1/6/94

El huevo de la serpiente

Por Pablo Lettieri
Publicado en EL ESPEJO

Vegetan en la marginalidad de las principales ciudades europeas. Son generalmente desempleados, y ahogan sus frustraciones atacando extranjeros y profanando tumbas. Constituyen una verdadera preocupación para los gobiernos debido a su desmedido crecimiento. Son los «cabezas rapadas», los Skinheads.

Solingen es una pequeña ciudad alemana cercana a Bonn. La mayor parte de sus 150 mil habitantes trabajan en la actividad metalúrgica, en especial en la fabricación de tijeras, famosas en todo el mundo. En las calles de esta aparentemente apacible localidad se puede leer la frase Auslander raus! (¡Fuera extranjeros!). Algo alejada del centro se encuentra la Plaza Weyersberg, donde los Skinheads se juntan para tomar cerveza y molestar a los extranjeros. Cerca de esa plaza, el año pasado cuatro «cabezas rapadas» incendiaron una casa donde murieron cinco mujeres turcas, entre ellas tres niñas, en el que se considera el peor ataque racista de la Alemania de posguerra.

El huevo de la serpiente
Los Skinheads aparecieron por primera vez en Gran Bretaña a fines de los años 60. Nacieron al grito de «Paki bashing» (algo así como «reventar a los pakistaníes»), consigna que incluía el asalto, maltrato y hasta asesinato de cualquier elemento extranjero que llegara a Inglaterra. En los setenta, sus operaciones comenzaron a declinar, pero luego encontraron contención en el partido nacionalista British Movement, en cuyas filas operaron hasta 1982, cuando esta facción desapareció.
Aunque en forma desorganizada, en los años siguientes establecieron distintos grupos, de los cuales el más importante fue Skrewdriver (Destornillador), cuyo líder, Ian Stuart Donaldson, tenía el apoyo del National Front (Frente Nacionalista), un partido de derecha radical.
A principios de los ochenta estos grupos comenzaron a emigrar hacia otros países europeos. Su estilo pseudoideológico comenzó a ganar adeptos entre los desempleados franceses primero y luego se extendieron a Alemania, Bélgica, Holanda, Escandinavia, Italia y España. Pero el mayor crecimiento tuvo lugar en Estados Unidos. Cuando llegaron hace poco más de cinco años eran sólo unos 400. En un año llegaron a 4.500 y siguen sumando miembros. Como en Europa, su accionar consiste en ataques a negros, judíos y a cualquier otra minoría racial o inmigrante.

Radiografía de un skin
Es importante tener en cuenta que los grupos ultraderechistas europeos mantienen profundas diferencias entre sí, producto de las distintas nacionalidades, ideologías y religiones de sus miembros. Pero tienen, al menos, un punto en común: el odio al extranjero.
Así, el antisemitismo de los neonazis ha derivado en xenofobia y por eso los Skinheads alemanes odian a los turcos, los franceses a los árabes, los españoles a los latinoamericanos, los austríacos a los húngaros y checos, y los rusos a los caucasianos.
Los Skinheads no suelen contar con una estructura política organizada, ya que tienden a ser nihilistas y se niegan a sumarse a algún tipo de agrupación. Son utilizados, no obstante, como punta de lanza por los grupos tradicionales de extrema derecha, que los consideran tropa fácil para acciones callejeras.
Al igual que los neonazis, los Skinheads rescatan viejos símbolos de los escombros de la primera mitad del siglo XX: cruces svásticas, uniformes alemanes, manoplas con tachas de metal, borceguíes. Desconocen el significado de estos símbolos pero no ignoran el efecto de terror que producen.
Tampoco poseen una ideología enraizada ni conciencia específica del significado de sus razonamientos filonazis. Son seres «anti»: anticapitalistas y antiliberales por ser pobres. Antisocialistas por oposición al establishment intelectual europeo. Pero su nazismo muere en la mera simbología, que reemplaza a la doctrina, y -como se ha visto- primero se ejerce la violencia y solamente después se busca la justificación ideológica.

Lo qué hay detrás
Más allá de las prácticas de violencia callejera, el extremismo de derecha y la xenofobia son consecuencia de la etapa de reconstrucción de los países capitalistas europeos, que empiezan a devolver la mano de obra del Tercer Mundo utilizada para su crecimiento hace tres décadas. Por otra parte, los gobiernos nunca hicieron una evaluación seria de las implicancias sociales de la unificación alemana tras la caída del Muro de Berlín. Y es este otro de los motivos por los cuales la simpatía hacia las acciones de estos grupos violentos creció de manera preocupante en Alemania. Un estudio realizado recientemente en ese país revela que el 35 por ciento de la población manifestó «comprender las tendencias derechistas como resultado del problema de los extranjeros».
Si los prejuicios raciales persisten a pesar de carecer de cualquier contenido lógico o racional, es porque permiten que se inculpe a un determinado grupo -los extranjeros- de los desequilibrios propios de un sistema injusto. Y porque impiden a los postergados rebelarse contra los verdaderos causantes de sus frustraciones. En resumen, el surgimiento del neonazismo contemporáneo no es otra cosa que una reacción contra el mercado mundial, disimulada bajo la máscara de la xenofobia.
Sin embargo, representa un grave riesgo minimizar estos fenómenos, por más patéticos y retrógrados que parezcan. En los años 30, quienes vieron en el nacionalsocialismo un mal menor ante el supuesto «verdadero peligro» que constituía el comunismo, se llevaron una sorpresa llamada Adolf Hitler.


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