Por Pablo Lettieri
Publicado en TEATRO
Corría el año mil quinientos noventa y tantos cuando, en Inglaterra, la reina aprende los pasajes de una tragedia amorosa consagrada. Las mujeres visten “a lo Julieta” y murmuran a sus amantes las palabras tomadas de la heroína de moda, mientras que los jóvenes llevan el puñal imitando el “estilo Burbage” (el más famoso actor de la época). El éxito obtenido con las representaciones de Romeo y Julieta hace crecer la reputación de William Shakespeare.
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Corría el año mil quinientos noventa y tantos cuando, en Inglaterra, la reina aprende los pasajes de una tragedia amorosa consagrada. Las mujeres visten “a lo Julieta” y murmuran a sus amantes las palabras tomadas de la heroína de moda, mientras que los jóvenes llevan el puñal imitando el “estilo Burbage” (el más famoso actor de la época). El éxito obtenido con las representaciones de Romeo y Julieta hace crecer la reputación de William Shakespeare.
Aunque no hay certezas en cuanto a fechas, se cree que por esos mismos tiempos el poeta se inspira en el inmenso escenario de horror que le proporciona la guerra de las Dos Rosas, que había enfrentado a las familias Lancaster y York durante décadas, para construir su primer gran personaje, modelado sobre la leyenda negra de Ricardo III, símbolo para siempre de la deformidad física y moral, de la maldad y la ambición de poder.
Para contar su versión del reinado de Ricardo III es sabido que tomó el argumento de las crónicas históricas de Edward Hall y Raphael Holinshed, que a su vez se basaban en la Historia del Rey Ricardo III de Thomas More, el célebre autor de La utopía, luego llamado Tomás Moro por la Iglesia Católica. Parece que More describió con tan sombríos caracteres a Ricardo para complacer a su monarca, de la dinastía Tudor. De poco le sirvió, pues el pobre More terminó decapitado por negarse a apoyar la separación de Enrique VIII de Roma. Aunque esa es otra historia.
Más allá de las fuentes, Shakespeare no se sometió a la “verdad histórica” sino que se movió con entera libertad para escribir, sumando catrástofes, personajes y situaciones, atropellando fechas y lugares. Después, los historiadores modernos trataron en vano de rehabilitar en parte la figura del monarca, probando que, aunque lejos de ser un virtuoso, Ricardo no era tan sanguinario, criminal y cruel como lo imaginó Shakespeare. No obstante, sin dudas que para la posteridad el único Ricardo será el suyo.
Ricardo III se cuenta entre los dos o tres dramas más representados de Shakespeare, ya que, salvo para el público inglés, sus dramas de corte histórico no han resultado tan atractivos en comparación a los basados en la historia romana.
Al menos en tiempos del propio Shakespeare, La tragedia del rey Ricardo III, la historia del ascenso y la caída de “esa encarnación del egoísmo y el despotismo” según Schiller, compartió con Romeo y Julieta y Hamlet la predilección de los espectadores. El mencionado Ricardo Burbage, uno de los primeros actores en representar al monarca, obtenía verdaderas ovaciones en la escena final en la que el rey grita: “¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!” Y cuenta la leyenda que, en cierta ocasión, una espectadora se prendó de él y le mandó un recado para que fuera a visitarla a su casa anunciándose como Ricardo. Shakespeare —que además de un genio para el drama no le faltaban talentos en otros terrenos— oyó la invitación. Se presentó, dio la contraseña y disfrutó de los favores de la dama en la oscuridad. Cuando acudió Burbage anunciando que Ricardo estaba en la puerta, Shakespeare replicó que “Guillermo el Conquistador ha llegado antes”.