27/12/12

El padre del grotesco


Por Pablo Lettieri

“Grotesco es el arte de llegar a lo cómico a través de lo dramático”. Así definía Armando Discépolo a ese nuevo género que supo crear y que se convertiría en la primera y más auténtica expresión del teatro nacional. Ambientes y personajes cotidianos de una Buenos Aires signada por la inmigración, la desigualdad y la pobreza. Una dramaturgia singular que, rompiendo con el naturalismo que venía exhibiendo la escena de las primeras décadas del siglo, conjuga lo hilarante y lo cruel, lo absurdo y lo cotidiano. Armando Discépolo nació en 1887 en pleno centro de Buenos Aires: Corrientes y Paraná. Siendo muy joven se inició como actor pero pronto descubrió que no tenía paciencia para repetir un personaje o una situación durante cincuenta noches y prefirió orientar su trabajo a la dirección y la escritura dramática. En 1910 el gran actor Pablo Podestá se interesó por su primera obra, Entre el hierro, que estrenó con gran éxito dirigido por el propio Discépolo. Desde entonces concibió una treintena de obras, algunas escritas en colaboración con su hermano Enrique Santos (El organito, 1925), con Federico Martens y Francisco Payá (El patio de las flores, 1915), y Rafael de Rosa y Mario Folco (El novio de mamá, 1914; Conservatorio la Armonía, 1917, entre otras). Pero los títulos fundamentales de su producción son los que fundaron el “grotesco criollo”: Mateo (1923), Giácomo (1924), Stéfano (1928), Cremona (1932) y Relojero (1934). Después de esta última pieza, no volvió a escribir y se dedicó por entero a la dirección: eligió obras de Payró, Tolstoi, Chéjov, Bernard Shaw y Shakespeare y dirigió a los mejores actores de su tiempo. Murió el 8 de enero de 1971, a los 83 años, en plena actividad. Alguien dijo que “Discépolo nos habla de lo que somos y somos como los personajes de Discépolo”. Tal vez sea la mejor síntesis de la significación de su teatro.

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