25/4/12

“Querer nos quema…”


Por Roland Barthes


Querer nos quema y poder nos destruye;
pero saber deja nuestra débil organización
en un perpetuo estado de calma”.



Thibaudet ya había advertido que a menudo existe en la producción de los grandes escritores una obra límite, una obra singular, casi molesta, en la que depositan a un tiempo el secreto y la caricatura de su creación, sin dejar de sugerir en ella la obra aberrante que no escribieron y que tal vez hubiesen querido escribir; esta especie de sueño donde se mezclan de una manera rara lo positivo y lo negativo de un creador es la Vie de Rancé de Chateaubriand, es el Bouvard et Pécuchet de Flaubert. Podríamos preguntarnos si, en el caso de Balzac, su obra límite no es Le Faiseur.
En primer lugar, porque Le Faiseur es teatro, es decir, un órgano aberrante que se introduce tardíamente en un organismo poderosamente terminado, adulto, especializado, como es la novela balzaquiana. Siempre hay que recordar que Balzac es la novela hecha hombre, la novela llevada al extremo de su posible, de su vocación, es, en cierto modo, la novela definitiva, la novela absoluta. ¿Qué viene hacer aquí ese hueso suplementario (cuatro obras dramáticas frente a cien novelas), ese teatro por el que discurren, desordenadamente mezclados, todos los fantasmas de la comedia francesa, desde Molière a Labiche? Sin duda a dar testimonio de una energía (hay que extender esta palabra en el sentido balzaquiano de última fuerza creadora) en estado puro, liberada de toda la opacidad, de toda la lentitud del relato novelesco. Le Faiseur quizá sea una farsa, pero una farsa que quema: es fósforo de creación; aquí la rapidez ya no es graciosa, ágil e insolente, como en la comedia clásica, sino que es dura, implacable, eléctrica, ávida por arrastrar y despreocupada por aclarar: es una prisa esencial. Las frases pasan sin reposo de un actor a otro, como si por encima de los rebotes de la intriga, en una zona de creación superior, los personajes se hallaran ligados entre sí por una complicidad de ritmo: hay algo de ballet en Le Faiseur, y la misma abundancia de los apartes, esa terrible arma del viejo arsenal del teatro, añade a la carrera una especie de complicación intensa: aquí el diálogo tiene siempre al menos dos dimensiones. El carácter oratorio del estilo novelesco queda roto, reducido a una lengua metálica, admirablemente interpretada: éste es un gran estilo de teatro, el lenguaje mismo del teatro en el teatro.
Le Faiseur data de los últimos años de Balzac. En 1848 la burguesía francesa hará un movimiento de báscula: al hacendado o al industrial, que administra ahorrativa y prudentemente la empresa familiar, al capitalista louis-philippard que amasa bienes concretos, va a suceder el aventurero del dinero, el especulador en estado puro, el capitán de la Bolsa, el hombre que de la nada puede sacarlo todo. Ya se ha hecho notar cómo en muchos puntos de su obra Balzac describe por anticipado la sociedad del Segundo Imperio. Ello es cierto para Mercadet, hombre de la magia capitalista, en la cual el dinero va a desprenderse milagrosamente de la propiedad.
Mercadet es un alquimista (tema fáustico caro a Balzac), trabaja para obtener algo de la nada, es un vacío positivo de dinero, es el agujero que tiene todos los caracteres de la existencia: la deuda. La deuda es una prisión (en la misma época en que existía la prisión por deudas, esa famosa Clichy que aparece una y otra vez como una obsesión en el Faiseur); el propio Balzac permaneció durante toda su vida encerrado en la Deuda, y podría decirse que la obra balzaquiana es la huella concreta de una furiosa lucha por salir de ella: escribir era, ante todo, extinguir la deuda, superarla. Del mismo modo, Le Faiseur, como obra teatral, como duración dramática, es una serie de frenéticos movimientos destinados a emerger de la deuda, a romper la prisión infernal del vacío monetario. Mercadet es un hombre que pone en juego todos sus recursos para escapar a la camisa de fuerza de sus deudas. En modo alguno por moral; más bien por un ejercicio dionisíaco de la creación: Mercadet no trabaja para pagar sus deudas, trabaja de un modo absoluto para crear dinero de la nada. La especulación es la forma sublimada, alquímica, del beneficio capitalista: como hombre moderno, Mercadet no trabaja ya sobre bienes concretos, sino sobre ideas de bienes, sobre Esencias de dinero. Su trabajo (concreto, como lo demuestra la complicación de la intriga) se ejerce sobre objetos (abstractos). El papel moneda es ya una primera espiritualización del oro; su valor es su último estado impalpable: a la humanidad-metal (la de los usureros y la de los avaros), va a suceder la humanidad-valor (la de los faiseurs, que hacen algo con el vacío). Para Mercadet la especulación es una operación demiúrgica destinada a encontrar la piedra filosofal moderna: el hombre que no lo es.

El gran tema del Faiseur es pues el vacío. Este vacío está encarnado: es Godeau, el socio fantasma, a quien siempre se espera, a quien nunca se ve, y quien termina por crear la fortuna partiendo de su solo vacío. Godeau es una invención alucinante; Godeau no es un ser, es una ausencia, pero esta ausencia existe, porque Godeau es una función; todo el nuevo mundo está quizá en este paso del ser al acto, del objeto a la función: ya no es necesario que las cosas existan, basta con que funcionen; o, mejor dicho, pueden funcionar sin existir. Balzac ha visto la modernidad que se anunciaba, ya no como el mundo de los bienes y de las personas (categorías del código napoleónico), sino como el de las funciones y el de los valores: lo que existe ya no es lo que es, sino lo que se sostiene. En Le Faiseur todos los personajes están vacíos (excepto las mujeres), pero existen porque, precisamente, su vacío es contiguo: se sostienen los unos gracias a los otros.
Esta mecánica, ¿es triunfante? Mercadet, ¿encuentra su piedra filosofal, crea dinero de la nada? De hecho hay dos desenlaces en Le Faiseur; uno es moral: la alquimia prestigiosa de Mercadet se viene abajo debido a los escrúpulos de su mujer, y Mercadet se arruinaría de no ser por la llegada de Godeau (al que, a pesar de todo, no vemos), quien saca a flote a su socio, lo cual no le impide enviarle a vivir modestamente a Turena, donde terminará sus días como un gentleman-farmer casero, es decir, exactamente como lo contrario de un especulador. Éste es el desenlace escrito, pero no es seguro que sea el desenlace real. El verdadero, el virtual, es que Mercadet gana: sabemos perfectamente que la verdad profunda de la creación reside en el hecho de que Godeau no llega: Mercadet es un creador absoluto, no debe nada a nadie, sólo a sí mismo y a su poder de alquimista.

El grupo de las mujeres (Madame Mercadet y su hija Julia), al cual hay que añadir el pretendiente Minard, joven de buenos sentimientos, queda decididamente fuera del circuito alquímico; representa el orden antiguo, ese mundo de la propiedad restringida pero concreta, el mundo de las rentas seguras, de las deudas pagadas, del ahorro; mundo si no aborrecido (ya que no hay nada estético ni moral en la superenergética de Mercadet), al menos carente de interés: mundo que sólo puede expansionarse (al final de la obra) en la posesión más pesada que pueda concebirse, la de la tierra (una propiedad en la Turena). Vemos pues hasta qué punto este teatro tiene dos polos bien opuestos: de un lado, lo pesado, el sentimiento, la moral, el objeto; del otro, lo ligero, lo galvánico, la función. Este es el motivo de que Le Faiseur sea una obra límite: los temas están vaciados de toda ambigüedad, separados en una luz cegadora, implacable.
Además en este caso Balzac quizá haya llevado a cabo su mayor martirio de creador: trazar con Mercadet la figura de un padre inaccesible a la paternidad. Sabemos que el padre (Goriot es su plena encarnación) es la persona cardinal de la creación balzaquiana, a un tiempo creador absoluto y víctima teatral de sus criaturas. Mercadet, aligerado, sutilizado por el vicio de la especulación, es un falso padre, sacrifica a su hija. Y el impulso destructor de esta obra es tal, que a esta hija le ocurre algo inaudito, audaz, que vemos muy raras veces en nuestros teatros: esta hija es fea, y su misma fealdad es objeto de especulación. Especular con la belleza aún es fundar una contabilidad del ser; especular con su fealdad es rizar el rizo de la nada: Mercadet, figura satánica “del poder y del querer” en estado puro, quedaría completamente consumido, destruido, si un último efecto teatral no le devolviese el peso de la familia y de la tierra. Y por otra parte sabemos perfectamente que en el fondo ya no queda nada del faiseur, devorado, consumido a la vez por el movimiento de su pasión y el vértigo infinito de su omnipotencia, el especulador manifiesta en su persona la gloria y el castigo de todos esos prometeos balzaquianos, de esos ladrones de fuego divino, de los que Mercadet es como la última fórmula algebraica, a la vez grotesca y terrible.

Publicado originalmente en la revista Bref, del Théâtre Nacional e Populaire, en 1957. Incluido en el volumen Ensayos críticos, Seix-Barral, 2003. Traducción: Carlos Pujol.



Le Faiseur de Balzac


Por Roland Barthes

Mercadet (el especulador) es un alquimista: su objetivo es siempre sacar algo de la nada. La nada, en este caso, es la deuda. Mercadet pretende sacar dinero de las deudas, es decir, poder. O, mejor dicho, el dinero ya no es siquiera necesario: nace un mundo en el que sólo hará falta crear funciones. Mercadet ya no trabaja con objetos (“bienes”), como un propietario a la antigua, sino con relaciones, como el especulador que se anuncia en el firmamento capitalista.
Se trata de un tema serio, lo que no impide en absoluto que pueda resultar cómico. Es un tema cargado de implicaciones, ya para el propio Balzac. Igual que Mercadet, Balzac fue prisionero de la deuda, y fue en lucha con la deuda, en el sentido más literal, como produjo su obra. Por otro lado, esta pieza reproduce el drama balzaquiano por excelencia, el drama de la creación: Mercadet es el depositario de una voluntad ardiente que destruye al hombre a la vez que le da su grandeza. Es sabido que, en Balzac, la imagen más desgarradora de esta creación desgraciada es la paternidad. Mercadez viene a sr el exceso grotesco y terrible de esta energía balzaquiana: hay una chica, una chica fea, y Mercadet está dispuesto a especular con su fealdad. Mercadet representa, pues, conforme a la definición de los personajes clásicos más puros, una pasión que va hasta el fondo de ella misma, hasta su región más monstruosa y reveladora. El desenlace de El especulador, falsamente moral, no cambia nada: Mercadet es inquietante.
En su otra vertiente, la obra va estrechamente ligada a la historia. Estamos en 1848. La burguesía francesa pronto va a experimentar un vuelco: antes, era el reino del propietario prudente, amasador de bienes concretos, del pequeño industrial, genrete timorato de la empresa familiar; después, será el advenimiento del agente de Bolsa, del especulador desatado: el dinero desligado de la propiedad. Encontramos en El especulador una doble postulación: Mercadet es el movimiento, el futuro. La señora Mercadet es el mundo inmóvil, la tierra (una propiedad en la Touraine), la moral, el pasado. E igual que siempre Balzac escoge el pasado (Mercadet es recuperado in extremis por su mujer), pese a que describe el futuro: la moral de Balzac es “pasadista”, su arte es moderno.
Desde el punto de vista dramático, es posible que Balzac haya mostrado cierta torpeza al poner en juego todos estos elementos: hay cierta ingenuidad balzaquiana que puede ser sinónimo de grandeza en la novela y de pesadez en el teatro. Pero, sea como fuere, El especulador es una obra seria, en el sentido en que Balzac está comprometido con ella, y profundamente.

Fragmento de una reseña crítica de Barthes a la puesta que Jean Vilar hizo de esta obra de Balzac en el Théâtre National Populaire. Publicada originalmente en la revista Théâtre Populaire, en mayo de 1957, fue incluida en el volumen Escritos sobre el teatro, Roland Barthes. Traducción de Lucas Vermal y Ramón Andrés. Paidós, Barcelona, 2009.

24/4/12

Un largo pasillo iluminado

ilustración de Andi
Por Andrés Rivera

Leo Frankel vive en una vieja casa de la calle Cangallo, a pocas cuadras del Obelisco. Si uno abre la puerta de vidrios rajados, alta y estrecha, en la planta baja, y da tres pasos, encuentra una escalera que se alza en espiral, como una voluta de humo. O eso parece.
Y si uno sube veinte escalones, sucios y gastados, desemboca en un largo pasillo. De día, una penumbra frágil e inmóvil cubre el largo pasillo. Cuando anochece, la lámpara, que cuelga de un techo alto y descascarado, disipa esa penumbra e ilumina cuatro o cinco puertas a medio cerrar. Pasás delante de ellas y escuchás palabras que se quiebran en el aire, risas, el rasguido vacilante de unas cuerdas de guitarra.
La luz de la lámpara no llega al final del largo pasillo, pero sobre la madera cepillada de la última puerta brilla una pequeña chapa de cobre en la que se lee Frankel. Debajo de la chapa de cobre, tres palabras escritas con un lápiz de carpintero: No golpee. Entre.
Fue lo que hice: abrí la puerta y entré a una pieza cuadrada, de techo bajo. Junto a la única ventana de la pieza, una mesa. A los costados de la mesa, un taburete y un sillón de mimbre. En la mesa, una cafetera de metal.
Me gustan los sillones de mimbre: prefiero, sin embargo, los sillones hamaca. También prefiero a las mujeres rubias y, si es posible, malignas.
De la pieza contigua, llegó la voz clara y lenta de Frankel. Me senté en el sillón de mimbre, Frankel enseña algo –simbología, relajación– a sus ocasionales alumnos. Tal vez, por lo que sé o por lo que, hace tiempo, me dijeron del hombre que hablaba, con lentitud y claridad, en la pieza contigua, enseña, a sus ocasionales alumnos, a ser pacientes.
Al rato, salió de la pieza contigua un grupo de muchachos y muchachas, Miré las pantorrillas de las muchachas, cuando las muchachas pasaron frente a mí, con la serenidad de un tipo a quien el tiempo forzó a reconocer que su juventud fue –como escriben, aún, los poetas municipales– una fiebre pasajera. Miré las pantorrillas de las chicas, encendí un cigarrillo, y traté de imaginar qué pasaría si le pidiera a cualquiera de esas muchachas, que enroscara sus piernas en mi cuello.
Frankel atravesó el angosto hueco que comunica la pieza en la dicta –persuasivo, acaso; tenaz e incomprendido, seguramente– su lección de paciencia.
–¿Café? –preguntó Frankel, y su cara, enjuta y tranquila, me sonrió.
–Sí.
–El café lo preparo mejor que Ruth. Es lo único que preparo mejor que Ruth –dijo Frankel, como si, todavía, se pudiera dudar de su afirmación.
La luz cruda que venía de la pieza contigua resbaló en el cabello ralo y canoso de Frankel, en su saco grueso y oscuro, abotonado hasta el cuello. Frankel es flaco y, quizá, por eso, parece alto. Le ofrecí un cigarrillo.
–No, gracias –dijo Frankel–. Hace mucho que no fumo… ¿Tenés frío?
–No.
–¿No?
Le repetí que no se preocupara, y que, si llegaba a sentir frío, se lo diría.
–Ruth –dijo Frankel– compró una estufa a querosén. No me puedo explicar cómo se la vendieron tan barata. Esa mujer debería dedicarse a los negocios: siempre se lo digo. Le digo: “Ruth, tu ojo no perdona”. Y ella se ríe. Nunca termino de entender de qué se ríe.
Frankel se quedó pensativo. Frankel, por lo que conozco de él, se siente desvalido cuando no entiende algo. Si estuviera frente a un esquimal y no lograra descifrar su lenguaje, se vería sacudido por la misma perturbación que le produjo la risa de Ruth, cuando esa risa dijo algo que él no supo qué la originaba.
–¿Cuánto hace que no nos vernos? –preguntó Frankel.
Le dije cuánto hacía que no nos veíamos.
–Desde el entierro de tu padre, ¿eh? –dijo Frankel, sorprendido.
–Desde la tarde que lo cremaron –precisé.
–Sí –asintió Frankel–. Desde esa tarde. Ahora, tomá el café, por favor.
Tomé el café: era bueno, realmente, ese café. Y fuerte, y caliente. Frankel me pidió que lo tomara sin apuro. La gente apurada, dijo, siempre se atraganta.
–¿Cómo te sentís? –preguntó Frankel, la cara de quien va a alguna parte.
–Bien –le contesté, recostado en el sillón de mimbre. Pensé que su pregunta aludía a lo que recuperé de mí, después de abandonar el Instituto. Y no fui yo quien le contestó: contestó la memoria que mi cuerpo guarda de sus capitulaciones. Digo, entonces, que le contesté con un énfasis descreído; con la torpe, errática verborrea que paraliza la curiosidad de los otros.
–¿Eso es todo? –preguntó Frankel, que iba hacia alguna parte, y que me devolvió, llena, mi taza de café.
–Eso es todo –y sonreí–. Camino despacio, controlo la sal de mis comidas, vigilo el color de mi orina, cultivo manías.     
Deposité la taza vacía en la mesa, y me apoyé en los brazos del sillón para levantarme. Frankel, desde el lugar al que había llegado, me detuvo:
–No te vayas: Ruth no puede tardar mucho más. Sé que le alegrará verte.
Encendí otro cigarrillo y me recosté en el sillón de mimbre. Frankel dijo, desde el lugar al que había llegado, que lo visitó un individuo joven, un experto –dijo Frankel– en el arte de vender lo que vende. Me pidió que le contara las intimidades de un actor. Me pidió que le hablara de los secretos de la profesión. “Hábleme desde las orillas del teatro que no conoce la gloria. Hábleme de la privación y del hambre, si las hubo. Hábleme de la vejez de un actor de teatro. Y de cuándo, por qué y cómo se prostituye. Y del fracaso. Y del olvido. Dígame qué es el olvido para un actor de teatro.” No lo puse del otro lado de la puerta con su sonrisa de seductor de sirvientas provincianas, su perfume barato y su bigote mejicano: hablé para él. Tal vez me preguntes por qué no lo puse del otro lado de la puerta, y hablé para él. Tal vez no...
Frankel exhaló un ahhh fatigado, y yo apagué el cigarrillo.
–Fui el hijo de un hombre delicado y escéptico –dijo Frankel–, que sostenía que el respeto al prójimo se probaba en la calidad del desdén por la arrogancia de los trepadores... No, no lo puse en la puerta: le hablé. Él puso en marcha el grabador y yo hablé. Usted confía en las palabras, le dije. Él me contestó que confiaba en las palabras como un bebé en la dulzura de la leche materna. Entonces, le dije al grabador que los escritores exitosos y los actores improvisados creen en la palabra. El individuo de los bigotes mejicanos apagó el grabador y me mostró el impecable esmalte de sus dientes: mañana vuelvo. Volvió, encendió el grabador, y me pidió que hablara, que no olvidara nada importante. Hablé. Y cada palabra que dije era una mentira.
Los hombres delicados y escépticos mienten porque no saben cerrar, a tiempo, las puertas de sus casas, dije, recostado en el sillón. La cara tranquila y enjuta de Frankel sonrió.
Frankel, que aún sonreía, dijo, desde el lugar al que llegó, que no se mintieron Ruth, mi padre y él, y otros como Ruth, mi padre y él, para quienes la juventud no era una fiebre pasajera, cuando fundaron el grupo de teatro Spartakus. Frankel dijo que mi padre trajo a maquinistas, planchadores y costureras del gremio del vestido a la sala que alquilaron cerca del Mercado de Abasto, y que los maquinistas, planchadores y costureras trajeron a metalúrgicos, portuarios y gráficos y peones de los frigoríficos, y que todos se sentaban en los bancos de la sala que alquilaron cerca del Mercado de Abasto.
¿Qué palpitaba en esos cuerpos silenciosos, qué universo emergía de la oscuridad, y en cada uno de esos cuerpos silenciosos, cuando Chejov sugería, en alguno de sus textos, la incierta crueldad de una repentina tala de árboles; o cuando se enumeraban, con voces estentóreas y trémulas, los pesares de Sacco y Vanzetti? ¿Qué de sí mismos encontraban en los personajes de Arlt, que gustaban de la expiación y de la perversidad; o en la agonía de los negros de Scottsborro? No lo sé, dijo Frankel, esa noche, la cara enjuta y tranquila y sin arrugas. El grupo de teatro era joven, el local en el que actuaba era húmedo, la comida del grupo era de pobres: eso es todo lo que sé, dijo Frankel, esa noche, la cara en paz y sin arrugas. Nos interesaba el cerebro de la gente, si eso te dice algo.
Frankel contó, esa noche, que durante un ensayo, Yasha, a quien nadie conocía, subió al escenario y compuso un Hamlet que no era bello ni ágil ni dubitativo. El Hamlet de Yasha era un glotón que premeditó su glotonería (con lo cual indicaba que podía premeditar su ascetismo), más bien bajo, más bien gordo y repulsivo para una mirada desprevenida. El Hamlet de Yasha desplegaba sus dotes de actor en beneficio del Hamlet que aspiraba hacerse del poder, y que sabía que el poder exige, a los príncipes, disimulo, dádivas, promesas y crimen. El príncipe de Yasha usaba máscaras sensuales, inocentes, enfermas, corrompía y mataba.    
Después de ese ensayo, Frankel pensó que los hombres y las mujeres que asistían, los fines de semana, al local que el grupo alquiló cerca del Mercado de Abasto, se impusieron el Hamlet de Yasha como si evocasen, confusos y perplejos, jirones de un sueño que padecieron y que habían olvidado.
Frankel me sirvió coñac y me preguntó si estaba cansado. Le dije que el coñac era excelente y que no estaba cansado. Frankel dijo, esa noche, que lo imposible se demora, y que esa demora dispersó a los hombres y mujeres que se sentaban en los bancos del local que alquilaron cerca del Mercado del Abasto, y también a Spartakus, y que explicar qué arrojó a una desesperada soledad a hombres como mi padre, y aburguesó a quienes optaron por lo posible, no era una cuestión que se pueda confiar a analistas, comunicadores sociales u otros alquimistas de las palabras.
Escuché lo que dijo Frankel, y le pregunté, circunspecto, si lo de desesperada soledad no era una exageración. Un hombre que elige no ser burgués, dije, juega, la mayor parte de su vida y a lo largo de casi toda su vida, contra un cubilete de dados cargados. Lo demás –los infinitos nombres de la desesperación, el fracaso, la vejez, la soledad– es patrimonio de los escritores que aceptan los dictámenes del mercado. Persistí, sentado en el sillón de mimbre, en otras obstinaciones, en otros desamparos, hasta que se me secó la boca.
Frankel alzó, lentamente, el brazo izquierdo y miró en su muñeca, la esfera negra del reloj. Luego, lentamente, bajó el brazo y, desde el lugar al que llegó, me llenó el vaso con coñac, y dijo que Ruth y él no sabían de Yasha por meses y años. En una hora cualquiera del día, Yasha empuja la puerta y se sienta en el sillón de mimbre. Ruth, que le reprocha que no les hubiera puesto una línea en meses y años, prepara las carnes, las papas, las pastas, el vino del almuerzo, de la cena, de las primeras horas de la madrugada. Yasha cuenta, con una voz neutra y rápida, que viajó al norte del país, y que una mujer le relató, con un fervor admirable, el argumento de la última novela de un autor progresista y tropical, mientras él se rebajaba a penetrarla. Tenía hambre, dice Yasha, y esa mujer que, cuando yo la montaba, se complacía en memorizar fragmentos de novelas de escritores que no temen revelar su adhesión a una izquierda comprensible y, por fin, civilizada, esa mujer, repito, me alimentó dos meses. Ni en la Edad Media, con guerras de treinta años y pestes y hambrunas, se vivía como vive Yasha, dice Ruth, sin mirar a Yasha.
No les escribía; cuando empujaba la puerta, en una hora cualquiera del día, y se sentaba en el sillón de mimbre, callaba. Frankel le dijo a Yasha, en uno de sus regresos, que supo que lo golpearon, a la salida de una fábrica, hasta darlo por muerto. ¿Yasha quería probar la mano de los custodios una segunda vez?, preguntó Frankel. Yasha dijo que quiso confrontar sus caracterizaciones de burócratas y matones sindicales y simples obreros, los simples y sencillos obreros –la carne en disputa, digamos, dijo Yasha, con una sonrisa breve y cortés– con los modelos reales. Esa confrontación no le enseñó nada que no supiera, dijo Yasha. Y dijo que olvidaría esas caracterizaciones y lo que vio, y que ese olvido sería otra cosa. Dijo que intentaría explicarse. Dijo que conoció a una mujer que Borges amó o fingió amar hasta que olvidó que la amaba o que fingía que la amaba. Y Borges, que olvidó que amaba, o fingía amar a esa mujer, pulió, con ese olvido, una metáfora, que supuso perfecta, indemostrable y fugazmente perfecta; que supuso dulcísima y perversa. La mujer que Yasha conoció, y que Borges amó o fingió amar hasta que olvidó que la amaba o fingía amarla, le dijo a Yasha que Borges creía que esos olvidos constituyen el arte de narrar.
Los artistas del sistema venden a Sófocles en ritmo de rock; yo escenifico las fórmulas de Einstein, dijo Yasha. Y sonrió. Y pidió que se aceptara esa sonrisa como avergonzada: nunca en treinta años de actuación, arriba o abajo del escenario, nadie le escuchó un discurso tan largo y tan, digamos, dijo Yasha, execrable.
Frankel dijo, durante uno de los regresos de Yasha, que quienes consideraron que el nombre de Spartakus impregnaba una labor cultural, seria y digna, con las consignas anacrónicas de los años veinte, y cambiaron el nombre de Spartakus por otro más fácilmente legible, más fácilmente recordable y plural, importaron un director norteamericano que, por lo que le dijeron a Frankel, se mostró descontento e irritado con los actores que probó para el papel del Galileo de Brecht.
Yasha, dijo Ruth.
Yasha se abrochó el sacón que amortiguó la furia profesional de los custodios y, sin hablar, acompañó a Frankel y a Ruth hasta una sala con calefacción y butacas afelpadas. Frankel dijo que Yasha compuso un Galileo creíble. Simplemente eso: creíble. Creíble el Galileo que cede antes de que lo encadenen a la mesa de tormentos, y reniega de la audacia de sus hipótesis; creíble el Galileo hereje, que no abjura de sus investigaciones y de los desasosiegos que ellas proponen. Y Frankel, desde el lugar al que llegó, sonreía a algo, y la sonrisa era compasiva, y era, también, un fino trazo de escarcha que se desvanecía como tocado por el fuego.
No habían terminado las cavilaciones del director norteamericano, y de quienes rebautizaron a Spartakus, acerca de los riesgos que afrontarían si contrataban a un tipo imprevisible como Yasha, cuando Yasha, dijo Frankel, se abrochaba el sacón, y volvía a irse.
Ruth se prendió de mi brazo, dijo Frankel, y los dos seguimos a Yasha. Yasha caminaba con el paso de un hombre joven. Yasha cruzó una estación de ferrocarril. Ruth, dijo Frankel, llamó a Yasha. Yasha, callado, cruzó la estación de ferrocarril, como si la estación de ferrocarril, no fuese, de noche, un escenario desierto. Yasha, lejos de las frías luces de la estación de ferrocarril, se acostó en las vías del tren. Yasha, acostado en las vías del tren, tenía un cigarrillo en la boca. Frankel dijo que le encendió el cigarrillo, y le deseó una actuación como nunca antes se le conoció arriba o abajo de un escenario.
Frankel apretó, con su brazo, el brazo de Ruth, y Ruth y Frankel caminaron hacia las frías luces de la estación. Frankel dijo que Ruth se soltó de su brazo y corrió hacia las vías del tren.
Frankel mira las piernas de Ruth que corren hacia las vías del tren, y a Ruth que se arrodilla en las vías del tren, la cara de Ruth por encima de la brasa del cigarrillo que fuma Yasha. Frankel gira sobre sí mismo y abandona el escenario. Y eso, creo, es lo que mira Frankel desde el lugar al que llegó.
Frankel volvió a servir coñac en nuestros vasos, y alzamos los vasos, y nos tomamos el coñac de nuestros vasos. Frankel me dijo que bajara despacio la escalera y que cuidara mi salud.
Caminé, despacio, el largo pasillo iluminado por una lámpara que cuelga del techo, que cede a las grietas y la humedad. Frankel me dijo que a esa hora de la noche –la hora en que me despedí de Frankel– volvía Ruth. O un poco más tarde.

Andrés Rivera. Cuentos escogidos. Alfaguara, Buenos Aires, 2000. 

18/4/12

Petróleo y democracia


Por Horacio González
Publicado en PAGINA 12 
Las medidas de democratización financiera, recomposición empresaria, soberanía energética, federalismo no estamental y autonomismo nacional que la Presidenta tomó sobre YPF pueden –y deben– significar una nueva perspectiva para la hipótesis general de una sociedad argentina emancipada. Los atributos de una democracia capaz de revisar con más fuerza las rigideces y desigualdades de nuestra sociedad siempre tuvieron que ver con la cuestión petrolífera. Esta no fue solo una cuestión de tecnología, perforación y metros cúbicos, sino también de sentido de la economía compartida y equitativamente distribuida. Y un poco más allá, de un llamado a construcciones políticas novedosas enraizadas en la conciencia colectiva. YPF no se equivocaba, desde sus orígenes, en ninguna de las tres letras que forman su sigla. “Yacimientos”, que significaba la economía descubierta en las napas profundas del territorio y una sutil apelación a lo que “subyace” y hay que recobrar; “petrolíferos”, porque la vieja y enigmática palabra que ya tiene varios siglos de antigüedad significaba el óleo que viniendo de rocas y huesos milenarios irrumpía en la era del capitalismo para definir, a favor o en contra, la suerte de los pueblos. En cuanto a “fiscales”, la expresión hoy suena un poco anacrónica o dislocada, entre tanta diversificación de su uso y tantas teorías del Estado decisionistas y no decisionistas. Pero no era así cuando en la época de Yrigoyen se le puso nombre. Fiscal significaba el poder público democrático operante, construyendo escuelas, viviendas, incluso poblaciones enteras y empresas fundadas en el interés público. Y aún hoy debe seguir significando eso.
La expresión Repsol obedece en cambio a un impulso publicitario de la globalización, de la cual son especialistas las agencias de creación de significantes deshabitados. Fueron tomados de una pequeña empresa de lubricantes española (Repesa), y lo completaron con la palabra “Sol”, la del astro, dijeron sus creadores, que “identifica a España en las culturas del norte”. He aquí un caso en que una sigla con tres consonantes que solo atípicamente pueden conjugarse y que son fonéticamente impronunciables de seguido, YPF, pero que se torna un trípode lingüístico de vasta resonancia social e histórica, mientras que poco puede significar una idea publicitaria alrededor del Astro Rey, que apenas nos dice lo que todo pueblo ha pensado de manera inmemorial sobre el sol. Pero en este caso se le agrega un pequeño pigmento suplementario, en el que ni querríamos esforzarnos para verle una resonancia, si bien lejana, añoradamente imperial. Nuestra España no es eso, sino un debate sobre la lengua, y un oído argentino siempre presto a escuchar a un Miguel Hernández, Cansinos Assens, Antonio Machado, Jiménez de Azúa, Claudio Sánchez Albornoz, Francisco Ayala, cada uno de ellos, maestros en su tema, y maestros de muchos argentinos.
YPF fue tema notorio de Raúl Scalabrini Ortiz, que lo toma como argumento central de sus escritos de la época frondizista –en un debate sobre quién debería encarnar la parte empresarial extranjera en los nuevos convenios—, y mucho antes fue palabra oscura lugoniana. Este gran autor argentino y hombre desdichado contribuye al golpe del ’30 contra Yrigoyen criticando erradamente el “estanco petrolífero”, pues así llamaba a la política de Mosconi, a la que le agregaba la crítica de que se había realizado un acuerdo con la compañía petrolífera soviética. Mosconi influyó en la creación de Ancap, la compañía energética uruguaya, y de YPFB, la compañía boliviana, que en algún momento expropió establecimientos de la Standard Oil. Por su parte, el Conselho Nacional do Petróleo, antecedente de Petrobras, no poco le debe a Mosconi, que era ingeniero militar y también ingeniero civil. Fue también el petróleo notorio tema de Arturo Frondizi, que en 1954 publica Petróleo y política, un libro de gran significación en la historia de las ideas argentinas, de posiciones estatistas y nacionalizadoras –luego abandonadas– y que se inspiraba en reflexiones que no poco tomaban de un marxismo de “estructuras y superestructuras”, desnutrido de mejores lazos con una imaginación social de mayor espesura, pero una gran novedad entonces por provenir del ámbito político del cual participaba esta notoria y ambigua figura política. Al comienzo del siglo XX no era ignorado el petróleo en la publicística argentina. Jorge Newbery y el ingeniero Tierry, en 1910, publican el primer libro argentino sobre petróleo, cuya reedición en la década pasada lleva prólogo de Fernando Solanas y Félix Herrero.
El golpe de 1955 tuvo también escenas petrolíferas sobre las cuales meditar hoy. Se recuerda la discusión en ese año sobre los contratos con la empresa California, subsidiaria de la Standard Oil, contratos que Perón defiende, Frondizi en su momento critica y los golpistas lo toman como pretexto para sus acciones (Lonardi anula ese convenio; poco después, Perón, en su opúsculo “Del poder al exilio”, lo justifica con argumentos desarrollistas –la necesidad de inversiones extranjeras– pero asemeja su caída a la del primer ministro Mossaddeg, de Irán, que en 1953 había intentado nacionalizar el petróleo y es derrocado por acciones cuyo origen tenía el sello de los intereses británicos y norteamericanos).
La cuestión petrolífera nunca fue, ni en la Argentina ni en ninguna otra parte, un hecho solamente de dimensiones ingenieriles, tecnológicas y empresariales. Todo eso principalmente lo es, pero la significación del petróleo –como la del oro– adquiere fuertes simbolismos y nos lleva a la relación entre la economía del subsuelo natural y las regiones de la cultura crítica y la historia de las ideas. “Petróleo” es una pieza retórica fundamental de la modernidad, como el ejemplo de los diques y aviones que daba Heidegger en “La pregunta por la técnica” o el estudio de la simbología del oro que se puede leer en El Capital de Marx. Decir petróleo es dar el nombre de una antigua encrucijada cultural en nuestro país, al que se le dice “país con petróleo pero no petrolífero”. No cambia con esta sutileza la cuestión. El petróleo, motivo de guerras, luchas empresariales, golpes de Estado, creación de naciones ficticias y puesta en rediscusión la era de los imperialismos, es una categoría intelectual del pensamiento político, demasiadas veces central en la comprensión de los acontecimientos históricos. No porque se trata de un determinismo que haría elemental cualquier razonamiento que no se base en él, sino al contrario, porque allí se sintetizan múltiples determinaciones de la conciencia pública y de la cimentación democrática, esto es, de nuestra sociodicea liberacionista.

Con la medida anunciada por la Presidenta, que es audaz y prudente al mismo tiempo, se liberan nuevas discusiones que involucran al conjunto del tejido histórico nacional. La íntima relación de esta decisión petrolífera la vemos tanto con la creación de una economía pública democrática, autosustentable y de tecnologías sobre las que puedan pesar decisiones autónomas, como con la primicia que aún está latente en la sociedad nacional, su lógica política emancipatoria registrada en todos los planos de la acción colectiva. En el de la política, la cultura, la lengua, los frentes sociales que laboren el espíritu público democráticamente movilizado y la cuestión nacional, siempre viva, tratada no con cerrazones de la racionalidad instrumental revestida de abstractas leyendas, sino con el verdadero carácter de las epopeyas que saben innovarse a sí mismas, en su pedagogía, en sus poéticas y en sus convocatorias a la vida intelectual y popular. Esto, en su triple dimensión de saber social, saber técnico y saber simbólico. Ni más ni menos que una nueva conjunción de la naturaleza con la historia nos depara esta significativa decisión sobre la cuestión petrolífera en la Argentina
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16/4/12

Bernard-Marie Koltès, entre Rimbaud y Faulkner


Por Heiner Müller
Para mí, lo que hay de enorme en Bernard Marie Koltès es la mezcla de Rimbaud y Faulkner. Los personajes están totalmente construidos y desarrollados a partir del lenguaje. Al mismo tiempo, se encuentra en esos textos una estructura molieresca. Esta estructura molieresca, esta estructura de aria aparece de manera más destacada en El regreso al desierto. Lo que seguramente tiene que ver con el tema: la familia francesa donde algo raro interrumpe de repente. Las obras de otros autores no tienen, a menudo, sino una estructura de intriga y en el teatro la intriga es fastidiosa. Toca oscurecer o deshacerse de esta estructura de intriga. En Koltès hay, al contrario, una estructura de aria. Esto quiere decir que el autor está más o menos directamente presente en sus textos, en sus personajes. Pienso que eso es muy importante, porque actualmente la tendencia en general es la extinción del autor, la expulsión del autor del texto y hasta el teatro. Eso es lo que interesó a Koltés, y ahí yo no estaba exento de celos porque parece no tan construido. Estamos en presencia de pasajes fluidos de un nivel de percepción a otro. Estos pasajes son absolutamente fluidos y no podemos situarlos en puntos precisos. Y me parece extraordinario. Así el todo tiene también algo de lírico, algo de un poema, pero es una corriente de conciencia. No son láminas colocadas las unas junto a las otras. Esta corriente de conciencia representa la fuerza de estos textos. Koltés está obviamente muy influenciado por el cine. En general, el cine puede arreglárselas sin lenguaje o utilizar el lenguaje solamente como un vehículo. Koltès hace con el lenguaje lo que el cine hace con la imagen..


14/4/12

El Titanic como metáfora


Por Juan Sasturain
Publicado en PAGINA 12

El naufragio del Titanic ha dejado muchas marcas en la cultura del siglo. Hay varias novelas, bestsellers con hipótesis variadas, bastante humor negro, historias policiales ambientadas a bordo, algún memorable chiste antisemita, o sobre el antisemitismo (¿Qué fue lo que pasó? / Fue un iceberg. / ¿”Aisberg”? ¡Un judío tenía que ser!), e incluso una expresión coloquial convertida en transparente alegoría de uso habitual: “Acá estamos, bailando en el Titanic”.

También hay un par de interesantes y polémicos textos no literarios del ducho Joseph Conrad sobre el suceso, recogidos en Notas de vida y letras, y por lo menos dos películas que vale la pena ver sobre la tragedia: la de Cameron, que se reestrena ahora, oportunamente, con su pareja y su música tan alevosas como eficaces; y otra que vi de pibe, en los cincuenta: La última noche del Titanic, inglesa de la Rank, con el siempre impecable Kenneth Moore de oficial, con pulóver blanco de cuello alto, y un selecto racimo de náufragos... Una película chiquita, conmovedora y sin morbo.

Todo eso es bastante conocido. Lo que no lo es tanto, es un extraordinario poema épico –entre otras cosas– del multifacético alemán Hans Magnus Enzensberger publicado en 1978 que se llama precisamente El hundimiento del Titanic y que es una verdadera obra maestra. Como en el caso de The Wreck of the Deutchland, de Gerard Manley Hopkins, el episodio del naufragio es el disparador y de algún modo el pretexto para construir un texto que largamente lo trasciende.

A Enzensberger, nacido en 1929, lo conocíamos desde fines de los sesenta y seguimos conociéndolo sobre todo como el filoso ensayista –autor de Detalles, de Política y delito, e incluso de un libro de divulgación sobre las matemáticas– cuya obra ha ido traduciendo habitualmente Anagrama. Pero –lejos– lo que más nos gusta es su poesía. Con limitaciones, claro, porque no es fácil lidiar con el alemán. Pero, como en el caso de Brecht, el contenido narrativo, el humor, el sarcasmo y el prosaísmo allanan el camino y posibilitan disfrutarlo en buenas traducciones.

En castellano, un idioma que conoce bien –tradujo a Alberti y a Vallejo, suele ir regularmente a España– se han publicado, entre otros libros, el clásico Poesías para los que no leen poesías, el notable Mausoleo y Lengua del país. En el caso de El hundimiento del Titanic, lo leímos en una colección cuadradita de Plaza y Janés, dirigida por Ana María Moix, barata y accesible, de fines de los noventa. Fue una revelación.

El larguísimo poema –son más de cien páginas– está dividido en 33 breves cantos que remiten, como se puedo sospechar, al Dante, que suele asomar a lo largo del libro, acaso como modelo de autor de un libro-poema narrativo y alegórico. Con una estructura abierta y flexible que posibilita el uso de diferentes materiales, Enzensberger –que usa sin aviso todo lo que le sirve– se mueve en varios planos: primero el hundimiento puntual del Titanic y sus avatares, narrados / descriptos con sutileza de observador capcioso; después, las nada inocentes circunstancias de la escritura inicial (y perdida) del texto en la Cuba revolucionaria –el poema está fechado La Habana 1969-Berlín 1977–; y finalmente las reflexiones, especulaciones últimas, ya de regreso al literal y metafórico invierno europeo, sobre ambas instancias puntuales: el hundimiento del barco que “simboliza” los sueños capitalistas, la idea misma del progreso simbolizada en aquel navío legendario echado a pique, y el otro naufragio, el personal, el de las esperanzas políticas, ideologizadas y en retroceso.

Sin ser desmesurado / desaforado como el Pound de los Cantos, Enzensberger consigue dar cuenta –a partir de un aparatoso accidente de tránsito marítimo, a partir de la experiencia de una primavera revolucionaria marchita– de un universo de injusticias, contradicciones y desgarros genuinos y convincentes. Con algunos de los mejores versos de su tiempo y circunstancia, el alemán –vertido al castellano no casualmente por el excelente e incómodo cubano Heberto Padilla (¿se acuerdan de Cortázar y del “Caso Padilla”?)– es el escritor contemporáneo que mejor ha sabido dar cuenta de un silencioso cataclismo, devenido naufragio ejemplar: “Eso fue sólo el principio. / El principio del fin / es siempre discreto”.

11/4/12

Entre la razón y la pasión

Stanley Kubrick puede ser considerado como una figura paradigmática en el arte del siglo XX, un símbolo del conflicto irreconciliable entre la razón y la pasión, acompañado por el orgullo desmedido de un deseo por controlar y determinar el curso de los eventos y por la devastadora ilusión de poder acceder a una suerte de inmortalidad de la inteligencia, la única posible respuesta al cruel sinsentido de la existencia física.

Paolo Cherchi Usai

8/4/12

Scioli 2015


El juez Rafecas careó a dos hombres de estrecha relación con Scioli, en un giro de la causa Boldt-Ciccone que reveló un denso trasfondo. Las cargas de demolición contra Boudou, la mesa de Alberto Fernández, Mario Montoto y Héctor Magnetto en el Hotel Faena y su relación con el proyecto Scioli 2015. El juego en el principal distrito del país y sus ramificaciones políticas. Un suboficial y traficante de armas carapintada que estuvo en el lugar del atentado a la AMIA en 1994.

Por Horacio Vertbisky
Publicado en PAGINA 12

Dos hombres de estrecha relación con el gobernador bonaerense Daniel Scioli fueron careados por el juez federal Daniel Rafecas en un giro tan asombroso como inadvertido del escándalo Boldt-Ciccone, cuya atención mediática se concentra en el vicepresidente Amado Boudou. Ellos son Guillermo Enrique Gabella, accionista y director de la empresa Boldt, que desde hace dos décadas explota por contratación directa el juego en la provincia de Buenos Aires, y Lautaro Mauro, uno de los funcionarios de la secretaría privada de Scioli. El careo sucedió a las declaraciones contradictorias de ambos acerca de una reunión entre Gabella y el amigo y socio del vicepresidente Amado Boudou, José María Núñez Carmona. Mauro fue el intermediario que los presentó, el 22 de octubre de 2010. Según Gabella, la reunión la pidió Núñez Carmona para exigirle que Boldt terminara antes de tiempo el alquiler de las maquinarias de Ciccone Calcográfica, que el juez de la quiebra, Javier Cosentino, había firmado en agosto, y se las entregara a la nueva Compañía de Valores Sudamericana. En cambio Mauro dijo que fue Gabella quien le solicitó el contacto con Núñez Carmona, para tramitar el cobro de deudas del Estado con Boldt por la impresión de las planillas del censo de ese año. Según Gabella, se sintió apretado por Núñez, quien le dijo que si no aceptaba le mandarían la AFIP. Sin embargo, pocos días después envió una felicitación de cumpleaños a su presunto apretador. Luego del careo, Núñez Carmona denunció a Gabella por falso testimonio. Las repercusiones políticas de las denuncias contra Boudou son ostensibles. En cambio, la relación de Scioli con el tema recién comienza a hacerse evidente en los últimos días. En el trasfondo está la candidatura presidencial para 2015 y el financiamiento originado en la explotación del juego, un negocio que según el presidente del bloque de diputados provinciales del ARI-Coalición Cívica, Walter Martello, produce una recaudación de 12.000 millones de pesos al año (http://www.wmartello.com.ar/neoprensa/2012_03_28_investigacion%20boldt.htm). El pedido de informes que presentaron los diputados José Ottavis (de La Cámpora y vicepresidente de la Cámara) y Juan de Jesús (un amigo de Boudou que preside el bloque del Frente para la Victoria), fue apoyado por una amplia mayoría, ya que al bloque oficialista se sumó la oposición. El texto de Ottavis y De Jesús está inspirado en los pedidos previos de Martello quien propone que la solicitud de información “se extienda a otras empresas y actores como Cristóbal López, Codere, Angelici, Carlo Gallo, Luis Alberto Peluso, entre otros”. Dentro del partido del gobierno hay sectores que verían con buenos ojos la penetración de Cristóbal López en el feudo de Boldt, pero otros consideran que eso contaminaría el sistema político con una lucha facciosa por un negocio poco edificante. Cerca de la presidente CFK comienzan a considerarse alternativas. La de prohibir el juego sólo redundaría en una nueva oportunidad para la recaudación clandestina de la policía, por lo que podría ganar espacio la estatización de todo tipo de apuestas. Esto afirmaría también la continuidad de la presidente con la gestión de Néstor Kirchner en las cuestiones centrales pero con un perfil propio. Con más poder del que tuvo nunca Kirchner, podría liberarse también de relaciones incómodas, como han aprendido en estos meses Papá y Baby Esquenazi, por un lado, y Rudi Ulloa, por otro.

La gabela de Scioli
La relación de Scioli con el principal directivo de Boldt tiene no menos de quince años. Así lo demuestra un documento que viejos empleados del Congreso encontraron en los archivos: el legajo 711894 indica que el abogado Guillermo Enrique Gabella, nacido el 7 de octubre de 1966, ingresó a la Cámara de Diputados el 10 de diciembre de 1997, el mismo día en que asumió su primer mandato como diputado Daniel Scioli. Lo hizo como asesor con la categoría 003, la tercera jerarquía entre catorce. El legajo también indica que la incorporación de Gabella fue solicitada por Scioli, quien lo asignó a la Comisión de Deportes, que el navegante a motor presidía. Destino 90 significa Bloque Justicialista y subdestino 43 corresponde al diputado Scioli. En los tres años previos, Gabella había sido empleado de la Municipalidad de Buenos Aires, gobernada por delegados del presidente Carlos Menem. Tanto él como Mauro formaron parte del grupo político que en 1997 respaldó el lanzamiento de Scioli como candidato a diputado nacional y más tarde lo acompañó en su emigración a la provincia de Buenos Aires. Gabella admitió que conocía a Mauro de aquella militancia común. Cuatro años antes de aquella primera elección de Scioli, Boldt había iniciado la explotación del juego en la provincia de Buenos Aires, durante la gobernación de Eduardo Duhalde. Esos contratos, sin licitación, se extendieron durante las sucesivas gobernaciones posteriores. Felipe Solá aumentó el canon que paga la empresa del 30 al 34 por ciento, sin dar intervención a la Legislatura. El principal ministro de su gabinete en aquel momento era Florencio Randazzo, por lo cual ha sido sindicado como fuente en las filtraciones contra Boudou, algo que el ministro del Interior niega. Gabella ingresó como empleado a Boldt en 2006, el año en que Kirchner impulsó la candidatura de Scioli a la gobernación bonaerense. No es el hombre de Boldt que se relaciona con el gobernador Scioli, sino el asesor de Scioli que deviene director y accionista de la empresa luego del ascenso de su empleador a la Casa de Gobierno provincial, en 2007. La diferencia no es menor. Que Mauro lo haya desmentido en el careo abre un abanico de interpretaciones. Todas remiten al desconcierto y las contradicciones que la luz pública infunde a todos los actores de esta trama secreta. Ni siquiera es seguro el destino de Gabella en Boldt, cuyo presidente Antonio Tabanelli teme que los ostensibles vínculos de su operador con los principales medios y con Scioli terminen afectando sus negocios, que es lo que de verdad le importa.

La mesa del miércoles
Lo que está en juego no es menos nítido: la candidatura presidencial en 2015. Scioli es el instrumento escogido de quienes no desean ninguna forma de continuidad del proceso político que encabeza CFK. Integran esa lista el ex jefe de gabinete Alberto Fernández, el CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto, y el traficante de armamentos y parafernalia de seguridad Mario Montoto. La decisión que los tres tomaron de mostrarse juntos en un lugar público tan evidente como el Hotel Faena de Puerto Madero, durante un almuerzo hace un mes, transmite de por sí un mensaje político. El ausente/presente en esa mesa fue el jefe del gobierno bonaerense, con el que Montoto mantiene negocios políticos y comerciales. Fernández impulsa como candidato presidencial a Scioli, quien cuenta con la protección mediática de Magnetto, de modo que nunca nada lo roce. Cada uno tiene sus propios motivos. Resentido con la presidente a la que no pudo conducir a una capitulación ante el desafío agromediático de 2008, Fernández es un operador político en busca de candidato. Prototipo del operador sin votos propios, como lo fueron Enrique Nosiglia en la UCR y José Manzano en el justicialismo, necesita de un líder con aptitud electoral dispuesto a aceptar su consejo. Hace pocos días este Sancho sin Quijote anunció su apoyo a la candidatura presidencial de Scioli, durante una entrevista en una radio de La Plata. Fernández participó junto con Kirchner en la selección de, Julio Cobos como candidato a la vicepresidencia en 2007, por lo que Cristina nunca les ahorró recriminaciones. Ahora insiste en que “la responsabilidad directa es de la Presidenta” ya que “esta vez no está Kirchner para echarle la culpa a quién le puso el vicepresidente”. Antes del propio Boudou, nadie había identificado con tanta claridad el blanco sobre el que Clarín dispara. La actitud de Magnetto no requiere de mayor explicación, frente a un gobierno que lo ha acusado como partícipe en crímenes de lesa humanidad contra los miembros del grupo Graiver durante la última dictadura. Hoy lucha por su libertad. En el libro Argenleaks, el periodista Santiago O’Donnell dedica un capítulo a Montoto que, en realidad gira en torno de Scioli, a quien según la embajada estadounidense, lo asesora en cuestiones de seguridad. Dos cables diplomáticos de Earl Anthony Wayne relatan sendas comidas con ambos. En la primera, en mayo de 2007, el aún vicepresidente Scioli se comprometió a apoyar el proyecto de ley de represión al Financiamiento del Terrorismo, que interesaba a la embajada. Durante la segunda, en abril de 2008, Montoto instó a Scioli en presencia del embajador a usar mano más dura en la provincia de Buenos Aires según el modelo de la policía militarizada de Río de Janeiro. Montoto provee artículos de seguridad a diversos municipios bonaerenses, pero no ha encontrado receptividad en el gobierno nacional.

Dos semanas después
Al anunciar que Boudou sería su acompañante, Cristina reveló que él fue quien en 2008 le sugirió la estatización del sistema previsional, entregado a los grandes bancos quince años antes. Al decir que “necesito a mi lado alguien que no les tenga miedo a las corporaciones”, preanunció la profundización del rumbo en su segundo mandato, tal como ocurre ahora con la reforma de la carta orgánica del Banco Central y la inminente recuperación de la soberanía energética. Treinta y cinco días después de las elecciones primarias en que Cristina y Boudou superaron el 50 por ciento de los votos, Clarín publicó la primera nota de la saga, titulada “Boudou y Moreno, detrás del cambio de manos en una megaimpresora”, en la que ya estaban contenidos buena parte de los elementos que se desplegarían en el semestre siguiente. Sólo pasaron dos semanas desde los comicios del 23 de octubre de 2011, en que se impusieron con casi 40 puntos de ventaja sobre los perseguidores más cercanos antes de que Clarín mencionara por primera vez a Alejandro Paul Vandenbroele y a The Old Fund. Su fuente fue la denuncia de “un particular, Jorge Pacífico”, quien dijo que tomó conocimiento de delitos de acción pública, por una conversación en un café entre hombres que no vio porque estaba de espaldas. Pero les escuchó decir que The Old Fund “resulta ser una pantalla de la familia Ciccone” y de una persona “políticamente expuesta, alto funcionario del Gobierno Nacional, para recuperar la empresa antes fallida” (ver “Pintura de camuflaje”). En octubre de 2011 el kirchnerismo obtuvo también una cómoda mayoría en ambas cámaras del Congreso. Si repitiera en 2013 esos resultados, rondaría los dos tercios de la Asamblea Legislativa, que le permitirían habilitar una tercera candidatura de CFK. De lo contrario, el gobierno debería pensar en alternativas. Una de ellas es Boudou: su ausencia de militancia previa en el justicialismo, su falta de cualquier estructura territorial u organizativa de apoyo y el hecho de que como miembro del Poder Ejecutivo podría aspirar a un solo mandato presidencial, lo tornan el único hipotético candidato en torno del cual no podría armarse un nuevo proyecto político distinto del kirchnerismo. Anular esa hipótesis es vital para el proyecto Scioli 2015.

7/4/12

Estado y burguesía


Por Eduardo Aliverti
Publicado en MARCA DE RADIO

YPF vuelve a manos prioritarias del Estado argentino.
La discusión acerca de cómo se implementa la medida tiene aspectos técnicos que exceden a la sapiencia pero también a las pretensiones de este columnista. Se trata, sí, de ofrecer una visión macropolítica, eventualmente capaz de observar al hecho desde una perspectiva estructural. Hubo el tiempo, parecido a lo eterno, en que las apreciaciones ortodoxas de los economistas liberales lograron la victoria. El tiempo “noventista” –y un poco para atrás, y otro poco hacia delante- en que la batalla cultural, por la construcción de sentidos y por tanto de conciencia popular, semejaba haber quedado en manos definitivas de la derecha. Ese tiempo de verdades presuntamente reveladas, incontrastables, según las cuales unos muy pocos sabían de mucho y los muchos se consideraban apartados de todo juicio crítico, porque los pocos tenían la exclusividad de dar cátedra desde los medios del relato único. Se acabó, por fin. Las versiones de derecha ya no convencen caminando, al cabo o en medio de los atropellos, torpezas y desatinos que produjeron aquí y en el mundo. El terreno de disputa ideológica es hoy más amable para las ideas progresistas, así fuere nada más que para no tener pruritos en atreverse a plantearlas. Y eso incluye a los razonamientos en torno de los recursos estratégicos, con la cadena de producción energética en primer lugar.
El domingo anterior, un artículo de Alfredo Zaiat, en Página/12, da en la tecla respecto de -por lo menos- cómo plantarse analíticamente frente a las opciones existentes. “Burguesía fallida” presenta al choque con la empresa española Repsol como símbolo de dos frentes vulnerables del kirchnerismo. Uno es, precisamente, el manejo privado en áreas sensibles del encadenamiento productivo. El otro, que se apueste a un comportamiento autónomo, pero dinámico, de la denominada “burguesía nacional”. ¿Hay o puede haber tal actuación hacendosa del empresariado? Como bien señala el colega, la lógica legítima de una compañía privada es maximizar ganancias e invertir de acuerdo con una tasa de retorno económico-financiera. Y en consecuencia, exigen un precio acorde con la utilidad esperada. O que el Estado los subsidie. De lo contrario, se “apartan” hasta dejar de invertir y se genera un callejón sin salida. Si suben las tarifas, joden a la gente. Si se aumentan los subsidios, joden al presupuesto nacional. Y si no hay inversiones, se joden todos. Sin embargo, apunta Zaiat, esas situaciones quedan amortiguadas cuando prevalece la concepción de “bien estratégico” (petróleo y gas); y de “beneficio social” (servicios públicos). Es en lo segundo donde el kirchnerismo mostró dientes y eficacia, y por eso también resalta el ejemplo de un Estado que tomó el control de aguas y desagües cloacales. Seis años de inversión en AySA ampliaron esas prestaciones. Dicho sea de paso, la asentaron como la empresa de servicios públicos con menor cantidad de reproches en medios y redes sociales.
Efectivamente, es la muestra de qué pasa cuando los fondos públicos son desembolsados sin pretender retorno financiero en determinada cantidad de años. Y con impacto positivo en la población.
El contraste es la apuesta por empresarios nacionales, desplazando a las multis, con el objetivo de “argentinizar” actividades estratégicas. El grupo Eskenazi falló en YPF y, con base allí, vale en igual dimensión apoyarse en cómo describe Mario Rappaport la debilidad intrínseca de la burguesía nacional. Esto es, el origen de componentes históricos, “cuando se desechó la posibilidad de un desarrollo económico integral mediante la protección de la industria local (…) Las clases dominantes argentinas rechazaron el camino proteccionista que (…) adoptaron países como Estados Unidos y Australia, y prefirieron un país para pocos ligado a la producción primaria. Esto se traduce en conductas rentísticas, ya sean provenientes del campo o de recursos naturales no renovables”. Zaiat concluye su bosquejo, tras esa cita de Rappaport, a través de que la conducta de la burguesía nacional -fugadora serial de capitales- no se modifica con voluntarismo político. Y que sólo con un Estado activo, estableciendo límites, puede cambiársela. El dilema es cómo contrariar, en la acción de un modelo o proyecto que se pretendería soberano, nacional, popular, liberador (palabra esta última con la que también es necesario vencer prejuicios), el precepto de que el Estado es la organización autoinstituida por la clase dominante para sojuzgar al resto. Todo un reto: justamente porque la discusión no es técnica sino política, el kirchnerismo deberá demostrar que está dispuesto a profundizar la administración del Estado desde un vanguardismo siempre privilegiador de las necesidades populares. Y nunca de los intereses que se le enfrentarán, brutalmente crecientes si la gran política marcha hacia allí. ¿Cuál es la alianza de sectores sociales que se requiere para eso? ¿Con quiénes articular respaldo y movilización? ¿De dónde se saca o afirma el frente social para aguantar los trapos? ¿Cómo se lo comunica? ¿Alcanza con Cristina solamente?
Preguntas como ésas son mucho más primarias que interrogarse sobre la disponibilidad operativa del Estado para hacerse cargo de pozos de exploración y explotación petrolíferas. Tan primarias como lo eran las de si se podía resistir cuatro tapas de Clarín en contra.
Mientras tanto, para quien tenga incertidumbres mayores debido a algunos o muchísimos cantos de sirena que la derecha se emperra en marcar como determinantes, vaya lo que Bloomberg, la compañía de información financiera fundada por el ex alcalde de Nueva York, expuso sobre el fin de la Europa social (nota de Clarín, sí señor, en su suplemento económico, domingo pasado). “En toda Europa, padres convencidos de que el modelo social construido por los gobiernos, después de la Segunda Guerra Mundial, haría posible que cada generación viviera mejor que la anterior, están viendo cómo la crisis de la deuda soberana barre con las promesas que hicieron a sus hijos. Los docentes y estatales griegos asisten al fin del empleo (vitalicio, señala Bloomberg, pero bien puede quitarse el agregado); los estudiantes ingleses enfrentan cuotas de enseñanza al estilo estadounidense; los franceses, como otros europeos, han debido postergar la jubilación. El trasfondo son las políticas de austeridad que están implementando los 27 países de la Unión Europea, por unos 450 mil millones de euros”. Esas políticas de austeridad apuntadas por la agencia norteamericana son el producto de un festín financiero que en 2008 nació con la crisis estadounidense, para después trasladarse a los europeos con un final todavía incierto.
No es inseguro, en cambio, que en la raíz de este derrumbe -una de cuyas expresiones más dramáticas es España, con la mitad de la población juvenil desocupada- se encuentra el abandono estatal como equilibrante de las desigualdades sociales. No le vendría mal a la derecha retomar algún consejo de uno de sus padres ideológicos, Adam Smith, quien estipulaba que los mercados no son instituciones naturales, sino el resultado de decisiones políticas. Es ese sistema político el que asigna el riesgo. Y, probablemente antes de que las propias burocracias gubernamentales se den cuenta, no pocos economistas e intelectuales -insospechables de simpatías izquierdistas advierten que debe mirarse a América Latina. Aumento del gasto público como herramienta reactivante, sustitución de importaciones, manejo de las reservas sintonizado con las necesidades sociales. Más, en casos como el argentino tras la salida del default por esas vías, las reformas de segunda generación.
Haber modificado la esencia funcional del Banco Central está en esa línea. Y meter mano en YPF apunta en igual camino. Las dudas pueden pasar por la eficiencia administrativa (si es por eso, la gestión privada no sale muy bien parada que digamos).
Y por cómo se inteligencia el sostén de la apoyatura popular. Pero nunca por lo imprescindible de la decisión política.

2/4/12

Estaqueados

Una mañana, el capitán Gustavo Hantín,
que se soñó joven, seductor y dueño de una
fortuna inagotable, despertó en calma, tolerante
y bondadoso con el mundo y sus inexplicables
azares. Dispuso, afeitado y limpio, que
cesara el estaqueamiento de Ramón Vera.
Dispuso que Ramón Vera descansara. Dispuso
que, desde esa mañana, Ramón Vera le
lustrara las botas.
Los soldados que envejecían, indiferentes a
los azares inexplicables del mundo, escucharon
al capitán Gustavo Hantín ordenar, sereno,
sobrio, afeitado, limpio, que Ramón Vera le
lustrase las botas un día y otro también,
tarde y noche...



Andrés Rivera, Estaqueados.

1/4/12

Burguesía fallida


Por Alfredo Zaiat
Publicado en PAGINA 12

El conflicto con la empresa española Repsol asociada con el grupo argentino Eskenazi en la conducción de la petrolera nacional YPF expone dos frentes vulnerables de la política oficial. El primero, el manejo privado de áreas sensibles de la cadena productiva, como la energética, incluyendo servicios públicos básicos para la población. El otro, la apuesta a un comportamiento dinámico autónomo de la denominada burguesía nacional.

Areas estratégicas

En sectores clave de la economía que requieren montos de inversión importantes, para incrementar reservas y producción de hidrocarburos o para ampliar el acceso y mejorar la provisión de servicios públicos, entra en colisión el interés privado con el interés social. La raíz del problema con el petróleo y el gas es que esa actividad manejada por el interés privado registró inversiones escasas, y algunas de ellas fueron con extraordinarios beneficios fiscales a través de los programas llamados Petróleo Plus, Refinación Plus y Gas Plus. La explicación de los privados a la morosidad de las inversiones es porque en estos años no pudieron tener tarifas liberadas, vender a precios internacionales en el mercado local y que cuando exportaban le aplican retenciones móviles fijadas en un valor de corte de 42 dólares el barril con cotización internacional de 80 a 110 dólares. Aspiran a un modelo extractivo puro y precios totalmente liberados.

Con legítima lógica empresarial, el objetivo de una compañía privada es maximizar ganancias y tras ese objetivo invertirá de acuerdo con una pretendida tasa de retorno económico-financiera. Para ello exigirá un precio acorde con esa utilidad esperada, o reclamará un subsidio estatal para alcanzarla si no hay ajuste de tarifas, o disminuirá hasta dejar de invertir. En cada una de esas opciones hay efectos no deseados: si se suben las tarifas, se afecta el poder adquisitivo de la población; si se aumentan los subsidios, se pone en tensión el presupuesto nacional; y si decaen las inversiones, se producen cuellos de botella, como en combustibles, o deficiencias en el servicio a los usuarios, como en la distribución eléctrica.

Esas situaciones conflictivas quedan amortiguadas cuando prevalece la concepción “bien estratégico”, con el petróleo y el gas, y “beneficio social”, con los servicios públicos. Operando bajo esas condiciones, el Estado es el encargado de administrar, controlar y expandir esos sectores, en algunos casos asociados con el capital privado, para reducir esas tensiones de tarifas, fiscales y productivas. En el kirchnerismo existen antecedentes en ese sentido, cuando el Estado tomó el control del servicio de aguas y desagües cloacales. En seis años invirtió en AySA unos 8000 millones de pesos ampliando esa prestación. Esos fondos públicos fueron desembolsados sin pretender un retorno financiero en determinada cantidad de años, sino que el retorno esperado ha sido el social, con impacto positivo en la población. Lo mismo sucedió con el Correo Argentino y desde hace un par de años con la recuperación de Aerolíneas Argentinas, hoy tan vapuleada por los mismos que protegían a los españoles de Marsans, que la vaciaron. Es lo que el Gobierno puede hacer con los trenes para mejorar la prestación del servicio, o el petróleo y gas si aspira a recuperar el autoabastecimiento energético. El Estado invierte con el objetivo de retorno social para beneficio de toda la población. Por ejemplo, un grupo privado no hubiera invertido para realizar el gasoducto de Comodoro Rivadavia-Buenos Aires inaugurado en 1949, en ese entonces el segundo más largo del mundo luego del Transiberiano, porque no era rentable; el Estado sí lo hizo.

Burguesía nacional

El kirchnerismo apostó a empresarios nacionales para que desembarquen en el capital y en el manejo de empresas privatizadas, desplazando a operadoras multinacionales, para modificar el comportamiento de esas firmas. El objetivo fue “argentinizar” la administración de servicios públicos y actividades estratégicas, en un contexto de tarifas pesificadas y congeladas para impulsar el consumo doméstico y la industrialización. Grupos locales, como Eskenazi en YPF, que aceptaron el convite, no tuvieron que efectuar desembolsos relevantes para quedarse con las compañías.

La presencia de empresarios nacionales aseguraría un mejor diálogo con el Gobierno, según el esquema kirchnerista. Eso fue cierto en términos políticos, teniendo en cuenta que un CEO de una multinacional responde a su casa matriz, lo que hace más trabado el intercambio con los funcionarios. En cambio, en términos productivos el resultado no fue alentador. Las inversiones no aumentaron, la filial local siguió dependiendo de la estrategia de su casa central y se mantuvo la creciente distribución de dividendos, retrayendo recursos a planes de expansión. En el caso YPF, significó que Eskenazi no pudo o no quiso modificar la conducta empresaria de los españoles.

¿Qué falló de la estrategia de “argentinizar”? No ha sido sólo un tema cultural o de idiosincrasia de las elites locales. Sobre este aspecto, Mario Rapoport explica que la debilidad de la burguesía nacional tiene su raíz en componentes históricos cuando la elección del librecambismo se concretó en el momento de la conformación de la Argentina moderna, dejando una marca que aún conserva un considerable poder ideológico. En ese entonces los intereses y grupos de poder hegemónicos durante la denominada Organización Nacional impusieron al liberalismo económico como la piedra angular del progreso argentino. Rapoport, economista e historiador, precisa que “se desechó la posibilidad de un desarrollo económico integral mediante la protección de la industria local y, de esta manera, las clases dominantes argentinas rechazaron el camino proteccionista que, por el contrario, fue adoptado por países como Estados Unidos y Australia, y prefirieron un país para pocos ligado a la producción primaria”. Esto se traduce en conductas rentísticas, ya sea proveniente del campo o de recursos naturales no renovables.

Esa característica de la burguesía nacional sólo se pudo consolidar con un Estado pasivo, subordinado a esos intereses. Cuando se pone como referencia la pujanza de las burguesías brasileña o coreana como sujetos importantes del desarrollo nacional de esos países no se destaca que para que ello ocurriera fue necesario un Estado disciplinador. Al economista y actual embajador en Francia Aldo Ferrer le gusta ilustrar, para reclamar la necesidad de fortalecer lo que llama “densidad nacional”, que si ese empresario asiático o brasileño pujante, inversor e innovador es trasladado a la economía argentina sin un Estado activo disciplinador, rápidamente se adaptará y absorberá los vicios de las conductas locales. ¿Por qué actuaría diferente? Lo mismo vale para el grupo Eskenazi: ¿por qué se iba a comportar diferente que los españoles de Repsol ante un Estado pasivo? Política extractiva de los recursos hidrocarburíferos, inversiones moderadas y agresiva distribución de dividendos. A Eskenazi ese reparto de utilidades le sirvió para pagar las acciones que compró de YPF; y a Repsol, para expandir sus negocios en otros países, en un contexto de una profunda crisis económica en España.

La conducta de la burguesía nacional, que además es fugadora serial de capitales, no se modifica con voluntarismo político. Sólo con un Estado activo, interviniendo y estableciendo límites, se logra cambiarla. Así pasa en todos los países con una burguesía relativamente consolidada, donde la elite local ha podido ser disciplinada por el Estado. Ese disciplinamiento no tiene que ver con obediencia o subordinación a un gobierno, como traduce el rústico análisis conservador fascinado con las muletillas “capitalismo de amigos” o, más vulgar, “empresarios K o ultra K”. El Estado debe recuperar su capacidad para disciplinar a las elites porque, además de dar subsidios, los gobiernos deben poder reclamar que las empresas aumenten sus exportaciones, innoven, impulsen el cambio tecnológico e inviertan para ampliar la producción. Más aún en sectores sensibles para el desarrollo, como el estratégico de hidrocarburos, o en servicios públicos esenciales para la población. Si no logra ese objetivo con los privados, el Estado tiene antecedentes, pasados y recientes, para asumir esa tarea, como lo está insinuando ahora, y reparar la fragilidad de la política oficial en esas actividades clave.

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