Por Pablo Lettieri
Su verdadero nombre era Natalio Damonte Taborda,
pero el mundo lo conoció como Copi. El minúsculo apodo se lo dio su abuela,
autora en los años '20 de algunas comedias ligeras, debido a que era tan blanco
como un 'copito de nieve'. Nació en Buenos Aires en 1939 pero desde muy joven
eligió vivir en París, tal vez adivinando que no podría desplegar toda su
locura creadora entre nosotros. Y desde allí desarrolló una obra caracterizada
por la diversidad, tanto de lenguajes como de recursos y géneros: escribió
historietas, cuentos, novelas, poesía. Pero fue el teatro el que le permitió
concebir con mayor libertad una escritura poética sin complejos, con un estilo
irreverente y provocador, en el cual lo cómico y lo trágico se unen de manera
casi imperceptible. Como Pirandello, Copi veía a la vida como un gran
escenario. Y a los artistas como ratas que se alimentan de los desperdicios, de
lo que la sociedad desecha. O mejor, de lo que la sociedad esconde, oculta,
margina. Por eso fue la muerte una de sus mayores obsesiones. Y la mostró
desnuda en el escenario gracias a todo su delirio y su humor negro y burlón. Que no abandonó ni
siquiera cuando en 1987 se moría de sida en un hospital de París porque,
burlándose de su propia muerte, la llevó a escena en su obra póstuma: Una visita inoportuna. Marilú Marini y Alfredo Arias f ueron sus amigos, también
argentinos consagrados en París, quienes más dieron a conocer su obra en
Francia y quienes traen ahora a Buenos Aires La mujer sentada, una obra surgida de un personaje de historieta
aparecido en los '60 en las revistas Tía
Vicenta y Cuatro patas y que
fuera el primer contacto de Copi con el mundo intelectual argentino antes de
radicarse en París. Opinadora sin moral y poseedora de una ignorancia genial,
la mujer sentada habla sobre sexo con una violencia inusitada y puede ser
cómica, poética y hasta metafísica sin siquiera proponérselo.