Por Angel Berlanga
Publicado en PAGINA 12
“¿Qué hay de aquella consigna de Montoneros que hablaba, más o menos, de un socialismo nacional y popular?”, pregunta Rivera.No hay alegría alguna en esta nota. Ni Punto final, la última novela de Andrés Rivera, ni el diálogo con él proponen algún tipo de optimismo o esperanza. Una tenue expectativa, apenas, aparecerá cuando hable de Hugo Chávez y de Evo Morales. Ahora es el invierno de mi descontento, subraya Shakespeare en la cita inicial. “Soy un viejo, y voy a morir pronto”, dice Arturo Reedson, el alter ego de este escritor que casi al terminar, en su departamento de la calle Echeverría, a doce pisos sobre el nivel del río que se ve, desde aquí, brillante en la mañana, dirá que cada crepúsculo le es tiempo desolador.
“Creo que aquí, con su muerte, anunciada hace ya mucho, termina la saga de Arturo Reedson”, dice Rivera. “Es hora de que, en caso de seguir escribiendo, encare otro tipo de protagonista”, agrega. Punto final está habitada, como su novela anterior, Esto por ahora, por el trío siniestro de asesinos jóvenes (dos hijos de un ex policía represor y un frío proxeneta extorsionador) y por los recuerdos, las preguntas, las conclusiones de este viejo obrero textil y periodista “jubilado”. Sentimientos y sucesos centrales del pasado: luchas sindicales, lealtades inquebrantables de compañeros y también traiciones infames, amores siempre truncos, madre, padre e hijo muertos. Rivera dice, también, que este libro “es el fin de un tipo de escritura que trabajaba sobre sí misma, que volvía una y otra vez sobre un mismo punto de la vida de Arturo Reedson, con cambios sólo perceptibles para un buen lector”.
¿Se ha notado repitiéndose?
No creo. Aprendí. La escritura es un permanente aprendizaje, que nunca termina.
“Ser novelista es un oficio insalubre”, anota. ¿Por qué?
Es un oficio contradictorio. Por un lado es insalubre en sí mismo y por otro da placer. Hay quienes sostienen que sufren cuando escriben; yo no, siempre he sentido placer.
¿Por qué insalubre?
Este oficio despierta pasiones muy domésticas, pero pasiones al fin. Envidia, críticas erradas. Palmadas en la espalda que luego se convierten en chismorreo de pasillos. Uno se entera. Y eso crea climas que en mí, al menos, me provocan una distancia razonable del mundo de la cultura.
Seguirá escribiendo novelas, entonces.
No puedo asegurarlo. Estoy trabajando, ahora, simplemente, sobre un cuento. Nada más. Y sí hay un proyecto, muy vago, acerca de poner en pie una novela. Pero no estoy supeditado a escrituras apresuradas.
¿Qué cosas se murieron con Reedson?
Un mundo. Reedson es uno de los tantos protagonistas de los años ’70, que hoy vuelven a agitarse. Si lo quiere trasladar al plano político, el ex ministro Lavagna habló de setentismo y de noventismo. En los ’70 Reedson fue testigo de un entusiasmo que abarcó a sectores relativamente importantes de la juventud de ese tiempo. Para usar un término sartreano, los comprometió. No tengo que abundar sobre eso, todos sabemos qué destino tuvo ese entusiasmo febril.
Usted escribe que éste es un país que no cesa de mirar para otro lado. La frase también aparece, referida a los vecinos, cuando Reedson es atacado.
Eso sigue vigente. Y creo que no sólo es válido para este país: es un fenómeno universal. La desaparición de las solidaridades más básicas, más primarias, entre los seres humanos. Ya no hablo de clases: entre los seres humanos. Hoy los pobres enfrentan a los pobres. Y los ricos, como ha ocurrido desde antes de la instauración del sistema capitalista en el orden mundial, también. Compiten, claro. Pero a veces, y no pocas veces, apelan al asesinato. Para eliminar a un competidor, por cierto.
¿El comunismo ha fracasado como sistema?
No, lo que fracasó es un intento. Usted recuerda que la comuna de París duró 70 días. Y hubo un episodio revolucionario que también fracasó en la Rusia zarista de 1905 y que triunfó en 1917. Fracasó en Alemania. Sin embargo no se puede negar, y todas las críticas de lo que voy a decir son válidas, que la imagen de hoy de América latina es distinta a la del servilismo, cuando era manejada por regímenes autocráticos, hayan sido militares o no, en los años ’70, ’80.
Está entusiasmado con...
No, como muchos habitantes de este continente, estoy expectante.
Expectante, entonces, con los gobiernos de Hugo Chávez y Evo Morales.
Exacto. Y el triunfo de Bachelet... Del uso del voto, que la burguesía tuvo que conceder, se dice que es un triunfo democrático; bueno, aceptemos el término. Eso ha puesto en escena a estos dos protagonistas. Ahora bien, nadie debería olvidar que los intereses profundos de las clases dominantes no han sido tocados. Ni en la Venezuela de Chávez, ni todavía en la Bolivia de Morales. Y si Chávez, que es lo más avanzado que hay si excluimos a la Cuba de Fidel Castro, intentara tocar esos intereses, va a encontrar violencia. No hay cambios de sistema realizados pacíficamente.
Al leer algunas de las historias del libro vinculadas a traiciones varias de militantes y dirigentes, uno puede preguntarse si la solidaridad y las pretensiones de igualdad que plantea el comunismo son compatibles con la naturaleza del hombre.
Bueno, ahí nos vamos a adentrar en un tema filosófico. Preguntarnos acerca de esa perversión oculta que guarda cada ser humano y que ciertas circunstancias ponen al descubierto. Una revolución triunfante las aloja en un cono de sombra. Un mundo como el que conocemos las pone a la luz.
¿Y eso que subyace en el cono de sombra no atenta contra la naturaleza del sistema?
Si una revolución triunfante persiste en sus trabajos hay que suponer, solo suponer, que esa perversión pueda desaparecer.
¿Su militancia fue un evangelismo barato e inofensivo, como dice Reedson?
Claro, yo fui un militante activo durante 25 años. Después fui testigo de algunos intentos que tuvieron como centro a la ciudad de Córdoba, llevados adelante por obreros industriales y universitarios. Fracasaron. Fueron derrotados, más que fracasaron. Qué más puedo decirle.
No sé. Sí parece muy desalentador.
¿Usted lo cree? Yo no soy un optimista por vocación. Trato de leer la realidad. Si piensa en ese espléndido panfleto que fue el manifiesto comunista de Marx y Engels, leído hoy, y hoy se lo lee en las universidades argentinas, tan poco peligroso es, no va a encontrar una línea que exalte optimismo.
¿Por qué evoca a José Luis Mangieri, Agustín Tosco y Pirí Lugones?
Tosco tuvo una impronta nacional siendo apenas el secretario de Luz y Fuerza de Córdoba. Y Mangieri está cerca del mito; ha persistido con La rosa blindada y cuando la tuvo que cerrar fundó Tierra firme, por donde pasó lo mejor de la poesía argentina. Creo que sólo hay un ejemplo que lo supera: el de Boris Spivacow. En cuanto a Pirí Lugones, un personaje singular que aparece fugazmente, yo le escuché decir que era nieta de un poeta e hija de un torturador. No debe haber sido fácil esa afirmación. Y ella, que era una mujer culta y hermosa, se comprometió con los Montoneros. No fue la única. Y ahora es fácil decir que se equivocó de rumbo. Los 30.000 desaparecidos no eran montoneros, ellos no se equivocaron de rumbo, tenían destinos no prefijados. Y los que sobrevivieron al genocidio de los Videla y los Galtieri ocupan hoy cargos administrativos en el gobierno de Néstor Kirchner. Y no creo que aspiren a mucho más.
¿Por qué cree eso?
¿A qué cree que pueden aspirar? A algunas reformas, a algunos actos que nadie puede dejar de aplaudir, y qué más. ¿Qué hay de aquella consigna de Montoneros que hablaba, más o menos, de un socialismo nacional y popular? Hoy cualquier secretario de tercera categoría recibe un salario mensual de 6000 pesos. Preguntémonos cuánto gana un obrero calificado. Con lo que digo no estoy afirmando que los sobornaron, quiero que esto quede bien claro. Sólo digo que reciben un pago por una aquiescencia voluntaria al actual sistema.
Un argumento esgrimible de parte de estos sectores reformistas apunta a la apuesta por un cambio progresivo, no tan radical.
Yo creo que hay razones para que nos digamos, y algunos lo hacen, que aquí, en toda América latina, sonó hace rato la hora del cambio. Pero el cambio necesita actores. Y no parece que quienes dominan el mundo político se propongan cambiar el espectro social y económico que impera hoy en el país.
Y ahora Rivera vuelve a Punto final, a su intento de tono distante para referirse a su madre y a su padre y a su compañera, a su reconocimiento de que tal vez eso no le haya salido del todo; entre la amargura y la violencia y la decepción pueden entreverse, en pinceladas muy sutiles, los afectos. “¿Sabemos por qué Beckett se internó voluntariamente en un geriátrico?”, pregunta Rivera. “¿Qué fue eso, un acto de amargura, de decepción ante el mundo? ¿Fue eso mismo que Borges no muriera en el país que siempre quiso?”
¿A qué le tiene miedo?
Es una buena pregunta. A ciertas horas del día. Despierto temprano; hoy, por ejemplo, a las seis de la mañana. Duermo bien. Pero entre cinco y siete y media de la tarde es como un largo momento de desolación. Ahí aparecen todos los fantasmas. Hasta que me voy a dormir. Se diluye, me entretengo con algunas lecturas, unas buenas y otras no. Hago mis compras. Camino por las calles. Nada ha cambiado. No hago balances. Pero sí tengo la certidumbre, que se acentúa en esas horas, cuando el día finaliza, de que estoy cerca del final. Y por favor, que se entienda bien esto que digo, no tiene, o yo pretendo que no tenga, ninguna carga de patetismo. Es una certidumbre.