31/8/10

“Soy una especie de resucitado”

Entrevista con Fidel Castro
Por Carmen Lira Saade
Desde La Habana
Publicado en LA JORNADA (México)

Estuvo cuatro años debatiéndose entre la vida y la muerte. En un entrar y salir del quirófano, entubado, recibiendo alimentos a través de venas y catéteres y con pérdidas frecuentes del conocimiento...
“Mi enfermedad no es ningún secreto de Estado”, habría dicho poco antes de que ésta hiciera crisis y lo obligara a “hacer lo que tenía que hacer”: delegar sus funciones como presidente del Consejo de Estado y, consecuentemente, como comandante en jefe de las fuerzas armadas de Cuba.
“No puedo seguir más”, admitió entonces –según revela en ésta, su primera entrevista con un medio impreso extranjero desde entonces–. Hizo el traspaso del mando y se entregó a los médicos.
La conmoción sacudió a la nación entera, a los amigos de otras partes; hizo abrigar esperanzas revanchistas a sus detractores y puso en estado de alerta al poderoso vecino del Norte. Era el 31 de julio de 2006 cuando se dio a conocer, de manera oficial, la carta de renuncia del máximo líder de la Revolución Cubana.
Lo que no consiguió en 50 años su enemigo más feroz (bloqueos, guerras, atentados) lo alcanzó una enfermedad sobre la que nadie sabía nada y se especulaba todo. Una enfermedad que al régimen, lo aceptara o no, iba a convertírsele en secreto de Estado.
(Pienso en Raúl, en el Raúl Castro de aquellos momentos. No era sólo el paquete que le habían confiado casi de buenas a primeras, aunque estuviera acordado de siempre; era la delicada salud de su compañera Vilma Espín –quien poco después fallecería víctima de cáncer– y la muy probable desaparición de su hermano mayor y jefe único en lo militar, en lo político, en lo familiar.)
Hoy hace 40 días que Fidel Castro reapareció en público de manera definitiva, al menos sin peligro aparente de recaída. En un clima distendido y cuando todo hace pensar que la tormenta ha pasado, el hombre más importante de la Revolución Cubana luce rozagante y vital, aunque no domine del todo los movimientos de sus piernas.
Durante alrededor de las cinco horas que duró la charla-entrevista –incluido el almuerzo– con La Jornada, Fidel aborda los más diversos temas, aunque se obsesione con algunos en particular. Permite que se le pregunte de todo –aunque el que más interrogue sea él– y repasa por primera vez y con dolorosa franqueza algunos momentos de la crisis de salud que sufrió en los pasados cuatro años.
“Llegué a estar muerto”, revela con una tranquilidad pasmosa. No menciona por su nombre la diverticulitis que padeció ni se refiere a las hemorragias que llevaron a los especialistas de su equipo médico a intervenirlo en varias o muchas ocasiones, con riesgo de perder la vida en cada una.
Pero en lo que sí se explaya es en el relato del sufrimiento vivido. Y no muestra inhibición alguna en calificar la dolorosa etapa como un calvario.
“Yo ya no aspiraba a vivir, ni mucho menos... Me pregunté varias veces si esa gente (sus médicos) iban a dejarme vivir en esas condiciones o me iban a permitir morir... Luego sobreviví, pero en muy malas condiciones físicas. Llegué a pesar cincuenta y pico de kilogramos.”
“Sesenta y seis kilogramos”, precisa Dalia, su inseparable compañera, que asiste a la
charla. Sólo ella, dos de sus médicos y otros dos de sus más cercanos colaboradores están presentes.
–Imagínate: un tipo de mi estatura pesando 66 kilos. Hoy alcanzo ya entre 85 y 86 kilos, y esta mañana logré dar 600 pasos solo, sin bastón, sin ayuda.
“Quiero decirte que estás ante una especie de re-su-ci-ta-do”, subraya con cierto orgullo. Sabe que además del magnífico equipo médico que lo asistió en todos estos años, con el que se puso a prueba la calidad de la medicina cubana, ha contado su voluntad y esa disciplina de acero, que se impone siempre que se empeña en algo.
–No cometo nunca la más mínima violación –asegura–. De más está decir que me he vuelto médico con la cooperación de los médicos. Con ellos discuto, pregunto (pregunta mucho), aprendo (y obedece)...
Conoce muy bien las razones de sus accidentes y caídas, aunque insiste en que no necesariamente unas llevan a las otras. “La primera vez fue porque no hice el calentamiento debido, antes de jugar básquetbol.” Luego vino lo de Santa Clara: Fidel bajaba de la estatua del Che, donde había presidido un homenaje, y cayó de cabeza. “Ahí influyó que los que lo cuidan a uno también se van poniendo viejos, pierden facultades y no se ocuparon”, aclara.
Sigue la caída de Holguín, también cuan grande es. Todos estos accidentes antes de que la otra enfermedad hiciera crisis y lo dejara por largo tiempo en el hospital.
“Tendido en aquella cama, sólo miraba a mi alrededor, ignorante de todos esos aparatos. No sabía cuánto tiempo iba a durar ese tormento y de lo único que tenía esperanza es de que se parara el mundo”, seguro para no perderse de nada. “Pero resucité”, dice ufano.
–Y cuando resucitó, comandante, ¿con qué se encontró? –le pregunto.
–Con un mundo como de locos... Un mundo que aparece todos los días en la televisión, en los periódicos, y que no hay quién entienda, pero el que no me hubiera querido perder por nada del mundo –sonríe divertido.
Con una energía sorprendente en un ser humano que viene levantándose de la tumba –como él dice– y con la mismísima curiosidad intelectual de antes, Fidel Castro se pone al día.
Dicen, los que lo conocen bien, que no hay un proyecto, colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada y que en especial lo hace si tiene que enfrentarse a la adversidad, como había sido y era el caso.
“Nunca como entonces parece de mejor humor.” Alguien que cree conocerlo bien le dijo: “Las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante”.
La tarea de acumulación informativa cotidiana de este sobreviviente comienza desde que despierta. A una velocidad de lectura que nadie sabe con qué método consigue, devora libros; se lee entre 200 y 300 cables informativos por día; está pendiente y al momento de las nuevas tecnologías de la comunicación; se fascina con Wikileaks, la garganta profunda de Internet, famosa por la filtración de más de 90 mil documentos militares sobre Afganistán, en los que este nuevo navegante está trabajando.
–¿Te das cuenta, compañera, de lo que esto significa? –me dice–. Internet ha puesto en manos de noso-tros la posibilidad de comunicarnos con el mundo. Con nada de esto contábamos antes –comenta, al tiempo que se deleita viendo y seleccionando cables y textos bajados de la red, que tiene sobre el escritorio: un pequeño mueble, demasiado pequeño para la talla (aun disminuida por la enfermedad) de su ocupante.
–Se acabaron los secretos, o al menos eso pareciera. Estamos ante un periodismo de investigación de alta tecnología, como lo llama el New York Times, y al alcance de todo el mundo.
–Estamos ante el arma más poderosa que haya existido, que es la comunicación –ataja–. El poder de la comunicación ha estado, y está, en manos del imperio y de ambiciosos grupos privados que hicieron uso y abuso de él. Por eso los medios han fabricado el poder que hoy ostentan.
Lo escucho y no puedo menos que pensar en Chomsky: cualquiera de las trapacerías que el imperio intente debe contar antes con el apoyo de los medios, principalmente periódicos y televisión, y hoy, naturalmente, con todos los instrumentos que ofrece Internet.
Son los medios los que antes de cualquier acción crean el consenso. “Tienden la cama”, diríamos... Acondicionan el teatro de operaciones.
Sin embargo, acota Fidel, aunque han pretendido conservar intacto ese poder, no han podido. Lo están perdiendo día con día. En tanto que otros, muchos, muchísimos, emergen a cada momento...
Se hace entonces un reconocimiento a los esfuerzos de algunos sitios y medios, además de Wikileaks: por el lado latinoamericano, a Telesur de Venezuela, a la televisión cultural de Argentina, el Canal Encuentro, y a todos aquellos medios, públicos o privados, que enfrentan a poderosos consorcios particulares de la región y a transnacionales de la información, la cultura y el entretenimiento.
Informes sobre la manipulación de los poderosos grupos empresariales locales o regionales, sus complots para entronizar o eliminar gobiernos o personajes de la política, o sobre la tiranía que ejerce el imperio a través de las trasnacionales, están ahora al alcance de todos los mortales.
Pero no de Cuba, que apenas dispone de una entrada de Internet para todo el país, comparable a la que tiene cualquier hotel Hilton o Sheraton.
Esa es la razón por la que conectarse en Cuba es desesperante. La navegación es como si se hiciera en cámara lenta.
–¿Por qué es todo esto? –pregunto.
–Por la negativa rotunda de Estados Unidos a darle acceso a lnternet a la isla, a través de uno de los cables submarinos de fibra óptica que pasan cerca de las costas. Cuba se ve obligada, en cambio, a bajar la señal de un satélite, lo que encarece mucho más el servicio que el gobierno cubano ha de pagar, e impide disponer de un mayor ancho de banda que permita dar acceso a muchos más usuarios y a la velocidad que es normal en todo el mundo, con la banda ancha.
Por estas razones el gobierno cubano da prioridad para conectarse no a quienes pueden pagar por el costo del servicio, sino a quienes más lo necesitan, como médicos, académicos, periodistas, profesionales, “cuadros” del gobierno y clubes de Internet de uso social. No se puede más.
Pienso en los descomunales esfuerzos del sitio cubano Cubadebate para alimentar al interior y llevar hacia el exterior la información del país, en las condiciones existentes. Pero, según Fidel, Cuba podrá solucionar pronto esta situación.
Se refiere a la conclusión de las obras de cable submarino que se tiende del puerto de La Guaira, en Venezuela, hasta las cercanías de Santiago de Cuba. Con estas obras, llevadas adelante por el gobierno de Hugo Chávez, la isla podrá disponer de banda ancha y posibilidades de acometer una gran ampliación del servicio.
–Muchas veces se ha señalado a Cuba, y en particular a usted, de mantener una posición antiestadounidense a rajatabla, y hasta han llegado a acusarlo de guardar odio hacia esa nación – le digo.
–Nada de eso –aclara–. ¿Por qué odiar a Estados Unidos, si es sólo un producto de la historia?
Pero, en efecto: hace apenas como 40 días, cuando todavía no había terminado de “resucitar” se ocupó –para variar–, en sus nuevas Reflexiones, de su poderoso vecino.
“Es que empecé a ver bien clarito los problemas de la tiranía mundial creciente... –y se le presentó, a la luz de toda la información que manejaba–, la inminencia de un ataque nuclear que desataría la conflagración mundial.”
Todavía no podía salir a hablar, a hacer lo que está haciendo ahora, me indica. Apenas podía escribir con cierta fluidez, pues no sólo tuvo que aprender a caminar, sino también, a sus 84 años, debió volver a aprender a escribir..
“Salí del hospital, fui para la casa, pero caminé, me excedí. Luego tuve que hacer rehabilitación de los pies. Para entonces ya lograba comenzar de nuevo a escribir. El salto cualitativo se dio cuando pude dominar todos los elementos que me permitían hacer posible todo lo que estoy haciendo ahora. Pero puedo y debo mejorar... Puedo llegar a caminar bien. Hoy, ya te dije, caminé 600 pasos solo, sin bastón, sin nada, y esto lo debo conciliar con lo que subo y bajo, con las horas que duermo, con el trabajo.”
–¿Qué hay detrás de este frenesí en el trabajo, que más que a una rehabilitación puede conducirlo a una recaída?
Fidel se concentra, cierra los ojos como para empezar un sueño, pero no... vuelve a la carga:
“No quiero estar ausente en estos días. El mundo está en la fase más interesante y peligrosa de su existencia y yo estoy bastante comprometido con lo que vaya a pasar. Tengo cosas que hacer todavía.
–¿Como cuáles?
–Como la conformación de todo un movimiento antiguerra nuclear –es a lo que viene dedicándose desde su reaparición. Crear una fuerza de persuasión internacional para evitar que esa amenaza colosal se cumpla representa todo un reto, y Fidel nunca ha podido resistirse a los retos–.
“Al principio yo pensé que el ataque nuclear iba a darse sobre Corea del Norte, pero pronto rectifiqué porque me dije que ése lo paraba China con su veto en el Consejo de Seguridad...
”Pero lo de Irán no lo para nadie, porque no hay veto ni chino ni ruso. Luego vino la resolución (de Naciones Unidas), y aunque vetaron Brasil y Turquía, Líbano no lo hizo y entonces se tomó la decisión.”
Fidel convoca a científicos, economistas, comunicadores, etcétera, a que den su opinión sobre cuál puede ser el mecanismo mediante el cual se va a desatar el horror y la forma en que puede evitarse. Hasta a ejercicios de ciencia ficción los ha llevado.
“¡Piensen, piensen!”, anima en las discusiones. “Razonen, imaginen”, exclama el entusiasta maestro en que se ha convertido en estos días.
No todo el mundo ha comprendido su inquietud. No son pocos los que han visto catastrofismo y hasta delirio en su nueva campaña. A todo esto habría que agregar el temor, que a muchos asalta, de que su salud sufra una recaída.
Fidel no ceja: nada ni nadie es capaz de frenarlo siquiera. El necesita, a la mayor brevedad, convencer para así detener la conflagración nuclear que –insiste– amenaza con hacer desaparecer a una buena parte de la humanidad. “Tenemos que movilizar al mundo para persuadir a Barack Obama, presidente de Estados Unidos, de que evite la guerra nuclear. El es el único que puede, o no, oprimir el botón.”
Con los datos que ya maneja como un experto, y los documentos que avalan sus dichos, Fidel cuestiona y hace una exposición escalofriante:
–¿Tú sabes el poder nuclear que tienen unos cuantos países del mundo en la actualidad, comparado con el de la época de Hiroshima y Nagasaki?
“Cuatrocientas setenta mil veces el poder explosivo que tenía cualquiera de las dos bombas que Estados Unidos arrojó sobre esas dos ciudades japonesas. ¡Cuatrocientas setenta mil veces más!”, subraya escandalizado.
Esa es la potencia que tiene cada una de las más de 20 mil armas nucleares que –se calcula– hay hoy día en el mundo.
Con mucho menos de esa potencia –con tan sólo 100– ya se puede producir un invierno nuclear que oscurezca el mundo en su totalidad.
Esta barbaridad puede producirse en cosa de unas días, para ser más precisos, el 9 de septiembre próximo, que es cuando vencen los 90 días otorgados por el Consejo de Seguridad de la ONU para comenzar a inspeccionar los barcos de Irán.
–¿Tú crees que los iraníes van a retroceder? ¿Tú te los imaginas? Hombres valientes, religiosos, que ven en la muerte casi un premio... Bien, los iraníes no van a ceder, eso es seguro. ¿Van a ceder los yanquis? Y, ¿qué va a pasar si ni uno ni otro ceden? Y esto puede ocurrir el próximo 9 de septiembre.
“Un minuto después de la explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo”, escribió Gabriel García Márquez con ocasión del 41º aniversario de Hiroshima. “Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirá el tiempo de los océanos y volteará el curso de los ríos, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ardientes... La era del rock y de los corazones trasplantados estará de regreso a su infancia glacial...”


 

23/8/10

Fogwill, Quiquito

Por Horacio González
Publicado en PAGINA 12

No va a ser fácil acostumbrarse a la ausencia de Fogwill, porque estaba en todos los puntos de tensión que pudieran imaginarse en torno de cualquier falla en la imaginación pública. El mismo era una falla y la representaba con un gasto doloroso y una risa de fauno corrosivo. Hasta que largaba algo inesperado, que venía masticando entre acres agresiones, y era una relación inesperada entre las cosas y el pensamiento. Siempre a la caza, esencialmente atrapaba relaciones de fuerza, oscuras pulsiones sueltas en la vida de todos, molestas revelaciones de las potencias sombrías que están en el lenguaje.
No va a ser fácil acostumbrarse, porque queda su obra, como siempre se dice, pero su obra es como él, es como él era, una frágil membrana de la realidad que se recreaba en cada una de sus actuaciones públicas, de su teatro y comedia del existir. Cuando uno muere, cuando se muere, nos dan el nombre verdadero, nos lo devuelven como regalo póstumo en un acto funerario. Se vuelve entonces a llamar Rodolfo Enrique Fogwill, vuelve a nacer en Quilmes hace 69 años, vuelve a ser estudiante de sociología y vuelve a escribir su obra, con su genealogía correcta y adecuada a una biografía, en la que durante muchos años le dijimos “Quique” hasta que le respetamos el sacramento de su “Fogwill”.
Pero más que una biografía, manejó publicitariamente su nombre y lo convirtió en un ícono sonoro, emblema visual de mercado y epistemología errante. Usó la expresión “experiencia sensible” para decir algo que nunca dijo literalmente: que sólo rescatando la experiencia sensible, que es la más radicalizada flema lírica y musical debajo de las palabras, podemos seguir existiendo. Y la experiencia sensible es un humanismo que Fogwill no declaró nunca como tal, o que incluso lo hizo, pero negándolo. “Publicitaba” aquello en lo que no creía, como todo gran publicitario. Al hechizo del mundo técnico, tema contra el cual compuso sus novelas, lo mostró proviniendo de una ceguera formidable, y la designó como el fin de esa experiencia sensible. Pero lo que hacía parecía lo contrario, un salmo a la teoría de la emancipación con que las grandes tecnologías gustan de verse a sí mismas.
Fue poeta lírico que buscó rehacer el lenguaje vivo en medio de un cultivo fetichista de los infinitos rezagos de las tecnologías, del marketing, del habla prefabricada de las profesiones y del pragmatismo positivista con el que solemos practicar nuestros lenguajes diarios. De ahí saca sus novelas y poesías. En los Pychicyegos la guerra es el lenguaje, las posiciones en las trincheras están en el habla. La guerra primero nos exige que conversemos como ella, en estado fisicoquímico de necesidad, aunque luego nos dejaría redimirnos como poetas liberados. Cito en la vaguedad de la memoria otros de sus escritos: en otro orden de cosas muestra hombres aprisionados en los tejidos metálicos del poder, pero el poder decide entretener a los intelectuales dejándoles la organización de vanas utopías humanísticas. También allí la red tecnológica –alerta Fogwill– nos captura. Pero su novela ofrece la cifra de una implícita redención, sin que nos demos cuenta. Nadie debía darse cuenta, ni él, porque la existencia no puede declarar sus fines (pienso que pensaba Fogwill).
En La experiencia sensible, justamente, se propone aferrar el secreto nominalista de la materia, rebosante de amenazadoras energías, de longitudes oníricas, de átomos de excitación física, de impulsos sexuales que se trazan según automatizaciones desoladoras. Pero siempre está la sensación de la catástrofe inminente, pues el factor técnico y la administración de la materia no pueden gobernar la vida. Salvo con el terror. Fogwill logra traducir esas sensaciones salvadoras, las escribe como un cyber-alquimista en medio de cableados y probetas.
Sus poesías son el intento de encontrar, como en su héroe, Leónidas Lamborghini, el punto en donde el lenguaje se recobra en las tinieblas luego de sufrir el divino acoso de los poderes técnicos. Tituló Runa a uno sus poemarios porque solamente evocando una supuesta lengua originaria y distraída (debió pensar), se podría volver al mundo humano. Su propio nombre lo convirtió en una “runa”, en un signo burlón y profético, tomado a la chacota, pero escribiendo una de las literaturas más asombrosas del país contemporáneo. Los nombres verdaderos de las cosas debían surgir del trabajo burlón de un viejo filósofo cínico que condenaba la simulación y la practicaba a diario. Fue un filósofo del lenguaje, pero actuó como un entretenido semiólogo sesentista, mostrando que hablar era mover placas tectónicas, aunque se trataba del zumbido a veces insoportable que producía en las charlas de bar o en las conferencias que daba, con la estricta misión de anular el modo falaz con que en todo el mundo se producen esas convocatorias.
No va a ser fácil acostumbrarse a su ausencia, porque su presencia mantenía los hilos ocultos de lo que significaba una picaresca y un desértico balance del existir. Su personaje inquisidor, su socratismo doloroso, poseía un indicio de redención que sin embargo debía ser percibido –como en toda su poética-, en términos de una distracción y una humorada. Solo así podía surgir una “runa”, un signo que descifrara el presente y no generara ningún poder si eso pasara. Actuó simulando que si eso ocurriera, no debía importar, porque basta que se confesase un interés, cualquier interés, para que surgiera un problema de dominio, de hegemonías, de poderes. No solemos acostumbrarnos fácilmente a la desaparición de un gran comediante, porque pareciera que pone de inmediato en peligro su obra y la de los demás.

22/8/10

Ricardo Bartís: “El San Martín es un modelo burocrático de país”

Por Ana Seoane
Publicado en PERFIL

Dar clases para Ricardo Bartís es su “concesión”, ya que no se reconoce como un “maestro” sino un actor transformado en director/dramaturgo. La semana próxima estrenará su última creación: El box. Reflexiona sobre el país, los políticos, el poder y hasta el fútbol, su otra gran pasión. Aunque no da nombres, afirma que un empresario comercial lo llamó pero no aceptó, porque confiesa que “el dinero no es todo en la vida”. Asombra cuando asegura que le encantaría dirigir una revista porteña, género que ama.

“Todos hicimos una rutina de boxeo –dice Bartís–, que nos mataba, porque no se debe pedir lo que uno no haría”. El elenco de El box es: Mirta Bogdasarian, Pablo Caramelo, Adrián Fondari, Andrés Irusta, Matías Scarvaci, Jazmín Antar y Mariana de la Mata. Anticipó que llevarán este espectáculo al teatro más importante de Berlín, en octubre.

—¿Por qué propuso una trilogía del deporte, iniciada con “La pesca”, ahora “El box” y finalizará con “El fútbol”?
—El deporte es una excusa que uno se impone como territorio. El fútbol ayuda a entender muchas más cosas que la política, como resonancias mitológicas y formas del juego. Aquí en El box el trabajo de la actriz (Bogdasarian) es de una gran riqueza, creo que redimensiona la actuación. La pesca fue una excusa, naturalmente hablamos de la Argentina, metafóricamente. El teatro, quiera o no, habla del país donde se hace y de la gente que lo imaginó.

—Extraña que sea una boxeadora...
—Fue un pensamiento, de entrada imaginé a una chica de Temperley, María Amelia, la “Piñata”, quizá inspirada en Videla, en Cecilia Pando o Lilita Carrió, más que en la Tigresa Acuña. Todos creen tener derecho de reclamar y ellos asumen el “mal”. Videla es como un héroe trágico, condenado a ocupar el lugar del mal; creyendo tener un mandato, se cree un ángel justiciero, aunque no sea reconocido nunca como el “salvador”. Imagino que debe tener un gran resentimiento hacia los sectores que lo impulsaron y ahora lo niegan. Pando reivindica la muerte y una hipótesis de la necesidad de un nuevo exterminio. Cada tanto hay muertos en la Argentina y se vuelve a fundar el país. Ahora parecen haberse aquietado las aguas, la gente está mejor. Aunque hay violencia intelectual que niega la realidad.

—¿Puede analizar la realidad desde su peronismo con objetividad?
—Veo a varios intelectuales que reducen la realidad. Lo de Macri es terrible, no es un embate político, no pudo soltarle la mano a Fino Palacios porque tenía negocios con él. No hago investigación periodística, sólo leo los diarios. Pero creo que tanto Macri como Videla piensan que no son culpables.

—¿Iban a estrenar en mayo, por el Bicentenario y en el CETC del Colón?
—Nos complicó y mucho la actitud del Colón. Había pensado unos cuadros sonoros con orquesta. Ensayamos cuatro meses, pero no pudimos seguir con la indefinición. Venía el Bicentenario y nos preguntamos qué había que festejar. Todo lo veíamos tirante y con un campo ficcional muy fuerte. Un actor nos envió un video donde aparece Moreno en una reunión de Papel Prensa con guantes de box. Uno se pregunta: ¿cómo puede haber casos de corrupción en el Gobierno sin muestras de repudio por parte de la Presidenta? ¿Cómo se puede llamar a una militancia popular, por parte del ex presidente, y haber aumentado su patrimonio cinco veces? El peronismo denuncia por izquierda lo que traiciona por derecha. Es el partido del poder y las próximas elecciones se dirimen en esa interna.

—Vivió la Ciudad durante el gobierno de Ibarra, Telerman y ahora con Macri. ¿Qué opina en lo que respecta a la cultura?
—Seguro que hay diferencias, pero mi experiencia es que son todos unos degenerados y lo digo con simpatía. Algunos reconocen las dificultades e injusticias y otros militan en la burocracia y se hacen fuertes. Nuestra experiencia es que siempre creen que nos hacen un favor, que no tenés derecho a quejarte por esperar cuatro horas en un hospital, aunque pagues todos tus impuestos. Todos cobran sueldos muy altos, bastaría comparar lo que ellos tienen y lo que nosotros tenemos, después de treinta años de trabajo. Más simple, imposible. Pero uno se olvida de algo tan sencillo: no podés tener tanta plata y ser buena persona, a alguien debiste haber perjudicado. El mundo es injusto y distribuye de esa manera. El problema es el hambre.

—¿El año pasado Rubén Szuchmacher lo convocó para el Festival Internacional?
—No viene a ver mis trabajos, aunque me saluda con cariño. Los espectáculos que presentó en su mayoría fueron de alumnos suyos. El decidió sacarse de encima a todos los nombres conocidos y no está mal, es una decisión. Creo que se necesita una discusión profunda, cultural, con un proyecto, si no, corrés el riesgo de ser el director del Festival Internacional de Teatro que le hace el aguante a Lombardi y a la gestión macrista. Y Lombardi es un payaso, que confunde la cultura con el turismo y no importa si ayudó con su gestión a los teatros independientes. Lo hace porque cree que ellos le dan a la Ciudad una especie de perfil, que ayuda a un combo de hacer negocios para emparentarnos con otros países.

—¿Y la renuncia de Kive Staiff?
—El San Martín no parece muy importante. Se hacen trabajos que a veces lo hacen atractivo, pero tiene una cantidad enorme de empleados y es casi un modelo burocrático de un país. No tenemos que tener miedo a la privatización, el tiempo de Neustadt ya pasó. A mí me llamó Staiff para que dirigiera una obra de Pinter de los años 60... Un espectáculo que no haría. Tal vez de esta manera me obliga a seguir con mis propuestas y me ayuda a mantener mi independencia. Nos ofrecen siempre mucho menos dinero del que le pagan a Lavelli. Le tengo simpatía personal a Kive, a quien veo como a un jugador de póquer. Es un taita, casi un virrey. Es un programador, un funcionario al que no le fue nada mal, trabajó en tiempos de la dictadura (ojo: no fue responsable de ningún genocidio). Creó un mundo aparte, con un elenco estable. Los actores hablan de él como si fuese el “Padrino”. La metáfora de esa fiesta con odaliscas fue el mejor espectáculo de la gestión Staiff, fue lo más gráfico de la alcahuetería del teatro oficial. Un modelo de lo que significa la cultura.

—Pero lo alquiló por culpa del magro presupuesto...
—Sí, pero como el Estado no se ocupa, hago negocios privados para resolver. Hay cosas que no se deben hacer; si no te dan presupuesto, renunciá. Si no, alquilalo como casino, me gusta más la idea de una ruleta, en la sala Casacuberta, o ¿por qué no prostituyen a los empleados, o se ponen a vender sangre o hacen huelga de hambre? Pero esto ocurre paralelamente a que Duhalde se presenta como la nueva política o Solá como un joven político...

—¿Y Macri?
—No puede ser presidente de los argentinos. Sería una ignominia, es parte de un retroceso idiota de esta Ciudad el haberlo votado a él y a Gabriela Michetti. Son personalidades vergonzosas, él no sabe hablar, no puede organizar un discurso inteligente, pero no le tiembla la mano para echar gente. Todas las acusaciones que hay sobre Macri están comprobadas y es probable que a la gente no le importe, porque llevaron a grandes alturas los niveles de degradación.

—¿Cómo prevé 2012?
—Lo veo bien, gana Cristina. Este es el mejor gobierno que recuerdo, desde mis 15 años. Desde gestos simbólicos como quitar el cuadro de Videla hasta los juicios, para mí es casi un milagro, es conmovedor. Tengo diferencias estilísticas, no me gusta el dedo didáctico, ni la pedantería supina, pero es un cuadro femenino como nunca antes había habido en la Argentina. Mientras que Néstor se parece a la vieja política. Ella es como Riquelme, le tengo bronca, pero es un jugador extraordinario. Odio a la saga del dinero, pero éste se necesita para el poder.

—¿No es perjudicial gobernar tantos años?
—Cuatro años no son tanto. Pero el poder lo tienen las empresas, aunque éste es el único gobierno que decidió no ser gerente de ellas. Para tener poder hay que tener dinero, es él el que decide los gestos. El problema pasa por ¿cómo se combate la corrupción siendo un corrupto?

Su otra pasión: el fútbol

—¿Qué balance hace del Mundial de Fútbol?
—La situación de Maradona me produjo simpatía, quiso recuperar cierta gesta, un espíritu de lo que sería esquemáticamente la camiseta. Pero después sentí que se quedó en eso; creo que el discurso voluntarista se agota cuando no aparece un proyecto que lo transforme. Ese propio límite lo condenó. Me llamó la atención, porque se suponía que tenía un esquema, después lo dejó a Verón en el banco y quiso transforma a Messi en su álter ego, quien no pudo ser Maradona del ’86, ni jugar como él juega, que es extraordinario.

—¿Se ilusionó?
—Por supuesto, aunque el juego no produjo una ilusión real. Tuvimos suerte en las eliminatorias que Uruguay no se despertara. Argentina nunca jugó bien, ganamos que es distinto. Está en la sombra el Narigón, Bilardo, un Mefisto, sumando a Grondona que es un mafioso, quien provee las fuerzas armadas. La AFA es un reservorio de lo peor, hasta el poder económico y político importante que detenta.

—¿Por qué los recibimos tan bien?
—Nos identificamos con Maradona. Se le reconoció el esfuerzo. Había gente que lo quería atacar, por eso creo que ese recibimiento fue montado o armado. Diego logró algo muy importante en la Selección, no hubo violencia, ni cancherismo, ni groserías, ni patadas. Estuvo sobrio, tranquilo. El está condenado a ser siempre Maradona, pero es tan parecido al país... Estuvimos al borde de lo peor en 2001 y ahora nos toman como referencia de crecimiento. A él le pasó lo mismo: estuvo en el horno y salió.

20/8/10

¿Cómo se debe cantar un tango hoy?

Por Marcos Mayer
Publicado en CLARIN

El tango nació, entre otras cosas, para ser cantado. Una tarea nada fácil, pero hay un hilo secreto que le permite a nuestra canción ciudadana unir generaciones, realidades diferentes y modos distintos de ver la relación entre música y vida. De todo eso, hablan Lidia Borda, el “Chino” Laborde (Orquesta Típica Fernández Fierro), Horacio Molina y Susana Rinaldi.
Parafraseando aquel famoso verso de Cernuda, se podría decir que para Susana Rinaldi y para el Chino Laborde el tango “es un arma cargada de futuro”. Se ven y se nota enseguida que el afecto es profundo y que él la escucha como una reverencia de esas que se usaban en otros tiempos (“vos sí que la peleaste”, dice en algún momento). Pero son diferentes, mientras la Tana es un torbellino que repite, frente a un café que dejó enfriar a propósito, toda esa fuerza que despliega en el escenario, Laborde se entusiasma con otro estilo, más medido. Arrancan hablando de dos experiencias recientes: la Rinaldi, de cantar con el grupo que dirige Pablo Agri –integrado por músicos de diferentes provincias- y el Chino, de un recital que compartió con chicos “en situación de riesgo” en Lugano. “Se sienten acompañados en esto que han comenzado”, dice la cantante, antes de hablar de la unidad entre bailarines, cantores e intérpretes para “emprender esta aventura que es el tango. Ahora nos damos cuenta de cuánto autor del pasado se compromete con la realidad de hoy y los chicos recogen el guante. Veo entre mis alumnos el éxito que tienen Contursi, Blázquez, Cátulo …” ¿Cómo superar desde la interpretación el tiempo transcurrido desde que los tangos clásicos fueron compuestos y el hoy? Laborde : Da escozor ver que la historia se repite, o que los compositores pudieron ver el futuro.
Surge el ejemplo de Discépolo y la Rinaldi resalta aquello de “todo es igual y nada es mejor”, que recién hoy está cambiando. “Estos creadores -Manzi, Cátulo, José González Castillo- siguen marcando ciertas cosas. La verdadera modificación en la historia del tango, como señaló con mucha razón Piazzolla, es el ingreso de la mujer allá por los ‘60. Otra mirada, que le permite a la mujer opinar. El machismo ha quedado como un estigma del que muchas veces nos hemos reído. Lo que conserva el tango es el enorme amor por el espacio en que nos movemos todos. El repertorio tiene también que ver con la historia del intérprete, con lo que quiere decir a través de los temas que elige”, explica.
Laborde: De pronto, descubrimos algo distinto, un filo que no le habíamos visto a un tema. Es cierto que hay temas que son limitados y otros son inabarcables. Tangos que son movilizadores, que muestran un país que ha pasado por cosas tremendas. Y cuando se los canta, la sensación es que pasa algo nuevo. Nos apasiona volver a esos tangos. Y hay tanto por versionar. Lo que exige el tango es ser bien dicho.
Rinaldi : Esas obras memorables son la base que provoca que otro compositor genere su obra. Eso no implica quedarse en siete temas, como si hubiera un ABC del tango. Pero es empobrecedor quedarse sin un tesoro que nos permite ver las cosas de otro modo. Perder la posibilidad de interpretar frases como “la vida es una herida absurda” es cercenarse como intérprete. Lo que no se hace son espectáculos completos con la historia del tango, lo que permitiría unir creaciones de grandes compositores, y de este modo hacer que se comprendan mejor los temas y, si se quiere, el país.
¿Y los nuevos tangos? Laborde : Mi generación tiene la posibilidad de seguir revisando el pasado y redescubrir joyas. El legado del siglo XX es impresionante en cantidad y calidad. Esa creatividad que tuvo el tango es una posta que retoman otras músicas, sobre todo el rock. Las letras de Spinetta, de Charly, de Nebbia tienen sabor porteño. Nunca se dejaron de escribir letras de tango. Nos estamos reconstruyendo, se lee mal y poco, vivimos en una cultura empobrecida, donde es difícil que aparezcan poetas como en los ‘40 y los ‘50.
“No tenemos la práctica de defender el lenguaje”, agrega Rinaldi. Y comparte con Laborde la esperanza de que lo que se viene sea mejor. “Hay más milongas, hay gente joven que va a bailar y a escuchar tangos. Y el éxito que tiene el tango en el mundo permite que haya más músicos que se inclinen por el dos por cuatro”. También coinciden en que la vida del tanguero es difícil. Falta de apoyo, de lugares, una sola radio en Buenos Aires que difunde el género, ningún programa de televisión (“parece que la palabra tango les da culpa”). “Se olvidan de que el tango lo escribieron, lo cantaron y lo tocaron los mejores. El valor que tiene el tango es ser una denuncia social permanente. No sólo el tango Pan , sino desde otro lado, por qué se lucha por algo, qué significa vivir en este país. Por eso los gobiernos siempre lo han combatido”. “Es una lucha muy desigual”, agrega el Chino. Susana simplemente sonríe antes de otro café. Y con una carcajada, comenta: “El único tango que no cantaría nunca es Leguisamo solo , porque temo que me griten Yegua ”.
Por su parte, Horacio Molina y Lidia Borda comparten mucho más que la pasión por cantar tangos. Acaban de editar discos dedicados a letristas, Alfredo Lepera en el caso de Molina, Homero Manzi fue el elegido por Borda.
¿Qué representa la letra? Borda: La letra en un tango es un elemento fundamental, pero también hay que encontrar algo en la melodía, en la cadencia, una personalidad.
Molina : La unidad de letra y música.
Volver es una canción perfecta, no se puede pensar ni en otras palabras ni en otra melodía; es como que vienen pegadas.
¿Qué hay de los clásicos? Molina : Hay una cierta tendencia a que dejemos atrás el pasado, que no toquemos más Mozart, ni Vivaldi. Los clásicos son eternos, van recibiendo aportes que permiten encararlos desde varios sitios. A mí me apasiona hacer versiones de los grandes clásicos de nuestra música: el desafío es exprimir ese poquito de limón que todavía se puede sacar. Creo en el valor del intérprete, que puede destrozar una canción o sacarle un rédito insólito, como Gardel. El ha cantado temas espantosos transformándolos en joyas.
Borda : El trabajo del intérprete es lograr una nueva traducción de la obra, que pase por uno, algo diferente a lo que hicieron los demás. En ese sentido, los clásicos son infinitos, porque han pasado por muchas pruebas de existencia. Abordarlos es un gran desafío, pero además es lo más divertido que hay, es esa búsqueda por encontrarle una distinta mirada. Me pregunto ¿Por qué canto tangos? Si es una realidad que ocurrió hace décadas, pero a mí me gusta, y creo que lo que queda de eso es el espíritu, por eso no pierde realidad, sigue siendo verdad.
Molina agrega: “Ella es más positiva. Yo veo tantos tics de moda, ciertas inflexiones en la voz, que no tienen nada que ver con el espíritu de los temas. Ejemplo: lo que pasó cuando artistas conocidos empezaron a cantar marchas patrióticas …” E imita a alguien muy reconocible.
Más allá de los clásicos, ¿qué pasa hoy, cuál es el destino del tango? Borda : La poética del tango derivó hacia el rock. Pienso en Charly, Spinetta.
Avellaneda Blues , de Manal me suena bastante a tango.
“El tema es que haya una verdad”, dice Molina como continuando una melodía. “Y eso tiene mucho que ver con haber nacido en el lugar o haber comido de ese guiso y que se te instale. Caetano Veloso me gusta mucho, pero cantando tangos ….” Y cambia de tema: “Trato de cantar lo mejor desde mi exigencia interna, no me conformo, me oigo como si fuera mi enemigo y no puedo dejarlo hasta que me sale como quiero.” Próxima estación: Carlos Gardel.
Molina : Cada vez que lo oigo, le descubro una cosa nueva. Fuera del mito, hay una cosa auténtica, el genio de este país.
Borda : Hay que desmitificar a Gardel, porque era real.
¿Qué es lo diferente de cantar tango a cantar otra cosa? Al unísono: “¡El estilo!” “Nunca cantaría un tango como un bolero, aunque se me acuse de eso vilmente”, aclara Molina.
Borda : Cada estilo tiene elementos estéticos y técnicos diferentes; no es lo mismo colocar la voz para una copla norteña que para el tango.
Molina : La libertad que permite un bolero para cantar, estirando las melodías, lo hacés en un tango y suena a falso y fuera de estilo. El tango es más difícil, pasar el mensaje con la emoción exacta; el bolero es más cool, lo cantás de cualquier manera, y si la voz es linda, pasa.
¿Qué lugar creen que ocupa el tango hoy en términos de público y de desarrollo de la música popular? Molina : Se lleva siempre al tango, por alguna misteriosa razón, a un lugar pintoresco; se desfigura su origen. Se canta desde la posición del macho prepotente cuando, en realidad, quien canta tango es melancólico, triste y sensible.
Borda : Quedó una imagen for export que se volvió caricatura.
Molina : Esa cosa como de rabia, que nada tiene que ver con la letra, que no concuerda con esa actitud, una actitud más maricona que macha.
Borda : La pretensión de que el tango sea como en los ‘40 no tiene sentido: la realidad es otra. Hay que permitir que esa dinámica siga avanzando y ver hacia dónde va.
Molina : No coincido; hay que luchar por algo que uno siente que está tergiversado. El alejamiento de la juventud se debió a que el tango se empezó a instalar en un lugar distorsionado de su realidad.
Ella: Coincidimos. Estancar el tango en algo obtuso te aleja de él.




Fracturas en la aldea intelectual

Por Santiago Kovadloff
Publicado en LA NACION

No diría yo que son cada vez más, pero sí que se me hacen cada vez más evidentes. Me refiero a quienes disocian, sin conflicto y en voz alta, los actos de corrupción en los que abunda el Gobierno, de aquellas iniciativas que despiertan su apoyo. Son músicos y poetas, periodistas y filósofos. Los hay también docentes y psicoanalistas, actores y sociólogos. A muchos los conozco; algunos son muy cercanos. Integran esa franja de la clase media escindida entre quienes se sitúan en la orilla política que mira con entusiasmo la gestión kirchnerista y aquellos que, como yo, ocupan la opuesta.
Si algo reprochan estos amigos y conocidos a quienes no pensamos como ellos es el hecho de colocar, en el centro de nuestro diagnóstico y en la base de nuestra disidencia, lo que no conciben sino como irrelevante cuando no como inexistente. No advertimos o no queremos advertir, se nos dice desde ese sector, que lo fundamental es lo inédito aportado por los Kirchner. Y que, a la luz de lo inédito, lo viejo y usual no sólo es un mal que viene de muy lejos, sino que tiene muy menguada incidencia en el curso innovador que van tomando las cosas, desde el año 2003 en adelante.
Lo nuevo, aseguran ellos, es que este gobierno y el que lo precedió supieron contribuir al despliegue del progresismo en la Argentina. Promovieron con energía su renacimiento. Lo han afianzado. Le han devuelto vitalidad a una izquierda que, desde el peronismo conducido por Néstor Kirchner, restauró los ideales de justicia social. Lo viejo, admiten algunos, subsiste todavía. Hay corrupción, reconocen. Hay delito. Hay prepotencia. Se trata, explican, de una vertiente anacrónica y enancada en lo novedoso, que busca, como puede, recuperar el protagonismo que perdió. No obstante, ninguno de estos rasgos definen, según tales comentaristas, la dirección que la pareja presidencial logró infundir a la política argentina. Corrupción hubo siempre, enfatizan. Y el hecho de que aún persista no significa que su espesor real, en el oficialismo, sea el que la oposición se empeña en atribuirle. Una oposición ensañada, dicen, en obstruir las iniciativas valiosas del Gobierno y desconocer por todos los medios sus aciertos.
Estos amigos y conocidos no dudan de que el progresismo debe asegurarse como sea el curso fluido de su marcha ascendente. Las contradicciones que puedan irrumpir en esa marcha lejos están de afectar su coherencia. Por el contrario: ellas sólo pueden pasar por esenciales e intolerables donde no se aprecia el empuje transformador que las genera. Donde no se quiere ver el sitio periférico que, en verdad, ocupan dentro del proceso de cambio que se está llevando a cabo en la Argentina.
Al confundir lo sustantivo con lo superfluo y convencional, quienes piensan como yo lo hago terminan por obstaculizar, me dicen, el desarrollo de lo necesario y por convertirse, queriéndolo o no, en reaccionarios. Tal es el diagnóstico con que estos amigos y conocidos caracterizan a los adversarios del régimen de turno, al que pronostican, dicho sea de paso, una larga vida en el poder mediante el legítimo mecanismo de las elecciones sucesivas.
¿Cómo no oír en estas voces de hoy las desgastadas consignas redencionales de ayer, reacias a aprender las lecciones que deberían impartirles sus fracasos reiterados y su constante impopularidad? ¿Dónde arraiga la resistencia al cambio? ¿Dónde se denuncia lo ciego y senil o dónde se aspira a presentar como eternamente remozado lo irremediablemente envejecido?
Es cierto: esto vale también para los opositores. Ninguno de ellos llegará a ser lo que debe si no deja de parecerse a lo que fue. Pero, para muchos de nosotros, vale ante todo para el oficialismo. Un oficialismo que no logra enmascarar su vocación autoritaria por más que se empecine en simular que no la tiene.
La indiscutible evidencia de que la crisis del año 2001 desnudó las fragilidades del capitalismo local y contribuyó a profundizar el descrédito de la endeble democracia en que vivimos volvió a cebar los viejos sueños apocalípticos. Son esos mismos sueños los que hoy reflotan, impermeables a las pruebas que arroja la década pasada y, en especial, a las que sembró la trayectoria acomodaticia del peronismo después de que Menem lo liquidó como expresión de una ideología nacional y popular. En su reflorecimiento, esos sueños se empecinan en concebir a los Kirchner como líderes de una tendencia en la que se reconcilian ética social y eficacia política. Son ellos, auguran sus adherentes, quienes han comenzado a desplegar el proceso que sabrá superar el republicanismo insustancial en el que estamos atrapados. Ellos y nadie, sino ellos, son quienes impulsan el advenimiento de una sociedad por fin liberada de sus oligarquías y corporaciones ultra conservadoras, así como de la incidencia de los partidos agusanados que tanto hicieron para que el país no prosperara, desde que se puso fin al último régimen militar. De sus ruinas, se profetiza, nacerá una sociedad más justa y promotora de un intenso protagonismo de los sectores hoy marginados del trabajo y de la educación.
Hay, en suma, un fin supremo y el logro de ese fin valida todos los medios: matonismos a lo D´Elía y Moreno. Oscuridades a lo De Vido. Presiones a lo Moyano. Subestimación implacable del federalismo. Valijas, tragamonedas y diplomacia paralela. Abierta y desenfrenada multiplicación de bienes privados durante el ejercicio de la función pública. Caja y compra de voluntades. Negación de la inseguridad. Desprecio de la política. Autoritarismo o nada.
Corrupción hubo siempre, prosigue adoctrinando la letanía, esta vez en la voz enfática de un profesor de historia con el que llevo años desencontrándome con afecto. Lo que no siempre tuvimos, insiste, fueron dirigentes tan volcados, como ahora lo están los Kirchner, a la causa del pueblo.
No logro disimular mi desconcierto ante esta entusiasta subestimación del delito, la magnitud de la pobreza y la prepotencia. Pero la intransigencia despertada por mi lectura de los hechos recrudece cuando digo que Néstor Kirchner odia la política democráticamente entendida. Que aspira a destruir todos los matices ideológicos que se atrevan a relativizar el alcance de sus propios planteos. Que quiere un parlamento sumiso. Que el pluralismo lo angustia y no sólo lo preocupa. Que únicamente la uniformidad encolumnada detrás suyo lo serena. Que la nueva y próspera aurora con la que sueña exige un dilatado escenario de silencio.
La discrepancia y el hartazgo que solemos provocar los que pensamos de este modo se transforman, por último, en franco rechazo, por parte de mi historiador, cuando le manifiesto que, a mi juicio, los Kirchner nada tienen de auténticos peronistas y sí mucho, por no decir todo, de empresarios del poder. Buscan administrar una estructura vacía de conceptos en la que sólo en minoría subsisten las ideas. Allí se agolpan, en cambio, los gerentes, los subgerentes, los jefes de despacho y una diligente burocracia. Donde ayer importaban ante todo los planes quinquenales y se leía con pasión La comunidad organizada , hoy no se aspira más que a una jugosa rentabilidad personal y a lo sumo corporativa. Lejos de avergonzarlos, el negocio del peronismo entusiasma a los Kirchner y no están dispuestos a dejar que nadie se los arrebate.
Lo fatigo, es evidente. La sensibilidad de mi buen amigo se ahoga en estos planteos, a los que sólo por educación se limita a llamar formalistas. Se incorpora, sin dejar de mirarme severamente. Quiere que advierta tanto su fuerte desacuerdo como su cansancio irremontable. Se niega a que yo pague la cuenta. Mientras lo hace, le digo, abusando ya de su paciencia agotada, que Néstor Kirchner ha sido, en mucho tiempo, el más hábil constructor del hiperpresidencialismo que hoy traba el desarrollo de la República. Cuando me escucha, sonríe. Apoya ambas manos sobre la mesa y repite lentamente, inclinándose hacia mí, la frase que acabo de decir. Pero, al hacerlo, la limpia del pesar con que yo la formulo, y la enuncia con un fervor incontenible. El fervor de quienes estiman como un bien lo que yo, entre tantos otros, considero una tragedia.

Se los traga la tierra

Por Eduardo Galeano

Raymundo Gleyzer ha desaparecido. La historia de siempre. Lo arrancaron de su casa, en Buenos Aires, y no se sabe más. Había hecho películas imperdonables.
Yo lo había visto por última vez en febrero. Fuimos a cenar con nuestros hijos, cerca del mar. En la trasnochada, me habló del padre.
Raymundo Gleyzer nació en 1941 y tenía 35 años cuando fue desaparecido en mayo de 1976 por la dictadura militar. Era cineasta y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Estaba casado con Juana Sapire, quien colaboraba en sus películas, y tenía un hijo, Diego. Raymundo fué visto por última vez junto a el escritor Haroldo Conti, en el campo de concentración El Vesubio. Gleyzer integra destacadamente la escuela de documentalistas con alto compromiso social, característico de los tardíos años sesenta e inicios de los setenta, pero, a diferencia del gran polo de cineastas vinculados al peronismo revolucionario, cuyo emergente máximo fué el grupo Cine Liberación, la obra de Raymundo en el grupo Cine de la base es muy crítica respecto a la figura de Perón y en particular de la dirigencia sindical peronista. Gleyzer desarrolla en sus documentales una mirada vinculada a la tradición de izquierda marxista leninista clásica.
La familia de Raymundo venía de un pueblecito de la frontera entre Polonia y Rusia. Allá cada casa tenía dos banderas diferentes para izar y dos retratos para colgar, según marchaban las cosas. Cuando se iban los soldados rusos, llegaban los polacos, y así. Era una zona de continua guerra, infinito invierno y hambre sin fin. Sobrevivían los duros y los picaros, y en las casas se escondían los pedazos de pan bajo los tablones del piso.
La primera guerra mundial no fue novedad para nadie en aquella comarca sufrida, pero empeoró lo peor. Los que no morían empezaban el día con las piernas flojas y un nudo en el estómago.
En 1918, llegó a la región un cargamento de zapatos. La Sociedad de Damas de Beneficencia había enviado zapatos desde los Estados Unidos. Vinieron los hambrientos de todas las aldeas y disputaron los zapatos a dentelladas. Veían zapatos por primera vez. Nunca nadie había usado zapatos en aquellas comarcas. Los más fuertes se marchaban bailando de alegría con la caja de zapatos nuevos bajo el brazo.
El padre de Raymundo llegó a su casa, se desató los trapos que le envolvían los pies, abrió la caja y se probó el zapato izquierdo. El pie protestó, pero entró. El que no entró fue el pie derecho. Lo empujaban entre todos, pero no había caso. Entonces la madre advirtió que los dos zapatos tenían la punta torcida para el mismo lado. Él volvió corriendo al centro de distribución. Ya no quedaba nadie.
Y empezó la persecución del zapato derecho.
Durante meses caminó el padre de Raymundo, de aldea en aldea, averiguando.
Después de mucho andar y preguntar, encontró lo que buscaba. En un lejano pueblito, más allá de las colinas, estaba el hombre que calzaba el mismo número y que se había llevado los dos zapatos derechos. Los tenía, brillantes, sobre una repisa. Eran el único adorno de la casa.
El padre de Raymundo ofreció el zapato izquierdo.
-Ah, no -dijo el hombre-. Si los americanos los mandaron así, así debe ser. Ellos saben lo que hacen.



Mi ciudad y mi gente

Aunque me dé la espalda de cemento,
me mire transcurrir indiferente,
es ésta mi ciudad, ésta es mi gente...
y es el lugar donde a morir, me siento.

¡Buenos Aires!...
Para el alma mía no habrá geografía
mejor que el paisaje...
...de tus calles,
donde día a día me gasto los miedos,
las suelas y el traje...

No podría...
vivir con orgullo,
mirando otro cielo que no fuera el tuyo,
porque aquí me duele un tango
y el calor de alguna mano
¡y me cuesta tanto el mango que me gano!...

Porque soy como vos,
que se niega o se da;
¡te proclamo, Buenos Aires, mi ciudad!

Aunque me des la espalda de cemento,
me mires transcurrir indiferente;
¡te quiero!.... Buenos Aires, y a tu gente,,
y entre tu gente, sin querer, te encuentro,
me encuentro...
Porque soy como vos,
que se niega o se da;
¡te proclamo, Buenos Aires, mi ciudad!

Eladia Blázquez

11/8/10

Toda percha que camina

Por Violeta Gorodischer
Publicado en PAGINA 12

Y llegará el día en que nos vestiremos con prendas interactivas: pijamas con somníferos incorporados entre sus fibras, túnicas de entrecasa que harán masajes, ropa deportiva con sensores para medir presión y temperatura, camperas con GPS en sus capuchas. También respetaremos la ecología, buscaremos “etiquetas verdes” basadas en el uso de algodón orgánico y priorizaremos los colores suaves carentes del teñido que daña a la naturaleza. Reciclaremos ropa usada para no desecharla antes de tiempo, instalaremos el trueque si nuestros recursos económicos son moderados. Y nos respetaremos entre nosotros: todo estará regido por la ética del comercio justo. A los trabajadores textiles se les pagará lo que les corresponde y se erradicará cualquier atisbo de trabajo esclavo en los talleres. Ese día, damas y caballeros, la moda habrá muerto. Para ser exactos, se habrá diluido en un sistema general de indumentaria.
La mentora de estas predicciones es la socióloga Susana Saulquin, creadora y actual directora de la Carrera de Diseño de Indumentaria de la UBA, directora del ISM (Instituto de Sociología de la Moda) y autora del flamante libro La muerte de la moda, el día después (Paidós). Lo más atractivo de su teoría es que este proceso, que describe próximo a concluir en el 2020, ya comenzó: en Europa, Bayer abre una rama textil y crea un tejido con propiedades analgésicas, Philips diseña chaquetas de snowboard que advierten la cercanía de otros esquiadores prendiendo una mano con luces en la espalda y Nike vende zapatillas con sensores que actualizan en Twitter los kilómetros recorridos. En Argentina, Indarra fabrica remeras con biofibras de bambú y camperas con paneles solares que acumulan energía, mientras que la marca Sr. Amor recicla prendas donadas al Ejército de Salvación a partir del trabajo de diseñadores como Martín Churba, Mariano Toledo y Pablo Ramírez. “Vamos a atravesar veinticinco años de transición, contados desde 1995”, explica Saulquin desde los sillones de su casa de Vicente López, vestida de punta en negro. “El sistema de la moda, como parte de las transformaciones que se están dando en el mundo en todos los órdenes sociales, está abandonando las pautas que lo sustentaban para reagruparse bajo nuevos parámetros.” Porque hoy, el avance de la tecnología y el crecimiento de las redes sociales transforman la forma de presentarse frente al otro; los blogs son las nuevas usinas de tendencias y difusión de innovaciones, los diseñadores ponen el ojo en las tribus urbanas, se prioriza la funcionalidad y la practicidad en las prendas y, en la búsqueda de lo personal, lo creativo y lo auténtico, se atiende a los materiales naturales, que contemplen la relación entre el hombre y la naturaleza. Y todo esto, mezclado y vuelto a tirar, ya está formateando la ropa del futuro.

De la reina a la estatua
No es la primera vez que la moda muere y renace bajo un nuevo signo. En el siglo XIV se consolidó como distintivo social de la nobleza, pero a partir de la Revolución Industrial, cuando entra a escena el proletariado, se replantearon las reglas del juego. La moda se transformó entonces en un sistema autorregulado y autónomo. Pocas décadas después, la aparición del jean de mano de Levi Strauss, instaló definitivamente la producción seriada para vestir al proletariado. La moda era entonces bipolar: alta costura por un lado, producción en serie por el otro. En los ‘60 irrumpió la juventud y se sumó el prêt-à-porter (un “estilo de vida”, difundido por las marcas listas para usar) y, desde ese momento, el esquema tripartito se mantiene hasta nuestros días (¿cada una para cada clase?). Ahora, en concordancia con la hipótesis de Saulquin, ya puede verse un desbarajuste (¿una grieta?) en tan prolijo sistema. Es que mientras el prêt-à-porter y la confección seriada tienden a fundirse, la alta costura se transforma, paulatinamente, en una más de las bellas artes. No sólo porque las condiciones para que una etiqueta integre la Cámara Sindical de la Alta Costura son cada vez más difíciles (desde ocupar en sus propios talleres a un personal mínimo de 20 empleados, hasta presentar colecciones de 75 modelos originales) sino porque el mercado para estas prendas hiperbólicamente caras tiende a desaparecer. ¿Conclusión? “Serán esculturas textiles”, dice Saulquin.
Alcanza con ver algunos de los diseñadores más conocidos de alta costura para detectar en ellos a los artistas del futuro. Pensemos en el japonés Issey Miyake, con esas prendas etéreas que exploran la relación entre el vestido y el cuerpo, con ese afán en que la naturaleza de las telas defina su destino sin necesidad de botones, costuras ni elementos ajenos a su esencia. No casualmente, sus creaciones pasaron por museos y escenarios teatrales... Pensemos en el brasileño Ronaldo Fraga, que fusionó las identidades latinas en sus recientes diseños y en el anteúltimo Fashion Week de San Pablo (2009) hizo desfilar a niños y a ancianos sobre la pasarela. En las plateas, la gente lloraba. Pensemos también en el diseñador británico Alexander McQueen. Con sus plumas, sus calaveras y sus máscaras; con sus modelos sangrientas, con toda su estética del horror desesperado. “Cuando él se suicidó yo dije: ‘Dios mío, no pudo soportar esa salida del sistema de la moda y entrar a una instancia de arte, porque ya estaba metido en el circuito del consumo’”, cuenta Saulquin. “El ya era un artista y las tensiones deben haber sido muy grandes. ¿Cómo dejás la colección, las tendencias, la presión por las ventas? No logró salirse de la masificación. Su muerte fue una metáfora de lo que está ocurriendo.”


Dime que usas y te dire que piensas
La no moda y la antimoda son otras categorías que, desde siempre, estuvieron separadas de la “moda oficial”. Mientras que la no moda es el vestido estable (el uniforme), la antimoda es la protesta hecha vestimenta. Cada época tuvo la suya: los beatniks, los hippies, los punks, los góticos. La moda oficial, por supuesto, supo generar anticuerpos para neutralizar estos movimientos sociales: en los ‘60, Yves Saint Laurent subió hippies de lujo a la pasarela; en los ‘80, Chanel hizo una colección íntegramente punk; Jean Paul Gaultier diseñó corsets para Madonna inspirado en lo que usaban las prostitutas y las cabareteras. “Son formas de desideologizar la vestimenta”, plantea Saulquin. Una vez que esto ingresa en el sistema masivo, pierde su función de denuncia. “Lo mismo pasó en los ‘90 en Argentina. Los diseñadores tomaban retazos de cada época: los zapatos fileteados de los ‘20, los bordados de los ‘40, telas de distintas culturas y países. Nunca una totalidad que pudiera reflejarse.” En la medida en que la moda funciona como producto ideológico de cada época y sociedad, en la medida en que canaliza su imaginario, lo que veíamos durante la década menemista era de alguna forma “la fragmentación absoluta de la posmodernidad”. Incluso en el Proceso Militar se dio algo parecido, sólo que en ese caso la “desideologización” era buscada intencionalmente. “Si tu ropa tenía ideología, vos eras un desaparecido”, dice Saulquin. De ahí el auge, por ejemplo, de las remeras Fruit of the Loom, una marca norteamericana absolutamente minimalista, que, tras la apertura de la importación sin filtro, no transmitía ningún tipo de mensaje ni connotación.
En la desarticulación actual del sistema, en cambio, se borran las fronteras entre no moda, antimoda y moda oficial. Los diseñadores miran lo que sucede a su alrededor y lo incorporan a la vestimenta, no ya para neutralizarlo sino para “dar cuenta de”. Las culturas populares, por ejemplo. ¿Están influenciando al sistema de las apariencias? Saulquin no titubea: “Estamos ante una ‘popularización de la cultura’ que se traduce en las colecciones de muchas marcas locales: estampados con flores, prendas superpuestas, combinación de colores que no se corresponden en la escala cromática”. Incluso está llegando a Sudamérica la influencia de los Hoodies, la tribu londinense que viste camperas negras y enfatiza el uso de la capucha (hood en inglés), tomando como referente la estética hip-hopera de la calle. Según Saulquin, todas estas apropiaciones reflejan la atracción que ciertos sectores populares ejercen en la sociedad actual. Antes que estrategias defensivas, lo que se produce es el simple reflejo de un clima de época. “La sociedad está redefiniendo las instituciones y en esa necesidad de volver a cimentar se mira con atención hacia estos estratos. Hay algo en la reciprocidad, en la solidaridad de los lazos de las culturas populares que, desde la crisis del 2001 en adelante, empieza a ser interesante e inspirador para el resto. Eso es lo que están viendo los jóvenes diseñadores de Argentina.”

 
El eterno retorno
Desde la Revolución Industrial, la moda parece haber seguido un parámetro que Saulquin se encargó de investigar minuciosamente: la repetición de cambios cada 18 años. Una especie de autorregulación interna basada en la vuelta cíclica en las formas, colores y texturas de las prendas. Como si el pasado regresara cada dos décadas, para mostrarnos el espejo desfigurado de quienes fuimos. “En parte, tiene que ver con el Complejo de Edipo o Electra”, dice la socióloga. “Entre los tres y cinco años los chicos tienen una necesidad fuerte de ocupar el lugar de la madre o el padre; a los nueve hay una pequeña superación y a los dieciséis o dieciocho uno quiere volver a usar lo que sus padres usaban años atrás, eso que probó entre los tres y los cinco.” La pregunta es qué ocurrirá con este eterno retorno cuando el sistema se desarticule por completo. ¿Qué formas adoptará el pasado reciente, revestido de nuevas ideologías y avances tecnológicos? “Lo que está pasando es que ese ciclo de la moda que era para todo el mundo parejo, empieza a focalizarse en las personas, que cada vez se visten de manera más propia”, dice Saulquin. “Los ciclos van a seguir, pero basándose más bien en los modelos familiares propios y no tanto en el mandato externo. El ciclo va a ser individual y no general; ya no habrá tendencias montadas por los grandes centros productores.” Porque esos cambios cíclicos no se producían mágicamente sino que estaban regidos desde afuera. Al día de hoy, cincuenta personas ligadas a la cadena textil se reúnen cada año en la “Gran Concertación” de París, dispuestas a pautar las direcciones del vestir según sus intereses de mercado. Y todos nosotros, uniformados bajo esa tendencia sin notarlo. “Que la sociedad elija por las personas provoca mucho alivio”, dice Saulquin. “El acatamiento a una moda rígida trae como beneficio secundario la seguridad, es muy angustiante tener tanta libertad en el vestir.” Ahora, en cambio, todo parece redefinirse: la sociedad digital se superpone a la industrial y post industrial, la ecología y el cuidado de los recursos se imponen, se vuelve al trueque y al reciclado, la tecnología y las redes sociales ocupan un lugar prioritario... Con todos estos cambios enmarcando su resurrección, el nuevo rumbo de la moda apuesta a las elecciones personales, desdibujando la regulación externa. “Es un cambio similar al que se produjo cuando se pasó de la Edad Media al Renacimiento”, arriesga Saulquin.
Pero aunque se enfatice la creatividad y la salida de lo masivo, habría que preguntarse qué alcance puede tener la libertad de un sistema de indumentaria digitado por los cambios socio-culturales que le indican el camino a seguir. En definitiva, entrando al siglo XXI y en medio de la exclusión imperante no sería raro que lo humano, lo natural y lo heredado se transformen en un valor exclusivo. Y absolutamente rentable.

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