Por Pablo Lettieri
Publicado en PRIMER ACTO (España)
En Buenos Aires, la moda shakespeareana se instaló nuevamente. En las salas de cine comercial conviven En busca de Ricardo III, el auspicioso debut de Al Pacino como director y la maratónica —y muy discutida— versión de Kenneth Branagh de Hamlet.
Simultáneamente, en la Sala Martín Coronado del Teatro General San Martín se presenta la versión teatral de Ricardo III a cargo de Agustín Alezzo, con Alfredo Alcón en el papel protagónico y un prestigioso elenco.
Todas estas experiencias tienen un denominador común: convocan multitudes. Estudiosos de la obra shakespereana que llegan con sus versiones anotadas, alumnos secundarios arrastrados por sus profesores, jóvenes fanáticos del Bardo gracias a las últimas adaptaciones cinematográficas y señoras mayores que desean ver a Alcón, su actor fetiche.
En su película, Pacino se pregunta por qué, de las obras de Shakespeare, Ricardo III es la más representada, por encima incluso de Hamlet. No es el único interrogante que se plantea el film pero, a diferencia de otros, para éste no parece haber respuesta.
¿Por qué Ricardo III —tal vez la pieza más violenta del poeta inglés junto con Tito Andrónico— es la que parece despertar mayor interés entre el público?
Alfredo Alcón, uno de los actores más importantes de la Argentina, intenta responder este y otros interrogantes en las líneas que siguen.
¿Cómo es Ricardo III para Alfredo Alcón?
Si pudiera contar cómo es Ricardo, así, hablando, escribiría ensayos, pero no sería actor. Con un texto, con una obra, me pasan cosas, me dan ganas de meterme en ese mundo, de contar esa historia, pero no sé explicar teóricamente por qué. Es como cuando te enamorás. ¿Se puede explicar por qué uno se enamora? ¿Porque es más buena o más rubia o más inteligente?
No le estoy preguntando cómo construyó el personaje sino cómo se lo imagina, cuál es la imagen que tiene en su mente.
La imagen que tengo trato de expresarla en el escenario, pero decir que veo esta imagen u otra... no puedo. Hay actores a los cuales envidio, porque tienen una claridad conceptual que les permite hacerlo. Yo, por ejemplo, jamás he ido a una mesa redonda porque no sé qué decir, no sé teorizar acerca del teatro. Entonces, como no entiendo, me digo: deben tener razón, todo ha de tener una clasificación. Yo qué sé. A mí realmente eso no me importa. A lo mejor hay gente a la que eso la calma. Saber que las cosas tienen siempre una explicación...
Sin embargo, usted ha dicho que la habitual representación del personaje de Ricardo III como símbolo de la maldad absoluta le parece remanido y que ve otras cosas en el personaje que le interesan más.
Es probable que haya dicho eso. Hace ocho años que estoy estudiando esta obra. Me preguntaba por qué me gustaba tanto. No era por su importancia intrínseca , no soy tan ambicioso. Leí muchas cosas y vi muchos videos de puestas, pero no encontré la razón. Hasta que un día una amiga me prestó un librito de Freud que explicaba las razones por las cuales la obra persistía en el tiempo y seguía atrayendo al público y a los actores. Y es porque hay un señor que apenas empieza la obra expresa ante el público: "yo, como la fortuna no fue lo suficientemente generosa conmigo, ni la naturaleza tampoco, los voy a joder a todos." Y ahí aparece la pregunta inteligente, la que me hubiera gustado que se me ocurriera a mí: ¿quién no siente alguna vez que la fortuna y la naturaleza no fue generosa con él? ¿Quién no siente algunos días que está mal, que se siente solo y ve a una pareja besarse y le da bronca? ¿Quién muchas veces no se siente un Ricardo? Todos tenemos una joroba en el alma que nos puede convertir en santos o en miserables a lo largo de nuestras vidas. Esto es lo que más me atrae de la obra. Y además el humor. Porque, en realidad, Ricardo III es un sainete trágico. No es una obra de reflexión. No es Hamlet. Aunque todas las grandes obras tienen humor, lo que sucede es que como no estamos acostumbrados a frecuentarlas, nos ponemos serios.
¿Por un excesivo respeto?
Por desconocimiento, como siempre. Vemos solamente la nota grave, el trombón y los matices se nos escapan. Por ejemplo, de Rey Lear, decimos: "¡qué tragedia!" Y sin embargo tiene mucho humor. Pero nosotros pensamos: "Es Rey Lear, ¿cómo nos vamos a reír?". Las escenas del bufón con Lear, o las de Hamlet con el sepulturero, cuando le pregunta cuánto tarda un hombre en pudrirse en la tumba y el sepulturero le responde: "depende cómo esté de podrido antes de que lo entierre". Son de un humor brutal. Cuando hicimos Hamlet en el Teatro San Martín, en las funciones especiales para estudiantes, venían los pibes y se reían cuando tenían que reírse, con una risa fuerte, una risa irónica, y era maravilloso. Después, en las funciones para adultos, cuando acudían los que supuestamente "saben" y conocen a Shakespeare, se producían silencios en los momentos en que debían reírse. No dejaban "respirar" la pieza.
Parece que en tiempos de Shakespeare Ricardo III era --junto a Hamlet y Romeo y Julieta-- una de las obras preferidas de la gente. Y hoy sigue siendo una de las más representadas. ¿A qué cree que se debe esa fascinación que despierta?
Porque es un "thriller". Y porque tiene un contacto increíble con la realidad. Y seguramente en tiempos de Shakespeare también. Si yo cuento el argumento de Ricardo III parece una tira de televisión. Lo mismo ocurre con Rey Lear. Por supuesto que al lado de Hamlet o Rey Lear, no es una gran obra. Ricardo III es acción pura. El personaje no reflexiona, no hay cavilación, sino que arremete y lo único que piensa es que el otro es un estorbo para llegar al poder. Ricardo no quiere a nadie, porque nadie se parece a él.
¿Usted ve películas relacionadas con el personaje que está preparando?
No mucho. Uno se la pasa buscando y buscando al personaje... y llega un momento en que ya no quiere buscar más. Hay un momento en el cual uno queda sólo y es ahí cuando decide. Y eso es lo emocionante y lo divertido, porque está el riesgo, si acertás o te equivocás. Es algo a lo que uno se juega. No solamente en el teatro, sino en la vida. No se puede vivir consultando. Por supuesto que antes, en estos ocho años, estuve leyendo, preguntando, averiguando. Pero llega un momento en el cual con el material que acumulé, con mi subjetividad, con mi manera de leer ese texto, decido que lo voy a contar de una manera determinada. Y lo haré mejor o peor que otro. Pero como yo, no lo va a hacer nadie.
¿Cómo siente al público?
Hay diferentes reacciones. Está la gente que llega con muchos preconceptos, que creen que tienen un gran conocimiento de la obra y vienen a ver si Alfredo Alcón representa a Ricardo tal como ellos creen que es Ricardo. Y están los otros, que disfrutan más, porque vienen más libres a que le cuenten el cuento, no a ver si el cuento que le cuentan coincide con el que le contaron a ellos. Es como esta charla, si yo tratara de hablar pensando que debo coincidir con tu idea de cómo responder tu pregunta, primero que la charla sería aburrida, y segundo que no conduciría a nada.
¿Por qué mucha gente lo considera un actor shakespereano si sólo ha hecho dos obras de Shakespeare?
Es muy raro. Tiene que ver, creo, con la clasificación, con la comodidad que tienen algunas personas para etiquetar. Y lo que pasa es que, como todas las clasificaciones, no se corresponden con la realidad. Nosotros tenemos tendencia a repetir valores no demasiado pensados. ¿Cómo se hace Shakespeare? Qué sé yo cómo se hace Shakespeare. ¿Cómo se hace una versión argentina de Shakespeare? Sin el menor esfuerzo, puesto que yo soy argentino y lo que haga tiene ese contenido argentino, sin necesidad de ningún esfuerzo. Y además, nadie sabe muy bien qué es eso de ser argentino, y tal vez eso sea lo mejor que tenemos...
Desde el Hamlet de 1980 hasta hoy pasaron casi veinte años, ¿van a tener que pasar otros veinte para que usted vuelva a Shakespeare?
A mí me hubiera gustado hacer mucho más Shakespeare. Lo más cercano que hice, además de Hamlet y ahora Ricardo III, fue Eduardo II de Marlowe en España y Buenos Aires. Creo que Shakespeare es un gran alimento. Es una altura muy grande y sabés que nunca vas a llegar allá arriba. Son ejercicios de humildad. Es lo mismo que amar a Dios. El que cree en Dios sabe que nunca va a merecer del todo ese amor, pero el tender hacia eso hace bien, te hace crecer, te das algunos golpes también, pero uno debe saber que hasta El no se llega. He pensado en La tempestad y en Rey Lear. De joven me hubiera gustado Romeo y Julieta y Sueño de una noche de verano. Pero a los actores nos cuesta mucho concretar esos proyectos, salvo en un teatro oficial. Y también nos afecta la falta de compañías de repertorio, en las que se crea un estilo. Cuando trabajas en forma contínua con un director y con otros actores se crea un estilo, en cambio nosotros nos juntamos solamente dos meses para hacer esto.
¿Usted está de acuerdo con los elencos estables?, porque hay gente que cree que los elencos estables limitan la elección del repertorio en un teatro oficial.
Depende de cómo esté hecho. Yo no sabría hacerlo, carezco del menor talento organizativo. Pero creo que juntarse un grupo de gente, con un delicado equilibrio, sirve para hacer cosas muy buenas. Uno se da cuenta cuando ve algunos de los grandes espectáculos de Strehler o los films de Bergman, que trabaja siempre con los mismos actores. Se ve que se conocen bastante, que han trabajado mucho juntos. Hay un estilo, porque hay un conocimiento. Yo puedo decir que soy un actor antes y otro después de conocer a Lluís Pasqual. ¿Qué me enseñó? No lo sé. A él no le gustan los ensayos de mesa, no me daba demasiadas instrucciones, no me decía nada. Pero hacía unos ruiditos, emitía unos sonidos con los cuales yo entendía lo que quería indicarme...