Por María Zentner
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PÁGINA 12
La forma de
hablar de William Burroughs era tan particular como su aspecto, su obra y su
vida. La suya era una voz nasal, gomosa, con una manera de decir las palabras
como si las masticara y las escupiera, cual tabaco, y ese acento arrastrado
desde su Saint Louis natal, el medio oeste norteamericano arraigado en la voz.
Burroughs encarnó a una figura elemental de la literatura del siglo pasado:
artista de culto entre los artistas. A través de los años, hubo muchos
documentales que intentaron retratarlo, pero sólo uno en el que él tuvo
participación activa delante y detrás de cámara: Burroughs: The Movie, dirigido
por Howard Brookner, filmado en Nueva York entre 1978 y 1983. El largometraje,
ganador de un premio del New York Film Festival en 1983, cayó en el olvido
luego de la muerte del director en 1989, hasta que su sobrino Aaron Brookner
–también director de cine y escritor–, rescató una copia en buen estado y
encaró una campaña con la intención de juntar fondos para restaurarla,
remasterizarla y digitalizarla. Se trata de una obra clave en el desarrollo
biográfico del escritor donde se pueden ver testimonios del propio Burroughs,
su hermano Mortimer y de emblemas de la cultura norteamericana como Allen
Ginsberg, Francis Bacon, John Giorno, Terry Southern o Patti Smith, entre
otros.
En 1978,
Howard Brookner terminaba la carrera de cine en la New York University (NYU) y
se embarcaba en el proyecto de su tesis final: un corto documental sobre el
escritor William S. Burroughs, famoso personaje que solía frecuentar la zona de
la universidad, el Bowery, en el Lower East Side neoyorquino. Burroughs vivía
en un departamento conocido como “el Bunker”, lugar de peregrinación de
artistas de todas las vertientes, convenientemente ubicado a la vuelta del
mítico CBGB’s, catedral del punk rock y usina del movimiento contracultural de
los ’70. Brookner contactó entonces a James Grauerholtz, agente y editor del
escritor, para presentarle la idea. Burroughs adoptó inmediatamente el proyecto
como propio y el “corto” se convirtió, tras cinco años de trabajo, en un
largometraje de 86 minutos.
Luego de su
paso por el festival de Nueva York, el film, que contó con el apoyo de la BBC y
la colaboración de Tom DiCillo y Jim Jarmusch, se estrenó en febrero de 1984.
Antes de morir de sida en 1989, Howard Brookner dirigió dos películas más:
Robert Wilson and the Civil Wars, un documental sobre el famoso director de
teatro, y Bloodhounds of Broadway, protagonizada por Madonna, Matt Dillon y
Rutger Hauer. Hace dos años, su sobrino, Aaron Brookner, puso en marcha un plan
para rescatar del olvido el legado de su tío: aparte de las tres películas,
existe un archivo con más de 300 latas con material fílmico de toda la carrera
del director esperando a ser clasificado y restaurado. Burroughs: The Movie es
sólo la punta del iceberg con el que él y su mujer, la productora argentina
Paula Alvarez Vaccaro, socia y co-responsable del proyecto, intentan poner a
girar una rueda oxidada y estática hace más de dos décadas.
“Lo que a
nosotros nos importa en este momento es que la película se digitalice y se
remasterice. Que esté disponible ahí afuera, en bibliotecas y universidades”,
aclara Alvarez Vaccaro desde Londres. La pareja organizó una colecta
(crowfunding) mediante la cual esperan juntar los 20 mil dólares que les
costará la restauración de la cinta. Este método de recaudación de fondos les
garantiza total independencia una vez obtenida la copia digitalizada, sin más
responsabilidad que cumplir con las personas que colaboraron a través de
donaciones. Para tal fin, habilitaron una cuenta a la que se puede acceder
hasta el 31 de diciembre ingresando a la página del director www.aaron
brookner.com y colaborar con aportes desde un dólar.
Alvarez
Vaccaro destaca algunos de los aspectos irrepetibles de la obra que esperan
poder reestrenar en febrero de 2014, cuando se cumplan cien años del nacimiento
del escritor: “El film tiene tomas incunables como las de la Nova Convention
(una retrospectiva de la obra de Burroughs que se realizó entre el 30 de
noviembre y el 2 de diciembre de 1978 y contó con la participación de poetas,
novelistas, performers y compositores de la talla de John Cage, Philip Glass,
Blondie, Frank Zappa o John Giorno), de la que casi no existen registros
audiovisuales. Pero, sin duda, lo que lo hace único es haber contado con un
Burroughs completamente involucrado con el proyecto durante todo el rodaje. Sus
declaraciones, las conversaciones con su hermano, las imágenes únicas con su
hijo antes de que muriera en 1981, su propia versión del día en que disparó a
su esposa o escenas en las que Howard y él interpretan pasajes de sus libros”.
La vida de
William Burroughs atravesó el siglo XX de espaldas a la historia oficial del
mundo que lo rodeaba. Este hombre de perpetuo traje de tres piezas, corbata,
tiradores y sombrero se caracterizó por la permanente ruptura con lo
establecido. Junto a Jack Kerouac y Allen Ginsberg, logró imponer un estilo que
marcó un quiebre a partir de lo que se llamó la “generación Beat” y, más
adelante, inventó el “cut-up”, una técnica de escritura que podría definirse
como el germen del remix musical: un collage literario. Fue transgresor desde
sus libros y desde su forma de vivir. Homosexual, fanático de las armas de
fuego y adicto a la morfina y a la heroína, el escritor residió en México,
Tánger, París y Londres. Tuvo una causa penal por la muerte de su segunda
esposa, Joan Vollmer, en un confuso episodio en el que él le disparó a una copa
que ella había puesto sobre su cabeza en pleno trance de drogas y alcohol. Con
Vollmer tuvo un hijo que murió en 1981, a los 33 años, adicto a la heroína. En
sus obras más conocidas –El Almuerzo Desnudo, Queer y Yonki– se encuentran
referencias autobiográficas en las que retrata los viajes –los físicos y los
alucinados– que conformaron el repertorio de imágenes crudas y muy directas
surgidas de la mente intoxicada y a la vez nítida del escritor, y dan una
pincelada del submundo de droga y marginalidad en el que se manejaba.
Burroughs: The Movie lo transforma en alguien más cercano, íntimo, palpable. Un
espejo de sus ideas a través de sus propias palabras gomosas, nasales,
masticadas, desnudas.