Por Silvina Friera
La musa de la antiglobalización, que vendió más de un millón de ejemplares en todo el mundo con No logo, llama la atención de los hombres. En el hotel céntrico donde se aloja, no es una turista más; camina con la familiaridad de quien conoce el terreno que pisa, se siente “como en casa” en esta ciudad en la que vivió durante 2002. Elegante y cuidadosa de su imagen –para sus encuentros con la prensa contó con la ayuda de maquilladora y coiffeur–, Naomi Klein se toma con humor su regreso al país. Cuando llegó, el sábado pasado, la densa nube de humo que cubría la ciudad impidió que el avión aterrizara inmediatamente en Ezeiza. “Prefiero la otra Argentina, en la que había fuego por la política, y no ésta, que me sofocó de entrada con tanto humo”, bromea la periodista canadiense, que hoy a las 19.30 presentará en la Feria su último libro, La doctrina del shock (Paidós), que bien podría definirse como “la historia no oficial del libre mercado”. En este trabajo de investigación de más de 600 páginas, Klein demuestra cómo el capitalismo emplea constantemente la violencia y el terror contra el individuo y la sociedad.
Nieta de un sindicalista de la empresa Disney e hija de una pareja formada por una artista feminista y un objetor de la guerra de Vietnam que huyó a Canadá, seguidora entusiasta de Eduardo Galeano, John Berger y Susan Sontag, Klein no vino sola a la Argentina. Además de su marido, Avi Lewis, con quien realizó el documental La toma, sobre los obreros de Bruckman y Zanon, la acompaña el cineasta británico Michael Winterbottom, con quien filmará un documental sobre La doctrina del shock en Buenos Aires, donde encontró la materia prima de su último libro. “Acá tomé lecciones de historia simplemente caminando y hablando con amigos por las calles. Fue el período donde más aprendí en poco tiempo, fue una experiencia muy intensa, porque ellos cambiaron la forma en que veía el mundo”, recuerda la periodista en la entrevista con Página/12. Esos amigos –Marta Dillon, Claudia Acuña, Silvia Delfino y Sergio Ciancaglini, entre otros– le contaron de las sangrientas raíces del proyecto de la Escuela de Chicago, comandada por Milton Friedman, “el hombre de la libertad”, según The Wall Street, y compartieron sus propios recuerdos y tragedias personales con Klein.
Gran gurú del movimiento a favor del capitalismo de libre mercado, Friedman fue el responsable de crear “la hoja de ruta de la economía global, contemporánea e hipermóvil en la que hoy vivimos”, plantea Klein. Durante más de tres décadas, el economista de Chicago y sus poderosos seguidores esperaron a que se produjera una crisis de primer orden o estado de shock para vender al mejor postor los pedazos de la red estatal a los agentes privados. “Algunas personas almacenan latas y agua en caso de desastre o terremotos; los discípulos de Friedman almacenan un montón de ideas de libre mercado”, ironiza la autora. Friedman aprendió lo importante que era aprovechar una crisis o estado de shock a gran escala durante la década del setenta, cuando fue asesor del dictador chileno Augusto Pinochet.
Si las privatizaciones, la desregulación gubernamental y los recortes en el gasto social solían ser impopulares entre la gente, “pero con el establecimiento de acuerdos firmados y una parafernalia, oficial, al menos se sostenía el pretexto del consentimiento mutuo entre los gobiernos que negociaban, así como una ilusión de consenso entre los supuestos expertos”, ahora, el mismo programa ideológico “se imponía mediante las peores condiciones coercitivas posibles: la ocupación militar de una potencia extranjera después de una invasión o inmediatamente después de una catástrofe natural de gran magnitud”. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, “ya no tenían que preguntar al resto del mundo si deseaban la versión estadounidense del ‘libre mercado y la democracia’; ya podían imponerla mediante el poder militar y su doctrina de shock y conmoción”, afirma Klein. “La administración Bush aprovechó la oportunidad generada por el miedo a los ataques para lanzar la guerra contra el terror, pero también para garantizar el desarrollo de una industria exclusivamente dedicada a los beneficios, un nuevo sector en crecimiento que insufló renovadas fuerzas en la debilitada economía estadounidense.” Aunque Friedman declaró que su propuesta era liberar al mercado de la tenaza estatal, Klein advierte que las elites políticas y empresariales sencillamente se han fusionado, “intercambiando favores para garantizar su derecho a apropiarse, desde los campos petrolíferos de Rusia, pasando por las tierras colectivas chinas, hasta los contratos de reconstrucción otorgados para Irak”. La periodista canadiense repasa, en esta exhaustiva investigación, cómo en Chile, Irak, Sudáfrica, Argentina y China la tortura ha sido el socio silencioso de la cruzada por la libertad de mercado global.
Política y economía
–¿Por qué no es frecuente que se relacione, como usted hace en el libro, al neoliberalismo con la violencia y las torturas?
–Creo que por muchas razones, pero la principal es que la historia la contaron los ganadores y, como toda historia de ganadores, está narrada de una manera “muy limpia” y triunfante. Si pensamos en Chile, teníamos a los Chicago Boys, que eran financiados por la fundación Ford. Cuando se los cuestionaba por las violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por Pinochet, ellos decían que eran técnicos, que no tenían nada que ver con esa situación. El principal financista de los grupos de derechos humanos en Chile también era la Fundación Ford, y estos grupos decían que sólo les interesaba que se respetara la ley, que no les interesaba ni la política ni la economía. La Fundación Ford trataba de asegurar que política y economía nunca se entrelazaran. No se relacionaba el neoliberalismo y la tortura por la tiranía de la especialización, abogados por un lado y economistas por el otro que sólo se ocupaban de sus disciplinas. Pero si leemos a Rodolfo Walsh o a Eduardo Galeano, nos encontramos con un análisis completo e integral de la situación.
–El material del libro, sobre todo la parte en la que recuerda los experimentos de electroshocks en pacientes psiquiátricos financiados por la CIA en la década del 50, resulta bastante desesperanzador. ¿Encuentra alternativas?
–Entiendo por qué el material del libro es un tanto deprimente cuando uno lo lee, incluso yo misma me deprimí un poco en algunas instancias (risas). Pero el libro expresa un acto prometedor. Justamente a partir de mi experiencia en la Argentina me di cuenta de la importancia de la memoria histórica para poder resistir y de alguna manera veo al libro como una contribución a la memoria colectiva. Hay una luz de esperanza porque cuando el neoliberalismo falla surge un nuevo espíritu que nos revela una alternativa. Una de las cosas que me hace tener esperanzas es que veo un cambio político en Estados Unidos; cada vez observo cómo más personas están resistiendo y levantándose contra el corporativismo. Y esto es muy nuevo, porque durante mucho tiempo de lo único que se hablaba era de Bush y de su incompetencia.
–¿El contexto electoral norteamericano está vinculado con este cambio que percibe?
–En realidad, la situación electoral lo único que hace es tirarnos hacia atrás. De alguna manera, los movimientos antiglobalización, las protestas de Seattle, que surgieron a fines de los ’90, marcaron un cambio a la hora de hablar del neoliberalismo y el corporativismo. La era Bush y la era del 11 de septiembre con la guerra del terror eclipsaron todas las otras cuestiones políticas, lo cual generó una gran pérdida de conciencia de la situación. Pero después se vivió una especie de coletazo contra Bush, no tanto en cuanto a su agenda política o económica, sino más hacia su persona. Pero por suerte estamos una vez más enfocados hacia la mecánica misma del poder. Hay dos millones de personas que están perdiendo sus hogares mientras el gobierno está preocupado por rescatar a Wall Street. Si uno se fija quiénes están financiando las campañas de Hillary Clinton y Obama, son el Citibank y JP Morgan. Es la primera vez en catorce años que los demócratas obtienen más dinero de los fabricantes de armas que los republicanos. Hillary Clinton ha obtenido más financiación de las compañías de defensa que la que obtuvo John McCain. Ni Clinton ni Obama están aprovechando este gran momento de radicalización que se está viviendo en la sociedad, ninguno tiene planes concretos para retirarse de Irak. Al contrario, quieren mantener la zona verde, que de alguna manera es una ocupación. Obama dijo la semana pasada que el pueblo norteamericano era amargo, que no tenía mucho sentido del humor, y en realidad tiene razón, porque la gente está cansada y furiosa.
–En el libro se percibe una defensa importante de Keynes. ¿Una alternativa sería recuperar la figura de un Estado más fuerte que regule la economía?
–No veo el libro sólo como una defensa del keynesianismo. Creo que es importante entender que el keynesianismo era una conciliación: el New Deal se logró por el masivo movimiento de los socialistas y de los sindicatos, pero no fue suficiente, no fue más allá. No me parece que plantee que la alternativa sea volver al keynesianismo. Estoy a favor de la descentralización, del cooperativismo; no estoy diciendo que volver al modelo keynesiano sea la gran solución.
–Usted señala que los auténticos enemigos de la teoría de Friedman no eran los marxistas, sino los keynesianos norteamericanos, los socialdemócratas europeos y los desarrollistas de lo que entonces se llamaba Tercer Mundo. ¿Quiénes serían hoy los enemigos del neoliberalismo?
–El socialismo democrático siempre ha sido el mayor peligro para el neoliberalismo. La atracción que genera la democracia con la combinación de una red de contención social siempre ha sido “la gran amenaza”. Después de que Allende fuera electo, Kissinger le dijo a Nixon que temía que el modelo chileno se propagara por el mundo. Creo que las tácticas de ayer y de hoy son las mismas, por ejemplo, la forma en que se demoniza a Hugo Chávez y Evo Morales. Lo mejor que le pasó a Chávez es haber perdido el referéndum porque ahora es mucho más difícil presentarlo como autoritario cuando aceptó y respetó el resultado. Cuando vemos que con la única figura con la que no se puede tratar en Irak es con Al Sadr, empezamos a comprender claramente cuál es la amenaza de Irak. Al Sadr es un nacionalista fundamentalista, los otros líderes son tan fundamentalistas como él en cuestiones de religión, pero la diferencia es que Al Sadr quiere tener el control de la economía de Irak. Nos enfrentamos a la misma lucha y la misma batalla que hemos tenido en los últimos treinta años y las mismas amenazas. Las figuras que no tienen respeto por la democracia son un don para los neoliberales.
La musa de la antiglobalización, que vendió más de un millón de ejemplares en todo el mundo con No logo, llama la atención de los hombres. En el hotel céntrico donde se aloja, no es una turista más; camina con la familiaridad de quien conoce el terreno que pisa, se siente “como en casa” en esta ciudad en la que vivió durante 2002. Elegante y cuidadosa de su imagen –para sus encuentros con la prensa contó con la ayuda de maquilladora y coiffeur–, Naomi Klein se toma con humor su regreso al país. Cuando llegó, el sábado pasado, la densa nube de humo que cubría la ciudad impidió que el avión aterrizara inmediatamente en Ezeiza. “Prefiero la otra Argentina, en la que había fuego por la política, y no ésta, que me sofocó de entrada con tanto humo”, bromea la periodista canadiense, que hoy a las 19.30 presentará en la Feria su último libro, La doctrina del shock (Paidós), que bien podría definirse como “la historia no oficial del libre mercado”. En este trabajo de investigación de más de 600 páginas, Klein demuestra cómo el capitalismo emplea constantemente la violencia y el terror contra el individuo y la sociedad.
Nieta de un sindicalista de la empresa Disney e hija de una pareja formada por una artista feminista y un objetor de la guerra de Vietnam que huyó a Canadá, seguidora entusiasta de Eduardo Galeano, John Berger y Susan Sontag, Klein no vino sola a la Argentina. Además de su marido, Avi Lewis, con quien realizó el documental La toma, sobre los obreros de Bruckman y Zanon, la acompaña el cineasta británico Michael Winterbottom, con quien filmará un documental sobre La doctrina del shock en Buenos Aires, donde encontró la materia prima de su último libro. “Acá tomé lecciones de historia simplemente caminando y hablando con amigos por las calles. Fue el período donde más aprendí en poco tiempo, fue una experiencia muy intensa, porque ellos cambiaron la forma en que veía el mundo”, recuerda la periodista en la entrevista con Página/12. Esos amigos –Marta Dillon, Claudia Acuña, Silvia Delfino y Sergio Ciancaglini, entre otros– le contaron de las sangrientas raíces del proyecto de la Escuela de Chicago, comandada por Milton Friedman, “el hombre de la libertad”, según The Wall Street, y compartieron sus propios recuerdos y tragedias personales con Klein.
Gran gurú del movimiento a favor del capitalismo de libre mercado, Friedman fue el responsable de crear “la hoja de ruta de la economía global, contemporánea e hipermóvil en la que hoy vivimos”, plantea Klein. Durante más de tres décadas, el economista de Chicago y sus poderosos seguidores esperaron a que se produjera una crisis de primer orden o estado de shock para vender al mejor postor los pedazos de la red estatal a los agentes privados. “Algunas personas almacenan latas y agua en caso de desastre o terremotos; los discípulos de Friedman almacenan un montón de ideas de libre mercado”, ironiza la autora. Friedman aprendió lo importante que era aprovechar una crisis o estado de shock a gran escala durante la década del setenta, cuando fue asesor del dictador chileno Augusto Pinochet.
Si las privatizaciones, la desregulación gubernamental y los recortes en el gasto social solían ser impopulares entre la gente, “pero con el establecimiento de acuerdos firmados y una parafernalia, oficial, al menos se sostenía el pretexto del consentimiento mutuo entre los gobiernos que negociaban, así como una ilusión de consenso entre los supuestos expertos”, ahora, el mismo programa ideológico “se imponía mediante las peores condiciones coercitivas posibles: la ocupación militar de una potencia extranjera después de una invasión o inmediatamente después de una catástrofe natural de gran magnitud”. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, “ya no tenían que preguntar al resto del mundo si deseaban la versión estadounidense del ‘libre mercado y la democracia’; ya podían imponerla mediante el poder militar y su doctrina de shock y conmoción”, afirma Klein. “La administración Bush aprovechó la oportunidad generada por el miedo a los ataques para lanzar la guerra contra el terror, pero también para garantizar el desarrollo de una industria exclusivamente dedicada a los beneficios, un nuevo sector en crecimiento que insufló renovadas fuerzas en la debilitada economía estadounidense.” Aunque Friedman declaró que su propuesta era liberar al mercado de la tenaza estatal, Klein advierte que las elites políticas y empresariales sencillamente se han fusionado, “intercambiando favores para garantizar su derecho a apropiarse, desde los campos petrolíferos de Rusia, pasando por las tierras colectivas chinas, hasta los contratos de reconstrucción otorgados para Irak”. La periodista canadiense repasa, en esta exhaustiva investigación, cómo en Chile, Irak, Sudáfrica, Argentina y China la tortura ha sido el socio silencioso de la cruzada por la libertad de mercado global.
Política y economía
–¿Por qué no es frecuente que se relacione, como usted hace en el libro, al neoliberalismo con la violencia y las torturas?
–Creo que por muchas razones, pero la principal es que la historia la contaron los ganadores y, como toda historia de ganadores, está narrada de una manera “muy limpia” y triunfante. Si pensamos en Chile, teníamos a los Chicago Boys, que eran financiados por la fundación Ford. Cuando se los cuestionaba por las violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por Pinochet, ellos decían que eran técnicos, que no tenían nada que ver con esa situación. El principal financista de los grupos de derechos humanos en Chile también era la Fundación Ford, y estos grupos decían que sólo les interesaba que se respetara la ley, que no les interesaba ni la política ni la economía. La Fundación Ford trataba de asegurar que política y economía nunca se entrelazaran. No se relacionaba el neoliberalismo y la tortura por la tiranía de la especialización, abogados por un lado y economistas por el otro que sólo se ocupaban de sus disciplinas. Pero si leemos a Rodolfo Walsh o a Eduardo Galeano, nos encontramos con un análisis completo e integral de la situación.
–El material del libro, sobre todo la parte en la que recuerda los experimentos de electroshocks en pacientes psiquiátricos financiados por la CIA en la década del 50, resulta bastante desesperanzador. ¿Encuentra alternativas?
–Entiendo por qué el material del libro es un tanto deprimente cuando uno lo lee, incluso yo misma me deprimí un poco en algunas instancias (risas). Pero el libro expresa un acto prometedor. Justamente a partir de mi experiencia en la Argentina me di cuenta de la importancia de la memoria histórica para poder resistir y de alguna manera veo al libro como una contribución a la memoria colectiva. Hay una luz de esperanza porque cuando el neoliberalismo falla surge un nuevo espíritu que nos revela una alternativa. Una de las cosas que me hace tener esperanzas es que veo un cambio político en Estados Unidos; cada vez observo cómo más personas están resistiendo y levantándose contra el corporativismo. Y esto es muy nuevo, porque durante mucho tiempo de lo único que se hablaba era de Bush y de su incompetencia.
–¿El contexto electoral norteamericano está vinculado con este cambio que percibe?
–En realidad, la situación electoral lo único que hace es tirarnos hacia atrás. De alguna manera, los movimientos antiglobalización, las protestas de Seattle, que surgieron a fines de los ’90, marcaron un cambio a la hora de hablar del neoliberalismo y el corporativismo. La era Bush y la era del 11 de septiembre con la guerra del terror eclipsaron todas las otras cuestiones políticas, lo cual generó una gran pérdida de conciencia de la situación. Pero después se vivió una especie de coletazo contra Bush, no tanto en cuanto a su agenda política o económica, sino más hacia su persona. Pero por suerte estamos una vez más enfocados hacia la mecánica misma del poder. Hay dos millones de personas que están perdiendo sus hogares mientras el gobierno está preocupado por rescatar a Wall Street. Si uno se fija quiénes están financiando las campañas de Hillary Clinton y Obama, son el Citibank y JP Morgan. Es la primera vez en catorce años que los demócratas obtienen más dinero de los fabricantes de armas que los republicanos. Hillary Clinton ha obtenido más financiación de las compañías de defensa que la que obtuvo John McCain. Ni Clinton ni Obama están aprovechando este gran momento de radicalización que se está viviendo en la sociedad, ninguno tiene planes concretos para retirarse de Irak. Al contrario, quieren mantener la zona verde, que de alguna manera es una ocupación. Obama dijo la semana pasada que el pueblo norteamericano era amargo, que no tenía mucho sentido del humor, y en realidad tiene razón, porque la gente está cansada y furiosa.
–En el libro se percibe una defensa importante de Keynes. ¿Una alternativa sería recuperar la figura de un Estado más fuerte que regule la economía?
–No veo el libro sólo como una defensa del keynesianismo. Creo que es importante entender que el keynesianismo era una conciliación: el New Deal se logró por el masivo movimiento de los socialistas y de los sindicatos, pero no fue suficiente, no fue más allá. No me parece que plantee que la alternativa sea volver al keynesianismo. Estoy a favor de la descentralización, del cooperativismo; no estoy diciendo que volver al modelo keynesiano sea la gran solución.
–Usted señala que los auténticos enemigos de la teoría de Friedman no eran los marxistas, sino los keynesianos norteamericanos, los socialdemócratas europeos y los desarrollistas de lo que entonces se llamaba Tercer Mundo. ¿Quiénes serían hoy los enemigos del neoliberalismo?
–El socialismo democrático siempre ha sido el mayor peligro para el neoliberalismo. La atracción que genera la democracia con la combinación de una red de contención social siempre ha sido “la gran amenaza”. Después de que Allende fuera electo, Kissinger le dijo a Nixon que temía que el modelo chileno se propagara por el mundo. Creo que las tácticas de ayer y de hoy son las mismas, por ejemplo, la forma en que se demoniza a Hugo Chávez y Evo Morales. Lo mejor que le pasó a Chávez es haber perdido el referéndum porque ahora es mucho más difícil presentarlo como autoritario cuando aceptó y respetó el resultado. Cuando vemos que con la única figura con la que no se puede tratar en Irak es con Al Sadr, empezamos a comprender claramente cuál es la amenaza de Irak. Al Sadr es un nacionalista fundamentalista, los otros líderes son tan fundamentalistas como él en cuestiones de religión, pero la diferencia es que Al Sadr quiere tener el control de la economía de Irak. Nos enfrentamos a la misma lucha y la misma batalla que hemos tenido en los últimos treinta años y las mismas amenazas. Las figuras que no tienen respeto por la democracia son un don para los neoliberales.