23/11/05

El teatro feroz de Sarah Kane

Por Carina Maguregui
Publicado en TEATRO AL SUR

“No sos una mala persona, sólo pensás demasiado”, dice uno de los personajes de Crave (Ansia) la obra de Sarah Kane (1971-1999). La pieza, como toda la producción creativa de la dramaturga británica, es ecléctica -y por suerte para el espectador/lector de teatro- imposible de clasificar.
De explosiva irrupción en la escena teatral londinense, esta representante –contra su voluntad- del célebre movimiento In Yer Face, sorprendió, a los 23 años de edad, con su primera obra: Devastados (1995), a la que siguieron El amor de Fedra (1996), Purificados (1998), Ansia (1998) y Psicosis 4:48 (1998) , el título de su última obra alude a la hora en que ocurren más suicidios en Gran Bretaña y que coincide con el momento de mayor lucidez de los pacientes psiquiátricos, una vez que pasa el efecto de los fármacos ingeridos en la noche.
El teatro de Sarah Kane puede molestar, desesperar, exasperar hasta lo insoportable, como sólo puede hacerlo oir hablar de suicidio, soledad, desamor, crueldad, dolor y no poder levantarse del asiento o cambiar de canal. Pero Kane no pretende escandalizar con los temas desgarradores que dan forma a su trabajo, sino crear a través de ellos un espacio de reflexión. Su obra breve e intensa, representada continuamente en un sinfín de países europeos, es injustamente desconocida en Argentina, por ello Ediciones Artes del Sur publicó un libro con dos de sus piezas: Crave y Psicosis 4:48.
Kane, quien decidió dejar de vivir a los 28 años, despliega en Crave un notable manejo del lenguaje escénico, con un absoluto dominio de lo teatral que le sirve para subvertir esquemas y transformar el escenario en panóptico de la mente. La escritura de Kane disecciona sin tapujos ni medias tintas la anatomía emocional de cuatro seres (o uno, o todos). Cada una de las líneas que pronuncian los personajes A, B, C y M suenan como disparos o cuchillazos. Estas frases tajantes dejan a la vista el buraco de la bala o la profundidad de la herida abierta por el filo de las palabras. A, B, C y M son esquirlas despedidas del estallido, de la fragmentación de una única subjetividad.
El itinerario vertiginoso que traza Crave visita el amor, la resignación, el desamparo, la traición, el miedo, la locura, el deseo, la insatisfacción, y el infierno que somos para nosotros mismos y para los demás. El recorrido que plantea Kane rompe de manera lapidaria con los planteamientos aristotélicos apelando a los monólogos interiores, jugando con ellos y logrando un ritmo único de cruel musicalidad. Se trata de un cuarteto de cámara de voces perdidas. Si bien Devastados, es el texto más violento de la autora, en Crave la violencia no es explícita sino subliminal, velada, casi lírica en su cinismo y por lo tanto más brutal, ferozmente auténtica.

C: Quiero sentirme físicamente como me siento emocionalmente. Famélica.
M: Derrotada.
A: Rota
C: Me regala maquillaje, colorete y lápiz labial y sombras de ojos. Yo me pongo moretones en la cara y sangre y cortes e hinchazones, y sobre el espejo con el rojo carmesí, FEA.

Psicosis 4:48 no es sólo la última obra que escribió Kane, sino su intensa carta de despedida al amor, la vida, la muerte y sobre todo al dolor inevitable detrás de los tres. Sólo meses después de terminar esta pieza y cansada ya de soportar el infierno de una depresión que se negaba a abandonarla, Kane ingirió una sobredosis de barbitúricos esperando acabar para siempre con su sufrimiento. Rescatada a tiempo por los paramédicos, la joven autora fue resucitada y dada de alta. De regreso en su casa, Sarah Kane se subió a una mesa con una cuerda y se ahorcó en una viga de su departamento, silenciando para siempre a sus crueles demonios y a la que se transformaba en una de las voces más importantes del teatro contemporáneo. Por su singular talento y sus provocadoras y desgarradoras temáticas, Kane es considerada en la actualidad una de las dramaturgas de culto a escala internacional.
La obra de Kane no obedece a construcciones dramáticas ni a artificios narrativos. El texto es poesía representable, así de simple, y la riqueza estética de sus palabras no es más que el brillante y lujoso reflejo de un interior en carne viva que jamás cicatrizó. Así lo expresa uno de los personajes de Psicosis 4:48: “La materia de estos fragmentos es mi mente” , es la de ella, desnuda y trémula sobre un escenario o una hoja impresa. De una lucidez agobiante, resulta difícil creer que este texto fue escrito en medio de las más salvajes tormentas depresivas. La pieza en sí misma es una prueba fehaciente de uno de los más oscuros y radicales postulados de la obra: la depresión no es una enfermedad que se debe curar, es simplemente un estado superior de la mente. Como dice una de las voces de Crave: “No sufro ninguna enfermedad, simplemente sé que la vida no vale la pena”. Para la autora esta es una de las mayores razones del aislamiento de quien sufre: la tendencia a reducir su condición a un estado enfermo posible de curarse con medicamentos.

Ella: Tomaré una sobredosis, me cortaré las venas y luego me colgaré
El psiquiatra: ¿Todas esas cosas al mismo tiempo?
Ella: Sería imposible interpretarlo como un llamado de auxilio.

Sin embargo, lo que parece escapar a muchos espectadores y críticos es que la totalidad de las obras de Kane, pero aún más, Crave y Psicosis 4:48 son, al fin y al cabo, historias de amor. Todo el sufrimiento se desprende de esta maldita incapacidad para el amor que aqueja al hablante. Una incapacidad que lleva directamente a la única respuesta y verdad que aparece en el caso de Psicosis- en la hora de mayor lucidez, las 4:48 de la madrugada: la inevitable, lógica y finalmente reconfortante autodestrucción.
Los textos de Kane están atravesados recurrentemente por una voz sin género, dividida en tres o cuatro participantes que siguen la dinámica víctima/victimario/testigo. Los diferentes desdoblamientos de la voz entran en conflicto, se trenzan en relaciones complejas y recorren un viaje explosivo. Viaje impregnado siempre por la mirada filosa de Kane y su sorprendente sentido del humor negro.
Sarah Kane era una dramaturga que solía imponer desafíos a sus directores, llegando a describir cosas descabelladísimas, a todas luces irrepresentables. Pero ella se defendía diciendo “si podemos imaginar algo, podemos representarlo en un escenario”. De allí que las puestas en escena de sus obras requieran un esfuerzo intelectual y emocional extra por parte de realizadores y actores para explotar las posibilidades al máximo o atreverse a desbrozar las sendas abismales que estos textos señalizan.
Se podría decir que en los escritos de Kane -admiradora de Harold Pinter y Beckett, influida por el teatro del absurdo y partidaria de las propuestas escénicas menos complacientes con el espectador- no hay cuestionamientos ya que los textos maduros no cuestionan, porque todo cuestionamiento se vuelve moralizante. La dramaturga expone las aristas posibles de una situación, circunstancias. Quizás el espectador se cuestione a sí mismo, pero no la autora. Kane entrega las diversas y múltiples caras de una misma situación, ninguna es buena ni mala, sólo son.
Ojalá pronto podamos ser sacudidos en Argentina por las puestas de estas obras de Kane que nos recuerda que de noche la ausencia duerme entre los edificios.

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