30/7/09
26/7/09
Hilando fino
Por Horacio Verbitsky
Publicado en PAGINA 12
Por dos resoluciones del ministro de Justicia y Seguridad Guillermo Montenegro, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires adquirió uniformes para sus fuerzas de seguridad a dos empresas de los hermanos Alicia y Alberto Kanoore Edul. Montenegro es el principal sostenedor del comisario Jorge “Fino” Palacios como jefe de la policía metropolitana, a pesar de los reclamos de familiares de las víctimas del atentado a la asociación mutual judía de Buenos Aires y de organismos defensores de los derechos humanos. Palacios trabajó junto con Montenegro en algunas partes de la investigación por la voladura del edificio de la DAIA y la AMIA de la calle Pasteur al 600, en julio de 1994, que fueron señaladas como irregulares por la Corte Suprema de Justicia, como el maltrato y la coacción a algunos testigos y sus filmaciones clandestinas. Palacios estaba a cargo de la Unidad Antiterrorista de la Policía Federal y Montenegro era fiscal. Los Kanoore Edul son empresarios textiles y las contrataciones de Montenegro se realizaron sin seguir los procedimientos legales. ¿Para cuándo el regreso de Carlos, Munir, Emir y Amira?
TELEFONOS
En la causa AMIA el fiscal Alberto Nisman solicitó que Palacios fuera procesado por encubrimiento dado que los policías a sus órdenes que debían allanar el domicilio de Kanoore Edul se estacionaron allí a las 8 de la mañana, tres horas después hubo dos llamadas de un teléfono de Palacios a dos de Kanoore Edul y el allanamiento recién se inició después de las cinco de la tarde. Luego de esos llamados, las escuchas judiciales mostraron que los ocupantes de la casa sabían que se preparaba el allanamiento y que recurrieron al gobierno del entonces presidente Carlos Menem para impedirlo. Palacios dijo que el llamado de un oficial de su unidad sólo buscaba confirmar que Kanoore estuviera en la casa. También se lo acusa por la desaparición de 66 casetes y sus transcripciones, entre ellos los que corresponden a las escuchas a Kanoore Edul. El abuelo de Kanoore Edul es originario del mismo pueblo sirio de los padres del ex presidente Carlos Menem. En cuanto se produjo el atentado fueron objeto de investigación, pero según el fiscal Nisman todo se detuvo cuando el hermano presidencial Munir Menem solicitó que no fueran molestados. La fuente de esa información es un ex colaborador del destituido juez Juan José Galeano. Carlos Menem negó esa intervención al ser indagado por el juez Ariel Lijo este año. Esta es la denominada “pista siria” de la investigación, aunque tanto Alberto como Alicia son argentinos nativos de segunda generación. De acuerdo con Lijo, esa línea se abandonó a partir del 1 de agosto de 1994, cuando el padre de Kanoore Edul visitó la casa de gobierno.
LOS UNIFORMES
El Boletín Oficial Nº 2955 incluye la resolución 352 sobre compra de uniformes para el personal del Cuerpo de Agentes de Control de Tránsito y Transporte, firmada por Montenegro el 30 de abril de 2008. Invocando el carácter de imprescindible y urgente de esa adquisición, el ministro dispuso omitir los procedimientos vigentes en materia de compras y contrataciones del Estado. Así dispuso en forma directa la compra de uniformes por 97.104 pesos a Texticorp, empresa en la que figura como titular Alicia Z. K. Edul. Al mes siguiente, la resolución 432, del 30 de mayo de 2008, le adjudicó otros 800 sweaters por 61.600 pesos, ya que otra empresa que había cotizado mejor precio que Texticorp informó que no podía proveer la mercadería. La K de Alicia Edul corresponde al apellido Kanoore, que con suma prudencia fue omitido en la resolución ministerial. Alicia es una de las hermanas de Alberto Jacinto Kanoore Edul. Pocos días antes Nisman había pedido la detención de Carlos y Munir Menem, de los ex jefes de la SIDE, Hugo Anzorreguy y Juan Carlos Anchezar, del ex juez Galeano y de Palacios por obstaculizar la investigación sobre Kanoore Edul. El Boletín Oficial 3092, del 9 de enero de este año, incluye la Resolución 1039, del 20 de noviembre de 2008, sobre la adquisición de uniformes para el personal de las direcciones generales de Guardia de Auxilio y Emergencias, de Logística y Defensa Civil y del Cuerpo de Agentes de Control de Tránsito y Transporte. En este caso se adjudicó la contratación por 417.754,95 pesos a la firma Kanoore Edul Alberto. Más de medio millón de pesos por contratación directa y en un caso ocultando el apellido.
LA DEFENSA
Hace cinco años, en un extenso trabajo de impugnación a los cargos contra Kanoore Edul, Alejandro Olmos Gaona, hijo del fallecido Alejandro Olmos, el militante nacionalista que denunció la ilegalidad de la deuda externa, recapituló los datos en contra del comerciante, porque los hijos de ambos fueron compañeros en el Colegio del Salvador. Salvo paréntesis, aquí se sigue su relato. Los domicilios de Kanoore Edul en la calle Constitución 2745, 2633 y 2695 fueron allanados el 31 de julio de 1994 por el Departamento Protección del Orden Constitucional, que también detuvo a Alberto. El procedimiento fue ordenado porque desde un teléfono celular de la firma Aliantex SRL, con domicilio legal en Constitución 2695 y cuyo socio gerente era Kanoore, se hizo un llamado a Carlos Telleldin. Además Aliantex estaba a 70 metros del terreno de la calle Constitución 2657, en el cual la empresa Volquetes Santa Rita dejó un contenedor similar al que acababa de descargar en la sede de la AMIA, momentos antes de la explosión. En la agenda telefónica secuestrada en el allanamiento figuraba la anotación “Youseff Surami-Mezquita/Rabbani”. En su declaración indagatoria del 16 de febrero de 2000, Kanoore Edul dijo que no conocía al diplomático iraní Rabbani ni había estado nunca en la mezquita de la calle San Nicolás. También negó toda vinculación con la empresa de volquetes. Tres funcionarios municipales declararon que ellos habían pedido el servicio de volquetes para la limpieza de ese terreno. Kanoore Edul reconoció que había efectuado numerosas llamadas, una de ellas al domicilio de Telleldin, porque estaba buscando una camioneta Trafic para su empresa y había visto una en oferta en el diario Clarín. Pero negó conocer a Telleldin y haber visitado su domicilio. (Antes había declarado que la llamada la hizo su chofer, quien citado por la justicia lo negó y demostró que la comunicación se produjo un día feriado en el que no trabajó.)
NADA POR AQUI
De acuerdo con el relato de Olmos Gaona, Palacios informó al juez que según el sistema Fulcrund Find “del entrecruzamiento de los abonados Alberto J. Kanoore Edul, con Carlos A. Telleldin y Eduardo Telleldin, no surgía la existencia de ningún otro llamado, a excepción del registrado el día 10 de julio”. Palacios tampoco encontró nada llamativo en las conversaciones telefónicas de Kanoore con su primo, el policía bonaerense Víctor Chabán. Galeano volvió a indagar a Kanoore como imputado pero le dictó la falta de mérito, confirmada por la Cámara Federal. Olmos Gaona dice que el padre de Kanoore contribuyó para comprar el departamento que Menem ocupaba en la calle Cochabamba, como pied à terre en Buenos Aires cuando era gobernador de La Rioja, que la familia fue a saludarlo cuando asumió la presidencia y que le pidieron que agilizara un crédito que habían solicitado en el Banco Nación. Pero atribuye la sospecha de encubrimiento por parte de Menem a las afirmaciones de un arrepentido de la inteligencia iraní, cuya seriedad pone en duda. Añade que a raíz de la publicidad negativa recibida los Kanoore quebraron y perdieron todos sus bienes, lo cual sería prueba de su falta de vinculación con millonarios grupos fundamentalistas. También consigna que Alicia Kanoore Edul está casada con un primo de Monzer Al Kassar (hoy condenado a 30 años de cárcel en Estados Unidos por conspirar para matar a ciudadanos y militares estadounidenses) pero afirma que sólo hubo un contacto fugaz entre ambos. (Otro primo de Al Kassar, Mnawar Tarbuch, se casó con la prima de Menem, Amira Akil). La conclusión de Olmos Gaona es que el estallido se produjo por explosivos colocados dentro del edificio y que pudo ser parte de la misma lucha interna entre facciones israelíes que condujo al asesinato del ex premier Yitzhak Rabin. La misma línea de defensa-acusación sigue el abogado de Kanoore Edul en la causa, Juan Gabriel Labaké. El trabajo de Olmos Gaona es especialmente crítico con el responsable de contrainteligencia de la SIDE, Jaime Stiuso, a quien atribuye haber instalado la pista siria en torno de Kanoore Edul, sin elementos consistentes. Ese es también el argumento que esgrime en su defensa el comisario Palacios, cuya unidad antiterrorista compitió con el sector de la SIDE que conducía Stiusso, como se hizo evidente durante el juicio oral del Tribunal Federal 5.
OSCUROS INTERESES
Alejandro Rúa tuvo a su cargo la oficina del ministerio de Justicia que revisó en forma crítica el expediente de la causa AMIA. A su juicio, tanto Palacios como el ministro Montenegro tuvieron su parte en las irregularidades para “satisfacer oscuros intereses de gobernantes inescrupulosos”, lo cual condujo a la confirmada nulidad de lo actuado. La Corte Suprema dijo que el juicio oral y público dejó en evidencia que los funcionarios policiales comandados por Palacios actuaron contra “las mínimas exigencias de seriedad que la actividad les impone guardar como representantes del Estado a cargo de la investigación de tan graves hechos”. Según el fallo del tribunal oral confirmado por la Cámara de Casación y por la Corte Suprema, el trato a los testigos contravino las disposiciones legales, mediante “el allanamiento de sus viviendas, detenciones y comparecencia esposados a la sede del juzgado”, luego de pasar por la Unidad Antiterrorista de Palacios.
Una mujer contó que la sacaron de su casa y la llevaron a declarar “como si yo fuera una presidiario”. Le tomaron las huellas digitales y le leyeron los derechos de los imputados, pese a que sólo era testigo, y luego de un largo aislamiento la llevaron a presencia de Palacios, quien la intimidó. Le dijo “depende de usted irse o quedarse, según lo que usted diga”. La mujer insistió en que no sabía nada y Palacios la derivó a dos oficiales interrogadores, antes de llevarla al juzgado, previo paso por un médico forense, completamente desnuda. “Me dieron trato de preso. Subo por las escaleritas esposada”. También le sacaron los cordones y aritos. “Yo no entendía por qué y me decían que era porque me podía ahorcar.” Todo eso “me llamó la atención” y “no me sentí como una testigo, porque creo que los testigos no van esposados a declarar”. Otra persona contó en el juicio oral que un testigo analfabeto “volvió aterrado” del juzgado de Galeano. Para intimidarlo, antes de declarar le dijeron que lo enviarían a la cárcel de Olmos. También le pegaron: “quise agarrar el sanguche y me pegaron un cachetazo”.
EL GULAG
Para la Corte Suprema esas vejaciones sufridas por meros testigos pusieron en evidencia “el empleo abusivo de las herramientas que la ley establece para investigar delitos”, y que las escenas reseñadas “recuerdan a las vívidamente relatadas por Alexander Solzhenitsyn en su libro El Archipiélago de Gulag”. A ello se suma, concluye la sentencia, “la intimidación del comisario Palacios antes de su declaración”. La sentencia también menciona la “actividad indebida” de Palacios al interrogar a uno de los policías bonaerenses detenidos. Para la Cámara de Casación “el fin no puede justificar los medios empleados para llegar a un resultado en una investigación, por más dificultosa que ésta se presente”. Pese a ello, Guillermo Montenegro sostuvo en la legislatura porteña que Palacios era “el mejor jefe de Policía que puede tener la ciudad”. También reconoció su amistad con el ex fiscal José Barbaccia, quien está procesado por las irregularidades que llevaron a la nulidad del caso AMIA. Podría haberlo estado el propio Montenegro quien, en cambio, fue promovido a juez federal, cargo del que pidió licencia para asumir como ministro de Maurizio Macri. Rúa menciona el tramo de la sentencia del tribunal oral sobre el caso de Miriam Salinas, a quien Galeano amenazó con “graves imputaciones, incluso la participación por el atentado, para obtener declaraciones testimoniales incriminantes hacia otros encausados”. Luego de intimidarla, Galeano le propuso una “espuria negociación”: la desvincularía del proceso si incriminaba a otra persona. En otros casos, “la moneda de cambio ofrecida por el juez consistió en omitir, mediante el ocultamiento de pruebas de cargo que comprometían a quien negociaba, alguna evidente imputación”, y que “en todos los casos el magistrado instructor otorgaba, a quien aceptara ese oscuro pacto, la reserva de su identidad en la declaración que luego se utilizaría como prueba de cargo. De esta forma se excluía, fácilmente, el eventual contralor de las partes”.
SONRIA
La Cámara de Apelaciones confirmó el procesamiento de Galeano, de Barbaccia y del también ex fiscal Eamon Mullen al acreditar “objetivamente la existencia de una clara presión” sobre Salinas, que en una semana pasó de imputada sobreseída a “testigo de identidad protegida en el mismo caso”. El tribunal afirmó que la mujer “fue coaccionada por Galeano” para que declarara como él quería. Estuvo tres días detenida, pero no en una unidad penitenciaria o de detención “sino sobre un colchón en el piso de la oficina judicial”. A la mañana declaró ante Barbaccia. El tribunal del juicio consignó que “las irregularidades evidenciadas no deben ser exclusivamente atribuidas al magistrado instructor y a los funcionarios intervinientes”, y que “la declaración de Miriam Salinas se recepcionó y filmó en la fiscalía del doctor Montenegro”, donde se encontraba instalado uno de los equipos permanentes de la SIDE para las filmaciones clandestinas. El 23 de octubre de 2008, Lijo careó a Galeano con su ex prosecretario Claudio Lifschitz. Acerca de las filmaciones que utilizaban para extorsionar, Galeano intentó rebatir que en su despacho hubiera una cámara fija. Lifschitz replicó que “las cámaras que estaban instaladas en la fiscalía del doctor Montenegro eran fijas” (foja 13.798 del expediente), es decir que no fueron colocadas para la ocasión. La Ciudad de Buenos Aires ya sabe lo que le espera con tal ministro y cual jefe de policía.
Publicado en PAGINA 12
Por dos resoluciones del ministro de Justicia y Seguridad Guillermo Montenegro, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires adquirió uniformes para sus fuerzas de seguridad a dos empresas de los hermanos Alicia y Alberto Kanoore Edul. Montenegro es el principal sostenedor del comisario Jorge “Fino” Palacios como jefe de la policía metropolitana, a pesar de los reclamos de familiares de las víctimas del atentado a la asociación mutual judía de Buenos Aires y de organismos defensores de los derechos humanos. Palacios trabajó junto con Montenegro en algunas partes de la investigación por la voladura del edificio de la DAIA y la AMIA de la calle Pasteur al 600, en julio de 1994, que fueron señaladas como irregulares por la Corte Suprema de Justicia, como el maltrato y la coacción a algunos testigos y sus filmaciones clandestinas. Palacios estaba a cargo de la Unidad Antiterrorista de la Policía Federal y Montenegro era fiscal. Los Kanoore Edul son empresarios textiles y las contrataciones de Montenegro se realizaron sin seguir los procedimientos legales. ¿Para cuándo el regreso de Carlos, Munir, Emir y Amira?
TELEFONOS
En la causa AMIA el fiscal Alberto Nisman solicitó que Palacios fuera procesado por encubrimiento dado que los policías a sus órdenes que debían allanar el domicilio de Kanoore Edul se estacionaron allí a las 8 de la mañana, tres horas después hubo dos llamadas de un teléfono de Palacios a dos de Kanoore Edul y el allanamiento recién se inició después de las cinco de la tarde. Luego de esos llamados, las escuchas judiciales mostraron que los ocupantes de la casa sabían que se preparaba el allanamiento y que recurrieron al gobierno del entonces presidente Carlos Menem para impedirlo. Palacios dijo que el llamado de un oficial de su unidad sólo buscaba confirmar que Kanoore estuviera en la casa. También se lo acusa por la desaparición de 66 casetes y sus transcripciones, entre ellos los que corresponden a las escuchas a Kanoore Edul. El abuelo de Kanoore Edul es originario del mismo pueblo sirio de los padres del ex presidente Carlos Menem. En cuanto se produjo el atentado fueron objeto de investigación, pero según el fiscal Nisman todo se detuvo cuando el hermano presidencial Munir Menem solicitó que no fueran molestados. La fuente de esa información es un ex colaborador del destituido juez Juan José Galeano. Carlos Menem negó esa intervención al ser indagado por el juez Ariel Lijo este año. Esta es la denominada “pista siria” de la investigación, aunque tanto Alberto como Alicia son argentinos nativos de segunda generación. De acuerdo con Lijo, esa línea se abandonó a partir del 1 de agosto de 1994, cuando el padre de Kanoore Edul visitó la casa de gobierno.
LOS UNIFORMES
El Boletín Oficial Nº 2955 incluye la resolución 352 sobre compra de uniformes para el personal del Cuerpo de Agentes de Control de Tránsito y Transporte, firmada por Montenegro el 30 de abril de 2008. Invocando el carácter de imprescindible y urgente de esa adquisición, el ministro dispuso omitir los procedimientos vigentes en materia de compras y contrataciones del Estado. Así dispuso en forma directa la compra de uniformes por 97.104 pesos a Texticorp, empresa en la que figura como titular Alicia Z. K. Edul. Al mes siguiente, la resolución 432, del 30 de mayo de 2008, le adjudicó otros 800 sweaters por 61.600 pesos, ya que otra empresa que había cotizado mejor precio que Texticorp informó que no podía proveer la mercadería. La K de Alicia Edul corresponde al apellido Kanoore, que con suma prudencia fue omitido en la resolución ministerial. Alicia es una de las hermanas de Alberto Jacinto Kanoore Edul. Pocos días antes Nisman había pedido la detención de Carlos y Munir Menem, de los ex jefes de la SIDE, Hugo Anzorreguy y Juan Carlos Anchezar, del ex juez Galeano y de Palacios por obstaculizar la investigación sobre Kanoore Edul. El Boletín Oficial 3092, del 9 de enero de este año, incluye la Resolución 1039, del 20 de noviembre de 2008, sobre la adquisición de uniformes para el personal de las direcciones generales de Guardia de Auxilio y Emergencias, de Logística y Defensa Civil y del Cuerpo de Agentes de Control de Tránsito y Transporte. En este caso se adjudicó la contratación por 417.754,95 pesos a la firma Kanoore Edul Alberto. Más de medio millón de pesos por contratación directa y en un caso ocultando el apellido.
LA DEFENSA
Hace cinco años, en un extenso trabajo de impugnación a los cargos contra Kanoore Edul, Alejandro Olmos Gaona, hijo del fallecido Alejandro Olmos, el militante nacionalista que denunció la ilegalidad de la deuda externa, recapituló los datos en contra del comerciante, porque los hijos de ambos fueron compañeros en el Colegio del Salvador. Salvo paréntesis, aquí se sigue su relato. Los domicilios de Kanoore Edul en la calle Constitución 2745, 2633 y 2695 fueron allanados el 31 de julio de 1994 por el Departamento Protección del Orden Constitucional, que también detuvo a Alberto. El procedimiento fue ordenado porque desde un teléfono celular de la firma Aliantex SRL, con domicilio legal en Constitución 2695 y cuyo socio gerente era Kanoore, se hizo un llamado a Carlos Telleldin. Además Aliantex estaba a 70 metros del terreno de la calle Constitución 2657, en el cual la empresa Volquetes Santa Rita dejó un contenedor similar al que acababa de descargar en la sede de la AMIA, momentos antes de la explosión. En la agenda telefónica secuestrada en el allanamiento figuraba la anotación “Youseff Surami-Mezquita/Rabbani”. En su declaración indagatoria del 16 de febrero de 2000, Kanoore Edul dijo que no conocía al diplomático iraní Rabbani ni había estado nunca en la mezquita de la calle San Nicolás. También negó toda vinculación con la empresa de volquetes. Tres funcionarios municipales declararon que ellos habían pedido el servicio de volquetes para la limpieza de ese terreno. Kanoore Edul reconoció que había efectuado numerosas llamadas, una de ellas al domicilio de Telleldin, porque estaba buscando una camioneta Trafic para su empresa y había visto una en oferta en el diario Clarín. Pero negó conocer a Telleldin y haber visitado su domicilio. (Antes había declarado que la llamada la hizo su chofer, quien citado por la justicia lo negó y demostró que la comunicación se produjo un día feriado en el que no trabajó.)
NADA POR AQUI
De acuerdo con el relato de Olmos Gaona, Palacios informó al juez que según el sistema Fulcrund Find “del entrecruzamiento de los abonados Alberto J. Kanoore Edul, con Carlos A. Telleldin y Eduardo Telleldin, no surgía la existencia de ningún otro llamado, a excepción del registrado el día 10 de julio”. Palacios tampoco encontró nada llamativo en las conversaciones telefónicas de Kanoore con su primo, el policía bonaerense Víctor Chabán. Galeano volvió a indagar a Kanoore como imputado pero le dictó la falta de mérito, confirmada por la Cámara Federal. Olmos Gaona dice que el padre de Kanoore contribuyó para comprar el departamento que Menem ocupaba en la calle Cochabamba, como pied à terre en Buenos Aires cuando era gobernador de La Rioja, que la familia fue a saludarlo cuando asumió la presidencia y que le pidieron que agilizara un crédito que habían solicitado en el Banco Nación. Pero atribuye la sospecha de encubrimiento por parte de Menem a las afirmaciones de un arrepentido de la inteligencia iraní, cuya seriedad pone en duda. Añade que a raíz de la publicidad negativa recibida los Kanoore quebraron y perdieron todos sus bienes, lo cual sería prueba de su falta de vinculación con millonarios grupos fundamentalistas. También consigna que Alicia Kanoore Edul está casada con un primo de Monzer Al Kassar (hoy condenado a 30 años de cárcel en Estados Unidos por conspirar para matar a ciudadanos y militares estadounidenses) pero afirma que sólo hubo un contacto fugaz entre ambos. (Otro primo de Al Kassar, Mnawar Tarbuch, se casó con la prima de Menem, Amira Akil). La conclusión de Olmos Gaona es que el estallido se produjo por explosivos colocados dentro del edificio y que pudo ser parte de la misma lucha interna entre facciones israelíes que condujo al asesinato del ex premier Yitzhak Rabin. La misma línea de defensa-acusación sigue el abogado de Kanoore Edul en la causa, Juan Gabriel Labaké. El trabajo de Olmos Gaona es especialmente crítico con el responsable de contrainteligencia de la SIDE, Jaime Stiuso, a quien atribuye haber instalado la pista siria en torno de Kanoore Edul, sin elementos consistentes. Ese es también el argumento que esgrime en su defensa el comisario Palacios, cuya unidad antiterrorista compitió con el sector de la SIDE que conducía Stiusso, como se hizo evidente durante el juicio oral del Tribunal Federal 5.
OSCUROS INTERESES
Alejandro Rúa tuvo a su cargo la oficina del ministerio de Justicia que revisó en forma crítica el expediente de la causa AMIA. A su juicio, tanto Palacios como el ministro Montenegro tuvieron su parte en las irregularidades para “satisfacer oscuros intereses de gobernantes inescrupulosos”, lo cual condujo a la confirmada nulidad de lo actuado. La Corte Suprema dijo que el juicio oral y público dejó en evidencia que los funcionarios policiales comandados por Palacios actuaron contra “las mínimas exigencias de seriedad que la actividad les impone guardar como representantes del Estado a cargo de la investigación de tan graves hechos”. Según el fallo del tribunal oral confirmado por la Cámara de Casación y por la Corte Suprema, el trato a los testigos contravino las disposiciones legales, mediante “el allanamiento de sus viviendas, detenciones y comparecencia esposados a la sede del juzgado”, luego de pasar por la Unidad Antiterrorista de Palacios.
Una mujer contó que la sacaron de su casa y la llevaron a declarar “como si yo fuera una presidiario”. Le tomaron las huellas digitales y le leyeron los derechos de los imputados, pese a que sólo era testigo, y luego de un largo aislamiento la llevaron a presencia de Palacios, quien la intimidó. Le dijo “depende de usted irse o quedarse, según lo que usted diga”. La mujer insistió en que no sabía nada y Palacios la derivó a dos oficiales interrogadores, antes de llevarla al juzgado, previo paso por un médico forense, completamente desnuda. “Me dieron trato de preso. Subo por las escaleritas esposada”. También le sacaron los cordones y aritos. “Yo no entendía por qué y me decían que era porque me podía ahorcar.” Todo eso “me llamó la atención” y “no me sentí como una testigo, porque creo que los testigos no van esposados a declarar”. Otra persona contó en el juicio oral que un testigo analfabeto “volvió aterrado” del juzgado de Galeano. Para intimidarlo, antes de declarar le dijeron que lo enviarían a la cárcel de Olmos. También le pegaron: “quise agarrar el sanguche y me pegaron un cachetazo”.
EL GULAG
Para la Corte Suprema esas vejaciones sufridas por meros testigos pusieron en evidencia “el empleo abusivo de las herramientas que la ley establece para investigar delitos”, y que las escenas reseñadas “recuerdan a las vívidamente relatadas por Alexander Solzhenitsyn en su libro El Archipiélago de Gulag”. A ello se suma, concluye la sentencia, “la intimidación del comisario Palacios antes de su declaración”. La sentencia también menciona la “actividad indebida” de Palacios al interrogar a uno de los policías bonaerenses detenidos. Para la Cámara de Casación “el fin no puede justificar los medios empleados para llegar a un resultado en una investigación, por más dificultosa que ésta se presente”. Pese a ello, Guillermo Montenegro sostuvo en la legislatura porteña que Palacios era “el mejor jefe de Policía que puede tener la ciudad”. También reconoció su amistad con el ex fiscal José Barbaccia, quien está procesado por las irregularidades que llevaron a la nulidad del caso AMIA. Podría haberlo estado el propio Montenegro quien, en cambio, fue promovido a juez federal, cargo del que pidió licencia para asumir como ministro de Maurizio Macri. Rúa menciona el tramo de la sentencia del tribunal oral sobre el caso de Miriam Salinas, a quien Galeano amenazó con “graves imputaciones, incluso la participación por el atentado, para obtener declaraciones testimoniales incriminantes hacia otros encausados”. Luego de intimidarla, Galeano le propuso una “espuria negociación”: la desvincularía del proceso si incriminaba a otra persona. En otros casos, “la moneda de cambio ofrecida por el juez consistió en omitir, mediante el ocultamiento de pruebas de cargo que comprometían a quien negociaba, alguna evidente imputación”, y que “en todos los casos el magistrado instructor otorgaba, a quien aceptara ese oscuro pacto, la reserva de su identidad en la declaración que luego se utilizaría como prueba de cargo. De esta forma se excluía, fácilmente, el eventual contralor de las partes”.
SONRIA
La Cámara de Apelaciones confirmó el procesamiento de Galeano, de Barbaccia y del también ex fiscal Eamon Mullen al acreditar “objetivamente la existencia de una clara presión” sobre Salinas, que en una semana pasó de imputada sobreseída a “testigo de identidad protegida en el mismo caso”. El tribunal afirmó que la mujer “fue coaccionada por Galeano” para que declarara como él quería. Estuvo tres días detenida, pero no en una unidad penitenciaria o de detención “sino sobre un colchón en el piso de la oficina judicial”. A la mañana declaró ante Barbaccia. El tribunal del juicio consignó que “las irregularidades evidenciadas no deben ser exclusivamente atribuidas al magistrado instructor y a los funcionarios intervinientes”, y que “la declaración de Miriam Salinas se recepcionó y filmó en la fiscalía del doctor Montenegro”, donde se encontraba instalado uno de los equipos permanentes de la SIDE para las filmaciones clandestinas. El 23 de octubre de 2008, Lijo careó a Galeano con su ex prosecretario Claudio Lifschitz. Acerca de las filmaciones que utilizaban para extorsionar, Galeano intentó rebatir que en su despacho hubiera una cámara fija. Lifschitz replicó que “las cámaras que estaban instaladas en la fiscalía del doctor Montenegro eran fijas” (foja 13.798 del expediente), es decir que no fueron colocadas para la ocasión. La Ciudad de Buenos Aires ya sabe lo que le espera con tal ministro y cual jefe de policía.
23/7/09
queda lo que ha podido quedar
"La estupidez no es mi fuerte. He visto a muchos individuos; he visitado algunas naciones; he tomado mi lugar en diversas empresas sin amarlas; he comido casi todos los días; he tocado a las mujeres. Vuelvo a ver ahora algunos centenares de rostros, dos o tres grandes espectáculos y tal vez la substancia de veinte libros. No he retenido ni lo mejor ni lo peor de las cosas: queda lo que ha podido quedar."
Paul Valéry.
Monsieur Teste
18/7/09
Macri & García Caffi: dos dinosaurios en una cristalería
Nuestra historia como país es indignantemente cíclica. Siempre nos encontramos con los “vende-patrias”, que arruinan años de trabajo y perfeccionamiento argentino: Nos quedamos sin trenes nacionales, sin sus talleres de producción, sin su mano de obra especializada, bajo pretexto de ser deficitarios. Nos quedamos sin nuestra aerolínea de bandera y sus rutas aéreas, con las consecuencias vergonzosas y carísimas que día a día pagamos. Nos quedamos sin petróleo, sin gas, para que España se enriquezca durante años: somos de los pocos países en el mundo que perdimos semejantes recursos sin disparar un solo tiro! Actualmente con la vigencia de las leyes Menemistas, las multinacionales canadienses y yanquis nos despojan del oro y la plata. Grandísimas extensiones de tierras patagónicas tienen dueños italianos, yanquis, ingleses y demás, incluyendo lagos, fuentes naturales de agua y glaciares. ¿Quién gobierna nuestro país? Pasamos por radicales, peronistas, desarrollistas, liberales, militares…..Pero evidentemente nuestra historia sigue siendo diseñada en otro sitio. Como diría León Gieco en sus letras: “Si nuestro sudor sirviera ya habría un sudoducto” ¿Qué nos quedaba por destruir? Qué más nos faltaba destrozar?……. El Teatro Colón. Así es; el Teatro Colón con mas de 100 años de historia cultural, escala obligada de todo artista lírico para confirmar su consagración mundial. Sitio sagrado donde brillaron Ana Pavlova, Alfredo Kraus, Plácido Domingo, Arturo Toscanini, G.Puccini, Fedor Chaliapin, Luciano Pavarotti, Darío Volonté y tantos otros! Poco sobrevivió a la embestida privatista de los 90´, el Colón fue uno de los ejemplos, gracias a la decisión inalterable de sus cuerpos estables que impidieron su privatización, promovida entre otros por el Director Técnico de ese momento, Juan Carlos Greco. Luego de una larga lucha devastadora, Greco fue expulsado de la institución, por decisión unánime de los trabajadores Hasta que apareció el Proyecto “Master Plan” (2003) conducido por la arquitecta Silvia Farge, que con la excusa de realizar una restauración edilicia, promovió una nueva estafa al pueblo argentino. Esta restauración se tornó destructiva, a partir de la gestión Macri ,donde se implementó la desintegración de las salas de ensayo, de los talleres de producción, desmantelamiento del escenario , entre otras atrocidades, con un presupuesto millonario que triplicó al original. En los distintos subsuelos que dicha sala posee, donde históricamente se desarrollaba la producción de los espectáculos líricos, nos encontramos con una enorme cantidad de escombros, semejante a un “Bombardeo”. Cómo se justifica tanta destrucción? ¿Cómo permitir que inmensas paredes y cientos de metros cuadrados de pisos de nuestro primer coliseo hallan sido convertidas en toneladas de escombros, al extremo de provocar el resquebrajamiento del muro histórico del teatro y la posibilidad de un derrumbe? Hay grietas en el edificio que parten de sus cimientos y se prolongan hasta el cuarto piso, que los genios del Master Plan no saben como reparar, apuntalando con tirantes de madera parte de la fachada exterior que da a la calle Viamonte y sus subsuelos. ¿Quién gobierna nuestro país? ¿Cómo puede ser que proyecten reemplazar salas de ensayo de las orquestas, del ballet, de talleres de producción, en confiterías, restaurants, sucursales del Banco Ciudad, tiendas de souvenirs y hasta una concesionaria de la “General Motors” en el antiguo pasaje de los carruajes? ¿Hacía falta un gasto millonario solicitando préstamos al Banco Interamericano de Desarrollo que pagaremos durante años los ciudadanos de esta ciudad con los impuestos, con el fin de destruir nuestro teatro…? Los trabajadores del Teatro Colón denunciaron en todos los medios existentes este desastre. Estamos hablando de la Legislatura Porteña, los canales de televisión, las radios, la Dirección de Patrimonio Cultural, la Dirección de monumentos históricos, etc, etc, realizamos cientos de marchas pacíficas, manifestaciones, etc, etc…. ¿Quién gobierna nuestra vida? Cómo es posible que no hayan trascendido estas denuncias y la destrucción de la sala lírica continúe con toda impunidad? Los cambios que afectaron el escenario y la sala, afectaron severamente la acústica privilegiada que lo caracterizaba. ¿Macri tiene tanto poder para hacer esta masacre cultural, esta nueva estafa al pueblo argentino, a los trabajadores artistas sin que esto trascienda, sin que prosperen tantas denuncias? Sinceramente creo que no. Entonces me pregunto: ¿Quién gobierna a Macri? En respuesta a las denuncias realizadas por los trabajadores el Sr. García Caffi ordenó el traslado de 480 artistas, cantantes, pianistas, fotógrafos, camarógrafos, arquitectos, herreros, etc., etc., que ahora según la decisión de este funcionario de turno, ESTOS TRABAJADORES pasarán a prestar servicio en los Hospitales Municipales que les queden más cerca de su domicilio! Es decir, para dar un ejemplo real y concreto, un cantante lírico de 30 años de trayectoria, con presentaciones en los más importantes teatros mundiales, que representó artísticamente a nuestro país, que fue premiado y reconocido mundialmente ,hoy deberá entregar números a los pacientes del Hospital Alvarez. Haciendo una breve proyección nos damos cuenta que la propuesta de Macri & García Caffi es muy "inteligente"!....Como no pueden echar al artista lo mandan a realizar tareas que poco tienen que ver con su trayectoria profesional, lo que indica que en pocos meses se muere de tristeza, de infarto o renuncia! De esa manera Macri & García Caffi hacen su brillante negocio y se ahorran el dinero del despido, sumado a que elimina de esa manera un cargo estable de la municipalidad ganado legalmente por concurso internacional! Qué genios tenemos como gobernantes, qué mentes iluminadas…Qué perversos hijos de puta! Oh casualidad ,los dirigentes de los trabajadores, están entre los “nominados”. Oh casualidad, el gran asesor escenotécnico del “Master Plan” es el Sr Juan Carlos Greco, el ex director técnico expulsado del Teatro Colón, que hoy, por lo visto se tomó una revancha privatista. Quedamos 808 trabajadores que todavía pertenecemos a este teatro o lo que queda de él. Nuestra condición actual es la siguiente: *Desde enero, el teatro está cerrado y tapiado y no podemos ingresar. Estamos en la calle. *La programación de obras líricas a desarrollarse en otros lugares, como el Teatro Coliseo es mínima y no está confirmada. *No disponemos de una oficina de personal y fiscalización, donde constarían nuestras asistencias, no tenemos garantizados los sueldos. *No tenemos Director Técnico, puesto que el que recién había asumido renunció inmediatamente al argumentar que no puede trabajar por la desintegración del personal de talleres de vital importancia en el desarrollo de la puesta escenotécnica. * No sabemos ni donde ni cuando debemos presentarnos a trabajar, estamos totalmente desprovistos de información, nos reunimos semanalmente en las veredas del Teatro, estamos en asamblea permanente pero las autoridades del gobierno de la ciudad no nos reciben. *Nuestro Director el Sr. García Caffi, nos basurea públicamente diciendo que debe trasladar personal porque “el Colón no es un seguro de desempleo, y no puede apilar trabajadores en los pasillos del teatro” …..Como los milicos, cuando apilaban los cadáveres de desaparecidos en los pasillos de la Esma. Queridos lectores, me despido con la convicción de seguir adelante solos , silenciados, más viejos y mucho mas tristes, pero con la esperanza de que por lo menos sepan que hicimos todo lo posible por defender nuestro Teatro, nuestras familias, nuestra cultura……Y no nos daremos por vencidos, ni aún vencidos! Trabajadores del Teatro Colón.
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15/7/09
13/7/09
Sartre descubre el cine
Los burgueses del siglo pasado nunca olvidaron la primera noche que fueron al teatro, y sus escritores se encargaron de comunicarnos las circunstancias. Cuando se levantó el telón, los niños creyeron que estaban en la corte. Los oros y las púrpuras, los fuegos, las pinturas, el énfasis y los artificios ponían lo sagrado hasta en el crimen; en el escenario vieron resucitar a la nobleza que habían asesinado sus abuelos. En los descansos, la distribución en pisos de las galerías les ofrecía la imagen de la sociedad; les mostraron que en los palcos había espaldas desnudas y nobles vivos. Volvieron a sus casas estupefactos, ablandados, insidiosamente preparados a unos destinos ceremoniosos, a volverse Jules Favre, Jules Ferry, Jules Grévy. Desafío a mis contemporáneos a que me den la fecha de su primer encuentro con el cine. Entrábamos a ciegas en un siglo sin tradiciones que tenía que resaltar entre los demás por sus malos modales y el nuevo arte, arte plebeyo que anticipaba a nuestra barbarie. Nacido en una caverna de ladrones, colocado por la administración entre las diversiones de feria, tenía unos modales populacheros que escandalizaban a las personas serias; era la diversión de las mujeres y de los niños; mi madre y yo lo adorábamos, pero apenas si pensábamos en ello y nunca lo comentábamos; ¿se habla del pan cuando no falta? Cuando nos dimos cuenta de su existencia, hacía ya mucho tiempo que se había convertido en nuestra principal necesidad.
Los días de lluvia, si Anne-Marie(1) me preguntaba qué quería hacer, dudábamos mucho entre el circo, el Châtelet, la Maison Electrique y el Musée Grévin(2); a último momento, con una negligencia calculada, decidíamos entrar en una sala de proyecciones. Cuando abríamos la puerta de nuestro piso, mi abuelo aparecía en la de su despacho; preguntaba: “¿Adónde van los hijos?”. “Al cine”, respondía mi madre. Él fruncía las cejas y ella añadía rápidamente: “Al cine del Panthéon, que está al lado, no hay más que cruzar la calle Soufflot”. Él dejaba que nos fuésemos alzándose de hombros; el jueves siguiente diría al señor Simonnot: “A ver, Simonnot, usted que es un hombre serio, ¿comprende esto? ¡Mi hija lleva al cine a mi nieto!”, y el señor Simonnot diría con una voz conciliadora: “Yo no he ido nunca, pero mi mujer a veces va”.
El espectáculo estaba empezado. Seguíamos a la acomodadora tropezando, y yo me sentía clandestino. Un haz de luz blanca atravesaba la sala por encima de nuestras cabezas, y se veía bailar en él el polvo y el humo; un piano relinchaba, unas peras violetas estaban encendidas en las paredes, el olor acre de un desinfectante me atacaba a la garganta. El olor y las frutas de aquella noche mal habitada se confundían en mí: yo me comía las lámparas de auxilio, me llenaba con su gusto acidulado. Tropezaba con la espalda contra unas rodillas, me sentaba en un asiento chirriante, mi madre deslizaba una manta doblado debajo de mis nalgas, para ponerme más alto; por fin miraba a la pantalla, descubría una tiza fluorescente, unos paisajes parpadeantes, rayados por las lluvias; llovía siempre, aunque hiciese un sol espléndido, aunque fuese dentro de las casas; a veces atravesaba el salón de una baronesa un asteroide echando fuego, sin que ella pareciese extrañarse. Me gustaba esa lluvia, esa inquietud constante que aparecía en la pared. El pianista atacaba la obertura de las Grottes de Fingal y todo el mundo se daba cuenta de que iba a aparecer el criminal: la baronesa estaba muerta de miedo. Pero su hermoso rostro acarbonado dejaba el lugar a un letrero malva: “Fin de la primera parte”. Era la desintoxicación atropellada, la luz. ¿Dónde estaba yo? ¿En una escuela? ¿En una oficina? No había ni el menor adorno: unas filas de estrapontines que, por debajo, dejaban ver sus resortes, unas paredes pintadas de color ocre, un suelo sembrado de colillas y de escupitajos. Llenaban la sala unos rumores espesos, se volvía a inventar el lenguaje, la acomodadora vendía a gritos bombones ingleses, me compraba mi madre, yo me los metía en la boca, chupaba las lámparas de auxilio. La gente se frotaba los ojos, cada cual descubría a sus vecinos. Soldados, las mucamas del barrio; un viejo huesudo mascaba tabaco, unas obreras con la cabeza descubierta se reían muy fuerte: toda esa gente no era de nuestro mundo; afortunadamente, colocados de trecho en trecho en aquella platea de cabezas, había unos grandes sombreros palpitantes que tranquilizaban.
A mi difunto padre y a mi abuelo, acostumbrados al segundo piso de los palcos, la jerarquía social del teatro les había dado el gusto por la ceremonia: cuando hay muchos hombres juntos, o se separan por medio de ritos, o se matan unos a otros. El cine probaba todo lo contrario: más que por una fiesta, aquel público tan mezclado parecía reunido por una catástrofe; muerta la etiqueta, se descubría por fin el verdadero lazo de unión entre los hombres: la adherencia. Me desagradaron las ceremonias y adoré las multitudes; las he visto de muchas clases, pero no he vuelto a encontrar esta desnudez, esta presencia sin reserva de cada uno a todos, este sueño despierto, esta conciencia oscura del peligro de ser hombre, como en 1940, en el Stalag XII D.
Me madre se atrevió hasta llevarme a las salas del Boulevard: al Kinérama, a las Folies Dramatiques, al Vaudeville, al Gaumont Palace, que se llamaba entonces Hippodrome. Vi Zigomar y Fantomas, Las hazañas de Maciste, Los misterios de Nueva York; los dorados me estropeaban el placer. El Vaudeville, teatro venido a menos, no quería abdicar de su antigua grandeza: había una cortina roja con borlas de oro que ocultaba la pantalla hasta el último momento; daban tres golpes para anunciar que la función iba a empezar, la orquesta tocaba una obertura, se levantaba el telón, las luces se apagaban. A mí me molestaba aquel ceremonial incongruente, aquellas pompas polvorientas que no tenían más resultado que el de alejar a los personajes; en el primer piso, en el gallinero, asombrados por la lámpara, nuestros padres no podían creer que les perteneciese el teatro: los recibían. Yo quería ver la película lo más cerca posible. Aprendí con la incomodidad igualitaria de las salas de barrio que este nuevo arte era tan mío como de todos. Éramos de la misma edad mental, yo tenía siete años y sabía leer, él tenía doce y no sabía hablar. Se decía que estaba en sus comienzos, que tenía que hacer muchos progresos; a mí me parecía que creceríamos juntos. No he olvidado nuestra infancia común; cuando me ofrecen un caramelo inglés, cuando una mujer, junto a mí, se pinta las uñas; cuando, en los retretes de cierto hotel de provincia, huelo determinado olor a desinfectante; cuando, en un tren nocturno, miro, suspendida del techo, la lámpara violeta, encuentro en mis ojos, en mi nariz, en mi lengua las luces y los perfumes de aquellas salas hoy en día desaparecidas; hace cuatro años, navegando frente a las grutas de Fingal, con mar gruesa, oía un piano en el viento.
Yo, que soy inaccesible para lo sagrado, adoraba la magia; el cine era una apariencia sospechosa que me gustaba perversamente por lo que aún le faltaba. Ese fluir era todo, no era nada, era todo reducido a nada; yo asistía a los delirios de una muralla; a los cuerpos sólidos les habían quitado un aspecto macizo que me estorbaba en mi cuerpo y mi joven idealismo celebraba esta contracción infinita; más adelante, las rotaciones y las traslaciones de los triángulos me recordaron el deslizamiento de las imágenes por la pantalla; me gustó el cine hasta en la geometría plana. Yo hacía del negro y el blanco unos colores eminentes que resumían en sí a todos los otros y que sólo los revelaban a los iniciados; me encantaba ver lo invisible. Por encima de todo me gustaba el incurable mutismo de los héroes. O más bien, no; no eran mudos, ya que sabían hacerse comprender. Nos comunicábamos por medio de la música; era el ruido de su vida interior. La inocencia perseguida hacía algo mejor que decir o mostrar su dolor, me impregnaba con esta melodía que salía de ella; yo leía las conversaciones, pero oía la esperanza y la amargura, sorprendía por medio del oído el orgulloso dolor que no se declara. Yo estaba comprometido; yo no era esa joven viuda que lloraba en la pantalla y, sin embargo, ella y yo teníamos una sola alma; la marcha fúnebre de Chopin; me bastaba para que sus llantos mojasen mis ojos. Me sentía profeta sin poder predecir nada: la mala acción del traidor entraba en mí aún antes de que la hubiese cometido; cuando parecía que en el castillo todo estaba tranquilo, unos acordes siniestros denunciaban la presencia del asesino. Qué felices eran los cow-boys, los mosqueteros, los policías: su porvenir estaba allí, en aquella música premonitoria, y gobernaba su presente. Se confundía con sus vidas, era un canto ininterrumpido que los arrastraba hacia la victoria o hacia la muerte, avanzando hacia su propio fin. A ellos los esperaban: la muchacha que estaba en peligro, el general, el traidor emboscado, el compañero atado a un barril de pólvora y que se veía tristemente cómo corría la llama a lo largo de la mecha. La carrera de esta llama, la lucha desesperada de la virgen contra su raptor, el galope del héroe por la estepa, el entrecruzamiento de todas estas imágenes, de todas estas velocidades y, por debajo, el movimiento infernal de la “carrera hacia el abismo” de La condenación de Fausto, adaptada para piano, todo eso no formaba nada más que una sola cosa: era el Destino. El héroe se bajaba del caballo, apagaba la mecha, el traidor se arrojaba sobre él, empezaba un duelo a cuchillo, pero los trances de este duelo participaban también en el rigor del desarrollo musical: eran falsos trances que no llegaban a disimular el orden universal. ¡Qué alegría, cuando coincidían la última cuchillada y el último acorde! Me encontraba pletórico, había encontrado el mundo y quería vivir, alcanzaba el absoluto. Qué malestar, también, cuando volvían a encenderse las lámparas: me había roto de amor por aquellos personajes y habían desaparecido, llevándose su mundo; había sentido su victoria en mis manos y, sin embargo, era la suya y no la mía; en la calle, volvía a ser un supernumerario.
Los días de lluvia, si Anne-Marie(1) me preguntaba qué quería hacer, dudábamos mucho entre el circo, el Châtelet, la Maison Electrique y el Musée Grévin(2); a último momento, con una negligencia calculada, decidíamos entrar en una sala de proyecciones. Cuando abríamos la puerta de nuestro piso, mi abuelo aparecía en la de su despacho; preguntaba: “¿Adónde van los hijos?”. “Al cine”, respondía mi madre. Él fruncía las cejas y ella añadía rápidamente: “Al cine del Panthéon, que está al lado, no hay más que cruzar la calle Soufflot”. Él dejaba que nos fuésemos alzándose de hombros; el jueves siguiente diría al señor Simonnot: “A ver, Simonnot, usted que es un hombre serio, ¿comprende esto? ¡Mi hija lleva al cine a mi nieto!”, y el señor Simonnot diría con una voz conciliadora: “Yo no he ido nunca, pero mi mujer a veces va”.
El espectáculo estaba empezado. Seguíamos a la acomodadora tropezando, y yo me sentía clandestino. Un haz de luz blanca atravesaba la sala por encima de nuestras cabezas, y se veía bailar en él el polvo y el humo; un piano relinchaba, unas peras violetas estaban encendidas en las paredes, el olor acre de un desinfectante me atacaba a la garganta. El olor y las frutas de aquella noche mal habitada se confundían en mí: yo me comía las lámparas de auxilio, me llenaba con su gusto acidulado. Tropezaba con la espalda contra unas rodillas, me sentaba en un asiento chirriante, mi madre deslizaba una manta doblado debajo de mis nalgas, para ponerme más alto; por fin miraba a la pantalla, descubría una tiza fluorescente, unos paisajes parpadeantes, rayados por las lluvias; llovía siempre, aunque hiciese un sol espléndido, aunque fuese dentro de las casas; a veces atravesaba el salón de una baronesa un asteroide echando fuego, sin que ella pareciese extrañarse. Me gustaba esa lluvia, esa inquietud constante que aparecía en la pared. El pianista atacaba la obertura de las Grottes de Fingal y todo el mundo se daba cuenta de que iba a aparecer el criminal: la baronesa estaba muerta de miedo. Pero su hermoso rostro acarbonado dejaba el lugar a un letrero malva: “Fin de la primera parte”. Era la desintoxicación atropellada, la luz. ¿Dónde estaba yo? ¿En una escuela? ¿En una oficina? No había ni el menor adorno: unas filas de estrapontines que, por debajo, dejaban ver sus resortes, unas paredes pintadas de color ocre, un suelo sembrado de colillas y de escupitajos. Llenaban la sala unos rumores espesos, se volvía a inventar el lenguaje, la acomodadora vendía a gritos bombones ingleses, me compraba mi madre, yo me los metía en la boca, chupaba las lámparas de auxilio. La gente se frotaba los ojos, cada cual descubría a sus vecinos. Soldados, las mucamas del barrio; un viejo huesudo mascaba tabaco, unas obreras con la cabeza descubierta se reían muy fuerte: toda esa gente no era de nuestro mundo; afortunadamente, colocados de trecho en trecho en aquella platea de cabezas, había unos grandes sombreros palpitantes que tranquilizaban.
A mi difunto padre y a mi abuelo, acostumbrados al segundo piso de los palcos, la jerarquía social del teatro les había dado el gusto por la ceremonia: cuando hay muchos hombres juntos, o se separan por medio de ritos, o se matan unos a otros. El cine probaba todo lo contrario: más que por una fiesta, aquel público tan mezclado parecía reunido por una catástrofe; muerta la etiqueta, se descubría por fin el verdadero lazo de unión entre los hombres: la adherencia. Me desagradaron las ceremonias y adoré las multitudes; las he visto de muchas clases, pero no he vuelto a encontrar esta desnudez, esta presencia sin reserva de cada uno a todos, este sueño despierto, esta conciencia oscura del peligro de ser hombre, como en 1940, en el Stalag XII D.
Me madre se atrevió hasta llevarme a las salas del Boulevard: al Kinérama, a las Folies Dramatiques, al Vaudeville, al Gaumont Palace, que se llamaba entonces Hippodrome. Vi Zigomar y Fantomas, Las hazañas de Maciste, Los misterios de Nueva York; los dorados me estropeaban el placer. El Vaudeville, teatro venido a menos, no quería abdicar de su antigua grandeza: había una cortina roja con borlas de oro que ocultaba la pantalla hasta el último momento; daban tres golpes para anunciar que la función iba a empezar, la orquesta tocaba una obertura, se levantaba el telón, las luces se apagaban. A mí me molestaba aquel ceremonial incongruente, aquellas pompas polvorientas que no tenían más resultado que el de alejar a los personajes; en el primer piso, en el gallinero, asombrados por la lámpara, nuestros padres no podían creer que les perteneciese el teatro: los recibían. Yo quería ver la película lo más cerca posible. Aprendí con la incomodidad igualitaria de las salas de barrio que este nuevo arte era tan mío como de todos. Éramos de la misma edad mental, yo tenía siete años y sabía leer, él tenía doce y no sabía hablar. Se decía que estaba en sus comienzos, que tenía que hacer muchos progresos; a mí me parecía que creceríamos juntos. No he olvidado nuestra infancia común; cuando me ofrecen un caramelo inglés, cuando una mujer, junto a mí, se pinta las uñas; cuando, en los retretes de cierto hotel de provincia, huelo determinado olor a desinfectante; cuando, en un tren nocturno, miro, suspendida del techo, la lámpara violeta, encuentro en mis ojos, en mi nariz, en mi lengua las luces y los perfumes de aquellas salas hoy en día desaparecidas; hace cuatro años, navegando frente a las grutas de Fingal, con mar gruesa, oía un piano en el viento.
Yo, que soy inaccesible para lo sagrado, adoraba la magia; el cine era una apariencia sospechosa que me gustaba perversamente por lo que aún le faltaba. Ese fluir era todo, no era nada, era todo reducido a nada; yo asistía a los delirios de una muralla; a los cuerpos sólidos les habían quitado un aspecto macizo que me estorbaba en mi cuerpo y mi joven idealismo celebraba esta contracción infinita; más adelante, las rotaciones y las traslaciones de los triángulos me recordaron el deslizamiento de las imágenes por la pantalla; me gustó el cine hasta en la geometría plana. Yo hacía del negro y el blanco unos colores eminentes que resumían en sí a todos los otros y que sólo los revelaban a los iniciados; me encantaba ver lo invisible. Por encima de todo me gustaba el incurable mutismo de los héroes. O más bien, no; no eran mudos, ya que sabían hacerse comprender. Nos comunicábamos por medio de la música; era el ruido de su vida interior. La inocencia perseguida hacía algo mejor que decir o mostrar su dolor, me impregnaba con esta melodía que salía de ella; yo leía las conversaciones, pero oía la esperanza y la amargura, sorprendía por medio del oído el orgulloso dolor que no se declara. Yo estaba comprometido; yo no era esa joven viuda que lloraba en la pantalla y, sin embargo, ella y yo teníamos una sola alma; la marcha fúnebre de Chopin; me bastaba para que sus llantos mojasen mis ojos. Me sentía profeta sin poder predecir nada: la mala acción del traidor entraba en mí aún antes de que la hubiese cometido; cuando parecía que en el castillo todo estaba tranquilo, unos acordes siniestros denunciaban la presencia del asesino. Qué felices eran los cow-boys, los mosqueteros, los policías: su porvenir estaba allí, en aquella música premonitoria, y gobernaba su presente. Se confundía con sus vidas, era un canto ininterrumpido que los arrastraba hacia la victoria o hacia la muerte, avanzando hacia su propio fin. A ellos los esperaban: la muchacha que estaba en peligro, el general, el traidor emboscado, el compañero atado a un barril de pólvora y que se veía tristemente cómo corría la llama a lo largo de la mecha. La carrera de esta llama, la lucha desesperada de la virgen contra su raptor, el galope del héroe por la estepa, el entrecruzamiento de todas estas imágenes, de todas estas velocidades y, por debajo, el movimiento infernal de la “carrera hacia el abismo” de La condenación de Fausto, adaptada para piano, todo eso no formaba nada más que una sola cosa: era el Destino. El héroe se bajaba del caballo, apagaba la mecha, el traidor se arrojaba sobre él, empezaba un duelo a cuchillo, pero los trances de este duelo participaban también en el rigor del desarrollo musical: eran falsos trances que no llegaban a disimular el orden universal. ¡Qué alegría, cuando coincidían la última cuchillada y el último acorde! Me encontraba pletórico, había encontrado el mundo y quería vivir, alcanzaba el absoluto. Qué malestar, también, cuando volvían a encenderse las lámparas: me había roto de amor por aquellos personajes y habían desaparecido, llevándose su mundo; había sentido su victoria en mis manos y, sin embargo, era la suya y no la mía; en la calle, volvía a ser un supernumerario.
Jean Paul Sartre.
Fragmento de Le mots, Gallimard, Paris, 1961.
Traducción: Manuel Lamana.
(1) Se refiera a su madre, Anne-Marie Schweitzer.
(2) Célebre museo de figuras de cera.
10/7/09
El futuro no se ha escrito
Joe Strummer, el líder de la banda The Clash de 1977 en adelante, fue fundamental en la vida de muchas personas. Cuatro años después de su muerte, sigue ejerciendo una fuerte influencia en distintos rincones del mundo. En el documental The Future is Unwritten, dirigido por el británico Julien Temple, Joe Strummer es presentado no sólo como una leyenda de la música, sino como un verdadero comunicador de nuestros tiempos. Julien Temple, contemporáneo de Strummer, se inspiró tanto en la historia del punk como en la amistad que se gestó entre ellos durante los últimos años de la vida del cantante. Este documental es un homenaje a Joe Strummer, antes, durante y después de The Clash.
9/7/09
Un virus es un virus
Por Mónica Müller
Publicado en PAGINA 12
La crisis que estamos viviendo bajo la dictadura del virus A (H1N1) implica peligros, pero puede ser la oportunidad para modificar errores que por tan rutinarios no se discuten.
La idea implantada por la industria farmacológica de que toda enfermedad tiene un remedio creó el hábito de tomar una droga química para cada síntoma.
Los medicamentos para bajar la fiebre son un ejemplo de esa regla que hoy tenemos la oportunidad de cuestionar. La fiebre es un mecanismo de defensa verdaderamente ingenioso. Si no existiera habría que inventarlo y su inventor entraría con honores a la historia de la medicina. La elevación de la temperatura corporal inhibe el crecimiento y la reproducción de organismos infecciosos y es el protagonista principal de una cascada de reacciones inmunitarias celulares. A los virus, que sobreviven y se reproducen cómodamente en ambientes fríos, se les complica la vida cuando la temperatura de la sangre alcanza los 39 grados; su fantástica capacidad de replicación se hace lenta hasta quedar desactivados.
La fiebre no es una enfermedad. La fiebre no hace daño. La fiebre cura. Entonces, ¿por qué los médicos recetan rutinariamente antitérmicos? Un residente de un hospital respondió con una honestidad desarmante:
–Porque existen.
Los antigripales son otra invención farmacológica de uso corriente. Combinan antitérmicos con drogas descongestivas o antialérgicas que coartan la fiebre, la congestión y el malestar general. El paciente hace su vida normal como si no estuviera enfermo. No sólo expone a otras personas al contagio, sino que además está más enfermo que antes porque su organismo sigue a merced del virus, pero ahora está maniatado y amordazado. Su ejército de células defensivas duerme tranquilo en los cuarteles. No corre al sitio de la infección porque la alarma está desactivada. Pido disculpas por la metáfora castrense, pero por dentro las cosas funcionan exactamente así. Una perversión suplementaria son las preparaciones que la publicidad y los envases engañosos venden como “té” para que hasta los no creyentes se traten con paracetamol y fenilefrina cuando creen estar tomando el tecito reconfortante de la abuela.
Una de las oportunidades más interesantes que nos presenta esta crisis es la de regular el uso de los antibióticos, drogas que han cambiado la relación histórica de los humanos con las infecciones por su eficacia contra las bacterias.
A los virus, en cambio, un antibiótico los hace reír a carcajadas. La diferencia formal puede medirse en micromicrones, pero desde el punto de vista biológico es una inmensidad. Comparar un virus con una bacteria es como comparar una moto con una mandarina. Los virus no entran en la categoría de seres vivos como el resto de los gérmenes. Una de las definiciones más precisas dice que son maquinarias programadas para la supervivencia. No son animales, plantas, parásitos, hongos ni bacterias; son meros contenedores de ADN diseñados para obligar a las células vivas a perpetuar su información genética. En el camino hacia ese objetivo los virus infectan, invaden y destruyen células y tejidos sanos, mutando y recombinándose para eludir los radares de la inmunidad. Los antivirales no los matan; sólo retrasan su multiplicación. Y su uso indiscriminado puede estimularlos a mutar para hacerse resistentes a los que se están usando en enfermos de gripe A (H1N1).
Sin embargo, todos los argentinos conocemos a alguien que cuando tiene un dolor de garganta o una gripe va a la farmacia, elige al azar un antibiótico y lo toma como le parece. Esa persona está poniendo en peligro su propia inmunidad y por un efecto de ruleta rusa darwiniana, la de todo el género humano. Los pacientes no tienen la obligación de saber que los antibióticos sólo actúan sobre las bacterias (tampoco todos sobre todas ellas) y que su mal uso puede crear un microorganismo resistente a todos los antibióticos conocidos. Los pacientes saben lo que la publicidad y sus médicos les enseñan. Y demasiados médicos recetan antibióticos cuando son innecesarios. Los testimonios de personas infectadas por el nuevo virus confirman conductas médicas injustificables: “Le dieron un antibiótico, después otro y otro, hasta que al fin se dieron cuenta de que lo que tenía era viral”. La única explicación posible para esto la dio un joven clínico en un ateneo:
–Si viene con una gripe y no le receto el antibiótico más caro, ese paciente cree que no sé nada y no vuelve más.
Estas aberraciones médicas sólo ocurren porque el sistema de salud las avala con el consentimiento o con el silencio. La venta libre de antibióticos es un mensaje. Su venta bajo receta haría comprender a los pacientes que no son drogas inocuas y obligaría a los profesionales a hacerse cargo de la responsabilidad de indicarlos con fundamento científico.
La crisis que estamos viviendo bajo la dictadura del virus A (H1N1) implica peligros, pero puede ser la oportunidad para modificar errores que por tan rutinarios no se discuten.
La idea implantada por la industria farmacológica de que toda enfermedad tiene un remedio creó el hábito de tomar una droga química para cada síntoma.
Los medicamentos para bajar la fiebre son un ejemplo de esa regla que hoy tenemos la oportunidad de cuestionar. La fiebre es un mecanismo de defensa verdaderamente ingenioso. Si no existiera habría que inventarlo y su inventor entraría con honores a la historia de la medicina. La elevación de la temperatura corporal inhibe el crecimiento y la reproducción de organismos infecciosos y es el protagonista principal de una cascada de reacciones inmunitarias celulares. A los virus, que sobreviven y se reproducen cómodamente en ambientes fríos, se les complica la vida cuando la temperatura de la sangre alcanza los 39 grados; su fantástica capacidad de replicación se hace lenta hasta quedar desactivados.
La fiebre no es una enfermedad. La fiebre no hace daño. La fiebre cura. Entonces, ¿por qué los médicos recetan rutinariamente antitérmicos? Un residente de un hospital respondió con una honestidad desarmante:
–Porque existen.
Los antigripales son otra invención farmacológica de uso corriente. Combinan antitérmicos con drogas descongestivas o antialérgicas que coartan la fiebre, la congestión y el malestar general. El paciente hace su vida normal como si no estuviera enfermo. No sólo expone a otras personas al contagio, sino que además está más enfermo que antes porque su organismo sigue a merced del virus, pero ahora está maniatado y amordazado. Su ejército de células defensivas duerme tranquilo en los cuarteles. No corre al sitio de la infección porque la alarma está desactivada. Pido disculpas por la metáfora castrense, pero por dentro las cosas funcionan exactamente así. Una perversión suplementaria son las preparaciones que la publicidad y los envases engañosos venden como “té” para que hasta los no creyentes se traten con paracetamol y fenilefrina cuando creen estar tomando el tecito reconfortante de la abuela.
Una de las oportunidades más interesantes que nos presenta esta crisis es la de regular el uso de los antibióticos, drogas que han cambiado la relación histórica de los humanos con las infecciones por su eficacia contra las bacterias.
A los virus, en cambio, un antibiótico los hace reír a carcajadas. La diferencia formal puede medirse en micromicrones, pero desde el punto de vista biológico es una inmensidad. Comparar un virus con una bacteria es como comparar una moto con una mandarina. Los virus no entran en la categoría de seres vivos como el resto de los gérmenes. Una de las definiciones más precisas dice que son maquinarias programadas para la supervivencia. No son animales, plantas, parásitos, hongos ni bacterias; son meros contenedores de ADN diseñados para obligar a las células vivas a perpetuar su información genética. En el camino hacia ese objetivo los virus infectan, invaden y destruyen células y tejidos sanos, mutando y recombinándose para eludir los radares de la inmunidad. Los antivirales no los matan; sólo retrasan su multiplicación. Y su uso indiscriminado puede estimularlos a mutar para hacerse resistentes a los que se están usando en enfermos de gripe A (H1N1).
Sin embargo, todos los argentinos conocemos a alguien que cuando tiene un dolor de garganta o una gripe va a la farmacia, elige al azar un antibiótico y lo toma como le parece. Esa persona está poniendo en peligro su propia inmunidad y por un efecto de ruleta rusa darwiniana, la de todo el género humano. Los pacientes no tienen la obligación de saber que los antibióticos sólo actúan sobre las bacterias (tampoco todos sobre todas ellas) y que su mal uso puede crear un microorganismo resistente a todos los antibióticos conocidos. Los pacientes saben lo que la publicidad y sus médicos les enseñan. Y demasiados médicos recetan antibióticos cuando son innecesarios. Los testimonios de personas infectadas por el nuevo virus confirman conductas médicas injustificables: “Le dieron un antibiótico, después otro y otro, hasta que al fin se dieron cuenta de que lo que tenía era viral”. La única explicación posible para esto la dio un joven clínico en un ateneo:
–Si viene con una gripe y no le receto el antibiótico más caro, ese paciente cree que no sé nada y no vuelve más.
Estas aberraciones médicas sólo ocurren porque el sistema de salud las avala con el consentimiento o con el silencio. La venta libre de antibióticos es un mensaje. Su venta bajo receta haría comprender a los pacientes que no son drogas inocuas y obligaría a los profesionales a hacerse cargo de la responsabilidad de indicarlos con fundamento científico.
(*) Médica clínica
8/7/09
Eso es PRO
Por Rodolfo Yansón (*)
Publicado en PAGINA 12
La designación del ex comisario de la Policía Federal Fino Palacios al frente de la Policía Metropolitana es una decisión tomada por Mauricio Macri hace años, junto a su ministro de Seguridad, el ex juez federal Guillermo Montenegro. Acusado en dos causas de trascendencia institucional, Palacios debe aguardar la resolución de la Justicia federal en la causa por encubrimiento del atentado en la sede de la AMIA. En la otra le fue mejor, gracias a los oficios de sus dos superiores jerárquicos, Macri y Montenegro, en momentos en los que el Fino estaba procesado por la masacre de los días 19 y 20 de diciembre de 2001, en la que en la ciudad de Buenos Aires hubo centenares de heridos (varios de gravedad) y seis muertos. Ante la concentración de manifestantes que durante esas jornadas se habían volcado a las calles para demostrar su descontento con un gobierno ensimismado en su torpeza y funcional al gran capital y las mafias, el hoy jefe de la policía fantasmagórica marchó, motu proprio, a la Plaza de Mayo para colaborar en la faena represiva. La jueza federal Servini de Cubría –que se excusó de seguir con la investigación debido a las presiones que había recibido a favor de varios imputados– lo había procesado por esos múltiples hechos. Y allí comenzaron su tarea de impunidad Macri y Montenegro: acordar con los jueces de la Cámara Federal que el Fino debía salir limpio de ese proceso porque iba a ser el nuevo, el primer, jefe de la policía porteña. Los oficios de estos dos hombres rindieron sus frutos y obtuvieron el sobreseimiento del uniformado, que ahora velará por la seguridad que construye el gobierno de Macri, una seguridad que, a juzgar por sus repudiables declaraciones en un video que circuló por Internet, no alcanza a las víctimas de los crímenes más graves que hoy en día se cometen a diario en la ciudad de Buenos Aires: la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral. A ello se agrega que la gestión de Macri aún no ha dado respuesta al reclamo realizado por víctimas de trata en talleres textiles para darles asistencia, como prevén las convenciones internacionales. Para Macri, la trata de personas es sólo una broma –dijo que había que generar trabajo–; el correlato de esta idea es que las mafias que obtienen beneficios económicos de ese negocio –catalogado de crimen internacional– podrán estar a gusto con la gestión del gobierno porteño y sólo será cuestión de arreglar con el nuevo jefe de la policía de qué caja se habla para su protección. Eso es PRO.
Publicado en PAGINA 12
La designación del ex comisario de la Policía Federal Fino Palacios al frente de la Policía Metropolitana es una decisión tomada por Mauricio Macri hace años, junto a su ministro de Seguridad, el ex juez federal Guillermo Montenegro. Acusado en dos causas de trascendencia institucional, Palacios debe aguardar la resolución de la Justicia federal en la causa por encubrimiento del atentado en la sede de la AMIA. En la otra le fue mejor, gracias a los oficios de sus dos superiores jerárquicos, Macri y Montenegro, en momentos en los que el Fino estaba procesado por la masacre de los días 19 y 20 de diciembre de 2001, en la que en la ciudad de Buenos Aires hubo centenares de heridos (varios de gravedad) y seis muertos. Ante la concentración de manifestantes que durante esas jornadas se habían volcado a las calles para demostrar su descontento con un gobierno ensimismado en su torpeza y funcional al gran capital y las mafias, el hoy jefe de la policía fantasmagórica marchó, motu proprio, a la Plaza de Mayo para colaborar en la faena represiva. La jueza federal Servini de Cubría –que se excusó de seguir con la investigación debido a las presiones que había recibido a favor de varios imputados– lo había procesado por esos múltiples hechos. Y allí comenzaron su tarea de impunidad Macri y Montenegro: acordar con los jueces de la Cámara Federal que el Fino debía salir limpio de ese proceso porque iba a ser el nuevo, el primer, jefe de la policía porteña. Los oficios de estos dos hombres rindieron sus frutos y obtuvieron el sobreseimiento del uniformado, que ahora velará por la seguridad que construye el gobierno de Macri, una seguridad que, a juzgar por sus repudiables declaraciones en un video que circuló por Internet, no alcanza a las víctimas de los crímenes más graves que hoy en día se cometen a diario en la ciudad de Buenos Aires: la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral. A ello se agrega que la gestión de Macri aún no ha dado respuesta al reclamo realizado por víctimas de trata en talleres textiles para darles asistencia, como prevén las convenciones internacionales. Para Macri, la trata de personas es sólo una broma –dijo que había que generar trabajo–; el correlato de esta idea es que las mafias que obtienen beneficios económicos de ese negocio –catalogado de crimen internacional– podrán estar a gusto con la gestión del gobierno porteño y sólo será cuestión de arreglar con el nuevo jefe de la policía de qué caja se habla para su protección. Eso es PRO.
(*) Abogado de Derechos Humanos.
7/7/09
Ricardo Forster: "Me hice kirchnerista por espanto"
Por Ana Clara Pérez Cotten
Publicado en NOTICIAS
¿Por qué la crisis con el campo fomentó el debate?
Hubo una inflexión evidente. Los ámbitos académicos, que antes tendían a discusiones encriptadas, técnicas y autorreferenciales, se involucraron. Y en una maniobra no habitual, esta discusión de ideas interpeló a la sociedad.
Carta Abierta fue la primera en hablar de “clima destituyente”. Más tarde, este término fue defendido y atacado durante todo el conflicto.
“Clima destituyente” es una palabra-acontecimiento, un término que genera acontecimientos y que habla del presente pero también del pasado. Remite a cuando el poder de Arturo Illia fue socavado hasta que lo sacaron de la Casa Rosada, remite al hostigamiento que recibió Raúl Alfonsín y que derivó en la hiperinflación y su renuncia, y también a los mecanismos que debilitaron a la Alianza. “Clima destituyente”, como todo concepto, es una mezcla de reflexión y de azar. El término era más sutil, complejo y preciso que “golpista”. Esto no era un golpe tradicional porque no había militares asociados a corporaciones económicas.
En sus artículos en el diario Página/12 analizó el conflicto con un concepto freudiano: “El retorno de lo reprimido”. ¿En qué se basa ese análisis? ¿Qué es lo que retorna?
Creo que somos dichos por el pasado, que el pasado nos habita y que el presente se comprende mejor a la luz del devenir de la historia. El “retorno de lo reprimido” quiere decir que una sociedad que obtura ciertos núcleos de su pasado tiende a repetir, pero nunca la repetición es igual. La asociación de las entidades nos pareció sintomática, lo antiguo que se junta con lo nuevo. La Sociedad Rural no es igual hoy que hace cien años, pero tiene una tradición y apoyó, una por una, a todas las dictaduras. Nos pareció negativamente notable que muchos actores que se dicen democráticos se alíen a la Sociedad Rural en nombre de una supuesta virginidad del presente y olviden esa trayectoria nefasta.
¿El miedo a la hiperinflación no es también el “retorno de lo reprimido”?
El INDEC nunca fue un conjunto de virtudes virginales, es un espacio de intereses en pugna. Por un lado hay cierta sobreactuación de los medios y por el otro, errores claros del Gobierno que debería haberse dado cuenta de que allí se ofrecía un flanco débil y que iba a afectar la legitimación de toda la gestión. Creo que hay personas solventes, moral y políticamente, para sanear el INDEC.
¿Cómo fue la visita de Néstor Kirchner a Carta Abierta?
Fue un hecho inédito. Nunca antes un ex presidente aceptó condiciones de intercambio de iguales en una asamblea. Esa tarde decidimos no hacer la reunión en una sala más formal, con butacas y tarima y respetamos la estructura asamblearia de todos los sábados. Kirchner tuvo voluntad de dialogar y escuchar durante dos horas. Además, pudimos sacar al ex presidente de su rol mediático, de ese papel de histérico e hiperquinético que lo hace parecer un Hércules enloquecido. Nos encontramos con un tipo con el que podíamos tomar un café y discutir serenamente.
¿Cuáles fueron las críticas que se hicieron esa tarde?
Creemos que hay una deuda: el kirchnerismo no armó un sustento social y político, una alianza, y ese punto no resuelto tiene que ver con su derrota en el Senado. No es posible construir un país más equitativo si no es a partir de una ampliación de la base de sustentación del poder político.
¿Por qué a los intelectuales les cuesta tanto asumirse como kirchneristas?
Desde el principio de Carta Abierta, apareció este San Benito: “intelectuales K”. Yo hace muchísimos años que no tenía relación con el mundo político, me manejaba en un ámbito más bien académico. Nunca fui peronista, pero no puedo dejar de ver lo que pasa ahora. “El peronismo es el hecho maldito del país burgués”, dijo, en una frase enigmática, John William Cooke. Y es cierto, el peronismo siempre pone en cuestión el orden establecido. Y a mí, como filósofo político, eso me interesa mucho. El peronismo también se ocupó de la visibilidad de los invisibles y es tan vasto y complejo que albergó desde William Cooke hasta López Rega. En este momento, el peronismo es kirchnerista o rabiosamente antikirchnerista.
¿Y por qué, en el marco de esta antinomia, decidió ser kirchnerista?
Me hice kirchnerista por espanto. Sentí espanto por la clase media bienpensante que construía una versión racista y prejuiciosa de la realidad. No le tengo miedo a la gente que vive en Esteban Echeverría ni en Jujuy, creo que ese también es un país digno. Me espanta el vecino de clase media que dice “negro de mierda”. Hay un progresismo de época que es estéticamente correcto, respetuoso de la diversidad sexual y amante de Palermo Soho, pero que políticamente es muy reaccionario.
Otros intelectuales critican en términos más generales al Gobierno.
Sí, pero no todos los que conforman el mundo de la cultura y la universidad son antikirchneristas. Muchos corren al Gobierno por izquierda y acusan a los Kirchner por su impostura, dicen que todo es “pour la galerie”. Creo que resulta absurdo imaginar una reacción tan violenta de las entidades agropecuarias y de la oposición si el Gobierno sólo actuara una ficción. Hay intereses en pugna.
¿Julio Cobos es un traidor?
La traición implica amor, heroicidad, virtud. El traidor es el que, siendo el más virtuoso, quiebra una fraternidad. Este no es el caso, el voto del vicepresidente sólo pone en evidencia una mala alianza electoral. Cobos no está a la altura de la traición. Además, no creo que la palabra “traición” le haga bien al debate de ideas.
Él dijo que votó “no positivo” por sus convicciones.
Hay una lógica de la sinceridad que es errada. La política no es el espacio de las virtudes morales. Sí lo es el sacerdocio. Esa noche hubo una hiperactuación, fue un momento memorable, había algo dramático en sus palabras, pero también de vodevil. Actuó en función de su proyecto personal y en los días posteriores se mostró como el hombre nuevo que emergió de la crisis.
En su análisis tiene muy presente el rol de los medios. ¿Por qué la relación entre el Gobierno y la prensa es tan conflictiva?
Los medios se parecen al agua. Cuando uno se levanta, toma un vaso de agua y se baña, no piensa en lo importante que el agua es en su vida. Los medios se inscriben en nuestro lenguaje, su papel es importantísimo. El Gobierno se enfrentó contra algo desconocido, tal vez por la experiencia santacruceña, mucho más fácil de manejar. Pero creo que hay un cambio interesante: los medios dejaron de marcar la agenda y rompieron con la lógica de una política tinellizada. Desde Caras y Caretas, la relación entre el humor y la política es significativa, pero esta relación compleja puede devenir en una reducción irónica y nefasta. Los medios no perdonan que el Gobierno se haya sustraído de esta lógica antes compartida, no lo soportan.
6/7/09
La peste y el miedo
Iba la peste camino a Bagdad cuando se encontró con Nasrudín, quien le preguntó: “¿Dónde vas?”. La peste le respondió: “A Bagdad, a matar diez mil personas”.
Después de un tiempo, el peregrino se encontró nuevamente con la peste y le recriminó: “Me mentiste. Dijiste que matarías diez mil personas y mataste cien mil”.
La peste le contestó: “Yo no te mentí, maté a diez mil. El resto murió de miedo”.
Idries Shah. El mundo de Nasrudín. (cuentos sufíes)
Después de un tiempo, el peregrino se encontró nuevamente con la peste y le recriminó: “Me mentiste. Dijiste que matarías diez mil personas y mataste cien mil”.
La peste le contestó: “Yo no te mentí, maté a diez mil. El resto murió de miedo”.
Idries Shah. El mundo de Nasrudín. (cuentos sufíes)
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