24/1/14

Josep Maria Miró, un autor político

El dramaturgo Josep Maria Miró


Por Laurent Gallardo


«Le théâtre est un art violemment polémique.»
Antoine Vitez


Antes de entregarse a la escritura dramática, Josep Maria Miró trabajó como periodista durante mucho tiempo. Actualmente se ha alejado de aquella primera vocación, pero su mirada sobre el mundo continúa siendo la del observador que busca la verdad. Si su obra ha sido calificada a menudo de polémica es precisamente porque se inspira en la realidad de su entorno con la intención de suscitar el debate.
Este compromiso, que es la razón fundamental de su relación con el teatro, se percibe en la búsqueda formal de su escritura, que tiende a reflejar la complejidad del mundo. De este modo, rechaza desde sus primeras piezas el teatro basado en la peripecia, obvio y sin repliegues que, bajo una apariencia de modernidad desacomplejada, en realidad sólo es una prolongación de las antiguallas del teatro burgués. Las obras de Josep Maria Miró desorientan, perturban, inquietan; abren nuevos horizontes en los que las cosas que vemos parecen adquirir de pronto una dimensión que trastoca progresivamente las perspectivas. Son una de las más bellas cristalizaciones de esta inquietud tan particular, cuya simple expectativa constituye hoy una de las pocas razones para continuar asistiendo al teatro. Pero, ¿dónde radica su verdadera fuerza? ¿Cómo se transforma la duda en proyectil? ¿Y en proyectil que, a una velocidad asombrosa, tritura los prejuicios, acaba con los tópicos y estalla en medio de eso que llamamos teatro?
El principio de Arquímedes no es una obra sobre la pedofilia, que como mucho es un pretexto teatral para apuntar a otro objetivo mucho más alto. Josep Maria Miró construye, dentro del ámbito clorado de una piscina municipal –parábola perfecta de nuestra sociedad aséptica hasta el exceso-, una historia a partir de un hecho que no sabemos si es real o no: una niña cuenta a sus padres que ha visto cómo un entrenador le daba un beso en la boca a uno de sus compañeros. ¿Se trata de un beso inocente en la mejilla, como no se cansa de repetir el entrenador, o había realmente una intención morbosa? Los hechos son presentados bajo dos lecturas completamente antinómicas entre sí, que permanecen inmutables a lo largo de toda la obra, de manera que es el espectador quien ha de resolver en última instancia el difícil dilema. Tal como se podía apreciar en La mujer que perdía todos los aviones y en Gang Bang, en El principio de Arquímedes vuelve a aparecer una constante creativa de Josep Maria Miró: el espectador es empujado a tomar una posición, se le solicita que participe en el debate social que plantea la obra. Se acabó el abandono a la ilusión teatral y el dejar que el dramaturgo dicte la actitud a adoptar. Esta libertad recobrada es el engranaje sobre el cual se construye la utopía concreta de un teatro político que no resulta ni asertivo ni dogmático, sino mayéutico.
Por otra parte, el problema planteado por la obra no es tan sólo saber si el entrenador es culpable o inocente, ya que no hay ningún indicio textual objetivo que autorice a decir una cosa o la otra; se trata también, y sobre todo, de preguntarse qué modelo de sociedad se está imponiendo en Occidente. ¿Preferimos vivir en un mundo donde todavía se permita un gesto de ternura hacia un niño, aunque así quede margen para los abusos, o preferimos una sociedad con seguridad blindada que imponga el control de los individuos para prevenir cualquier riesgo? Éste es el verdadero dilema al que se enfrentan las sociedades occidentales. La proliferación de los dispositivos de seguridad hace pensar que la elección ya está tomada. Después de todo, en El principio de Arquímedes la opinión pública acaba condenando al entrenador no por lo que ha hecho, sino por lo que habría podido hacer.
Así pues, más allá del problema social de la pedofilia, esta obra refleja una realidad mucho más amplia que se establece sin que nos demos cuenta y que el filósofo Gilles Deleuze asocia con el surgimiento de un nuevo fascismo: “En lugar de constituir una política y una economía de guerra, el neofascismo es un consenso mundial para la seguridad, para la gestión de una paz que no resulta menos terrible, con una organización concertada de cada temor, de cada angustia, que nos convierte a cada uno en un microfascista encargado de ahogar cualquier cosa, cualquier rostro, cualquier palabra un poco fuerte, en nuestra calle, en nuestro barrio, en nuestro cine.” 
Es contra esta anestesia general, de donde extrae su fuerza consensual nuestra época, contra la que Josep Maria Miró ejerce su resistencia. Y si hay polémica es porque, por encima de todo, hay teatro.


Laurent Gallardo es miembro de la Maison Antoine Vitez de París. Fue el traductor al francés de El principio de Arquímedes. 

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