Entrevista con Javier Marías
Por Silvia Pisani
Publicado por ADN CULTURA (La Nación)
Se lo considera una de las plumas de la España de este momento. Pero lo más llamativo de hablar con el escritor Javier Marías es que la experiencia resulta algo así como "escuchar" el diccionario perfecto de la Real Academia Española: no hay en su discurso una sola muletilla, una vacilación, una frase hecha.
Lo que piensa, reflexiona y –finalmente- contesta sale limpio como un chorro de agua fresca. Sin correcciones, como un texto listo para imprimir.
El otro dato viene del costado psicoanalítico. Hijo del gran pensador Julián Marías, Javier –nacido en 1951 y escritor desde su adolescencia- habla sin conflicto de esa figura entrañable, en la que se inspiró para uno de los personajes de la ambiciosa novela que acaba de terminar.
"Terminarla fue un alivio pero, también, una pena. Sentí que mi padre ahora sí se había muerto, tanto en la vida real como en la ficción. Y lo añoré", confesó Marías a LA NACION.
La novela se llama Verano, sombra y adiós y es, en realidad, la última parte, la última entrega, de su trilogía Tu rostro, mañana , una dolorosa ficción que llega a parecerse a la realidad en la que –dice- "hablo de todo, de todo lo que tiene que ver con lo humano. Es mi mejor novela, la más ambiciosa", asegura, mientras fuma cigarrillos rubios.
La charla es donde siempre, en el hotel Palace, uno de los más señoriales de Madrid. Marías llega, como siempre, vestido de oscuro. Y, en la solapa, donde otros llevan el escudo de su club de fútbol o de su cantante favorito, él lleva un prendedor con el rostro de Shakespeare. No usa computadora, no tiene teléfono móvil –"¿Para qué? ¿Para que me molesten?", dice- y, zurdo, prefiere escribir sobre papel, sobre el que enroscar la mano como una viborita, tal como ocurre a muchos con esa condición. Y, a la hora de elegir una escritora mujer de estos días, sólo es capaz de entusiasmarse con Alice Monroe. Lo demás, al parecer, le cuesta bastante.
De lo que si parece estar seguro es de que, al menos por un tiempo, se despide de la novela. "Después de 1600 páginas, no me siento capaz de otra", confesó.
¿Terminar la trilogía ha sido un alivio o una tristeza?
Fue una mezcla: alivio, contento y pena. El alivio de terminar algo que, por momentos, me parecía imposible. Y pena porque el mundo de ficción en el que viví durante tantos años se termina. Da lástima decir adiós.
¿Se despide de eso o se despide de la novela?
Es una posibilidad. La verdad es que, al menos ahora, no me veo creando otro mundo distinto. Es más una sensación que una decisión tomada. Por ahora, pienso volcarme a los cuentos, que es un género que me gusta mucho y que, a diferencia de la novela, se traslada inmediatamente al papel.
¿Sigue sin usar computadora?
Todo el mundo dice que son muy útiles. Y, en esta novela de 1600 páginas, en cuya escritura la memoria me falló muchas veces, hubiese sido de gran ayuda. No está mi memoria acostumbrada a abarcar tantas páginas. Pero estoy acostumbrado a escribir en papel y me gusta hacerlo. Y…¡ tampoco voy tan lento!
Pero, sí usa computadora para otras cosas, ¿no?
No. No tengo.
¿Es una posición ante la vida?
No se. Tampoco tengo móvil. ¿Para qué? ¿Para que me molesten? No es que este en contra de las cosas nuevas. ¡Tengo DVD!
Pero… ¿no tiene un correo electrónico?
No. Por lo que oigo hablar a la gente, la rapidez es tan tentadora que el correo se multiplica la correspondencia que llega. Y tampoco quiero más correspondencia. Ni que me controlen con un móvil.
Dice que ésta es su mejor novela. ¿Por qué?
Es la más ambiciosa de todas. La más extensa.
¿Es la extensión un valor en si mismo?
No, claro. Pero sí es la más ambiciosa literariamente. Aspira a hablar de "todo". Es una novela muy larga: habla de la guerra y de la paz, del miedo, de la violencia, del amor, de la memoria y del olvido. De la conveniencia de contar y de callar. De la disyuntiva, de la traición, de la confianza, de la dificultad para, como dice el título, conocer tu rostro mañana. O el mío.
Uno de los personajes, el padre del relator, está inspirado en su padre, don Julián Marías. ¿Cómo fue esa experiencia de contar a su padre?
Lo primero, es que el padre del narrador tiene más que ver con mi padre que el narrador conmigo. También hay otro personaje que tomé prestado del hispanista Sir Peter Russell. A ambos les pedí permiso y decidí publicar el libro por partes para que ellos pudieran verlo.
Ambos murieron mientras Usted escribía este volumen, el tercero y final. ¿Cómo fue esa experiencia?
Me supuso una relación distinta con ellos. Fue como mantenerlos vivos en la ficción y, al terminarlo, dije ahora sí han muerto de verdad.
¿El tópico hablaría de liberación?
De ninguna manera es el caso. La novela terminó y terminó. Tampoco iba a prolongarla para no despedirme de ellos. Jamás pensé en liberarme. Son dos personajes muy queridos para mí. Me dio pena despedirme de ellos por segunda vez: primero, cuando murieron y ahora, cuando terminé la novela.
El narrador del libro dice que España está envilecida. ¿Coincide con eso?
Con eso, sí. No me gusta mucho como está la sociedad española y menos la política española. Hay demasiada corrupción, por un lado y, del otro, una sociedad a la que no parece importarle. Hay una tontuna generalizada.
En el primer párrafo de "Verano, sombra y adiós", uno de los personajes, Betrand Tupra, afirma: "Uno no lo desea pero prefiere siempre que muera el que está al lado: el compañero, el hermano, el padre o, incluso, el hijo, aunque sea un niño" ¿Usted suscribe eso?
Yo no. Pero mi amigo Arturo Pérez Reverte, sí.
¡Ah! ¿Y cómo es eso?
Yo no se. En parte debe ser así, las más de las veces; pero, quizá. No tanto. Tengo la idea de que morirse no es muy grave.
Hasta que le pasa a uno.
A eso me refiero: no es muy grave.
¿Cree en una vida después de la muerte?
No.
¿Y no le da miedo morir?
Todo el mundo le teme un poco, no tanto a la muerte sino a la manera. Sí suscribiría que la vida es sagrada. Pero, tradicionalmente, a lo largo de la historia, la sociedad estaba más hecha, más abierta a la posibilidad de morirse. Ahora, sin embargo, parece un gran drama, como si no se contara con ello. Ahora hay tal pánico que se intenta negarla, ocultarla. O se la convierte en un espectáculo.
¿Y lo de Pérez Reverte?
Le mostré el manuscrito. Y cuando leyó ese primer párrafo me dijo "eso es así, esto está muy bien". No quiero decir yo – ¡pobre Arturo- que él sea así, sino que a él le pareció que esto era así. Pero, volviendo al tema, me parece que se perdió la entereza, la capacidad de encaje frente a la muerte. Y, después de todo, pasar a ser pasado, tal vez no sea tan grave.