27/12/10

Las cosas se cuentan solas

Por Eduardo Aliverti
Publicado en PAGINA 12

La estimulación y la profundización del clima convulsivo eran tan impresionantemente previsibles que el periodista llega a dudar acerca de si acaso no se escapó algún disparador en efecto sorpresivo, espontáneo, imprevisto.

Pero no. No hay caso. Desde la muerte de Kirchner, lo único que no se podía acertar era el momento exacto en que el cínico recato por el luto dejaría paso al relanzamiento de las maniobras de agitación. Nada más. La mesa (les) había quedado servida. Y no importarían las enseñanzas de la impresionante manifestación popular frente al muerto, ni las encuestas que revelan un crecimiento significativo del apoyo al Gobierno, ni el asentamiento del consumo y de los grandes números de la economía. No. En realidad al contrario, esos mismos indicadores serían usados para desmontar su carácter de presunta falacia una vez que estallara lo incontrastable de los hechos. En ese relato que encabezan los jefes mediáticos de la oposición, la economía presenta graves problemas barridos debajo de la alfombra; las deudas sociales, que vaya si las hay, terminan por explotar tarde o temprano, pero mejor si es más temprano que tarde; la masividad de la despedida a Kirchner no merece mayor reflexión que apuntarla como lo lógico del impacto producido por el deceso de un jefe político importante, y el pico de popularidad del Gobierno es un dato transitorio para el que se asocian la lástima despertada por Cristina viuda y aquel espejismo de la marcha económica. De manera que sólo cabía sentarse a esperar la “eclosión”.

La excusa operada inicialmente se llamó Villa Soldati, siempre sin perder de vista que fue sobre la base cierta de penosas condiciones de vida relativas a problemas de vivienda como al acceso a la tierra. Este aspecto estructural, junto con la acción de punteros y facinerosos; el aprovechamiento de los instintos racistas más repugnantes que anidan en vastos sectores; y el concurso infantilista de algunos fragmentos radicalizados, resultó un combo apropiado para disparar “enrarecimiento” social e imagen de violencia concreta por fuera de los habituales parámetros del delito urbano. Apenas se lo piense un poco, una cosa así era, en verdad, lo único que podían tener a mano para horadar. Ellos mismos son conscientes de que, como elemento cautivante del electorado a conquistar, está completamente agotado, a corto y mediano plazo, el discurso de la baja calidad institucional; los modos autoritarios del oficialismo; la corrupción; el aislamiento internacional (???); la crispación generada por la retórica confrontadora. Incluso, no da más lo imperioso de ponerle coto a “la inseguridad” y la inflación, porque ninguno de sus candidatos, reales y potenciales, ofrece algo más o menos creíble a cambio de lo que hay. Se imponía entonces promover o aprovechar algún episodio que pudiera ser apreciado como ostensiblemente distinto del paisaje aburguesado de los avatares políticos. Algo que se saliera de un acostumbramiento que tenía al oficialismo como principal beneficiario.

Si se está de acuerdo con ese bosquejo no cuenta demasiado cuáles fueron los nombres específicos que desataron o usufructuaron Soldati, ni cuánto hubo de errores gubernamentales en la materia imprevisión. Importa cómo lo siguiente a Soldati responde con estrictez a lo que debería resolver, muy rápidamente, cualquiera que no viva en una burbuja atómica. Macri hablando de inmigración sin control, hasta con la ayuda de alguna ¿comunicadora? descerebrada que le agregó “de baja calidad”. El Padrino, que reclama “poner orden”. Los medios hegemónicos, que instituyen al área metropolitana de Buenos Aires como la Argentina entera. Sus ¿periodistas? sobresalidos, que le adjudican a este fin de año funestos presagios. Esa ¿izquierda? tan pelotuda, por ser modestos o condescendientes, capaz de insistir en ¿la creencia? de que todo sirve para continuar masturbándose con alguna una toma del Palacio de Invierno. Nada menos que Nilda Garré al comando de la Federal, y nada menos que policía desarmada ante manifestaciones de protesta como uno de sus primeros anuncios (y nada más, porque es una disposición que rige desde hace años). Los comunicadores ¿de qué? fingiendo no entender la distancia entre que los agentes porten fuego contra la delincuencia, y no tenerlo a disposición contra reproches callejeros. Y –al momento de escribirse estas líneas– la frutilla de Constitución, hasta el extremo de comerciantes y habitués de la terminal señalando que había gentes a la que, por ahí, nadie les vio la cara nunca. Si alguien deseara ser todavía más enrevesado, en una de ésas lo junta con que fue el mismo día en que dejaron libres al Fino Palacios y al amigo Ciro James. Y por las mismas horas en que los hijos adoptados de la Noble Ernestina se negaron a acatar la orden judicial para periciar su ADN. ¿Por qué no habría la licencia para elucubrar esa extravagancia, si cruzando la calle hay cagatintas que relacionaron los hechos de Constitución con la candidatura de Amado Boudou?

La pornografía de esta operación (de “prensa”, porque al conjunto de la dirigencia opositora ni siquiera le da para obrar exclusivamente por las suyas) tiene el mismo volumen que la necesidad de interpretación oficial para no ver onanistas y cirujanos en cada muerto que se les cae del placard. Porque se lo hacen caer o porque se les cae solo, el kirchnerismo tiene el deber de no juzgar cada capítulo de sus desgracias, o problemas, o inconvenientes, como si fueran la última vez o el producto de inevitables ardides opositores. Aun cuando lo sean, como lo son, se apoyan en deudas constatables. La pobreza y la indigencia, el déficit espantoso de la vivienda, la crisis del sistema de transporte público, el aparato ya casi o en un todo ineficiente de los caudillos del conurbano bonaerense, y etcéteras, son cuestiones que ni se solucionan de la noche a la mañana (van solamente unos siete años de gestión, al fin y al cabo) ni deben ser entregadas, sin más ni más, al “con todo no puedo, y nadie podría”.

Ahora que ellos descubrieron esta punta reforzada de articular pobres contra pobres, o de cazadores de oportunidades contra desamparados. Ahora que las porciones, de siempre, de la clase media, vuelven a refugiarse en su horrenda parcela de que no venga ningún bolita a amenazarlas. Ahora que la derecha provocó o encontró un piolín, circunstancial o no, para hacer el croquis de que podría haber una vida mejor si no nos gobernaran estos montoneros, o esta yegua que reparte subsidios entre estos negros de mierda. Ahora que se creen que hicieron la primera, ellos y sus troskos funcionales aunque quizás o seguramente nobles. Ellos y sus narradores de nacionalismo popular nunca sometidos a constancia de gestión, aunque (varios de) sus argumentos sean sólidos. Ahora es momento de demostrar que se está en actitud y aptitud para reforzar el marcaje de la cancha, desde una posición que no se pretende ni revolucionaria de pacotilla ni arrodillada ante los factores de poder.

Si llega a concordarse en que se trata de eso, hay espacio político para desear felicidades y esperar que se concreten.

26/12/10

Brujonomics

Por Roberto Navarro
Publicado en PAGINA 12

La economía crecerá un 3,5 por ciento en 2010, gracias al viento de cola que vendrá del exterior. La inversión crecerá apenas un 2,0 por ciento. La desocupación trepará al 11,1 por ciento y caeremos en un déficit fiscal del 2,5 por ciento.” La afirmación la hizo Miguel Angel Broda a Clarín el 6 de diciembre de 2009. La realidad es que el año cerrará con un crecimiento cercano al 9 por ciento, con un incremento de la inversión del 17 por ciento, superávit fiscal primario del 2,7 por ciento y un desempleo del 7,5 por ciento. Broda erró otra vez y van... Cada año, al llegar diciembre, los economistas de la city difunden sus pronósticos. Aunque se vienen equivocando desde hace siete años, insisten con una perseverancia digna de mejor causa. En ese mismo artículo, Mario Brodersohn estimó un crecimiento máximo del 4 por ciento, una desocupación del 11 por ciento y déficit fiscal del 1 por ciento. El 3 de enero de este año Orlando Ferreres afirmó en el diario Perfil que “no hay forma de crecer más del 3 por ciento, porque tendremos cuellos de botella energéticos”.
La mayoría de los economistas que pronosticaron un pobre 2010 son de cuño neoliberal, aunque en los últimos años se han sumado a ese festival de pronósticos errados economistas que se denominan de centroizquierda. En sus opiniones marcaron claramente que los 2 o 3 puntos que iba a crecer la economía vendrían de la mano del viento de cola internacional. Por ideología, sólo cuentan en sus estimaciones con la fuerza del mercado, sin mensurar lo que pueden sumar las políticas públicas. Buena parte del crecimiento que no vieron se debió a un marco macroeconómico sólido y estable, a un fuerte incremento de la inversión pública, a una política industrial que estimula la inversión y al apoyo de la banca pública a la producción, entre otras medidas.
Sería inocente pensar que sus sistemáticos yerros se deben sólo a sus anteojeras ideológicas. Estos economistas trabajan para grandes grupos nacionales e internacionales que están en desacuerdo con la actual política económica. A diferencia de lo que estaban acostumbrados, el Gobierno interviene en los mercados, como en el caso de las retenciones a las exportaciones agrícolas, la regulación de las tarifas de los servicios públicos y la mediación en los conflictos laborales, entre otras medidas. Pronosticar el fracaso de la economía, además de generar expectativas negativas en el mercado, es una señal de disconformidad hacia las políticas del Ejecutivo.
Como en años anteriores, cuando la mayoría de los medios publican los pronósticos 2011 sin revisar los del año que termina, Cash realizó un trabajo de archivo para informar qué dijeron esos economistas mediáticos hace un año sobre la performance de la economía en 2010.
Carlos Melconian, uno de los consultores que más transitan los medios de comunicación, presentado en 2003 por el ex presidente Carlos Menem como su futuro ministro de Economía días antes de abandonar la segunda vuelta electoral frente a Néstor Kirchner, y uno de los referentes en temas económicos de Mauricio Macri, es uno de los que vienen previendo tempestades, sin éxito. El 14 de diciembre de 2009 le dijo a Clarín “puede ser que en 2010 crezcamos al 3 por ciento, porque las condiciones internacionales nos favorecerán. Pero a la hora de mirar el mediano plazo, soy pesimista. El modelo está agotado”.
El 2 de mayo de 2010, ya avanzado el año, José Luis Bour, director de FIEL, señaló a Perfil que “el boom de consumo de los bienes durables tiene corta vida. En el segundo semestre probablemente haya menos expansión por parte de los durables y ya la inflación estará mordiendo en todos los sectores. Esto se cae. Terminaremos creciendo un 5 por ciento, con suerte”. FIEL fue uno de los principales think tank neoliberales de los ‘90. De sus filas surgió Ricardo López Murphy. Sus economistas se resisten a aceptar que un plan opuesto a sus ideas tenga éxito.
En su edición del domingo 15 de noviembre de 2009, Perfil reflejó la preocupación de Orlando Ferreres por la economía 2010. “Uno de los temas estructurales que dificultarán crecer más del 3 por ciento en 2010 –como lo hará casi toda la región, con Brasil al frente– es la escasísima inversión agregada. Por otra parte, las políticas equivocadas del Gobierno han llevado al país a un gravísimo problema energético. No hay electricidad para producir más.” La realidad es que en 2003, con la llegada de Néstor Kirchner al poder, el país tenía una capacidad de generación de 14 millones de megawatts y utilizaba 12 millones. En la actualidad, luego de crecer casi un 80 por ciento en siete años, necesita 20 millones de megawats y produce 27 millones.
“Dejamos las tasas chinas de crecimiento para siempre”, afirmó Carlos Rodríguez, del Cema, a Ambito Financiero el 24 de noviembre de 2009. China está cerrando el año con una suba de su PBI del 9,6 por ciento y Argentina, del 9,0 por ciento. “Hasta después de las elecciones de 2011 no va a haber inversión en el país para motorizar el crecimiento. No vamos a una crisis, vamos a un parate de la actividad hasta que cambiemos por otro gobierno.” Sin disimulos, Rodríguez ponía como condición para crecer que se vayan los Kirchner.
“A medida que nos acerquemos a mediados de 2010, obviamente, la situación de inversión, de inflación, del financiamiento del déficit fiscal, de las distorsiones microeconómicas que subsidios y compensaciones han generado, van a ir produciendo expectativas de riesgo de crisis macroeconómica”, le anticipó a Clarín Miguel Angel Broda el 6 de diciembre de 2009. Como cuando pronosticó un dólar a 20 pesos en 2002, Broda va más allá de sus colegas y anticipa catástrofes. También suele opinar de política. “Una vez que el ‘gran macroeconomista’ (por Néstor Kirchner) vea que no hay posibilidades de que él o una parte de su dinastía puedan ser reelectos, preferirá dejar ‘tierra arrasada’ para intentar volver en 2015.” “El año próximo veremos una desocupación del 11,1 por ciento y subiendo, la inversión sólo rebotará un 2,0 por ciento y caeremos en un déficit fiscal del 2,5 por ciento. Con ayuda del exterior, podemos crecer un 3,5 por ciento.”
Mario Brodersohn, por su parte, aseguró en ese mismo artículo que “el Gobierno no tiene un planteo para resolver la crisis agropecuaria ni la crisis energética o cómo resolver el problema fiscal. Y eso va a afectar el clima de expectativas. La Argentina cayó más en la crisis y en el rebote va a crecer menos. Veo un techo de crecimiento del 4 por ciento, con suba del desempleo al 11 por ciento y un déficit fiscal del 1 por ciento”.
El ex viceministro de Economía de Eduardo Duhalde, Jorge Todesca, auguró un crecimiento del 2 por ciento para todo el 2010. En una nota que brindó el 14 de noviembre del año pasado a La Nación, Todesca señaló que “si el repunte fuera mayor, cosa que no creo, también habría más inflación y además queda por concretar todavía un fuerte ajuste de precios en servicios públicos, y en menor medida en el segmento privado. Otro ingrediente es la falta de inversión”. El año termina con una inversión record, que representa el 23,4 por ciento del PBI.
Rodrigo Alvarez, de Ecolatina, la consultora fundada por Roberto Lavagna, explicó el 8 de diciembre a Ambito Financiero que “los subsidios continúan siendo una pesada carga para las debilitadas cuentas fiscales y luego del fallido aumento de tarifas a mediados de este año, se esperan nuevas subas para 2010. Además de la electricidad y el gas, no descartamos futuros incrementos en el transporte público de pasajeros. La Economía ya no volverá a crecer más del 3 o 4 por ciento anual y el déficit fiscal será un problema serio”.
Mientras en los noventa cerraban decenas de miles de fábricas y se perdían millones de puestos de trabajo, los economistas neoliberales no tenían otra salida para apoyar el modelo que seguir la frase creada por Carlos Menem: “Estamos mal, pero vamos bien”. En los últimos siete años, ante la contundencia de los resultados obtenidos con un modelo antagónico al que promueven, no tuvieron mejor idea que dar vuelta la frase: “Estamos bien, pero vamos mal”.


19/12/10

Austerlandia

Por Rodrigo Fresán
Publicado en PAGINA 12

Paul Auster ocupa entre los lectores argentinos un lugar parecido al que ocupa Woody Allen entre los espectadores. Y así como el director creó un territorio y una lógica neurótica para sus ficciones, Auster parece haber delimitado lo suyo, puente de por medio: las calles de Brooklyn y ese aire extraño en el que todo sucede, en el que muchos oyen la música del azar. Con la excusa de la salida de su nuevo libro, Sunset Park (Anagrama), Rodrigo Fresán viajó hasta su casa de Nueva York para hablar de ese mundo, del rayo fulminante que en su infancia le hizo entender que la vida es imprevisible, la tarde en que el pañal de su hija le enseñó lo que era la trascendencia literaria, el choque del que salió intacto, su paradójico poco interés en el azar y el lugar de los accidentes en sus libros.


Uno leyó la historia muchas veces y hasta la escuchó de los labios de su protagonista en alguno de los varios documentales que se han dedicado a su vida y obra.
Pero es muy diferente oírla aquí, en su propia casa de Slope Park, en un perfecto atardecer de Brooklyn. Así que le pido, por favor, que me la cuente del mismo modo en que el escritor Paul Benjamin le pide al vendedor de tabaco Auggie Wren, en la película Smoke, que le cuenta la historia navideña de cómo consiguió su primera cámara. Esa cámara con la que Auggie fotografía –con sol o lluvia o nieve– una esquina del barrio.
Paul Auster suspira con una mezcla de resignación y placer. De acuerdo, la ha contado decenas, cientos de veces. Ya es casi un monólogo teatral que no admite casi ninguna variación en sus palabras. Pero también es cierto que es una buena historia. Así que Auster sonríe, mira de reojo el grabador, se acomoda en su silla y vuelve a contar la historia del relámpago que –como sucede con las mejores historias– es como si nunca hubiera caído para volver a caer ahora, otra vez, cada vez que Auster lo cuenta y vive y sobrevive para contarlo como se cuenta una historia en una mesa de bar mientras, afuera, transcurre la gran novela del planeta.
Ya lo saben: ese Paul Auster no es todavía este Paul Auster, pero ya siente ganas de serlo. Entonces, Paul Auster es apenas Paul y, cuando sea grande, quiere ser bombero. No ha leído aún Crimen y castigo de Dostoievski “como en una fiebre”, para acto seguido dejar constancia en un cuaderno adolescente de que “El mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo está en el mundo”. Pero a Paul ya le gusta leer y escribir y apuntar ideas y sensaciones y es el año 1960, o tal vez 1961. El joven Auster pasa el verano en un campamento infantil al norte del estado de Nueva York. Atrás, en Nueva Jersey, han quedado sus padres y su casa y todo ese mundo al que llegó en 1947 y ahora, en el bosque, estalla una tormenta como jamás ha visto. El guía les ordena a los pequeños exploradores que se pongan en fila para pasar bajo una alambrada y buscar refugio. Los rayos caen como lanzas que alguien arroja desde los cielos y los muchachos van pasando de uno en uno. Delante de Paul va su amigo Ralph, y justo cuando éste pasa bajo la alambrada es alcanzado por una descarga eléctrica. Ralph muere y Paul se salva por centímetros y por la casualidad de una formación. Es entonces cuando Paul experimenta y comprende aquello sobre lo que Auster escribirá, tiempo después, una y otra vez, a lo largo de su obra. La melodía –a veces feliz y afinada, tantas otras disonante y funeraria– en que se ordenan o se desordenan las vidas por el solo placer de convertirse en buenas historias. La música del azar y todo eso.
“Ese día cambió mi manera de pensar el mundo. Comprendí que ya nunca podría esperar que la vida fuera algo previsible. Supe que cualquier cosa podía suceder. Y, por supuesto, cualquier cosa sucedía. Y sabes cómo trabaja la memoria, cómo ciertos momentos de tu vida se van desdibujando como una vieja fotografía. Pero recuerdo a la perfección ese día. Como si todavía viviera en él. Como si nunca fuera a dejar de revivirlo”, concluye Auster.
Le pregunto si es fácil haber sobrevivido con ese recuerdo, si de algún modo no se tiene la constante sensación de que ese rayo, que bien podría estar diseñado y designado para él, tal vez lo siga buscando o esté esperando el momento propicio para volver a caer y fulminar.
“Lo cierto es que hace unos seis años el relámpago volvió a caer cerca. Y volví a sobrevivir. Sobrevivimos. Yo, mi mujer Siri y mi hija Sophie tuvimos un terrible accidente automovilístico... Fue otro de esos momentos en la vida en que vas por ahí, ocupándote de tus asuntos, todo va bien y de pronto... ¡Boom! Literalmente ¡Boom! Algo se estrella contra tu vida y la de los tuyos. Fue aquí, en Brooklyn. Ibamos en nuestro auto y una van a toda velocidad nos golpeó de costado. Fue algo tan súbito y tan fuerte. Nuestro auto, dando vueltas por el impacto y finalmente estrellándose contra un poste. Y yo pensé que Siri se había roto el cuello. Ella había perdido la vista por la intensidad del choque y después, por un tiempo, podía ver sólo en blanco y negro. Nos llevaron a los tres al hospital, nos revisaron a fondo y resultó que todos estábamos bien. Un milagro. Después fui a ver el auto para recoger nuestras cosas. Y no podía crear lo que veía: estaba destrozado, como demolido. Se hacía imposible comprender cómo era que habíamos salido ilesos de ahí adentro, de hecho era difícil entender cómo habíamos simplemente salido de ese amasijo de chatarras. Y recuerdo que el encargado del depósito de automóviles, un rastafariano de Jamaica, con largos dreadlocks, me miró y me dijo: ‘Dios los salvó’. Y yo no creo en esas cosas, pero esas palabras, viniendo de alguien como él, frente a esas ruinas de metal, de pronto me sonaron muy verosímiles y casi incontestables en su verdad. Fue una experiencia espiritual.”
Para mí, que ahora lo oigo como si Auster escribiera todo el episodio es, en cambio, ¡boom!, algo que bien podría salir de o entrar en cualquier novela de este escritor.
Una de las últimas novelas de Paul Auster se titula Un hombre en la oscuridad y comienza con un personaje yaciendo en una habitación y recuperándose de los “efectos” de un accidente automovilístico. Le pregunto a Auster si tiene algo que ver con lo sucedido, con lo que le pasó, y responde con firmeza: “En absoluto. El accidente en la novela es apenas un punto de partida y nada más... Ya lo sé: Paul Auster y el azar. Ya es casi un lugar común. No, en serio, el concepto del azar no me atrae. Pero para muchos es como si yo lo hubiese inventado y, para colmo, que fuera algo siempre verdadero. Algo que me pasó o que le pasó a alguien. Es como si el azar se descubriera por primera vez leyendo mis libros: es absurdo. Yo soy muy cuidadoso en ese sentido. No me interesa que se confundan o se fundan en una sola cosa mi vida y mi obra. De acuerdo, en mis libros hay personajes que se llaman Paul, incluso Auster, pero hasta ahí llego y eso es todo. A la gente le cuesta aceptarlo, tal vez porque muchos me conocieron con La invención de la soledad, donde sí revelo episodios un tanto particulares de la vida de mi familia. Pero yo siempre separo la realidad de mi vida de la realidad de mis libros. En ocasiones no es fácil. Con esto quiero decir que, a pesar de que mis tramas suelen estar afectadas por las misteriosas leyes de la casualidad, yo no voy por ahí decodificando signos y tratando de interpretar señales. Yo no espero nada porque cualquier cosa puede suceder. De eso sí estoy seguro. Pero de ningún modo es algo que me perturbe demasiado. Es algo que he aprendido a lo largo de mi vida y de lo que me acuerdo cada vez que me detengo a contemplarla desde la perspectiva de mis años. Ha sido hasta ahora una buena vida y la disfruto como tal, pero no me preocupa si resulta una buena historia. La calidad de mi vida es lo que me permite inventar otras vidas. Ese es, en realidad, el oficio de un escritor”.
Una buena vida, sí, que ha venido a dar a esta casa que casi puede leerse como si se tratara de un libro de Auster, como el proyecto para un Auster Museum. Fotos de familiares en las paredes (la postal múltiple de su padre que se ve en la portada de La invención de la soledad, numerosas instantáneas de su hija la modelo/cantante/actriz Sophie Auster, una de Auster detrás de una cámara y entendiendo a ésta, su segunda profesión, como “una especie de retorno a mis tiempos de deportista, volver a trabajar en equipo”), los bocetos y el original de Art Spiegelman para la portada de Mr. Vértigo, varios de los retratos de su servicial Olympia que pintó Sam Messer para La historia de mi máquina de escribir (el estudio donde resuena y trabaja desde 1974 está a seis calles de aquí, no se muestra a visitantes y allí acude para trabajar unas cinco horas de lunes a viernes y, si el libro lo pide, también los fines de semana), primeras ediciones de amigos admirados como Don DeLillo o ejemplares antiguos de antecesores respetados como Nathaniel Hawthorne.
Una buena vida que, le guste o no a su dueño, es también una buena historia: Paul Benjamin Auster nació en Nueva Jersey en 1947, fue estudiante en Columbia, navegó en un barco petrolero, pasó hambre y falta de dinero (leerlo en su autobiografía materialista A salto de mata), vivió en Francia como traductor, fue “corrector” del bizarro bestseller Jerzy “Desde el jardín” Kosinski y, sin prisa pero también sin pausa –y gracias a una herencia de su padre que al principio le proporcionó el “oxígeno” para trabajar en lo suyo– se ha ido convirtiendo en uno de los escritores de su país (donde para muchos es una especie de extranjero) con mayor prestigio y difusión en el mundo. Se sabe que Auster –traducido a treinta idiomas– es casi un ídolo pop en Argentina y Francia y España y que ya no le queda mucho espacio en su pecho o en sus paredes para colgar medallas y diplomas. Todo esto le produce un cierto desconcierto a quien, hace un par de años, tenía la sensación de haber llegado al final del camino o, al menos, al final de uno de los caminos. Cuando fue a España en el 2006 a recoger el premio Príncipe de Asturias de las Letras, Auster manifestó un cierto cansancio y se preguntó en voz alta si ya lo había dicho todo. La novela que acababa de entregar por entonces, Viajes por el Scriptorium, volvía sobre títulos y personajes anteriores, como revisitando o despidiéndose. Pero el síntoma duró poco. Auster continuó con Un hombre en la oscuridad –a la que considera complementaria de la anterior, “como el día y la noche” y donde insiste en las atmósferas encerradas un tanto beckettianas de sus comienzos– y luego se metió en “una novela larga”, Invisible, con entusiasmo y sin preocuparse de crepúsculos o últimas estaciones. Y de si lo que allí sucede, sucedió o sucederá.
Y ahora Sunset Park.
“Hacia el final de Brooklyn Follies hay una escena en que el protagonista, Nathan Glass, sufre algo que parece un definitivo ataque cardíaco pero acaba siendo nada más que una versión tremenda de un malestar estomacal. Eso sí me pasó a mí. Hace unos once años. Entonces yo pensé que estaba muriendo. El dolor era insoportablemente intenso. Y yo estaba exactamente allí, al pie de las escaleras, tirado en el suelo, en los brazos de Siri, y lo que yo pensé entonces fue: ‘Si muero ahora, no está tan mal. De hecho, está muy bien. Muero en los brazos de la mujer que amo. He trabajado duro en algo que me gusta. Soy el dueño de mi casa’. Y lo que más recuerdo es esa aceptación total y calmada y el hecho de que no sentí nada de miedo ante lo inevitable. Todo estaba bien. Mi vida llegaba a su final y no era una mala manera de terminarla.”
Y aun así, constante lector de sus días, Auster no parece dedicarles mucho tiempo ni darles demasiada importancia a los efectos de lo que hace en sus lectores o a los posibles motivos de su éxito. No tiene explicación alguna para que su consagración en España haya tenido lugar con la “comedia” Brooklyn Follies (más 200.000 ejemplares vendidos hasta la fecha y un efecto más que revitalizador en el resto de su catálogo) y no con El palacio de la luna (que lo elevó a los altares literarios en Francia). Le desconcierta que sean los jóvenes quienes más lo siguen y –cuando le sugiero, como también sucede con lo que hace el japonés Haruki Murakami, tal vez lo que atraiga a la juventud de sus libros es que resultan instructivos sin dar instrucciones, que aleccionan sin pontificar– Auster enarca una ceja y cambia de tema. El tema, parece, lo pone un tanto nervioso y es como si, pienso, no quisiera resolver el enigma por temor a que su efecto se disipe.
Segundos y terceros –personas cercanas a Auster– parecen más dispuestos a intentar explicarlo. Jonathan Lethem –autor, entre otras, de Huérfanos de Brooklyn y La fortaleza de la soledad– apunta: “Descubrí a Auster cuando él comenzó a escribir y yo trabajaba detrás del mostrador en una librería del norte de California. Sus tres primeras novelas –la Trilogía de New York– fueron publicadas por una pequeña editorial de San Francisco y su tema me llamó la atención de inmediato. Entonces publicó La invención de la soledad y Auster ingresó a mi panteón privado. La primera vez que lo vi en persona fue cuando presentó El país de las últimas cosas en Cody’s Books y fue entonces cuando hablé con él por primera vez. Yo, claro, quería ser escritor... Y no puedo precisar con gran autoridad qué puede significar Auster para un joven aspirante a escritor pero sí que en sus páginas se puede encontrar fácilmente el nutritivo y fortalecedor alimento en cuanto a la manera ejemplar en que ha seguido su singular e iconoclasta camino. Y, al mismo tiempo, resulta una influencia difícil de incorporar y de asumir sin caer en la más torpe imitación o la burda parodia. Así que tiene menos seguidores y continuadores que, digamos, Pynchon o DeLillo. En cuanto a su lugar dentro de la literatura norteamericana, me parece que su situación privilegiada y poco común pasa por la de ser alguien completamente libre y ajeno a la tradición de los Estados Unidos, donde hasta los más grandes siempre han tendido a ser escritores claramente nacionales. Aunque, claro, en Auster hay una evidente influencia de Poe y de Hawthorne en lo que hace, a mí me parece en más de un sentido que Auster es el gran escritor pos-americano. Lo que es muy raro de encontrar entre nosotros. Europa se las ha arreglado para producir o atraer a más escritores de esta clase, como Calvino o Beckett o Cortázar. El tipo de sensibilidad que trasciende fronteras. El caso de Auster”.
Rick Moody –otro vecino, conocido por su novela La tormenta de hielo– no duda en celebrarlo: “Paul no sólo es un gran escritor sino, también, un hombre verdaderamente bueno. Es increíblemente generoso con los demás, al punto que no puedo comprender de dónde saca tiempo para escribir sus libros. Siempre ha sido el consejero y mentor de todos los escritores de Brooklyn que yo conozco. Cuando tengo dudas en cuanto a cómo llevar a cabo mi trabajo en este mundo, yo siempre peregrino hasta el hogar de Paul y Siri y ellos dos siempre se hacen tiempo y espacio para atender mis preguntas y considerar mis problemas. Es muy difícil, por estos días, encontrar a personas tan amables y admirables”. Y Jorge Herralde –su editor de Anagrama– lo considera uno de sus escritores/insignia: “Martin Amis reunió sus ensayos literarios bajo un magnífico y combativo título: La guerra contra el cliché. Pero ahora, invitado a resumir mi opinión sobre el gran Paul Auster, lo primero que se me ocurre son ciertísimos y sonoros clichés: ‘hipnótico’, ‘sinuoso’, ‘inquietante’ y finalmente ‘adictivo’. Qué le vamos a hacer”.
Aquí y ahora, enfrentado al tema de la gloria y de los laureles, Auster finalmente admite: “Sólo una vez me sentí importante y trascendente desde el punto de vista literario. Fue hace muchos años. Acababa de terminar un libro y yo no tenía duda alguna de que era algo genial. Así que salí al jardín para comunicárselo a la humanidad y allí estaba mi hija Sophie, por entonces un bebé, y quien detesta que yo cuente esto... Pero, bueno, allí estaba ella, defecando alegremente. Y yo tuve que limpiar todo eso. Y, de pronto, todo volvía a estar en su sitio y, por supuesto, yo ya no era un genio porque, en primer lugar, nunca lo había sido. En cualquier caso, el tema –el ser o no ser– jamás volvió a preocuparme u ocuparme desde ese día en el jardín”.
Paul Auster y su mujer, la novelista Siri Hustvedt (autora de la admirable Lo que amé y de la reciente memoir clínica La mujer temblorosa) salen al jardín de su casa para posar para el fotógrafo. Tienen ese raro y poco común aire de las parejas que son inevitable y decididamente felices desde hace muchos años y, claro, la pregunta es inevitable y la respuesta no ofrece lugar a dudas: “Muchos tienden a pensar que las parejas de escritores son una forma terrena del infierno o algo así. Choques de egos, competencia, todo eso. Pero no ha sido mi caso. No he tenido ningún problema y ya han pasado veintisiete años. Estamos juntos desde 1981 y debo decir que ha sido y es formidable tanto en lo sentimental como en lo profesional. Seguimos juntos y felices. Y no hay palabra que yo escriba que ella no lea. Y viceversa. Es, sin dudas, mi primera y mi mejor crítica y he atendido todas y cada una de sus sugerencias... Y es bueno tener a alguien así a tu lado, en esta profesión tan extraña y difícil. Muy difícil. Cada vez más. Vas aprendiendo algunos trucos, pero cada vez te exiges más a ti mismo. Aun así, está claro que no puedo quejarme: nadie está enfermo en mi familia, tengo el suficiente dinero como para no tener que pensar en el dinero, y soy y hago lo que siempre quise ser y hacer. Soy lo que se conoce como un hombre de suerte”.
Y hay algo muy extraño y gratificante en volver a ver –en la pequeña pantalla de un ordenador, en una habitación de hotel, el Marriott, “el primero que se construye en Brooklyn en más de un siglo”, me cuenta Auster– la película Smoke “de Wayne Wang y Paul Auster”, estrenada en 1995, ganadora del Independent Spirit Award al mejor primer guión y, a mí juicio, la mejor de sus experiencias cinematográficas. Film cuyas “atmósferas” se recuperaron en Brooklyn Follies, que también podría llamarse Smoke 2.
Recuerden y vuelvan a verlo: allí Auggie Wren (Harvey Keitel) le muestra sus álbumes de fotos a Paul Benjamin (un perfecto William Hurt y, seguro, uno de los contados escritores verosímiles que se han visto en el cine) y le explica: “Son más de cuatro mil fotografías del mismo sitio. La esquina de la calle 3 con la Séptima Avenida a las ocho de la mañana. Cuatro mil días seguidos haga el tiempo que haga. Por eso no puedo tomarme vacaciones nunca. Tengo que estar en mi sitio todas las mañanas. Todas las mañanas en el mismo sitio a la misma hora. Es mi proyecto. Lo que podríamos llamar la obra de mi vida. Es mi esquina. Sólo una pequeña parte del mundo, pero también allí pasan cosas, igual que en cualquier otro sitio. Es un documento de mi pequeño lugar”.
Y aun así, ciudadano ilustre y hasta merecedor de un Paul Auster Day (todos los 27 de febrero desde el 2006), Auster no carga las tintas cuando se trata de referirse a su “pequeño lugar” en el mundo. Entiende y disfruta, sí, que es el lugar a donde ha llegado y del que seguramente no se irá nunca, pero al mismo tiempo no mitifica la idea de Brooklyn como nueva meca literaria. A la vuelta de su casa han cerrado dos librerías, la “escena” local más cool y cult se ha mudado al barrio de Williamsburgh y –por las dudas, decepcionante comunicado para muchos turistas– imposible tomarse una foto en la puerta de la tabaquería de Auggie porque nunca existió: fue pura escenografía inspirada en un negocio de verdad y en un auténtico Auggie que no vivió para el estreno de la película.
Ahí afuera está el Sueño Americano –“que por estos días tiene mucho de Pesadilla Americana y a ver si nos despertamos pronto”– y aquí dentro está el santuario. Una vista digna de ser fotografiada día tras día mientras, en un bar de la esquina, un hombre le cuenta una historia a otro hombre. Y ambos –quien la cuenta y quien la escucha– sonríen y fuman satisfechos y por suerte, por ahora, el cielo es azul y limpio y no hay relámpagos a la vista.

Un disidente prefabricado

Por Walter Goobar
Publicado en MIRADAS AL SUR

A pesar de que se lo retrata como el muevo campeón de la transparencia y el enemigo público número uno de la diplomacia estadounidense, Julian Assange no ha conseguido explicar sus vínculos con una oscura constelación de entidades que financian a la organización, ni su asociación con los medios hegemónicos

Tras un kafkiano proceso de apelación, un tribunal londinense concedió la libertad condicional al fundador de Wikileaks, Julian Assange. Además de depositar una fianza de 315.000 dólares en efectivo, Assange debe respetar un toque de queda desde las 10 de la mañana hasta las 2 de la tarde y desde las 10 de la noche hasta las 2 de la mañana; presentarse en una comisaría todos los días a las 6 de la tarde; entregar su pasaporte y llevar puesto un brazalete electrónico.
Antes de recuperar su libertad, Assange había ganado la encuesta de la revista Time para elegir el personaje del año. Más sorprendente que su meteórica carrera a la fama mediática, es el respaldo personal que en estas mismas páginas brinda el veterano líder cubano Fidel Castro a este oscuro personaje con un pasado tan dudoso como su presente.
A pesar de que se lo retrata como el muevo campeón de la transparencia y el enemigo público número uno de la diplomacia estadounidense, Julian Assange no ha conseguido explicar sus vínculos con una oscura constelación de entidades que financian a la organización, ni su asociación con los medios hegemónicos que son los principales responsables de la intoxicación informativa que Wikileaks dice combatir. Por el contrario, la información de los 250.000 cables refuerza las líneas editoriales tradicionales del cartel mediático conformado por The New York Times, The Guardian, Le Monde, El País y Der Spiegel.
A todo el mundo le gustaría creer que el fundador de Wikileaks es un hacker altruista y desinteresado, sin otro propósito que la libertad de información, pero es difícil sostener una visión tan optimista frente a una serie de evidencias que apuntan en sehtido contrario: el profesor canadiense Michel Chossudovsky, que dirige la ONG Global Research, indica que Wikileaks es parte de una gigantesca operación de desinformación que apunta a crear una disidencia prefabricada.
Chosudovsky se remonta a 2007 para rastrear las incongruencias entre el discurso y la conducta pasada y presente de Assange. En 2007, el ahora famoso portal solicitó apoyo y asesoramiento de Freedom House, una ONG con sede en Washington cuyo director, William H. Taft IV, fue asesor legal del Departamento de Estado durante la administración Bush y viceministro de Defensa durante la presidencia de Ronald Reagan.
En sus inicios, a principios de 2007, el portal definió sus propósitos en su sitio web: Wikileaks será una versión incensurable de Wikipedia para colocar masivamente documentos filtrados y análisis. Nuestros intereses principales son los regímenes opresivos de Asia, del antiguo bloque soviético, del África subsahariana y Oriente Medio, también espera ser de utilidad para aquellos que en Occidente desean revelar el comportamiento poco ético de sus propios gobiernos y empresas”.
Todo esto fue ratificado en una entrevista que Julian Assange concedió a la revista The New Yorker en 2010.
Al menos en sus objetivos iniciales, está claro que los intereses geopolíticos de Wikileaks coincidían con los intereses geopolíticos de los Estados Unidos. Más aún, fuentes del propio portal señalaron que el cuerpo de asesores estaba conformado por rusos expatriados, refugiados tibetanos, periodistas y analistas de inteligencia.
En estas mismas páginas se revela que la teoría del poder de Assange se basa en bibliografía utilizada por el Pentágono como parte de su doctrina contrainsurgente y antiterrorista, por lo que no resulta del todo extraño que la metodología de Wikileaks se asemeje bastante a la de las operaciones encubiertas de los Estados Unidos en el extranjero que en diversas oportunidades ha utilizado las filtraciones a la prensa como método de desestabilización política.
Wikileaks no es un típico movimiento alternativo. Si bien Julian Assange declara su compromiso y preocupación por la verdad en los medios de comunicación, los documentos filtrados por el portal han sido cuidadosamente editados por el cartel de medios de comunicación hegemónicos en coordinación con el gobierno de los Estados Unidos.
Esta colaboración entre Wikileaks y los cinco grandes medios de comunicación no es fortuita, sino que formó parte de un acuerdo que permite que sean ellos los que controlen y supervisen la selección, distribución y edición de los documentos doblemente filtrados a la opinión pública.
Muchos sectores progresistas consideran que Wikileaks es parte de un despertar de la opinión pública, de una batalla contra las mentiras y falsedades que aparecen a diario en los medios de comunicación impresos y en la TV.
En ese caso, cabe preguntarse, ¿cómo puede esta batalla contra la desinformación de los medios realizarse con la participación de medios como el New York Times, que mintió deliberadamente sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak?
“Wikileaks ha contratado a los arquitectos de la desinformación de los medios para combatir la desinformación de los medios: un procedimiento incongruente y contraproducente”, sentencia el canadiense Michel Chosudovsky.
Los medios corporativos de Estados Unidos y más concretamente el diario The New York Times –que históricamente ha servido a los intereses de la familia Rockefeller–, forman parte del establishment económico, con enlaces a Wall Street, los think tanks de Washington y el Consejo sobre Relaciones Exteriores (CFR). Esto explica las razones por las que el NYT ha centrado la difusión de los cables de Wikileaks en las áreas que apoyan los intereses de política exterior de Estados Unidos: el programa nuclear de Irán, Corea del Norte, Arabia Saudita y el apoyo de Pakistán a Al Qaeda, las relaciones de China con Corea del Norte.
Mientras se desarrolla esta aparente orgía de la transparencia, Wikileaks no debería ser evaluado por lo que revela, sino por lo que no revela: si uno observa lo que no se divulga cuando aparentemente todo se divulga, descubre que hay ausencias más que elocuentes.
Aparentemente, Assange acordó, con funcionarios de Israel, no publicar los documentos que pudiesen afectar a la seguridad o los intereses diplomáticos de ese país. Esto explica por qué el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, afirmó que las revelaciones eran “buenas para Israel”.
El alemán Daniel Domscheit-Berg, un ex vocero de Assange que esta semana lanzó un portal alternativo para competir con Wikileaks, afirmó en una entrevista con la corresponsal israelí, Leah Abramowitz, que Assange se reunió con agentes de inteligencia de ese país para negociar la omisión de Israel entre los documentos filtrados y recibió dinero de éstos. Assange les aseguró a los israelíes que no se publicarían documentos comprometedores, como los de “las guerras del Líbano y Gaza”.
De acuerdo con un sitio web en árabe de periodismo de investigación, Al-haqiqa, Assange se reunió con funcionarios israelíes en Ginebra a principios de este año y llegó a un pacto secreto. El gobierno de Israel de alguna manera sabía o esperaba la publicación de una gran cantidad de documentos relativos a los ataques israelíes contra El Líbano y Gaza, en 2006 y 2008. Las fuentes del diario añadieron que estos documentos, que venían principalmente de las embajadas de Estados Unidos en Tel Aviv y Beirut, fueron eliminados y destruidos.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, admitió en una conferencia de prensa que Israel había “tomado la iniciativa” para limitar los daños causados por las filtraciones, y añadió que “ no hay ningún documento israelí que haya sido revelado por Wikileaks”. Israel no aparece por ningún lado, aunque todo lo filtrado refuerza su peculiar manera de ver el mundo.
Según Michel Chosudovsky, “Wikileaks tiene las características esenciales de una operación de disidencia fabricada”. El propósito no es reprimir la disidencia, sino, por el contrario, dar forma y moldear el movimiento de protesta, para establecer el límite exterior de la disidencia.”.

18/12/10

Los matones

Por Luis Bruschtein
Publicado en PAGINA 12

En el barrio Piedrabuena se describía el saqueo a un supermercado que nunca se había producido y en otros barrios populares de la ciudad algunos vecinos se preparaban para una invasión de paraguayos y bolivianos que nunca se produciría. La xenofobia había cundido y no solamente entre los vecinos argentinos blancos de Soldati. Entre los ricos y los pobres de todo tipo y nacionalidad surgían resquemores y miradas de desconfianza. La ciudad de Buenos Aires se había convertido, ahora sí, en un gran basural, pero no de basura material, sino ideológica. Una gran estupidez con sabor amargo se reproducía en las colas de los bancos, en los comentarios de sobremesa, en diálogos de taxímetro y en discusiones insólitas también en algunos ámbitos diz que progresistas. Nunca la ciudad generó tanto olor a podrido como cuando tantas cabezas se pusieron a pensar la misma mierda.
Y los consultores dicen que hay que ser xenófobo para no perder votos. Dicen que Macri ganó votos con su discurso discriminador y que la presidenta Cristina los perdió cuando salió al cruce con su discurso del Día de los Derechos Humanos. O sea que para ganar votos hay que actuar como un reverendo patán, en tanto que una persona democrática que no odia ni discrimina por cuestión de raza, religión, ciudadanía o condición social formaría parte de una minoría subversiva en la ciudad de Buenos Aires. La no discriminación resulta una actitud ultraizquierdista, testimonial. Ese es el verdadero problema en una ciudad donde la cultura ciudadana pareciera deslizarse por una superficie tan difusa y volátil que se dispersa con el primer soplido. El de Soldati discrimina al de la villa 20 y los demás porteños discriminan al de Soldati. Y en España a todos los porteños sin distinción les dicen sudacas con menos consideración que si vinieran de la Villa 20.
Macri anunció a través de los medios que iba a regalar títulos de propiedad en las villas, como si fuera una oferta de supermercado. Si hubiera ofertado zapatos para dama hubiera provocado estampidas entre señoras de los barrios porteños. Pero no eran zapatos, sino tierra para viviendas, y provocó una estampida de las miles de personas que la necesitan, que fueron a su vez criticadas por muchas de aquellas señoras que se hubieran tirado de cabeza por unos zapatos baratos. Cosas veredes, Sancho, y nunca se agotará la capacidad de asombro. Sobre todo por la rapidez y la naturalidad con que ese discurso reactivo y tan primario e irracional conseguía instalarse con comodidad en la cabeza de miles y miles de porteños pobres o ricos, rubios y morochos. La estupidez no discrimina, no es tan estúpida.
Los medios tienen siempre su gran parte de responsabilidad, como la movilera de Radio Mitre que demostró su “valentía” al coincidir con Macri en su enojo por la “inmigración desenfrenada”. Agregaba de su pequeño coleto: “y de baja calidad”. No fueron comentarios de alta calidad los suyos, pero un argentino puede decir lo que se le ocurra en su país. Esto fue un gran logro de la democracia porque, antes, los iletrados ni siquiera podían votar. Más allá de los medios, cada quien tiene que aprender a hacerse cargo de lo que piensa. Mientras la señora boliviana se mantenga sentada en la puerta del súper es fácil hacerse el civilizado supremo y comprarle unos pimientos por dos pesos. Hasta se puede sacar una foto mientras lo hace, para mostrarles a los amigos. Pero si la señora sale a reclamar tierras para vivienda, tenga razón o no, se convierte en parte de “una inmigración desenfrenada” y, como dijo la piba, “de baja calidad”. La esencia de las personas se pone de manifiesto en situaciones límite. Los crímenes más repugnantes han sido cometidos por vecinos contra vecinos en guerras étnicas o religiosas, en Polonia contra los judíos o en Bosnia contra los musulmanes. Convivían en paz hasta que dejaron de hacerlo, envenenados por la excusa de la xenofobia, la seguridad, el fanatismo religioso y la discriminación.
Y en este punto, no se trata de que tengan razón o no en el reclamo o en la forma del reclamo. En cualquier caso posible la xenofobia, el fanatismo y la discriminación son ideas criminales. Una persona civilizada no puede asociarse al discurso primitivo de un patotero. Cuando va a agredir en esas situaciones, la patota profesional grita siempre consignas para justificar su violencia, conseguir alianzas tácitas de los que lo rodean y neutralizar posibles reacciones de sentido común: contra los zurdos, contra los maricones, contra los extranjeros, contra los chorros o contra los negros de mierda. En una pelea callejera, el matón profesional, que en este caso es una especie de linchador, apela siempre a las zonas oscuras de las personas que puedan estar a su alrededor. Ellos tratan de convertirse así en la personificación de la violencia que generan al convocar esos miedos y prejuicios.
El matón profesional puede creer o no en lo que dice. En principio es solamente un recurso más de la pelea. Pero, por algún mecanismo perverso, ese recurso en el que él no cree se convierte en credo para muchos de los que en ese momento lo rodean. Entonces el matón se convierte en portavoz de personas que supuestamente son más inteligentes y mejores que él. Se produce un fenómeno de subordinación a esa personificación de la violencia, como sucedió con Hitler en Alemania y con muchos de los porteños que encontraron sus voceros entre los barrabravas que fueron a golpear a los pobres que estaban reclamando tierras.
No resultó extraño escuchar al escritor Marcos Aguinis destacando en el programa de González Oro el ejemplo de Brasil, donde el ejército entró a sangre y fuego a las villas de emergencia. “Y por supuesto que hay muchos muertos inocentes –expresó–, pero así se acaba el problema.” Aguinis, que es un gran divulgador de lugares comunes, había dicho que los escolares que rodearon a la presidenta Cristina Fernández el Día de los Derechos Humanos le hacían recordar a “los jóvenes con brazaletes que le llevaban flores a Hitler”. Pero los admiradores locales de Hitler coinciden con Aguinis y no con la presidenta Cristina Fernández. El neonazi Alejandro Biondini se apropió de la frase de Macri sobre la “inmigración descontrolada” y en una carta exigió al gobierno de Bolivia “que pida disculpas a la República Argentina” por los bolivianos de la Villa 20 que habían invadido el Parque Indoamericano.
Las formas de discriminación propias del nazismo (incluso con una idea similar de exterminio del otro, como surgía del ejemplo de las favelas en Brasil) se pueden filtrar peligrosamente a través de un conservador autoritario como Aguinis, o de un neonazi. Pero en este caso, Biondini fue menos nazi que el escritor porque no habló de exterminios ni de muertos.
¿Qué queda en el corazón de las personas después de los hechos? Cuando llega la calma después de la pelea. Sobre todo cuando la pelea se disuelve con un criterio de racionalidad y no por la violencia. Hubo insultos, peleas y muertos. Todos los insultos del mismo lado y todos los muertos del otro. ¿Es posible un sentimiento de triunfo porque se terminó la ocupación del parque? En todo caso, el triunfo fue de los que aplicaron esos criterios de racionalidad, no de los histéricos ni de los furibundos, ni de los violentos.
Resulta paradójico que el camino de la negociación que permitió la solución del conflicto tenga menos consenso según los encuestadores y consejeros del macrismo que el de la violencia, que para ser justificada necesita apoyarse en ese discurso xenófobo que ensayó Mauricio Macri para encubrir su incompetencia. El mismo ideario que vociferaban las patotas cuando agredían a los vecinos de la Villa 20 que estaban ocupando el Parque Indoamericano.
No se trata de discutir si los que tomaron el parque tenían o no razón. Será otra discusión. El poderoso veneno no estaba allí sino escondido en la reacción xenófoba que provocó la toma y que se extendió como un incendio por toda la ciudad. La debilidad de algunos bienpensantes, la perversa ambigüedad de los autoritarios o la flaquísima conciencia ciudadana que no termina de arraigar para rechazar el canto de sirena del discurso patotero, son el verdadero problema.
Quedó demostrado que se podía reaccionar de otra forma, pero el camino pacífico, que lleva tiempo y paciencia, que requiere inteligencia, sensibilidad y política tendría menos rating en esta ciudad supuestamente culta y moderna. En cambio la violencia, con su carga simbólica de castigo ejemplificador y negación y anulación del otro, se considera flamígeramente apropiada en la urbe de Macris, Aguinis y Biondinis.

10/12/10

El extranjero

Por Daniel Goldman
Publicado en PAGINA 12

No hay duda de que siempre que se produce una pelea en donde hay que echar a los pobres de la tierra, los supuestamente más elevados, los que moran en el olimpo vuelven a poner en el tapete los argumentos que responden a modelos sociales y económicos que replican las condiciones xenófobas de la vida y resucitan las lógicas del prejuicio.
Este país que sostuvo como bandera la idea del crisol de razas, cíclicamente en el hoy expresa en boca de funcionarios la suerte de la intolerancia que resurge como parte del discurso neoliberal y que conlleva la intención de excluir a todo aquel que no sea blanco, apuesto y exitoso. Esta atribución de los paladines platinados, padres del progreso, que cargan la mítica idea de poblar estas latitudes desde la época de Neanderthal, esgrimen el argumento del indocumentalismo racista cuando la piel les es frotada por el conflicto irresuelto de una sociedad en la que se ven amenazados en la concentración de sus riquezas mixturadas con la frivolidad asociada a lo perverso.
Siendo así, me permito brevemente traer la reflexión teológica acerca de las palabras del patriarca Abraham cuando dice “Extranjero y habitante soy ante ustedes”. La exégesis se detiene en este versículo, insistiendo en la profunda idea de que todo hombre en su calidad humana habita únicamente la extranjería. Dicho de otro modo, acusar al otro de extranjero implica no reconocer la frágil condición de haber sido colonizado en los propios hábitos enajenantes, establecidos por los límites autoritarios de la condición discriminatoria. Inculpar al otro de extranjero es poner al descubierto nuestra propia alienación y asumir nuestra propia extranjería es dejar de ser extraños ante nosotros mismos.
Como hijo de polizontes indocumentados que llegaron a la Argentina en el año 1948, recomiendo la lectura de El extranjero, de Albert Camus, quien nos recuerda que los estigmas sociales denotan la insensibilidad, la desidia y el absurdo.


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