Por Rodrigo Fresán
Publicado en PÁGINA 12
UNO
Un hombre solo es, a veces, un solo hombre. Un hombre único.
Alguien que se ha ganado con esfuerzo la admirada o temida soledad de empezar y
terminar en sí mismo. No es fácil, tiene sus riesgos, a mucha gente le molesta
mucho, pero muy de tanto en tanto la cosa sale bien.
Escribo esto –y lo escribo rápido, casi en piloto
automático, en trance; en realidad lo escribí hace unos meses, en enero creo–
recién llegado de ver Inland Empire, la nueva ¿película? de David Lynch.
Tres horas que se pasan como cinco minutos o se arrastran
como una eternidad según el humor en que uno de encuentre. Y el humor de uno
cambia varias, demasiadas, veces mientras se contempla Inland Empire. Y,
después, Inland Empire deja un regusto de temor irracional y así uno vuelve
casi corriendo a casa con los ojos casi cerrados y un poco rotos por la
sobreexposición a tanto video digital de bajísima resolución cortesía de una
manuable cámara Sony PD-150 igual a la que cualquiera utiliza para registrar
esos bautismos y bodas y funerales y postales turísticas de Maradona en
Colombia, donde todos cantan aullando como si se hubieran perdido o encontrado
en una escena de Inland Empire.
Y uno escribe rápido ideas lentas porque teme, con razón,
que el efecto de Inland Empire sea similar al de un sueño que se vaya
disolviendo en la memoria como un Alka-Seltzer y que al final deje un murmullo
de burbujas que no se entiende del todo cómo es que llegaron allí.
Decir que Inland Empire no se parece a nada sería fácil
porque Inland Empire se parece mucho a uno de esos films de David Lynch que no
se parecen a ningún film que no sea de David Lynch. Pero también puede
afirmarse sin dudarlo –y no es una redundancia– que Inland Empire es el film
más David Lynch de David Lynch. Es decir: han sido advertidos y abandonad toda
esperanza quienes entren en él. Inland Empire es, también, la hermana siamesa y
deforme de la –ahora lo/la comprendemos– mucho más normalita Mulholland Drive
pero, como ésta, una nueva pero mucho más bizarra aproximación al concepto de
cine-dentro-de-cine. Y si Mulholland Drive podía ser decodificada como las
alucinaciones paradisíacas y el infierno terreno de una rubia llegada a
Hollywood en busca del estrellato (Naomi Watts) para acabar estrellándose,
entonces Inland Empire tal vez, quizá, quién sabe, puede entenderse como su
contracara y negativo: otra rubia, Laura Dern (actuación que quita el aliento o
devuelve alaridos, según lo que prefieran, y en la que, por supuesto, llora
como sólo ella sabe llorar: Laura Dern es al llanto lo que David Lynch es al
cine) es aquí una actriz reconocida que se arriesga a filmar una nueva versión
de un viejo film maldito e inconcluso que, en esta nueva encarnación, parece
algo así como una pesadilla de Douglas Sirk. Y, por supuesto, algo pasa. Y, ah,
en la televisión pasan un programa con unos conejos parlantes con cuerpo de
hombre y risas grabadas al fondo. Y de golpe estamos en algún sitio de Europa
Central y sin aviso unas prostitutas comienzan a danzar. Y una mendiga oriental
no para de hablar de un mono en Pomona y...
DOS
...hasta ahora había muchos libros sobre David Lynch y
ensayos antológicos sobre David Lynch (firmados por gente como David Foster Wallace
y Slavoj Zizek) y recopilaciones de entrevistas a David Lynch (Lynch on Lynch)
y la muy útil guía The Complete David Lynch, de David Hughes. Pero faltaba un
libro sobre David Lynch por David Lynch y aquí llega el indispensable Catching
the Big Fish: Meditation, Consciousness, and Creativity (que publicará
Mondadori en el 2008) donde El Mismísimo revela (a su manera, claro) las claves
de su creatividad y el modo en que funciona su muy particular mente. En lo que
hace a Inland Empire, Lynch explica que todo surgió de un monólogo de catorce
páginas a pedido de Laura Dern para ver qué pasaba. Y algo pasó. Y esta especie
de manual de autoayuda que sólo le funciona a él pero que fascinará tanto a sus
seguidores –dedicado a “Su Santidad Maharishi Mahesh Yoghi”– arranca con un
“Las ideas son como peces” y sale de pesca confesando, otra vez, a su manera,
cómo y por qué y dónde pescó David Lynch y cuál fue la caña y carnada
utilizadas para hacerles morder el anzuelo a las ideas que originaron cada uno
de sus proyectos. La palabra con la que Lynch cierra su libro es “Paz” y,
claro, uno se pregunta qué será la paz para este solitario rey pescador.
TRES
Y cabe la posibilidad –al menos así era hasta hace poco– de
preguntárselo en su site. Preguntarle lo que uno quiera y tal vez responde y yo
el otro día estuve tentado de preguntarle si no le parecía que Wes Anderson
–otro solitario, acaso la contraparte angelical de Lynch– era el candidato
ideal para filmar el On the Road de Jack Kerouac con Ben Stiller como Paradise/Kerouac
y Owen Wilson como Cassady/Moriarty Y hay tantas cosas ahí... Episodios de
proyectos televisivos de Mr. Lynch, series como Rabbits (los conejitos de
Inland Empire) creadas para ver on-line, galería de arte, y acaso lo más
interesante de todo: el apartado Interesting Questions donde es nuestro maestro
de ceremonias quien deja de tanto en tanto caer preguntas para ser respondidas
por la concurrencia. Ejemplo: “¿Si dos casitas para perros se incendian y sus
respectivos perros se mueren, ¿debería uno prenderle fuego a una tercera
casita?” Mientras se lo piensan –más información en http://www.davidlynch.com–
tómense un café. Un café marca David Lynch. Orgánico, por supuesto. Y después
métanse en el cine más cercano para que así Inland Empire se meta dentro de
ustedes. Y ya no salga.
CUATRO
Porque, sí, desde su site David Lynch te vende su propia
marca de café (la droga del pescador, en su libro el director dice que no se
droga porque “las drogas dañan el sistema nervioso” y porque “existen
experiencias más profundas y naturales disponibles”) con el slogan “Todo está
en los granos, y yo estoy lleno de granos”. Y, para ir cerrando todo esto, una
advertencia que, seguro, ya conocen. David Lynch es cafeína pura. David Lynch
excita. David Lynch crea adicción. Pero también es cierto que David Lynch hay
uno solo y que su influencia –como ocurre con el influjo de muchos de los muy
pocos verdaderamente grandes– suele resultar incómoda cuando no funesta y
generar productos más bien descafeinados. Por ejemplo: Alias ha sabido ser
davidlynchiana sin caer en el absurdo. Millennium supo sacar provecho a sus
enseñanzas mientras que X-Files reprobó el último examen. Carnivale (que le
robó hasta a su enano) resultó una tontería y Donnie Darko una sorpresa. Lost,
mientras tanto, ya no sabe cómo salir de ese ridículo laberinto para poder
encontrarse a sí misma.
Y es que resulta arriesgado intentar caminar junto a su
fuego. Así que, mejor, ya saben, recuerden Twin Peaks: café y donuts y dejar
que David Lynch –definido justicieramente por Mel Brooks como “un James Stewart
venido de Marte”– siga haciendo de las suyas.
Esas cosas únicas que él hace.
Solo y a solas.
Pescando.