29/6/11

El gran pronosticador

Por Joaquín Morales Solá
Publicado en LA NACION el lunes 29 de junio de 2009 (fragmento)

"El kirchnerismo ha concluido anoche como ciclo político. El tiempo que le resta es el de un paisaje resbaladizo, en el que Kirchner hará lo que pueda –o lo que quiera– para preservar una inestable gobernabilidad. Además, el peronismo tiene desde ayer el candidato que buscaba para relevar el liderazgo de Kirchner: es Carlos Reutemann, que ganó en Santa Fe contra la mayoría de los pronósticos. Reutemann es uno de los pocos referentes que el peronismo no discute".

27/6/11

Un momento para el que nunca se preparó

Por Juan Pablo Varsky
Publicado en CANCHALLENA

No lo puedo creer. Jamás pensé que tocaría escribir sobre esto. "Esto" es el descenso de River. El más campeón del fútbol argentino. ¿Cómo explicar este drama deportivo? Porque es un drama deportivo. Obviamente, primero están la salud, la familia, el amor y los amigos. Pero el fútbol es la más importante de las cosas menos importantes de la vida.
Se cierra un círculo. Los promedios, que lo habían salvado en 1983 cuando terminó penúltimo en el Metropolitano, lo condenaron a jugar la Promoción. En 1981, la impactante caída de San Lorenzo indujo a Julio Grondona a cambiar la manera de definir los descensos en Primera. No quería que otro grande perdiera la categoría por una mala temporada. Tras un 1982 de transición, los promedios comenzaron a regir al año siguiente. No se inventaron para rescatar a Ríver. Ese fue el efecto, no la causa.
Curiosamente ese año cayó Racing, primera víctima de un sistema naturalmente injusto que influyó en este 2011. Revisemos la progresión de Ríver en las últimas tres temporadas. En la 2008-2009, terminó último en el Apertura pero 15o en la general con 41 puntos. Sacó más que Argentinos (38), Independiente (39), Rosario Central (40) y los descendidos Gimnasia y Esgrima de Jujuy (38) y San Martín de Tucumán (40), castigado por el sistema. En la 2009-2010, volvió a tener una campaña mediocre pero le habría alcanzado para quedar a resguardo sin promedios. Sus 43 puntos superaron la producción de Gimnasia (37), Huracán (37), Tigre (32) y los relegados Atlético Tucumán (35) y Chacarita (32). En estos dos ejercicios, los cuatro equipos que bajaron a la B Nacional habían subido el año anterior. El molde se rompió en la 2010-2011. Dos de los tres ascendidos de Segunda sumaron en la temporada mucho más que la media de los recién llegados. All Boys de gran Apertura (51) y Olimpo de excelente Clausura (48) se escaparon de todo.
Esto nunca había ocurrido en el combo torneos cortos/promedios/promoción, vigente desde 2000. A pesar de sus 57 puntos y el quinto lugar en la general compartido con Arsenal, River debió revalidar su lugar en Primera ante Belgrano con 1,237 de promedio, el más alto para un equipo en esta instancia. Una instancia que nunca había imaginado y para la cual no se preparó, entre la negación y la subestimación. Más allá de este extraordinario escenario deportivo, el club ha sufrido una continua degradación.
En 2005, el pasivo era de 65 millones de pesos y en 2006, trepó a 98 millones, según los balances de Pistrelli, Henry Martin y Asociados SRL. Las deudas bancarias también crecieron, de 4 millones en 2005 a 10 en 2006. El club combinaba fragilidad económica con mediocridad deportiva. Los barras Schlenker y Rousseau se pelearon por plata y por poder. Había sido tan exitosa la política de integración modelo Aguilar que ambos quisieron quedarse con todo. Fue asesinado el barra Gonzalo Acro.
En 2007, la debacle institucional incluyó dos clausuras del estadio y una del club. José María Aguilar no se presentó a las elecciones de 2009. Con una inteligente campaña proselitista, Daniel Passarella supo perfilarse como su gran opositor, a pesar de haber sido su empleado en 2006 y 2007. Más preparado para ganar que para gobernar, heredó finanzas calamitosas. Pero lo sabía. Su vicepresidente Turnes y su tesorero Renzi formaron parte de la Comisión Fiscalizadora que le aprobó todos los balances a Aguilar. Anunció que se "acababa la joda". Garantizó inversiones milllonarias. Prometió una auditoría de la gestión anterior y enviar a la Justicia a los presuntos responsables de administración fraudulenta, sea quienes fueren. Aún no se conocen los resultados.
El viernes 12 de noviembre de 2010, se aprobó el balance correspondiente al período 2009/10, los últimos tres meses de la gestión Aguilar y los primeros nueve de Passarella. Reflejó el mayor déficit de un ejercicio en la historia del club y del fútbol argentino: 79.828.156 pesos. El pasivo alcanzó los 216.827.799 pesos. El pasivo corriente -las deudas a cancelar en un año- era de 191.721.760 pesos. El patrimonio neto cayó de 100.322.315 pesos a 20.494.059 pesos. Hoy, les debe más de 22 millones de pesos a los bancos.
El Fideicomiso, la gran promesa de Passarella para reforzar el plantel, nunca salió. Los jugadores han pasado mucho tiempo sin ver un peso. Sin embargo, este contexto influyó muy poco en el rendimiento del equipo a final del año pasado. Tras el cambio de DT (JJ López por Cappa), River sacó 12 de los últimos 18 puntos en juego en el Apertura y terminó con 31, cuarto y fuera de todo. Un balance tan bueno que el presidente eligió no contratar futbolistas para el Clausura, con la excepción del innecesario Bordagaray, una concesión al empresario Ranucci por refuerzos estelares que nunca llegaron.
Todo siguió igual de bien en 2011. En la novena fecha, River le ganó por 1 a 0 a Banfield con gol de Pavone y quedó como único líder con 18 puntos. No era Barcelona ni mucho menos pero ofrecía una idea reconocible: orden, intensidad defensiva, el solitario talento de Lamela para crear y la potencia de Pavone para crear espacios y definir. Con derecho, pensaba más en la consagración que en la promoción.
Sin embargo, colapsó de manera increíble. Después de aquel partido, sólo pudo ganar uno más, contra Racing. Terminó con nueve seguidos sin triunfos. El duelo con All Boys, rival directo por la permanencia, marcó el punto de inflexión. La debacle de su arquero Carrizo retrata la autodestrucción. Todos perdieron el control. Juan José López comenzó a revolear nombres y sistemas como quien toca las teclas de una computadora para repararla como sea. Enajenado, Daniel Passarella le pidió la renuncia a Julio Grondona por el mal arbitraje de Lousteau en el superclásico. Apenas días antes, le había solicitado dinero para un campeonato económico que no ganó. La deuda con los futbolistas supera largamente los 20.000.000 de pesos. Muchos dejaron de creerle y visitaron la sede de Agremiados para asesorarse. Tampoco los clubes confían y le reclaman por falta de pago. Cuatro empates consecutivos lo dejaron en la última fecha dependiente de Olimpo. La subestimación y la negación pesaron más que la chance concreta de jugar la Promoción.
El hecho consumado desnudó la improvisación del presidente y el entrenador. Siguieron los volantazos. Passarella se borró en Córdoba y luego sobreactuó su presencia en el Hindú Club vestido con ropa de entrenamiento, como si aún fuera el Gran Capitán. El DT dispuso un insólito equipo para la ida, lleno de pibes, muy tiernos para afrontar semejante instancia. Desamparados y sin la preparación mental para este histórico escenario, los futbolistas cometieron errores de principiantes. Adalberto Román hizo un penal de colegio secundario. Mariano Pavone remató otro con los ojos cerrados. No dieron tres pases seguidos. No podían. Díaz y Ferrero se chocaron entre ellos y le sirvieron el gol a Farré.
La situación superó a todos. A los hinchas que invadieron la cancha en Córdoba, tiraron bombas de estruendo en el hotel de Belgrano y rompieron todo; dentro y fuera del Monumental. A la AFA, que no le ordenó a Pittana suspender el partido tras la irrupción del enmascarado y sus secuaces. A la policía cordobesa que, en lugar de detenerlos, los acompañó gentilmente a tomar su lugar en la tribuna. Al Gobierno nacional que, a pesar de la indicación del Ministerio de Seguridad, decidió que la revancha se jugara con público con el riesgo de que ocurriera una catástrofe. A Sergio Pezzotta que se tragó un claro penal a Caruso e hizo equilibrio con las tarjetas.
El único que estuvo a la altura del acontecimiento fue el bravo Belgrano. Hoy celebra su regreso a Primera. Disculpas a los Piratas, que tampoco tienen noción de lo que hicieron. Sin dudas, merecen más espacio. Pero hoy toca escribir sobre el descenso de River. Aún con la injusticia de los promedios, la decadencia del club y el inesperado colapso, no lo puedo creer.

Querido viejo

Por Hugo Soriani
Publicado en PAGINA 12 Querido hijo:


Esta carta está consagrada a los festejos de River por la obtención del campeonato, así que empiezo a contarte.
El domingo jugaron River y San Lorenzo, un partido en el que desde un comienzo dominó River y ya en el segundo tiempo arrinconó a San Lorenzo en su arco, pero pasaban los minutos sin que llegara el gol que tanto necesitábamos, pero a los veinticuatro minutos Alonso recibe un corner y de cabeza hace el gol. El estadio tembló como nunca, River siguió apretando y luego llegó el segundo y enseguida terminó el match, ante la enorme alegría y emoción de la gente, pues ya se saboreaba el campeonato.
El miércoles se jugó el partido con Argentinos Juniors con la cuarta división, por la huelga de jugadores, y con el triunfo de River la gente directamente enloqueció y fueron en manifestación hasta el Monumental, donde todos dieron rienda suelta a su alegría. Hubo manifestaciones hasta altas horas de la noche en todos los barrios, hasta en el Barrio Norte. Los autos hacían sonar las bocinas como un medio de identificación con la alegría que vive todo el pueblo.
Hoy sábado fui dos veces al estadio y por fin pude sacar una platea para el partido con Racing.
Retomo la escritura hoy lunes. Cuando iba al estadio la Avenida del Libertador presentaba un aspecto único: autos embanderados, familias enteras, desde la abuela hasta los nietos, todos con emblemas blancos y rojos: eran los padres que llevaban a sus hijos a ver un espectáculo único como era la coronación luego de 18 años.
Una vez en el estadio el espectáculo era indescriptible, único, como ni yo ni nadie habíamos visto antes, hasta los trenes se asociaban al júbilo tocando su silbato al pasar. Un gran globo de gas despegó del estadio y voló por la ciudad, y al salir los jugadores ya fue la locura, rodeados de miles de hinchas, la “gorda Matosas” adelante y eufórica. El partido fue lo de menos y se suspendió en el segundo tiempo, pero ya River ganaba dos a cero y estaba todo dicho.
Después siguieron las manifestaciones interminables, no sólo acá, sino en todas la ciudades del interior.
Y cuando ya volvía caminando desde el estadio hasta las Barrancas de Belgrano, no pude menos que acordarme de cuando eras chico y los dos hacíamos el mismo camino, que a veces me decías que te daba una puntada en el estómago y teníamos que parar un rato a descansar.
¡Cuánto te extrañé ayer, en cuántas cosas he pensado y cuánto he recordado!
Eran tiempos más felices que volvían a mi memoria, alegrías y emociones del ayer que ya está lejano.
Y termino este relato deseándote que estés cada día mejor y enviándote un fuerte abrazo.”


Esta es la carta que mi padre me escribió a la cárcel en agosto del ’75, cuando River rompió con la racha de 18 años sin ganar campeonatos.
Yo estaba preso desde hacía un año. Aislado en la cárcel de Magdalena y sin posibilidad de leer otra cosa que no fuera la correspondencia de mis familiares directos que, por supuesto, llegaba a nuestras manos con el sobre abierto por los censores.
La carta me llegó con quince días de atraso, y la noticia del campeonato la recibí primero de la boca de un guardián, gallina como yo, que violando todas las consignas compartió el júbilo conmigo aun a riesgo de ser sancionado. Hasta ese punto llegan las complicidades que genera el fútbol.
Recién ahora que soy padre, casi cuarenta años después, puedo comprender la soledad de mi viejo en el festejo.
Cuando nos separó la política y cada almuerzo familiar se convertía en una disputa, el fútbol nos seguía uniendo y volvíamos a él como el salvavidas capaz de mantener a flote nuestra relación, quebrada por las diferencias insalvables entre sus ideas y las mías. Entre su pensamiento rígido, forjado en su carrera militar, y el mío que empezaba a formarse en la militancia de izquierda.
Durante mis largos años en prisión, mi padre no faltó a una sola visita. Separados por el vidrio del locutorio, seguíamos peleando cada vez que discutíamos de política, hasta que ambos, dolidos, nos refugiábamos en River como punto de encuentro y coincidencia.
La despedida era sin abrazo, el vidrio que nos separaba lo hacía imposible, pero el adiós con la mano iba acompañado de la única consigna que podíamos compartir: ¡Viva River, carajo!, gritábamos los dos cuando sonaba el silbato que anunciaba el fin de la visita.
Así fue en Magdalena, en Caseros, en Rawson, en Devoto: ¡Viva River, carajo!, gritamos siempre que nos despedimos durante aquellos años interminables.
Mi padre murió en el ’89, pero antes tuvimos una revancha. Festejamos juntos la obtención de la Copa Libertadores del ’86: yo había recuperado la libertad tres años antes y él compró las entradas que nos unieron aquella noche en un abrazo interminable en la tribuna San Martín alta, cuando “el búfalo” Funes hizo el gol consagratorio.
Hoy regreso de la cancha con Joaquín y Jorge, mis dos hijos, caminando hacia Barrancas de Belgrano. Vamos tomados por los hombros, tristes, pero no solitarios. Nos acompañamos los tres y juntos afrontamos esta pesadilla. Recordando a mi padre, hacemos el mismo trayecto que cincuenta años atrás yo hacía de su mano.
Ya no hay otro partido. Ya sonó el silbato que no anuncia el fin de la visita, sino la derrota inapelable. Ya estamos en la B. Ya sabemos que ahora iremos a la cancha los sábados y que tendremos que cambiar nuestras rutinas. Ya no habrá más clásicos para palpitar y tendremos que aprender hasta los nombres de nuestros nuevos rivales.
Pero los tres gritamos fuerte para que mi viejo nos escuche donde quiera que esté. Gritamos bien fuerte. ¡Viva River, carajo!

10/6/11

Einbahnstrasse

“Bajo estas circunstancias, una verdadera actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro del marco reservado a la literatura: esto es más bien la expresión habitual de su infructuosidad. Para ser significativa, la eficacia literaria sólo puede surgir del riguroso intercambio entre acción y escritura; ha de plasmar, a través de octavillas, folletos, artículos de revista y carteles publicitarios, las modestas formas que se corresponden mejor con su influencia en el seno de las comunidades activas que el pretencioso gesto universal del libro. Sólo este lenguaje rápido y directo revela una eficacia operativa adecuada al momento actual. Las opiniones son al gigantesco aparato de la vida social lo que el aceite es a las máquinas. Nadie se coloca frente a una turbina y la inunda de lubricante. Se echan unas cuantas gotas en roblones y junturas que es preciso conocer.”

Walter Benjamin

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