29/9/07

"Siento que mi padre está muerto en la realidad y en la ficción"

Entrevista con Javier Marías
Por Silvia Pisani
Publicado por ADN CULTURA (La Nación)

Se lo considera una de las plumas de la España de este momento. Pero lo más llamativo de hablar con el escritor Javier Marías es que la experiencia resulta algo así como "escuchar" el diccionario perfecto de la Real Academia Española: no hay en su discurso una sola muletilla, una vacilación, una frase hecha.
Lo que piensa, reflexiona y –finalmente- contesta sale limpio como un chorro de agua fresca. Sin correcciones, como un texto listo para imprimir.
El otro dato viene del costado psicoanalítico. Hijo del gran pensador Julián Marías, Javier –nacido en 1951 y escritor desde su adolescencia- habla sin conflicto de esa figura entrañable, en la que se inspiró para uno de los personajes de la ambiciosa novela que acaba de terminar.
"Terminarla fue un alivio pero, también, una pena. Sentí que mi padre ahora sí se había muerto, tanto en la vida real como en la ficción. Y lo añoré", confesó Marías a LA NACION.
La novela se llama Verano, sombra y adiós y es, en realidad, la última parte, la última entrega, de su trilogía Tu rostro, mañana , una dolorosa ficción que llega a parecerse a la realidad en la que –dice- "hablo de todo, de todo lo que tiene que ver con lo humano. Es mi mejor novela, la más ambiciosa", asegura, mientras fuma cigarrillos rubios.
La charla es donde siempre, en el hotel Palace, uno de los más señoriales de Madrid. Marías llega, como siempre, vestido de oscuro. Y, en la solapa, donde otros llevan el escudo de su club de fútbol o de su cantante favorito, él lleva un prendedor con el rostro de Shakespeare. No usa computadora, no tiene teléfono móvil –"¿Para qué? ¿Para que me molesten?", dice- y, zurdo, prefiere escribir sobre papel, sobre el que enroscar la mano como una viborita, tal como ocurre a muchos con esa condición. Y, a la hora de elegir una escritora mujer de estos días, sólo es capaz de entusiasmarse con Alice Monroe. Lo demás, al parecer, le cuesta bastante.
De lo que si parece estar seguro es de que, al menos por un tiempo, se despide de la novela. "Después de 1600 páginas, no me siento capaz de otra", confesó.

¿Terminar la trilogía ha sido un alivio o una tristeza?
Fue una mezcla: alivio, contento y pena. El alivio de terminar algo que, por momentos, me parecía imposible. Y pena porque el mundo de ficción en el que viví durante tantos años se termina. Da lástima decir adiós.

¿Se despide de eso o se despide de la novela?
Es una posibilidad. La verdad es que, al menos ahora, no me veo creando otro mundo distinto. Es más una sensación que una decisión tomada. Por ahora, pienso volcarme a los cuentos, que es un género que me gusta mucho y que, a diferencia de la novela, se traslada inmediatamente al papel.

¿Sigue sin usar computadora?
Todo el mundo dice que son muy útiles. Y, en esta novela de 1600 páginas, en cuya escritura la memoria me falló muchas veces, hubiese sido de gran ayuda. No está mi memoria acostumbrada a abarcar tantas páginas. Pero estoy acostumbrado a escribir en papel y me gusta hacerlo. Y…¡ tampoco voy tan lento!

Pero, sí usa computadora para otras cosas, ¿no?
No. No tengo.

¿Es una posición ante la vida?
No se. Tampoco tengo móvil. ¿Para qué? ¿Para que me molesten? No es que este en contra de las cosas nuevas. ¡Tengo DVD!

Pero… ¿no tiene un correo electrónico?
No. Por lo que oigo hablar a la gente, la rapidez es tan tentadora que el correo se multiplica la correspondencia que llega. Y tampoco quiero más correspondencia. Ni que me controlen con un móvil.

Dice que ésta es su mejor novela. ¿Por qué?
Es la más ambiciosa de todas. La más extensa.

¿Es la extensión un valor en si mismo?
No, claro. Pero sí es la más ambiciosa literariamente. Aspira a hablar de "todo". Es una novela muy larga: habla de la guerra y de la paz, del miedo, de la violencia, del amor, de la memoria y del olvido. De la conveniencia de contar y de callar. De la disyuntiva, de la traición, de la confianza, de la dificultad para, como dice el título, conocer tu rostro mañana. O el mío.

Uno de los personajes, el padre del relator, está inspirado en su padre, don Julián Marías. ¿Cómo fue esa experiencia de contar a su padre?
Lo primero, es que el padre del narrador tiene más que ver con mi padre que el narrador conmigo. También hay otro personaje que tomé prestado del hispanista Sir Peter Russell. A ambos les pedí permiso y decidí publicar el libro por partes para que ellos pudieran verlo.

Ambos murieron mientras Usted escribía este volumen, el tercero y final. ¿Cómo fue esa experiencia?
Me supuso una relación distinta con ellos. Fue como mantenerlos vivos en la ficción y, al terminarlo, dije ahora sí han muerto de verdad.

¿El tópico hablaría de liberación?
De ninguna manera es el caso. La novela terminó y terminó. Tampoco iba a prolongarla para no despedirme de ellos. Jamás pensé en liberarme. Son dos personajes muy queridos para mí. Me dio pena despedirme de ellos por segunda vez: primero, cuando murieron y ahora, cuando terminé la novela.

El narrador del libro dice que España está envilecida. ¿Coincide con eso?
Con eso, sí. No me gusta mucho como está la sociedad española y menos la política española. Hay demasiada corrupción, por un lado y, del otro, una sociedad a la que no parece importarle. Hay una tontuna generalizada.

En el primer párrafo de "Verano, sombra y adiós", uno de los personajes, Betrand Tupra, afirma: "Uno no lo desea pero prefiere siempre que muera el que está al lado: el compañero, el hermano, el padre o, incluso, el hijo, aunque sea un niño" ¿Usted suscribe eso?
Yo no. Pero mi amigo Arturo Pérez Reverte, sí.

¡Ah! ¿Y cómo es eso?
Yo no se. En parte debe ser así, las más de las veces; pero, quizá. No tanto. Tengo la idea de que morirse no es muy grave.

Hasta que le pasa a uno.
A eso me refiero: no es muy grave.

¿Cree en una vida después de la muerte?
No.

¿Y no le da miedo morir?
Todo el mundo le teme un poco, no tanto a la muerte sino a la manera. Sí suscribiría que la vida es sagrada. Pero, tradicionalmente, a lo largo de la historia, la sociedad estaba más hecha, más abierta a la posibilidad de morirse. Ahora, sin embargo, parece un gran drama, como si no se contara con ello. Ahora hay tal pánico que se intenta negarla, ocultarla. O se la convierte en un espectáculo.

¿Y lo de Pérez Reverte?
Le mostré el manuscrito. Y cuando leyó ese primer párrafo me dijo "eso es así, esto está muy bien". No quiero decir yo – ¡pobre Arturo- que él sea así, sino que a él le pareció que esto era así. Pero, volviendo al tema, me parece que se perdió la entereza, la capacidad de encaje frente a la muerte. Y, después de todo, pasar a ser pasado, tal vez no sea tan grave.

14/9/07

Paco Ignacio Taibo II: “El Che era grafómano, ponía en papel todo lo que vivía”

Por Silvina Friera
Publicado en PAGINA 12
 
A Paco Ignacio Taibo II le gusta provocar hasta con la ropa que usa. Tiene una remera negra que dice: “A quemarropa, soy leyenda”. Acaba de dar una charla en la Feria del Libro de Antropología e Historia, que tiene como país invitado a la Argentina, y muchos mexicanos y ‘argenmex’ se acercan a saludarlo. El escritor, que no toma alcohol ni café, cuenta que bebe cinco litros de refrescos cola por día. “Si al Che le gustaba la Coca Cola, ¿por qué a mí no?”, dice mientras firma ejemplares de El cuaderno verde del Che (Seix Barral), una antología integrada por sesenta y nueve poemas de Pablo Neruda, Nicolás Guillén, León Felipe y César Vallejo, copiados por Guevara en la selva boliviana y prologada por Taibo II. El libro, que se presentó en México y pronto llegará a las librerías argentinas y uruguayas, fue encontrado por tres oficiales y un agente de la CIA en la mochila del Che, pocas horas antes de que fuera asesinado en la escuela de La Higuera, junto con el diario –escrito desde noviembre del ’66 hasta octubre del ’77–, doce rollos de película, una veintena de mapas corregidos con lápices de colores, una radio portátil que hacía tiempo que no funcionaba y un par de agendas.

¿Cómo llegó este cuaderno a manos de Taibo II? Una mañana de agosto de 2002, un viejo amigo del escritor mexicano, el editor Jesús Anaya, le puso sobre la mesa un paquete de fotocopias. “¿De quién es? ¿Puedes autentificar la letra?”, le preguntó. Cuando el biógrafo de Ernesto Guevara y Pancho Villa ojeó las páginas, sintió un escalofrío. Parecían textos escritos de puño y letra del Che. Taibo II comparó la letra con diversos documentos escritos por el líder revolucionario argentino: fragmentos de los diarios de Bolivia, copias de cartas de los primeros años sesenta, un facsímil de la carta de despedida a Fidel, sus correcciones al diario de Congo. No había dudas: era evidentemente la letra del Che. Según plantea el escritor, la escritura del cuaderno habría comenzado al final de su estancia en Dar es Salaam, después de la campaña del Congo en el ’65, quizás en la larga espera en Praga, antes de los entrenamientos en Pinar del Río (Cuba) previos a la campaña de Bolivia. Pero la mayoría de los poemas encontrados en esa libreta habrían sido copiados durante la campaña boliviana. “Al principio me desconcertó mucho, fue como meterme en una burbuja del tiempo”, admite el escritor. “Corté el teléfono, cerré la puerta y me puse a identificar los poemas.” Y como si estuviera jugando al elige tu propia aventura, Taibo II empezó a trabajar en la identificación de los poemas que el Che transcribió sin poner ni el título ni el autor. Claro que también tuvo que despejar posibles trampas. “Aconcagua”, de Guillén, que estaba copiado en el cuaderno, fue publicado en El gran Zoo, en 1967, después de la muerte del Che, pero el escritor descubrió que había sido editado previamente por la revista Lunes de la revolución en Cuba, en 1959.
Taibo II tenía un montón de pruebas indirectas de la existencia del cuaderno verde a partir de la documentación que consultó cuando escribió la biografía del Che. “Pero ¿por qué nadie en la guerrilla sabía que el Che estaba copiando un libro de poesía, ‘escribiendo’ su antología?”, se pregunta el escritor en la entrevista con Página/12. “Ni (Harry Antonio Villegas) Tamayo ni (Regis) Debray sabían de la existencia de este libro de poesía. Evidentemente es uno de los pocos momentos privados que el Che construía. Porque, quieras que no, el diario era un registro político del momento, de la situación. Y en contrapunto con ese diario estaba este extraño libro.” No son pocas las preguntas que aún generan esos sesenta y nueve poemas copiados por el Che, respetando sangrías, punto y coma y entre paréntesis. “No es una selección que uno se esperaría, para nada. Si vas a citar a Vallejo, ¿por qué el de Trilce, el más oscuro y hermético, y no el de la Guerra Civil Española y de masas? Si vas a seleccionar a Neruda, ¿por qué no irte más por el Canto general, que era uno de sus libros favoritos y que era muy acorde ideológicamente con la visión guevarista desde abajo de América latina?”, plantea Taibo II.

¿Por qué decidió publicar el cuaderno?
Me atraía fijar el hecho histórico, el documento. El cuaderno verde del Che es un documento, y la selección de poemas muestra al personaje, no sólo a los poetas. El libro se vuelve, sin querer, una inmensa puerta abierta para todos los adolescentes de América latina que a través del Che van a llegar a Neruda, Vallejo, Guillén y Felipe. Y la literatura como vaso comunicante me resulta muy atractiva. El otro día iba por la calle y un adolescente me preguntó: ¿Neruda es tan chingón como dice el Che? “Más”, le dije, y se fue a comprar un libro de Neruda.

¿Piensa que el Che hubiera querido que se publicara este libro?
No, era un libro de uso, el Che no hubiera querido que se publicara nada, ni sus diarios ni el libro. Cuando el Che publicó, lo hizo después de trabajar obsesivamente el lenguaje. De hecho, su libro Pasajes de la guerra revolucionaria está supertrabajado si se lo compara con los diarios.

¿Cómo explica que un hombre de acción tuviera tanta obsesión por el lenguaje?
Porque esos son los hombres de acción de verdad. Cuando compones el cuadro del Che, encuentras un montón de cosas que no se corresponden con los estereotipos del héroe militar ortodoxo. Encuentras un vagabundo, un antijerárquico, un irreverente, un igualitario, un amante de la poesía.

¿Qué desmitificaciones del Che podrían aparecer a partir de la lectura de los poemas?
Es un libro que compensa las imágenes previamente construidas. El otro día estaba revisando todo lo que se ha producido últimamente sobre el Che y no hay avances. Hay dos o tres cositas por revelarse de períodos oscuros. Juraría que quedan dos diarios, pero no lo puedo afirmar porque no los he visto. Quedarían el diario de México y el diario del Ministerio de Industria.

¿Dónde estarían estos diarios?
Partamos del supuesto de que el Che escribió diarios toda su vida: escribe el diario de juventud, el diario de viaje de motocicleta, el diario del segundo viaje, escribe los diarios de la Revolución Cubana y escribe diarios en Bolivia. Entonces la pregunta es ¿por qué en esos momentos de su vida no hay diarios? El Che era grafómano, tenía una pasión por poner en papel todo lo que vivía. Esos diarios existen, pero ¿por qué razones no fueron aún publicados? El diario de México narra en detalle su relación con su primera mujer, Hilda Gadea, algo que a la viuda actual del Che no le debe gustar demasiado. Y posiblemente en su diario del Ministerio de Industria, el Che debe hacer pomada a un montón de personajes de la Revolución que aún están vivos, gente con la que tuvo contradicciones. Yo entiendo que no los quieran publicar; el Che no los escribió para publicarlos, eran diarios privados, pero también entiendo que son documentos históricos que deberían hacerse públicos.

Si le llegaran esos diarios como le mandaron el cuaderno, ¿los publicaría?
Los publico en chinga (risas). Tengo muy claro el asunto. El Che está en el terreno de la historia. Cuando estás en el terreno de la historia, eres un personaje público y por lo tanto estás sometido al auspicio de la historia.

¿Pero lo privado también?
Lo privado, cuando eres un personaje público, trasciende y se vuelve lo público. Hoy por hoy no puedes entender a Napoleón sin los amores con Josefina, o a Stalin sin las relaciones con su hija.

¿Le propuso a la familia publicar esos diarios?
Sí, alguna vez fui y dije: ¿dónde están los diarios que ustedes no publican? Si no los publican, voy a decir que existen. Y me mandaron a la mierda. Pero estoy seguro de que se harán públicos con el paso de los años.

¿El Che copió los poemas para no cargar con los libros?
Evidentemente. Me acuerdo que Tamayo me contaba que el gran sufrimiento cuando el Che iba en vanguardia era quién cargaba la mochila. Odiaban la mochila del Che porque con lo que pesaba era como cargar piedras.

¿Por qué señala que no ha habido grandes avances en lo que se ha escrito sobre el Che?
Todo intento de sesgar al Che es un error grave. Me ponen los pelos de punta los libros que sesgan al personaje y no lo meten en contexto. Cuando la izquierda más neanderthal de América latina toma ocho frases del Che y se queda con la guerra de guerrillas, pierde al Che, se le va. Cuando lo quieren reducir al animal político y no toman en cuenta la cotidianidad de los actos políticos antijerárquicos del Che en la vida diaria, se les va el Che, lo pierden, no es ése. El Che es básicamente un hombre que habla con hechos que son de composición múltiple. Tiene una vertiente de vagabundo que toda su vida lo ha de acompañar. Y esta vertiente es muy sana. El término “vagabundo” ha sido calumniado por la burguesía, que lo ha sustituido por “turista de elite”, los que recorren los países con vidrios polarizados. El Che era un vagabundo, vagaba mundos. Manuel Vázquez Montalbán me reveló el pensamiento de los vagabundos. Me dijo: “Paco, tengo una puta compulsión: cada vez que llego a un lado, quiero irme a otro”.

Aunque Paco Ignacio Taibo II no para de hablar, ahora hace una pausa, toma su refresco y bromea: “Cuando dejo de tomar Coca Cola, ando como San Francisco de Asís en el día de los imbéciles”. El escritor confiesa que algún día tendrá que hacer un ensayo sobre el idioma del Che. “Hablaba un argentino muy teñido de cubanismos y de mexicanismos, al que poco a poco había ido incorporando palabras del Altiplano, bolivianas y peruanas. Es el precursor del latinoamericanismo como idioma”, opina. Taibo revela que el Che estaba fascinado por el mundo indígena. “Al fin y al cabo, ¿qué puedes hacer para desconcertar a un argentino?”, señala. “Llévalo a Machu Picchu y dile: ‘Colega: esto eres tú, pero no te habías enterado porque tu país no te permite entenderlo’.”

13/9/07

Un hombre solo


Por Rodrigo Fresán
Publicado en PÁGINA 12

UNO
Un hombre solo es, a veces, un solo hombre. Un hombre único. Alguien que se ha ganado con esfuerzo la admirada o temida soledad de empezar y terminar en sí mismo. No es fácil, tiene sus riesgos, a mucha gente le molesta mucho, pero muy de tanto en tanto la cosa sale bien.

Escribo esto –y lo escribo rápido, casi en piloto automático, en trance; en realidad lo escribí hace unos meses, en enero creo– recién llegado de ver Inland Empire, la nueva ¿película? de David Lynch.

Tres horas que se pasan como cinco minutos o se arrastran como una eternidad según el humor en que uno de encuentre. Y el humor de uno cambia varias, demasiadas, veces mientras se contempla Inland Empire. Y, después, Inland Empire deja un regusto de temor irracional y así uno vuelve casi corriendo a casa con los ojos casi cerrados y un poco rotos por la sobreexposición a tanto video digital de bajísima resolución cortesía de una manuable cámara Sony PD-150 igual a la que cualquiera utiliza para registrar esos bautismos y bodas y funerales y postales turísticas de Maradona en Colombia, donde todos cantan aullando como si se hubieran perdido o encontrado en una escena de Inland Empire.

Y uno escribe rápido ideas lentas porque teme, con razón, que el efecto de Inland Empire sea similar al de un sueño que se vaya disolviendo en la memoria como un Alka-Seltzer y que al final deje un murmullo de burbujas que no se entiende del todo cómo es que llegaron allí.

Decir que Inland Empire no se parece a nada sería fácil porque Inland Empire se parece mucho a uno de esos films de David Lynch que no se parecen a ningún film que no sea de David Lynch. Pero también puede afirmarse sin dudarlo –y no es una redundancia– que Inland Empire es el film más David Lynch de David Lynch. Es decir: han sido advertidos y abandonad toda esperanza quienes entren en él. Inland Empire es, también, la hermana siamesa y deforme de la –ahora lo/la comprendemos– mucho más normalita Mulholland Drive pero, como ésta, una nueva pero mucho más bizarra aproximación al concepto de cine-dentro-de-cine. Y si Mulholland Drive podía ser decodificada como las alucinaciones paradisíacas y el infierno terreno de una rubia llegada a Hollywood en busca del estrellato (Naomi Watts) para acabar estrellándose, entonces Inland Empire tal vez, quizá, quién sabe, puede entenderse como su contracara y negativo: otra rubia, Laura Dern (actuación que quita el aliento o devuelve alaridos, según lo que prefieran, y en la que, por supuesto, llora como sólo ella sabe llorar: Laura Dern es al llanto lo que David Lynch es al cine) es aquí una actriz reconocida que se arriesga a filmar una nueva versión de un viejo film maldito e inconcluso que, en esta nueva encarnación, parece algo así como una pesadilla de Douglas Sirk. Y, por supuesto, algo pasa. Y, ah, en la televisión pasan un programa con unos conejos parlantes con cuerpo de hombre y risas grabadas al fondo. Y de golpe estamos en algún sitio de Europa Central y sin aviso unas prostitutas comienzan a danzar. Y una mendiga oriental no para de hablar de un mono en Pomona y...

DOS
...hasta ahora había muchos libros sobre David Lynch y ensayos antológicos sobre David Lynch (firmados por gente como David Foster Wallace y Slavoj Zizek) y recopilaciones de entrevistas a David Lynch (Lynch on Lynch) y la muy útil guía The Complete David Lynch, de David Hughes. Pero faltaba un libro sobre David Lynch por David Lynch y aquí llega el indispensable Catching the Big Fish: Meditation, Consciousness, and Creativity (que publicará Mondadori en el 2008) donde El Mismísimo revela (a su manera, claro) las claves de su creatividad y el modo en que funciona su muy particular mente. En lo que hace a Inland Empire, Lynch explica que todo surgió de un monólogo de catorce páginas a pedido de Laura Dern para ver qué pasaba. Y algo pasó. Y esta especie de manual de autoayuda que sólo le funciona a él pero que fascinará tanto a sus seguidores –dedicado a “Su Santidad Maharishi Mahesh Yoghi”– arranca con un “Las ideas son como peces” y sale de pesca confesando, otra vez, a su manera, cómo y por qué y dónde pescó David Lynch y cuál fue la caña y carnada utilizadas para hacerles morder el anzuelo a las ideas que originaron cada uno de sus proyectos. La palabra con la que Lynch cierra su libro es “Paz” y, claro, uno se pregunta qué será la paz para este solitario rey pescador.

TRES
Y cabe la posibilidad –al menos así era hasta hace poco– de preguntárselo en su site. Preguntarle lo que uno quiera y tal vez responde y yo el otro día estuve tentado de preguntarle si no le parecía que Wes Anderson –otro solitario, acaso la contraparte angelical de Lynch– era el candidato ideal para filmar el On the Road de Jack Kerouac con Ben Stiller como Paradise/Kerouac y Owen Wilson como Cassady/Moriarty Y hay tantas cosas ahí... Episodios de proyectos televisivos de Mr. Lynch, series como Rabbits (los conejitos de Inland Empire) creadas para ver on-line, galería de arte, y acaso lo más interesante de todo: el apartado Interesting Questions donde es nuestro maestro de ceremonias quien deja de tanto en tanto caer preguntas para ser respondidas por la concurrencia. Ejemplo: “¿Si dos casitas para perros se incendian y sus respectivos perros se mueren, ¿debería uno prenderle fuego a una tercera casita?” Mientras se lo piensan –más información en http://www.davidlynch.com– tómense un café. Un café marca David Lynch. Orgánico, por supuesto. Y después métanse en el cine más cercano para que así Inland Empire se meta dentro de ustedes. Y ya no salga.

CUATRO
Porque, sí, desde su site David Lynch te vende su propia marca de café (la droga del pescador, en su libro el director dice que no se droga porque “las drogas dañan el sistema nervioso” y porque “existen experiencias más profundas y naturales disponibles”) con el slogan “Todo está en los granos, y yo estoy lleno de granos”. Y, para ir cerrando todo esto, una advertencia que, seguro, ya conocen. David Lynch es cafeína pura. David Lynch excita. David Lynch crea adicción. Pero también es cierto que David Lynch hay uno solo y que su influencia –como ocurre con el influjo de muchos de los muy pocos verdaderamente grandes– suele resultar incómoda cuando no funesta y generar productos más bien descafeinados. Por ejemplo: Alias ha sabido ser davidlynchiana sin caer en el absurdo. Millennium supo sacar provecho a sus enseñanzas mientras que X-Files reprobó el último examen. Carnivale (que le robó hasta a su enano) resultó una tontería y Donnie Darko una sorpresa. Lost, mientras tanto, ya no sabe cómo salir de ese ridículo laberinto para poder encontrarse a sí misma.

Y es que resulta arriesgado intentar caminar junto a su fuego. Así que, mejor, ya saben, recuerden Twin Peaks: café y donuts y dejar que David Lynch –definido justicieramente por Mel Brooks como “un James Stewart venido de Marte”– siga haciendo de las suyas.

Esas cosas únicas que él hace.

Solo y a solas.

Pescando.

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