Por
Pablo Lettieri
Además
de pequeños asuntos y sus penas cotidianas, el profuso epistolario de los
últimos años de vida de Anton Chejov permite conocer detalles del proceso de elaboración
de la que es, según la opinión mayoritaria, la más perfecta de sus obras como
dramaturgo.
Durante
los tres últimos años de su vida, entre 1902 y 1904, Anton Pavlovich Chejov
escribió casi setecientas cartas que integran lo que puede considerarse casi un
diario de la época más fecunda de su existencia creadora. En esas cartas, escritas
principalmente a su mujer, la actriz Olga Knipper , (y a colegas como Gorki y
Nekrasov, a su editor Adolf Marx, a Stanislavski y a Nemirovich-Danchenko,
directores estos últimos del Teatro de Arte de Moscú), ninguna de sus demás
piezas o relatos merece tantos comentarios como El jardín de los cerezos, justamente porque ella fue su última
obra, estrenada en enero de 1904, pocos meses antes de su muerte. De las cartas
se desprenden los pormenores del lento proceso de concepción de la pieza
teatral que parece haberle despertado mayores desvelos y que es también, según
muchos, la más perfecta de sus creaciones dramáticas.
Lentamente
y con gran esfuerzo fue surgiendo la idea central de la pieza, y parece que
Chejov tuvo no pocas dudas acerca de su composición. “Aún no tengo mucha fe en
la obra, apenas la he vislumbrado en mi mente, como un temprano amanecer. Yo
mismo no entiendo todavía cómo debe ser, qué saldrá de ella y cada día está
cambiando”, le confesaba a su esposa, quien integraba el elenco del Teatro de
Arte, el 20 de enero de 1902. Hay que decir que esta creación en particular implicaba
un ambicioso plan del dramaturgo, porque en ella buscaba reflejar los poderosos
cambios sociales de comienzos del siglo XX. “Rusia zumba como una colmena y a
mí me sale todo pesado… ¡Quisiera escribir un obra animada, alentadora!”, se
quejaba mientras buscaba una nueva forma de escritura que finalmente encontró.
Y que revolucionó la escena moderna.
El jardín de los cerezos fue, sin dudas, la obra
que Chejov más pulió. Se sabe que volvió a copiarla al menos dos veces,
sacándole o agregándole escenas, personajes y situaciones. También hay que
considerar que su concepción se vio afectada por las dificultades personales que
atravesaba la intimidad del autor: una salud cada vez más frágil que lo
obligaba a constantes reclusiones en Yalta ‒con el evidente perjuicio de su
matrimonio, algo que se revela claramente en sus cartas‒, además de las tensas
relaciones entre Olga y su hermana Masha, las mujeres más allegadas al autor.
Por
otra parte, de la correspondencia con Stanislavski y a Nemirovich-Danchenko se desprende
que, si bien los responsables del Teatro de Arte esperaban ansiosos su obra, las
relaciones con el autor no eran tan idílicas como pudiera esperarse. “Con mi
mujer creemos que usted no se siente bien, que se ha alejado y ha dejado de
querer a nuestro teatro”, le reclamaba el director ruso en septiembre de 1902, a lo que Chejov respondió
el 1º de octubre: “Pronto viajaré a Moscú y le explicaré por qué aún no está
lista mi obra. Tengo el tema, pero todavía me falta el tesón”. Pero a comienzos
de 1903 todavía no había podido siquiera empezar y el 23 de enero le confesaba a
Olga: “Hoy recibí carta de Nemirovich y me pregunta por mi obra. Que la voy a
escribir es tan cierto como que dos por dos son cuatro. Claro, si estoy sano.
Pero no sé si lo lograré, si saldrá algo bueno”. El 5 de febrero le promete a
Stanislavski que “el 20 de febrero pienso escribir la obra y terminarla para el
20 de marzo. En mi cabeza ya está lista. Se llamará El jardín de los cerezos. Son cuatro actos. En el primero se ven
los cerezos florecientes a través de la ventana, un blanco jardín completo. Y
las mujeres también vestidas de blanco. En una palabra, se reirán mucho y
seguramente no se sabrá por qué causa.” Pero el 11 de abril le pregunta a Olga:
“¿Tendrán ustedes una actriz adecuada para el papel de una dama entrada en años
para El jardín de los cerezos? Si no,
no habrá ninguna obra, ni la voy a escribir.” Y en julio le confiesa a
Stanislavski: “Mi obra aún no está lista, adelanta con dificultad, lo que se debe
en parte a mi pereza, al tiempo precioso y a la complejidad del tema. Me parece
que su papel está bastante logrado aunque no me atrevo a juzgarlo, porque en
general entiendo bastante poco de la obra con la simple lectura”. En un
principio, Chejov se proponía darle a Stanislavski el papel de Lopajin aunque
finalmente interpretó a Gáiev) y el comentario obedece al convencimiento
absoluto por parte del autor de que la obra sólo se entiende con su
representación sobre el escenario.
Para
el 17 de agosto, Nemirovich-Danchenko casi le suplica a Chejov: “¿Cómo se te
ocurre pensar que no necesitamos tu obra? ¡No hay buenas obras! ¡No existen! ¡Y
si tú no nos escribes una, no tendremos nada! La espero con una impaciencia
creciente”. El 15 de septiembre, Chejov parece querer tranquilizar a los
integrantes del Teatro de Arte, porque le escribe a M. L. Alexeieva, esposa de
Stanislavski: “Ya casi he terminado la obra, pero mi salud ha empeorado y he
debido parar. No me salió un drama, sino una comedia, por momentos hasta una
farsa. Y tengo miedo de que Vladimir Ivanovich (Nemirovich-Danchenko) se enoje
conmigo”. El 9 de octubre le cuenta a Olga: “Estoy copiando la obra, termino
pronto, mi palomita, te lo juro. Te aseguro que cada día de tardanza es en beneficio
de la obra. Mejora
cada vez más y los personajes ya se hicieron muy palpables. Sólo tengo miedo de
que haya partes que puedan ser cortadas por la censura, eso sería horrible”.
Finalmente,
Chejov terminó El jardín de los cerezos
el 12 de octubre de 1903 y el Teatro de Arte de Moscú la recibió dos días
después. El 19 de octubre le confiesa a Olga que se siente inseguro, acobardado
por los resultados de la obra: “Me asusta la poca acción del segundo acto y
cierta falta de elaboración del personaje de Trofímov. ¿Se estrenará mi obra? Y
si lo hacen, ¿cuándo será?”
Pero
las dudas del autor se despejaron pronto: Nemirovich-Danchenko le escribió: “Mi
primera impresión sobre El jardín de los
cerezos es que, como obra escénica, es superior a todas las tuyas anteriores”.
Y el 21 de octubre, recibió un telegrama de Stanislavski en el que califica a
su obra de genial. “Estoy tan conmovido que no puedo calmarme. Estoy muy entusiasmado.
Considero que es la mejor obra de todo lo maravilloso que ha escrito.”, le
expresó. Y la esposa de Stanislavski le confiesa que “cuando leímos la obra,
muchos lloraron. Hasta los hombres… Pero a mí me pareció llena de optimismo,
hasta me siento alegre cuando la voy a ensayar. Y hoy a la mañana, paseando,
escuché el susurro de los arboles otoñales y recordé El jardín de los cerezos y me pareció que no es tanto una obra
teatral sino más bien musical.”
La
fecha de estreno se cambio muchas veces y terminó fijándose para el 17 de
enero, día del onomástico de Anton Pavlovich, quien cada día se mostraba más
preocupado por la suerte de su obra y pensaba que sin dudas fracasaría, como le
había ocurrido con La gaviota. “Mis opiniones
positivas le parecían simples consuelos, hasta tal punto dudaba de sí mismo”,
recordaba más tarde Nemirovich-Danchenko. “Sólo nuestros esfuerzos y la energía
con la que poníamos en escena su obra le daban un poco de esperanza”.
Entre
los muchos testimonios sobre el estreno de El
jardín de los cerezos, aparece el del actor L.M. Leonidov, integrante del
elenco: “Nunca olvidaré esa noche. En principio se había decidido que Chejov no
estuviera presente en el teatro por si la obra fracasaba. Pero como habían
programado un festejo sorpresa en honor de su onomástico, lo fueron a buscar ni
bien había comenzado el espectáculo. Él estaba sentado en un pequeño diván
detrás de escena, y lo vi muy tenso y pálido, y me di cuenta de cómo estaba
sufriendo. Pero ya el tercer acto fue ovacionado y cuando la obra terminó y se
levantó el telón, todo el público en la sala se levantó y aplaudió de pie cuando
Anton Pavlovich salió a saludar”.
Luego
del debut, El jardín de los cerezos
se representó con éxito en Moscú, en Petersburgo y en todas las ciudades donde
se estrenó. Sin embargo, Chejov se quejaba continuamente de las actuaciones:
“En el Teatro de Arte, todos esos accesorios teatrales distraen al espectador y
lo apartan del texto, ocultan a su autor. Quisiera que me interpretaran de
manera muy sencilla, casi primitiva. ¿Acaso son así los personajes que he
creado? Yo presenté unas vidas grises, limitadas, pero no un lloriqueo
fastidioso. No quiero que hagan de mí ni un llorón ni un autor aburrido”. Y el
propio Stanislavski era objeto de duras críticas por parte del autor: “Un acto
que dura doce minutos como máximo, lo prolongan hasta cuarenta o más. Una cosa
puedo decir: Stanislavski me arruinó la obra. Bueno , que Dios lo perdone.”
Las
diferencias entre autor y director con respecto al carácter de El jardín de los cerezos son bien
conocidas: Chejov aseguraba haber concebido una comedia con toques farsescos y
Stanislavski la montó como una tragedia. El 10 de abril de 1904 el autor le pregunta
a su mujer, Olga Knipper: “¿Por qué en los anuncios de los diarios llaman
obstinadamente a mi obra “el drama”? Nemirovich y Alexeiev (Stanislavski) ven
en mi obra algo que no escribí y puedo empeñar mi palabra que ambos no la
leyeron atentamente ni una sola vez”.
Años
más tarde, Nemirovich-Danchenko reconoció que la decepción de Chejov tenía
ciertas razones: “No debemos cerrar los ojos. El pecado de nuestro teatro era
la falta de comprensión sobre las configuraciones extremadamente delicadas del
teatro de Chejov. Él pulía su realismo hasta lograr un símbolo. Captar ese
tejido tan tierno de la obra chejoviana no nos resultaba fácil y es posible que
más de una vez lo manejáramos de manera algo tosca”.
Un
siglo después, desentrañar esas “configuraciones extremadamente delicadas” en El jardín de los cerezos sigue
representando el verdadero desafío para cualquier director de escena en el
mundo.
Los
fragmentos de las cartas se reproducen por gentileza de Editorial Leviatán y
pertenecen al volumen Cartas (1902-1904)
de Anton Pavlovich Chejov, con traducción, notas y prólogo de Irina
Bogdachevski. (Buenos Aires, 2004)