Los procesos de modernización que de modo incipiente encaraba Río de Janeiro a comienzos del siglo XX no impedían que la ciudad estuviera sometida a todo tipo de epidemias. Con precarios desagües y escasa agua potable, se multiplicaban el sarampión, el tifus, la varicela, la fiebre amarilla y la peste bubónica. Amontonados en precarios caseríos, una población mayoritariamente pobre y analfabeta –muchos habitantes habían abandonado recientemente su condición de esclavos y muchos otros eran portugueses recién llegados en busca de un horizonte mejor– padecía las consecuencias. Desde su puesto de Director de Salud Pública y decidido a erradicar de cuajo aquellas enfermedades, el Doctor Oswaldo Cruz creó las Brigadas Matamosquitos. Las brigadas tenían por objetivo el exterminio de los mosquitos causantes de la fiebre amarilla y la desratización masiva, que acabaría con la peste bubónica. No conforme con ello, el médico sanitarista logró que el Congreso de la Nación le aprobara, el último día del mes octubre de 1904, la Ley de la Vacuna Obligatoria. Lo que Oswaldo Cruz nunca imaginó fue que aquella ley, y su posterior intento de implementación, provocarían una revuelta popular que casi culmina en un golpe militar. En efecto, con el apoyo de sectores positivistas del Ejército, conformados mayormente por jóvenes cadetes y tenientes, la ciudad se transformó en un campo de batalla durante buena parte del mes de noviembre de ese año. El gobierno nacional debió decretar el estado de sitio y la revuelta culminó con más de 50 muertos, 110 heridos, cientos de detenidos y decenas de deportados.
La historiografía brasileña tiende a explicar aquella revuelta como resultado de la falta de información y de la ignorancia de la población, incapaz de darse cuenta de que la campaña de vacunación y la anterior campaña de desinfección habían sido planificadas en su propio beneficio. Sin embargo, la revuelta debe ser leída a la luz de las transformaciones económicas y sociales que venía sufriendo el país entre 1889 y 1904, y de las aceleradas transformaciones urbanas que estaba viviendo Río de Janeiro desde 1902 bajo la intendencia del Ingeniero Francisco Pereira Passos, una suerte de Barón Haussman carioca.
Algunos datos duros pueden resultar ilustrativos para dimensionar las transformaciones que se operaron en unos pocos años. Dos resultan centrales: el fin de la esclavitud decretado 1888 , bajo la regencia de la Princesa Isabel ; y un año después, el fin de un sistema de gobierno que transformó a Brasil, gobernada por un monarca desde 1822, en una República. Estos dos acontecimientos, lejos de involucrar la voluntad popular, fueron el resultado de la acción conjunta del Ejército y un importante sector de la burguesía cafetalera de San Pablo, organizada en el Partido Republicano Paulista. Pese a los cambios evidentes que supusieron estos dos acontecimientos, la vida para la mayor parte de la población continuó bajo el signo de la pobreza.
Entre 1889 y 1930 el país atravesó un período caracterizado por el fraude electoral y un sistema acomodaticio de alianzas políticas entre representantes de los estados de Minas Gerais, Río Grande do Sul y San Pablo, que se repartían el poder de forma alternada. Dicho período fue conocido posteriormente como republica velha u oligárquica. La consolidación definitiva de la república velha se alcanzó cuando al presidente Prudente de Moraes lo sucedió en su cargo Campos Sales, que presidió el país entre 1898 y 1902. Dos años después, alcanzada cierta estabilidad política y económica, la república requería una imagen europea y civilizada: había llegado el momento de convertir a Río de Janeiro en una ciudad cosmopolita. La gran reforma urbana de principios de siglo XX, ejecutada por el Ingeniero Francisco Pereira Passos, transformó radicalmente la fisonomía colonial de la ciudad. Se construyó la actual Avenida Río Branco –que originariamente se llamó Central–, de la cual se hicieron partir numerosas calles en forma radial, se llevaron adelante obras en la zona portuaria y en la Avenida Francisco Bicalho, entre muchas otras intervenciones. Sólo para la construcción de la Río Branco fueron demolidos más de 700 predios y esta tarea fue realizada en un tiempo de record de nueve días. La Avenida se inauguró con pompa el 15 de noviembre de 1905, contaba con iluminación eléctrica y palacetes de estilo francés, y de inmediato se convirtió en una vidriera y una pasarela para la alta burguesía carioca.
Muchas veces celebrada de modo acrítico, se pierde vista que la construcción de la Avenida Río Branco, junto al resto de las obras emprendidas, significó el desalojo –sin ninguna política de reubicación– de miles de familias pobres que habitaban los precarios caserones [cortiços] que allí existían. Es aquí donde la “revuelta de las vacunas” y la modernización de Pereira Passos se encuentran. La revuelta de las vacunas fue una –hubo otras– de las reacciones populares contra una modernización que actuaba en nombre del pueblo, pero que rara vez lo tenía en cuenta. El cosmopolitismo recién estrenado de Río de Janeiro configura, en este sentido, más que una ciudad, dos: el Río moderno, dotado por fin de su propia postal Belle Époque y el Río colonial de los suburbios que, lejos del orden que suponen los trazados del centro, es irregular, asimétrico y, sobre todo, pobre.
NUEVAS SIGNIFICACIONES DEL PREMODERNISMO
Las transformaciones económicas, sociales, políticas y urbanísticas tuvieron su correlato en el ámbito de la cultura, pues la modernización de la que es objeto Río de Janeiro no es sólo un telón de fondo, supone nuevos modos de percepción, nuevos modos de socialización y nuevas formas de subjetivación. Conjuntamente con los primeros automóviles que circulan por la ciudad a comienzos del siglo XX, abren los primeros cinematógrafos que permiten asistir, por ejemplo, al arte de Charles Chaplin, con el cual los cariocas se fascinan. La música de Debussy y las obras de Luigi Pirandello se ejecutan en los teatros del centro. Sin embargo, aquel período turbulento y rico en producciones literarias y artísticas ha tendido a ser opacado bajo un rotulo acuñado por Tristão de Athayde en 1939, el de premodernismo. Con esa palabra, Tristão de Athayde estableció un antes y un después de la ya mítica Semana de Arte Moderno, celebrada en San Pablo en febrero de 1922 y que permitió la difusión de escritores centrales para la literatura brasileña, como por ejemplo Oswald de Andrade y Mário de Andrade.
Aquella división de aguas tornó difusa, anticuada y pueblerina toda producción cultural anterior a esa fecha, y envió con ello a escritores centrales al olvido o, en el mejor de los casos, a un discreto segundo plano. João do Rio, Alvaro Moreira, Pedro Kilkerry y, por supuesto, Lima Barreto que nos ocupa aquí, conforman parte de ese grupo de relegados. Sólo a partir de los años ochenta del siglo XX, los trabajos pioneros de los críticos Flora Sussekind , Nicolau Sevcenko y Francis Foot Hardtman , el premodernismo ha comenzado a emerger de la tutela del modernismo y de la Semana de Arte Moderno y ha podido comenzar a ser definido con perfiles más propios y de forma propositiva. El conjunto de escritores que lo conforman, a los que sin duda deberíamos adicionar artistas plásticos, caricaturistas y fotógrafos, se constituye como crítico del belletrismo llevado adelante por el movimiento parnasiano. Coelho Neto y Olavo Bilac, al igual que para los modernistas de San Pablo, se alzan como las figuras poéticas e intelectuales a las que no hay que imitar.
Los escritores que integraron el premodernismo, y entre ellos Lima Barreto es sin dudas el más destacado y perdurable, marginados de la república de las letras, enemigos del ornato y la retórica hueca, críticos del poder, han indagado en las transformaciones urbanas de Río Janeiro, profundizando en los diferentes significados -perceptivos, subjetivos, sociales- que puede encarnar la modernidad, y han propuesto sendas y caminos para una modernidad alternativa, menos excluyente y autoritaria que la que se estaba llevando adelante en aquel período. Quizá esta última sea una de las diferencias más punzantes con sus pares de San Pablo, más proclives en sus inicios a un cierto encantamiento con los signos más evidentes y más superficiales de la modernización. Los integrantes del premodernismo desarrollaron una mirada desconfiada y ampliada respecto de la modernidad y la modernización. En sus textos -crónicas, cuentos y novelas- se tienen en cuenta no solo los nuevos adelantos técnicos o los nuevos edificios que van emergiendo en las ciudades brasileñas -predominantemente en Río de Janeiro y San Pablo-, sino los nuevos movimientos sociales –anarquismo, comunismo- que la migración traía consigo.
NACIONALISMO COMO SALUD Y LOCURA: EL CASO LIMA BARRETO
Pese a no haber participado del movimiento modernista brasileño, Lima Barreto es sin dudas un escritor moderno. Lo es por el rechazo al academicismo, lo es por su carácter de cronista urbano, lo es por sus renovadoras y punzantes novelas, y lo es, por su ácida crítica de los valores sancionados por la República Velha. De allí que sea una de las pocas figuras admiradas y respetadas por los modernistas de San Pablo, tal como sostiene Sergio Miliet, “Lima Barreto fue el gran novelista de la generación posmachadiana y el pionero de la novela brasileña moderna. Los revolucionarios del 22 lo admiraban por su estilo directo, la precisión descriptiva de la frase, la limpieza de la prosa, objetivos que los modernistas también perseguían”.
La breve vida de Afonso Henriques de Lima Barreto (1881-1922), pautada desde la juventud por el alcoholismo y por sucesivas internaciones en instituciones psiquiátricas, atraviesa muchos de los acontecimientos que hemos ido mencionando en este texto. Nieto de esclavos, el 13 de mayo de 1888 festejó, junto a su padre, su cumpleaños y la sanción de la Ley Áurea que extinguía la esclavitud. Familiarizado desde joven con la literatura, se dispuso a estudiar en la prestigiosa Escuela Politécnica. Allí fue aplazado una y otra vez por su profesor de Mecánica, decidido a que ningún mulato lograra el éxito en aquella casa de estudios. Esa expulsión determinó en parte su destino. Lima Barreto debió buscar sustento en las labores grises del empleo público, transformándose en escribiente en el Ministerio de Guerra, con lo que, en compensación, obtuvo el tiempo necesario para dedicarse a la escritura. Sin embargo, la carencia de un título de “doctor” en el Brasil de comienzos de siglo XX era una condena segura a la marginalidad.
Si un mote le cabe como cronista y novelista es el de testigo, un testigo ácido, por momentos furibundo, con una mirada distanciada y crítica de los acontecimientos que le tocó presenciar. Al igual que Machado de Assis, Lima Barreto fue un mulato en el escenario cultural del Río de Janeiro de comienzos de siglo XX; pero a diferencia de Machado de Assis, que brilló desde la Academia Brasileña de Letras sin que nadie osara opacarlo, Lima Barreto padeció desde joven los rigores de una sociedad elitista y discriminadora.
De formación autodidacta, pasó por el materialismo comtiano, el liberalismo spenceriano y evolucionismo darwiniano, pero se sintió socialista y, sobre todo anarquista a la Kropotkin. En 1907 funda la revista Floreal, de tendencia libertaria. El grupo editor se autodesignaba discípulo de Tolstoi y seguidor de Kropotkin y se manifestaba en contra los mandarines de la literatura, liderados por los poetas Coelho Neto y Olavo Bilac. En Floreal Lima Barreto publica los capítulos iniciales de su primera novela, Recordações do Escrivão Isaías Caminha (1909), que cuenta la vida del periodista Isaías Caminha y desnuda las manipulaciones y la convivencia con el poder de la prensa carioca. Aquella historia le valió el destierro casi definitivo en los grandes medios.
Lejos de los favores del poder y del escenario central de la cultura carioca, Lima Barreto emerge y se constituye como un intelectual independiente. Tempranamente escribe crónicas en Careta, Revista Souza Cruz, A maça. Nada parece escapar a sus observaciones: la vida social, la renovación urbana, las prácticas culturales. Su labor como cronista se asemeja a una práctica etnográfica y por ello, en sus escritos, la trama urbana representada se torna más compleja y plural. La calle deja de ser un espacio neutro de circulación para convertirse en un escenario de tensiones con la aparición de nuevos actores sociales, muchos de ellos reprimidos por la República y por la recientemente abolida por la esclavitud.
Desde su labor de cronista, y en el plano de las transformaciones urbanas, Lima Barreto se muestra enérgico contra la política de las demoliciones que acaban con las viejas casonas y los cortiços. Denuncia las pretensiones europeistas y sostiene que “quieren un Río-París barato o aun un Buenos Aires de dos pesos”. Su defensa de la ciudad no debe interpretarse como un simple conservadorismo. Por el contrario, su condición excéntrica le permite observar una modernización excluyente y autoritaria que divide a Río de Janeiro en una ciudad de primera y una ciudad de marginados.
Como crítico de los mandarines cariocas, Lima Barreto desprecia la literatura entendida como un “culto al diccionario” y por ello, aun hoy, su lugar como novelista continúa siendo central. Pese a las dificultades materiales que debió enfrentar, se trata de un autor prolífico, además de Recordações do escrivão Isais Caminha publica Numa e a Ninfa (1915), sátira política protagonizada por el diputado Numa Pompilio de Castro; Vida e Morte de M.J. Gonzaga de Sá (1919), en donde el personaje principal se convierte en un testigo escéptico de los acontecimientos del Río de Janeiro de comienzos de siglo XX; y Clara dos Anjos (1948), novela inconclusa y publicada póstumamente, que narra las peripecias de una joven mulata de suburbio, seducida y despreciada por un joven la alta burguesía carioca.
De todas sus novelas quizá las más destacada y perdurable sea El triste fin de Policarpo Quaresma, que fue publicada por entregas, entre el 11 de agosto y el 19 de octubre de 1911, en el Jornal do Comercio. La novela narra las peripecias del personaje Policarpo Quaresma, un empleado público que desarrolla una monomanía nacionalista que arruina su vida. La novela escenifica el nacionalismo como locura y al mismo tiempo las prácticas de sujeción -la psiquiatría y el encierro- como antídoto para cualquier anomalía. Todo comienza con la creciente aflicción de Quaresma por la cuestión de la nacionalidad. Su objetivo consiste en determinar las verdaderas costumbres y tradiciones de la nación y vivir de acuerdo a ellas. Es así que propone la adopción del tupí guaraní como lengua oficial, rehabilita el violón junto a su fiel ladero Ricardo Coração dos Outros, y estudia remotas y olvidadas celebraciones folklóricas. Su nacionalismo no es sólo una indagación en busca de las verdaderas raíces, sino que se construye a partir de una retórica inflamada que postula a Brasil como la tierra más rica, fértil y generosa. En este punto, el pensamiento patriótico de Policarpo casi coincide con la retórica oficial. Pese a ello, lo que terminará tornándolo inaceptable para el poder, y lo condenará a un primer encierro en una institución psiquiátrica, es su literalidad.
En este sentido el patriotismo que presenta Lima Barreto debe leerse en toda su complejidad y alcance crítico. Por un lado se debe destacar su ingenuidad y su honestidad, su idealismo casi quijotesco, referencia ineludible en las aplicadas lecturas de las que se vale, que contrasta con la hipocresía y corrupción restantes; por el otro, se trata de un patriotismo hiperbólico que funciona como una feroz crítica contra la ideología del ufanismo brasileño . Este segundo punto es interesante porque despliega ad absurdum los argumentos nacionalistas hasta desenmascarar su trasfondo desquiciado. La estrategia de Lima Barreto consiste en llevar el discurso nacionalista, en el plano de las costumbres, hasta sus últimas consecuencias. Este héroe “inadaptado”, al adoptar una posición absolutamente literal y salirse de los juegos del lenguaje que constituyen los discursos patrióticos, produce un acontecimiento. Quaresma es el Don Quijote del nacionalismo brasileño de comienzos del siglo XX, pero también, por sus creencias desinteresadas, es el que apunta y devela el simulacro que esconden quienes públicamente se aprovechan de esos discursos.
La trama de El triste fin de Policarpo Quaresma tiene como trasfondo la revuelta de la Armada de 1893 contra el Presidente Floriano Peixoto, que aparece como personaje en la novela. La revuelta surgió a partir de la exigencia de un inmediato llamado a elecciones, que Peixoto respondió con el encarcelamiento de los líderes sublevados y peticionantes. La crisis de 1893 representa la definitiva desintegración de las promesas republicanas, y su resolución delimita claramente vencedores y vencidos. Policarpo Quaresma, debido a un malentendido, forma parte del Ejército, leal al Presidente Floriano Peixoto. Su estancia en los cuarteles muestra los bastidores y el día a día del poder, y lo que Quaresma observa allí es, efectivamente, el doblez de esa retórica nacionalista. Testigo de esa nadería que es el nacionalismo estatal y de la feroz represión contra los sublevados, la condición excedentaria y anómala de Quaresma sirven para que sea acusado de traidor y termine en la cárcel, convirtiéndose en una suerte de chivo expiatorio de las pujas políticas de aquel momento.
En la novela predominan tres escenarios. El inicial que va de la morada de Policarpo Quaresma a su primer internamiento; un segundo que corresponde a su quinta en Curuzu, en donde aparece con trazos de humor la distancia entre su ilusión nacionalista, que se traduce en una confianza ciega respecto de la fertilidad de las tierras brasileñas, “las mejores del mundo”, y los reiterados fracasos en sus sembradíos; y por último, el espacio de los cuarteles militares, con toda su carga de dramatismo y chapucería. Si analizamos en detalle estos espacios, podremos observar que Policarpo Quaresma transita por diversas instituciones estatales y sociales: el hospicio, los cuarteles del Ejército, la cárcel y los salones donde se celebran fiestas y se dirimen cuestiones relativas al poder y al Estado. A través de su mirada tendremos un retrato que abarca instituciones públicas y privadas, espacios de prácticas y discursos, de sujeción y de configuración de subjetividades. Su figura excéntrica abre un espacio por el que desfilan presidentes, ministros y ricos comerciantes, y nos permite observar la trama de intereses, muchas veces espurios o simplemente mezquinos, que fueron constituyendo los primeros tiempos de la República.