Publicado en PAGINA 12
The Cabrera’s Company es una usina de producción de obras de humor comandada por Mónica Cabrera, mujer orquesta responsable del texto, la interpretación y la dirección de puestas desopilantes como Arrabalera, El Club de las bataclanas, El sistema de la víctima y Dolly Guzmán no está muerta.
Desde hace casi una década, la artista –que en cada unipersonal se multiplica en una galería de personajes desorbitados e inquietantes– trabaja con un puñado de personas con quienes cristaliza espectáculos de una comicidad arrolladora y lúcida sin ser críptica. El resultado es la carcajada estridente, la risa que ilumina aristas dolorosas de la realidad y un público cada vez más numeroso que disfruta a pleno.
Antes de partir a México y a Estados Unidos, la creadora de 49 años dará a conocer en la sala Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543), Limosna de amores, nuevo trabajo en el que aborda temas como el amor, el poder y los escollos del capitalismo mediante una serie de criaturas arquetípicas que se pasean en la inmensidad de un desierto. “Es una obra algo sesentista: se mete con cuestiones como la base del capitalismo, el amor en ese sistema, la guerra, el trabajo. Creo que nos hará reflexionar básicamente sobre dos cuestiones: por qué uno está con tal persona y por qué nos dedicamos a trabajar en tal o cual cosa”, arriesga la actriz, formada en el estudio de Alejandra Boero y dedicada a montar tragedias clásicas y contemporáneas antes de zambullirse en el humor.
Para explorar la naturaleza de los afectos y de la actividad productiva en el capitalismo, Cabrera mutará en una reina, un legionario extranjero, una pitonisa, un mercader, una prostituta y una enamorada ciega. “Podrá parecer una obra infantil por el modo de enunciación de los personajes y por una aparente linealidad pero, de a poco, irán asomando los dobleces”, agrega. La búsqueda del amor será una constante en casi todos, como también cierta atmósfera existencialista: “Es que cada uno le habla a la reina como si le hablara a Dios”.
A su tremenda expresividad gestual y corporal (los ojos, la postura y los tonos de voz se modifican de un personaje al otro en forma notable) se suman dotes musicales adquiridos a pura práctica, ya que nunca pisó una clase de canto. Una voz potente y melodiosa suele lucirse en tangos y boleros que terminan de delinear las desgracias de sus criaturas. Pero esta vez el clima sonoro será otro. “Limosna de amores es una canción de Lola Flores que yo iba a cantar, pero con Claudio Martini decidimos que la obra tendría finalmente letra y música original. Así que escribí los textos, él compuso y resultó un estilo Kurt Weill: mucho piano y aires de cabaret”, describe esta mujer de 49 años que no les teme a los escenarios grandes a pesar de ser la única que los habita. “Mi estilo puede aturdir un poco si estoy muy cerca del público, hasta puede molestar. Y me gusta que el público mire con comodidad, que haya distancia como para que no se sienta incluido de prepo. En general, a la gente no le gusta participar.”
Unas semanas atrás, Cabrera protagonizaba en el Centro Cultural Caras y Caretas un policial que define de “absolutamente porteño”: Dolly Guzmán no está muerta, sobre una artista venida a menos que simula haber desaparecido para volver a ser noticia. La pieza absorbía muchas de las atrocidades que aparecen en la sección policiales de cualquier diario, más referencias a episodios centrales de la historia argentina reciente en un cóctel vertiginoso, tanto como el desfile frenético de El sistema de la víctima, donde no dejó títere con cabeza. La hipocondríaca, la paranoica, la despechada, la suicidada, hasta una anciana tilinga y gagá pero con un despotismo intacto, y una mujer que alucina voces y se interna motu proprio en un psiquiátrico. Seres que hicieron estallar de risa y conmovieron al público heterogéneo del Patio del Aljibe del Recoleta repleto de jóvenes, señoras paquetas del barrio, habitués del teatro, visitantes casuales de ese centro cultural. Hasta la cantante argentina Liliana Felipe y la actriz mexicana Jesusa Rodríguez la vieron, y se la llevan en junio próximo al D. F. para que participe del encuentro de Cabaret Político, en la sala El Viciol.
Al mes siguiente, la intérprete que admira a Ana Magnani, Bette Miller, Marilú Marini, Olinda Bozán y Niní Marshall actuará en Miami, en el Festival de Teatro Latino. Una vez de vuelta, recorrerá veinte ciudades del interior con la obra que estrena ahora. Y va por más. “En octubre quiero hacer un espectáculo bien político. Ponerme tres sacos y de acuerdo al saco elegido, como si fuera un capo cómico, hacer un discurso político distinto. Tengo que ponerme a escribir, y obviamente el modelo es Tato Bores”, adelanta. Todos sus unipersonales serán pronto publicados en un libro compilado por el investigador Jorge Dubatti. ¿Cómo llegó a este género, al que considera un “posgrado actoral, porque tengo que captar y sostener yo sola la atención”, y al que se dedica desde hace unos diez años?
Del estudio de Boero salió con mucha experiencia para dirigir teatro clásico y contemporáneo, pero no estaba conforme con la tibia repercusión, más a nivel del público que de la crítica. Decidió entonces escribir y subirse al escenario. “Al escribir mis propios textos no puedo escaparme de quien soy. Mi forma de ver la vida tiene que ver con el humor, hasta en los momentos más terribles”, confiesa. De todas formas, no hay que creerle mucho cuando asegura que lo suyo “no es oscuro ni complicado”. Es cierto: no hace falta conocer lo último del off para no quedar fuera de sus obras, pero éstas igual resultan muy atractivas.Rodeada de un grupo de personas que plasman sus ideas, advierte, cansada pero satisfecha, que “ser una fábrica de espectáculos te lleva a estar las 24 horas concentrada en esto”. Igual se las ingenia para hacer radio: los sábados a las 23 en La voz de las Madres (AM 530) conduce El Bataclán, un programa hecho de entrevistas, llamados, datos e informes de ficción con el sello delirante y bizarro de su creadora, que en cada emisión toca un tema puntual.