, se dio un golpe en la cabeza y la llevaron al hospital. Tiene fractura de cráneo y conmoción cerebral. Ha regresado a Canadá...
¿Cómo va todo en casa? Papá, muchas cosas que tú decías están empezando a tomar forma y contenido. Mamá, ¿cómo te va el resfriado? No entiendo la vida, pero de todas formas estoy viviendo intensamente. Sois fantásticos, y un gran consuelo para mí.



Con todo mi cariño, Bud.

Queridos padres:
Quiero daros las gracias por ser tan fantásticos a pesar de que no os he escrito. ¿He olvidado algún cumpleaños? Ultimamente he trabajado como un loco... La escuela es fantástica. Representamos El enfermo imaginario, de Molière, en la que interpreto el papel de un joven amante del siglo XVIII. Es un buen papel. Estoy estudiando el de un templario para Nathan el Sabio, que es un papel fantástico para mí. Mis clases de filosofía son realmente buenas, y en sus lecciones el doctor Kaplan confirma todo lo que pienso (aunque no abiertamente) sobre el poder eclesiástico y los diferentes aspectos de la religión. Es maravilloso. Tengo muchas cosas que decir. Ahora estoy lavando mis cosas en el lavabo.
Mi casera no me cae bien. Da demasiados consejos a los jóvenes. Demasiados.
Empiezo a saber cómo debo actuar: aprendo a actuar y desarrollo el sentido de la dirección de la acción y los sentimientos. Es un trabajo tan difícil como cualquier otro, pero para mí constituye un verdadero placer, porque me gusta.
Fran trabaja muchísimo y obtiene unos resultados prodigiosos. Es fantástica... Estoy regulando mi presupuesto.

Os quiero a todos, Bud.


El director del Taller Dramático de la New School era Erwin Piscator, un hombre de gran reputación en el teatro alemán, pero en mi opinión el alma de la escuela era Stella Adler. Durante los primeros años de la década de los treinta, Stella se trasladó a Europa y estudió con Konstatin Stanislavski, del Teatro de Arte de Moscú, y llevó a Estados Unidos las técnicas de Stanislavski. Se las enseñó a sus compañeros del Group Theater, una compañía de actores, escritores y directores que durante una década –desde 1931– intentaron crear una alternativa al teatro comercial de Broadway, llevando a escena obras que mostraban el lado provocador del cambio social.
Cuando la conocí, Stella tenía alrededor de cuarenta y un años, era bastante alta y muy hermosa, con ojos azules, un pelo rubio sorprendente y una presencia leonina, pero estaba muy decepcionada por la forma en que la vida la había tratado. Era una actriz maravillosa que, por desgracia, nunca tuvo la oportunidad de convertirse en una gran estrella, y creo que eso la amargaba. Pertenecía a una de las grandes familias teatrales de los Estados Unidos, había aparecido en casi doscientas obras durante un período de treinta años, y deseaba intensamente ser una artista famosa. Pero, al igual que muchos artistas judíos de su época, tuvo que afrontar una forma cruel e insidiosa de antisemitismo; los productores de Nueva York, y sobre todo los de Hollywood, no contrataban a los artistas que tuvieran “aspecto judío”, independientemente de lo buenos que fueran.
Hollywood fue siempre una comunidad judía; la crearon judíos, y todavía hoy la dirigen en gran medida judíos. Pero durante una larga época fue perversa y virulentamente antisemita, sobre todo antes de la guerra, cuando los artistas judíos tenían que disimular su judaísmo si querían conseguir trabajo. Estos actores estaban asustados, y es comprensible que así fuera. Cuando yo me iniciaba en la profesión de actor, oía constantemente hablar de agentes que presentaban a un actor o una actriz para un papel, lo llevaban al teatro para una prueba, y luego el productor decía:
–Fantástico. Muchas gracias. Ya le llamaremos.
Cuando el artista se iba, el agente pregunta:
–Bien, ¿qué te parece?
–Grandioso –respondía el productor–. Ha estado fantástico, pero es demasiado judío.
Si alguien tenía “aspecto judío”, no conseguía ningún papel y no podía vivir. Había que tener el aspecto de Kirk Douglas, de Tony Curtis, de Paul Muni o de Paulette Goddard, y cambiarse el nombre. Ellos eran judíos, pero no tenían “aspecto judío”, y utilizaban el camuflaje de nombres no judíos. Así, Julius Garfinkle se convirtió en John Garfield, Marion Levy en Paulette Goddard, Emmanuel Goldenberg en Edward G. Robinson, y Muni Weisenfreund en Paul Muni. Esto cambió cuando actores como Barbra Streisand dijeron: “Jamás cambiaré mi nombre. Soy judía y me enorgullezco de ello”. Ahora los judíos no tienen que operarse la nariz para conseguir un trabajo, pero Stella pertenecía a una época distinta. Fue a Hollywood, actuó en tres películas y cambió su apellido por el de “Ardler”, con la esperanza de que ello le sirviera de algo, pero tenía una nariz afilada y aguileña que le daba el “aspecto judío”. Se la operó, y el resultado fue que casi parecía una gentil, pero los productores decían que aún tenía demasiado aspecto judío para ofrecerle el tipo de papeles que su talento merecía y que la habrían convertido en una estrella.
Pero aunque Stella nunca vio realizado su sueño, dejó un legado sorprendente. Casi todos los actores cinematográficos actuales salen de ella, y produjo un efecto extraordinario en la cultura de su época. No creo que el público se dé cuenta de lo mucho que le deben a ella, a otros judíos y al teatro ruso la mayoría de las interpretaciones que vemos actualmente. Las técnicas que Stella llevó al país y enseñó a otros artistas cambiaron enormemente la manera de interpretar. En primer lugar, las transmitió a sus compañeros del Group Theater, y luego a actores como yo, que pasamos a ser alumnos suyos. Ejercíamos nuestra profesión en la forma y con el estilo que nos enseñó, y dado que las películas norteamericanas dominaban el mercado mundial, las enseñanzas de Stella han influido en actores del mundo entero.
Stella siempre decía que nadie podía enseñar la profesión de actor, pero que ella podía. Tenía un don especial para enseñar a los demás cosas sobre ellos mismos, y los capacitaba para utilizar las emociones y sacar a la luz la sensibilidad oculta. También tenía talento para comunicar sus conocimientos; podía decirte no solamente cuándo te equivocabas sino también por qué. Su instinto era infalible y extraordinario. Poseía una gran comprensión natural de la gente y de su conducta. Si yo me equivocaba en una escena, Stella lo veía inmediatamente y me decía: “No, espera, espera, espera... ¡Está mal!”, y entonces exploraba en su sentido de la inteligencia intuitiva para explicar por qué mi personaje debía comportarse de una manera determinada, respetando siempre la visión del autor.
“El Método” fue una expresión popularizada, degradada y mal empleada por Lee Strasberg, una persona por la que siento poco respeto, y por eso yo dudaba en utilizarla. Lo que Stella enseñaba a sus alumnos era la forma de descubrir la naturaleza de los propios mecanismos emocionales y, por lo tanto, los de los demás. A mí me enseñó a ser auténtico, y a no intentar fingir una emoción que no experimentara personalmente durante la actuación.
Gracias a Stella, la interpretación cambió totalmente durante los años cincuenta y sesenta. Hasta que surgió la generación inspirada por ella, la mayor parte de los actores eran lo que siempre he considerado artistas “de personalidad”, como Sarah Bernhardt, Katherine Cornell o Ruth Gordon. George Bernard Shaw dijo en una ocasión: “Un actor de carácter es el que no sabe actuar y por eso estudia en todos sus detalles los disfraces y los trucos escénicos con los que puede simular grotescamente la interpretación”. Muchos actores creían que dejándose crecer la barba, retirando un traje del guardarropa y llevando un cayado se convertirían en Moisés, pero raras veces eran otra cosa que ellos mismos interpretando continuamente el mismo papel. Para indicar sufrimiento o confusión, se ponían la mano en la frente y suspiraban. Actuaban externamente y no internamente.
Quedaban unos pocos buenos actores por naturaleza. En una ocasión vi un fragmento de una película de 1916 titulada Genere, protagonizada por Eleonore Duse, una fantástica actriz cuya carrera por desgracia quedó eclipsada por su rival, la más extravagante Bernhardt. La manera de interpretar de Eleonore Duse era discreta, sencilla, sin artificios teatrales y enormemente eficaz. Otros actores naturales cuyo instinto se reflejaba en su trabajo fueron Paul Muni y Jimmy Cagney, pero creo que eran dos excepciones. Hasta que llegó Stella, el teatro consistía fundamentalmente en declamación, gestos superficiales, expresión exagerada, voces altas, elocución teatral y emociones no sentidas. La mayor parte de los actores no hacía nada para experimentar los sentimientos y las emociones de un personaje.
La interpretación es la menos misteriosa de todas las artes. Todo el mundo actúa, ya sea un niño que aprende rápidamente cómo comportarse para conseguir la atención de su madre, o un esposo y una esposa en los ritos cotidianos del matrimonio, con todos los artificios y la interpretación que tienen lugar en una relación conyugal. Los políticos se encuentran entre los peores actores y los más rimbombantes. Resulta difícil imaginar que alguien sobreviva en nuestro mundo sin actuar. Es un mecanismo social necesario: lo utilizamos para proteger nuestros intereses y para sacar provecho de todos los aspectos de nuestra vida, y es algo instintivo, una habilidad que todos llevamos dentro. Cuando queremos algo de alguien, o queremos ocultar algo o fingir, estamos actuando. La mayor parte de la gente lo hace durante el día. Cuando no sentimos la emoción que alguien espera de nosotros y queremos complacerlo, fingimos esa emoción; nos mostramos entusiasmados con los proyectos de otras personas aunque nos resulten aburridos. Alguien dice algo que hiere nuestros sentimientos, pero ocultamos ese sufrimiento. La diferencia consiste en que la mayor parte de la gente actúa automática e inconscientemente, mientras que los actores teatrales y cinematográficos lo hacen para narrar una historia. De hecho, la mayor parte de los actores ofrecen sus mejores interpretaciones cuando la cámara deja de rodar.
Una buena parte de las viejas estrellas cinematográficas no sabían actuar más que de una manera esquemática, pero tenían éxito gracias a su personalidad característica. Eran marcas habituales de cereales para desayunar: los miércoles, teníamos a Quaker Oats y Gary Cooper; los viernes, Wheaties y Clark Gable. Eran productos accesibles que uno esperaba que siempre fueran iguales, actores y actrices con una personalidad atractiva y agradable que se interpretaban a sí mismos más o menos en el mismo papel y cada vez de la misma forma. Clark Gable era Clark Gable en todos los papeles; Humphrey Bogart siempre se interpretaba a sí mismo y Claudette Colbert siempre era Claudette Colbert. Loretta Young era prácticamente el mismo personaje en todos los papeles y, a medida que envejecía, los cineastas colocaban más capas de gasa de seda entre ella y la cámara para conservarla igual y convencer al público de que seguía siendo Loretta Young. En la actualidad, los técnicos llaman “sedas de Loretta Young” a los artilugios que utilizan para ocultar las pruebas físicas del envejecimiento.
Yo fui afortunado porque me convertí en actor en una época en que, gracias a Stella, dicha profesión era cada vez más interesante. Una vez le dijo a un periodista que, en su opinión, una de las ventajas que yo tenía a la hora de actuar era un elevado grado de curiosidad por las personas. Es verdad que siempre he tenido una constante curiosidad por la gente, por lo que sienten y piensan, y por lo que los motiva, y siempre me he esforzado en descubrirlo. Si no logro imaginar cómo es una persona, la sigo como un detective, con insistencia, hasta que descubro cuál es su naturaleza y cómo se mueve, aunque no lo hago para aprovecharme de ello; sin embargo, reconozco que cuando era joven a veces lo hacía para sacar algún provecho, porque soy curioso no sólo respecto de ellos sino también respecto de mí mismo. Me siento absolutamente fascinado por los motivos que inducen a actuar a los hombres. ¿Por qué las personas se comportan como lo hacen? ¿Cuáles son los impulsos que están dentro de nosotros y que nos arrastran en una dirección o en otra?
Esa ha sido la preocupación de toda mi vida. Solía frecuentar las cafeterías de Washington Square sólo para observar a la gente. Si salía con una mujer, intentaba imaginar por qué decidía cruzar las piernas o encender un cigarrillo en determinado momento, o qué significaba que en el curso de la conversación se aclarara la garganta o se apartara un mechón de pelo de la frente. Solía sentarme en la cabina de teléfono del Optima Cigar Store, en la esquina de Broadway y la calle 42, y mirar por la ventana a la gente que pasaba. Los veía durante dos o tres segundos, hasta que desaparecían; si pasaban cerca de la cabina telefónica, podían desaparecer en un segundo. En ese fragmento de tiempo estudiaba los rostros, la forma en que colocaban la cabeza y balanceaban los brazos; intentaba captar quiénes eran, cuál era su historia, su trabajo, si estaban casados, preocupados o enamorados. El rostro es un instrumento extraordinariamente sutil; creo que consta de 155 músculos. La interacción de los músculos puede ocultar mucho, y la gente siempre oculta las emociones. Hay personas que tienen un rostro muy inexpresivo. Presentan siempre una expresión neutral y suele ser difícil leer algo en su rostro, sobre todo si se trata de orientales y de indios del norte y del sur de América. En tales casos, intento interpretar la postura del cuerpo, el aumento de la frecuencia con que parpadean, los bostezos involuntarios o el que no terminen un bostezo... Cualquier cosa que denote emociones que no quieren mostrar.
Esas cuestiones me interesan desde que era un niño. Estaba decidido a saber, a adivinar y evaluar las peculiaridades que la gente no sabía que tenía. No he parado de investigar hasta llegar a conocer su potencial para amar y odiar, para la ira y el egoísmo, para gozar de las cosas que desean en la vida y con qué intensidad las desean; también me he esforzado en descubrir sus perímetros y sus límites y averiguar cómo estaban constituidos en realidad. Siempre he sentido la misma curiosidad respecto de mi propio potencial y mis limitaciones, y me he puesto a prueba para aprender cuánto podía soportar de una cosa y de otra, hasta qué punto podía ser honesto, falso, materialista o mundano, hasta qué punto estaba asustado o podía correr un riesgo, y qué era lo que más me aterrorizaba.
Cuando alcancé cierto éxito, Lee Strasberg intentó atribuirse el mérito de haberme enseñado a actuar. El nunca me enseñó nada. Se habría atribuido el mérito de la existencia del sol y de la luna de haber visto la posibilidad de que se lo concedieran. Era un individuo ambicioso y egoísta que explotaba a la gente que asistía al Actors Studio. Además intentó imponerse como un oráculo y un gurú en la profesión de actor. Algunos lo veneraban, pero nunca supe por qué. Para mí era una persona carente de gusto y de talento, que no me gustaba nada. Algunos sábados por la mañana iba al Actors Studio porque Elia Kazan daba clases, y por lo general había un montón de chicas guapas. Pero Strasberg nunca me enseñó a interpretar. Fue Stella quien lo hizo, y más tarde Kazan.




Este fragmento pertenece a Las canciones que mi madre me enseñó, autobiografía de Marlon Brando. Editorial Anagrama

Las fauces de Macri

Por Sandra Russo
Publicado en PAGINA 12

El martes estaba en mi casa haciendo otra cosa con la tele encendida y Macri hablaba en la pantalla. ¿A quién le interesa escuchar lo que siempre dice Macri? Macri, como su socio político, no dice nunca nada. No habla de política. Uno por el desvío de la eficiencia y los equipos, y el otro ya lanzado de cabeza a la prosa poética: “¿Querés cambiar?”, pregunta, intentando asimilar el cambio de modelo de país con el cambio de pareja, auto, trabajo, detergente.
Pero el martes, a Macri se le destrabó la lengua y mis oídos no daban crédito a lo que escuchaban. No porque no supiera que obviamente todo lo que dijo es lo que piensa Macri, que siempre fue Macri y no Mauricio. No creo que Macri hubiera dicho lo que dijo si hubieran estado sentados frente a él Marcelo Bonelli y Gustavo Silvestre, que más que dos periodistas son un intersticio del medio encarnado en ellos. En este sentido, el periodismo político sigue siendo, cuando asoma, un ejercicio provocador, del que hemos estado casi privados en esta campaña, condenados a aduladores y mequetrefes.
Macri empezó a hablar y yo me quedé dura. Más que boca, le vi fauces. Estaba diciendo exactamente lo que Ricardo Forster había dicho una noche de un frío terrible en la plaza, en la carpa de la JP, en pleno conflicto con los ruralistas, cuando Carta Abierta les hizo una visita. Que la ofensiva de la derecha estaba directamente relacionada con lo que el kirchnerismo había hecho bien, con lo que nadie se había animado. Y que todo lo demás es accesorio (esto lo agrego yo). Ahí está el hueso, el nombre de una pelea. Ahí está el 2001, pero también está 1930, 1955, 1976, 1989 y muchos otros momentos de la historia argentina. El hueso es el Estado y su potencial capacidad emancipatoria.
La defensa de las privatizaciones y del rol privado en la economía que hizo Macri este martes sólo es comparable a la que hacen los Vargas Llosa y lo más arcaico del mundo en materia de derecha ultraliberal. Y ya no es la oligarquía vacuna y sojera que tiraba manteca al techo la que acecha, sino el capital globalizado que inspira a gobiernos de derecha para que se le asocien. Lo que dijo Macri es mil veces peor que lo que se sabe: que los terrenos de Buenos Aires, los de la villa 31, los del Borda, los del Moyano, están mucho más arriba en la agenda política que la salud mental o las condiciones de vida de los débiles. Macri como presidenciable es el riesgo de volver a entregar todo.

17/6/09

“Hay dos cosas que nunca
dejarán de obsesionar al hombre:
el orden y el desorden.”


Paul Valéry

11/6/09

Buster Keaton, últimas palabras antes de morir

Bioy Casares rescató una anécdota apócrifa acerca de las últimas palabras de Buster Keaton.
Dos familiares junto a su lecho de muerte dialogan:
–¿Estará muerto?
–Hay que tocarle los pies y ver si están fríos. Al morir, todos tienen los pies fríos.
Entonces intervino Buster:
–Juana de Arco no.
Y falleció.

4/6/09

David Carradine (1936-2009)

El mítico David Carradine, recordado por su papel protagónico en la serie de los '70 Kung Fu y su rol en la película Kill Bill, fue encontrado muerto esta mañana en la habitación del hotel en el que se alojaba en Bangkok, donde participaba del rodaje de una película.
Michael Turner, vocero de la embajada estadounidense en el país asiático, confirmó el deceso del actor de 72 años e indicó que la muerte se habría producido entre la noche de ayer y las primeras horas de hoy en la habitación 352 del hotel Park Nai Lert, aunque se abstuvo de dar más detalles por consideración a la familia.
Sobre las causas de la muerte no hay todavía una versión oficial. La cadena BBC informó que, según la policía tailandesa, Carradine "fue encontrado por una empleada de limpieza del hotel, sentado en un armario con una cuerda atada a su cuello y sus genitales". La edición digital del diario The Nation, de Bangkok, maneja solamente la hipótesis del suicidio y no habla de un supuesto juego sexual como desencadenante de la muerte.
El actor estaba en Tailandia filmando la película Strecht y se alojaba en la habitación 352 del hotel Park Nai Lert, desde donde anoche no salió para concurrir a una cena con sus compañeros de trabajo. Conmovido y aún shockeado por la noticia, su representante, Chuck Binder, también evitó hablar de la forma en la que murió su amigo y sólo se limitó a decir que "él estaba lleno de vida, siempre queriendo trabajar. Era una gran persona".
Carradine nació el 8 de diciembre de 1936 en Hollywood, California, en el seno de una familia de actores. De chiquito, renegaba de la fama de sus padres, a la que saltaría él, años después, con su célebre papel en la serie Kung Fu.
En su infancia experimentó el nomadismo, a raíz de la participación en las giras de la compañía teatral en la que trabajaban sus padres, lo que lo obligó a cambiar varias veces de escuela. Ya durante su juventud, se convirtió en uno de los pioneros del movimiento hippie estadounidense y vivió en comunas. Por esas épocas, no quería ser actor sino granjero, por lo que se instaló en Vermont como peón agrícola. Pero, años más tarde, la sangre y la tradición pudieron más y terminó inclinándose por la música y la interpretación teatral.
Así, se unió a un grupo escénico del San Francisco College para dar vida a personajes clásicos de Otelo, Un enemigo del pueblo, Tiempo límite, La muerte de un viajante, Macbeth, Much about nothing o La Tempestad.
Los escenarios teatrales lo catapultaron a la televisión, donde obtendría su consagración con su papel del monje shaolin chino-americano Kwai Chang Caine en la serie de televisión Kung Fu (1972-1975), y por sus trabajos en películas de artes marciales, como El círculo de hierro (1978) y Lobo solitario (1983), entre otros cientos de filmes.
Las nuevas generaciones lo conocen por uno de sus trabajos más recientes, su rol en la película de Quentin Tarantino Kill Bill (2003-2004), donde actuó junto a Uma Thurman, haciendo el papel de Bill.

3/6/09

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