22/9/08

Pino Solanas


Por Guido Bilbao
Publicado en CRITICA


En un cine de La Plata, viernes a la tarde. Bajo un arco de cartón con dibujos animados que anuncian un estreno infantil, Pino Solanas saluda. Se saca la gorra negra de ferroviario que usa en estos días y escucha los aplausos con serenidad. Llega acompañado de tres chicos de veintipico que lo escoltan y filman. En el lobby del cine, el público se amucha para verlo. Hay mucha gente grande.
"Hace 40 años que Pino dice lo mismo: hay que defender los intereses nacionales y nuestra riqueza. Son las ideas básicas del peronismo", explica un señor, jubilado, que se apoya en su bastón y se pone de pie para dar declaraciones. Dice que todavía tiene cosas que aportarle al país y quiere sumarse al Proyecto Sur, que vino a enterarse. Cerca, una chica, en otra cosa. Estudia cine. "Solanas es el mejor documentalista argentino y siempre hay que verlo", dice y mira al cineasta que empieza a dar notas sin girar mucho la cabeza porque la cola de un tigre fosforescente le toca la melena blanca. Todo el mundo se calla la boca.
"Las vías son las arterias de un país, sus venas. Cortarlas ha sido un atentado. Más de un millón de personas tuvieron que trasladarse a las ciudades y 800 pueblos se convirtieron en pueblos fantasmas. Tenemos que pelear por un tren para todos", dice él, tan cómodo desde ese territorio entre el arte y la política que ocupa como nadie. Aquí, en el cine San Martín, frente a la plaza, hace varios días que anuncian su presencia para presentar La próxima estación, flamante documental que narra el "ferricidio", el desmantelamiento de los ferrocarriles argentinos y sus consecuencias. Es la cuarta entrega de la saga de cinco documentales sobre la derrota y la esperanza argentinas que inauguró con Memoria del Saqueo.
Es extraño: el universo Solanas está colmado de argentinos de otro tiempo, hombres que llegan a verlo porque se sienten acompañados, que siguen resistiendo en el anonimato, rumiando la derrota pero pidiendo un round más. Ex delegados, ferroviarios, portuarios, abuelos de la vieja JP con nietos en brazos y con desencanto de los K. Con una fuerza y un amor por este país que no se les pasa ni con los años ni con las traiciones.
Pero que tampoco saben dónde ponerlos y a estas alturas están más confundidos que nunca. Por eso vienen a ver a Pino, a escucharlo entre dos funciones de su película.
Porque Pino parece saber. Y entonces se arma una pequeña procesión que recorre los pasillos del cine en silencio. Ingresan a la sala pero la película todavía no terminó. Se quedan todos allí, en los pasillos, mirando el final. Cuando termina, cosa rara, los que estaban aplauden y cuando se encienden las luces aplauden de nuevo, sorprendidos por la presencia del director. "¿Pino, cómo nos pasó esto, cómo nos pasó?", le pregunta una señora desde la tercera fila, sobreactuando un poco. Solanas intenta contestar pero no se escucha. Un anciano, con celular, grita más fuerte.
"Está acá, lo tengo al lado a Solanas; sí, a un metro estará, pegadito".
Le traen un megáfono. Con la pantalla blanca a sus espaldas dice: "Esta es una cruzada por el ferrocarril, tenemos que pedirlo, pelearlo y cuidarlo. Les pido que recomienden la película si les gustó, para que se vea; a veces pasan como un suspiro y nadie se entera. Los espacios de debate están ocupados con otros temas y frivolidades, y no se discuten los grandes temas argentinos".
"Pero mirá los que están ahora: quieren hacer el tren bala", grita un joven al final de la sala. Solanas responde riendo, evitando el enojo, como quien les recuerda a todos algo que a estas horas ya deberían saber.
"La deuda del Club de París la inició Massera. Dicen que le pagaron al FMI y Argentina debe 180 mil millones de dólares. No han cambiado el modelo neoliberal del menemismo. Este gobierno no tiene ningún proyecto. Kirchner renovó las concesiones petroleras diez años antes de su vencimiento, no tenía ninguna razón para hacer eso. Con la cancelación del tren bala, con esos recursos, se podrían reactivar miles de kilómetros de ferrocarril, generando puestos de trabajo y tendiendo puentes entre los argentinos".
En la platea, dos motorman que aparecen en la película hablan maravillas del director. "Un tipo humilde, que te trata de igual a igual. Cuando terminó la película nos llamó y nos invitó a la casa a verla. Nos preguntó qué nos parecía, quería saber. Hizo empanadas él mismo. La verdad, me sorprendió eso sobre todo". Cada día manejan un tren desde José León Suárez a Retiro.
Cuando termina la charla, los espectadores salen golpeados.
 
Ver estas películas es una experiencia dolorosa. Tanto que en la función del sábado a la noche en el Abasto, en medio de la proyección, una señora en la quinta fila se puso a llorar como si estuviera sola. Como casi nunca se llora en un cine. Un hombre a su lado la abrazó. En la pantalla había una locomotora saqueada hasta el óxido. Esa misma noche, en Cinemark de Palermo, las entradas estaban agotadas Solanas tardó tres años en hacer La próxima estación, que en realidad es solo una parte de otra gran película que tuvo que interrumpir por falta de presupuesto. El proyecto inicial era hacer un docu-ficción que contara la vida de Raúl Scalabrini Ortiz a través de la historia de los Ferrocarriles Argentinos. El protagonista es Lorenzo Quinteros y ya hay gran parte del material filmado. Como en Sur, algunas escenas de la película suceden en "El Progreso", el café de Barracas. Pero con la ficción, los costos se dispararon y, para no detener el proyecto, Solanas prefirió dividirlo y presentar este documental que sorpresivamente ya lleva 20 mil espectadores en menos de dos semanas. El éxito los agarró de sorpresa. Para el lanzamiento solo hicieron tres copias de la película. Pensaban que con tres salas bastaría. Luego de la primera semana sumaron dos más y ya comienzan los pedidos de los cines del interior. Algunos, incluso, pidieron pasarla en DVD.
Por eso suenan extrañas las acusaciones del ministro Aníbal Fernández, que ató los incendios de los trenes en Merlo y Castelar al estreno del documental de Solanas y a un supuesto complot promocional. Hubo discusiones internas en el gobierno sobre el tema y no faltaron los que se negaban a respaldar un ataque al cineasta. Solanas contestó con una demanda contra Fernández por "omisión ilegal de un acto de su oficio". La denuncia quedó radicada en el Juzgado federal número nueve, a cargo de Octavio Aráoz de Lamadrid, bajo el número 12.929/08. Estos entredichos con el gobierno, sin embargo, no evitaron que Solanas asistiera al acto en solidaridad con Bolivia al que llamaron diversas organizaciones sociales, muchas de ellas kirchneristas.

La calleEs lunes por la tarde y Buenos Aires vuelve al pulso de sangre de una nueva marcha. Esta vez es en apoyo a la unidad de Bolivia y a Evo Morales. Convocados por la CTA se movilizaron sectores diversos. Comunistas, lacamporistas, universitarios independientes, turistas curiosos, flamantes jotape con banderas negras y rojas pintadas como en los viejos tiempos, con las letras en papel de diario.
En la primera fila de la manifestación, Solanas camina lento mientras un grupo de chicos lo sorprende de atrás gritando: "Grande Pino, que capo Pino" y le palmean la espalda todos a la vez. Parece incómodo con el reconocimiento: "Gracias, gracias, vayan", dice. A su lado, Horacio Verbitsky y Nora Cortiñas. Lo entrevistan de Radio Mitre: "Bolivia está atravesando un intento secesionista que busca continuar con el saqueo histórico de sus recursos naturales. Tenemos que apoyar el proceso de cambio boliviano y de América Latina en su conjunto". A metros de allí, en la misma primera fila pero al costadito, también marcha Luis D'Elía. Días atrás atacó a Solanas, responsabilizándolo también por los incidentes de los trenes. Dijo que no creía en las casualidades. También se quejó por el desparejo trato que según él recibe de los medios.
"Solanas es un blanco de Olivos y por eso se salva, pero como yo soy un negro de La Matanza a mí me pueden demonizar".
- Pero Solanas defiende los intereses nacionales, como usted.
-Solanas sería más útil si controlara su egolatría- se viste de psicólogo el dirigente k, para agregar después que "quemar ocho vagones de última generación no es un acto de liberación nacional". Solanas, lo ha dicho, no quiere polemizar con él.
Al llegar a la embajada se leen algunos comunicados y para terminar se canta el himno nacional. Los jóvenes de la nueva JotaPé, enfervorizados en el apoyo, hacen pogo con el himno.
Más lejos, el Tata Cedrón canta lo más entonado que puede, mirando al cielo azul del mediodía, disfrutando del sol. Lo mismo que David Blaustein, documentalista, director de Cazadores de Utopías y Botín de Guerra, que dice que le debe mucho a Solanas. "En el otoño del 70 el peluquero de mi barrio me llevó a ver La Hora de los Hornos a una función clandestina -recuerda-. Cuando vi esa película comprendí que eso era lo que yo quería hacer. Solanas es una de las personalidades más importantes de nuestra cultura".



Pino Pop
En su casa, a diez cuadras de la Quinta de Olivos, Solanas tiene su centro de operaciones. Vive allí y allí también funciona su productora. En la oficina más pequeña, donde trabajan sus asistentes, las paredes están colmadas de biblioratos.
"Diario de Rodaje de El Viaje", "Facturas de Sur", "Criticas Internacionales de La Nube", "Fotos de locaciones".
Del otro lado, cruzando una puerta, se abre un cuarto algo más grande donde funciona la sala de edición. Allí están las latas de todas las películas, los rieles de celuloide que Solanas transitó, y guardan algunas de las escenas más importante de la historia del cine argentino.
Lograr sentarlo un rato para hablar tranquilos no fue tarea fácil. Vive contando los minutos. Embarcado en el Proyecto Sur, se la pasa de reunión en reunión, de acto en acto, buscando consolidar un movimiento que empezó en las elecciones de 2007, sin demasiada campaña y con él como candidato a presidente, y que terminó convirtiéndose en la quinta fuerza del país. "Lo único malo es que no puedo ver mucho cine porque
termino muy tarde a la noche", dice Solanas, mientras corre cosas del sillón y se sienta. Es martes al mediodía y viste jogging y zapatillas. Cuando habla, la primera sorpresa. Emiliano, un amigo al que le comenté que entrevistaría a Solanas, ya me había advertido. "Escuchalo bien a Pino, vas a ver que cada vez tiene la voz más parecida a la de Perón". Es sorprendente. Julieta, una de sus asistentes, dice que es impresionante cómo aprovecha el tiempo, que encuentra cinco minutos y se pone a escribir, que no para. La cita comenzó siendo 12:40. Luego cambió 12:45 y finalmente fue a las 12:50.
-La vida es una batalla contra el tiempo porque el tiempo se te acaba. Y si hay cosas que querés hacer, no te queda otra que disciplinarte y organizarte sino no las hacés nunca. Por supuesto, es una gimnasia. El cine es una disciplina muy interesante.
La gente no tiene idea de lo que te aporta ser un director de cine. Dicen "uy, este…"
-Va con la camarita..
–Claro, con la camarita, filma... Otros lo asocian con la farándula, "¿la conoce a la actriz, fulana?", o con la televisión, "Usted debe ser amigo de Tinelli" –se mata de risa–. Pero hoy, en casi todos los países del mundo el director de cine es el editor de su propia obra. Es el escritor que está obligado a editar su libro.
Ir a la imprenta, fabricarlo y distribuirlo. Lo cual exige una parte soñadora, poética, de pájaro, y la otra pata metida como un árbol en la tierra. Trabajás con tu imaginación y con un guión que después tenés que meter en tiempo, cronómetro en mano. Y con limitaciones de presupuesto, de duración, porque una película de tres horas no la produce nadie porque no puede ir a los cines. Este oficio exige imaginación y capacidad de realización.
¿Cómo hacen los pibes acá con sus primeras películas?
Convencen a todo el equipo: "Vengan, hay choripán, pago el colectivo y de postre les pongo miel en el dedo y se lo chupan". Pero las hacen. El director de cine lucha contra lo imprevisto.
Este año se cumplen 40 desde el estreno de La Hora de los Hornos, película fundacional del documental argentino que Solanas empezó en el 65 y estrenó en el 68. Esa película fue la culminación de una búsqueda que había empezado en su adolescencia y que no ha terminado. Los bombardeos a la Plaza de Mayo y la caída de Perón ejercieron sobre él un influjo de preguntas profundas. Tenía 20 años cuando sucedieron los fusilamientos de José León Suárez. En esos tiempos, Olivos, su barrio, era una especie de comarca con algunas esquinas iluminadas. Como la casa del escritor Enrique Wernicke, donde se hacían asados en los que Solanas conoció a Roa Bastos, Roberto Cossa, Lautaro Murúa y a Juan Gelman. En otro bar de la zona se podía encontrar a Scalabrini Ortiz y sus amigos ingleses. Solanas conocía a sus hijos y pasaba largas horas en la casa. Estudiaba abogacía con el mayor.
"Para mí era el padre de mis amigos. Era un hombre sencillo. Tampoco teníamos la conciencia de lo importante que era su pensamiento, sus estudios sobre economía, sobre el ferrocarril. Era todo muy familiar, íbamos a caminar al río".
En el 58 y con 22 años, Solanas viviría una experiencia que marcaría su vida y su obra. Eran los días de Petróleo y Política y de la llegada de su autor, Arturo Frondizi, al poder. El nuevo presidente designó en Gas del Estado al hombre que había fundado la empresa en el primer gobierno de Perón, el ingeniero Julio Vecaneza. Solanas se convirtió en uno de sus tres secretarios privados. Había participado de charlas sobre energía y le interesaba el tema porque "cualquiera que lea un poco de economía se da cuenta de que la energía es el primer insumo de la cadena productiva. Sin la energía no podés hacer nada: materia prima y energía". Fue allí que conoció desde adentro las necesidades del desarrollo argentino y los peligros de la dependencia. Cincuenta años después sigue con lo mismo. Su próximo documental, La tierra sublevada –que cerrará la saga–, hablará sobre las posibilidades latentes de la riqueza natural.
Sin embargo, Solanas era un hombre de su tiempo. También estudiaba música y daba clases. Vivía con poco. Escribía guiones para historietas. Le gustaban Los Beatles, claro, pero Piazzolla y Joao Gilberto le pegaron más profundo. Tan moderno era Solanas que lo tentaron desde la publicidad. Fue a través de su hermano y de un cuñado que Solanas llegó al mundo de los jingles. Hizo más de 1200. Muchos de ellos los grabó en equipo con Horacio Malvicino, guitarrista de Piazzolla. "Casi a todos los productos de los 60 los he atormentado con mis jingles", se ríe. Poco a poco comenzó a fascinarse con el mundo de la filmación. Se corrió unos metros y empezó a trabajar en producción. Pasó varios años filmando publicidades. Tenía sus ventajas. Ganaba más dinero y aprendía un oficio nuevo. "Fue una muy buena escuela, pero en el fondo es tu talento al servicio de la nada, de una botella o de un dentífrico, no sé de qué. Pero ahí aprendí mucho de producción y de técnica cinematográfica, sobre todo el rigor. Hice algo de dinero y los fines de semana comencé a trabajar en La Hora de los Hornos. En los días libres hacía un viaje, iba filmando, recolectando imágenes cuando me dejaba la publicidad".
Solanas, con menos de 30 años, sólo tenía claro una cosa: quería hacer un fresco sobre la historia argentina, contarla de verdad. Le había gustado Vivir en Madrid de Frederic Rossif, sobre la Guerra Civil española, y miraba los cortos de Alain Resnais. Quería hacer algo así. Mezclar archivo con escenas documentales. La terminó en el 68, a los 32.
–Y a veces me dicen que era joven. A los 32 años San Martín desembarcaba en el Río de la Plata, y a los 34 empezaba a construir el Ejército de los Andes. ¿Cuántos tenía Fidel? Y el Che mucho menos. Y Mariano Moreno estaba muerto ya. La Hora de los Hornos es el resultado de una reflexión sobre la Argentina y de mucho viaje y de mucha charla. La película la escribí como un manifiesto. Y hacer una película te exige dedicación y estudio.
Ahora hace cuatro años que estoy con el tema ferroviario. He leído 15 libros, entrevistado a 50 personas, todo lo que está al alcance sobre los ferrocarriles. Por supuesto, hoy tengo más conciencia que antes al contar un tema. La Hora de los Hornos es de esas películas que nunca están completas.
-Cuando se habla con la gente que vio la película en aquellos años, se percibe una especie de nostalgia por esa épica de verla en la "clandestinidad".
-Todo eso surgió antes de hacer la película. Proyectando cortos cubanos y algunos argentinos. Eran proyecciones en las casas, había cierto tufillo de cosa clandestina porque estaba todo prohibido. Y nos dimos cuenta de que la gente acudía, que cuando se cambiaba un rollo se motivaba para hablar de la situación presente, y así nació la concepción de una película acto, de un cine acto.
-Quizá lo más parecido a eso que han vivido las generaciones posteriores ha sido esconderse de los padres para mirar películas porno.
-Siempre está el lugar de lo prohibido. Las dictaduras acentuaron la curiosidad sobre la realidad y cuáles eran las causas de los males sociales y políticos. Actualmente la cerrazón sobre los cuerpos y demás lleva a los jóvenes, sí, a encerrarse para ver una imagen pornográfica.
-Las entrevistas que le hizo a Perón en Puerta de Hierro fueron un puente fundamental entre el líder y la juventud. A la luz de la historia, y sabiendo lo que pasó luego del regreso, ¿se ha sentido alguna vez un instrumento de Perón? -En estas cosas no hay alguien que instrumenta al otro. Hay uno que tiene un gran mensaje para dar y otro que es su vehículo.
Y los dos nos hemos retroalimentado. Digo, los dos no. No vamos a pensar que Perón se retroalimentó de mí. Nosotros recogimos el testimonio de él, su palabra. Pensamos que eso iba a quedar para siempre, son películas documentales. A mí me hubiera gustado ver un documental sobre el 45, o del golpe del 30, o las tertulias literarias de los años 30. Entonces mi vocación nace en esa idea. El principal dirigente de la Argentina ganaba por amplia mayoría y estaba en el exilio, era muy importante. Hasta ese momento, Perón se comunicaba solo con audio; mi generación y las siguientes no lo conocían. Y Perón, hablando a cámara en primer plano, era como
si estuviera ahí con la gente. Por supuesto que todo aquello estaba imbuido de cierta épica.
El Exilio
Solanas estuvo exiliado entre el 75 y el 83. Vivió en Francia, donde ya lo conocían por su cine. Consiguió dar clases. Fue un "exilio atemperado". Escribió alrededor de cinco guiones, entre ellos El exilio de Gardel, que reescribió cuatro veces y que finalmente estrenó en el 85, luego de filmarla entre París y Buenos Aires. Ganó en Venecia y en La Habana. Luego, con Sur, en Cannes.


¿Se puede comparar en algo el exilio que se vivió en los 70 con el exilio económico post 2001?
Son circunstancias totalmente distintas. Pero el extrañamiento de la tierra y de la patria crean problemas afectivos, sentimentales y psicológicos muy agudos. Uno extraña. Sus calles, su realidad y todo eso genera una atmósfera melancólica. Cuando hacés cualquier viaje pasa un tiempo y extrañas las cosas más elementales. A los seis meses te querés morir. Al año empezás a tomar mate, a comer dulce de leche. De todas formas no se puede comparar al que se aleja de su tierra perseguido, corriendo peligro. Eso lo distingue del que elige por su propia voluntad. Una cosa es el peligro de no realizarte y otra el de que te maten. El exilio es de una soledad espantosa.


¿Por qué al volver hizo ficción y no documentales?
Yo volví en el 84, cuando se vivía la primavera de la Argentina; era la caída de la dictadura y había una enorme alegría que estaba atravesada por toda la tragedia. Pero para los que volvíamos era muy emotivo. Se vivía un momento casi festivo. El proyecto en ese momento era hacer cine para los cines, no tenía sentido hacer películas clandestinas, había democracia, había información. Yo había empezado a escribir El Exilio de Gardel en Francia y la hice en el 85. Y después aparece Sur que es muy complementaria. El exilio de Gardel habla del exilio exterior y Sur del exilio interior. Con música de Piazzolla.


El espíritu podría ir a más y pide más, pero está el tiempo biológico que se acorta. Ese es el drama de la vida.”


Y letras suyas. ¿Cómo trabajaron?
Fue muy difícil, él estaba en Punta del Este, habíamos quedado que hacía una parte y yo le ponía letra, pero cuando vino al estudio no tenía preparado casi nada. Y entre la música que había escrito para Sur yo escogí una parte que me parecía y él no se opuso. Entonces le escribí la letra y eso es Vuelvo al Sur. Pero yo tenía una larga admiración por él. Lo iba a ver, lo seguí en sus vacaciones en Punta Mogotes, jugábamos al voley con otros amigos. Y en esa época también conocí a Troilo y a Goyeneche. Me gustaba ir a escucharlos, iba a tomar café con ellos. Nosotros hacíamos mucho eso, de ir a ver a un escritor y quedarse a esperarlo para hablar algo afuera.


En La próxima estación un hombre dice que lo que más le duele no es la debacle económica sino la derrota cultural.
Sí, pero los talentos están. Todo eso está latente. Uno comete el error de mirar el presente y proyectarse a 20, 30
años y eso es un error mortal. Como si el país fuera el mismo, como si uno fuera el mismo. Cuando yo tenía 20 años a mí me costaba hablar. Iba a lo de Wernicke a escuchar. A lo sumo formulaba una pregunta. Me costaba una barbaridad escribir una página. Me sentía el más bruto de la tierra y estudiaba y me sentía mal por mis limitaciones. Los desarrollos no son iguales. Pero uno no se da cuenta de que va evolucionando mucho. Yo no sé cómo salen tantos actores, poetas, músicos, arregladores. Pero en realidad prefiero no hablar de la nueva generación, sería una pedantería, no la conozco.


¿Cómo sobrevive a contar la historia?
Es como si le preguntaras a un cirujano que opera el cerebro o un corazón. El tipo está normal, no llora de dolor con el enfermo. Cuando uno hace un documental hay situaciones muy jodidas, de enfrentar una escena dramática o de peligro. Aun en la ficción, cuando se filma una escena dramática o violenta los actores se ponen mal. Todo se pone mal, pero después eso se convierte en un material que lo manipulás como si fuera arcilla para dar forma a una película. Y con el correr del tiempo uno pierde la frescura y la ilusión. Y es una de las cosas más peligrosas, porque una película no se hace en dos semanas.


Woody Allen dijo hace poco que envejecer era lo peor. Que no se sentía ni más sabio ni nada de eso, solo veía menos. ¿Qué dice usted del paso del tiempo?
El espíritu de uno, yo lo veo en los amigos de mi edad, se sigue desarrollando, y la voluntad también, pero el cuerpo no te responde. Los esfuerzos que hacías a los 20 no los hacés a los 40 y menos a los 60. El espíritu podría ir a más y pide más, pero está el tiempo biológico que se acorta... Ese, pibe, es el drama de la vida.... Y ahora te dejo porque tengo cosas que hacer.


En un rato tiene una conferencia ferroviaria en el Bauen y mañana va a Comodoro Py para ratificar la denuncia contra Aníbal Fernández. En el medio termina su próxima película, hace conservatorios y avanza en el Proyecto Sur. Filmando y peleando. A los 72.

notas