26/12/07

Cormac McCarthy: "The road"

Por Enrique Murillo
Publicado en EL PAIS (España)

Es el libro más oscuro de Cormac McCarthy, desde su negra portada hasta el paisaje sombrío que preside cada una de sus páginas, pero ha colocado al gran escritor norteamericano en las listas norteamericanas de best seller, superpobladas este otoño de libros nacidos para vender. The road ha sido saludada por la crítica como la obra maestra máxima del novelista magistral, pero además ha sido tan bien recibida por los lectores que, apenas un mes tras su publicación, ya ha entrado en su segunda edición, con más de 150 mil ejemplares impresos, un récord para él, que sin embargo ya había obtenido éxitos de venta con los westerns melancólicos de su Trilogía de la frontera.
McCarthy, cuya obra publica en español Mondadori, ocupa en las últimas semanas un puesto entre los 10 primeros de la archifiable lista de más vendidos que publica The New York Times. Entre sus vecinos se encuentran autores consagrados como John Le Carré, y sobre todo los productos de género, como la última novela de Stephen King, Lisey's story, o el más reciente disparate cómico-detectivesco de Janet Evanovich. La última incorporación a las listas, muy esperada tras haber vendido cuatro millones de ejemplares de Cold Mountain, es la nueva novela de Charles Frazier, Thirteen moons.
En el apartado de no-ficción, que este otoño rebosa también nombres-marca, aparecen John Grisham (The innocent man), o Bob Woodward con su último libro-crónica de la política norteamericana.
Que en medio de todo este panorama haya un hueco para McCarthy, un constante candidato al Nobel, resulta cuando menos sorprendente. Por cierto, entre otros escritores y críticos mundiales, Javier Marías, preguntado por si él era candidato al Nobel, respondió que si alguien merecía ese galardón era Cormac McCarthy, que también figura entre los preferidos de otro escritor español, Ray Loriga.
El primer toque de atención sobre The road lo dio William Kennedy, el autor de Tallo de hierro, en su reseña de The New York Times Book Review. Kennedy no solamente elogiaba sin tasa la magnificencia literaria de The road, sino que señalaba que esta vez McCarthy había abandonado las complejidades sintácticas que generalmente hacen tan difícil su lectura para escribir en una prosa ritmada, de frases breves, nada abstrusas, y profetizaba que este libro iba a suponer para McCarthy muchísimos miles de lectores. William Kennedy acertó.
Otros críticos han visto posteriormente lo mismo. The road transcurre en un mundo literalmente quemado por lo que sin duda fue un reciente holocausto nuclear. Un padre trata de salvar a su hijo emprendiendo con él "el camino" del título. Rodeados de un paisaje baldío, amenazados por bandas de caníbales, empujando un carrito de la compra donde guardan todas sus posesiones, atraviesan los lugares donde el padre pasó su infancia, recordada a veces en forma de breves bocetos del paraíso perdido, y avanzan hacia el sur, hacia el mar, huyendo de un frío "capaz que quebrar las rocas".
El niño tiene aproximadamente 10 años y el mundo sufrió un apocalipsis antes de que él tuviera conciencia. El padre le lleva de la mano por gasolineras abandonadas, supermercados desiertos donde tratan de encontrar latas de alubias, restos olvidados de alimentos, una lata de Coca-Cola cuyas burbujas, nuevas para el niño, constituyen un instante festivo en medio de la desolación.
La historia estremece, pero tiene momentos de luz, muy fugaces, cuando narra la relación física y emotiva del padre y el hijo. En el mundo devastado, la imagen del hombre y el niño temblando, pegados, bajo la manta, adquiere una potencia que sin ser sentimental acaba emocionando.
Que un libro así esté llamando la atención de tantos lectores en Estados Unidos supone una verdadera sorpresa, y sin duda contribuirá a reforzar la fama tardía de su autor. McCarthy vive en una caravana en algún rincón del sur de Estados Unidos, y se niega a toda clase de promoción de sus libros. Su editor, Gary Fisketjohn, tomó su obra cuando McCarthy había alcanzado el punto máximo de impopularidad, con unas ventas inferiores a cinco mil ejemplares. Había publicado un libro grandioso, Meridiano de sangre, pero nadie se enteró. Su siguiente novela, la que abría la Trilogía de la frontera, se titulaba Aquellos caballos tan lindos.
Era a comienzos de los noventa. Y ahí empezó la recuperación de la fama y las reediciones de toda su obra anterior. Ahora, como si quisiera advertirnos frente al apocalipsis con el que el presidente Bush y sus neoconservadores parecen querer regalarnos, McCarthy ha escrito un alegato antinuclear y antibelicista, y un sorprendente canto a la solidaridad humana, al amor paterno-filial.

16/12/07

Michel Houellebecq

Por Alan Pauls
Michel Houellebecq es uno de esos escritores que ya no tienen currículum sino prontuario. A esta altura del partido no son tanto sus libros los que llaman la atención en lo que los medios dicen de él; son sobre todo sus apariciones públicas, sus escándalos, sus monosílabos, sus exilios, sus performances como poeta-rapper, sus condenas a muerte, sus cambios de editor. Curiosa inflación de la figura de un escritor que si de algo puede jactarse es de haber apostado todo, incluso –o empezando por– su capital personal, a una sola ficha: convertirse en una máquina de describir, un dispositivo a la vez muy viejo y muy nuevo dedicado a relevar, a observar, a registrar... ¿qué, exactamente? No el yo, sin duda, no la subjetividad ni la interioridad humanas, sino la lógica fluida y monstruosa y asordinada que los corroe, los ridiculiza y quizá los extingue: la lógica de un mundo colonizado por el mercado, el mundo poscapitalista.
Es fácil leer la obra de este ex ingeniero agrónomo como una literatura “de agenda”. A lo largo de trece años y cinco novelas (Ampliación del campo de batalla, Las partículas elementales, Lanzarote, Plataforma, La posibilidad de una isla), Houellebecq ha explorado con una puntualidad asombrosa el repertorio de endemias más representativo y espectacular del occidente contemporáneo: el corporativismo, el consumo, el turismo sexual, la clonación, los experimentos biogenéticos, las ingenierías poshumanas, el terrorismo, el milenarismo, las sectas, los desastres naturales, la saturación hedonista, la pedofilia, el poder tecnocientífico, la información... Nada que haya gozado de quince minutos de fama en la primera plana de un diario o un noticiero de televisión puede faltar en una novela de Houellebecq. Gran balzaciano, este panoramista impasible tiene un ojo clínico que no tiene nadie y siempre se empeña en orientarlo hacia un objeto informe, irritante, a la vez ineludible y pedestre, que la literatura sólo toca con pinzas o para reducirlo a un mero decorado. Ese objeto es “la actualidad”, esa compulsiva vidriera de goces donde coexisten en pie de igualdad Steve Jobs y la estrella porno de moda, las vacas locas y David Bisbal, la nueva conjetura sobre el origen del universo y el último grito en atentados fundamentalistas, Philippe Sollers y el lanzamiento de la cámara Sony DSCF-101 con tres millones de pixeles. Enfrentado con la actualidad, Houellebecq actúa como un escáner implacable. Caracteriza universos, cataloga tipos, señala tendencias. Nada de la industria del presente parece escapársele. Pero esa perspicacia luminosa está teñida, como cortada por una especie de sarcasmo amargo, casi tóxico, el tipo de mal gusto que dejan en la boca todos esos saberes que sociólogos, semiólogos y mitólogos acuñaron a fines de los años ‘60 para criticar el capitalismo posindustrial y ahora, cuarenta años más tarde, son bibliografía obligatoria en las sesiones de marketing donde se piensa cómo seguir reproduciéndola.
Ese efecto de resaca histórica es uno de los factores más notables de la ficción de Houellebecq, mucho más, quizá, que el cinismo que reivindican a menudo sus personajes o que los sopapos que sus provocaciones políticas propinan al lector biempensante. Otro factor, que hace un juego perfecto con la resaca, es el tono que esa ficción elige para desplegarse. Es el tono crudo, neutro y como anestesiado de un informante escrupuloso pero exhausto, obligado a informar sobre un estado de cosas que no necesita de él, ni de su informe, ni de su tono, ni de nada que no sea él mismo, la propia compulsión que ese estado de cosas experimenta para seguir, para ir más allá, básicamente más allá de lo humano. Es el tono –para hacernos una rápida idea– de un Albert Camus que permanece en vela, pero ya no tiene una sola gota de energía, lobotomizado por años y años de estadísticas, cálculo de trends, trabajos de campo, sondeos de opinión, compulsas motivacionales. Es el tono de un burócrata vitalicio atrapado en la peor de las situaciones: no poder evitar ocuparse de un mundo que ya no lo desea. Mucho más que los temas calientes, las bravuconadas sexuales o la incorrección política, es ese idioma implacable y deshidratado lo que nos corta el aliento en los libros de Houellebecq, del mismo modo en que, en un escritor como Sade, el escándalo viene menos de las aberraciones eróticas que de la prosa distante y gélida que las narra. Hay en efecto algo en esa lengua administrativa de Houellebecq –escritor “frío”, “sin alma”, “desapegado”, como lo describe a menudo la prensa– que recuerda inevitablemente al decir maquínico de Sade, el escritor más candente de la literatura francesa: el mismo talento descriptivo, la misma capacidad de razonar el goce del Mal, la misma impunidad para mimetizarse con posiciones intolerables. La misma adicción a una risa negra, sin fondo. Y la misma arte para reducir un gran fantasma occidental, el sexo, a un manual de instrucciones seco pero eficaz, que cualquier hijo de vecino puede poner en práctica en casa sin dificultades.
Hay mucho sexo en los libros de Houellebecq; quizás el mejor, el sexo menos erótico y más contagioso que pueda rastrearse en la ficción contemporánea. Es un sexo que tiene al menos tres variantes. La primera –sin duda una de las más originales– es problemática, desdichada, siempre insatisfactoria: es un sexo de gente traumatizada o vaciada de deseo. Otra es el sexo eficaz, exitoso, en el que cada órgano y cada deseo buscan y encuentran siempre su lugar; el sexo literal que Houellebecq parece calcar del cine porno como nadie, asordinando siempre el énfasis virtuoso que lo envuelve en la pantalla. La tercera es el sexo extático, el que corona o transgrede la voluntad de eficacia con un plus inclasificable que se vive como un trance (un desvanecimiento, un deseo de muerte). Cada una de esas variantes sexuales implica una cierta economía del tiempo: la primera es la interrupción; la segunda, la continuidad mecánica; la tercera, una especie de abolición abrupta y brutal. De las tres, la segunda es la que mejor responde al mundo pleno y autosuficiente de las novelas de Houellebecq, donde dos ideas como fornicar y vomitar pueden tentar al mismo tiempo, con las mismas chances de ganar, al tipo que mira a una mujer que le sonríe. Las otras dos, la torpe y la mística, brillan siempre como dos anomalías aristocráticas. Una es un síntoma, el rastro tragicómico pero vivo que deja una humanidad en retirada; la otra es sin duda una felicidad, pero una felicidad imposible, siempre condenada al desastre. Ambas encierran, sin embargo, esa energía desesperada y romántica que tarde o temprano termina tajeando como un relámpago el famoso depresionismo houellebecquiano.
Ampliación del campo de batalla cita a Barthes: “De pronto me fue indiferente no ser moderno”. Houellebecq se apropia de esa indiferencia y parece dictaminar: las alternativas al desierto poscapitalista no son, no podrían ser modernas, porque la modernidad es la madre del poscapitalismo; las alternativas sólo podrían ser anacrónicas. Las alternativas son la poesía (que por algún milagro siempre parece sobrevivir al desencanto houellebecquiano), las evidencias de cierto sentido común existencial (“En el fondo uno nace solo, vive solo y muere solo”, reflexiona en algún momento un personaje), la emoción simple, el sentimiento desnudo, el afecto del que prácticamente es imposible decir nada, nada al menos que pueda corromperlo con alguna dosis de inteligencia. Esas son las únicas islas posibles. “He tenido que conocer/ Lo mejor que hay en la vida,/ Dos cuerpos que disfrutan de su felicidad/ Uniéndose y renaciendo sin fin”, dice el último poema de La posibilidad de una isla, el poema que enciende la mecha y empuja a una mujer neohumana a desertar del posmundo en el que vegeta y a buscar una nueva utopía humana.
¿Y si el cínico, el pesimista, el gran desapegado fuera en el fondo un sentimental? ¿Y si la apatía con que las ficciones de Houellebecq constatan la lógica de un presente atroz estuviera siempre acechada por la sombra de un sueño crédulo: el sueño de que “dos cuerpos que disfrutan de su felicidad” rompan el cerco de lo actual y reintroduzcan un poco de tiempo real –un poco de pasado y de futuro–, no sé si en nuestras vidas pero sí, al menos, en nuestras novelas? En su primera novela, Houellebecq ya confesaba el desafío que había asumido al escribir ficción: encontrar la forma novelesca capaz de retratar la indiferencia, el vacío, la nada. La forma más adecuada a una civilización que –salvo las sardinas en lata– ya no concibe nada de larga duración. Las cuatro novelas que publicó prueban que la encontró, pero que al mismo tiempo que esa forma adecuada al mundo encontró también su resistencia y su antídoto: una suerte de neoinocencia, el extraño tipo de entusiasmo y de confianza que –inyectándole tiempo, todo ese tiempo que el mundo ya no tiene– la contradicen y la ponen en peligro.

26/11/07

Magdalena derrapando tempranísimo

Magdalena Ruiz Guiñazú y el periodista y abogado Pablo Llonto (ex diario Clarín y autor de La Noble Ernestina, biografía obviamente no autorizada de Ernestina Herrera de Noble) se cruzaron duro el viernes pasado en el programa Magdalena tempranísimo (Continental, AM 590, de 6 a 9).
Llonto es el abogado de la familia de Diego Muñíz Barreto, el ex diputado del PJ asesinado durante la dictadura, crimen por el cual se encuentra detenido el ex comisario Luis Patti.
Lo insólito de la charla es que Magdalena nunca supo que Llanto, además de abogado, es periodista, y bastante conocido en el gremio de prensa. Por lo que la conductora quedó expuesta tras “retar” a Llonto, increpándolo por denunciar a la señora de Noble y a la complicidad de un sector influyente del gremio periodístico durante la dictadura. Dicen que terminada la charla con Llonto, la señora Guiñazú se enfureció con uno de sus jóvenes productores porque no le había advertido de que el Llonto con quien hablaría al aire era… "ese Llonto".

Transcripción de la charla al aire entre Magdalena Ruiz Guiñazú y Pablo Llonto:

LLONTO: ...Patti me parece uno de los últimos símbolos de la impunidad en la Argentina que todavía estaba sin detener. Creo que él y la señora Ernestina Herrera de Noble, la dueña del grupo Clarín, que tiene dos hijos que se sospecha que son...

MAGDALENA: Pero no tiene nada que ver una cosa con la otra...

LLONTO: Sí que tienen que ver, Magdalena, porque los casos símbolos de la impunidad en la Argentina son los que ha protegido el poder. A Patti lo protegió el poder y a la señora de Noble la protege el poder también e importantes sectores de la prensa que no tienen la valentía y el coraje de denunciar a esta señora que tiene dos hijos; yo también llevo la causa de ella y estamos investigando quiénes son Marcela Noble y Felipe Noble.

MAGDALENA:¿Por qué no se da a conocer justamente quiénes son si usted tiene las pruebas?

LLONTO: Precisamente porque la Justicia y gran parte del periodismo se niega.

MAGDALENA: No, mire, si ha habido gente que se ha jugado y si ha habido gente que ha levantado su voz cuando todo el mundo se quedaba callado, han sido miembros del periodismo.

LLONTO: Muy poca gente.

MAGDALENA: Bueno, muy poca pero valiosa y fíjese que también si vamos a eso, hay muy poca gente que se anima y que se animó en su momento a dar testimonio. Pero no involucremos así a la ligera a todo un gremio como es el nuestro, yo personalmente no se lo admito...

LLONTO: Magdalena, yo soy parte también del gremio.

MAGDALENA: No, no sabía, no sabía doctor que usted era periodista. ¿En qué medio está trabajando?

LLONTO: Escribo para Caras y Caretas, escribo para la revista Selecciones y he trabajado muchísimos años en el diario Clarín, y conocemos todos desde adentro quiénes fueron los periodistas que tuvieron valentía, que fueron pocos, y quiénes fueron la mayoría de los cobardes que en la época de la dictadura no fueron capaces de contar lo que estaba pasando. Todos lo sabemos, pero yo no hablo de los periodistas.

MAGDALENA: ¿Sabe una cosa? Me parece que hay que tener un mínimo de respeto por el miedo ajeno. Yo personalmente tengo un gran respeto por el miedo ajeno y por el propio, así que, ¿sabe qué?, si tiene denuncias para hacer, doctor Llonto, hágalas en la Justicia, donde corresponde, pero no se dedique a ensuciar un gremio al que usted dice pertenecer… La verdad es que yo a usted no lo conozco.

LLONTO: Magdalena, lo que usted no puede hacer es mentir y no decir que hubo periodistas que en la época de la dictadura no fueron capaces de investigar lo que pasaba en la ESMA.

MAGDALENA: Yo lo llamé, doctor Llonto, para hablar del caso Muñiz Barreto y para hablar justamente de los secuestros que se le imputan a Patti. Y usted me sale con una imputación al periodismo en general. Además, dé nombres si se anima, vamos, me revienta eso de salir a acusar sintiéndose el dueño de la verdad. También me acuerdo de una presunta guerrillera a la que hicieron aparecer en una revista como si estuviera arrepentida, todas esas cosas infames las recuerdo, pero yo como creo en la Justicia no me siento juez de nadie, ¿se da cuenta?

LLONTO: Pero Magdalena, estamos iniciando una causa por el caso de Telma Jara de Cabezas. ¿Usted recuerda ese caso?

MAGDALENA: ¿Sabe qué? Como integrante de la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas no voy a empezar a citarle nombres. También a Norma Arrostito la daban por muerta en un enfrentamiento y la habían matado en la ESMA. Son cosas muy conocidas, doctor, me llama la atención que recién usted las descubre.

LLONTO: Magdalena, al revés, soy el abogado de la familia Arrostito, acá cometiste un error.

MAGDALENA: No, no me tutee porque yo a usted no lo conozco.

LLONTO: Soy el abogado de la familia Arrostito desde hace casi tres décadas.

MAGDALENA: Llonto, ¿tiene algo más que agregar sobre el caso Patti?

LLONTO: No, no entiendo por qué se enoja por hechos que son reales.

MAGDALENA: No me gusta la gente que se siente juez y que puede juzgar a todo el mundo como si fuera el dueño de la verdad. Doctor Llonto, ¿ tiene algo más que agregar?

LLONTO: No, no Magdalena, gracias.

MAGDALENA: Adiós.

5/10/07

Naomi Klein. La marca de la política

Por Lola Huete Machado
Publicado en EL PAIS SEMANAL

Economía pura, política dura. O viceversa. De ambas unidas; del poder del corporativismo. De eso trata el nuevo libro de la canadiense Naomi Klein (Montreal, 1970), la musa de la antiglobalización que vendió más de un millón de ejemplares con su No logo (2000). Versaba éste sobre el poder de las marcas y sus maniobras feroces para colocar sus productos; The New York Times lo definió como "biblia del movimiento antiglobalización", y la revista liberal The Economist le dedicó una portada réplica que tituló 'Pro logo'. Ahora presenta en Europa su nuevo libro, La doctrina del shock, y siempre acompañada de su marido, Avi Lewis, Klein se aloja en un hotel del Soho londinense y anda inquieta porque mantiene abierto un foro caliente con lectores de The Guardian, diario del que es columnista, al igual que del semanal izquierdista norteamericano The Nation.
El libro ha causado expectación en el Reino Unido, y hay debate, desde luego, a tenor de las respuestas en distintos medios o de las recogidas en el citado foro digital: desde el "éste es un libro que debería leer gente de todo el espectro político", de un blogero llamado Richard Marcus, hasta la de otro, de nombre Tim Worstall, que se despacha: "¿Que la caída de los sóviets es un crimen contra la democracia? ¿Pero qué se ha fumado esta mujer?".
Ella -nieta de sindicalista en la empresa-marca Disney e hija de una pareja formada por una artista feminista y un objetor de la guerra de Vietnam huido a Canadá-, seguidora entusiasta de los trabajos de Eduardo Galeano, John Berger o Susan Sontag, responde con detenimiento y seriedad a todos: "Se trata de intercambiar información, no de despotricar; de generar polémica. Esta obra es un inicio, no un punto y final". Para esta mujer, el activismo es su escritura. Y la editorial en España, Paidós, la presenta así: "Como pasó con No logo, ahora, con La doctrina del shock, Klein va a volver a sentar cátedra porque... vuelve a desarrollar una teoría fruto de la observación in situ del avance demoledor del capitalismo". En un volumen de casi 600 páginas, la autora no deja títere con cabeza en el entramado de los intereses económicos y políticos de EE UU, donde se publicó a inicios de septiembre.

¿Está siendo diferente la respuesta hacia este libro que con 'No logo'? Su nueva obra es aún más política...
La respuesta es distinta. Cuando salió No logo, yo no era conocida, por lo que no había un deseo expreso de atacarlo; eso sucedió después. En principio, las críticas fueron positivas, y luego vinieron las negativas. Con éste ha habido polémica inmediata. Es controvertido. Cuento con que algunos se sientan amenazados: cuestiona una versión de la historia que siempre se ha aceptado, y la gente tiende a proteger su territorio. Habrá respuestas encolerizadas, otras le quitarán importancia, otras hablarán de conspiración, y otras, encantadas.

Naomi Klein, que algunos columnistas británicos presentan como "apasionada abogada de las teorías de Keynes y Galbraith", describe el auge del capitalismo del desastre y sus efectos devastadores sobre los ciudadanos de a pie. "De cómo forrarse con la desgracia ajena", se podría titular. Si la historia oficial indica que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia..., ella asegura: "La historia del libre mercado contemporáneo -el auge del corporativismo, en realidad- ha sido escrita con letras de shock". Una doctrina creada y recreada durante las últimas tres décadas que ella hace metáfora y lleva del cuerpo físico al político.
Así empieza su exposición, con las torturas y shocks infligidos sobre ciudadanos por agentes de la CIA durante los años cincuenta -descritos en manuales no hace mucho desclasificados-, y lo extiende a la política económica internacional implantada en distintos Estados en coyunturas concretas: Argentina y Chile, en los setenta; China y Polonia, al caer los ochenta; Rusia, la ex Yugoslavia, países de Asia o África, en los noventa, y luego el mismo Estados Unidos e Irak, en el inicio del siglo XXI. Todos, laboratorios de esta doctrina que necesita para aplicarse, "sin ningún tipo de restricciones, algún tipo de trauma colectivo adicional que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático".
Detrás de todo ello: la ideología y práctica de la Escuela de Chicago, con Milton Friedman, el gurú neoliberal estadounidense y premio Nobel, a la cabeza. "Su teoría se impuso en todo el mundo desde los setenta, pero hasta hace poco su visión jamás se había aplicado totalmente en su país de origen". Hasta que llegó el 11-S y los neoconservadores se toparon con terreno abonado: pánico, incertidumbre, el enemigo terrorista..., y descubrieron las mil posibilidades del país de Sadam".
A la luz de esta doctrina, sigue Klein, la historia política de los últimos 35 años adquiere un aspecto muy distinto del que nos han contado. "Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo se articularon activamente para preparar el terreno e introducir las reformas radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado". Nada como la frase de un ex agente de la CIA para orientar: "Para nosotros, el miedo y el desorden representaban una verdadera promesa".

Su obra será especialmente criticada por los relacionados con la filosofía o las teorías de la Escuela de Chicago.
Sí, sí, pero un libro como éste no puede medirse por sus críticas. A alguien de izquierdas, le gustará; alguien de derechas, quizá lo odie. Para mí será un éxito si estas teorías salen a la luz, y si son capaces de abrir discusiones sobre cómo llegaron a dominar.
Otra respuesta a un forero para atajar críticas: "Quiero aclarar lo que es y no es este libro: no es la historia exhaustiva de todas las formas de uso del shock y las crisis para introducir medidas impopulares. Sé que los regímenes totalitarios comunistas y fascistas usaron tales tácticas. La diferencia es que dichas ideologías han tenido que rendir cuentas por sus crímenes. El capitalismo contemporáneo nunca se ha planteado tal responsabilidad?, y ya es hora".

Vestida con vaqueros y camiseta roja, media melena de corte perfecto y gafas a ratos, de aspecto más maduro que antaño, la autora, periodista y activista se deja fotografiar con parsimonia y contesta de forma apasionada a todas aquellas cuestiones referidas al contenido del libro; las otras las evita, le exasperan: "Mi vida no importa, intereso por lo que hago". Se entusiasma al citar el corto documental que le ha preparado Alfonso Cuarón (se ha visto ya en festivales) como aperitivo de su nueva publicación: "El futuro que él había creado en Children of men era muy cercano al presente que yo estaba contemplando en zonas devastadas...".
El libro expone mucho, describe un panorama desolador de maniobras políticas y económicas, y nos deja sin aliento. Si todo está tan mal, la reacción del lector puede ser más bien la contraria a lo que usted querría como activista; es decir, ¡pasemos de todo...!
¿Que la reacción puede ser negativa?
Sí. Si todo está perdido, se puede producir una huida hacia adelante? "¿Quién dice que todo está perdido?" [aquí encaja la frase de Mercedes Sosa]. No. Hay esperanza en el hecho de que las ideas progresistas y de izquierdas no perdieron la batalla ideológica; fueron forzadas, y fue una crisis lo que las derrotó. Pero las crisis son temporales. Si te fijas en lo que pasa en Latinoamérica hoy, se trata de un continente que ha sufrido todo tipo de crisis, y aun así, 30 años después, las ideas y la esperanza reaparecen. Y se están encontrando nuevas formas para protegerse de crisis futuras. La única cosa peor que el capitalismo es esa otra opción que sugiere que no hay alternativas. Precisamente yo digo que las hay, que las hubo siempre, que la gente las eligió y que fueron derrotadas en guerras sucias, tanto intelectuales como reales. Esto debería dar confianza a la gente...

En 'No logo' decía que había que poner más atención a las estrategias de las marcas..., pero han pasado seis años y las cosas no han cambiado mucho...
¡No logo no pretendía eliminar las marcas! Era un libro de política y hablaba de un sistema comercial injusto. Yo decía que las marcas son sólo símbolos, puertas de entrada al debate sobre el tipo de sistema comercial que queremos. Que era el momento de entrar por esa puerta. Y de eso trataban las protestas en Seattle contra la OMC, en Washington contra Banco Mundial y FMI, y en Génova contra el G-8; contra este sistema. Y si nos fijamos en dónde estamos en 2007, vemos que esas organizaciones están en crisis. Hay un cambio enorme.

Bien. Pero para muchos perdura la idea de que 'No logo' iba contra la industria, contra la economía en general...
Estaba en contra de la explotación de los trabajadores.

... y sin consumo, sin gente que consuma, no hay economía...
Sí, pero ése es un análisis muy tonto.

¿Como el de la revista 'The Economist', al sacar una portada titulada 'Pro logo'?
Exacto. Cuando The Economist dice algo así, es una estrategia política. Hay una expresión para esto: "Construir un hombre de paja para luego poder derribarlo". En tal batalla política, yo estoy a un lado, y The Economist, al otro. Por supuesto que va a malinterpretar mis ideas, pero eso no es problema a no ser que sólo creas lo que dice esa revista.

¿Están más concienciadas las empresas ahora que hace un lustro?
No creo. Ha habido cambios, pero no hay ningún sistema de control, así que ¿cómo lo sabemos? Pero el plan que existía, y que buscaba formas más profundas y rápidas de liberalismo corporativo, se ha estancado. Es decir, no está mejorando, pero tampoco empeorando. A eso me refiero cuando digo que las negociaciones de la OMC llevan paradas cuatro años, que el FMI ha perdido poder, que el Banco Mundial está en crisis y que los intentos de expansión de las áreas de libre comercio se han detenido. Yo sé que no hay utopías, pero, a día de hoy, el poder parar estas cosas es en sí una victoria: el principio.

Hablando de victorias, la sensación en Europa es que los estadounidenses no reaccionan mucho con la guerra de Irak.
Es verdad, creo que es una de las ironías de la era George Bush. Esta Administración es tan terrible que hay una gran cantidad de activismo; la gente tiene más conciencia política ahora que hace cinco años. Pero todo está centrado en odiar a Bush o a Cheney, en conseguir que Obama o Hillary salgan elegidos. Todo se centra en las elecciones, en esas personas. Se ocupan menos de cuestiones como el cambio climático o la guerra, y más del enfrentamiento entre demócratas y republicanos.

Usted dijo en Francfort en 2002 que la esperanza para el futuro del movimiento antiglobalización era Europa... ¿Por qué cree que es aquí diferente a EE UU?
Si lo dije en 2002 fue porque tras el 11-S había pánico en EE UU y muchos activistas dejaron de serlo por miedo a parecer antipatrióticos. La guerra contra el terrorismo se usó como arma frente al activismo. Precisamente he escrito este libro para que mis compañeros estadounidenses vuelvan a hablar sobre sistemas. Porque antes del 11-S, lo importante del debate que existía sobre la globalización es que no era sobre Bush, Cheney o Clinton, era sobre sistemas y mentiras. Y tenemos que volver a eso.

La génesis del nuevo libro se produjo durante el año en que vivió en Argentina, mientras rodaba junto a su marido la película La toma, sobre obreros en plena crisis que sacan adelante una fábrica; allí sus amigos le hablaron de las sangrientas raíces del proyecto de la Escuela de Chicago: "A menudo, compartiendo sus propios recuerdos y tragedias personales y familiares conmigo. Ellos cambiaron la forma en que veía el mundo", recuerda Klein. Aquel primer destino le llevó luego a un periplo por el mundo que le marcó. Especialmente, Irak: "Cuando volví en 2004 tenía claro que debía escribir sobre aquello. Estaba obsesionada con el asunto del shock: era la metáfora elegida por los invasores y por los economistas. Así que empecé a investigar acerca del shock verdadero de forma científica, y a ver más similitudes entre el shock científico y lo que estaba pasando en estas zonas de conflicto".

¿Se les ha ido la mano en esa guerra?
Sin duda, la guerra de Irak no ha salido según lo previsto. Y conocemos el plan porque Paul Bremen entró en Irak e intentó convertirlo en zona de libre comercio; dejó papeles que lo demuestran. Pero la ideología (del shock) ha tenido tanto éxito que ha penetrado en el corazón del Gobierno estadounidense. Incluso cuando la guerra fracase, sigue tratándose de un éxito económico para las empresas privadas; gran parte de la guerra la están librando ellas. Así que, cuanto peor están las cosas, más beneficioso es para estas compañías.

¿Las de armas, de seguridad...?
No sólo armas, va más allá. Es muy radical lo que ha hecho esta Administración; cosas como el espionaje, los interrogatorios de prisioneros, la construcción de cárceles? Tareas que son el núcleo de lo que entendemos por Estado han sido privatizadas.
Siempre se benefician y pierden los mismos. Y esto es desesperante...
No hay nada desesperado cuando tienes claro a quién te enfrentas. Lo es más pensar que los demócratas van a arreglarlo todo en las próximas elecciones. Deprimen más las falsas esperanzas.

Tampoco parece que la izquierda tenga ideas o margen de maniobra...
Bueno, en España tenéis un ejemplo de esto; tuvisteis unas elecciones en las que decidisteis que queríais salir de Irak, y así fue: un milagro. Y esto nos demuestra que es posible tener una democracia en la que haya una relación entre lo que se vota y la realidad.
Precisamente muchos integrantes del movimiento antiglobalización no votan.
Yo, sí.

¿Y qué piensa sobre ello?
Hay mucho escepticismo debido a la experiencia de votar para el cambio y no conseguirlo. Eso aumenta el desaliento. Pero si la gente ve que se consiguen resultados, se implica más. Hay muchas situaciones en las que boicotear las elecciones fue una opción racional. Si tienes un sistema roto... Por ejemplo, Argentina antes del derrumbamiento: muchos votaron a un personaje de dibujos animados porque no tenía manos y no podía robar. Fue un voto de protesta que venía a decir que todos eran ladrones y que no querían participar en eso. Cuando un sistema está corrupto, como el de Estados Unidos, es una postura muy legítima no seguir fingiendo que esto va a funcionar. Pero si se pueden tener elecciones reales, como, espero, en Ecuador o Bolivia, la gente recupera la fe en la democracia.
Usted es de izquierda, de familia y pensamiento...

¿Cree que los partidos políticos de izquierda deben plantearse una vez más lo de renovarse o morir?
Gran pregunta, pero es difícil para mí generalizar; puedo hablar de situaciones concretas, de cada país. Decir en EL PAÍS que todos los partidos de izquierda deben morir puede ser mala idea.

¿Han perdido la conexión con la gente joven? ¿Ésta no se siente representada por los partidos de izquierda?
Mira lo sucedido en Italia con el partido comunista. Un grupo de activistas se presentó a las elecciones, hubo una renovación; después, coalición con Prodi, y poco ha cambiado... Muchos movimientos sociales muy efectivos para presionar al Gobierno están apartados... Creo que, a no ser que tengas un verdadero plan para arreglar el sistema, y no sólo sentarte y ocupar sitio en el Parlamento, es mejor y más efectivo quedarse fuera, estar bien organizado y ejercer presión. Así que depende; deben ser estrategias bien pensadas. Diría que mi generación de activistas no se toma el poder político en serio.

¿Por qué no?
Porque es posible cambiar el sistema no sólo presentándose a las elecciones, sino con un plan serio de reforma constitucional y política. Eso es lo que está pasando en parte de Latinoamérica. En Europa y América del Norte no parece haber tanta prisa, pero ocurrirá.

¿Cuándo comenzó a interesarse por la política? Ha contado en alguna ocasión que era muy consumista de joven.
Sí, cuando era adolescente.

¿Por qué cambió?
Porque dejé de ser adolescente.

Usted cambió esa conducta. Si tuviera que decirle a alguien cómo hacerlo...
Le diría que me leí un libro que se llama No logo y ya no pude ir de compras.

¿Ahora es más 'no logo' o 'pro logo'?
No soy pro logo, pero no creo que mis compras sean relevantes.

Y en lo político, ¿dónde podemos hacer algo los ciudadanos?
Bueno, ésa es la razón por la que escribí el libro: el tipo de cosas que cuento van a seguir pasando. Cada vez hay más crisis y desastres, el mercado está en crisis en América del Norte, tenemos amenazas de ataques terroristas todo el tiempo, el clima enloquece... Lo escribí para que cuando esto ocurra, la gente esté informada, sepa cómo funciona, defienda sus derechos y también use esos momentos para decir con más claridad qué tipo de sociedad quiere.
Y ahí estamos. "La información es el único medio de resistencia ante el shock. Arm yourself", dice.
Klein no acepta el pesimismo. Se resiste. Rebate preguntas, las devuelve. "¿Piensas que el activismo no puede cambiar nada y que todo lo que existe en torno a la globalización no ha conseguido nada? Pues te puedo dar ejemplos de situaciones en las que sí se han cambiado cosas. El problema es que los medios tienden a ser escépticos en cuanto a las posibilidades del activismo. Y yo no lo soy porque creo en él, paso mucho tiempo con distintos movimientos sociales, y eso es lo que me inspira. Acabo de volver de Nueva Orleans: allí he conocido a padres, profesores y alumnos que intentan recuperar sus escuelas, y es duro, pero lo hacen. Veo a gente que es activa y que tiene muy poco. Gente que lo ha perdido todo y se organiza".
E insiste en que parte del problema está en creer que con el activismo se consiguen resultados inmediatos: "Se trata siempre de una lucha muy larga, de toda la vida, que unas veces se gana, y otras, no". Que algunos le dicen: fui a una manifestación contra la guerra, y como eso no ha servido, ya no voy a hacer nada nunca más. "En cierto sentido, ésta es una idea consumista del cambio; es como ir de compras: salir a la calle para que se acabe la guerra y esperar que sea ya, así, de inmediato".
Para la escritora, la solución de muchos males pasa por alejar el dinero de la política. "En EE UU, lo más urgente, si se quiere un cambio, es la reforma electoral, para que las corporaciones que están financiando a los políticos y comprando anuncios de televisión tengan menos poder; en la actualidad, presentarse a presidente es cosa de ricos".

En su libro aparecen algunos personajes, como Milton Friedman, que debieron de ser una auténtica pesadilla...
Bueno, él es ejemplo de una forma de pensar. Escribo de él para mostrar cómo se extendieron sus ideas. Pero es mucho más que el individuo en sí. Siempre ha sido apoyado por Wall Street, y forma parte de una batalla. En EE UU se trata de una batalla entre los keynesianos y Wall Street. Y la mayoría de los economistas se refieren a él como una contrarrevolución, una revolución que se dio tras la II Guerra Mundial con la aparición del Estado de bienestar, que perjudicó los beneficios de los más ricos. Veo a Friedman como una herramienta de estos poderes; no le considero por su ideología, no le veo como alguien especialmente malo. Era una persona que creía en la ley de la oferta y la demanda. Y en ese momento había demanda de Friedman, precisamente; él proporcionó estas ideas.
Hay otros muy interesantes, que atrapan en su evolución... Por ejemplo, Jefrey Sachs.

Usted cuenta cómo empezó en Bolivia, cómo fracasó en Rusia...
Si no hubiera personas concretas en el libro sería muy difícil de leer, sería sólo teoría. Sachs se enfrentaba a unas fuerzas que eran más poderosas que él. La suya es una historia que trata sobre la importancia de los individuos y a la vez de los límites, de aquello que los individuos no pueden conseguir frente a la fuerza de la historia.
Además de personajes, Klein, que estudió filosofía y letras, y que procede del mundo de la cultura -"supongo que escribo sobre economía de la misma forma en la que lo haría sobre libros, con las mismas herramientas; si no fuera así, yo tampoco leería un libro de economía"-, usa situaciones políticas, describe maniobras detalladas, incluso localizaciones concretas que son como imágenes detenidas, cinematográficas, para contar lo que quiere contar: "La economía es muy importante, hay que leerla. Muchos no lo hacen porque parece un tema complicado, muy masculino, exclusivo, que hay que haber ido a la universidad para poder leer esa información. Y no tiene por qué ser así".
Cita lo masculino... ¿Qué importancia le da hoy a ese otro pensamiento, el femenino? ¿El de autoras como Susan George, Arundhati Roy, Anita Roddick...?
Mucha. No es tanto que esté unificado, sino que hay afinidad entre mujeres escritoras. Me da pena que no se mencione a más en el libro, pero el que se narra es un mundo de hombres y no creo que sea coincidencia. Esta forma de pensar del mundo de hoy no la comparten muchas mujeres. Sólo Condoleezza Rice; es la única a la que he escuchado usar este lenguaje al hablar de la guerra de Líbano. Me considero feminista, y confundir creación con destrucción tiende a ser patología muy masculina.

¿Cuánto de capitalista tiene usted?
Es algo con lo que lucho cada día; lucho por vivir una vida con diferentes valores en una sociedad de consumo hipercapitalista, así que yo diría que es algo que fluctúa, sube y baja.

¿Qué le gustaría cambiar de sí misma?
Todo, soy muy autocrítica; pero ser autocrítica en una entrevista con un periódico... es otra cosa.

¿Incluye el libro todo lo que quería?
No, no lo incluye, pero no me siento limitada. Siempre vi esta obra como un comienzo. Soy consciente de sus limitaciones, igual que lo era con No logo.

¿Qué portada sacaría 'The Economist' ante 'La doctrina del shock'?
Ésa es la cuestión [se ríe].

"¿Pro shock, quizá?", apunta Avi, su marido, por detrás.

29/9/07

"Siento que mi padre está muerto en la realidad y en la ficción"

Entrevista con Javier Marías
Por Silvia Pisani
Publicado por ADN CULTURA (La Nación)

Se lo considera una de las plumas de la España de este momento. Pero lo más llamativo de hablar con el escritor Javier Marías es que la experiencia resulta algo así como "escuchar" el diccionario perfecto de la Real Academia Española: no hay en su discurso una sola muletilla, una vacilación, una frase hecha.
Lo que piensa, reflexiona y –finalmente- contesta sale limpio como un chorro de agua fresca. Sin correcciones, como un texto listo para imprimir.
El otro dato viene del costado psicoanalítico. Hijo del gran pensador Julián Marías, Javier –nacido en 1951 y escritor desde su adolescencia- habla sin conflicto de esa figura entrañable, en la que se inspiró para uno de los personajes de la ambiciosa novela que acaba de terminar.
"Terminarla fue un alivio pero, también, una pena. Sentí que mi padre ahora sí se había muerto, tanto en la vida real como en la ficción. Y lo añoré", confesó Marías a LA NACION.
La novela se llama Verano, sombra y adiós y es, en realidad, la última parte, la última entrega, de su trilogía Tu rostro, mañana , una dolorosa ficción que llega a parecerse a la realidad en la que –dice- "hablo de todo, de todo lo que tiene que ver con lo humano. Es mi mejor novela, la más ambiciosa", asegura, mientras fuma cigarrillos rubios.
La charla es donde siempre, en el hotel Palace, uno de los más señoriales de Madrid. Marías llega, como siempre, vestido de oscuro. Y, en la solapa, donde otros llevan el escudo de su club de fútbol o de su cantante favorito, él lleva un prendedor con el rostro de Shakespeare. No usa computadora, no tiene teléfono móvil –"¿Para qué? ¿Para que me molesten?", dice- y, zurdo, prefiere escribir sobre papel, sobre el que enroscar la mano como una viborita, tal como ocurre a muchos con esa condición. Y, a la hora de elegir una escritora mujer de estos días, sólo es capaz de entusiasmarse con Alice Monroe. Lo demás, al parecer, le cuesta bastante.
De lo que si parece estar seguro es de que, al menos por un tiempo, se despide de la novela. "Después de 1600 páginas, no me siento capaz de otra", confesó.

¿Terminar la trilogía ha sido un alivio o una tristeza?
Fue una mezcla: alivio, contento y pena. El alivio de terminar algo que, por momentos, me parecía imposible. Y pena porque el mundo de ficción en el que viví durante tantos años se termina. Da lástima decir adiós.

¿Se despide de eso o se despide de la novela?
Es una posibilidad. La verdad es que, al menos ahora, no me veo creando otro mundo distinto. Es más una sensación que una decisión tomada. Por ahora, pienso volcarme a los cuentos, que es un género que me gusta mucho y que, a diferencia de la novela, se traslada inmediatamente al papel.

¿Sigue sin usar computadora?
Todo el mundo dice que son muy útiles. Y, en esta novela de 1600 páginas, en cuya escritura la memoria me falló muchas veces, hubiese sido de gran ayuda. No está mi memoria acostumbrada a abarcar tantas páginas. Pero estoy acostumbrado a escribir en papel y me gusta hacerlo. Y…¡ tampoco voy tan lento!

Pero, sí usa computadora para otras cosas, ¿no?
No. No tengo.

¿Es una posición ante la vida?
No se. Tampoco tengo móvil. ¿Para qué? ¿Para que me molesten? No es que este en contra de las cosas nuevas. ¡Tengo DVD!

Pero… ¿no tiene un correo electrónico?
No. Por lo que oigo hablar a la gente, la rapidez es tan tentadora que el correo se multiplica la correspondencia que llega. Y tampoco quiero más correspondencia. Ni que me controlen con un móvil.

Dice que ésta es su mejor novela. ¿Por qué?
Es la más ambiciosa de todas. La más extensa.

¿Es la extensión un valor en si mismo?
No, claro. Pero sí es la más ambiciosa literariamente. Aspira a hablar de "todo". Es una novela muy larga: habla de la guerra y de la paz, del miedo, de la violencia, del amor, de la memoria y del olvido. De la conveniencia de contar y de callar. De la disyuntiva, de la traición, de la confianza, de la dificultad para, como dice el título, conocer tu rostro mañana. O el mío.

Uno de los personajes, el padre del relator, está inspirado en su padre, don Julián Marías. ¿Cómo fue esa experiencia de contar a su padre?
Lo primero, es que el padre del narrador tiene más que ver con mi padre que el narrador conmigo. También hay otro personaje que tomé prestado del hispanista Sir Peter Russell. A ambos les pedí permiso y decidí publicar el libro por partes para que ellos pudieran verlo.

Ambos murieron mientras Usted escribía este volumen, el tercero y final. ¿Cómo fue esa experiencia?
Me supuso una relación distinta con ellos. Fue como mantenerlos vivos en la ficción y, al terminarlo, dije ahora sí han muerto de verdad.

¿El tópico hablaría de liberación?
De ninguna manera es el caso. La novela terminó y terminó. Tampoco iba a prolongarla para no despedirme de ellos. Jamás pensé en liberarme. Son dos personajes muy queridos para mí. Me dio pena despedirme de ellos por segunda vez: primero, cuando murieron y ahora, cuando terminé la novela.

El narrador del libro dice que España está envilecida. ¿Coincide con eso?
Con eso, sí. No me gusta mucho como está la sociedad española y menos la política española. Hay demasiada corrupción, por un lado y, del otro, una sociedad a la que no parece importarle. Hay una tontuna generalizada.

En el primer párrafo de "Verano, sombra y adiós", uno de los personajes, Betrand Tupra, afirma: "Uno no lo desea pero prefiere siempre que muera el que está al lado: el compañero, el hermano, el padre o, incluso, el hijo, aunque sea un niño" ¿Usted suscribe eso?
Yo no. Pero mi amigo Arturo Pérez Reverte, sí.

¡Ah! ¿Y cómo es eso?
Yo no se. En parte debe ser así, las más de las veces; pero, quizá. No tanto. Tengo la idea de que morirse no es muy grave.

Hasta que le pasa a uno.
A eso me refiero: no es muy grave.

¿Cree en una vida después de la muerte?
No.

¿Y no le da miedo morir?
Todo el mundo le teme un poco, no tanto a la muerte sino a la manera. Sí suscribiría que la vida es sagrada. Pero, tradicionalmente, a lo largo de la historia, la sociedad estaba más hecha, más abierta a la posibilidad de morirse. Ahora, sin embargo, parece un gran drama, como si no se contara con ello. Ahora hay tal pánico que se intenta negarla, ocultarla. O se la convierte en un espectáculo.

¿Y lo de Pérez Reverte?
Le mostré el manuscrito. Y cuando leyó ese primer párrafo me dijo "eso es así, esto está muy bien". No quiero decir yo – ¡pobre Arturo- que él sea así, sino que a él le pareció que esto era así. Pero, volviendo al tema, me parece que se perdió la entereza, la capacidad de encaje frente a la muerte. Y, después de todo, pasar a ser pasado, tal vez no sea tan grave.

14/9/07

Paco Ignacio Taibo II: “El Che era grafómano, ponía en papel todo lo que vivía”

Por Silvina Friera
Publicado en PAGINA 12
 
A Paco Ignacio Taibo II le gusta provocar hasta con la ropa que usa. Tiene una remera negra que dice: “A quemarropa, soy leyenda”. Acaba de dar una charla en la Feria del Libro de Antropología e Historia, que tiene como país invitado a la Argentina, y muchos mexicanos y ‘argenmex’ se acercan a saludarlo. El escritor, que no toma alcohol ni café, cuenta que bebe cinco litros de refrescos cola por día. “Si al Che le gustaba la Coca Cola, ¿por qué a mí no?”, dice mientras firma ejemplares de El cuaderno verde del Che (Seix Barral), una antología integrada por sesenta y nueve poemas de Pablo Neruda, Nicolás Guillén, León Felipe y César Vallejo, copiados por Guevara en la selva boliviana y prologada por Taibo II. El libro, que se presentó en México y pronto llegará a las librerías argentinas y uruguayas, fue encontrado por tres oficiales y un agente de la CIA en la mochila del Che, pocas horas antes de que fuera asesinado en la escuela de La Higuera, junto con el diario –escrito desde noviembre del ’66 hasta octubre del ’77–, doce rollos de película, una veintena de mapas corregidos con lápices de colores, una radio portátil que hacía tiempo que no funcionaba y un par de agendas.

¿Cómo llegó este cuaderno a manos de Taibo II? Una mañana de agosto de 2002, un viejo amigo del escritor mexicano, el editor Jesús Anaya, le puso sobre la mesa un paquete de fotocopias. “¿De quién es? ¿Puedes autentificar la letra?”, le preguntó. Cuando el biógrafo de Ernesto Guevara y Pancho Villa ojeó las páginas, sintió un escalofrío. Parecían textos escritos de puño y letra del Che. Taibo II comparó la letra con diversos documentos escritos por el líder revolucionario argentino: fragmentos de los diarios de Bolivia, copias de cartas de los primeros años sesenta, un facsímil de la carta de despedida a Fidel, sus correcciones al diario de Congo. No había dudas: era evidentemente la letra del Che. Según plantea el escritor, la escritura del cuaderno habría comenzado al final de su estancia en Dar es Salaam, después de la campaña del Congo en el ’65, quizás en la larga espera en Praga, antes de los entrenamientos en Pinar del Río (Cuba) previos a la campaña de Bolivia. Pero la mayoría de los poemas encontrados en esa libreta habrían sido copiados durante la campaña boliviana. “Al principio me desconcertó mucho, fue como meterme en una burbuja del tiempo”, admite el escritor. “Corté el teléfono, cerré la puerta y me puse a identificar los poemas.” Y como si estuviera jugando al elige tu propia aventura, Taibo II empezó a trabajar en la identificación de los poemas que el Che transcribió sin poner ni el título ni el autor. Claro que también tuvo que despejar posibles trampas. “Aconcagua”, de Guillén, que estaba copiado en el cuaderno, fue publicado en El gran Zoo, en 1967, después de la muerte del Che, pero el escritor descubrió que había sido editado previamente por la revista Lunes de la revolución en Cuba, en 1959.
Taibo II tenía un montón de pruebas indirectas de la existencia del cuaderno verde a partir de la documentación que consultó cuando escribió la biografía del Che. “Pero ¿por qué nadie en la guerrilla sabía que el Che estaba copiando un libro de poesía, ‘escribiendo’ su antología?”, se pregunta el escritor en la entrevista con Página/12. “Ni (Harry Antonio Villegas) Tamayo ni (Regis) Debray sabían de la existencia de este libro de poesía. Evidentemente es uno de los pocos momentos privados que el Che construía. Porque, quieras que no, el diario era un registro político del momento, de la situación. Y en contrapunto con ese diario estaba este extraño libro.” No son pocas las preguntas que aún generan esos sesenta y nueve poemas copiados por el Che, respetando sangrías, punto y coma y entre paréntesis. “No es una selección que uno se esperaría, para nada. Si vas a citar a Vallejo, ¿por qué el de Trilce, el más oscuro y hermético, y no el de la Guerra Civil Española y de masas? Si vas a seleccionar a Neruda, ¿por qué no irte más por el Canto general, que era uno de sus libros favoritos y que era muy acorde ideológicamente con la visión guevarista desde abajo de América latina?”, plantea Taibo II.

¿Por qué decidió publicar el cuaderno?
Me atraía fijar el hecho histórico, el documento. El cuaderno verde del Che es un documento, y la selección de poemas muestra al personaje, no sólo a los poetas. El libro se vuelve, sin querer, una inmensa puerta abierta para todos los adolescentes de América latina que a través del Che van a llegar a Neruda, Vallejo, Guillén y Felipe. Y la literatura como vaso comunicante me resulta muy atractiva. El otro día iba por la calle y un adolescente me preguntó: ¿Neruda es tan chingón como dice el Che? “Más”, le dije, y se fue a comprar un libro de Neruda.

¿Piensa que el Che hubiera querido que se publicara este libro?
No, era un libro de uso, el Che no hubiera querido que se publicara nada, ni sus diarios ni el libro. Cuando el Che publicó, lo hizo después de trabajar obsesivamente el lenguaje. De hecho, su libro Pasajes de la guerra revolucionaria está supertrabajado si se lo compara con los diarios.

¿Cómo explica que un hombre de acción tuviera tanta obsesión por el lenguaje?
Porque esos son los hombres de acción de verdad. Cuando compones el cuadro del Che, encuentras un montón de cosas que no se corresponden con los estereotipos del héroe militar ortodoxo. Encuentras un vagabundo, un antijerárquico, un irreverente, un igualitario, un amante de la poesía.

¿Qué desmitificaciones del Che podrían aparecer a partir de la lectura de los poemas?
Es un libro que compensa las imágenes previamente construidas. El otro día estaba revisando todo lo que se ha producido últimamente sobre el Che y no hay avances. Hay dos o tres cositas por revelarse de períodos oscuros. Juraría que quedan dos diarios, pero no lo puedo afirmar porque no los he visto. Quedarían el diario de México y el diario del Ministerio de Industria.

¿Dónde estarían estos diarios?
Partamos del supuesto de que el Che escribió diarios toda su vida: escribe el diario de juventud, el diario de viaje de motocicleta, el diario del segundo viaje, escribe los diarios de la Revolución Cubana y escribe diarios en Bolivia. Entonces la pregunta es ¿por qué en esos momentos de su vida no hay diarios? El Che era grafómano, tenía una pasión por poner en papel todo lo que vivía. Esos diarios existen, pero ¿por qué razones no fueron aún publicados? El diario de México narra en detalle su relación con su primera mujer, Hilda Gadea, algo que a la viuda actual del Che no le debe gustar demasiado. Y posiblemente en su diario del Ministerio de Industria, el Che debe hacer pomada a un montón de personajes de la Revolución que aún están vivos, gente con la que tuvo contradicciones. Yo entiendo que no los quieran publicar; el Che no los escribió para publicarlos, eran diarios privados, pero también entiendo que son documentos históricos que deberían hacerse públicos.

Si le llegaran esos diarios como le mandaron el cuaderno, ¿los publicaría?
Los publico en chinga (risas). Tengo muy claro el asunto. El Che está en el terreno de la historia. Cuando estás en el terreno de la historia, eres un personaje público y por lo tanto estás sometido al auspicio de la historia.

¿Pero lo privado también?
Lo privado, cuando eres un personaje público, trasciende y se vuelve lo público. Hoy por hoy no puedes entender a Napoleón sin los amores con Josefina, o a Stalin sin las relaciones con su hija.

¿Le propuso a la familia publicar esos diarios?
Sí, alguna vez fui y dije: ¿dónde están los diarios que ustedes no publican? Si no los publican, voy a decir que existen. Y me mandaron a la mierda. Pero estoy seguro de que se harán públicos con el paso de los años.

¿El Che copió los poemas para no cargar con los libros?
Evidentemente. Me acuerdo que Tamayo me contaba que el gran sufrimiento cuando el Che iba en vanguardia era quién cargaba la mochila. Odiaban la mochila del Che porque con lo que pesaba era como cargar piedras.

¿Por qué señala que no ha habido grandes avances en lo que se ha escrito sobre el Che?
Todo intento de sesgar al Che es un error grave. Me ponen los pelos de punta los libros que sesgan al personaje y no lo meten en contexto. Cuando la izquierda más neanderthal de América latina toma ocho frases del Che y se queda con la guerra de guerrillas, pierde al Che, se le va. Cuando lo quieren reducir al animal político y no toman en cuenta la cotidianidad de los actos políticos antijerárquicos del Che en la vida diaria, se les va el Che, lo pierden, no es ése. El Che es básicamente un hombre que habla con hechos que son de composición múltiple. Tiene una vertiente de vagabundo que toda su vida lo ha de acompañar. Y esta vertiente es muy sana. El término “vagabundo” ha sido calumniado por la burguesía, que lo ha sustituido por “turista de elite”, los que recorren los países con vidrios polarizados. El Che era un vagabundo, vagaba mundos. Manuel Vázquez Montalbán me reveló el pensamiento de los vagabundos. Me dijo: “Paco, tengo una puta compulsión: cada vez que llego a un lado, quiero irme a otro”.

Aunque Paco Ignacio Taibo II no para de hablar, ahora hace una pausa, toma su refresco y bromea: “Cuando dejo de tomar Coca Cola, ando como San Francisco de Asís en el día de los imbéciles”. El escritor confiesa que algún día tendrá que hacer un ensayo sobre el idioma del Che. “Hablaba un argentino muy teñido de cubanismos y de mexicanismos, al que poco a poco había ido incorporando palabras del Altiplano, bolivianas y peruanas. Es el precursor del latinoamericanismo como idioma”, opina. Taibo revela que el Che estaba fascinado por el mundo indígena. “Al fin y al cabo, ¿qué puedes hacer para desconcertar a un argentino?”, señala. “Llévalo a Machu Picchu y dile: ‘Colega: esto eres tú, pero no te habías enterado porque tu país no te permite entenderlo’.”

13/9/07

Un hombre solo


Por Rodrigo Fresán
Publicado en PÁGINA 12

UNO
Un hombre solo es, a veces, un solo hombre. Un hombre único. Alguien que se ha ganado con esfuerzo la admirada o temida soledad de empezar y terminar en sí mismo. No es fácil, tiene sus riesgos, a mucha gente le molesta mucho, pero muy de tanto en tanto la cosa sale bien.

Escribo esto –y lo escribo rápido, casi en piloto automático, en trance; en realidad lo escribí hace unos meses, en enero creo– recién llegado de ver Inland Empire, la nueva ¿película? de David Lynch.

Tres horas que se pasan como cinco minutos o se arrastran como una eternidad según el humor en que uno de encuentre. Y el humor de uno cambia varias, demasiadas, veces mientras se contempla Inland Empire. Y, después, Inland Empire deja un regusto de temor irracional y así uno vuelve casi corriendo a casa con los ojos casi cerrados y un poco rotos por la sobreexposición a tanto video digital de bajísima resolución cortesía de una manuable cámara Sony PD-150 igual a la que cualquiera utiliza para registrar esos bautismos y bodas y funerales y postales turísticas de Maradona en Colombia, donde todos cantan aullando como si se hubieran perdido o encontrado en una escena de Inland Empire.

Y uno escribe rápido ideas lentas porque teme, con razón, que el efecto de Inland Empire sea similar al de un sueño que se vaya disolviendo en la memoria como un Alka-Seltzer y que al final deje un murmullo de burbujas que no se entiende del todo cómo es que llegaron allí.

Decir que Inland Empire no se parece a nada sería fácil porque Inland Empire se parece mucho a uno de esos films de David Lynch que no se parecen a ningún film que no sea de David Lynch. Pero también puede afirmarse sin dudarlo –y no es una redundancia– que Inland Empire es el film más David Lynch de David Lynch. Es decir: han sido advertidos y abandonad toda esperanza quienes entren en él. Inland Empire es, también, la hermana siamesa y deforme de la –ahora lo/la comprendemos– mucho más normalita Mulholland Drive pero, como ésta, una nueva pero mucho más bizarra aproximación al concepto de cine-dentro-de-cine. Y si Mulholland Drive podía ser decodificada como las alucinaciones paradisíacas y el infierno terreno de una rubia llegada a Hollywood en busca del estrellato (Naomi Watts) para acabar estrellándose, entonces Inland Empire tal vez, quizá, quién sabe, puede entenderse como su contracara y negativo: otra rubia, Laura Dern (actuación que quita el aliento o devuelve alaridos, según lo que prefieran, y en la que, por supuesto, llora como sólo ella sabe llorar: Laura Dern es al llanto lo que David Lynch es al cine) es aquí una actriz reconocida que se arriesga a filmar una nueva versión de un viejo film maldito e inconcluso que, en esta nueva encarnación, parece algo así como una pesadilla de Douglas Sirk. Y, por supuesto, algo pasa. Y, ah, en la televisión pasan un programa con unos conejos parlantes con cuerpo de hombre y risas grabadas al fondo. Y de golpe estamos en algún sitio de Europa Central y sin aviso unas prostitutas comienzan a danzar. Y una mendiga oriental no para de hablar de un mono en Pomona y...

DOS
...hasta ahora había muchos libros sobre David Lynch y ensayos antológicos sobre David Lynch (firmados por gente como David Foster Wallace y Slavoj Zizek) y recopilaciones de entrevistas a David Lynch (Lynch on Lynch) y la muy útil guía The Complete David Lynch, de David Hughes. Pero faltaba un libro sobre David Lynch por David Lynch y aquí llega el indispensable Catching the Big Fish: Meditation, Consciousness, and Creativity (que publicará Mondadori en el 2008) donde El Mismísimo revela (a su manera, claro) las claves de su creatividad y el modo en que funciona su muy particular mente. En lo que hace a Inland Empire, Lynch explica que todo surgió de un monólogo de catorce páginas a pedido de Laura Dern para ver qué pasaba. Y algo pasó. Y esta especie de manual de autoayuda que sólo le funciona a él pero que fascinará tanto a sus seguidores –dedicado a “Su Santidad Maharishi Mahesh Yoghi”– arranca con un “Las ideas son como peces” y sale de pesca confesando, otra vez, a su manera, cómo y por qué y dónde pescó David Lynch y cuál fue la caña y carnada utilizadas para hacerles morder el anzuelo a las ideas que originaron cada uno de sus proyectos. La palabra con la que Lynch cierra su libro es “Paz” y, claro, uno se pregunta qué será la paz para este solitario rey pescador.

TRES
Y cabe la posibilidad –al menos así era hasta hace poco– de preguntárselo en su site. Preguntarle lo que uno quiera y tal vez responde y yo el otro día estuve tentado de preguntarle si no le parecía que Wes Anderson –otro solitario, acaso la contraparte angelical de Lynch– era el candidato ideal para filmar el On the Road de Jack Kerouac con Ben Stiller como Paradise/Kerouac y Owen Wilson como Cassady/Moriarty Y hay tantas cosas ahí... Episodios de proyectos televisivos de Mr. Lynch, series como Rabbits (los conejitos de Inland Empire) creadas para ver on-line, galería de arte, y acaso lo más interesante de todo: el apartado Interesting Questions donde es nuestro maestro de ceremonias quien deja de tanto en tanto caer preguntas para ser respondidas por la concurrencia. Ejemplo: “¿Si dos casitas para perros se incendian y sus respectivos perros se mueren, ¿debería uno prenderle fuego a una tercera casita?” Mientras se lo piensan –más información en http://www.davidlynch.com– tómense un café. Un café marca David Lynch. Orgánico, por supuesto. Y después métanse en el cine más cercano para que así Inland Empire se meta dentro de ustedes. Y ya no salga.

CUATRO
Porque, sí, desde su site David Lynch te vende su propia marca de café (la droga del pescador, en su libro el director dice que no se droga porque “las drogas dañan el sistema nervioso” y porque “existen experiencias más profundas y naturales disponibles”) con el slogan “Todo está en los granos, y yo estoy lleno de granos”. Y, para ir cerrando todo esto, una advertencia que, seguro, ya conocen. David Lynch es cafeína pura. David Lynch excita. David Lynch crea adicción. Pero también es cierto que David Lynch hay uno solo y que su influencia –como ocurre con el influjo de muchos de los muy pocos verdaderamente grandes– suele resultar incómoda cuando no funesta y generar productos más bien descafeinados. Por ejemplo: Alias ha sabido ser davidlynchiana sin caer en el absurdo. Millennium supo sacar provecho a sus enseñanzas mientras que X-Files reprobó el último examen. Carnivale (que le robó hasta a su enano) resultó una tontería y Donnie Darko una sorpresa. Lost, mientras tanto, ya no sabe cómo salir de ese ridículo laberinto para poder encontrarse a sí misma.

Y es que resulta arriesgado intentar caminar junto a su fuego. Así que, mejor, ya saben, recuerden Twin Peaks: café y donuts y dejar que David Lynch –definido justicieramente por Mel Brooks como “un James Stewart venido de Marte”– siga haciendo de las suyas.

Esas cosas únicas que él hace.

Solo y a solas.

Pescando.

notas