19/10/03

El agitador

Por José Tcherkaski
Publicado en RADAR

Conversar con Alberto Ure siempre me ha resultado una experiencia estremecedora. Amparándome en una vieja amistad, me atrevo ahora a invadir su mundo para escuchar sus opiniones siempre provocadoras, conocer sus proyectos y hablar esencialmente de su libro Sacate la careta. Ensayos sobre teatro, política y cultura, que acaba de publicar el Grupo Editorial Norma.
Un grupo de amigos de esta figura renovadora, audaz e irreverente de la cultura argentina decidió publicar el primer tomo de “las Obras Completas de Ure”, como las llama Cristina Banegas en el prólogo del libro. Paola Motto, joven investigadora teatral, tuvo a su cargo una ardua tarea de investigación para ubicar, reunir y luego clasificar los artículos, ensayos, reportajes, trabajos de dramaturgia y traducciones, un valiosísimo material disperso en bibliotecas, teatros oficiales, diarios y revistas. La edición corrió por cuenta de María Moreno, que –según sus palabras– debió lidiar con la “heterogénea montonera de referencias” que se pasea por los textos. Vaya si salió airosa.
Según Cristina Banegas, Ure “es un director, un teórico, un maestro, un pensador único. De una inteligencia y una audacia intelectual extrema, que excede absolutamente el campo teatral y lo coloca en esos lugares de la cultura argentina que terminan siendo incómodos y temibles para casi todos los funcionarios de turno, los críticos mediocres y los bienpensantes del arte teatral en general”. Es cierto. Pero yo creo que Ure, ineludiblemente, es un artista. Por eso sigue luchando, a pesar de la adversidad que lo alejó durante varios años de su puesto de combate. Lo encontré animoso, con una férrea memoria que le permite revivir con marcado humor anécdotas del mundo cultural donde encontró enemigos pero también fervorosos admiradores.

¿Qué te pasa al ver en un libro todo lo que viniste trabajando a lo largo de tantos años?
Siento una alegría muy grande. Creo que va a ser un libro muy útil para muchos jóvenes, porque muestra un modelo de pensamiento sobre el teatro.

¿Cuáles son, para vos, los artículos que más aportan, los más interesantes?
Uno que se llama “El ensayo teatral, campo crítico”, que tiene dos partes.

¿Por qué?
Porque en general el del ensayo es un tema que no ha sido muy analizado. Es un hecho central en el teatro, pero fijate que casi nadie ha escrito sobre el asunto. Públicamente se habla muy poco de él, y yo creo que tanto silencio es excesivo: llama la atención lo poco que los innovadores extienden sus inquietudes hasta ese campo de acción.

¿Ni Grotowski, ni Stanislavsky, ni Barba escribieron sobre el ensayo?
No sobre lo que es la experiencia misma del ensayo. Por las declaraciones de los actores se puede deducir que los ensayos son difíciles, complejos, llenos de exigencias, porque –en la medida en que se superan obstáculos– se pueden pronosticar mejores resultados. Pero nunca se sabe mucho más. Yo tengo un estilo personal de ensayar, que es un poco el resultado de mi paso por el psicodrama y la pedagogía. En general son muy graciosos, mis ensayos.

Y muy perversos
No exageremos. Son graciosos y... duros. Tuve ensayos muy buenos que eran sesiones desopilantes. Es raro, pero para mí reírme en un ensayo es estimulante. No lo vivo como festivo: cuando me río siento una angustia insoportable que sólo me hace decir más chistes y armar parodias.

Cuando el actor ensaya vos le hablás al oído todo el tiempo. ¿Por qué? ¿Qué vínculo se origina entre el actor y vos cuando le hablás así, como en secreto?
Es lo que yo llamo “improvisaciones controladas”. En vez de dejar que un actor vea qué le sale de bueno, le hablo al oído y lo voy controlando, lo apuro. Le hago de dramaturgo. Así voy trabajando cada vez con más intensidad. Además de la influencia del psicodrama, me apoyo en lo que deduje que quería decir Grotowski con su noción del “compañero secreto”, que recibe lo íntimo sin críticas ni pudor.

¿Qué buscás en el actor provocando tanta intensidad?
Que exprese. Que el pensamiento del actor se desarrolle como un diálogo, que en general es polémico. Mi voz se va transformando en una voz interna y provoca mayor libertad en el actor.

¿Has formado discípulos en ese sistema?
Creo que no.

¿Te duele?
Claro que me duele.

¿Por qué no tuviste discípulos?
No por egoísmo, porque yo no soy egoísta: soy un tipo que hace circular mucho el conocimiento.

Pero tenés imitadores
Algunos.

¿Y te imitan bien?
Algunas veces sí.

¿Qué director te gusta de los que viste?
Carlos Gandolfo y Augusto Fernandes me parecen buenos. Roberto Villanueva me gusta mucho.

Más que director de actores, Villanueva es un puestista, ¿no?
Sí, pero es un puestista extraordinario. En cambio, la dirección de actores no es su fuerte.

Vos sos más director de actores que puestista
Sí: yo hago la puesta en escena de la dirección de actores.

Es curioso cómo Villanueva y vos se respetan mutuamente.
Sí. Cuando ganó el Premio Konex, Villanueva dijo: “El que tendría que estar acá es Alberto Ure”. Es muy poco común en este medio estar elogiando a alguien.

Conversando con María Moreno, yo le decía que de todos los títulos nobiliarios que te dan, el único que me parece realmente legítimo es el de artista. ¿Te molesta la palabra “artista”? ¿Te gusta?
Me gusta, sí. Yo soy un artista. Lo que pasa es que es una palabra devaluada. Si vas a sacar un crédito y les decís que sos un artista no te lo dan. El teatro no ha sido para mí un oficio. Siempre he depositado en él una zona absolutamente privada. Siempre traté de demostrar que el hecho teatral tiene que ser una invención.

¿Qué es lo que más te gusta de lo que has hecho en tus puestas? ¿Qué pensás que es lo más original?
Cierta manera de releer los clásicos tomando lo que no es convencional.

¿Y qué es lo que tiene que pasarle al espectador frente a un clásico como Antígona, por ejemplo?
Tiene que atraerle lo que pasa en el escenario. Ahí tiene que desarrollarse un espectáculo entretenido; el espectador no tiene que aburrirse. Eso es básico.

¿Es imprescindible que crea lo que pasa en el escenario?
Sí. Si no lo cree, se va a aburrir mucho.

Entonces el teatro es pagar para ver mentiras
Sí, eso es el teatro. Una gran mentira. Y fue así siempre, desde los griegos. Como digo “El ensayo teatral”: “El teatro es lo que los demás creen que ven mientras, además, se está tramando una burla”.

Entonces sos un mentiroso. ¿Y cuándo decís la verdad?
Digo la verdad cuando hago teatro, que es una mentira. El juego es así.

Más allá del teatro, ¿qué cosas te interesan?
Ahora voy a empezar a escribir ficción. Una novela. Estoy pensando un libro que se va a llamar Los trotskistas, sobre los trotskistas que conocí en la Argentina. Y fueron muchos. Siempre tenía algún amigo trotskista.

Contame alguna historia de un trotskista amigo tuyo.
Hay un personaje famoso de mi generación que se llamaba Mateo Fossa. El único argentino que conoció a Trotsky. Era como un prócer viviente, tenía más de 80 años. Lo traían a las reuniones como embalsamado. Un día Trotsky le pregunta a Fossa: “¿Qué le pasa a la sociedad argentina según usted?” “Son unos pajeros”, le contesta Fossa. “¿Y qué son los pajeros?” “Onanistas”, le dice Fossa. “¿Y qué variante política tiene el onanismo en la Argentina?”, sigue Trotsky. “¿Son onanistas de izquierda?” “No, son onanistas, nomás”. “Estoy de acuerdo”, le dice Trotsky.

¿En qué momento te empieza a interesar la política?
Desde muy chico.

¿Y cómo llegás a ser socialista?
Por lecturas, por convicción. Lentamente. Yo a los siete u ocho años ya era muy lector. Un lector atorrante. Y a los 15 años me hago socialista, que es como tiene que ser. Un tipo que a los 15 años no es socialista es un hijo de puta.

¿Alguna vez alguien te dijo que no había entendido nada de una puesta?
Muchas veces. Por ejemplo, en una función de El campo, en 1984, la gente se agarró a las piñas en el intervalo. Unos decían: “No se entiende nada”, y otros: “Callate, boludo”. Los defensores del texto me acusaron de arruinar la obra, de falsear todo. Llama la atención que aquí se hayan aceptado obras de vanguardia europeas pero no sea posible tener una vanguardia propia, y menos aprovechar su utilidad.

Quizá por eso fue tan emocionante la defensa que hizo de vos Griselda Gambaro
Sí, fue cuando hice los ensayos públicos. Yo le había pedido a Griselda Gambaro la obra Puesta en claro, y con Cristina Banegas hicimos improvisaciones que nos sugería el texto. Yo pensé que la Gambaro iba a rechazar ese buceo en las bajezas humanas, pero, no: escribió una defensa conmovedora. Eso es lo bueno de la Gambaro: no se la cree.

¿Volverías a hacer los ensayos públicos con la Banegas?
Sí, los haría de nuevo.

¿Con tanta violencia?
Sí, aunque en un momento me asusté porque eran muy violentos. Los haría estando más sobrio y más tranquilo.

¿Tus actores preferidos siguen siendo Cristina Banegas y Antonio Grimau?
Sí, totalmente. Grimau es lo que yo llamo un “actor fedayín”. Hacía lo que yo le proponía sin preguntar nada.

¿Tato Pavlovsky te gusta tanto como Grimau?
Sí. En algún sentido me gusta más, porque es más cómico. Tato es muy gracioso cuando actúa; es muy guarango cuando improvisa. Los chistes que se le ocurrían a Pavlovsky se me anticipaban, porque eran los chistes que hubiera hecho yo. Luppi también me gusta mucho. Y me gustaban Petrone, Muiño, Sandrini y Olmedo, que es el gran cómico argentino. He visto a pocos actores alcanzar un dominio tan alto de su arte como él.

¿Nunca lo dirigiste, no? ¿Por qué nunca le propusiste algo?
Cosas que pasan en la vida. El tipo me conocía bastante y hablaba de mí. Una vez entré a un restaurante con unos amigos y ahí estaba Olmedo. El tipo se me acerca y me dice: “Che, no me cargue más”. Uno de mis amigos le pregunta: “¿Por qué lo va a cargar Ure?”. Y él: “Porque sé que me elogia en sus clases”. Y entonces le dije: “Yo lo elogio porque lo admiro mucho, Olmedo”. Pero no me creyó y me siguió diciendo: “Déjese de joder, no mecargue más”. Y era cierto: yo lo admiraba muchísimo. El capitán Piluso me parecía una creación genial.

¿En qué obras estás pensando para el futuro?
En Hamlet y Edipo Rey de Sófocles.

¿Con quiénes las harías?
Edipo con Iván González, y Hamlet con Darín.

Es raro que no pienses en Tortonese o Urdapilleta
Tengo la idea de hacer con ellos una adaptación de El sirviente de Harold Pinter.

¿Con quiénes te gusta más trabajar: con actrices o con actores?
Con mujeres. Me gusta mucho más. Entiendo más a las mujeres que a los hombres, aunque parezca mentira.

¿Qué le proponés al lector con este libro?
Me encantaría que la gente me escribiera y me dijera: “Esto no se entiende”. Y yo le buscaría la vuelta para escribirlo mejor.

5/10/03

Enrique Silberstein: Para entender la economía y reírse de ella

Por Julio Nudler

Enrique Silberstein nació en una colonia judía fundada por el Barón Hirsch en Santa Fe (¿qué diría el general Bendini?) casi al comenzar 1920. Pedro Silberstein, su padre, vendía casimires. Su madre, en cambio, una mujer con inquietudes culturales, fue ama de casa y los crió a él y a su hermano Adolfo. Se llamaba Raquel Sara Silberstein de Silberstein. Es posible que la plata de ese insistente apellido fuera clave del destino de Enrique, quien en los años µ60 se convertiría en el gran humorista de una economía incorregible, creciente obsesión de los argentinos. Entre la broma y la didáctica, fue un crítico permanente de la política económica y de los saberes establecidos (cada época tuvo su “consenso de Washington”), dándole al lector común una visión cuestionadora del discurso que le bajaban desde el poder los Alsogaray, Alemann y otros delegados del establishment. Fervoroso del desarrollo, antimonetarista, participó desde el sarcasmo en aquellas viejas controversias que, quizá con algún retoque, vuelven a plantearse en la Argentina actual.
Doctorado en economía en la Universidad de La Plata, Silberstein ejerció altas funciones universitarias en Bahía Blanca y Buenos Aires en tiempos de Risieri Frondizi. Escribió, además de novelas (“El asalto”...), cuentos (“Cuentos en Corrientes y Paraná”...) y obras de teatro (“Necesito diez mil pesos”...), ensayos de tanto éxito como “Los ministros de economía”, publicado en 1971, el año en que el general Lanusse decidió que la manera de resolver los problemas económicos era eliminar el ministerio de economía. Pero se equivocaba. Silberstein también escribió libros sobre Keynes, Marx y Perón.
Sus “Charlas económicas”, breves, ingeniosas y lúcidas notas sobre esos temas económicos que a todos interesan, fueron apareciendo en sucesivas revistas, hasta que se ganaron un lugar permanente en el diario “El Mundo” y fueron compiladas parcialmente en un tomo por Peña Lillo Editor en 1967. Silberstein murió hace hoy 30 años, siendo velado en Malabia 150, Dpto. “C” e inhumado en la Chacarita, un epílogo ajustado de algún modo al carácter de su irónica prédica, impregnada de lenguaje popular como una réplica a la jerga presuntuosa e impenetrable de muchos economistas. A continuación, un puñado de aquellas “Charlas...”, con toda su preservada frescura. Son lecturas seguramente aconsejables para quienes hoy manejan la política económica, y también para quienes la padecen.

¿Qué es no pagar?
Nuestro mundo ha sido educado y enseñado dentro de dos supuestos fundamentales: 1) el trabajo es salud; 2) las deudas hay que pagarlas aun a costa del hambre y la miseria. Como consecuencia, el mundo anda a las patadas y vivimos en un merengue de la gran siete. Y no podía ser de otra manera. Porque, ¿qué de bueno se puede esperar de un tipo que cree que hay que trabajar como un descosido y que hay que pagar todo lo que se debe? Nada, por supuesto. Además, esos conceptos fueron introducidos por alguien que nunca trabajó y que siempre fue acreedor.
Dicho de otra manera, por un oligarca, un trompa, un mandamás. Pero el comportamiento humano es tan extraño, que esas cosas que sólo sirven a los intereses de los ricos han pasado a ser parte del bagaje de prejuicios de los pobres. Y así, todo tipo que ha yugado 12 o 14 horas diarias en dos o tres empleos dice que este país no anda porque la gente no trabaja. Y todo tipo que apenas si puede llegar a fin de mes cumple religiosamente con el pago de cuanta cuota tiene distribuida por el barrio. Pero esto, que es grave mirado desde el aspecto individual, es terrorífico mirado desde el aspecto colectivo. No hay ministro de Economía, de Finanzas, de Hacienda, o de lo que sea, que no proclame a todos los vientos que pagará todas las deudas con el exterior y que hará el máximo de economías. En otras palabras, lo que está diciendo es que no sirve para ministro. Porque un ministro no tiene como misión pagar deudas o hacer economías, sino dictar medidas para desarrollar el país. El día en que se tenga plena conciencia de que el no pagar a los acreedores extranjeros es una parte fundamental del plan de desarrollo, no sólo el plan se pondrá en marcha, sino que los bancos nos ofrecerán plata o paladas. Porque los acreedores bancarios, y es algo que la gente no tiene en cuenta, viven de los intereses; y, cuando uno paga, la deuda se extingue y no hay más intereses. En cambio, el que cumple puntillosamente o el que, llevado por el deseo de no molestar, no pide crédito son seres inexistentes desde el punto de vista bancario. No son clientes. Clientes es aquel que mueve mucho, paga cuando puede y que cada vez que paga abona los intereses y renueva el capital. Que a los bancos les importa tres pepinos del préstamo en sí. Lo que les importa son los intereses. Por eso el no pagar es la única forma de conseguir plata.

¿Qué es refinanciar la deuda?
La mejor manera de hablar sobre el tema, es definir cada uno de los componentes. Por descontado que no es necesario definir qué es una deuda, pues sería un ataque frontal a la idiosincrasia del ser argentino el imaginar que pueda haber alguien que ignore qué es una deuda. Y no sólo en el aspecto teórico sino, y principalmente, en el práctico, pues ser deudor hace a la esencia misma de la nacionalidad. Ello se debe a que, como decía Thoreau: ³Es difícil empezar sin pedir prestado´, y nuestro país es uno que siempre está empezando. Dicho lo cual, pasaremos al otro punto. Desgraciadamente no tenemos espacio para hacer etimología, por lo que nos contentaremos con decir que financiar es entregar dinero a otro que lo usará productivamente o no. Esto es prestar dinero, pero dicho en forma elegante. Quien presta dinero es un prestamista y la gente lo mira mal, quien financia (o sea quien presta como el otro) se llama financista o banquero y merece todos los honores. Cosas del aparentar. Ahora bien, financiar una deuda es duplicación, puesto que la deuda es consecuencia de un préstamo o de una financiación anterior, de donde financiar una deuda es pedir prestado para pagar una deuda. O para decirlo más claramente, tapar un agujero con otro. Pero esto no es todo, porque la palabra clave, que es ³re´, significa reiteración o repetición, de donde refinanciar es financiar lo que está financiado, y refinanciar una deuda, que a su vez es consecuencia de una financiación previa, es financiar la financiación de lo financiado. O, en otras palabras, pedir prestado para pagarle a quien nos prestó. Es decir, y para decirlo académicamente, ³mangar´ para calmar a quienes ³mangamos´ antes. Esto, que es cosa de todos los días para los viles mortales que nos manejamos con miles de pesos se convierte en cuestión de Estado y adquiere caracteres mitológicos cuando se trata de miles de millones. Porque una cosa es decir: ³Me voy a mangar´, y otra es anunciar: ³Partimos al exterior para refinanciar la deuda´. Pero, entre nosotros, es lo mismo.

¿Qué es el producto bruto?
En primer lugar debemos aclarar que lo de bruto no es despectivo, sino que indica que no se ha efectuado amortizaciones en el equipo productor. Cuando se amortiza se llama producto neto. En segundo lugar precisemos ya, que producción es la suma global de todo lo producido, con lo que se repiten varias veces los mismos conceptos, puesto que el trigo del agricultor está incluido en la harina del molinero y en el pan del panadero. Para que tal cosa no ocurra se tiene en cuenta sólo que cada sector o empresa ha agregado en concepto de salarios, renta del suelo y ganancia. Precisamente, la suma de estos valores agregados es el producto bruto. Para ser más claros pondremos un ejemplo. El agricultor produce trigo por 100 y se lo vende al molinero, quien produce harina, por 160, que a su vez vende al panadero, que produce pan, por 200. La producción es la suma global indiscriminada (100 más 160 más 200), cuyo resultado es 460. Mientras que el producto bruto, que sólo toma los valores agregados por cada sector, es igual a 100 más 60 (160 del molinero menos los 100 ya producidos por el agricultor), más 40 (los 200 del panadero menos los 160 producidos por el molinero), o sean 200. Con esto hemos dicho que valor agregado y producto bruto son la misma cosa y que los dos son distintos de la producción.

¿Y todo eso para qué sirve?
Como servir no sirve para nada, si es que consideramos las cosas basados en una tabla de valores que relaciona los hechos con los antibióticos, la comida o el fútbol. Pero desde un humilde ángulo de enfoque, dado por el deseo de saber cómo funciona la economía de un país, la comparación de los cuadros de producto bruto de varios años permite tener una idea de la evolución de la capacidad productiva del país. Lo que permite que se esté en condiciones de mejorarla, reforzarla, modificarla. Como generalmente no se está en condiciones de hacer nada de eso, o no se quiere hacer nada de eso, los cuadros del producto bruto sirven para ampliar los anaqueles de los archivos. Peor sería, que se los tirase.

¿Qué es Wall Street?
Wall quiere decir pared, paredón, muro, y street quiere decir calle, de donde, salvo error u omisión, Wall Street es la calle de la pared o calle del muro, como le dicen los franceses, o calle del paredón. Está situada en la parte vieja de Nueva York, cerca del puerto, tal como corresponde a todos los centros financieros del mundo. Wall Street está cerca del puerto: la City, en Londres, está cerca del puerto; las calles 25 de Mayo, Reconquista y San Martín están, en Buenos Aires, cerca del puerto. Y es que los negocios empezaron hacia afuera. Toda la actividad originaria se hacía en base a las relaciones marítimas con otros países. En el caso de Nueva York, con Inglaterra, su metrópoli; en el caso de Buenos Aires, con España su metrópoli primero y con Inglaterra, su metrópoli, después. En el caso de Londres, con todo el mundo. Por supuesto, en Wall Street primero estaban situadas las oficinas de quienes comerciaban con el exterior a través de la aduana, después se instalaron las oficinas de quienes financiaban tales operaciones, y después se instaló en esa calle la Bolsa de Comercio de Nueva York. Y desde entonces todo se hizo alrededor de la Bolsa. Pero como la Bolsa no puede funcionar sin los bancos, todas las oficinas bancarias se instalaron por esa calle o por las más cercanas. De tal manera, Wall Street es el centro bursátil y financiero más poderoso del mundo. Ahí están los que tienen plata, pero plata en serio. Ahí están los que mandan, pero los que mandan en serio. Ir caminando por esa calle oscura, húmeda y sucia (pues dada la altura de los edificios jamás el sol llega al suelo, y dada la gran cantidad de gente que circula por la zona es imposible limpiar todo lo que ensucian), es un mundo de sorpresas. De repente uno ve una chapa de regular tamaño que dice United Fruit Inc.
Nada más. Y en esa chapa está la historia de toda Centro América. Y ahí están los edificios del Chase Manhattan Bank, o del Citibank, o del Guaranty Trust, nombres que conmueven a media humanidad. Uno entra en cualquiera de los grandes rascacielos y lee los nombres de los ocupantes: Morgan, Stanley and Co., Kuhn, Loeb and Co., Goldman, Sachs and Co., y otros o sea la historia de la otra mitad. Todo lo que pasa en el mundo influye sobre Wall Street (por ejemplo, cuando pasaron las cosas que ocurrieron en Cuba, los corredores de azúcar se pasaron al negocio del café), y todo lo que pasa en Wall Street influye en el mundo (un aumento de la tasa de interés, una quiebra, una restricción de los créditos bancarios, tiene más importancia mundial que ciertas medidas económicas de los propios gobiernos). Una sonrisa de asentimiento de cualquier fulano deWall Street consolida y asegura larga vida al ministro de turno de cualquier gobierno de turno del mundo. Y es un simple paredón.


20/9/03

Ordenador

No puedo imaginar un artefacto más idóneo para difundir la ignorancia y el analfabetismo que el ordenador.
Es inevitable que se convierta en una herramienta para censurar y esclavizar.
Ya está operando en ese sentido al servicio del consumismo.
El uso del ordenador, lleno de fórmulas y capaz de corregir automáticamente la gramática y la ortografía, nos vuelve iletrados.

David Mamet

El repudio del escritor mediocre

¿En qué consiste, pues, la situación del escritor de segunda, sino en un solo y gran repudio?
El primer y despiadado repudio se lo aplica el lector común, que terminantemente se niega a gozar de sus obras. 
El segundo e infame repudio se lo aplica su propia realidad, que él no supo expresar, siendo copiador e imitador de los maestros.
Pero el tercer repudio y puntapié, el más infamante de todos, le viene de parte del Arte, en el cual quiso refugiarse y que lo desprecia por incapaz e insuficiente.
Y esto ya colma la medida del oprobio.
Aquí empieza ya la completa orfandad.

Witold Gombrowicz
Ferdydurke

24/8/03

Inspector Morse

Por Sergio Kiernan
Publicado en RADAR

Un historiador de la cultura algo berreta –un periodista, por ejemplo– podría afirmar que el centro exacto del arte inglés es la lucha por expresar alguna emoción. La teoría, falluta y sin pruebas, resulta creíble para el que conozca en algo la densa pared de anestesia emocional que rodea a los ingleses. El que no, puede convencerse este miércoles viendo el capítulo final de Inspector Morse, la despedida de un viejo gruñón, inconforme e infeliz, encajonado entre dos amenazas temibles, la de la muerte y la de la jubilación. Sólo en su momento final, entubado en el triste escenario de un hospital, Morse tiene una palabra de amor para alguien. Y esa palabra es apenas “gracias”. Inspector Morse es una de esas series que sólo los ingleses pueden hacer. De la misma familia que Prime Suspect, la saga del Inspector Jefe Morse de la policía del Valle del Támesis tiene un rigor, un verismo y una total falta de sentimentalismo con la que los norteamericanos –y los argentinos, por caso– sólo pueden soñar. El mismo formato es peculiar: como una miniserie indecisa, sus 33 capítulos se grabaron entre 1987 y 2000. Cada temporada era mínima, con tres o cinco, tal vez seis y al final un capítulo mostrados en invierno, con intervalos de dos semanas. En compensación, cada entrega dura casi dos horas y funciona como un largometraje de guión completo, elenco cuidado, fotografía perfecta.Morse nació viejo y nació de un libro de Colin Dexter, civil cualunque que a los 43 años se encontró un verano encerrado en un chalet alquilado, con los chicos gritando, la lluvia que no paraba y un estante de pésimas novelas policiales. Eran tan malas que decidió escribir la suya. Medio en joda, su héroe es un cincuentón gruñón, petiso y canoso que detesta toda actividad física, bebe hasta en horas de trabajo y martiriza al único sargento que le dura, el feliz proletario Robbie Lewis. Al casi autorretrato, Dexter le agrega defectos que perversamente le deleitan: Morse es amarrete y nunca paga ninguna de las muchas rondas que comparte con Lewis; Morse es un tímido patológico que en 13 años sólo se encama una vez, con una mujer adorable que al día siguiente se suicida.Se entiende el malhumor del hombre.La obscura legión de fans de la serie participa de un universo peculiar. Morse va y viene en un admirable Jaguar MkII 1960 que necesita una transmisión nueva y es un deleite de ver. El hombre constantemente escucha a Wagner o alguna ópera italiana, y tiene el único despacho policial del planeta decorado con un retrato de Verdi. Su casa es un anónimo chalet dividido en departamentos, su comida sale del microondas, su lecho es más el sillón del living que esa cama que debe existir pero nunca vemos. Sus compañeros de trabajo mantienen distancia: abrasivo como el papel de lija, Morse tiene una relación constantemente tensa con su jefe, el extraño inspector Strange, y vive haciendo esgrima con sus médicos patólogos, gente cínica que se deleita con que vomite cuando ve sangre.El escenario de la vida de Morse es el sublime pueblo de Oxford, que la cámara muestra a la Ivory & Merchant, onírica y antigua, eterna y elegante. Morse, hijo de un taxista que lo abandonó de chico y de una ama de casa de provincias, es un oxoniano graduado en humanidades que habla latín y vive snobeando con citas clásicas. Uno de los temas de la saga es la tensión de clases entre el inspector y sus sospechosos. Cada dos por tres aparece algún ex compañero de estudios o ex profesor que unánimemente le hacen sentir su fracaso: es el único de su grupo que no es rico o importante, y para peor salió botón.Las espiras, las capillas góticas y las gentiles mansiones de Oxford sirven de escenario para crímenes brutales y reales. Dexter y los productores de la serie recuerdan el dogma de Raymond Chandler –”la gente mata por razones reales”– y los 93 cadáveres de la saga suelen aparecer con la cabeza abierta a martillazos. “Sexo, siempre es por sexo”, dice Morse, con cara de quien entiende bien esas pulsiones. El capítulo final, “El día del remordimiento”, encuentra al inspector jefe en la recta final. Su novia –vida útil, dos capítulos– se fue a Australia y le avisa por carta que no volverá. Su salud se derrumba con dos úlceras perforadas que le acaban de operar. Le quedan sesenta días de carrera antes de la jubilación obligatoria, su médico le prohíbe la bebida y Morse sueña con una enfermera entrada en años y muy sexy que lo mimó durante su internación, sólo para aparecer con el cráneo roto, desnuda y atada en su cama. Sigue un típico misterio a la Morse, una mezcla de deducción, errores e intuiciones durante el cual el inspector se va muriendo mientras trata de encontrar la verdad. Morse toma antiácidos, bebe como nunca –hasta se pasa de la Old Ale al malta puro– y hace un imposible amague de aficionarse a observar pájaros para tener un hobby senil. Hay como una despedida en el aire, y al hombre no le gustan las despedidas, no le gusta que Strange y Lewis se preocupen por él, no le gusta decir cosas como que “Wagner es sobre cosas importantes, sobre la vida, la muerte... y los arrepentimientos”. Su intérprete, John Thaw, toca una cuerda emocional en esta última función: él mismo se estaba muriendo de un cáncer al que aguantó apenas un año más.Como en un recorrido, Morse toca sus obsesiones: habla con una rubia barata y sexy, hace su testamento –le deja todo a su novia fugada, a Lewis y a la orquesta juvenil de Oxford, en partes iguales– y gasta la cinta de Parsifal. En la capilla gótica de Oxford, interroga a un sospechoso, un médico pomposo y banal que canta como un ángel la primera voz del Liberate Me, Domine, del Réquiem de Fauré. Y al salir se toma el brazo, camina tropezando por el prado que Christopher Wren cerró en el siglo XVII con una biblioteca de gloria y cae, fulminado por un ataque al corazón. Y alcanza a escuchar a dos profesores que se preguntan si ya está borracho, a estas horas de la mañana.En el hospital, entre anestesias y sondas, Morse ve una imagen que resuelve el caso. De noche, al lado de Strange, muere la triste muerte de un pabellón médico y entre toses da su último mensaje: “Dígale a Lewis gracias de mi parte”. Su despedida no es un rito anglicano con coros, que él prohibió. Es en la aséptica morgue blanca donde Lewis alza la sábana verde que cubre la camilla, le besa la frente y dice: “Adiós, señor”. Y la cámara recorre el amanecer de Oxford en la niebla, un paisaje de cúpulas adivinadas en la luz que nace, triste y eterna. Adiós, Morse.

29/7/03

El último kibitzer

Por Juan Forn

En las páginas finales de sus memorias (recién aparecidas en castellano y brillantemente tituladas Tiempos interesantes, en alusión a aquella exquisita maldición china: “Ojalá te toquen vivir tiempos interesantes”), Eric Hobsbawm hace una breve enumeración de algunas de las cosas que vieron sus ojos a lo largo del siglo que le tocó vivir. Seguramente sin proponérselo, las palabras de Hobsbawm remiten a aquel inolvidable monólogo que recitaba el personaje de Rutger Hauer en el final de Blade Runner, con la mirada perdida en el cielo y el conmovedor afán de dar último testimonio de los inéditos fenómenos que habían contemplado sus ojos (“He visto atardeceres de dos lunas en Júpiter...”). A los 86 años de edad, este venerable “observador partícipe” de su época (o kibitzer, así se define a sí mismo) nos dice, al volver la vista atrás y contemplar los hechos que rigieron su vida: “He visto cómo se extinguían de la faz de la tierra todos los imperios coloniales europeos, incluido aquel que llegó a ser el más vasto y poderoso de ellos durante mis años de infancia. He visto grandes potencias mundiales relegadas a jugar en las ligas inferiores. He visto la irrupción y la caída de un Estado alemán que esperaba durar mil años, y también el nacimiento y el final de un poder revolucionario que esperaba hacerlo para siempre. He visto un tiempo en que la palabra capitalismo contaba con tan pocos votos como la palabra comunismo en la actualidad. Dudo que llegue a ver el fin del imperio americano pero me atrevo a asegurar que algunos lectores de este libro habrán de presenciarlo”.
Como aquel replicante encarnado por Rutger Hauer, Eric Hobsbawm pertenece a una especie “pervertida” (en su caso, por mitteleuropeo, judío y marxista) que debía ser eliminada de raíz. Con más suerte que el replicante de Blade Runner, Hobsbawm sobrevivió largamente a las purgas que eliminaron a sus compañeros de especie (supervivencia a tal punto inesperada que hoy lo rodea una venerabilidad de rara avis) y es precisamente entonces cuando cree llegada la hora de ofrecernos el más íntimo de los testamentos que puede ofrecer un historiador: el efecto que tuvo en él la época que le tocó vivir, y que lo convirtió en la persona, el historiador, que es.
Si el pasado es otro país, era de rigor (y de una justicia casi poética) que este expatriado múltiple se convirtiera en historiador. Nacido (por azar) en la mítica Alejandría en el mismo año en que tuvo lugar la Revolución de Octubre, judío y británico por vía sanguínea pero mitteleuropeo por educación (en Viena y en Berlín en tiempos de Weimar), sospechoso perenne en el Cambridge y el Londres de la Segunda Guerra y de la Guerra Fría (donde se lo trató como un refugiado más que como un ciudadano de la isla, tanto por su origen como por su fe marxista) e igualmente anómalo a los ojos de sus camaradas comunistas (tanto soviéticos como del PC británico, al cual nunca renunció a pesar de su heterodoxia gramsciana desde 1956), Hobsbawm no sólo vio convertirse en pretéritos casi todos los signos que definían y regían su presente (“todos esos hechos que formaban parte de nuestra vida hoy sólo son inerte materia de estudio en las escuelas”), sino que se descubrió providencialmente equipado para registrarlo (a diferencia de tantas otras víctimas de la Historia, los mitteleuropeos “tuvieron tiempo de reflexionar acerca de la desintegración de su imperio y de su época, al ser una muerte largamente anunciada para todas las mentes cultivadas de entonces”).
Pero no sólo como mitteleuropeo parece ser Hobsbawm el último ejemplar de una especie. También como marxista. La unicidad que lo convierte en el historiador por antonomasia de la era que pasó (y que lo llevó a redefinir magistralmente cuánto duraba un siglo, con el corte que propuso su Historia del siglo XX: desde 1917 hasta la caída del Muro en 1989) se debe, tal como relata en este libro, a un hecho tan azaroso comosimbólico: aquella formidable explosión revolucionaria que acompañó su llegada al mundo y que rigió todas las grandes decisiones de su vida, por las promesas que vaticinaba de un mundo mejor, de igualdad entre los hombres. Hobsbawm usa el marxismo (su marxismo) como prisma con el cual ver la real dimensión de las cosas; lo convierte en sinónimo de dignidad. De ahí su heterodoxia y también su excentricidad; de ahí su por momentos exquisita y por momentos casi inverosímil ecuanimidad.
Agnes Heller dijo que la Historia habla de los hechos vistos desde afuera y las memorias hablan de los hechos vistos desde adentro. Aunque Eric Hobsbawm no sea el último de su especie (roguemos que no, pero ¿quién queda?), este libro en el cual se ha introducido por primera vez a sí mismo en la Historia es un testimonio doblemente invalorable. En especial para aquellos que, por edad o convicciones, se consideran (nos consideramos, si me permiten) más siglo veinte que siglo veintiuno: de otra época, o en veloz camino de serlo. Porque Hobsbawm es uno de los pocos vínculos carnales que nos quedan con un mundo que es pasado hace rato, cosa que sabíamos y sentíamos hace rato, pero con el que aún nos iba quedando una brizna de contacto real: porque él vivió aquello que definió nuestra época y que sin embargo nosotros sólo conocimos de oídas. Que haya entrado tan tardíamente en escena (“Me abstuve de escribir sobre el siglo XX hasta que prácticamente había acabado”), que haya sobrevivido como pocos o ninguno de su especie (a diferencia del replicante de Blade Runner), que haya conservado (o acrecentado) su lucidez hasta tan avanzada edad, refuerza la definición que él hace de sí mismo: se trataba de ser un “observador partícipe”, un kibitzer. Como si sospechara que la misión de su vida, el momento decisivo, tendría lugar recién a esta altura.
Qué lujo es ver el siglo con sus ojos. Y qué lástima, qué lástima que no vivamos en un mundo más parecido al que él quería para todos nosotros.

1/6/03

El hombre nuevo

Por Slavoj Zizek
Publicado en RADAR

¿Tenemos hoy una bioética al alcance de la mano? Sí, tenemos una, y es mala: es lo que los alemanes llaman Bindestrich-Ethik o “ética parcial” (bio-ética), donde lo que se pierde con el guión es la ética misma. El problema no es que una ética universal esté disolviéndose en una multitud de éticas especializadas (bioética, ética comercial, ética médica, y así sucesivamente), sino que las revoluciones científicas queden inmediatamente enfrentadas con los “valores” humanistas y desencadenen protestas como la que sostiene, por ejemplo, que la biogenética amenaza nuestro sentido de la dignidad y la autonomía.
La consecuencia principal de las revoluciones biogenéticas actuales es el hecho de que los organismos naturales han pasado a ser objetos susceptibles de manipulación. La naturaleza –humana e inhumana– es “desustancializada”, es despojada de su impenetrable densidad, de eso que Heidegger llamaba “tierra”. El hecho de que la biogenética sea capaz de reducir la psiquis humana a la categoría de objeto de manipulación es una prueba de lo que Heidegger percibía como el “peligro” inherente a la tecnología moderna. Reduciendo a un ser humano a un objeto natural cuyas propiedades son alterables, no perdemos (sólo) humanidad; perdemos la naturaleza misma. En ese sentido, Francis Fukuyama tiene razón cuando habla de Nuestro Futuro Posthumano: la noción de humanidad descansa en la creencia de que poseemos una “naturaleza humana” hereditaria, que nacimos con una dimensión nuestra que es insondable.
Con el aislamiento del gen responsable del mal de Huntington, ahora cualquiera puede saber no sólo si va a contraer el mal sino también cuándo. Hay en juego un error de transcripción: la repetición balbuceante de la secuencia del nucleótido CAG en medio de un gen particular. La edad en la que habrá de aparecer la enfermedad depende implacablemente de la cantidad de repeticiones de CAG: si se repite 40 veces, los primeros síntomas se evidenciarán a los 59; si 41, a los 54; si 50, a los 27. No ayudarán ni la vida sana, ni el ejercicio, ni los mejores remedios. Podemos someternos a un examen y, en caso de que dé positivo, averiguar exactamente cuándo nos volveremos locos y cuándo habremos de morir. Difícil imaginar un enfrentamiento más claro con la insensatez de una contingencia determinante para la vida. No es raro que la mayoría de la gente –incluido el científico que identificó el gen– elija no saber; la ignorancia no es simplemente negativa, puesto que nos permite fantasear.
En efecto, la perspectiva de la intervención biogenética abierta por el creciente acceso al genoma humano emancipa a la humanidad de las constricciones de una especie finita y de la esclavitud del “gen egoísta”. Pero la emancipación tiene un precio. En una charla que dio en Marburg en 2001, Jürgen Habermas reiteró sus advertencias contra la manipulación biogenética. En su opinión, las amenazas son dos. Primero, que esa clase de intervenciones borronee la línea de demarcación entre lo hecho y lo espontáneo, y por lo tanto afecte el modo en que nos comprendemos a nosotros mismos. Para un adolescente, enterarse de que sus disposiciones “espontáneas” (es decir, agresivas o pacíficas) son resultado de una intervención externa deliberada en su código genético socavará sin duda el corazón de su identidad y acabará con la idea de que desarrollamos nuestra moral a través del Bildung: la dolorosa lucha por educar a nuestras disposiciones naturales. En última instancia, la intervención biogenética podría quitarle todo sentido a la idea de educación. En segundo lugar, esas intervenciones darán lugar a relaciones asimétricas entre quienes sean “espontáneamente” humanos y aquellos cuyas características hayan sido manipuladas: algunos individuos serán los “creadores” privilegiados de otros.
Esto afectará nuestra identidad sexual en el plano más elemental. La facultad de los padres de elegir el sexo de su retoño es un problema. Otro es el estatuto de las operaciones de cambio de sexo, que hasta hoy podíanjustificarse invocando un desfasaje entre la identidad biológica y la psíquica: cuando un hombre biológico se percibe a sí mismo como una mujer atrapada en un cuerpo de hombre, es razonable que pueda cambiar su sexo biológico para introducir cierto equilibrio entre su vida sexual y su vida emocional. La manipulación biogenética abre perspectivas mucho más radicales. Puede cambiar retroactivamente nuestra comprensión de nosotros mismos como seres “naturales”, en el sentido de que experimentaremos nuestras disposiciones “naturales” como mediadas, no como dadas: como cosas que en principio pueden ser manipuladas y, por lo tanto, pasar a ser meramente contingentes. Es difícil volver a la ingenuidad de la inmediatez una vez que sabemos que nuestras disposiciones naturales dependen de la contingencia genética; apegarse a ellas con uñas y dientes será tan falaz como apegarse a las viejas costumbres “orgánicas”. Según Habermas, sin embargo, deberíamos actuar como si ése no fuera el caso, y mantener, por lo tanto, nuestro sentido de la dignidad y la autonomía. La paradoja es que esa autonomía sólo puede ser preservada prohibiendo el acceso a la contingencia que nos determina; esto es, limitando las posibilidades de la intervención científica. Es ésta una nueva versión del viejo argumento según el cual para conservar nuestra dignidad moral es mejor no saber ciertas cosas. Limitar la ciencia, como parece sugerir Habermas, sería posible al precio de ahondar el divorcio entre ciencia y ética: un divorcio que ya está impidiéndonos ver el modo en que estas nuevas condiciones nos instan a transformar y reinventar las nociones de libertad, de autonomía y de responsabilidad ética.
Según un posible contraargumento católico romano, el verdadero peligro reside en que embarcándonos en la biogenética olvidemos que tenemos almas inmortales. Pero el argumento no hace más que desplazar el problema. Si así fuera, los creyentes católicos serían sujetos ideales para la manipulación biogenética, desde el momento en que tendrían plena conciencia de haber estado lidiando sólo con el aspecto material de la existencia humana, y no con el núcleo espiritual. La fe los protegería del reduccionismo. Si tenemos una dimensión espiritual autónoma, no tenemos por qué temer la manipulación biogenética.
Desde una perspectiva psicoanalítica, el nudo del problema estriba en la autonomía del orden simbólico. Supongamos que soy impotente por algún bloqueo no resuelto en mi universo simbólico y que, en vez de “autoeducarme” tratando de resolver el bloqueo, tomo una pastilla de Viagra. La solución funciona; recupero el rendimiento sexual, pero el problema subsiste. ¿Cómo una solución química podría afectar el bloqueo simbólico? ¿Cómo “subjetivizar” la solución? La situación es indecidible: la solución puede desbloquear el obstáculo simbólico, obligándome a aceptar su insensatez; o puede hacer que el obstáculo reaparezca en algún plano más fundamental (en una actitud paranoica, quizá, que me haga sentir expuesto al capricho de un “amo” cuyas intervenciones pueden decidir mi destino). Siempre hay un precio simbólico a pagar por las soluciones que no nos hemos ganado. Y, mutatis mutandis, lo mismo vale para los intentos de combatir el crimen a través de la intervención bioquímica o biogenética; obligar a los criminales a medicarse para refrenar excesos de agresión, por ejemplo, deja intactos los mecanismos sociales que en un principio detonaron la agresión.
El psicoanálisis también enseña –contra la idea de que la curiosidad es innata, de que dentro de cada uno, muy hondo, hay una Wissenstrieb, un “impulso de saber”– que en realidad sucede todo lo contrario. Cada avance en el plano del conocimiento debe conquistarse luchando dolorosamente contra nuestra espontánea propensión a la ignorancia. Si tengo un antecedente familiar de mal de Huntington, ¿debo someterme al examen que me dirá si también yo lo tendré inexorablemente (y cuándo)? Si laperspectiva de saber cuándo he de morir me resulta intolerable, la solución –no demasiado realista, por lo demás– podría ser autorizar a otra persona o a una institución de mi entera confianza a que me examinen y eviten decirme el resultado, pero, en caso de que el resultado sea positivo, aprovechen para matarme mientras duermo, inesperadamente y de manera incruenta, justo antes de que se declare la enfermedad. El problema de esta solución es que yo sé que el Otro conoce la respuesta, y eso lo arruina todo, ya que me expone a una corrosiva sospecha. La solución ideal, para mí, podría ser ésta: si sospecho que mi hijo puede tener la enfermedad, examinarlo sin que lo sepa y matarlo, sin que sufra, en el momento oportuno. La fantasía más extrema sería que haya una institución estatal anónima que lo haga por nosotros sin que nos enteremos. Pero una vez más se plantea la cuestión de si sabemos o no que el Otro sabe. Se abre así el camino para una sociedad totalitaria perfecta. Lo que es falso es la premisa subyacente: que el deber ético último es proteger a los otros del dolor, mantenerlos en la ignorancia.
El problema no es perder nuestra dignidad y nuestra libertad con los avances de la biogenética, sino darnos cuenta de que en realidad nunca las tuvimos. Si, como alega Fukuyama, contamos ya con “terapias que borran la frontera entre lo que logramos por nuestra propia cuenta y lo que logramos gracias a los niveles de sustancias químicas que tenemos en nuestro cerebro”, la eficacia de esas terapias implica que “lo que logramos por nuestra propia cuenta” también depende de “los niveles de químicos que tenemos en nuestro cerebro”. Citando a Tom Wolfe, lo que nos dicen no es: “Lo siento, pero su alma acaba de morir”; lo que nos dicen, en efecto, es que nunca tuvimos alma. Si las afirmaciones de la biogenética se sostienen, entonces las opciones son aferrarnos a la ilusión de la dignidad o aceptar la realidad de lo que somos. Si, como dice Fukuyama, “el deseo de reconocimiento tiene una base biológica y esa base está ligada a los niveles de serotonina en el cerebro”, nuestra conciencia de ese hecho debería socavar la sensación de dignidad que nos causa el hecho de que los demás nos reconozcan. Sólo podemos experimentarlo al precio de una denegación: sé muy bien que mi autoestima depende de la serotonina, pero aun así disfruto de ella. Fukuyama escribe: “La manera normal y moralmente aceptable de superar la baja autoestima era luchar consigo mismo y con los demás, trabajar duro, soportar a veces sacrificios penosos y, finalmente, ponerse de pie y mostrarse como alguien que logró hacer todo eso. El problema de la autoestima –tal como se la entiende en la psicología pop norteamericana– es que termina convirtiéndose en un derecho, algo que cualquiera necesita tener, no importa si lo merece o no. Lo que termina devaluando la autoestima y haciendo de su búsqueda un camino de frustración”.
Pero aquí llega la industria farmacéutica norteamericana, que gracias a drogas como el Zoloft y el Prozac puede proporcionar dosis de autoestima embotellada elevando el nivel de serotonina en el cerebro.
Imaginen la situación siguiente: voy a participar de un concurso de preguntas y respuestas y, en vez de estudiar, tomo unas drogas para mejorar mi memoria. La autoestima que adquiera ganando el concurso seguirá fundada en un logro real: mi desempeño superó al de mi rival, que se pasó las noches tratando de memorizar los datos relevantes. El contraargumento intuitivo es que sólo mi rival tiene derecho a enorgullecerse de su desempeño, porque su saber, a diferencia del mío, fue el fruto de un duro trabajo. Pero hay algo intrínsecamente condescendiente en esa argumentación.
Una vez más, nos parece perfectamente justificable que alguien dotado de una voz naturalmente musical se enorgullezca de su desempeño, aun cuando somos conscientes de que su canto tiene más que ver con el talento que con el esfuerzo y el entrenamiento. Sin embargo, si yo decidiera mejorar micanto usando alguna droga, ese mismo reconocimiento me sería negado (a menos que haya hecho grandes esfuerzos para inventar la droga en cuestión antes de ensayarla en mi propio organismo). El punto aquí es que tanto el trabajo duro como el talento son considerados “partes mías”, mientras que tomar una droga es una manera “artificial” de mejorar, puesto que es una forma de manipulación externa.
Lo que vuelve a colocarnos ante el mismo problema: una vez que sé que mi “talento natural” depende de los niveles de ciertos químicos en mi cerebro, ¿qué importa, desde el punto de vista moral, si lo adquirí de alguna fuente exterior o si lo llevo conmigo desde mi nacimiento? Para complicar un poco más las cosas: puede que mi disposición a aceptar la disciplina y el trabajo duro dependa de ciertos químicos. ¿Qué pasa si, a los efectos de ganar un concurso de preguntas y respuestas, decido no tomar una droga para mejorar mi memoria pero tomo una que “simplemente” fortalece mi resolución? ¿Eso también es hacer trampa?
Una de las razones por las que Fukuyama abandonó su teoría del “fin de la historia” para considerar la nueva amenaza planteada por las neurociencias es que la amenaza biogenética es una versión mucho más radical del “fin de la historia”, una versión capaz de archivar en la obsolescencia más absoluta al sujeto libre y autónomo de la democracia liberal. Pero el giro de Fukuyama obedece a una razón más profunda: la perspectiva de la manipulación biogenética lo obligó, conscientemente o no, a reconocer el oscuro reverso de la imagen idealizada que tenía de la democracia liberal. De golpe, Fukuyama se ha visto obligado a enfrentarse con un panorama de corporaciones que abusan del libre mercado para manipular gente y embarcarse en aterradores experimentos médicos, de gente rica que cría a sus vástagos como a una raza exclusiva, con capacidades mentales y físicas superiores, instigando por lo tanto a una nueva lucha de clases. Para Fukuyama es evidente que la única manera de limitar estos peligros es reafirmar un fuerte control estatal sobre el mercado y desarrollar nuevas formas de voluntad política democrática.
Estoy de acuerdo con todo eso, pero me veo tentado a añadir que necesitamos esas medidas independientemente de la amenaza biogenética, sólo para controlar el potencial de la economía global de mercado. Quizás el problema no sea la biogenética en sí misma sino el contexto de relaciones de poder en el que funciona. Los argumentos de Fukuyama son al mismo tiempo demasiado abstractos y demasiado concretos. No destila todas las implicancias filosóficas de las nuevas ciencias y tecnologías de la mente, y tampoco las coloca en su contexto de antagonismos socioeconómicos. Lo que no logra capturar (y es lo que un verdadero hegeliano debería haber capturado) es la relación necesaria que hay entre los dos fines de la historia, el pasaje de uno al otro: el fin de la historia liberal-democrático se convierte inmediatamente en su opuesto, desde el momento en que, en su hora triunfal, empieza a perder su fundamento: el sujeto liberal-democrático.
El reduccionismo biogenético (y, en términos más generales, cognitivo-evolucionista) debe ser atacado desde otro ángulo. Bo Dahlbom da en el clavo cuando en 1993, criticando a Daniel Dennett, insiste en el carácter social de la “mente”. Las teorías de la mente están obviamente condicionadas por sus contextos históricos: hace poco Fredric Jameson propuso leer Consciousness explained, el libro de Dennett, como una alegoría del capitalismo tardío con todos sus motivos: competencia, descentralización, etc. Pero lo más importante es que el mismo Dennett insiste en que las herramientas –esa “inteligencia” externalizada en la que se apoyan los seres humanos– son parte inherente de la identidad humana: es tan insensato imaginar a un ser humano como una entidad biológica sin la compleja red de sus herramientas como imaginar a un gansosin plumas. Pero al decir esto abre un camino que habría que profundizar mucho más. Puesto que –para decirlo con palabras del viejo buen marxismo- el hombre es la totalidad de sus relaciones sociales, Dennett debería dar el siguiente paso lógico y analizar esa red de relaciones sociales.
El problema no es cómo reducir la mente a la actividad neuronal o cómo reemplazar el lenguaje de la mente por el de los procesos cerebrales, sino más bien comprender cómo la mente sólo puede emerger de la red de relaciones sociales y suplementos materiales. El problema real no es si las máquinas pueden emular a la mente humana sino cómo la “identidad” de la mente humana puede incorporar máquinas. En marzo de 2002, Kevin Warwick, un profesor de cibernética de la Universidad de Reading, se hizo conectar su sistema neuronal a una red de computadoras. Se convirtió así en el primer ser humano que es alimentado de datos directamente, sorteando los cinco sentidos. Ése es el futuro: no el reemplazo de la mente humana por la computadora sino una combinación de ambas. En mayo de 2002 se informó que científicos de la Universidad de Nueva York habían implantado un chip de computadora directamente en el cerebro de una rata, lo que permite guiar a la rata por medio de un mecanismo similar al del control remoto de un auto de juguete.
Los ciegos ya están en condiciones de recibir la información sobre el contexto inmediato directamente en el cerebro, saltando por sobre el aparato de la percepción visual; lo nuevo, en el caso de la rata, fue que por primera vez la “voluntad” de un agente vivo, sus decisiones “espontáneas” respecto de sus movimientos, estaban en manos de un agente externo. Aquí la cuestión filosófica es si la pobre rata era consciente de que algo andaba mal, de que sus movimientos eran decididos por un poder ajeno. Y cuando se realice el mismo experimento en un ser humano (que, salvadas las cuestiones éticas, no debería ser mucho más complicado de lo que fue en el caso de la rata), ¿será consciente la persona manipulada de que un poder externo decide sus movimientos? Y en ese caso, ¿cómo experimentará ese poder: como un impulso interno irresistible o como una coerción? Es sintomático que las aplicaciones de ese mecanismo imaginado por los científicos involucrados y los periodistas que dieron cuenta de la noticia tuvieran que ver con funciones de ayuda humanitaria y con la campaña antiterrorista: se sugirió que las ratas (u otros animales) manipuladas podrían usarse en casos de terremotos, para hacer contacto con personas sepultadas, o para atacar terroristas sin poner en riesgo vidas humanas.
En un año, Philips planea comercializar un teléfono con equipo de CD entretejido con el material de una chaqueta, que podrá ser lavado a seco sin perjuicio alguno para su maquinaria digital. Parece un adelanto inocente, pero no lo es. La chaqueta Philips representará una prótesis casi orgánica, menos un aparato externo con el que podemos interactuar que una parte de nuestra experiencia como organismos vivos. A menudo se compara la creciente invisibilidad de los chips de computadora con el hecho de que cuando aprendemos algo lo suficientemente bien, dejamos automáticamente de ser conscientes de ello. Pero el paralelismo es engañoso. Sabemos que hemos aprendido un idioma cuando ya no tenemos necesidad de hacer foco en sus reglas; no sólo lo hablamos espontáneamente, sino que concentrarnos en las reglas nos impediría hablarlo con fluidez. Pero ese lenguaje que ahora hemos internalizado tuvimos que aprenderlo previamente: los invisibles chips de computadora están “ahí afuera”, y no actúan espontáneamente sino a ciegas.
Hegel no se habría intimidado ante la idea del genoma humano y la intervención biogenética, ni habría preferido la ignorancia al riesgo. Al revés, se habría regocijado con el derrumbe de la vieja idea de que “Tú Eres Esto”, como si nuestras nociones de identidad humana hubiesen sido establecidas definitivamente. Contra Habermas, deberíamos aceptarplenamente la objetivación del genoma. Reducir mi ser al genoma me obliga a atravesar el material fantasmático del que está hecho mi yo, y sólo así mi subjetividad puede emerger de manera adecuada.

25/5/03

Siempre tendremos París

Por Marilú Marini
Publicado en RADAR


Mi primer contacto con Niní Marshall fue por radio, y recién luego la vi en distintos films. El primero que recuerdo es Mujeres que bailan. Yo era una niña y me encontré con alguien que tenía el poder de hacerme reír y soñar. Era una persona que evocaba ese disloque que provoca el humor en la realidad, de una manera poética. Ella misma se divertía, todo su espíritu se movilizaba. Eso lo sentí aquella vez de manera muy intensa y aún hoy trato de llevarlo a mis propias evocaciones teatrales. Su forma de atacar a un personaje es magnífica y me ayuda a construir los míos. Siempre pienso Éste tiene algo de Cándida o de Catita. Doña Pola es una joya y Mónica contando cómo descubre las ruinas de Pompeya es para tirarse al piso de la risa. El Mingo, en su ignorancia, es desopilante, apocalíptico.
Los franceses tienen otras referencias. Pero dentro de mis clásicos personales, en mi lugar de origen, está Niní. Ella representa todo un momento social argentino, el gran lapso que va de los ‘40 a los ‘60, y no es sólo como visión social sino también poética. Era un espíritu habitado por la gracia.
Una vez estuve en su casa, junto a Alfredo Arias, cuando fuimos a pedirle los derechos para encarnar sus personajes para Niní. Ella nunca había autorizado a nadie para hacerlo; fuimos los primeros. Me sorprendió que conociera tan bien mi trayectoria y la de Alfredo en el Di Tella. Tenía una sensibilidad para esas cosas que la gente no sospechaba. Estaba al tanto de todo lo que pasaba en el movimiento teatral, incluso de las aventuras artísticas más marginales.
Para mí fue fantástico que pudiera estar en el estreno de la obra en París, en 1995. Además, la obra estuvo cuatro meses en cartel, un montón si se considera que en Francia sólo se programan por un mes. Al año siguiente, murió. Fue también desconcertante ver cómo los franceses entendían y se reían con su humor, cómo algo que parecía provenir de una cultura tan distinta pudo ser compartido. Y eso fue posible porque lo que ella hacía decir a sus personajes como grupo social trascendía el puro humor costumbrista. No sé qué hubiera pasado en China, pero la recepción en Europa fue increíble.
Ahora que acabo de estrenar Los días felices, de Samuel Beckett, a veces pienso que me gustaría que Winnie, la protagonista, tuviera ahí a Catita para ayudarla a resolver su situación. En el primer acto, Winnie aparece enterrada hasta la cintura, y en el segundo, hasta el cuello: se la traga la tierra. Creo que Catita podría resolverlo. Ella siempre encontraba soluciones completamente inusitadas para las situaciones más inverosímiles. Sí, Niní nos lo diría.

"No pienso dejar mis valores y convicciones en la puerta de entrada de la Casa Rosada"

Por Néstor Kirchner
25 de Mayo de 2003

Señores jefes de Estado; su Alteza Real; señores jefes de Gobierno; señores representantes de gobiernos extranjeros; señores invitados especiales que nos honran con sus presencias en este lugar; señores miembros del Congreso reunidos en Asamblea; ciudadanas y ciudadanos presentes; querido pueblo argentino: en este acto, que en los términos del artículo 93 de la Constitución de la Nación tiene por finalidad la toma de posesión del cargo de Presidente de la Nación Argentina para el que he sido electo, creo que es necesario poder compartir con ustedes algunas reflexiones expresando los objetivos de Gobierno y los ejes directrices de gestión para que el conjunto de la sociedad argentina sepa hacia donde vamos y cada uno pueda, a su vez, aportar su colaboración para la obtención de los fines que los argentinos deberemos imponernos por encima de cualquier divisa partidaria.
Es que nos planteamos construir prácticas colectivas de cooperación que superen los discursos individuales de oposición. En los países civilizados con democracias de fuerte intensidad, los adversarios discuten y disienten cooperando. Por eso los convocamos a inventar el futuro.
Venimos desde el Sur del mundo y queremos fijar, junto a ustedes, los argentinos, prioridades nacionales y construir políticas de Estado a largo plazo para de esa manera crear futuro y generar tranquilidad. Sabemos adonde vamos y sabemos adonde no queremos ir o volver. (Aplausos)
El 27 de abril, las ciudadanas y los ciudadanos de nuestra patria, en ejercicio de la soberanía popular, se decidieron por el avance decidido hacia lo nuevo, dar vuelta una página de la historia. No ha sido mérito de uno o varios dirigentes, ha sido, ante todo, una decisión consciente y colectiva de la ciudadanía argentina. (Aplausos)
El pueblo ha marcado una fuerte opción por el futuro y el cambio. En el nivel de participación de aquella jornada se advierte que pensando diferente y respetando las diversidades, la inmensa y absoluta mayoría de los argentinos queremos lo mismo aunque pensemos distinto.
No es necesario hacer un detallado repaso de nuestros males para saber que nuestro pasado está pleno de fracasos, dolor, enfrentamientos, energías mal gastadas en luchas estériles, al punto de enfrentar seriamente a los dirigentes con sus representados, al punto de enfrentar seriamente a los argentinos entre sí.
En esas condiciones, debe quedarnos absolutamente claro que en la República Argentina, para poder tener futuro y no repetir nuestro pasado, necesitamos enfrentar con plenitud el desafío del cambio.
Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política, ésta es la oportunidad de la transformación, del cambio cultural y moral que demanda la hora. Cambio es el nombre del futuro.
No debemos ni podemos conformarnos los argentinos con haber elegido un nuevo Gobierno. No debe la dirigencia política agotar su programa en la obtención de un triunfo electoral sino, por el contrario, de lo que se trata es de cambiar los paradigmas de lo que se analiza el éxito o el fracaso de una dirigencia de un país.
A comienzos de los 80, se puso el acento en el mantenimiento de las reglas de la democracia y los objetivos planteados no iban más allá del aseguramiento de la subordinación real de las Fuerzas Armadas al poder político. La medida del éxito de aquella etapa histórica, no exigía ir más allá de la preservación del Estado de derecho, las continuidad de las autoridades elegidas por el pueblo. Así se destacaba como avance significativo y prueba de mayor eficacia la simple alternancia de distintos partidos en el poder.
En la década de los 90, la exigencia sumó la necesidad de la obtención de avances en materia económica, en particular, en materia de control de la inflación. La medida del éxito de esa política, la daba las ganancias de los grupos más concentrados de la economía, la ausencia de corridas bursátiles y la magnitud de las inversiones especulativas sin que importara la consolidación de la pobreza y la condena a millones de argentinos a la exclusión social, la fragmentación nacional y el enorme e interminable endeudamiento externo. (Aplausos)
Así, en una práctica que no debe repetirse, era muy difícil de distinguir la solución pragmática de la cirugía sin anestesia.
Se intentó reducir la política a la sola obtención de resultados electorales; el Gobierno, a la mera administración de las decisiones de los núcleos de poder económico con amplio eco mediático, al punto que algunas fuerzas políticas en 1999, se plantearon el cambio en términos de una gestión más prolija, pero siempre en sintonía con aquellos mismos intereses. El resultado no podía ser otro que el incremento del desprestigio de la política y el derrumbe del país.
En este nuevo milenio, superando el pasado, el éxito de las políticas deberá medirse bajo otros parámetros en orden a nuevos paradigmas. Debe juzgárselas desde su acercamiento a la finalidad de concretar el bien común, sumando al funcionamiento pleno del Estado de derecho y la vigencia de una efectiva democracia, la correcta gestión de gobierno, el efectivo ejercicio del poder político nacional en cumplimiento de trasparentes y racionales reglas, imponiendo la capacidad reguladora del Estado ejercidas por sus organismos de contralor y aplicación.
El cambio implica medir el éxito o el fracaso de la dirigencia desde otra perspectiva. Discursos, diagnósticos sobre la crisis no bastarán ni serán suficientes. Se analizarán conductas y los resultados de las acciones. El éxito se medirá desde la capacidad y la decisión y la eficacia para encarar los cambios.
Concluye en la Argentina una forma de hacer política y un modo de cuestionar al Estado. Colapsó el ciclo de anuncios grandilocuentes, grandes planes seguidos de la frustración por la ausencia de resultados y sus consecuencias: la desilusión constante, la desesperanza permanente.
En esta nueva lógica, que no sólo es funcional sino también conceptual, la gestión se construye día a día en el trabajo diario, en la acción cotidiana que nos permitirá ir mensurando los niveles de avance. Un gobierno no debe distinguirse por los discursos de sus funcionarios, sino por las acciones de su equipos. (Aplausos)
Deben encararse los cambios con decisión y coraje, avanzando sin pausas pero sin depositar la confianza en jugadas mágicas o salvadoras ni en genialidades aisladas. Se trata de cambiar, no de destruir; se trata de sumar cambios, no de dividir. Cambiar importa aprovechar las diversidades sin anularlas.
Se necesitará mucho trabajo y esfuerzo plural, diverso y transversal a los alineamientos partidarios. Hay que reconciliar a la política, a las instituciones y al Gobierno con la sociedad.
Por eso, nadie piense que las cosas cambiarán de un día para otro sólo porque se declamen. Un cambio que pueda consolidarse necesitará de la sumatoria de hechos cotidianos que en su persistencia derroten cualquier inmovilismo y un compromiso activo de la sociedad en ese cambio.
Ningún dirigente, ningún gobernante, por más capaz que sea, puede cambiar las cosas si no hay una ciudadanía dispuesta a participar activamente de ese cambio. Desarmado de egoísmos individuales o sectoriales, la conciencias y los actos deben encontrarse en el amplio espacio común de un proyecto nacional que nos contenga, un espacio donde desde mucha ideas pueda contribuirse a una finalidad común.
En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente. No se trata de cerrarse al mundo, no es un problema de nacionalismo ultramontano, sino de inteligencia, observación y compromiso con la Nación.
Basta ver como los países más desarrollados protegen a sus trabajadores, a sus industrias y a sus productores. Se trata, entonces, de hacer nacer una Argentina con progreso social, donde los hijos puedan aspirar a vivir mejor que su padres, sobre la base de su esfuerzo, capacidad y trabajo. (Aplausos)
Para eso es preciso promover políticas activas que permitan el desarrollo y el crecimiento económico del país, la generación de nuevos puestos de trabajo y la mejor y más justa distribución del ingreso. Como se comprenderá el Estado cobra en eso un papel principal, en que la presencia o la ausencia del Estado constituye toda una actitud política. Por supuesto no se trata de poner en marcha, una vez más, movimientos pendulares que vayan desde un Estado omnipresente y aplastante de la actividad privada a un Estado desertor y ausente, para retornar continuamente de extremo a extremo, en lo que parece ser una auténtica manía nacional que nos impide encontrar los justos, sensatos y necesarios equilibrios.
Se trata de tener lo necesario para nuestro desarrollo, en una reingeniería que nos permita constar con un Estado inteligente. Queremos recuperar los valores de la solidaridad y la justicia social que nos permitan cambiar nuestra realidad actual para avanzar hacia la construcción de una sociedad más equilibrada, más madura y más justa. (Aplausos).
Sabemos que el mercado organiza económicamente, pero no articula socialmente, debemos hacer que el Estado ponga igualdad allí donde el mercado excluye y abandona. (Aplausos).
Es el Estado el que debe actuar como el gran reparador de las desigualdades sociales en un trabajo permanente de inclusión y creando oportunidades a partir del fortalecimiento de la posibilidad de acceso a la educación, la salud y la vivienda, promoviendo el progreso social basado en el esfuerzo y el trabajo de cada uno. Es el Estado el que debe viabilizar los derechos constitucionales protegiendo a los sectores más vulnerables de la sociedad, es decir, los trabajadores, los jubilados, los pensionados, los usuarios y los consumidores. (Aplausos). Actuaremos como lo que fuimos y seguiremos siendo siempre: hombres y mujeres comunes, que quieren estar a la altura de las circunstancias asumiendo con dedicación las grandes responsabilidades que en representación del pueblo nos confieren. (Aplausos).
Estamos dispuestos a encarar junto a la sociedad todas las reformas necesarias y para ello también utilizaremos los instrumentos que la Constitución y las leyes contemplan para construir y expresar la voluntad popular. Vamos a apoyarnos en la Constitución para construir una nueva legitimidad de las leyes, que vaya más allá de la prepotencia del más fuerte. Un Estado no puede tener legitimidad si su pueblo no ratifica el fundamento primario de sus gobernantes. De la misma manera que luchamos contra la pobreza económica tendremos una conducta sin dobleces para impedir la pobreza cívica. (Aplausos).
Sólo cuando el Gobierno se desentiende del pueblo es que toda la sociedad empobrece, no sólo económicamente sino moral y culturalmente.
Somos conscientes de que ninguna de esas reformas serán productivas y duraderas si no creamos las condiciones para generar un incremento de la calidad institucional. La calidad institucional supone el pleno apego a las normas y no una Argentina que por momentos aparece ante el mundo como un lugar donde las violación de las leyes no tiene castigo legal ni social. A la Constitución hay que leerla completa. La seguridad jurídica debe ser para todos, no solamente para los que tienen poder o dinero. (Aplausos).
No habrá cambio confiable si permitimos la subsistencia de ámbitos de impunidad. Una garantía de que la lucha contra la corrupción y la impunidad será implacable, fortalecerá las instituciones sobre la base de eliminar toda posible sospecha sobre ellas.
Rechazamos de plano la identificación entre gobernabilidad e impunidad que algunos pretenden. Gobernabilidad no es ni puede ser sinónimo de impunidad. Gobernabilidad no es ni puede ser sinónimo de acuerdos oscuros, manipulación política de las instituciones o pactos espurios a espaldas de la sociedad. (Aplausos).
Este combate es una tarea conjunta del Poder Ejecutivo, el Congreso y el Poder Judicial, pero también de la sociedad porque no podemos ignorar que es de esa misma sociedad de donde provienen los hombres y mujeres que integran las instituciones públicas y privadas. Cambio responsable, calidad institucional, fortalecimiento del rol de las instituciones con apego a la Constitución y a la ley y fuerte lucha contra la impunidad y la corrupción deben presidir no sólo los actos del Gobierno que comenzaremos sino toda la vida institucional y social de la República.
Queremos ser la generación de argentinos que reinstale la movilidad social ascendente, pero que también promueva el cambio cultural y moral que implica el respeto a las normas y las leyes. En este marco conceptual queremos expresar los ejes directrices en materia de relaciones internacionales, manejo de la economía, los procesos de la salud, la educación, la contención social a desocupados y familias en riesgo y los problemas que plantean la seguridad y la justicia en una sociedad democrática.
Profundizar la contención social de las familias en riesgo, garantizando subsidios al desempleo y asistencia alimentaria, consolidando una verdadera red federal de políticas sociales integrales para que quienes se encuentran por debajo de la línea de pobreza puedan tener acceso a la educación, la salud pública y la vivienda. (Aplausos).
Reinstalar la movilidad social ascendente que caracterizó a la República Argentina requiere comprender que los problemas de la pobreza no se solucionan desde las políticas sociales sino desde las políticas económicas. (Aplausos). Sabemos que hay que corregir errores y mejorar métodos en la forma de asignación de la ayuda social. (Aplausos). Pero es imprescindible advertir que la tragedia cívica del clientelismo político no es producto de la asistencia social como gestión de Estado, sino de la desocupación como consecuencia de un modelo económico. (Aplausos). En nuestro país la aparición de la figura del cliente político es coetánea con la del desocupado. Mientras en la República Argentina hubo trabajo, nadie fue rehén de un dirigente partidario. (Aplausos).
Al drama de la desaparición del trabajo y el esfuerzo como el gran articulador social, se sumó el derrumbe de la educación argentina. No hay un factor mayor de cohesión y desarrollo humano que promueva más la inclusión que el aseguramiento de las condiciones de acceso a la educación, formidable herramienta que construye identidad nacional y unidad cultural, presupuestos básicos de cualquier país que quiera ser Nación.
Una sociedad como la que queremos promover debe basarse en el conocimiento y en el acceso de todos a ese conocimiento. La situación de la educación argentina revela dos datos vinculados a su problema central, que es la calidad de la enseñanza. Por un lado, una creciente anarquía educativa, y por el otro, la crisis de los sistemas de formación docente. Ambos afectan severamente la igualdad educativa. El último sistema nacional de formación docente fue el de nuestras viejas y queridas maestras normales. Criticado por enciclopedista, memorista y repetitivo, pero nuestra generación fue la última formada en esa escuela pública y la calidad de la educación era superior a la que hoy tenemos. Aquel viejo sistema no fue suplantado por otro. Por si esto fuera poco se le agregó con muy buena intención, pero con resultado dudoso, lo que quiso ser la federalización de la educación que trató de lograr autonomía, objetivo con el que estamos de acuerdo, pero se terminó en un grado cierto de anarquía en los contenidos curriculares y en los sistemas funcionales. La igualdad educativa es para nosotros un principio irrenunciable (Aplausos) no sólo como actitud ética, sino esencialmente como responsabilidad institucional. Debemos garantizar que un chico del Norte argentino tenga la misma calidad educativa que un alumno de la Capital Federal. (Aplausos).
Es correcto que las provincias dirijan y administren el sistema de prestación del servicio educativo, pero el Estado nacional debe recuperar su rol en materia de planificación , contenidos de la educación y sistemas de formación y evaluación docente. Garantizar la igualdad educativa de norte a sur es aportar a la formación de una verdadera conciencia e identidad nacional.
En el campo de la salud, el Estado asumirá un rol articulador y regulador de la salud pública integral sumando los esfuerzos de los subsectores públicos provinciales y nacionales, privados y de obras sociales, orientado a consolidar las acciones que posibiliten generar accesibilidad a las prestaciones médicas y a los medicamentos para toda la población.
La Ley de prescripción por el nombre genérico de los medicamentos recientemente reglamentada, será aplicada con todo el vigor, (aplausos), y el Programa Remediar, de gratuita distribución de medicamentos ambulatorios, continuará. (Aplausos)
Es objetivo de gobierno concretar un Sistema Nacional de Salud, que se consolidará en una red en la que el hospital público será un eje referencial, con los demás centros de salud, públicos o privados, para ser pilares estratégicos de la atención primaria de salud, integrándose con las políticas de contención social para avanzar en la tarea de prevención. El objetivo de dar salud a los argentinos impone que se asuman políticas de Estado que sean impermeables a las presiones interesadas, por poderosas que sean, provengan de donde provengan. (Aplausos).
Entre los fundamentales e insustituibles roles del Estado ubicamos los de ejercer el monopolio de la fuerza y combatir cualquier forma de impunidad del delito, para lograr seguridad ciudadana y justicia en una sociedad democrática en la que se respeten los derechos humanos.
El cumplimiento estricto de la ley que exigiremos en todos los ámbitos debe tener presente las circunstancias sociales y económicas que han llevado al incremento de los delitos en función directa del crecimiento de la exclusión, la marginalidad y la crisis que recorren todos los peldaños de las sociedad.
Pero también hay que comprender que, como sociedad, hace tiempo que carecemos de un sistema de premios y castigos. En lo penal, en lo impositivo, en lo económico, en lo político, y hasta en lo verbal, hay impunidad en la Argentina. En nuestro país, cumplir la ley no tiene premio ni reconocimiento social. (Aplausos).
En materia de seguridad no debe descargarse sólo sobre la policía la responsabilidad de la detección de las situaciones de riesgo que sirve de base al desarrollo de la delincuencia. Son el Estado y la sociedad en su conjunto los que deben actuar participativa y coordinadamente para la prevención, detección, represión y castigo de la actividad ilegal.
Una sociedad con elevados índices de desigualdad, empobrecimiento, desintegración familiar, falta de fe y horizontes para la juventud, con impunidad e irresponsabilidad, siempre será escenario de altos niveles de inseguridad y violencia. Una sociedad dedicada a la producción y proveedora de empleo dignos para todos resultará un indispensable apoyo para el combate contra el delito (Aplausos).
Para comprender la problemática de la seguridad encontramos soluciones que no sólo se deben leer en el Código Penal, hay que leer también la Constitución Nacional en sus artículos 14 y 14 bis, cuando establecen como derechos de todos los habitantes de la Nación el derecho al trabajo, a la retribución justa, a las condiciones dignas y equitativas de labor, a las jubilaciones y pensiones móviles, al seguro social obligatorio, a la compensación económica familiar y al acceso a una vivienda digna, entre otros. (Aplausos).
El Estado debe ser esclavo de la ley para enfrentar el delito, pero no puede aceptar extorsiones de nadie, ni de quienes aprovechan una posición de fuerza en cualquiera de los poderes del Estado o en la economía, ni de quienes usan la necesidad de los pobres para fines partidistas.
La paz social, el respeto a la ley, a la defensa de la vida y la dignidad son derechos inalienables de todos los argentinos.
El delito es delito, sea de guante blanco, sea de naturaleza común, sea de mafias organizadas. (Aplausos).
Gobernabilidad es garantizar la prestación de un servicio de justicia próximo al ciudadano, con estándares de rendimiento, de eficiencia y de equidad que garanticen una real seguridad jurídica para todos los habitantes, cualquiera sea su situación económica o social.
En el plano de la economía es donde más se necesita que el Estado se reconcilie con la sociedad. No puede ser una carga que termine agobiando a todas las actividades, ni igualándolas hacia abajo con políticas de ajuste permanente a los que menos tienen. El objetivo básico de la política económica será el de asegurar un crecimiento estable, que permita una expansión de la actividad y del empleo constante, sin las muy fuertes y bruscas oscilaciones de los últimos años.
El resultado debe ser la duplicación de la riqueza cada quince años, y una distribución tal que asegure una mayor distribución del ingreso y, muy especialmente, que fortalezca nuestra clase media y que saque de la pobreza extrema a todos los compatriotas. (Aplausos).
Para alcanzar tales objetivos respetaremos principios fundamentales que ayuden a consolidar lo alcanzado y permitan los avances necesarios.
La sabia regla de no gastar más de lo que entra debe observarse. El equilibrio fiscal debe cuidarse. Eso implica más y mejor recaudación y eficiencia y cuidado en el gasto. El equilibrio de las cuentas públicas, tanto de la Nación como de las provincias, es fundamental.
El país no puede continuar cubriendo el déficit por la vía del endeudamiento permanente ni puede recurrir a la emisión de moneda sin control, haciéndose correr riesgos inflacionarios que siempre terminan afectando a los sectores de menos ingresos.
Ese equilibrio fiscal tan importante deberá asentarse sobre dos pilares: gasto controlado y eficiente e impuestos que premien la inversión y la creación de empleo y que recaigan allí donde hay real capacidad contributiva.
Mantenimiento del equilibrio fiscal y trajes a rayas para los grandes evasores, en la seguridad de que si imponemos correctamente a los poderosos el resto del país se disciplinará. (Aplausos).
Terminaremos con la Argentina donde el hilo se corta por lo más delgado y en eso actuaremos con energía, porque no es posible una economía sin esfuerzo y no alcanzará para ayudar a los desprotegidos si no hay cumplimiento impositivo. Quien no cumple sus obligaciones impositivas les resta posibilidades de ascenso social a los demás. La evasión es la contracara de la solidaridad social que exigiremos. (Aplausos).
Debemos asegurar la existencia de un país normal, sin sobresaltos, con el sector público y el sector privado cada uno en sus respectivos roles. Hay que dotar a la República Argentina de buena administración, gobernabilidad, estabilidad con inclusión y progreso social y competitividad.
Con equilibrio fiscal, la ausencia de rigidez cambiaria, el mantenimiento de un sistema de flotación con política macroeconómica de largo plazo determinada en función del ciclo de crecimiento, el mantenimiento del superávit primario y la continuidad del superávit externo nos harán crecer en función directa de la recuperación del consumo, de la inversión y de las exportaciones.
Sabemos que la capacidad de ahorro local, y, por ende, el financiamiento local, es central en todo proceso de crecimiento sostenido. Ello requiere estabilidad de precios, entidades financieras sólidas y volcadas a prestar al sector privado, personas y empresas, con eficiencia operativa y tasas razonables.
El desarrollo del mercado de capitales con nuevos instrumentos, con transparencia, con seguridad, es fundamental para recuperar la capacidad de ahorro y para alejarnos definitivamente de las crisis financieras internas, que en los últimos 20 años han golpeado fuertemente y por tres veces a los ahorristas y depositantes.
Los fondos externos deben ser complementarios a este desarrollo de los mercados locales y su gran atractivo está ligado a que sean fondos de inversión extranjera directa –inversión productiva-, que no sólo aportan recursos sino también traen aparejado progresos en la tecnología de procesos y productos.
Nuestro país debe estar abierto al mundo, pero abierto al mundo de una manera realista, dispuesto a competir en el marco de políticas de preferencia regional y fundamentalmente a través del MERCOSUR, (aplausos), y de políticas cambiarias flexibles acordes a nuestras productividades relativas y a las circunstancias del contexto internacional.
El crecimiento requerirá de una demanda creciente que aliente las inversiones, tanto para atender el mercado interno como a las exportaciones.
Al contrario del modelo de ajuste permanente, el consumo interno estará en el centro de nuestra estrategia de expansión. (Aplausos).
Precisamente para cumplir con esta idea de consumo en permanente expansión, la capacidad de compra de nuestra población deberá crecer progresivamente por efecto de salarios, por el número de personas trabajando y por el número de horas trabajadas. Esas tres variables juntas definen la masa de recursos que irán al consumo y al ahorro local y su evolución no puede ser fruto de una fantasía o de puro voluntarismo.
En nuestro proyecto nacional trabajaremos de la única manera seria que es crear un círculo virtuoso donde la masa de recursos crece –crece si la producción crece- y la producción aumenta si también lo hace la masa de recursos.
Avanzaremos simultáneamente en forma cuidadosa y progresiva creando las condiciones para producir más y distribuir lo que efectivamente se produzca.
Nuestras mejores posibilidades se ubican en torno al avance de la calidad institucional en el marco de una economía seria y creíble.
Trabajando en torno a estos principios, sin espectacularidades ni brusquedad en el cambio, seriamente, paso a paso, como cualquier país normal del mundo, podremos cumplir con los objetivos y cumplir hacia adentro y hacia fuera con nuestras obligaciones y compromisos. Acortando los plazos, el Estado se incorporará urgentemente como sujeto económico activo, apuntando a la terminación de las obras públicas inconclusas, la generación de trabajo genuino y la fuerte inversión en nuevas obras. (Aplausos). No se tratará de obras faraónicas, apuntaremos más a cubrir las necesidades de vivienda y de infraestructura en sectores críticos de la economía para mejorar la calidad de vida y a perfilar un país más competitivo, distribuyendo la inversión con criterio federal y desarrollando nuestro perfil productivo.
Tenemos que volver a planificar y ejecutar obra pública en la Argentina, para desmentir con hechos el discurso único del neoliberalismo que las estigmatizó como gasto público improductivo. (Aplausos). No estamos inventando nada nuevo, los Estados Unidos en la década del treinta superaron la crisis económica financiera más profunda del siglo que tuvieron de esa manera.
La construcción más intensiva de viviendas, las obras de infraestructura vial y ferroviaria, la mejor y moderna infraestructura hospitalaria, educativa y de seguridad, perfilarán un país productivo en materia de industria agroalimentaria, turismo, energía, minería, nuevas tecnologías, transportes, y generarán nuevos puestos de trabajo genuinos.
Produciremos cambios en el sistema impositivo para tornarlo progresivo, lo que permitirá luego reducir alícuotas en función de la mejora en la recaudación, ampliada como quedará la base imponible y eliminadas que sean las exenciones no compatibles con la buena administración. Eso nos dará solidez y solvencia fiscal.
Forma parte de nuestra decisión cumplimentar con aquello que fue mandato constitucional del ’94 y que lamentablemente hasta hoy no se ha cumplido. Darnos una nueva ley de coparticipación federal no sólo implica nueva distribución y nuevas responsabilidades sino el diseño de un nuevo modelo de país. (Aplausos).
No se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento. No se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos, (aplausos), generando más pobreza y aumentando la conflictividad social. La inviabilidad de ese viejo modelo puede ser a advertida hasta por los propios acreedores, que tienen que entender que sólo podrán cobrar si a la Argentina le va bien. (Aplausos)
Este modelo de producción, trabajo y crecimiento sustentable y con reglas claras, generará recursos fiscales, solvencia macroeconómica y sustentabilidad fiscal creando las condiciones para generar nuevo y mayor valor agregado, tienen además que permitir negociar con racionalidad para lograr una reducción de la deuda externa.
Este gobierno seguirá principios firmes de negociación con los tenedores de deuda soberana en la actual situación de default, de manera inmediata y apuntando a tres objetivos: la reducción de los montos de la deuda, la reducción de las tasas de interés y la ampliación de los plazos de madurez y vencimiento de los bonos.
Sabemos que nuestra deuda es un problema central. No se trata de no cumplir, de no pagar. No somos el proyecto del default. Pero tampoco podemos pagar a costa de que cada vez más argentinos vean postergado su acceso a la vivienda digna, a un trabajo seguro, a la educación de sus hijos, o a la salud. (Aplausos).
Creciendo nuestra economía crecerá nuestra capacidad de pago. En materia de defensa, actuaremos con un concepto integral de la defensa nacional, integrando la contribución de la acción de nuestras Fuerzas Armadas en pro del desarrollo, trabajando para su modernización e impulsando la investigación científica tecnológica en coordinación con otros organismos gubernamentales, para que sin apartarse de su actividad principal puedan contribuir al bienestar general de la población.
Queremos a nuestras Fuerzas Armadas altamente profesionalizadas, prestigiadas por el cumplimiento del rol que la Constitución les confiere y por sobre todas las cosas, comprometidas con el futuro y no con el pasado. (Aplausos).
Desde este proyecto nacional la República Argentina se integrará al mundo dando pasos concretos hacia consensos políticos basados en el fortalecimiento del derecho internacional, el respeto a nuestras convicciones, la historia y las prioridades nacionales. Partidarios hacia la política mundial de la multilateralidad como somos, no debe esperarse de nosotros alineamientos automáticos sino relaciones serias, maduras y racionales que respeten las dignidades que los países tienen. (Aplausos)
Nuestra prioridad en política exterior será la construcción de una América Latina políticamente estable, próspera, unida, con bases en los ideales de democracia y de justicia social. (Aplausos).
Venimos desde el sur de la Patria, de la tierra de la cultura malvinera y de los hielos continentales y sostendremos inclaudicablemente nuestro reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas. (Aplausos).
EL MERCOSUR y la integración latinoamericana, deben ser parte de un verdadero proyecto político regional y nuestra alianza estratégica con el MERCOSUR, que debe profundizase hacia otros aspectos institucionales que deben acompañar la integración económica, y ampliarse abarcando a nuevos miembros latinoamericano, se ubicará entre los primeros puntos de nuestra agenda regional. (Aplausos)
Una relación seria, amplia y madura con los Estados Unidos de América y los Estados que componen la Unión Europea, es lo que debe esperarse de nosotros, el estrechamiento de vínculos con otras naciones desarrolladas y con grandes naciones en desarrollo del Oriente lejano y una participación en pro de la paz y la obtención de consenso en ámbitos como la Organización de las Naciones Unidas para que efectivamente se comprometa con eficacia en la promoción del desarrollo social y económico ayudando al combate contra la pobreza. (Aplausos) La lucha contra el terrorismo internacional, que tan profundas y horribles huellas ha dejado en la memoria del pueblo argentino, nos encontrará dispuestos y atentos para lograr desterrarlos de entre los males que sufre la humanidad. La inserción comercial de la Argentina ocupa un lugar central en la agenda de gobierno. Consolidar la política comercial como una política de Estado permanente que trascienda la duración de los mandatos de gobierno y cuente con la concurrencia del sector privado, de la comunidad académica, de la sociedad civil en general, será un objetivo estratégico de primer orden de esta administración. Profundizar la estrategia de apertura de mercados, incrementar sustancialmente nuestro intercambio con el resto del mundo, diversificar exportaciones hacia bienes con mayor valor agregado, desconcentrar ventas por destino y multiplicar el número de exportadores de modo que los beneficiarios del comercio exterior se derramen sobre todas nuestras ramas productivas.
La apertura masiva de nuevos mercados exige la negociación simultánea y permanente en todos los foros de negociación que involucren a nuestro país. Finalmente, no se trata de agotar en estas líneas la totalidad del curso de acción que seguiremos; no creemos en los catálogos de buenas intenciones, queremos expresar el sentido y la dirección de las cosas que haremos. Se trata de abordar de una manera distinta los principales temas identificando adecuadamente los verdaderos problemas de la agenda social con la finalidad que el conjunto sepa cómo ayudar, cómo sumar, cómo ayudar a corregir.
Pensamos el mundo en argentino, desde un modelo propio. Este proyecto nacional que expresamos, convoca a todos y cada uno de los ciudadanos argentinos y por encima y por fuera de los alineamientos partidarios a poner mano a la obra de este trabajo de refundar la patria.
Sabemos que estamos ante un final de época; atrás quedó el tiempo de los líderes predestinados, los fundamentalistas, los mesiánicos. La Argentina contemporánea se deberá reconocer y refundar en la integración de tipos y grupos orgánicos con capacidad para la convocatoria transversal en el respeto por la diversidad y el cumplimiento de objetivos comunes. (Aplausos)
Tenemos testimonio de gestión y resultados, somos parte de esta nueva generación de argentinos que en forma abierta y convocante y desde la propuesta de un modelo argentino de producción, trabajo y crecimiento sustentable, llama al conjunto social para sumar, no para dividir; para avanzar y no para retroceder. En síntesis, para ayudarnos mutuamente a construir una Argentina que nos contenga y que nos exprese como ciudadanos.
Convocamos al trabajo, al esfuerzo, a la creatividad para que nos hagamos cargo de nuestro futuro, para que concretemos los cambios necesarios para forjar un país en serio, un país normal con esperanza y con optimismo.
Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada. (Aplausos)
No creo en el axioma de que cuando se gobierna se cambia convicción por pragmatismo. Eso constituye en verdad un ejercicio de hipocresía y cinismo. Soñé toda mi vida que éste, nuestro país, se podía cambiar para bien. Llegamos sin rencores, pero con memoria. Memoria no sólo de los errores y horrores del otro, sino también es memoria sobre nuestras propias equivocaciones. (Aplausos). Memoria sin rencor que es aprendizaje político, balance histórico y desafío actual de gestión.
Con la ayuda de Dios, seguramente se podrá iniciar un nuevo tiempo que nos encuentre codo a codo en la lucha por lograr el progreso y la inclusión social. Poniendo en una bisagra la historia, con mis verdades relativas, en las que creo profundamente pero que sé que se deben integrar con las de ustedes para producir frutos genuinos, espero la ayuda de vuestro aporte.
No he pedido ni solicitaré cheques en blanco. Vengo, en cambio, a proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como Nación; vengo a proponerles un sueño que es la construcción de la verdad y la Justicia; vengo a proponerles un sueño que es el de volver a tener una Argentina con todos y para todos. Les vengo a proponer que recordemos los sueños de nuestros patriotas fundadores y de nuestros abuelos inmigrantes y pioneros, de nuestra generación que puso todo y dejó todo pensando en un país de iguales. Pero sé y estoy convencido de que en esta simbiosis histórica vamos a encontrar el país que nos merecemos los argentinos. Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina unida, quiero una Argentina normal, quiero que seamos un país serio, pero, además, quiero un país más justo. Anhelo que por estos caminos se levante a la faz de la Tierra una nueva y gloriosa Nación: la nuestra.

Muchas gracias. ¡Viva la patria! (Aplausos)


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