25/2/12

Hay un loco suelto allá afuera


Por Kurt Vonnegut

A Jack el Destripador solían halagarlo por su forma de disecar a las mujeres que asesinaba. ‘Unas cuantas habilidades anatómicas parecen haber sido utilizadas en el modo de mutilar la parte inferior del cuerpo’, decía el Times de Londres en su edición del 1 de octubre de 1888.

Ahora Cape Cod tiene su propio mutilador. Los pedazos de cuatro mujeres jóvenes fueron hallados en febrero y marzo de este año - en tumbas poco profundas en la zona de Truro. Quienquiera que lo haya hecho no era ningún maestro del cuchillo. Despedazó a las mujeres con algo que la policía estima pudo ser un hacha o un machete de lo más ordinario.

La tarea no debe haberle llevado demasiado tiempo.

Al menos a dos de las mujeres, una maestra de escuela y una estudiante universitaria de Providence, Rhode Island, ya les habían disparado con un calibre .22. Como las víctimas fueron desmenuzadas en tantas y tan caóticas piezas, sólo el asesino podría hacer una conjetura con un mínimo de fundamento acerca de las verdaderas causas de muerte.

Se encontraron unos metros de soga manchada al pie de un árbol no lejos de las tumbas. También había soga alrededor de la cabeza de una de las víctimas, y así. Los detalles son horribles y lamentables y nauseabundos.

La policía está segura de que tiene al asesino. Ahora está encerrado en la Comisaría del Condado de Barnstable - en lo alto de una colina, a tres cuadras de donde yo escribo. Es un carpintero de Provincetown, divorciado, un metro ochenta de amabilidad y silencio - un hombre de veinticuatro años cuya ex mujer, Avis, está preparada para testificar en favor de su inocencia. Se casó con ella después de haberla dejado embarazada - cuando ella tenía sólo catorce años.

Su nombre es Antone C. Costa. Es padre de tres hijos. ‘Siempre quiso una nena’, dice su esposa. ‘Se desilusionó cuando el primero nació varón, y cuando el segundo también fue varón se deprimió de verdad. Pero cuando nació Nichole saltaba en una pata. Adora a Nichole.’

Mi hija Edith de diecinueve años conoció a Tony Costa durante un verano alocado que pasó en Provincetown, y lo conoció lo suficiente como para recibir y rechazar una invitación evidentemente propuesta a muchas chicas: ‘Vení a ver mi plantación de marihuana’.

En rigor de verdad, afirma Tony, la plantación de marihuana para que conocieran las chicas existía, si bien era muy modesta - dos plantas, las dos hembras, no lejos de las tumbas.

En la pared de una lavandería automática en Truro encontré hace poco un graffiti: ‘Tony Costa sólo entierra chicas’.

Chiste morboso que circula por Cape Cod: ‘Tony Costa, con su bigote y sus largas patillas y anteojos de abuela y suéter de cuello alto, entra en una agencia de Cadillac en Hynnanis y pregunta el precio de un modelo El Dorado. ‘Va a costarte un ojo de la cara’, dice el vendedor. Y Tony contesta: ‘Trato hecho’.

El chiste me lo contó un arquitecto. Después soltó una carcajada nerviosa. Y yo sentí que el enorme vacío sonriente en su cara de terror era la reacción típica de la mayor parte de los hombres de clase media en Cape Cod. El enorme vacío es un fracaso para imaginar por qué alguien podría querer descuartizar a cuatro chicas indefensas.

Edmund Dinis, el fiscal que representará a la Comunidad en el caso Costa, también está aquejado por el vacío. ‘En esta instancia’, nos dijo, ‘no trataremos de establecer un móvil. ¿Quién sabe por qué alguien haría una cosa así?’

Al señor Dinis le interesó escuchar que mi hija conocía al acusado. ‘¿Y ella qué dice?’, preguntó. Dinis es un hombre alto, solemne y honesto que nunca estuvo casado. Es tres años más joven que yo, lo que significa que tiene cuarenta y cuatro. Parecía completamente abierto a cualquier clase de información proveniente de gente joven que le permitiese entender este crimen de gente joven.

‘Si Tony es realmente un asesino’, dije, ‘va a ser una gran sorpresa para Edith. Ella nunca lo sospechó. Pero bueno, ella es muy joven. Hasta ahora no sospechó tanta maldad en nadie. Siempre se sintió segura.’

‘¿Qué dijo - exactamente?’, insistió Denis. ‘¿Cuáles fueron sus palabras?’

‘Dijo, y esto fue en el teléfono desde Iowa, donde ella estudia: “Si Tony es un asesino, entonces cualquiera puede ser un asesino.” Para ella este asunto fue toda una noticia.’

El señor Dinis se reclinó en su asiento, desilusionado. Lo que él había esperado escuchar, supongo, era algo iluminador acerca de la cultura de los hippies, tan numerosos en Provincetown - tal vez algo sobre las drogas.

Yo mismo hablé con algunos jóvenes sobre el panorama de las drogas en Provincetown, y les pregunté lo siguiente: ‘Si la persona que cometió los crímenes de Truro estaba drogado mientras llevaba adelante su tarea, ¿qué droga creen que ingirió?’ Les recordé lo cruda que había sido la carnicería y lo poco profundas que eran las tumbas, pese a lo fácil que habría sido cavar más profundo en el suelo del bosque, que era de arena.

La respuesta, invariable: ‘Anfetaminas’.

Los crímenes de Truro podrían no ser crímenes de anfetaminas, y Tony Costa podría después de todo no ser el responsable - pero con las anfetaminas Tony tuvo al menos un viaje realmente atroz. Fue en San Francisco. Pensó que se iba a ahogar y se desmayó. Entonces lo internaron en la sala de emergencias de un hospital.

Descubrí esto gracias a Lester Allen, uno de los dos habitantes de Cape Cod que estaban escribiendo libros acerca de los asesinatos. Allen es un periodista retirado que durante su vida presenció siete ejecuciones - tres de ellas en una misma noche. Lo enfermaron. Los abogados defensores, dos hombres del pueblo, lo contrataron para averiguar todo lo que podría ser de alguna ayuda a la causa de Tony. Allen mantuvo con Tony, con sus amigos y con sus familiares una serie de conversaciones que pueden considerarse abultadas. Tiene hasta ahora 1100 páginas de diálogos transcriptos.

En ningún lugar de todas esas páginas, me dijo, está la más mínima pista del cómo o del porqué de los asesinatos. Nadie se imagina.

Una vez arrestado, a Tony lo enviaron al hospital de Bridgewater para estudiarlo de cerca. Se mantuvo cordial pero no muy comunicativo. En un momento, sin embargo, pidió ver al fiscal del distrito. Su intención era preguntarle al señor Denis qué acciones estaba tomando con respecto a los crímenes de Cape Cod. Dijo esto: ‘Hay un loco suelto allá afuera’.

‘Todos los estrechamente relacionados con el caso tuvieron alguna experiencia con drogas,’ me dijo Lester Allen, ‘con la excepción, por supuesto, de los abogados y la policía.’ Considera la cultura de los jóvenes de Provincetown tan distinta a la suya propia que a veces suena como un antropólogo lejos de casa - entre los Kwakiutls, digamos, o los Yukaghir.

Entre los jóvenes, Hermann Hesse es considerado un gran escritor. La autoridad, en cualquiera de sus formas, está desprestigiada por las crueles estupideces en casos de confiscación de marihuana y por el escándalo de la pobreza y por Vietnam. Es fácil conseguir cannabis y anfetaminas y LSD cerca de sus hogares - o lo era, al menos, hasta que a Tony lo arrestaron por asesinato. Los participantes de esta cultura comúnmente se refieren a sí mismos como ‘freaks’.

La siguiente es una pregunta que un freak de Provincetown le hizo a un civil estándar, un tímido intento por descubrir qué tan enojada podría estar la comunidad estándar por el asunto de las mujeres descuartizadas: ‘¿Esto va a ser muy malo para los freaks?’

Los freaks cuestan dinero a los dueños de los negocios en las calles angostas de Provincetown. Miles de turistas vienen durante el verano a mirarlos como embobados - y a mirar como embobados a todos los homosexuales felices que caminan sin vergüenza, y a los pintores y también a los pescadores portugueses. Dudo mucho de que los turistas que se cruzaron a Tony el verano pasado hayan encontrado en él alguna clase de espectáculo. Él andaba prolijo y limpio - más limpio que casi cualquiera, de hecho, dado que entre sus costumbres estaba ducharse tres veces al día.

Tony Costa tiene una úlcera, dice Lester Allen.

Cuando al fin se encontraron los cuerpos el invierno pasado, los turistas llegaron fuera de temporada. Muchos trajeron a sus hijitos y palas y viandas para el picnic. Querían ayudar a cavar. Se desconcertaron cuando los guardaparques y la policía y los bomberos los consideraron desagradables.

Titular del Standard Times de Cape Cod, 9 de marzo de 1969: IMÁN MORBOSO ATRAE MULTITUDES A LAS TUMBAS DE TRURO.

Lester Allen me asegura que un emprendedor hombre de negocios empezó a vender paquetes de arena proveniente de la zona de las tumbas a cincuenta centavos la libra.

¿Quieren un poco?

Acá están las lamentables víctimas, ordenadas por fecha de muerte:

Sydney Monzon, dieciocho, residente de Eastham, desapareció alrededor del 25 de mayo de 1968. Trabajaba para una sucursal de Provincetown de A&P. Un día dejó su bicicleta apoyada contra el frente del local y nunca más la vieron. Su hermana pensó que se había ido a Europa con una amiga. Bon voyage.

Susan Perry, diecisiete, de Provincetown, desapareció el 8 de septiembre - después del Día del Trabajo. Sus padres estaban divorciados. Su padre era pescador. Nunca la declararon perdida: asumieron que se había mudado a otro pueblo. Bon voyage de nuevo. El suyo fue el primer cuerpo que se encontró. Lo identificaron gracias a un anillo - la alianza de su madre.

Patricia Walsh y Mary Ann Wysocki, ambas de veintitrés, ambas de Providence, llegaron a Provincetown el viernes 24 de enero de este año [1969]- en el escarabajo Volkswagen celeste de la señorita Walsh. Habían organizado una salida fuera de temporada. Si conocían a Tony, no dieron señales de ello cuando la encargada los presentó después de que se registraran en la pensión por cinco dólares la noche. Los precios son bajos fuera de temporada.

Tony, divorciado desde hacía unos seis meses, también se alojaba en ese lugar. Las ayudó con su equipaje.

¿Quién dijo que la caballerosidad es cosa del pasado?

Y entonces la señorita Walsh y la señorita Wysocki se evaporaron. Alguien vio su auto vacío cerca de la plantación de marihuana, y entonces el auto desapareció también. Después se encontraron los cuerpos - no dos, sino cuatro.

El auto extraviado apareció en un depósito en Burlington, Vermont. Lo había ingresado un tal Tony Costa, así que lo agarraron por asesinato.

Evely Lawson, amiga mía de Hyannis, columnista para el diario semanal Register, también está escribiendo un libro acerca de los crímenes. Con la ayuda de Norman Mailer consiguió un contrato con World Publishing. New American Library hizo mucho dinero con El estrangulador de Boston. También Tony Curtis hizo mucho dinero de ahí.

El Estrangulador fue otro estadounidense especialista en asesinar mujeres, que no son como los hombres. Las mujeres son tan fáciles de asesinar - tan débiles y simpáticas, tan ansiosas por conocer gente, lugares nuevos. Y qué símbolos que son.

Evelyn Lawson es aficionada a la brujería. También es experta en Provincetown, un oficio extravagante. La aldea en la yema del dedo de Cape Cod parece un puerto apasionante y exótico para la mayoría de la gente que vive en la parte del brazo. Como casi todo el mundo sabe, Cape Cod tiene la forma de un brazo humano. Chatnam está en el codo, Falmouth y Cataumet y Buzzards Bay están en el sobaco. Yo vivo en lo alto del bíceps. A las mujeres asesinadas las encontraron en la muñeca.

El cien por ciento de los Padres Peregrinos Americanos anclaron por un tiempo en las afueras de Provincetown, lavaron sus ropas y después se apuraron por llegar a Plymouth. Ahora hay portugueses donde ellos lavaron sus ropas, y neoyorquinos, y sabe Dios qué más. ‘Muchos de los primeros moradores fueron piratas y mooncussers’ dice Evelyn. ‘Muchos eran brujas prófugas que escapaban de Salem.’

Esto es lo que ella escribió en su columna después de la conferencia de prensa sensacionalista que dio el fiscal del distrito refiriéndose a los cuerpos:

“Mientras Dinis hablaba yo sentía que la piel me picaba de horror y de disgusto. El lugar donde se encontraron los cuerpos estaba cerca de un viejo cementerio, no lejos de un sucio cruce de caminos, el típico lugar tradicional para las ceremonias de Sabbath que hacían las brujas. Dinis indicó que había evidencia de canibalismo.”

Más adelante, Evelyn describió a Tony Costa mientras lo llevaban a la cárcel, ante la mirada de sus amigos.

“Uno de los pelilargos del grupo se arrodilló frente al prisionero y besó sus manos esposadas, gritando a viva voz: ‘Tony, ¡te amamos!‘”

El beso de las manos esposadas, a propósito, no sucedió realmente. Evelyn no lo vio, sólo escuchó acerca de él, como yo, en boca de todo el mundo. Es algo tan típico de un freak, incluso si no lo hizo.

Y el fiscal del distrito podría haber exagerado los hechos, él también, cuando mencionó a los caníbales. También avisó que faltaban algunos de los corazones. Al día siguiente, el médico forense, que algo sabe, dijo que los corazones estaban dentro de los pechos.
Las así llamadas ‘noticias’ llegaron a ser tan chillonas y truculentas que los abogados de Costa se presentaron en la corte a quejarse de la publicidad ‘…llena de imágenes de perversiones sexuales, mutilaciones, planes diabólicos e insinuaciones de ocultismo.’ Le exigieron a un juez que detuviera las lenguas de las autoridades fiscales. El juez accedió.

Así que ahora el asunto está más bien apaciguado - salvo por algunas grietas diminutas.

En los bares uno a veces puede encontrar gente con ganas de cantar lo que sabe a cambio de dinero. El cuñado de alguno conoce un guardia en la cárcel que ve a Costa casi todos los días - y así. Si quisiera ver las fotografías oficiales a todo color de lo que quedó de las cuatro mujeres, probablemente podría conseguirlas a través de alguien - si estuviera dispuesto a pagar.

Hasta podría comprar unos centímetros de la soga que usó Tony para atar a las chicas. Los negocios son los negocios, después de todo, y siempre lo fueron. Se puede hacer dinero incluso a partir de los flequillos de asesinos famosos. Por ejemplo: a mí me están pagando por esto.

El asesinato no es ninguna novedad en Cape Cod - y tampoco los numerosos asesinatos que apestan a drogas. Allá, en el verano de limonadas del bueno y viejo 1901, una enfermera llamada Jane Toppan asesinó a Alden P. Davis, a su mujer y a sus dos hijas con morfina y atropina. Esto fue en el adorable Cataumet, unas diez millas desde acá, donde los molinos de viento todavía muelen granos.

Leonard Wood, comandante de la división de héroes de capa y espada de Rough Riders en la Guerra Hispano-Estadounidense, vacacionaba en Cataumet justo en ese momento. En la presidencia estaba McKinley, a quien le faltaba poco para recibir su disparo mortal. Se podría alegar que Jane Toppan estaba, a su manera, respondiendo a la codicia empresarial y al militarismo y a la crueldad asesina y a la corrupción de su época. En ese caso, respondió de un modo ciertamente grandioso. No sólo confesó por los asesinatos de los Davis, sino por otros veintisiete.

Murió en un hospicio en 1938. Ése es seguramente el lugar adonde los asesinos múltiples pertenecen - al hospicio.

Jane Toppan era una huérfana que nunca pudo descubrir quiénes eran sus padres. Tony Costa, en cambio, sabe todo acerca de sus padres, y sobre decenas de otros parientes queridos. Su padre fue un héroe cerca de Nueva Guinea en la Segunda Guerra Mundial. Salvó de ahogarse a otro marinero. Después se golpeó la cabeza contra una saliente de coral y murió. Tony tiene un recorte de diario acerca de esto, y solía ir por ahí mostrándolo con orgullo.

La vida de su padre estaba asegurada por $10.000. Parte de ese tesoro fue confiado a Tony por su madre, que volvió a casarse después de un tiempo. Todavía vive en Provincetown. Cuando tenía sólo trece años, Tony llevaba libros y manejaba la correspondencia de negocios y preparaba la declaración de impuestos de su padre adoptivo, un masón.

¿Qué tan normal podés llegar a ser?

Tony tiene un coeficiente intelectual de 121.

Tony y su ex esposa solían ser católicos. Ya no lo son. Avis dijo el otro día: ‘Creemos en la reencarnación, la psicodelia y Dios en la naturaleza.’

Se divorció de él un año atrás, en junio, inculpándolo de ‘…trato cruel y abusivo’. Ésta acusación es de lo más frecuente, incluso entre espíritus tímidos, en las causas de divorcio de la Comunidad.

Los periodistas que indagan a los freaks de Provincetown acerca de Tony a menudo perciben que hablan de él en tiempo pasado - como si él se hubiera ido hace mucho y nunca más fuera a volver. Los ofende la publicidad sangrienta.

Sólo piden una cosa para Tony: un juicio justo.

¿Es posible que a Tony hayan querido incriminarlo? A principios de 1968 hizo una de las cosas más suicidas que un joven aficionado a las drogas puede hacer: le dijo a la policía que tal y tal estaba vendiendo drogas. Tal y tal fue arrestado. Hubo en esto cierta justicia propia de una tribu: tal y tal no era del pueblo.

Pero, ¿quién sería capaz de descuartizar y enterrar cuatro buenas chicas para incriminar a un pequeño canario?

‘Tony fue un chico malcriado’, se escucha por ahí. ‘Nunca lo castigaban por nada.’

En el placard de la pensión donde ayudó a Patricia Walsh y a Mary Ann Wysocki con sus equipajes, la policía encontró un rollo de soga manchada.

Las jóvenes mujeres de los Estados Unidos van a continuar lanzándose a buscar amor y emociones fuertes en lugares tan peligrosos como el infierno. Yo las saludo por su optimismo y por su valor.

Ahora recuerdo el verano de mi propia hija en Provincetown, donde ella supuestamente había ido a estudiar pintura al óleo. Terminado el verano, nos contó a su madre y a mí acerca de un chico joven que cada tanto le hacía saber de los deseos que tenía de asesinarla - y que lo haría. Era una broma, ella supuso - como invitar a alguien a una plantación de marihuana.

Cuando Tony fue arrestado, la llamé por teléfono a Iowa y le dije ‘Edith, ese chico que se la pasaba diciendo que te iba a asesinar, ¿se llamaba Tony Costa?’

‘No, no,’ dijo. ‘Tony jamás diría algo como eso. No era Tony.’

Y entonces le conté lo de Tony Costa y su arresto.

Wampeters, Foma & Granfalloons, Grafton, 1976.

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