30/6/10

Robert Downey Jr.: de convicto a superhéroe

Por Walter Kirn
Publicado en ROLLING STONE

Sentado en una silla de jardin en una franja desierta de Venice Beach, entre la rambla llena de casas de tatuaje y el vacío y chato océano gris, Robert Downey Jr. está vestido en su modo particular, con un buzo negro de lana con capucha y un enorme par de anteojos oscuros Blublocker que lo hacen parecido al famoso retrato del Unabomber que tenía el FBI. Viste unos pantalones amplios que se ajustan con cordón, como los que la mayoría de los hombres se ponen sólo cuando todos sus otros pantalones están secándose y les suena el timbre. A Downey, esa ropa suelta le permite moverse mucho -libertad para girar, flexionarse, estirarse, estar inquieto, y hasta rodar por la arena o tirarse boca arriba a mirar el cielo- y descargar su turbulenta energía cuando le agarra un derroche verbal. Sobrio y exitoso, el pilar de los miles de millones de recaudación de las franquicias Sherlock Holmes y Iron Man es, como mínimo, igual de vibrante y ciclónico que aquel viejo drogón y problemático figurón de tapa de tabloide de hace una década. Una conversación con él es como una tormenta de partículas en el espacio, paréntesis dentro de paréntesis, digresión tras digresión, una emanación cósmica no lineal pero tampoco incoherente. Downey se niega a seguir un guión, y nunca termina de enfocarse en una sola cosa, siempre preso de otra idea. Esa es la esencia de su mente y su espíritu, y, quizás, de su genial talento como actor.

"Ahora hagamos asociación de palabras", dice.

"Viral", comienzo. No sé por qué digo eso.

"Redundante", responde Downey. No sé por qué dice eso.

"Esotérico", digo.

El hace una pausa. "Accesible."

Me quedo en blanco. Este juego no resultó ser el ejercicio jazzero de Método actoral que yo esperaba. Quizá sea que Downey está cansado, simplemente. Es un fuerte adepto al Wing Chun, una disciplina del kung fu, pero hoy se estuvo quejando por una lesión en el hombro. Por ahora, igual, se resiste a tomarse un Advil, reflejo de su riguroso compromiso con una autosuperación totalmente natural. Pruebo con otra táctica:

"Vaginal", digo.

"Parfait" [postre refinado].

Es perfecto. Es más que perfecto. Es escalofriante, elegante, raro. Y se le ocurrió sin hacer ninguna pausa, como si esa absurda delicadeza lingüística -"parfait vaginal", no puedo dejar de decirlo- ya existiera en el inconsciente colectivo, y el sólo hubiera hecho un movimiento y lo hubiese recuperado.

Continúan las voleas, pero gradualmente pierden vigor, y se estancan en "remordimiento" y "lamer". Downey, cuyo talento está basado en el instinto -en la fe y obediencia que tiene con respecto a su instinto; y si no, miren su bizarra transformación en Una guerra de película, una interpretación que es como una corazonada o un capricho hecho compulsión-, sabe perfectamente cuándo es hora de volver al trabajo.

El único problema consiste en que es difícil saber con exactitud cuál es nuestro trabajo. ¿Iron Man 2? Downey no la menciona. Más tarde, cuando lo presione, dirá que hacer esa película fue "la lección profesional más grande de mi vida", y me dejará con la sensación de que "lección", en este caso, es un eufemismo para decir "suplicio". Prefiere mantenerse en temas más abstractos.

"Dejame que lo diga de esta forma", dice, respondiendo a una pregunta abierta sobre su estado general en estos días: "Estoy en el continuo proceso de trascender los rituales basados en el miedo". Le pido que lo desarrolle, que clarifique. Se tuerce en su silla inclinando la cabeza, primero para un lado, después para otro, después para otro. No se termina de acomodar nunca. Para Downey, que hace mucho tiempo se entrenó como bailarín de ballet y todavía se mueve como uno de ellos -la espalda arqueada, los hombros rectos, los pies plantados ligeramente, el cuello derecho, el mentón levantado-, pensar también es una actividad física.

"¿Tiene que ver con un sentido debilitado de pensamiento mágico o estoy realmente rumbeado?", me dice, con unas formas que son mezcla de distancia meditativa y conexión directa alma con alma mientras me explica cómo esos rituales que para él están "basados en el miedo" son distintos de todos los otros. "¿Es espontáneo o es premeditado sobre la base de algún tipo de necesidad de control?"

Sería muy fácil responder todos esos dichos que suenan a perorata new age encogiendo los hombros, pero no es tan fácil cuando la persona que los dice es una prueba tan estupenda de su potencial restaurador. Downey -el nuevo Downey de tests de orina limpios, que es el nuevo Downey desde hace ya tanto tiempo que se volvió el Downey común- es el mejor resultado posible del combo movimiento de recuperación, más poder del pensamiento positivo, más búsqueda de la iluminación. Antes de que termine el día, lo voy a ver abrazando y besando a su socia productora, y esposa desde hace cinco años, la prolija y delgada Susan, que irradia serenidad. Es un beso y un abrazo reales que expresan cariño real. Voy a estar al lado de él mientras me muestra en su computadora una canción de Indio, su hijo de 16 años. Es una canción real de una pasión y destreza reales, y también es real la compenetración de Downey con ella. Voy a ver cómo toma sorbos epicúreos de una gaseosa orgánica de frutas. Es una instancia de alegre frescor líquido bien real. Downey no sólo parece estable y descontaminado, sino que luce respaldado y destilado.

Sus palabras sobre iluminación y liberación se vuelven un poco más inteligibles una vez que uno acepta que su dialecto privado y la cosmología híbrida que hay detrás son más una forma de música mental que un sistema completamente racionalizado. "Cuando estás en el momento, si llevás a cero tu tablero, todo es posible", dice, y yo tengo que asumir que cuando dice "tablero" se refiere a algo parecido a una consola de mezcla o, quizás, al tablero de puntajes en el que cada uno registra lo que ganó y perdió en la vida. En una onda similar -elusiva pero evocativa-, describe una etapa de su carrera que atravesó después de sus años de ferviente inmolación, pero antes de su etapa actual de constante lucha y autoevaluación perpetua: "En el mundo Joseph Campbell, en el que ya no estás en medio del camino de nadie, estoy ahí afuera, y es frondoso y verde y hay abundancia, pero no creo que esté acumulando ninguna otra cosa que no sea supervivencia en la jungla".

La traducción, creo, es: estaba haciendo nada. Y se aburrió.

El tao de Downey es borroso y enigmático, pero sus principios, correctamente ampliados, parecen dar resultado. Una vez que se limpió y puso en cero su tablero, Downey comenzó a hacer ejercicios de flexibilidad artística, aumentados por magia blanca ceremonial, como preparación para la etapa siguiente. El cambio dimensional que lo convirtió en lo que es hoy: la estrella de la secuela del film de un superhéroe que está entre los estrenos más exitosos en la historia del cine, pero también el presidente de una productora en ascenso (su personal, cuando atiende el teléfono, dice: "Equipo Downey") y el dueño de un edificio de oficinas ultramoderno en Venice y de una enorme propiedad paradisíaca con vista al mar en Malibú.

"En términos de mi carrera laboral, los estaba preparando", dice sobre los años precedentes a su gran retorno. "Había un poco de Zodíaco por acá, un poco de Fincher por allá, algo de Un papá con pocas pulgas, resolví lo del seguro y ahí... ¡boom!" El boom fue el protagónico en Iron Man, que Downey venía codiciando explícitamente. La idea de interpretar a un superhéroe de historietas no sólo no le parecía una ofensa contra aquella devoción por la complejidad que le había valido el favor de la crítica y la credibilidad entre los actores, sino que incluso la veía como un escándalo tonificante, "totalmente viable en su carácter profano", con efectos que lo iban a lanzar de nuevo a la vida; a una vida mejor. Así que se puso a hacer algunos conjuros astrales. Antes de su prueba de cámara para Iron Man, construyó, de verdad, con materiales físicos, un "altar de las posibilidades del yo", usando "algunos objetos elegidos en forma intuitiva" que incluían una foto del superhéroe y -acá se pone raro- "una varita mágica de arenisca".

La colgadez acuariana de Downey y las metamegaconceptuales respuestas que da a preguntas básicas (acerca de su inesperado surgimiento como el más importante intérprete de roles icónicos exagerados de la actualidad, dice: "Me encanta cuando el vacío más improbable se vuelve un vacío, porque me recuerda que las cosas no son tan prohibitivas como creo que son cuando estoy en punto muerto") hacen que sea difícil entrevistarlo de una manera convencional, estructurada, pero también hacen de él alguien divertido para sentarse a boludear. Downey tiene una de esas mentes cuyas puertas de la percepción siempre están sin llave, abiertas a cualquier clase de posibilidades rocambolescas. Le fascinan los márgenes de la ciencia y las conspiraciones (por ejemplo, si existe acaso un lenguaje de las aves). O lo que los militares realmente están llevando adelante en el laboratorio Brookhaven Nacional de Long Island, donde, dice Downey, los investigadores han estado haciendo experimentos secretos para crear "supersoldados" con un aparato capaz de obtener "tres niveles" de cobertura: "Escondido", "Invisible" y "Desaparecido." ¿Cree realmente Downey en estas cosas tan extremas o es, en sus palabras, una imaginativa diversión "hidropónicosónica"? Eso no queda claro y probablemente sea irrelevante. Es un omnívoro mental. En términos de ideas, se alimenta de casi cualquier cosa, y lo que no, al menos lo mastica. Lo que sí termina tragándose forma parte de otra discusión, en cierta medida, porque toda esa psicodelia sale de un espíritu lleno de sentido común, bien informado, atenuado por la experiencia y moralmente sólido. De hecho, es algo así como un duro de la vieja escuela.

¿Cree que hay que legalizar las drogas? Para nada, ni siquiera la marihuana, a la que hace referencia como "el más grande destructor de ambiciones", y la considera una sustancia particularmente insidiosa porque, en general, se la tiene por benigna. "El porro, para mí, es agarrá la mesa más filosa de todas, redondeale las esquinas y después quedate pensando por qué te seguís abriendo las rodillas con ella. Porque la ves como algo distinto de lo que realmente es."

También tiene concepciones sorprendentes acerca de la vida en la cárcel, que según él está descrita de manera muy "bidimensional" en los medios, que enfatizan su supuesta brutalidad. Entre 1999 y 2000, Downey fue un interno de una cárcel estatal de California, debido a sus infames y repetidos fracasos a la hora de reducir a cero el tablero en términos de narcóticos durante la última mitad de los 90. "Cuando la puerta se cierra y hace clic, estás a salvo", dice. "Si te tocó el compañero de celda adecuado, no hay nada que te pueda hacer daño, por fuera de algún guardia pícaro. Estás, de hecho, en el lugar más seguro de la Tierra. A salvo de los intrusos. De cualquier cosa que pueda frustrar la espiral de la mortalidad." Siempre y cuando no compres falopa en la cárcel: "Si te guiás por esos impulsos, vas a terminar muy endeudado con alguien que es tan peligroso para la seguridad pública que tenerlo encarcelado resulta poco".

Pero la opinión más anticuada de Downey tiene que ver con la grandeza, la creatividad y la vitalidad transformadora de Los Angeles. No quiere escuchar ni una palabra en contra del lugar o en contra de la industria del entretenimiento. "En sí misma", dice, con voz firme y formal de patriotismo municipal, "es, como dice su nombre, una ciudad de ángeles". La gente que tiene una visión más cínica de Los Angeles, y llega a ella pensando que le van a ganar a las probabilidades -las mismas chances desfavorables que castigaron a otros como él-, está condenada a perder, dice, y no puede culpar más que a sus propios prejuicios negativos. "Me encanta que haya un poco de amargura, pero si querés zambullirte en una situación en la que tu amargura puede ser completa y calculablemente justificada, bienvenido. Entrá ahora y fijate si acaso estás en una parte distinta del casino."

El sol, borroso y pálido detrás de las nubes, ya cayó casi en su totalidad sobre el horizonte. Hace frío en la playa, y Downey ajusta su capucha y se rodea con sus brazos. La charla se apaga y nuestra atención vira hacia un pequeño y particular drama que vino desarrollándose toda la tarde a unos metros de nuestras sillas. El fornido asistente de Downey, un chabón llamado Jimmy Rich, al que le queda poco lugar para tatuajes nuevos en sus brazos cubiertos de tinta, se agacha entre medio de un montón de cables, baterías y manuales de instrucciones, a fin de prepararse para lanzar un cohete de juguete. ¿Por qué? No hay explicación. Tal vez sea un cortés intento de darle a un periodista una pegadiza metáfora visual para la trayectoria de Downey de adicto a superestrella. O quizás el lanzamiento signifique sólo una forma de agitar las neuronas del jefe, que dejó los narcóticos pero sigue necesitando de placeres pequeños para seguir naturalmente entonado.

El cohete está listo. Downey se niega a tomar los controles, así que Jimmy da un paso atrás respecto del control y enciende el interruptor. Nada. Toquetea algunos cables, intenta de nuevo y el estrecho misil de juguete vuela, describiendo un suave arco platónico en cuyo apogeo el paracaídas se abre y es capturado por una brisa que hace que el cohete lentamente retrase su recorrido y aterrice con suavidad a sólo unos metros del lugar de donde despegó.

Downey está maravillado por el elegante espectáculo. Casi levita sobre su asiento. Por estos días, imaginar y manifestar resultados increíbles es habitual. El lanzamiento fue uno más. La armonía abunda.

"Lo manejaste de puta madre, loco", le dice a Jimmy. Eso fue el Día Uno, en Venice Beach. Se discutieron muchos principios espirituales, se avanzó en muchas teorías acerca de la autosuperación, se acuñó el brillante término sin sentido "parfait vaginal", y todo finalizó bien, con el encantador y preciso aterrizaje de un bonito proyectil de juguete que parecía encarnar la mágica nueva vida de la estrella.

El Día Dos fue un poco más desprolijo.

El plan hoy era que yo me encontrara con Downey en sus oficinas, un búnker modernista de concreto cuya planta baja se parece a un relajado cuartel de campaña poblado por unos diez jóvenes vestidos con ropa casual, tan generacionalmente cómodos entre computadoras, y smartphones con touchpads, que no parecen para nada estar trabajando. Su misión es avanzar con lo que Downey denomina "la marca". Parece disfrutar su rol de ejecutivo y saborear la jerga del management moderno tanto como el lenguaje de la psicomitología cuántica. Cuando habla de su motivación para crear este equipo, la describe como "tratar de armar una infraestructura que flexione y moldee a presión la situación".

Pero nuestra reunión en sus oficinas no tendrá lugar. Media hora antes de que enfile hacia Venice, suena mi celular. "Habla Downey", dice. Alude a una mañana frustrante en la oficina, alguna clase de lío o pelea que agotó su paciencia, y me informa que está camino de mi hotel. Su impulsiva decisión de abandonar al Equipo Downey le hace ganar mi cariño, lo admito, porque parece acompañar, de una manera demasiado humana, ciertas declaraciones difíciles y definitivas, formuladas ayer sobre la autodisciplina y la madurez, que me hicieron sentir un debilucho, blando, caótico, un ser totalmente inferior. Dijo: "Fui llevado a un punto en el que nada que no sea mi mejor intento de tener una existencia honrada es suficiente". Y más intransigente aun: "Para cierto tipo de individuo, creo que el camino hacia la libertad es simplemente cargar tus acciones de una responsabilidad irrevocable".

Downey estaciona frente al hotel una llamativa camioneta Audi blanca, luminosa, recién desvirgada de la concesionaria, las gomas negras inmaculadas y un parabrisas que parece invisible; quizá sea un modelo especial, únicamente para estrellas de cine. Está solo en el auto: sin chofer ni asistente ni buzo con capucha antifama. Ayer era una persona que tenía un plan -ayudar al periodista a que hiciera su trabajo, armarle una silla de jardín, un lanzamiento de cohete y un cesto de picnic con comida sana-, pero hoy está en modo "pase lo que pase". En su estéreo suenan los Doobie Brothers, con lo cual es claro que no le interesa parecer cool, y está quejándose sobre el costoso intercomunicador que le acaban de instalar en su nueva casa. Se queja de que al teclado le falta un botón que lo comunique directamente con Indio (el detalle que más quería). Se quejó con su esposa de que la ausencia de ese botón para él hacía que todo el sistema fuera inútil, y cuando ella le pidió que se calmara, él defendió agresivamente su derecho a expresar su insatisfacción por un producto defectuoso por el que había pagado una buena cantidad de dinero. Dejó el asunto sin resolver, me cuenta, porque esta noche tiene sesión de terapia de pareja. Downey reserva dos horarios por semana -pagados por adelantado- con un analista al que llama "el mejor psicólogo de Estados Unidos". Una sesión es para el mantenimiento regular de la relación con su mujer. La otra es una "flotante" que usan para lo que necesiten. Susan y él pueden resolver la cuestión esta noche, dice. La idea parece relajarlo. Sube el volumen de la música.

Todo ese despliegue de maquinaria dedicada a solucionar problemas es algo en lo que Downey confía para que lo proteja de sus propias debilidades y cagadas, no es un mero accesorio típico del famoso. Al menos no en este caso. "Las consecuencias de un pequeño desliz no son lo que eran antes", me contó ayer. "Ya no es cosa de chicos." La verdad es que para Downey esas cosas de chicos nunca fueron cosas de chicos. Eran crack, cocaína, heroína, audiencias judiciales bien publicitadas, encarcelaciones. Su primer matrimonio, con la actriz Deborah Falconer, se hundió en tamaña infelicidad y conflicto que Downey se pasó su cumpleaños número 30 afuera, hecho un ovillo en el piso por la abstinencia, mientras su mujer lo miraba de arriba vibrando de furia. Las recaídas en general eran seguidas de un retorno que sólo hacía que la siguiente caída fuera más brusca y terrorífica.

Extrañamente, una parte del problema era el terco profesionalismo y la energía de Downey, o quizá su orgullo por las dos cosas. "Antes me sacabas del asiento de atrás de una camioneta de fiesta, me tirabas en el set, me dabas un sándwich de atún y podía funcionar." Esta capacidad de poder trabajar en medio del dolor "era la esencia. Era mi autoestima", dice. "Es tan triste que es hermoso. Habla mucho de la condición humana. Hay algo en eso que, de una manera muy adolescente, es una especie de honor."

Hoy, en lugar de hablar acerca de las ideas, los regímenes y las creencias en que se basa después de haber terminado su larga y truculenta parranda, parece compelido a limpiar su memoria de todo eso. Vamos en su auto a las colinas de Hollywood para que me muestre la primera casa que se compró luego de poner un pie firme en la industria, y después a Sunset Boulevard para pasear por los sitios de sus crímenes nocturnos, que compartía con compañeros de joda como el ex ídolo teen Leif Garrett, cuya compañía en bares y boliches, dice Downey, "siempre le subía un poco el volumen a las cosas". Recuerda su gusto por los boliches metaleros y lugares más cool como el Flaming Colossus (rebautizado por un amigo como Flemish Colostomy, colostomía flamenca), y el afecto que le tenía a la banda de culto Faster Pussycat. También se acuerda de su sensación de vacío cuando todos los boliches cerraban a las 4 de la mañana, y del alivio que sentía cuando volvía la acción al mediodía.

En auto hacia el Oeste, en dirección a la costa, en el Audi nuevo cuyo complicado tablero lo ofusca, le sube el volumen a un oscuro tema de Elvis Costello, "The Long Honeymoon". Su sueño es colaborar con Costello algún día y hacer un musical o un espectáculo teatral del cual no da mucho detalle, y que todavía ni se lo mencionó a Costello. Quizá suceda, quizá no. Downey está lleno de ideas y planes así, incluyendo algunas situaciones para películas bastante detalladas, pero hoy carga con una agenda ocupada, gracias a su condición taquillera, su dinamismo y su aparente inmunidad frente a la sobreexposición. Este año empezará a filmar la secuela de Sherlock Holmes, pero ya está filmando una película del espacio en 3-D llamada Gravity, en la que hace de un astronauta atrapado en una estación espacial averiada que trata de reparar desesperadamente.

Mientras vamos por la costa, Downey explica el incidente en la oficina que hoy lo puso loco. Empezó con su decisión de cancelar el viaje familiar al festival de Coachella que hacen todos los años. Había razones de logística, pero su principal preocupación era de padre: pronto iba a llevar a su hijo de vacaciones a Italia y le pareció que la excursión a un festival de música, que implicaba perderse días de escuela, era una indulgencia, un lujo de más. Downey no quería malcriar al chico. Antes de poder darle la noticia a su hijo, sin embargo -noticia que Downey sabía que no caería bien e iba a requerir firmeza-, un miembro del Equipo Downey llamó antes y reveló el secreto. Downey sintió que sus derechos como padre habían sido usurpados, y se lo hizo saber al autor de la ofensa. El jefe no está contento.

Almorzamos en una choza frente al mar en Malibú y Downey bebe un Dr. Pepper porque la gaseosa está asociada, en términos de marketing, con Iron Man 2, y él quiere ser leal a la causa. Cuando la canción "A Whiter Shade of Pale" llega desde un parlante ubicado en el techo, sacude su cabeza reflexivo y serio y me dice que ése es el tema más triste del mundo. ¿Por qué será?, se pregunta. El acertijo queda sin resolver. Rompo con el momento melancólico haciéndole la pregunta inevitable que la mayoría de los actores del calibre y estatus de Downey responden de manera afirmativa: ¿Le gustaría dirigir? La verdad que no. "¿Qué pensás que estuve haciendo los últimos cinco años?", dice.

Minutos después aprieta un botón para abrir la reja de la casa que está renovando desde hace casi un año. Tiene un jardín de estilo inmaculado e irreal, como el de un libro de cuentos. Las frutas en los árboles parecen puestas a mano, espaciadas a la perfección en las ramas perfectamente podadas. Los senderos, tan alisados y cepillados, y definidos por bordes tan claros y uniformes, parecen rutas en miniatura de un mundo de hadas. El interior de la casa no está tan pulido. A los cuartos todavía les faltan los muebles y, aunque brillan, lucen un poco austeros.

"Esta es la peor cafetera del mundo", gruñe Downey en la cocina, mientras trata de preparar un espresso con un aparato que lo hace esperar y esperar por su dosis de cafeína, y una lucecita verde en el costado se prende y se apaga, aparentemente solicitando la paciencia del usuario con un oscuro proceso interno. "De todas las opciones que había online, cómo pude haber elegido ésta, Blinkie el Rompebolas Japonés", dice Downey. Está bromeando, por supuesto, y exagerando su amargura, pero en algún punto parece genuinamente irritado. Primero, el intercomunicador inadecuado. Ahora esto. En ese momento, aparece en la puerta de la cocina el miembro del Equipo que se adelantó y le contó al hijo de Downey que no iba a ir al festival. Se lo nota avergonzado, pero Downey no lo mira aunque el empleado trata de arreglar las cosas anunciando que grabó, para disfrute de Downey como fan de las artes marciales, un especial del Ultimate Fighting Championship. El jefe no es frío ni amenazador, sólo está en otro lado, ausente, como si mantuviera una conversación telefónica inexistente.

Después de tomar el café, Downey me muestra el hermoso y expansivo terreno, parando para charlar con las cuadrillas de jardineros que están ocupados podando, apisonando y cavando. Uno de ellos le señala, de manera indirecta, que un tractor podría resultar de ayuda para sus esfuerzos, y Downey promete comprarle uno inmediatamente, luego continúa y tira: "¿Ves? Hasta de las infracciones me hago cargo". Creo que entiendo su estado de ánimo. Los eternos problemitas de ser terrateniente y respetable luego de haber sido, no hace mucho, alguien sin rumbo y de notoria mala reputación, quizá, lo estén cansando un poco. "El problema es", se ríe, "que debés tener una doble franquicia para poder costear el mantenimiento".

Mientras pasea por ese espléndido lugar del que ahora es amo y señor, Downey tiene algo de Gatsby. Está orgulloso del lugar, pero de una manera distante, como si no estuviera totalmente convencido de que es real. Me muestra el complejo de macizos corrales de madera y establos profundamente pulidos, acerca de los que continúa dudando si llenar con caballos reales. "Quizá nos volvamos una familia estilo ecuestre." Yo no la veo. No me suena a alguien que tenga la disposición del clásico jinete, o el tipo de persona que encuentre placer en desenredar crines, vaciar morrales, ajustar monturas y trotar en círculos. Pero quién sabe, ya se reinventó una vez.

En el borde del patio que mira hacia la autopista costera, finalmente, deja ver lo que la nueva casa significa para él: no una impresionante pieza inmobiliaria, sino una marca de cómo cambió su vida, de tal manera que a veces le debe resultar majestuosamente inexplicable. "Ahí es donde todo se fue abajo", dice, mirando una parte de la ruta debajo de nosotros. "Yo solía pasar con el auto y mi sensación era de desagrado, de remordimiento agrio. Ahí es donde desperdicié todo por estar enfermo. Y ahora pienso: «Uh, Dios, la patrona y yo vamos a vivir acá hasta que los nietos vengan a nuestros funerales. Vamos a quedarnos siempre acá. No nos vamos a mudar nunca. Qué loco»."

Hablando de la patrona, ya es hora, me dice Downey, de volver a la costa para la sesión de terapia que mencionó más temprano cuando contó su pataleta por el pésimo intercomunicador nuevo: "Tengo que explicarle mi reacción a mi mujer durante noventa minutos junto a un profesional".

Cuando Downey gira el Audi hacia la autopista, todos esos fastidiosos recuerdos y persistentes traumas salen de repente, de manera espontánea (una cascada cáustica, cómica y catártica de palabras, imágenes y energías que estuvieron haciendo presión en su cráneo todo el día). Emergen así de rápido, casi involuntariamente. Es 1996, el año en que todo lo alcanzó: no sólo la ley, también la justicia en un sentido más profundo. Y, según lo cuenta él, fue justo a tiempo.

"Este es el lugar histórico donde, hace años, en una Ford F-150, cuando el semáforo se puso verde, y recién salía de una interacción atroz con una de esas chicas muy tóxicas, ¿viste la clase de chicas con las que probablemente te arresten después de dieciséis horas de metérsela en la boca? La había conocido la noche anterior y habíamos ido a cenar a un restaurante. Ella se empezó a atragantar con una espina de pescado; le tuve que hacer la Heimlich. Me acuerdo de que era una noche gloriosa. Me contó que había un productor musical que la estaba espiando -cosa que no me importaba- y ella se enojó porque me drogaba. Estaba llena de límites.

"Era más o menos mediodía. Ya me sentía como para volver a mi casa en Malibú. Tengo que manejar con cuidado el auto, porque hay un arma de fuego adentro. Estoy destruido. La llevo de vuelta a la ciudad; ella se enoja porque sigo haciendo lo que siempre hago. La dejo y me voy de su casa, supongo que todavía espiado por el productor musical. Me siento bien. Me subo al auto que tiene el arma. Sólo tengo que llegar a salvo a casa, y justo cuando paso por ese lugar, piso el acelerador.

"Veo a un policía que me había parado y me había hecho el test de alcoholemia al menos dos veces en unos pocos meses. Prende las luces, me para, y había muchos delitos. Por supuesto, me sacó bajo fianza el novio de mi dealer, que trajo los 10.000 dólares en billetes chicos, de diez y veinte, y me acuerdo de que cuando volví a casa, estaba este tipo que tenía un local -su antiguo socio, Gary, era el dealer de merca más elegante del mundo, como un ingeniero de Seals and Crofts en versión alta costura-, que tenía la única merca que estaba tan buena como la que había tomado con mi papá y Jack Nicholson. Esto es lo que me acuerdo: vuelvo a casa después de todo ese lío del primer arresto, me acuerdo de que antes de todo eso había hecho una fiesta con el hijo de un famoso. Sus amigos y él vinieron en el viejo Jaguar de su papá, que iba tan rápido que los pájaros no tenían tiempo de correrse. Eran como unos tipos onda cerveza y achuras pero con plata, y yo procedí a sacar un enorme pedazo de heroína negra de uno de mis bolsillos; la apoyo en un plato de cartón, caliento una percha, hago el tubo de papel aluminio más grande de la historia, y los dejo relocos a estos tipos -cinco putos Embajadores del Miedo en mi living durante dos días- y después me agarran. Y yo sigo pensando: «Dónde quedó toda esa coca genial.». Y ahí estaba yo, necesitando anestesiarme como nunca antes. Mi mujer se había mudado; mi hijo, también. Mi vida es un puto desastre, y de repente hago la conexión neuropática y se me ocurre que la merca no puede estar en otro lugar que no sea la basura, y me meto a escarbar y ahí está, y la puta es tan pura y tan limpia y ahí estoy, en mi cocina, cocinando una piedra -nada de Vicodin, ni Valium, nada para bajar un poco, apenas un resto de Absolut Citron en la heladera-, y ahí pienso: «Esto es lo mejor que se puede estar ahora». Y me mando: «¡Bam!», triunfo del espíritu. Y acto seguido, estoy bajo custodia por dos semanas por razones aun más extrañas, y suena el teléfono y es el hijo del famoso que me dice: «Ey, loco, ¿te queda algo de ese opio?». Claro, yo le había dicho que era opio. Nunca le digas heroína, es muy tabú. Pero esta cosa, este barro mexicano directamente te agarraba de las entrañas y te rompía todo. Todos esos años de inhalar cocaína... y termino accidentalmente metido en la heroína después de haber fumado crack por primera vez. Finalmente me hizo caer. Fumando porro y fumando merca quedás indefenso. La única forma de salir de ese estado desesperado es con una intervención."

Día Dos, la autopista del Pacífico en Malibú. Así terminó. Con Downey contando la verdad -toda la verdad y nada más que la verdad, sin estar obligado por ninguna autoridad o juramento, sólo por su propio frenético y salvaje apetito por seguir perdurando y evolucionando- sobre lo que había pasado antes de que (todo) pudiera finalmente empezar de nuevo.



Inconsistencias en el manejo y distribución de la pauta oficial porteña

Por Lucas Morando
Publicado en PERFIL

“Al final Macri también tuvo un manejo kirchnerista de la pauta oficial”, se queja un legislador porteño PRO, indignado por el doble discurso del referente de su espacio político.
Es que, según un informe que circula en selectos despachos de la Legislatura con estrecha relación con el Poder Ejecutivo, el año pasado el jefe de Gobierno gastó más de $91 millones en pauta oficial diseminada en TV, radio, cable, Internet, gráfica y vía pública.
El gran ganador en el convite oficial fue el Grupo Clarín: obtuvo $ 11.800.000 para el diario y más de $ 9 millones para Canal 13, quedándose así con la partida presupuestaria más suculenta.
Una de las sorpresas fue el canal de cable de Daniel Hadad, C5N, que a pesar de tener uno de los ratings más bajos de los canales de noticias –0,94; promedio anual de 2009 según Ibope– fue el más beneficiado. Recibió $ 2.700.000, casi el doble que TN, que midió 2,61 y obtuvo $ 1.600.000.
Resalta también la necesidad del Gobierno de repartir pauta al Canal Rural ($ 350.000) o el Canal de la Música ($ 360.000) que no están, según las mediciones, entre los cincuenta canales de cable más vistos.
Tampoco se quedó afuera de ciertas inconsistencias. La revista Noticias, por ejemplo, tuvo en 2009 un promedio anual de ventas de 68.038 y recibió en todo el año sólo $51.000. La Revista XXIII, de Sergio Szpolsky, con un promedio de 8.700 ejemplares vendidos por semana (según el empresario, él vende cuatro veces más) obtuvo $ 315.000, tal como confirmaron sus propios responsables comerciales.
“La pauta debería tener una función de servicio y no propagandística”, se queja Pablo Cecchi, de Poder Ciudadano, que trabaja en un amplio informe sobre la asignación publicitaria del Gobierno porteño. “No existe un criterio en la Ciudad para distribuirla ni tampoco hay planificación”, analizó.
PERFIL llamó varias veces a Gregorio Centurión, secretario de Comunicación Social porteño, el croupier de la pauta, pero se encuentra de viaje por Europa y no pudo contestar los llamados. Tampoco lo hicieron sus funcionarios a cargo.
Si uno quisiera pensar mal de la administración de la pauta que encaró Centurión en 2009, que depende –según el organigrama oficial– directamente de Macri, podría aseverar que el jefe de Gobierno le pidió alguna ayuda para sus amigos personales. La segunda frecuencia con más pauta fue Radio Uno ($ 830.000), donde trabaja Ari Paluch, amigo personal de Macri, que ni siquiera mide su audiencia con Ibope.
Radio El Mundo es un caso paradigmático: midió 0,03 puntos en febrero de 2009 y recibió $400.000, $40.000 más que La Metro, que midió 0,94 el mismo mes. Centurión pagó $133 para llegar a cada oyente de El Mundo.
Otros casos similares podrían ser los programas de TV de Jorge Rial y de Gerardo Sofovich –íntimos del jefe comunal– que se llevaron $650.000 y $ 740.000 respectivamente, según el informe. Sus programas están entre las cinco productoras de TV “más acompañadas”, abajo de 4 Cabezas ($3 millones), Ideas del Sur ($1 millones) y ENDEMOL ($900 mil).
La publicidad oficial puede haber servido también como un escudo anticríticas. Página/12, uno de los diarios que más ataca la gestión PRO, obtuvo $ 1.500.000 con un promedio diario de ventas a mediados de junio de 16.587 ejemplares. Macri pagó más de $ 90 por cada lector de ese diario, casi tres veces lo que pagó por Clarín.
Desde 2009, una de las principales armas de divulgación macrista fueron las redes sociales, el segundo mayor gasto publicitaron en la Web. Google, Yahoo, MSN y Facebook sumaron más $ 740.000 en pauta a través de anuncios y campañas 2.0.
Otro caso llamativo es Lapoliticaonline.com, el sitio con agenda orientada a políticos y funcionarios que, según sus dueños, recibe 900.000 usuarios mensuales y que recibió $ 106.000 en pauta. Le giraron $5.000 más que un portal como Perfil.com, que tuvo en diciembre de 2009 1.452.083 usuarios únicos.
Una vez más, el criterio para administrar la pauta no es la cantidad de consumidores de un medio. La pregunta que todos deberían hacerse es qué criterio utilizó hasta ahora.

29/6/10

Que haya ratas no es Normal

Publicado en PAGINA 12

Mientras padres y estudiantes de la escuela Mariano Acosta reclaman por los problemas edilicios, los alumnos del Normal 1 denunciaron la existencia de ratas dentro del establecimiento. Luego del reclamo, la cartera educativa porteña informó que el Ministerio de Espacio Público, a cargo de Diego Santilli, “pautó para mañana” (por hoy) una nueva desratización en el edificio, ubicado en avenida Córdoba y Riobamba. El ministerio recordó que “hace 10 días se hizo una fumigación” en la escuela, pero “el problema de las ratas continuó”, por lo que se pautó un nuevo cronograma”.

28/6/10

Kevin no es Pro... Flavio tampoco

Publicado en CIUDAD 1

El cantante Kevin Johansen advirtió que no autorizó al partido para que usara su tema Candombito en la campaña Pro familia.
El spot en cuestión hace hincapié en el respeto por los lazos familiares y destaca -en el final- los "valores Pro", en defensa de la vida.
El conflicto surge porque el cantante no dio su permiso para que utilicen una canción de su autoría y destacó que "no me pidieron autorización y además no estoy de acuerdo con el contenido".
Además, Johansen señaló que iba a reunirse con representantes del sello discográfico Sony y con su abogado para analizar cuáles son los próximos pasos a seguir.
Candombito es un tema instrumental que pertenece al disco Sur o no Sur, del 2002. En la campaña, que dura sólo un minuto, utilizan la parte de introducción de la canción.
Lo mismo le sucedió a Flavio Cianciarulo, integrante de Los Fabulosos Cadillacs, quien difundió una carta en repudio del uso dado a una canción de su autoría, Vos Sabés, en el spot del PRO en contra del matrimonio y la adopción homosexual.
En el comunicado Cianciarulo explicó: "La canción habla justamente de todo lo contrario: del amor como fuerza superior sobre todos los pensamientos, las almas, por encima de todo. A favor de la libertad de los corazones. Amor sin barreras. Amor para todos. Sin exclusiones. No puede ser utilizada entonces "a favor de" o "en contra de" alguna causa".
"Por otro lado, han violado irresponsablemente un grave derecho a la propiedad intelectual al no haberme pedido el permiso correspondiente para el uso de la obra, el cual no hubiera sido otorgado bajo ningún punto de vista. Los abogados ya están tomando cartas en el asunto para que retiren urgentemente la canción de los canales de emisión públicos, o se efectuarán las demandas correspondientes", concluyó el autor.


¿Alguien sabe por qué el "señor denuncia" Ricardo Monner Sans no encuentra nada para denunciar en la ciudad de Buenos Aires?


¿Será porque su hijo Ramiro integra el gabinete del PRO?

Maradona provoca...

Conmociones

Eduardo Aliverti
Publicado en PAGINA 12

Algo flota en el ambiente político-periodístico, llamémosle. Es la sensación de que se acerca un quiebre. Lo cual en verdad ya se produjo pero, todavía, con la ausencia del que claramente es el detonante mayor. Definitivo. O eso parecería.
Desde que estalló la guerra entre el Gobierno y Clarín-sucedáneos, por vía del choque contra el movimiento campestre merced a la intrínseca relación entre éste y las grandes corporaciones mediáticas, hubo los episodios que la profundizaron. Sin mesetas. La estatización televisiva del fútbol, la ley de medios audiovisuales, la injerencia oficial en Papel Prensa. Y todo regado con abundancia por un clima de etapa (aún es pronto para hablar de “época”, como palabra merecedora de respeto mayor), que permitió sumar medios y programas confrontadores de la prensa hegemónica. Pero no desde un lugar de análisis semiológico-elitista, que los hubo siempre junto a los muy escasos que ejercían la “resistencia”, sino a partir de topetazos directos. Ciertos productos o comentarios podrán aparecer como radicalizados en extremo, respecto de su bajada de línea oficialista; aunque tal vez no sea tanto eso como el hecho de haber habilitado el marcaje, puntual, de los negocios y operaciones que protagonizan los emporios de prensa. Y en todo caso, no son más belicosos que la brutalidad discursiva de órganos y colegas capaces de arroparse en la objetividad; así se trate de una defensa, obscena, de sus/los intereses patronales. Lo cierto es que esa frontalidad desenfadada atrajo la atención de considerables franjas sociales, capaces de encontrar en ese ¿desparpajo? la posibilidad de no sentirse tan marcianas políticamente. ¿Cómo se explica, si no, el acuse de recibo de los tan ofendidos medios tradicionales? ¿Desde cuándo reaccionan así, mentando acometidas totalitarias contra el periodismo? Hasta ayer nomás, simplemente ignoraban a sus pocos críticos. Hoy, semejan asustados. Digamos que con sentimientos muy culposos. Algo les pasa porque algo novedoso ocurre.
Volvamos a aquello del detonante. Desde hace unas semanas, la irritación mediática alcanzó niveles desconocidos con, tal vez, la única salvedad de los picos cuando el debate por la ley de medios. Pero entonces había ese vector de obviedad escandalosa. En cambio, lo que viene sucediendo a partir de la interna del radicalismo bonaerense –elevada a status de noticia casi excluyente– es impresionante. Los movimientos de la oposición alcanzan una difusión descomedida. Nadie pretende indiferencia. Al fin y al cabo, ya se vive la desembocadura electoral de 2011. Empero, nadie tampoco debería creer que esa amplificación es inocente; y mucho menos al quedar empalmada con la sacudida que provocó el festejo masivo por el Bicentenario. Bien que a enormes regañadientes, los medios y figuras opositores tomaron nota de que algo no andaba bien en la “medición” de la realidad que esparcen o perciben. En un primer momento, el único palenque al que ir a rascarse fue el acrecentamiento de la imagen del hijo de Alfonsín y, de inmediato, potenciar la foto de la derecha peronista unida. No fue suficiente para fijar la agenda pública alrededor de esas construcciones porque, entre otros motivos, lo impidió la propia dinámica de los egos en esos espacios. Sobrevinieron el aval de los supremos a la ley de medios y el levantamiento del corte en Gualeguaychú. El fallo tribunalicio, como ya se comentó en esta columna, mostró una reacción cautelosa de los grupos multimediáticos, contestes de que la atmósfera pública y el prestigio de la Corte no daban para continuar descerrajando bronca sin más ni más. Y la esperanza blanca de represión a los asambleístas entrerrianos se frustró. Lo que quedaba para agitar provino de una noticia inesperada, producto de esos arrebatos que el kirchnerismo sirve en bandeja. Fue la renuncia de Taiana, auspiciosa para el apetito opositor. Y con ella la reactivación del affaire real, inventado o potenciado de los negocios con Venezuela.
Pero claro: una cosa es tomarse de algún episodio, enmarcado en las zonas entre grises y oscuras que oferta el oficialismo; y otra el grado de obsesión ya enfermiza con que los medios del grupo Clarín, en particular, despliegan información en su torno como si, junto con los avatares de la inseguridad urbana, fuesen virtualmente las únicas noticias relevantes. Vale aclarar, vista la susceptibilidad existente, que no estamos hablando de cuestionar el papel significativo que debe ejercer el periodismo de investigación o denuncia, aun cuando provenga de intereses políticos precisos. Todo gobierno democrático está obligado a dar cuenta de sus actos y a responder por los ilícitos que se le imputen, mientras emanen del rigor profesional. Y desde ya que las acusaciones sobre el entramado con Caracas entrarían en esa misma bolsa. El tema es lo evidente de que esa obcecación monotemática ya obedece a una lógica de periodismo de combate, con el pequeño detalle de ser, en consecuencia, idéntico método persecutorio que el endilgado al oficialismo. Porque además, la agudización de este proceder se dio en una semana que registró dos hechos de una notabilidad superior. Uno fue, nada menos, la salida del default en que el país estaba sumergido desde comienzos de siglo, y por la que tanto exigieron quienes ahora despacharon la noticia a lejanos rincones. Y el otro reveló una indiferencia más insólita que curiosa: la Cámara de Diputados dio media sanción al proyecto que limita los superpoderes del Ejecutivo para reasignar partidas de dinero extraordinarias. En buen romance, le serruchó una parte sustantiva del manejo de la caja, aunque falta la dudosa aprobación del Senado. Una muy alta fuente gubernamental, citada por este diario, reveló que el caso Sadous no genera ninguna inquietud si se lo compara con el impacto de esa decisión parlamentaria. La paradoja es muy didáctica, porque el ensimismamiento periodístico opositor con la presunta “embajada paralela” le impidió advertir que la preocupación oficialista pasaba bien por otro lado. En otros términos, la ceguera por zarandear al Gobierno cruza el límite de hacerles perder de vista algunos elementos que podrían beneficiarlos mucho mejor.
Es imposible no relacionar estas desmesuras con la inminencia del dictamen judicial que determinará si Marcela y Felipe Noble son hijos de desaparecidos. Es llamativo que Clarín no haya desmentido que su directora ya no está en el país. Lo es también que el mandamás del grupo, Héctor Magnetto, haya puesto su firma, en la edición del viernes pasado, para refutar los durísimos epítetos que le dispensó Kirchner. No hay certeza absoluta sobre lo que establecerá la inspección genética. E incluso, si se comprobara la falta de parentesco con secuestrados en la dictadura, no variaría que las irregularidades en la adopción fueron oprobiosas. Sí cambiaría el impacto. Pero por lo pronto y como sea, está claro que hay gente muy nerviosa.
Y que ese es el contexto y la referencia específica, para interpretar la conmocionante instancia que vive el periodismo argentino.

25/6/10

Arquitecto Mario Roberto Álvarez

Responsable del diseño del edificio del Teatro General San Martín de Buenos Aires que, inaugurado en 1960, se cuenta entre uno de los mejores ejemplos de la escuela racionalista. En ocasión del 50º aniversario del Teatro, la revista le hizo una entrevista a este verdadero prócer quien, pronto a cumplir 95 pirulos, muestra una notable lucidez.
 
 
 

24/6/10

Barcelona o la muerte

De un suburbio de Dakar parten hacia Europa unas frágiles piraguas, el símbolo de un combate y de un pueblo: el de los pescadores a los que la globalización priva de ganarse su sustento y los empuja a trabajar en el peligroso transporte de clandestinos a España. El país no puede ofrecerles un futuro a sus jóvenes. En cada familia, hay alguien que sueña con marcharse, a cualquier precio, para probar el paso a “Barcelona”, una expresión sinónimo de toda Europa entera. “El narrador y sus allegados o sus camaradas de aventura (se trata de construir una piragua y navegar desde Senegal hasta las Islas Canarias) aparecen, a lo largo del tiempo que pasa y de la empresa que avanza, como portadores de ficción, a la vez colectiva –utopía– y personal -sueño-. Por muy documental que sea y siga siendo, este cine nos hace entrar de la misma manera que una ficción ‘en la piel’ de los personajes, en su palabra y en su pensamiento” (Jean-Louis Comolli)

Barcelona ou la mort
(Francia, 2007) Dirección: Idrissa Guiro


23/6/10

Una angustia vital sin respuesta

Por Calixto Bieito
Director teatral español

La vida es sueño es un cuento filosófico que, en sus más de tres mil versos, desgrana la incertidumbre y la fragilidad de la condición humana. Me apasiona su profundo enfrentamiento entre la duda y la necesidad de creer, entre la alucinación y la realidad. Y como en un cuento, o en un sueño, parece imposible que contenga tantas cosas.

Ciertamente, La vida es sueño está llena de imágenes que avasallan al espectador, maravillándole a través de la palabra hablada en boca del actor. El actor del Barroco hablaba directamente con su público, lo increpaba, lo emocionaba, lo hacía cómplice de su gran aventura. Si el actor del Barroco no tuvo acceso al tan cacareado método de Stanislavski, ¿por qué no volver a los orígenes hedonísticos, lúdicos e interactivos del teatro de Calderón y de todo el teatro del Siglo de Oro español?

Sí, Calderón era un hombre de su tiempo. Por eso Segismundo está perdido y asustado en medio de la oscuridad y, cuando de repente es sorprendido y encegado por el gran espejo del universo, su victoria consiste en vencerse a sí mismo; es decir, volverse desconfiado, temeroso y pragmático.

Alguien me preguntó qué tenía en común el hombre del Barroco con el hombre del nuevo milenio quien, con sólo apretar un botón, tiene acceso a toda la información imaginable. Yo diría que en una época tan indiferente como la nuestra, en la que nada parece cierto y todo está permitido, en la que todo puede ser verdad o mentira, Segismundo es el reflejo del hombre moderno, escéptico y crédulo al mismo tiempo; un hombre que ejerce su libertad autolimitándose, porque todavía duda. Y esta duda la vive como una angustia vital sin respuesta.

22/6/10

Argentina 2 - Grecia 0

Deben ser los gorilas, deben ser

Por Pablo Llonto
Publicado en revista UN CAÑO

Basta pronunciar el nombre de Maradona, aguardar unos segundos y, en un instante, se podrá comprobar de qué lado del país se encuentra el interlocutor.
Estamos lejos de aquel momento de proclamas unánimes, cuando todos decíamos que Dios era argentino y vestía una camiseta celeste y blanca con un tierno diez en la espalda. Hoy, los mortales de estas tierras se dividen, como en los cincuenta, entre gorilas y maradonianos.
El nuevo gorila del siglo XXI, sórdido y estrafalario, tiene afectos campestres. Entre los chanchos y los cardos, sintoniza temprano a Magdalena Ruiz Guiñazú en Radio Continental. Luego cambia de emisora y lee los editoriales de La Nación o se entristece con las malas noticias de la revista Noticias. De sus gustos futbolísiticos se sabe poco: a veces se reconoce hincha de Boca, o mejor dicho plateísta de Boca; es admirador de Los Pumas, y es imposible que por el servicio Premium de su Direct TV observe algún encuentro del ascenso.
Se molestó, y bastante, cuando Diego hizo una precisa mención de hacia donde debía dirigir sus labios el periodista Passman. En apretada síntesis, odia al Gobierno, odia a los piqueteros, odia a Chávez y odia a Maradona.
Indudablemente, el nuevo gorila quedó horrorizado cuando Maradona formó parte del acto en que Cristina terminaba con el monopolio del fútbol. Momento, advierto un error: en el lenguaje de estos hombres y mujeres (porque las gorilas son mayoría, valdría acotar), el nombre de Cristina no existe. Ha sido reemplazado por “la yegua”. Entonces, cuando “la yegua” estaba al lado del Diego, los gorilas le juraron al Diez muerte occidental y católica. Se sintieron como Arnaldo Pérez Manija, la notable creación de Capusotto en Hasta Cuándo y faltó que gritasen “¡señor Maradona, renuncie! ¡Señor Maradona, montonero!”.
El próximo destino de esta gente, tan peluda y tan paqueta, es un junio con las maldiciones en la carne. Gritarán para que Maradona pierda, se enferme o se desnuque al bajar una escalera en Pretoria. Por ende, sus tres deseos al apagar las velitas son: que la Selección fracase, que si pasa de ronda le toque Brasil, o que en la final la mano de Blatter la condene con un árbitro que tenga las mimas deficiencias que Codesal en 1990.
Por estos días leen con mucha atención los editoriales de Clarín y esperan que Wiñazky le escriba a Roa un editorial reflexivo que arroje la siguiente conclusión: “el país no puede seguir rumbo al chavismo futbolístico”.
¿Y qué hay de los maradonianos? Pues que andan también intolerantes. Acuden a todas las macumbas posibles para lograr que los enemigos de Diego sufran algún trastorno tan malo como el que le desean a Cobos. A diferencia de la unidad gorila, hay maradonianos de diversos clanes. La primera mayoría, por llamarla de alguna manera, se proclama peronista. Esencialmente frentevictoriana.
Un dato menor, y medianamente comprobable, los lleva a pensar que el Diego pertenece a la izquierda peronista. Se trata de la observación de los tatuajes que aún habitan la epidermis más idolatrada.
Allí están los rostros del Che Guevara y de Fidel, como para que nadie dude.
Poco saben del peronismo de Maradona. Quizás guarden en sus memorias la imagen soñada, de abril de 2008, cuando Diego se afilió al PJ. O el terapéutico recuerdo de que alguna vez leyeron que Don Diego, el padre, era peronista. Todo ello les alcanza para creer que el mejor regalo para el Bicentenario, para los pueblos morochos y para la Rosada será verlo nuevamente con la misma Copa, la misma sonrisa, pero esta vez con una recepción en la casa Rosada junto al matrimonio K.
Las segundas y terceras y cuartas minorías argumentan muy seguido sentencias revolucionarias. Son algo así como adeptos, nada fanáticos, de algunas medidas presidenciales. Miraron con cierta simpatía los festejos del Bicentenario y ahora aguardan que una Selección que tiene a un líder histórico, anti Clarín, anti Videla y anti Torneos y Competencias, brinde alegría a un pueblo que debe ponerle freno al avance derechoso del trío Iglesia, campo y banqueros.
Los gorilas y los maradonianos se repartirán asimétricamente cuando se inicien las transmisiones desde los estadios sudafricanos. La línea divisoria pondrá de este lado a muchos más de los que somos.
En los bares, en las pantallas gigantes y hasta en los sillones de los domicilios particulares de miles de argentinos se podrá ver a las dos facciones, disimuladamente abrazadas. Y si bien es cierto que Mecí obrará como “prenda de unidad”, no podemos dejar de advertir que el gorilismo resuelve, en estos momentos y sobre un papel, cuál será el afiche anti-K y anti-Maradona que manos anónimas pegarán el 13 de julio.
Probablemente, durante el Mundial los gorilas sufran ciertos retorcijones en el estómago. En especial cuando observen tribunas negras, de mayorías negras. Tendrán siempre el mal chiste a mano.
Probablemente, durante el Mundial, los maradonianos, agrupados en sus diversas etnias, intentarán corear el “Diegooooo / Diegooooo” que sepulte cualquier predisposición opositora de esos días.
Los primeros, qué duda cabe, esperan más la derrota de Diego Armando que la derrota celeste y blanca. Verlo a Diego llorando será para ellos el fin de uno de los símbolos de un Gobierno al que consideran montonero, setentista y maradoniano. Ya hay murmullos en las sentenciosas cabezas de Lilita Carrió, Gil Lavedra, Cletísimo Cobos y un tal Ernesto Sanz, cuyas noches transcurren en la búsqueda de una originalidad para cuando les pongan el micrófono. Si una Sanz fue capaz de predicar que la Asignación por Hijo se iba en “bingo y paco”, también lo podrá ser para plagiar slogans merecedores de un almirante: “nos fue mal por culpa de este negro villero”.
Los sueños de los otros, en cambio, incluyen la sabrosa imagen de ver sobre las multitudes a un personaje que ya alzó la Copa, alzarla de nuevo.
A ese sueño le agregamos una revancha, un dato sencillo de la realidad que define nuestra forma de ver la historia por medio de sus hechos simples: otra vez el héroe será argentino y será barbado.

La última opereta de Clarín

Esta nota, publicada alevosamente sin firma en Clarín el pasado domingo 20 de junio, hay que leerla a la luz del cinismo del monopolio, que pide la democratización de la información concentando un poder enorme.
Una nota pobre, sin firma. Una operación propia de la desesperación.
Parece que el multimedios está cada vez más nervioso, y ha caído irremediablemente en la banalización para conservar su situación dominante.
Prueba de ello es el ataque vergonzoso a Víctor Hugo Morales, un periodista tan querido como respetado, que ha enfrentado desde siempre al monopolio. Situándolo en un lugar de poder que el priofesional no tiene más que por su propia credibilidad, muestra a las claras que ya no saben cómo defenderse.

Artículo sin firma
Publicado en CLARIN

El kirchnerismo no cree en la prensa. Cree en la prensa kirchnerista, que no es lo mismo. Y lo que no esté encuadrado en el estrecho límite de esa definición política, merece el desprecio y, de ser posible, el ataque y la condena . Es una concepción del periodismo que reconoce en el país antecedentes amargos.
El Gobierno, que no reconoce realidades que le disgustan, trata de construir una realidad virtual para la gente.
Y lo hace usufructuando recursos públicos : utiliza los medios del Estado como si fueran propios y el dinero de los ciudadanos para financiar diarios, revistas, programas de radio y de TV, productoras de contenidos y sitios de Internet y blogs adictos. El mensaje se articula en forma permanente con las necesidades del Gobierno y con los discursos de sus principales dirigentes, que parecen fijar un libreto previo respetado con rigurosa fidelidad por la prensa obediente.
En tiempos democráticos jamás se había usado toda la potencia del aparato estatal y paraestatal operando en conjunto como propaganda y para acallar a la vez voces disidentes . Es una estructura gigantesca de medios que se ensancha y dispersa difamaciones para opositores y periodistas críticos.
El pasado 7 de junio, en lo que se pensaba eran las vísperas del fallo de la Corte sobre la Ley de Medios que se dictó una semana después, la agencia oficial Télam despachó un cable en el que el titular de la Autoridad Federal de Medios, Gabriel Mariotto, presionó al Tribunal para que adelantara su sentencia: “Estamos esperando con mucha ansiedad el fallo”, dijo desde Mendoza. Al día siguiente, el diario “Tiempo Argentino”, propiedad del empresario Sergio Szpolski, volvió a presionar a los jueces : “La Corte tiene todo listo para liberar la aplicación de la Ley de Medios”, se leía en la página 3. Y a modo de descarada insinuación hacia la Corte, el articulista afirmaba: “Dentro del máximo tribunal se especuló con la posibilidad de anunciar el fallo esta misma tarde (…)”. Ese mismo día el ex presidente Néstor Kirchner reiteraba casi con las mismas palabras de Mariotto que “esperamos con ansiedad” el fallo.
La presión sobre la Corte se había desatado días antes . En mayo, un semanario kirchnerista celebró su segundo aniversario con “Una mesa debate por la Ley de Medios”, según tituló el diario gratuito “El Argentino”, perteneciente también a Szpolski. La nota estaba ilustrada por una foto del panel: Eduardo Anguita, director del semanario homenajeado, “Miradas al Sur”; la directora de Radio Nacional, María Seoane; el diputado Martín Sabatella, que trabaja para el kirchnerismo y, extrañamente, el juez de la Corte Eugenio Zaffaroni, quien se supone estaba analizando por esos días su fallo sobre la ley que era motivo de debate. Luego, el 1 de junio, el flamante diario kirchnerista “Tiempo…” anunció, casi palabra por palabra , el dictamen del Procurador General de la Nación, Esteban Righi, favorable a la apelación a la ley de medios.
Operaciones de prensa así son cosa de todos los días. En el programa “6, 7, 8”, que se emite por la emisora oficial Canal 7, sus panelistas hilvanaron a su antojo las críticas a la Presidente por su falta de decisión en poner fin al corte del puente internacional en Gualeguaychú, con “un deseo de los grandes medios de que el Gobierno reprima” . No vacilaron en caer en el disparate de señalar que “buena parte del periodismo necesita una hecatombe para ver si se cae otro gobierno democrático y la Ley de Medios no se sanciona”.
El terrorismo verbal con el que el kirchnerismo necesita reescribir la historia que no alcanza a protagonizar, lleva a que la prensa oficial adopte los mismos métodos y lenguaje que, afirma, emplean los medios a los que critica.
Para condenar a lo que llama “monopolios mediáticos”, el kirchnerismo armó otro monopolio con el que usa y premia a empresarios y periodistas adictos , que renuncian al mandato de informar objetivamente. Y pese a todo el dinero que recibe, mantiene un nivel bajísimo de aceptación ciudadana . En 2009, el grupo de medios de Szpolski concentró, con 42,6 millones de pesos, el 19,3 por ciento de toda la pauta que el Estado distribuyó entre los medios gráficos. No se cuenta en ese porcentaje los avisos pautados en “Tiempo Argentino”, una especie de “6, 7, 8” gráfico que al momento del análisis no había salido a la calle.
Canal 7 fue la plataforma de lanzamiento de “Tiempo” con varios spots publicitarios al día, seguidos, a otras horas, por otra publicidad del grupo Szpolski, la revista XXIII. A principios de 2007, Szpolski compró el diario “Infobae” a Daniel Hadad, de quien era socio minoritario desde 2004. Lo rebautizó “BAE -Buenos Aires Económico”. En 2006, “BAE”, que tenía un promedio de tirada diaria de 2.035 ejemplares, recibió 1,18 millones de pesos en pauta publicitaria estatal, que se incrementó a 3,96 millones en 2007, a 4,73 millones al año siguiente y a 6,08 millones en 2009. En ese mismo lapso, el diario “Crítica de la Argentina”, con una postura editorial distinta, recibía 2 millones de pesos, pese a que cuadruplicaba con 9.300 ejemplares la tirada de BAE .
El diario “Página 12”, que asumió un kirchnerismo explícito, recibió en 2009 como pauta publicitaria estatal 42,6 millones de pesos , para una tirada de 12.800 ejemplares diarios. En ese lapso, Clarín recibió 40,3 millones de pesos (348.700 ejemplares diarios) y La Nación 18,6 millones (150.900 ejemplares por día).
En los programas de televisión de militancia kirchnerista también se aplican los mismos métodos que, según afirman sus conductores, emplean otros medios y que el kirchnerismo critica con fervor . En especial en “6, 7, 8”, “Duro de domar” y “TVR”, producidos por el empresario Diego Gvirtz. En los tres programas se hace gala de un “pluralismo” y una multiplicidad de pensamientos que cuesta ver plasmados en las emisiones de los tres programas: en ninguno de ellos se ha visto o escuchado nunca la voz de un opositor al Gobierno o una crítica a la gestión de la Presidenta.
“El programa se orientó hacia una radicalización que no comparto. Yo tengo una manera de analizar la realidad que integra e involucra dudas. Y en ‘6, 7, 8’ no había mucho lugar para dudar”, reveló a la revista “Noticias” María Julia Oliván, conductora del programa hasta que decidió abandonar: “Lo discutía con Gvirtz: en Clarín salen oficialistas, pero a ‘6, 7, 8’ no van opositores . No me parecía justo. (…) No coincido con que los periodistas son todos títeres de los medios, porque eso me haría un títere también”.
Al menos cuatro panelistas del programa “Duro de domar” tuvieron problemas por no enfocar al pie de la letra los deseos de la producción, que los invita a decir “lo que piensan”, pero adopta medidas drásticas cuando eso sucede. “Siempre cumplí con la productora. Cuando me contrataron, me dijeron que no iba a tener una bajada de línea editorial. Gvirtz me incentivaba a opinar y ahora no entiendo por qué me saca ”, dijo a la revista “Noticias” Jazmín de Grazia, que sospecha fue expulsada del programa que conduce Daniel Tognetti por haberse enfrentado al jefe del Gabinete , Aníbal Fernández, a cargo ahora del reparto de los millones de la publicidad oficial.
En los programas de la prensa adicta la oposición es ridiculizada, humillada, agredida bajo la pátina de un humor dudoso y sin que tengan una mínima posibilidad de ejercer su defensa.
En vísperas del Mundial de Fútbol de Sudáfrica, la particular visión del periodismo que tiene el kirchnerismo quedó patentizada en los programas de televisión afines al Gobierno. En “6, 7, 8” se dijo que había dos sectores del periodismo: uno era el que estaba “junto a Fútbol para todos”; el otro, el resto de la prensa argentina. Los miembros del panel teorizaron sobre la idea de que hay un sector de la prensa que aspira a que el seleccionado argentino pierda en Sudáfrica, “porque si gana la selección, gana Kirchner” . La posta fue rápidamente recogida por Tognetti, que cargó contra algunas críticas de la prensa hacia los jugadores de Maradona, para acusar “al monopolio Clarín” de ir contra la Selección.
El escándalo desatado por los “barrabravas” en Sudáfrica, incluidos los violentos enviados por el kirchnerismo y que fueron deportados de ese país, desató en la prensa adicta una visión piadosa sobre el drama de la violencia en el fútbol. En un país en el que, a causa de la violencia, el público común casi no puede ir a las canchas, el papelón de los “barrabravas” en Sudáfrica fue minimizado por la prensa kirchnerista .
La segunda banalización del drama quedó en manos del relator deportivo Víctor Hugo Morales, devenido en locutor oficial, que afirmó que siempre hubo barras bravas y que si ahora se denuncia es “porque mafiosos periodistas” habían dejado de “proteger” al titular de la AFA, Julio Grondona.
El pasado domingo, la conducción de “6, 7, 8” cerró el programa con un untuoso elogio mutuo entre los tres programas de la productora de Gvirtz. Dijo el conductor, en referencia a “6, 7, 8”, a “Duro de domar” y a “TVR”: “El tanque (sonrisas) saluda a los tanquecitos”. Toda una alegoría militarista que define a quienes la emplean.
Tan grave como esta concentración de medios oficiales es la metodología del escrache contra la prensa . Y la inacción oficial ante esos ataques, cuando no la justificación indirecta: el propio Mariotto los asoció a la “libertad de expresión”. No hace falta explicar que es exactamente al revés: si hay algo que buscan es bloquear la palabra de los periodistas.
Son todos actos inadmisibles bajo cualquier gobierno democrático, como el simulacro de enjuiciamiento público en la plaza de Mayo. La falta de condena del Gobierno a las agresiones dice mucho sobre lo que piensa. A fines de marzo fue atacada en Caleta Olivia la periodista Adela Gómez, a quien le incendiaron su auto como advertencia . Todavía el Gobierno no se enteró.

Todo queda en familia

Publicado en PAGINA 12

En 2007, el mismo día en que su hijo Mauricio Macri lanzaba su candidatura a jefe de Gobierno porteño, Franco anunció que dos de las “joyas” del grupo cambiarían de manos, aunque siempre dentro de la familia. La empresa constructora Iecsa y la desarrolladora inmobiliaria Creaurban fueron adquiridas por Angelo Calcaterra, el hijo de María Pía Macri, hermana del patriarca de uno de los grupos económicos que se consolidaron como contratistas del Estado tanto en dictadura como en democracia.
Calcaterra se había desempeñado durante seis años como gerente general de Sideco, la nave insignia del Grupo Macri. Esa expertise terminó de convencer a Macri de la conveniencia de cerrar el negocio con su sobrino y agilizar los trámites de conformación de la nueva sociedad.
La constructora –ya sin el apellido Macri en el directorio– se asoció a la italiana Ghella y avanzó en negocios con el gobierno porteño. La canalización del arroyo Maldonado es una de las obras millonarias que ya recibieron cuestionamientos de la Legislatura. Pero Calcaterra está lejos de agotarse en los contratos con la Ciudad: fue la empresa que remodeló la Casa Rosada al término del mandato de Néstor Kirchner, aportó a la campaña presidencial de Cristina Fernández y participa en obras públicas en distintas provincias, así como empezó a sondear la posibilidad de construir centrales termoeléctricas en Venezuela.

19/6/10

Israel recibe apoyo aéreo saudí para atacar Irán


Publicado en THE TIMES

Arabia Saudí desactivó su sistema de defensa aérea para realizar ensayos destinados a permitir que bombarderos israelíes sobrevuelen su territorio para alcanzar blancos en Irán, indicó el diario The Times este sábado.
Las autoridades saudíes autorizaron a Israel a utilizar un corredor estrecho de su espacio aéreo en el norte del país que le permitiría llegar a Irán más rápidamente, afirma este diano británico, citando a fuentes militares en el Golfo.
Para permitir que los aviones israelíes pasen sin problemas, Riad efectuó ensayos para asegurarse de que sus propios aviones de combate no despeguen y derriben un avión israelí en caso de alerta.
"Los saudíes autorizaron a los israelíes a sobrevolar (el país) mientras miran a otro lado", dijo una fuente militar estadounidense en esa zona, citada por este periódico. "Ya efectuaron tests para asegurarse de que sus propios aviones de combate no sean movilizados y que nadie sea derribado. Se hizo con el acuerdo del Departamento de Estado" norteamericano, precisó esta fuente.
A pesar de que Arabia Saudí tiene relaciones tensas con Israel, considera que Irán es una amenaza regional y teme, al igual que los israelíes, los progresos del programa nuclear iraní.
El Consejo de Seguridad de la ONU adoptó el miércoles una cuarta serie de sanciones contra Irán desde 2006, debido a su negativa de poner fin a su programa nuclear. Israel y los países occidentales sospechan de que Irán trata de dotarse del arma atómica con la excusa de su programa civil, aunque las autoridades iraníes lo desmienten.
Los blancos más probables de un eventual ataque aéreo israelí en Irán podrían ser las plantas de enriquecimiento de uranio de Natanz y Qom (centro), la fábrica de conversión de Ispahan (centro) y el reactor de agua pesada de Arak (oeste), según The Times.

18/6/10

El día que Ben Stiller se puso amargo

Por Geoffrey Macnab
Publicado en THE INDEPENDENT (Gran Bretaña)

Es irónico que Greenberg, la nueva película de Noah Baumbach, llegue a los cines a tan poco tiempo de la muerte de Dennis Hopper. El cine de fines de los ’60 y comienzos de los ’70 –con Hopper, Peter Fonda, Hal Ashby y Bob Rafelson en la vanguardia– estuvo lleno de historias de antihéroes descontentos, irritados por la hipocresía y mala fe de la generación de sus padres. A primera vista, Roger Greenberg (Ben Stiller), el resentido protagonista del film de Baumbach, no parece muy diferente de personajes como los que Jack Nicholson solía encarnar en películas como Mi vida es mi vida y El último deber. Greenberg está enojado con el rumbo que tomó su vida. Oriundo de la Costa Este, se muestra desdeñoso ante el mundo que encuentra en Los Angeles cuando se traslada allí como casero de su hermano. Como Nicholson en Mi vida es mi vida, es un tipo combustible: la más pequeña provocación lo puede empujar a la furia.
De todos modos, el film de Baumbach es una medida de cuánto han cambiado las cosas desde Busco mi destino. La rebeldía dejó paso a la apatía y el aburrimiento. La mirada de los cineastas se volvió a su interior. Hay una cualidad derrotista en Roger Greenberg que nunca tuvieron los alienados outsiders de Rafelson y Dennis Hopper. Como su contemporáneo y amigo Wes Anderson (con quien coescribió el guión de Fantastic Mr. Fox), Baumbach busca más la sátira que la insurrección. Realiza dramas sobre la clase media muy íntimos, burlones y de alto poder de observación. Greenberg es uno de varios films recientes que hacen una disección de la vida familiar americana. Es un subgénero que parecía reservado al cine europeo: el estadounidense no tenía cineastas como Mike Leigh o Ingmar Bergman, desmenuzando la cotidianidad de la vida doméstica o explorando el desconcierto social. Cuando Hollywood hizo películas sobre matrimonios infelices (como ¿Quién le teme a Virginia Woolf?), los esposos se enfrentaban como boxeadores de peso pesado. Los melodramas familiares como Lo mejor de nuestra vida o La fuerza del cariño se realizaban en una escala épica. No prestaban atención a los pequeños tics del comportamiento que un director como Leigh podía rastrear y representar.
En la era del cine indie estadounidense hubo muchas más películas preparadas para mirar el bajo vientre de la vida familiar. Rachel Getting Married de Jonathan Demme, Margot at the Wedding de Baumbach, Los excéntricos Tenembaums de Anderson, Junebug de Phil Morrison y los llamados “mumblecore” como Beeswax (Andrew Bujalski) están entre los títulos que se concentraron en los aspectos más crudos y contradictorios de la vida familiar. Tienen en común su intención de retratar la frustración y el desaliento. Los personajes suelen ser inseguros o llanamente odiosos, pero los directores no los juzgan. Su heroísmo, si es que puede definirse como tal, consiste en seguir adelante.
Baumbach está muy bien relacionado. Su madre es la ex crítica de cine del Village Voice Georgia Brown. Su padre es el novelista Jonathan Baumbach. Está casado con Jennifer Jason Leigh, que aparece en Greenberg. Escribe columnas humorísticas en The New Yorker y ha contribuido con Saturday Night Live. Ben Stiller es uno de sus mejores amigos. LCD Soundsystem escribe sus bandas de sonido. Dado su historial, a los detractores les costó tomarse en serio sus películas sobre la angustia hogareña. “Uno mira el trabajo de Noah Baumbach y sabe que es un estúpido”, dijo un crítico neoyorquino. Del mismo modo, la estudiada peculiaridad de Anderson molestó a varios críticos de cine, que cuestionaron cómo un director tan despreocupado podía retratar las tensiones entre familiares o el trauma de las privaciones. Las referencias a JD Salinger (en Los excéntricos...) o las películas de Satyajit Ray (en Viaje a Darjeeling) pueden parecer gratuitamente autoconscientes.
En ambos directores, el humor puede desarmar al espectador. El público que hace tiempo busca al nuevo Woody Allen no está muy seguro de cómo tomar los films de Anderson y Baumbach. En un nivel, los dos cineastas pueden parecer versiones contemporáneas de Allen. Tienen su encanto para la comedia observacional y los one-liners. Son de un entorno cultural similar. Al ver Greenberg, con sus apuntes irónicos sobre la vida en Los Angeles, es fácil recordar los oblicuos comentarios de Allen sobre la Costa Oeste en Dos extraños amantes. Florence (Greta Gerwig) tiene cierto despiste que suele encontrarse en las heroínas de Woody.
Las películas de Baumbach se han vuelto progresivamente agrias. Historias de familia, de 2005, era sobre el divorcio, pero lidiaba con el tema en un estilo muy gracioso. El galante novelista de Jeff Daniels era una creación cómica memorable: una hirsuta, arrogante pero encantadoramente ridícula figura con la que era imposible enojarse, por más ruin que fuera su trato hacia esposa e hijos. Las bufonadas de los padres se presentaban desde el punto de vista de sus hijos adolescentes, que los miraban con cierta ingenuidad. Margot at the Wedding (2007) tenía un gusto más amargo. Nicole Kidman era una escritora exitosa que asistía al casamiento de su enajenada hermana (Jennifer Jason Leigh) con un desempleado aspirante a músico (Jack Black). Baumbach acentúa el asco mutuo de las hermanas. Kidman nunca asumió un rol menos empático que la malvada Margot. Jack Black, normalmente una presencia atrayente y querible, se ve necesitado y patético como muy pocas veces en pantalla.
Del mismo modo, en Greenberg, Baumbach empuja la tolerancia del público hacia sus personajes a un punto de ruptura. Stiller es realmente odioso. La gente está tan acostumbrada a verlo en roles cómicos que desea que le caiga bien: se queda esperando las líneas de remate, los momentos cómicos de redención que nunca llegan. El cine europeo está más acostumbrado a los dramas familiares con altísimos niveles de viciosidad. En películas de Ingmar Bergman, de Escenas de la vida conyugal (1973) a Saraband (2003), hay momentos en los que los beligerantes esposos, padres o hijos se tratan unos a otros con extrema brutalidad, en la que hay influencia de inseguridades sexuales o emocionales. No hay nada tan extremo en Greenberg, pero aún así sorprende que una película protagonizada por Ben Stiller tenga un tono tan helado. Hay algo de humor, pero invariablemente tiene que ver con el malentendido y el desconcierto. Sirve como ejemplo la insoportable escena sexual en la que Florence parece totalmente desinteresada en los intentos de Greenberg por calentarla.
Ni Margot at the Wedding ni Greenberg consiguieron grandes cifras de recaudación en EE.UU., tampoco Junebug y Beeswax. Hay una autoconciencia y un estilo introspectivo que no existía una generación atrás, cuando los cineastas creían que podían dominar al sistema de Hollywood. De todos modos, estas películas tienen una honestidad emocional que no suele hallarse en las comedias y melodramas románticos estadounidenses. Y desafían a las audiencias a tener compasión por los extraños, truculentos personajes cuyas historias Hollywood nunca parece tener interés en contar.



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