31/8/12

Bob Wilson: pensar con el cuerpo


Por Ernesto Schoo
Publicado en LA NACIÓN

A los 70 años de edad (nació en Waco, Wisconsin, el 4 de octubre de 1941), Bob Wilson sigue siendo el niño terrible del teatro contemporáneo. El 8 de este mes terminó de representar, en el Athénée de París, Krapp, o la última cinta magnética , de Beckett. Días antes, el diario Libération le hizo una entrevista, de la que extraemos algunos conceptos. Este poliédrico personaje (bailarín, coreógrafo, pintor, arquitecto, actor y escultor, además de cultivar el video, diseñar muebles y su propia utilería, y ser considerado uno de los mejores iluminadores de teatro en el mundo) sufrió el año pasado un infarto en Praga; operado del corazón, volvió con renovados bríos al escenario. Había actuado por última vez en 1995, en un Hamlet muy personal, en Bobigny, cerca de París; cuando le preguntan cómo se siente al regresar, responde. "Me olvido siempre de mi edad. Baudelaire decía que el genio es la infancia recuperada a voluntad. Cuando se mira a un actor, debe verse a un niño que juega." Pese a su afirmación de que vio su primer espectáculo a los 20 años, la verdad es que se crió en un ambiente culto y refinado. El primer éxito de Wilson fue, en 1970, Einstein en la playa, una ópera con música de Philip Glass, aunque ya el año anterior había estrenado El rey de España, a partir de una respuesta que dio en la adolescencia a la eterna pregunta: "¿Qué querés ser cuando seas mayor?". Bob contestó: "Rey de España". Desde entonces, no ha dejado de sorprender (y enfurecer) a espectadores y críticos con sus creaciones, cuyos principales rasgos son austeridad, lentitud y longitud: doce horas duraba "The Civil Wars" (1982/83), otro tanto "The Life and Times of Joseph Stalin", y "Kamountain y Guardenia Terrace" abarcó siete días, en la cumbre de una montaña, en Irán. Su énfasis está puesto en el silencio y en el movimiento, antes que en las palabras, aunque tiene por éstas un gran respeto: "El lenguaje es un artefacto social". Su versión de Cuarteto, de Heiner Müller, tiene quince primeros minutos sin palabras, y en esta Krapp del Athénée, "pasan veinticinco minutos antes de que yo abra la boca: hay que confiar en el silencio y en el humor". En 1974, Beckett fue a ver Una carta a la reina Victoria, de Wilson, en París, lo felicitó y lo invitó a comer. "Hablamos de la interpretación de Oh les beaux jours, por Madeleine Renaud, Beckett me dijo que era excelente, porque no entendía nada, pero tenía un timing perfecto. También Müller decía que los actores mejoraban si no entendían." "¡Pero usted no dirá -exclama el entrevistador- que Isabelle Huppert, su actriz fetiche, no entiende nada!" Contesta Wilson: "Ella piensa en abstracto y nunca pregunta el porqué. Isabelle conoce y acepta el formalismo y la distancia. Hay que preservar el misterio. Pero la mayoría de los actores le teme a la frialdad? Y esa mayoría parte de la causa para llegar al efecto, cuando se necesita exactamente lo contrario. Hoy, con el naturalismo y la psicología, los actores piensan demasiado con la cabeza; tendrían que pensar con el cuerpo".

29/8/12

John Cage: "Todo está allí"


El 27 de octubre de 1970, John Cage mantuvo un diálogo público con el investigador Daniel Charles en el Museo de Arte Moderno de París. De esa charla, que luego derivó en otras conversaciones hasta conformar un libro, reproducimos los primeros tramos, en los que el incomparable artista estadounidense habla de su trabajo con el sonido.

Empezaré por los conceptos que usted se forjó en la época en que nacieron sus primeras obras, e intentaré ahondar, con su ayuda, en lo que llegaron a ser. Me gustaría, pues, que definiera los términos: estructura, método, forma, materiales, que para usted tuvieron, en cierta época, muchísima importancia.
En el tiempo en que estudiaba con Schönberg, me impresionó ante todo su concepción de la estructura musical. La tonalidad constituía, a su juicio, el medio de llegar a una estructura. Y esa estructura consistía en la división de una obra en partes. Cuando se utiliza la tonalidad, la estructura depende de la cadencia, puesto que sólo la cadencia permite delimitar las partes de una obra musical.

¿Se atuvo usted a esa concepción de la estructura?
No, desde luego. Pero empecé por aceptarla. Con la condición, sin embargo, de no estructurar ya según la tonalidad, sino según el tiempo.

¿Por qué?
Porque quería incorporar el mundo de los ruidos a la obra musical.

¿Entonces usted rechazaba, en conjunto, el sistema tonal?
Sí, porque los ruidos no forman parte de las cadencias.

Y, al mismo tiempo, usted evitaba quedarse en una definición “cultural” de la estructura.
Sí. Eso me obligaba a reconsiderar el concepto de material musical.

¿Podría usted precisar cuál es el nexo entre estructura y material?
Estructura y materiales pueden estar unidos, u oponerse.

¿Son dos nociones que forman pareja?
Exactamente.

¿Qué entiende usted por método?
Observé que Schönberg, cuando aplicaba la serie dodecafónica, se preocupaba por el movimiento de un sonido a otro. Esto no es una cuestión de estructura, es lo que yo llamo un método. El método consiste en caminar con el pie derecho, con el pie izquierdo, y después con el derecho; también se puede caminar así con los doce sonidos, ¿no es verdad? O bien con el contrapunto. El proceder de Schönberg era esencialmente metódico. Y bien, hemos hablado del material, de la estructura, del método…

Falta la forma.
En aquella época, yo concebía la forma como el aire de misterio que rodea a veces la vida de un organismo. Cuano uno se pone a organizarlo, ¡lo mata! Análogamente, cuando se imita la forma de otro, se está un poco en la vida de ese otro. Un poco pero no del todo: no se posee verdaderamente esa vida.

La forma es única, no se repite.
Si así sucede, es lo mejor.

Usted ha mencionado la posibilidad de relaciones entre la estructura y el material. ¿Pueden establecerse otras relaciones en el seno de la obra musical?
Me parece que estructura y método pueden estar unidos por el amor a la organización…

O desafiar ese amor a la organización…
…que se nos atribuye. La elección del material, en cambio, y sobre todo de la forma, deben y pueden ser libres. Me parecía evidente que pudiese organizar el material, pero no la forma. Y que la estructura no era posible improvisarla. Tales son, o más bien tales eran las ideas que profesaba en la década de 1940.

¿Hasta 1950?
Hacia los años 1948-49, empecé a no creer más, a no interesarme más en ellas. Pero hasta entonces estimé que, de los cuatro componentes, tres podían improvisarse: la forma, el material y el método, y tres podían organizarse: la estructura, el método y el material. Y los dos del medio, es decir, el material y el método, podían ser ya organizados, ya improvisados.

Sin embargo, una obra musical puede no contener uno de los cuatro componentes. Pongamos por caso Metamorphosis, una de sus piezas dodecafónicas para piano, que se ajusta al rigor de cierto método: ¿puede hablarse de estructura en ese caso?
Por cierto que no.

Con método, pero sin estructura, ¿hubiese podido ser una “música del corazón”?
Digamos, simplemente, que es una música ¡sin estructura!. En esa obra, dividí la serie dodecafónica en células estáticas. Es posible escucharlas: tatata, tatata, tatata... Y me serví de una serie, como base de la obra, para saber a partir de qué nota podía empezar a repetir tal o cual célula.

La serie sólo era una cosa suya, del compositor; no tenía más función que la mnemotécnica.
Lo que se escucha no es la serie; pero la serie está en la base de lo que se escucha.

De cualquier modo, la serie es lo que permite a los sonidos brotar, sobrevenir.
Pero sin ser ellos mismos.

Si los sonidos no son ellos mismos, es porque dependen de alguna otra instancia… intelectual.
Estructura no hay, y el método hay que buscarlo por el lado de la inteligencia.

¿Metamorphosis sería, pues, una obra exageradamente intelectual? ¿Aceptaría usted reconocer en ella lo que tiempo después usted mismo llamó un “monstruo de Frankenstein”?
¡Pero sí! Y esas células repetidas, ¡qué aburrimiento! (Risas).

¿Podría usted, ahora, darnos algunas precisiones sobre el material? Me gustaría que hablara de la Bacchanale, porque es la primera obra suya donde interviene el piano preparado. Ha surgido toda una leyenda en torno del piano preparado. Se ha llegado a decir que usted metía allí tenedores, estilográficas…
(Riéndose) ¡E incluso nieve!

¿Recuerda usted en qué circunstancias lo inventó?
El escenario donde debía presentarse el ballet de Syvilla Fort no era lo bastante grande para una orquesta de percusión…

¿Usted dirigía en aquella época no una sino varias orquestas de percusionistas?
¡Sí, y tenía problemas de sala! Aquella vez, la solución se presentó tres o cuatro días antes del espectáculo.

Usted se dijo: lo que está en cuestión no es la sala, ni yo; el culpable es el piano.
Sí.

¿Y entonces decidió poner dentro del piano sustancias no pianísticas?
Sí, a fin de dejar en manos de un solo pianista el equivalente de toda una orquesta de percusión.

Es un principio de economía.
Un solo músico puede hacer verdaderamente una inifinidad de cosas dentro de los límites de un teclado, con la condición de que sea un teclado “estallado”.

¿Y su gusto por el material lo condujo a hacer “estallar” no solamente el teclado, sino también, en beneficio de la forma, todo lo que es estructura?
En el caso particular de la Bacchanale, me limité a seguir la estructura de la danza.

¿En qué sentido?
Tomé un metrónomo y un cronómetro, y pedí a Syvilla Fort las medidas de la danza; después de tomar las medidas, pude escribir la música.

¿Directamente?
Sí, a partir de la estructura de su propia danza. Los que componen músicas para las películas de Hollywood proceden del mismo modo.

¿Y después de la Bacchanale?
Proseguí con la ampliación del material.

Así fue como introdujo en el piano algo más que madera. Metal…
Y también goma. En The Perilous Night, aparte de madera hay algo más; pero la madera que ejecuta, ¡es bambú!

¿Por qué?
¡A mi madre se le ocurrió que obtendría mejores efectos si introducía en el piano sustancias naturales! (Risas).

Vuelvo a su definición del material. Para caracterizar su música, usted dijo alguna vez que se fundaba al mismo tiempo –e igualmente– sobre los sonidos y los silencios.
Sí. Mis solos de piano, sobre todo, toman el silencio en serio…

Al escucharlos, uno piensa en ciertas piezas japonesas para koto, donde los ataques instrumentales son aislados, están distribuidos cuidadosamente en el silencio. ¿Llegaría usted a considerar que la secuencia silencio-sonido-silencio constituye lo esencial de esa música?
Cada vez que hay, como en las obras en que usted piensa, una estructuración del tiempo, es posible dividir ese tiempo e introducir en él a título de material, silencio. He procurado hacer como Satie o como Webern: aclarar la estructura, fuese con sonidos o con silencios.

Usted se aleja, en ese punto, de la concepción tradicional del silencio. Su silencio ya no es el del músico clásico, que dice: “Reposemos en la meditación que sigue a la audición del sonido”.
Yo no veía por qué ese músico hubiese debido abstenerse de dar un sitio de privilegio a los sonidos.

Usted invoca a Webern: siguió su ejemplo.
Desde luego, pero no a la manera de los “postwebernianos”.

¿Qué quiere decir?
Que sólo buscaron en Webern lo que respondía al culto de la voluntad sustentado por ellos.

En tanto que usted, por su parte, era sensible a lo que el crítico alemán Heinz-Klaus Metzger ha descrito como “la tos incontenible que se apodera del público cada vez que escucha un silencio en la música de Webern”…
Sí, me di cuenta de que soy bastante sensible a todas esas personas que tosen… (Risas). Es exacto.

Tomar en serio el silencio, no dar un sitio de privilegio al sonido musical, significa, en consecuencia, ampliar también el sonido mismo.
Significa rehusarse a verlo sometido a lo que se ha convenido en considerar como “musical”.

Usted integra a los sonidos de su música los sonidos de la gente que tose…
Es decir, lo que los otros llaman “silencio”. Yo intercambio los sonidos y los silencios.

Y al hacerlo, ¡usted pone la música cabeza abajo!
La “música”, como usted dice, no es más que una palabra.

¿Diría usted que lo que se sigue llamando “silencio” pertenece en realidad a otro dominio? ¿O bien que el silencio pertenece a ese mismo dominio, la música?
Ya es sonido, y de nuevo es sonido. O ruido. Se transforma en sonido en ese mismo momento.

Su obra supone la musicalización de lo que al principio no era musical y que se convierte en su música.
Sí, pero tenga en cuenta que ese proceso ha durado años.

Usted toma como punto de partida una crítica del lenguaje, porque el lenguaje habla de silencios y nunca hay silencios. Si el silencio no existe, es imposible poseerlo. Si el sonido y el silencio a la vez se oponen y son lo mismo, ¿es posible poseer los sonidos? ¿Es precisamente esto lo que usted sostiene?
Sí, y por eso usted comprende cómo fui llevado a modificar la estructura. Si el silencio no existe, sólo tenemos sonidos. Pero, en ese momento, uno empieza a darse cuenta de que ya no tiene necesidad de estructura. Poco a poco, quebré toda estructura.

¿Significa eso realizar lo que Suzuki, que lo introdujo a usted en el Zen, llama la no-obstrucción?
Sí: el sonido ya no es un obstáculo para el silencio, el silencio ya no sirve de pantalla al sonido.

Entonces sería erróneo pensar que el Zen se fija un término, una decisión, un objetivo… que sería por ejemplo el estado de iluminación, en que todas las cosas se revelan como nada.
Esa “nada” no es más que otra palabra.

Como el silencio, debe suprimirse a sí misma…
Y por allí se vuelve a lo que es, o sea, a los sonidos.

Pero, ¿no se pierde algo?
¿Qué?

El silencio, la nada…
¡Usted ve muy bien que no pierdo nada! ¡En todo esto, no es cuestión de perder sino de ganar!

Volver a los sonidos, entonces, significa volver, más acá de toda estructura, a los sonidos “acompañados” por la nada.
Y el retorno lleva a algo completamente natural: los hombres son de nuevo hombres, y los sonidos, de nuevo sonidos.

¿Dejaron alguna vez de serlo?
¡Por supuesto que no! Pero el Zen ha mostrado todo eso mejor que nosotros.

Su proceder, en consecuencia, parte del Zen.
No, no del todo. Hay algo más que el Zen.

De todas maneras, ¿no debe usted lo esencial de esas ideas a su maestro Suzuki?
Desde que empecé a estudiar filosofía oriental, la introduje en mi música. En aquella época, siempre se pretendía que un compositor tuviera algo que decir. Y bien, lo que yo decía no era más que lo que había comprendido, por entonces, de la filosofía oriental, ante todo la de Shri Ramakrishna, la de la India. El Zen sólo llegó más tarde. Tuve efectivamente a Suzuki por maestro.

Al principio, ¿estaba usted preocupado, en su música de mediados de los ‘40, por expresar algo?
Sí, pensaba que la música debe “comunicar”. Por ejemplo, las Sonates and Interludes intentaban llevar a la música ciertas ideas de Shri Ramakrishna y principios estéticos de la India.

¿Cómo pasó usted de allí a la no-obstrucción y a la interpenetración de la que habla Suzuki, es decir, a intercambiar silencio y sonido?
Escribí un Concert for Prepared Piano and Chamber Orchestra. Compuse allí un drama entre el piano, que sigue en un papel romántico, expresivo, y la orquesta que, por su parte, se ajusta a los principios de la filosofía oriental. Y el tercer movimiento significa el acuerdo entre las cosas que se habían opuesto en el primero.

¿Reconcilia ese acuerdo el sonido y el silencio?
Pero todavía sin intercambiarlos. Tampoco hay intercambio entre sonido y silencio en otras obras, como el Quartet for Strings. Sólo con las Sixteen Dances entré –con confianza– en el dominio del azar. En efecto, Merce Cunningham había preparado dieciséis danzas. Tenía, en aquel momento, ideas muy similares a las que desarrollaban mis Sonates and Interludes. Es decir, quería una música que expresara emociones. Entonces, quise determinar si podía atender un pedido de música “expresiva” sirviéndome de los recursos del azar.

¿Estaba preocupado por cumplir cabalmente ese pedido?
Sí, y si lograba hacerlo, significaría que podía seguir adelante con el azar, ¿no es así?

¿Por qué el azar?
Hemos hablado del silencio como totalidad de los sonidos no queridos. Intercambiar sonido y silencio significa recurrir al azar.

Muy bien pero, en el fondo, eso sólo podía ser obra suya. Usted pretendía zafarse del compromiso. A usted se le ha reprochado a menudo eso: que dejara de ser el compositor propiamente dicho. Sin embargo, ¿no había cierta mixtificación en esa petición de irresponsabilidad?
Si el trabajo que yo hacía en ese estado de irresponsabilidad era aceptado por otro, por el que lo había encargado y quería encargarlo, esto significaba, sin duda alguna, que resultaba perfectamente posible, sin atentar contra la honra de nadie, remitirse al azar. ¿No es así?

¿Existe, en su música, alguna relación entre la idea del azar y su concepción del tiempo?
En cuanto hay estructura, en cuanto hay método o, más bien, en cuanto estructura y método existen porque se remiten a lo mental, a la inteligencia, hay posesión del tiempo… o por lo menos uno se imagina que lo posee.

Y de la medida del tiempo es imposible escapar.
Si uno se libera de la medida del tiempo, ya no puede tomar en serio la estructura.

Estructurar o desestructurar, ¿siempre significa, para usted, ordenar la música de acuerdo con el tiempo?
Sí, creo que el tiempo constituye la medida radical de toda música.

¿Usted, entonces, renunció a estructurar sólo para “poner en libertad” esa dimensión originaria, el tiempo?
Así es.

Me gustaría entonces que nos hablara de esa libertad del tiempo mediante los procedimientos del azar, tales como usted los ha empleado.
Intervino el libro de los oráculos chino, el I Ching. Pero, antes del I Ching, yo trabajaba con los cuadrados mágicos.

¿Cómo los utilizaba?
En vez de nombres, ponía, en esos cuadrados, sonidos, o agregados de sonidos. Fue así como escribí las Sixteen Dances, y el Concert for Prepared Piano.

¿Y cómo empezó usted a consultar el I Ching?
Un día se presentó Christian Wolff: quería estudiar composición conmigo. Era una persona notable, y creo que yo aprendí más de él que él de mí.  Yo no le cobraba las lecciones y, como su padre era editor, en compensación, Christian me traía los libros editados por su padre. Un día, entre ellos, estaba el I Ching. Al ver los hexagramas, me impresionó inmediatamente su parecido con los cuadrados mágicos. ¡Era mucho mejor! Desde entonces, no me separé del I Ching.

¿Lo utiliza al margen de la música, en la vida cotidiana?
¡Por supuesto! Cada vez que tengo problemas. Lo he utilizado con mucha frecuencia para las cosas prácticas, para escribir mis artículos y mi música… Para todo.

Sin embargo, alguna vez le fue infiel al I Ching; por ejemplo, cuando se dedicó a observar las imperfecciones de una hoja de papel.
Sí, para mis Music for Piano. ¡En Darmstadt, uno de mis alumnos llegó incluso a preguntarme un día qué se debía hacer ante una hoja de papel sin imperfecciones!

Pero, ¿por qué adoptó usted ese procedimiento de los “accidentes del papel”?
Utilizar el I Ching me exigía, cuando empecé, una enormidad de tiempo. Para cada aspecto de cada sonido, para cada parámetro, si usted lo prefiere, que decidía tirar a la suerte, debía consultar seis veces los oráculos.

¿Por causa de los hexagramas?
Sí, necesitaba un tiempo considerable, y una precisión consumada. Así fue cuando compuse Williams Mix. Un día, mientras trabajaba, sonó el teléfono: una bailarina me pedía que le compusiera inmediatamente una música de ballet, para un espectáculo. Entonces me dije que necesitaba dar con un modo de trabajar rápido, no tan excesivamente lento como sucedía las más de las veces. Por cierto, en el caso de Williams Mix y de otras piezas, me proponía seguir, como hasta entonces, consultando normalmente el I Ching. Pero también quería contar con una forma rápida de componer una obra. Los pintores, por ejemplo, trabajan lentamente con óleo y rápidamente con colores al agua: de pronto vi que la música, toda la música, ya estaba allí (Risas).

Y perfeccionó el procedimiento.
Sí: superponiendo papeles transparentes, revestidos de líneas y de puntos, podía combinar las imperfecciones, multiplicarlas entre sí.

Eso explica la complejidad de ciertos tipos de notación de su Concert for Piano and Orchestra, de 1958.
Y también de mis Variations.

La primera vez que alguien abre una partitura de ese tipo no puede menos que sentirse impresionado no sólo por su carácter insólito de muchas grafías, sino también por la proliferación de las técnicas del azar que revelan esas grafías.
Y sobre todo puede decirse que si se observa una hoja de papel vacío –la página en blanco de Mallarmé– se la puede comparar con el silencio. Pero basta la menor mancha o rasguño, el más pequeño agujero o defecto, o el punto negro más insignificante, para ver que no hay silencio. ¡El “vértigo” de Mallarmé era en vano!

¿Hay siempre , y en todas partes, accidentes?
¡Por cierto!

Y su Concert for Piano es un gigantesco repertorio de accidentes posibles…
Ese aspecto del descubrimiento de accidentes es preciso relacionarlo, también, con mis estudios con Schönberg. Para él, sólo había repeticiones. Decía que el principio de variación sólo representaba las repeticiones de algo idéntico.

¿De una célula, de una serie?
Sí. Si hay variación, es inútil cambiar un elemento; siempre se puede cambiar algo, pero el resto permanece. Y esto anula la variación. Pero en esa oposición yo he introducido…

¿En la dualidad repetición-variación?
Sí, yo introduje en esa idea schönbergiana de la pareja repetición-variación o, si se quiere, junto a esa idea, otra noción, la de lo otro, que no se deja anular.

¿Qué es esa instancia, lo otro?
Ese elemento que no puede presentarse ni en relación con la repetición ni con la variación. Algo que no tiene cabida en la lucha entre estos dos términos, que se resiste a ser puesto o restablecido en relación con otra cosa… Ese elemento es el azar.

¿Es así como debe definirse el azar?
Puede haber, tiene que haber, varios acontecimientos que se desarrollen al mismo tiempo, o bien sucesivamente y sin ninguna relación. Si admitimos este punto de vista, salimos de la repetición y de la variación.

Estamos en la desorganización. ¿Significa estar en el caos?
Me di cuenta, al pasearme por los bosques en busca de hongos, de que ciertas especies poseen, sin ninguna duda, una estructura. Cierta estructura… ¡o cierto arte! A partir de allí, se puede considerar que la estructura y la organización tienen suma importancia. Pero si se observa todo, toda la jornada, todas las experiencias, ¡ya no puede hablarse de organización! Entonces, el arte o la estructura se esfuman…

En cierto nivel, puede haber organización; pero, si se cambia de escala, ya no la hay.
Sí, pero no sucede como en las ciencias: se puede modificar la distancia focal pero, una vez hecho esto, se advierte que no se ha obtenido mayor exactitud. Se puede elegir un nivel más acentuado de precisión: pero todavía es incierto. Siempre es incierto. Es como si la escala se moviera sin cesar. ¡Mi Concert for Piano es eso! Un paseo por el bosque… Y bien… usted comprenderá que con mi entrada en el azar y… el paso de los años, todas esas ideas de las que hemos hablado, sobr estructura y método, e incluso sobre material, se han desvanecido. Y usted puede entender cómo.

Es una poética del vértigo.
Todo desaparece, todo se va. Sí. Pero en el mismo instante en que todo se va, también puede decirse que todo está allí.

(Tomado de Para los pájaros. Conversaciones con Daniel Charles. John Cage. Traducción de Luis Justo. Monte Ávila, Caracas, 1980)





28/8/12

John Osborne


Por Pablo Lettieri


Los ingleses no podrán olvidar el año 1956 por dos motivos. Primero,  porque durante ese otoño ocurrió la crisis de Suez, cuando se malogró la expedición que intentó recuperar ese canal tras la legítima ocupación egipcia, acontecimiento que significó el principio del fin de la hegemonía británica en las colonias de ultramar. El segundo había ocurrido unos meses antes y, aunque referido al mundo de la escena, tuvo resonancias que la  excedieron. El 8 de mayo, John Osborne (Londres, 1929) estrenó su Look Back in Anger (Recordando con ira) en el Royal Courth Theatre de Londres. Esta obra significó el renacimiento del teatro inglés pero, además, se convirtió en el emblema de la insatisfacción social que reflejaba la generación de posguerra, los desde entonces denominados Angry Young Men, los “jóvenes iracundos”. No obstante, más allá del particular clima social de la época, varios motivos confluyeron a favor de la notoriedad de la obra y de su autor. Uno no menor fue la entumecida cartelera teatral del West End por aquellos años, resignada a desempolvar algún clásico de Noël Coward o Terence Rattigan, frente a la vitalidad que demostraban Arthur Miller y Tennessee Williams al otro lado del océano. Así fue como Osborne, hasta entonces un oscuro escritor de las afueras de Londres, se convirtió en toda una celebridad con una obra escrita en diecisiete días, en las que describe una enfermiza relación de pareja, basada en su propia experiencia matrimonial. Y en la que su protagonista y alter ego, Jimmy Porter, sufre la contradicción entre su necesidad obsesiva de poseer a una mujer y su imposibilidad absoluta para relacionarse con los demás. A la medida de esa reputación, Osborne tuvo una vida personal plagada de escándalos, excesos, matrimonios y disputas con sus colegas. Escribió otras obras (El actor de variedades, Epitafio para George Dillon, El mundo de Paul Slickey) y hasta ganó un Oscar por el guión de Tom Jones, pero nunca volvió a gozar del éxito de su ópera prima. Luchando contra la mala salud y las deudas, murió poco después de su cumpleaños número 65, en la Nochebuena de 1994.



27/8/12

Joseph Stiglitz: "Argentina tiene que producir y exportar"


Por María Seoane y Telma Luzzani
Publicado en CLARÍN
30 de junio de 2002

Desde el corazón mismo del sistema, Jospeh Stiglitz se ha convertido en el más duro crítico de las políticas del FMI. Académico gran parte de su vida, estrecho asesor del presidente Clinton, número dos del Banco Mundial en 1997, el año en que tembló el sudeste asiático y Premio Nobel de Economía en 2001, Stiglitz acusa al Fondo de causar desempleo, analfabetismo y hambre. Y explicó —en una larga entrevista telefónica— por qué las recetas del FMI no sirven para reconstuir países en crisis como la Argentina y Brasil.

El discurso dominante hoy en la Argentina insiste en que "o se acuerda con el FMI o nos caemos del mundo", una suerte de expulsión al infierno. ¿Es así? ¿Hay una sola alternativa o se trata de una falsa opción? 
El argumento de que no hay más que una alternativa es básicamente falaz. Argentina tiene otras alternativas. Y les voy a dar tres ejemplos que demuestran que se puede tomar un rumbo independiente. Malasia, en plena crisis, dijo al FMI: No queremos ayuda. Vamos a hacer exactamente lo contrario de lo que ustedes recomiendan: controles de capitales, política fiscal y de gasto y vamos a mantener las tasas de interés bajas. Resultado: se recuperaron muy rápido y hoy están en una mejor posición. Todas las cosas terribles que el FMI dijo que pasarían si no seguían sus indicaciones nunca sucedieron. Incluso, a pesar de que su historia en derechos humanos no es la mejor del mundo hay un enorme interés de inversión externa en Malasia. El segundo ejemplo es lo que hizo Rusia después de "defaultear". El Kremlin reconoció que la mayor parte del dinero que el FMI le prestaría a Rusia sería para pagar a las instituciones financieras internacionales. Sabían que estos organismos no querían tener una pérdida grande en sus libros. El Fondo dejó bien claro que no estaba dispuesto a hacer grandes concesiones. Rusia negoció bien con el Fondo, obtuvo el dinero y devaluó, cosa que el FMI le había dicho que no hiciera. Y comenzó a crecer precisamente porque devaluó la moneda. El tercer ejemplo es el más exitoso: China. Siguió un rumbo muy diferente: tiene controles de capital, no privatizó muy rápido. Hizo todo a su modo. Y como le fue bien obtuvo más inversión extranjera directa que ningún otro país del mundo, fuera de Estados Unidos. 

Rusia y China tienen un tamaño y un poder que Argentina no tiene para decirle "no" al FMI. Y nosotros tal vez fuimos demasiado lejos con las concesiones...
La cuestión fundamental para Argentina hoy no es el dinero de afuera. Yo no soy el único que lo piensa. Economistas con visiones muy diferentes a las mías coinciden conmigo, como Martin Feldstein que escribió un artículo titulado "Argentina no necesita al FMI" en Wall Street Journal. En el caso de que Argentina logre complacer al Fondo y consiga más dinero, la mayor parte de esa plata va a ir a parar al FMI, al Banco Interamericano de Desarrollo y al Banco Mundial. No ayudará a Argentina en absoluto. Porque el dinero externo oficial no es el que va a ayudar a las empresas argentinas a empezar a producir más. Y eso es lo que hace falta ahora: los sectores productivos tienen que poder producir bienes y exportarlos. 

¿Y cómo se hace para empezar a producir sin dinero?
Es necesario obtener un poco de nafta para hacer arrancar el motor. Y gran parte de eso puede venir a través de créditos a la exportación. Cuando México volvió a poner en marcha su economía no fue el dinero del FMI lo que cambió las cosas. Lo que restableció la economía fue el comercio y el dinero que fue a financiar las exportaciones que obtuvieron de empresas estadounidenses. Lo que hace que una economía se recupere es que las empresas empiecen a producir. 

Siempre volvemos al mismo punto, México recibió dinero pero Argentina...
Insisto. La cuestión no es solamente tener el dinero sino ponerlo en el lugar indicado. El dinero tiene que ir a las empresas para financiar su producción. Pero el dinero del FMI no va a las empresas. Lo que les conviene es dinero del Banco de Desarrollo, necesitan que el dinero financie la actividad crediticia para volver a poner en marcha los bancos, necesitan dinero para créditos para el comercio, y necesitan que vayan inversores para impulsar la inversión. A ustedes no les conviene el dinero que entra y sale del país.

La otra gran preocupación es Brasil. Muchos culpan de la inestabilidad a un contagio de la crisis argentina, otros al temor de que Lula sea el electo presidente. 
Que es otra manifestación de la inestabilidad que generan los flujos de capitales a corto plazo. Brasil es una clara muestra de las dificultades que enfrentan los países al verse expuestos a esos flujos que pueden ser muy desestabilizadores. Los países ricos pueden resistirlo. A los pobres les resulta más difícil. Lo bueno es que se está empezando a entender que es un problema aunque todavía no se conozca la solución ni se sepa qué hacer al respecto. Pero hay que observar la realidad: India y China no abrieron sus mercados de capitales y son los países que han mostrado una mayor estabilidad y que mejor atravesaron las crisis financieras mundiales.

EE.UU. dijo que no va a yudar a Brasil. Hay quienes creen que detrás de esta indiferencia hay una estrategia: si se profundiza la crisis y colapsa el Mercosur será más fácil para EE.UU. imponer el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). ¿Puede haber un designio detrás de eso?
No, no creo que entiendan suficientemente bien lo que pasa como para que se les ocurra una idea inteligente de ese tipo (se ríe). Obviamente hay desde hace tiempo preocupación por el liderazgo de Brasil en el Mercosur y por la competencia de ese bloque con el ALCA. Eso es definitivamente así. Pero no creo que EE.UU. se arriesgue a desestabilizar América latina para lograr ese objetivo. Si fuera así, estaría en contradicción con la nueva política agrícola estadounidense que, por su proteccionismo, generó una unión de América latina en contra del ALCA. Si lo que esa sospecha sugiere fuera así habría que admitir que EE.UU. está teniendo una estrategia incoherente muy peculiar.

En Wall Street hay quienes hablan del "default" de Brasil a fin de año. ¿En ese caso, está toda América latina en peligro? ¿Puede haber una crisis financiera global?
No creo. Los mercados de capitales están mucho más diversificados que antes. Cuando Argentina cayó no hubo impacto en los mercados financieros globales. Pudieron resistirla, porque la vieron venir y pudieron ajustarse. Por otro lado, en la totalidad de los mercados financieros globales, América latina representa un porcentaje muy pequeño. Ahora bien, hace diez años se hablaba de la globalización, el triunfo del capitalismo al estilo norteamericano que barrería el mundo. Hoy, nadie muestra ese entusiasmo. Y eso tiene consecuencias para el rumbo de la ideología global, para el mercado global. La crisis en América latina por sí misma no va a ser un factor de desestabilización importante pero sí la suma de esta crisis con otras que tienen lugar al mismo tiempo como el escándalo de Enron y Worldcom que derivó en una crisis de confianza en esas instituciones. 

¿Estas crisis pueden ser signos de que el capitalismo mundial entró en otra fase?
Sí. Obviamente, cada década es distinta. En los 70 fue la crisis del petróleo; en los 80, los excesos de derecha de Thatcher y Reagan; en los 90 la globalización. Y ahora estamos empezando a darnos cuenta de algunos de los excesos de los 90 y estamos pagando el precio. Con suerte podremos adoptar una perspectiva más equilibrada, que reconozca cuál debe ser el rol de los gobiernos y el de los mercados. 

En los países ricos hay claramente una mayor intervención del Estado. ¿En esta nueva fase habría menos poder para los mercados y más protección estatal? 
Sí. Creo que se reconocerán más los problemas que aparecen, la necesidad de normas contables, de mejor información; habrá que dejar una regulación opresiva, rediseñarla para mejorar los mercados.

En su libro Ud. deja claro que los errores del FMI provienen de decisiones políticas. ¿Qué sectores influyen y sacan provecho de esas decisiones?
Hay algunos casos en los que puede hablarse de errores de criterio. Yo lo que planteo es que los errores son tendenciosos. El FMI sistemáticamente se preocupa más por la inflación que por el desempleo porque su lógica va en esa dirección. Lo que yo trato de hacer comprender es que el Fondo se inclina demasiado hacia la contracción y esto provoca caída de la economía, pérdida de empleos, deterioro o interrupción de la educación y un incremento peligroso de la desnutrición. El Fondo conmina: No deben dejar de cumplir con la deuda. Deben honrar sus acuerdos. Pero resulta que cumplir con el contrato de crédito significaba romper con otro acuerdo igualmente importante, el contrato social de un gobierno con su pueblo: mantener empleos para los trabajadores, garantizarles seguridad social.

Cuesta creer que el FMI sea inocente cuando recomienda esas medicinas que empeoran la salud como en el caso de la Argentina, a la que presiona con la austeridad fiscal cuando hay una profunda recesión. Es obvio que la receta no es buena.
Exactamente. Prácticamente todos los economistas estarían de acuerdo con eso. Sobre todo porque el estado de las finanzas de Argentina no era tan malo como trató de describirlo el Fondo. De hecho, si usted mira la relación déficit-PBI no era tan alta según la mayoría de los criterios.

¿Si Meryll Lynch fue a juicio por dar malas recomendaciones o un médico puede ser condenado por mala praxis se podría juzgar y condenar al FMI por errores que provocan el hambre de millones? 
Es cierto. Una de mis principales críticas es que el Fondo como asesor económico debería plantear cuáles son las alternativas, cuáles son los impactos en diferentes grupos, cuáles son los riesgos y las incertidumbres y dejar que el país tome las decisiones. El FMI pretende dictar una política particular, pretende que haya una sola política, pretende estar más seguro sobre los efectos de esa política de lo que en realidad está. Esa es una función inapropiada para un asesor.

Otra crítica al FMI es que algunos de sus miembros están vinculados a los grandes bancos o a las grandes industrias. Esto es "conflicto de intereses". 
En Estados Unidos tenemos fuertes restricciones para lo que denominamos "puertas giratorias". Para evitar el conflictos de intereses, si alguien trabajó en una institución pública no puede hacerlo en una privada hasta que no hayan pasado cinco años. Pero el Fondo no está suficientemente atento, ni a la apariencia ni a la realidad, a estos conflictos de intereses.

Esas políticas que generan miseria mundial, tarde o temprano, vuelven como un boomerang contra los países ricos: inmigraciones masivas, aumento del terrorismo, enfermedades epidémicas. ¿Cuando el FMI o EE.UU. toman esas decisiones ven sólo las ganancias a corto plazo o calculan también las consecuencias y amenazas que pueden venir a largo plazo? 
No representan necesariamente el interés de EE.UU. Representan más bien el interés a corto plazo de grupos particulares dentro de EE.UU. Por ejemplo Indonesia. Había mucha gente en la Casa Blanca y, especialmente, en el Departamento de Estado preocupada porque el FMI y el Tesoro estaban imponiendo políticas excesivamente austeras que desestabilizarían el país y por ende, la región y la estabilidad global. Y estaban acertados. El Tesoro fue excesivamente miope, no midió las consecuencias.

¿Esos grupos particulares tan influyentes son siempre los mismos o son unos en el caso de Indonesia, otros en el caso de Rusia, de la Argentina?
Son distintos grupos de lobby. Pero no se puede poner todo en la misma bolsa. Por ejemplo, las cuentas bancarias secretas offshore. Hay mucha gente en Wall Street que no aprueba estas cuentas y condena la falta de transparencia. Y hay otra cantidad de gente, también en Wall Street, que supo aprovechar los ahorros clandestinos de efectivo, la plata del lavado de dinero, y que usaron su poder para ejercer presión. Hasta el 11 de setiembre, la Casa Blanca se resistió a las corrientes que impulsaban la reducción o directamente la apertura de ese secreto bancario. Es importante comprender que la comunidad financiera no es un bloque homogéneo.

Pero los que ganan la pulseada son siempre los mismos. ¿Cómo se pueden frenar fuerzas tan poderosas?
Hay mucha bibliografía que apoya ese punto de vista. El problema es que los que se benefician se hacen oír mucho más que la gran mayoría que se perjudica. En esto la prensa tiene un rol fundamental. Es importante que la gente sepa lo que pasa. Hay que tratar de movilizar un espectro amplio de opinión pública. Porque una vez que se moviliza puede llegar a cambiar las cosas considerablemente.

En su libro Ud. dice que la ciencia económica pueden hacer mucho por los pobres. 
Por eso la democratización es tan importante. Si hay debates y discusiones sobre las distintas alternativas, cuando éstas se dan a conocer, ahí la gente dice: Ajá, esta política tiene tales consecuencias...Ummm A ver esta otra y así la gente puede elegir con su voto cuál le parece mejor.

Normalmente los economistas hablan en jerga y después sentencian: "Esto es lo mejor para nuestro país". 
Por eso tan importante como que los economistas planteen las alternativas es que la sociedad civil exija escuchar cuáles son para poder elegir las que la beneficien. Tiene que haber más compromiso. No decir:Esto es muy complicado, se lo dejamos a los expertos. Porque los expertos que eligen son siempre de la comunidad financiera y ven el mundo desde su punto de vista. Dicen: Confíen en nosotros. Claro, siempre desde su perspectiva, que no siempre coinciden con lo que elegiría la mayoría.

¿Y que hacemos con el miedo al FMI?
Ya le dije: primero, reconocer que lo que va a atraer a los inversores a la larga es el éxito. Y el crecimiento. No se atrae inversores cuando hay depresión. Y si el FMI le aconseja tener depresión no le va a servir para nada. 





26/8/12


"No hay que dejarse atrapar por el prestigio de los escándalos (...) No son ellos los que dan cuenta del desarrollo histórico. Los regímenes y los sistemas económicos y políticos no mueren jamás por los escándalos. Mueren por sus contradicciones. Es absolutamente otra cosa.”

Jean Bouvier
Los dos escándalos de Panamá

25/8/12

De terror

Por Luis Bruschtein
Publicado en PÁGINA 12

Un escenario aterrador: el Vatayón Militante está reclutando presos (y de los peores) para formar escuadrones de la muerte kirchneristas, La Cámpora está desarrollando una campaña de lavado de cerebros en escuelas y jardines de infantes, se nacionalizan empresas para esconder negociados obscenos, los movimientos sociales se han convertido en grupos de choque rentados por el Gobierno y la prensa libre está amordazada. Carrió dice que vivimos bajo una dictadura fascista, la diputada independiente (del PRO) Laura Alonso dice que todas las libertades y garantías individuales están en riesgo y un ex secretario de Cultura afirma que los militantes kirchneristas son peores que los nazis.
Frente a tanto exceso pasa casi desapercibido que el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires esté procesado por la formación de un grupo de inteligencia ilegal en el área del Gobierno de la Ciudad, por haberle dado apoyo material y por haberse aprovechado de sus actividades. El macrismo se respalda en ese escenario estremecedor y explica que se trata de otra operación del kirchnerismo para encubrir el sistema nacional-socialista hitleriano que se está incubando a pasos acelerados en el país.
Nadie aclara cómo la prensa “libre” favorecida por el 90 por ciento de la pauta publicitaria privada que es, a su vez, el 90 por ciento o más de la pauta total, está silenciada. Porque esos medios son los que han realizado la campaña contra el Vatayón Militante y contra La Cámpora, contra la estatización de Ciccone, son los que publican panfletos como el del ex secretario de Cultura Marcos Aguinis y los que dan entidad a las expresiones de histeria política que son imposibles de constatar en la realidad. No hubo ninguna medida contra esos medios. Son y serán criticados (como es normal que suceda con cualquier medio de cualquier signo político), pero no fueron perseguidos ni silenciados y seguirán su actividad por muchos años.
Hasta resulta gracioso que el escritor que fue asesor del ex presidente De la Rúa acuse a los militantes sociales kirchneristas de ser peores que los nazis porque “al menos –escribió– los nazis tenían una ideología, en tanto que los kirchneristas lo hacen sólo por dinero”. Gracioso, si no fuera patético, porque De la Rúa fue responsable de una política represiva que produjo decenas de muertos entre la militancia social como la que cuestiona Aguinis. Una militancia que resistió las políticas neoliberales de los años ’90 que respaldó Aguinis. Pero además, Aguinis fue secretario de Cultura durante once meses en el gobierno de Raúl Alfonsín. No hizo nada que valga la pena destacar. Pasó por el cargo sin pena ni gloria. Pero por esos mínimos once meses se hizo acreedor de una jubilación de privilegio que no tuvo vergüenza en cobrar. Aguinis es un hombre de derecha y no tiene autoridad para calificar de ser “peores que los nazis” a militantes que participaron en la resistencia contra el neoliberalismo de los años ’90 que destruyó al país y que fue apoyado por Aguinis, que nunca fue perseguido y, por el contrario, se benefició materialmente por su actividad pública con una inmerecida jubilación de privilegio. El hombre incluso defendió su derecho a cobrarla. Más aún, en esa época se dijo que había sido apartado del cargo por su inoperancia y por haber usado los vehículos oficiales para actividades personales. El dicho popular asienta que el ladrón piensa que los demás son como él. Es una metáfora, pero alguien que después de pasar once meses en la administración pública piensa que tiene derecho a una jubilación de privilegio, es lógico que suponga que los demás son como él. A una persona así ni se le pasa por la cabeza que pueda haber una militancia desinteresada.
Si el país estuviera como lo pintan, habría bandas violentas aterrando a los opositores o atacando a los medios opositores o amedrentando a la población. Las policías estarían haciendo allanamientos, maltratando a las personas y habría centenares de presos políticos. No hay nada de eso. Y si se produjeron hechos aislados, ninguno quedó impune como en otras épocas. Lo real es que lo del Vatayón Militante admite un debate sobre las políticas penitenciarias de reinserción, pero no se trata de la creación de bandas kirchneristas como dieron a entender los grandes medios “silenciados”. Lo del adoctrinamiento en escuelas y jardines de infantes no resiste el menor análisis. Y si se piensa, tampoco lo resiste la afirmación de que se estatizó Ciccone para tapar un negociado. Puede haber o no hechos de corrupción, pero estatizar para taparlos sería como tirar la bomba atómica para destruir un hormiguero.
En todo caso, el tema de la corrupción es discutible. Para los medios opositores y la oposición política, estaría probada la participación del vicepresidente Amado Boudou. El Gobierno lo niega. Y la Justicia hasta ahora no ha podido probar las acusaciones que hicieron los medios. Es una investigación que ni siquiera tiene procesados. No hay nada que apure al Gobierno para tapar nada, porque en la Justicia no parece haber ningún destape. Usar este argumento para votar en contra de la estatización de Ciccone después de haber presentado proyectos para estatizar esa misma empresa, como sucedió con los radicales y una parte de los diputados del Frente Amplio Progresista, pone en evidencia la debilidad de las convicciones. Fue más coherente Luis Juez en ese sentido, que apoyó la estatización, aunque mantiene la misma tesitura que el resto de la oposición respecto de las denuncias de corrupción formuladas por Clarín y La Nación.
Uno de los reclamos de la oposición es la falta de diálogo por parte del Gobierno, pero es muy difícil, aquí y en cualquier parte, establecer un diálogo con alguien que lo acusa de nazi-fascista o que lleva a niveles de insulto cualquier tema que se podría prestar a debates enriquecedores. En ese punto, la oposición cierra la posibilidad del mismo diálogo que reclama.
Lo que sí haría un régimen nazi o uno fascista sería espiar la vida privada de los ciudadanos bajo sospecha o molestos para el poder. No hay ninguna acusación mediática ni legal contra el gobierno nacional sobre ese tema. Sin embargo, uno de los dirigentes más importantes de la oposición, el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, está procesado en un juicio por espionaje telefónico ilegal y los grandes medios se esfuerzan por mantener el tema fuera de los titulares. Ayer el fiscal federal Jorge Di Lello pidió que la causa, en la que está procesado Mauricio Macri, fuera elevada a juicio oral.
La única defensa a la que atina el macrismo es acusar nuevamente al gobierno nacional de haber armado la causa. Sin embargo, no se trata esta vez de una acusación mediática imposible de probar ante la Justicia o una acusación efectista como las que suelen montarse en las operaciones de ese tipo. En este caso ya hubo una investigación que reunió pruebas suficientes para acusar a Macri de partícipe necesario en la formación de un grupo de inteligencia ilegal en su gobierno y de haberse favorecido con su actividad en, por lo menos, dos casos: el espionaje al familiar de víctimas de la AMIA, Sergio Burstein, y el que se realizó a un cuñado del mismo Macri, que no es aceptado por la familia. La investigación judicial fue desarrollada en primera instancia, luego ratificada por la Cámara y luego por Casación. Se trata de una causa que difícilmente pueda ser considerada parcial o manipulada en algún sentido.
Macri tiene que responder a esas acusaciones concretas, no le alcanza con acusar al gobierno nacional. Pero su estrategia dilatoria da la impresión de que no tiene más respuestas. El juicio oral y público recién se realizaría a finales del año próximo, es decir poco después de las elecciones del 2013 y antes de las del 2015, donde Macri será candidato presidencial. La especulación de Macri es estirar las acciones legales hasta el fin de su mandato. Entre tanto se mantendrá esta situación tan grave y, al mismo tiempo, silenciada en la que un jefe de Gobierno, uno de los principales dirigentes de la oposición y candidato presidencial, esté procesado por la Justicia por abuso de poder para espiar en forma ilegal a los ciudadanos. Quizás esta situación explique la estrategia de Macri de victimizarse o de confrontación permanente y sobre cualquier tema con la Casa Rosada. Si su única defensa es acusar al gobierno nacional, tiene que colocarse públicamente como su principal enemigo.


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