25/2/10

"Dios no existe,
pero está
en los detalles".


Fidel Castro

Artaud

Qui suis-je?
D'où je viens?
Je suis Antonin Artaud
et que je le dise
comme je sais le dire
immédiatement
vous verrez mon corps
actuel
voler en éclats
et se ramasser
sous dix mille aspects
notoires
un corps neuf
où vous ne pourrez
plus jamais
m'oublier.

Calixto Bieito: "Me estoy volviendo viejo"

Por Pablo Lettieri

Calixto Bieito confiesa que ya no siente que sus montajes promuevan tanto escándalo como en el pasado. Conocido por sus radicales traslaciones de los clásicos, que le han acarreado desde amenazas de muerte hasta violencia física, el “Terminador catalán” (como lo definió alguna vez un crítico alemán) es también el más globalizado de los directores de escena españoles, y el más requerido y premiado por los teatros del mundo. “Debe ser que me estoy volviendo viejo, o que el público se está acostumbrando a mí”, admite esta tarde de finales de noviembre, en el Teatro San Martín. Ha venido por unos pocos días para seleccionar el elenco de su versión de La vida es sueño, que estrenará en julio en la Sala Martín Coronado. El director y réggiseur define al clásico calderoniano como “un cuento filosófico, existencial, casi nihilista sobre la realidad y la ficción, provisto además de una emoción que lo hace casi perfecto. Es puro teatro. Creo que fue Turgueniev quien decía que Segismundo era el Hamlet español, pero yo creo que es mucho más salvaje, brutal, de alguna manera caótico y menos intelectual que el personaje shakespeareano”. Acerca de trabajar con actores argentinos, Calixto Bieito asegura que “tienen una fama bien ganada en Europa por su expresividad y por ser muy pasionales. Y hasta ahora, el texto suena muy bien en argentino. Pienso que esta producción debería verse también en España para que nosotros podamos disfrutar de la riqueza de nuestra lengua”.

21/2/10


"La pelota que lancé al aire
en mi infancia,
aún no bajó."

Dylan Thomas

20/2/10

Hamlet, tragedia y política

Por Olga Cosentino
Publicado en Ñ

Asesinó a mi rey y prostituyó a mi madre. ¿No es justo darle su merecido con este brazo?". La pregunta de Hamlet a su amigo Horacio, en la tragedia de William Shakespeare, escrita entre 1599 y 1601, anticipa la moderna idea de justicia frente al medieval concepto de venganza. Es pronunciada casi en el final, cuando el atormentado protagonista está a punto de ensartar con su espada al rey Claudio, su tío, asesino de su padre y marido de su madre. Pero el príncipe de Dinamarca ha dudado entre cometer y no cometer ese magnicidio durante cuatro actos y medio de los cinco que integran la obra.
A inicios del 1600, la Inglaterra isabelina estaba en pleno y convulso tránsito hacia el Renacimiento y hacia una nueva cosmovisión que ponía en duda el derecho a la venganza como camino para restablecer el orden alterado por un crimen previo. La obra pertenece al género de los dramas de venganza, al gusto de la época. Gusto popular que Shakespeare no desatendía, ya que fue productor teatral, además de excelso poeta de la escena. Pero ni autor ni protagonista aceptan íntimamente que –como venía ocurriendo en aquel mundo de valores en crisis–la muerte deba seguir saldándose con más muerte.
La versión que acaba de estrenarse en el Centro Cultural de la Cooperación intenta, según su director Manuel Iedvabni, valorizar lo que la obra tiene de tragedia política, sin detenerse demasiado en el carácter indeciso del príncipe, esa particularidad que durante las primeras cinco o seis décadas del siglo XX hizo de la transitada "duda hamletiana" un tópico caro a los análisis psicologistas. "Si bien es el primer Shakespeare que dirijo –confiesa Iedvabni–, Hamlet ha sido, desde mis lejanos comienzos, la máxima aspiración. Creo que es la más grande obra de teatro de Occidente. Encuentro en ella una esencial identificación con la condición humana. No hay otra obra que exprese mejor la angustia existencial, algo que el monólogo 'ser o no ser' resume de modo magistral", afirma.
El espectáculo (que tiene a Federico Olivera/Hamlet, Patricia Palmer/Gertrudis, Ana Yovino/Ofelia, Héctor Bidonde/Claudio y Luciano Suardi/Horacio en los roles principales) se inicia con una imagen que remite al final trágico de la historia, con los cuerpos de los actores/personajes tendidos en el piso. El recurso de unir principio y final no es inocente. El director encuentra que la vigencia de la obra a través de los siglos tiene que ver con la reiteración de los comportamientos hipócritas del poder. Por eso, en la última escena, cuando después de la masacre hace su entrada el victorioso príncipe noruego Fortimbrás, para hacerse cargo del gobierno, el director vuelve a poner en su discurso la misma referencia a "un ojo que ríe y otro que llora" que pronuncia al principio de la obra el rey Claudio, a propósito de su propia coronación tras la muerte de su hermano. "Esa expresión –dice Iedvabni– define la duplicidad e hipocresía de los gobernantes, capaces de cambiar de piel con frío cinismo".

Las visitas del príncipe
La puesta no hace sino confirmar la seducción inmarchitable que sigue ejerciendo Hamlet sobre artistas y público, desde que la obra del Bardo superó el eclipse al que fue sometida durante el siglo XVII. Razones políticas y estéticas, como la sobrevaloración de las reglas neoclásicas y el rechazo de los supuestos desbordes shakespeareanos (la mezcla de lo trágico y lo cómico, los contrastes y transiciones inesperadas, la pasión opuesta al "buen gusto") no permitieron, después de la muerte del autor, en 1616, que sus obras se representaran con frecuencia. Recién los románticos alemanes y franceses, y especialmente la biografía de Shakespeare escrita por Victor Hugo en 1864, estimularon una revalorización que se mantiene desde entonces indeclinable.
Ya en 1821, el periódico El Argos de Buenos Aires da cuenta del estreno de una representación deudora del Hamlet que, con el título de El imperio de la verdad, se presentó en el Teatro Coliseo con Luis Ambrosio Morante, famoso actor de la época, en el papel del Sepulturero. A fines de ese año, el mismo Morante tradujo la pieza y la protagonizó. Sobre el physsique du rôle del intérprete, el escritor y crítico José Antonio Wilde recordaría que era "grueso, de baja estatura, tez morena, grave, de voz sentenciosa (...) con buena disposición para el teatro aunque como trágico no sobresale". En 1870, sendas compañías italianas encabezadas por los famosos actores Tomasso Salvini y Ernesto Rossi hicieron capote con sus respectivas versiones de la tragedia. El siglo XX será en Buenos Aires el de la consagración de la obra en la categoría de gran clásico universal. El Colón ofreció en 1908, año de su inauguración, el drama lírico Hamlet, de Ambroise Thomas, basado en la pieza shakeaspeareana. En 1966, el Instituto Di Tella presentó una adaptación del estadounidense Charles Marowitz; en 1977, el Cervantes estrenó la versión protagonizada por Rodolfo Bebán con dirección de Rodolfo Graziano; y en 1962 llegó a Buenos Aires la Old Vic Company de Londres con un recital shakespeareano que incluía escenas de Hamlet.
Acaso la apuesta más valiente haya sido la que en 1980 llevó la obra al Teatro San Martín, con Alfredo Alcón en el protagónico (por el que recibió el premio Molière), con Graciela Araujo como Gertrudis y Elena Tasisto como Ofelia. Traducida y adaptada por Luis Gregorich, con dirección de Omar Grasso, la poesía del Cisne de Avon conectaba mágicamente con la tragedia del país bajo la dictadura militar. A partir de allí, Hamlet tuvo sucesivas reencarnaciones en la escena local.
Entre las más relevantes, no puede omitirse Hamlet o La Guerra de los Teatros, un experimento de Ricardo Bartís, estrenado en 1991 en la Sala Cunill Cabanellas, con Pompeyo Audivert en el papel titular, Soledad Villamil como Ofelia y Alejandro Urdapilleta como el Primer Actor de la compañía de cómicos de la corte. En pleno menemismo, la obra aludía a la apropiación de la mentira por parte de la farándula política, que dejaba supuestamente sin sus recursos legítimos a la ficción poética del arte teatral. En 1995, la compañía "El Periférico de Objetos" produjo otro de los hitos teatrales de la década: la versión de MáquinaHamlet, una trasposición del original shakespeareano al discurso fragmentado, cruel e inspirado de Heiner Müller.
El resultado actualizaba hasta el límite de lo insoportable los horrores del siglo, desde el Holocausto, la Guerra Civil Española, las dos Guerras Mundiales o los conflictos de Oriente Medio hasta el terrorismo de Estado en la Argentina. Y la reflexión de Hamlet frente al Espectro de su padre –"Los crímenes surgirán a la vista de los hombres aunque toda la Tierra los sepulte"– redescubría intensidades revulsivas en la obra.
Ya en este siglo, Luis Cano presentó su reescritura Hamlet de William Shakespeare que, con dirección de Emilio García Wehbi y con Guillermo Angelelli en el papel titular, se estrenó en 2004. Como autor del libreto, Cano señalaba en un reportaje que el punto de partida para la versión era el mandato paterno. "El conflicto empieza cuando el espectro del padre muerto reclama al hijo que se convierta en su vengador. Ahí se activa la maquinaria trágica, de la cual Hamlet es también un engranaje. El es parte de la corporación del poder. No es inocente. No es una víctima heroica en los términos románticos ni marxistas. Es, a lo sumo, un héroe o una víctima en términos freudianos o edípicos", afirmaba.
Desde entonces, la escena independiente, en Buenos Aires y en el interior, ha vuelto más de una veintena de veces sobre la más célebre y enigmática de las tragedias shakespeareanas, que sigue inspirando, además, cantidad de análisis académicos y ensayos teóricos. En la mayoría de los abordajes teatrales, la resistencia de Hamlet a ejecutar una venganza que su época consideraba legítima no hacen del personaje un maniático de la duda, un cobarde o un loco. Su inoperancia fáctica es inversamente proporcional a la profundidad de sus reflexiones. En diálogos y soliloquios, Hamlet se entrega a procesar otro paradigma cultural, político y filosófico diferente del de su tiempo. Un modelo de pensamiento todavía entonces (¿todavía hoy?) incierto, dentro del cual el crimen –se conjeturaba– tendría otro valor. Sobre todo el crimen de Estado, que se comete con las ventajas y prerrogativas del poder. Claramente, Hamlet encarna el desconcierto frente a un mundo nuevo que –la poesía shakespeareana lo insinúa– debería ser menos brutal. Acaso más justo.
Pasaron más de 400 años desde aquella transición cultural y Hamlet sigue representándose en montajes de repertorio, versiones libres y reescrituras. Como si el tiempo no pasara para la obra. Acaso porque ni los crímenes políticos ni los asesinatos como respuesta a afrentas ni las guerras, como método para escarmentar o someter pertenecen al pasado. Lo que hace de Hamlet, más que un clásico, una obra de anticipación; espejo de las contradicciones que la civilización sigue sin resolver.

12/2/10

Un poema de Robert Desnos



“Tanto he soñado contigo, tanto he caminado y conversado, tanto me acosté con tu fantasma que ya no me queda tal vez otra cosa que ser un fantasma entre los fantasmas y cien veces más sombra que la sombra que deambula y deambulará alegremente por el reloj de sol de tu vida”.
Robert Desnos
J’ai tant rêvé de toi






Robert Desnos nació en Paris en 1900. En 1919 publicó sus primeros poemas en Le fard de argonautes y se reunió con André Breton, Péret, Tzara y Aragon, integrándose en 1920 al grupo surrealista. Mostró sus habilidades literarias jugando con el idioma y convirtiéndose en un experto de la ''escritura automática" en sus poemas Oasis y Asilo amigo. Para ganarse la vida ejerció luego como periodista, publicando crónicas sobre films, música y teatro. Hacia 1929 se alejó del movimiento surrealista en la gran crisis que señaló el segundo manifiesto de André Breton. Continuó escribiendo y publicando obras que incluyeron Corps et biens en 1930 y Le sans cou en 1934. En la Segunda Guerra mundial se alistó en el ejército francés, regresó a París durante la ocupación alemana y bajo seudónimos como Lucien Gallois y Pierre Andier publicó una serie de ensayos contra los nazis que le valieron su reclusión en varios campos de concentración. Falleció ocho días después de ser liberado por el ejército ruso en junio de 1945.

11/2/10

3/2/10

Ocio

"El ocio es la madre de todos los vicios. Pero es una madre y hay que respetarla".

Roberto Fontanarrosa

“Avatar”, realidad y ficción

Por Diego Jaimes
Publicado en PAGINA 12

Es difícil resistir la tentación de ir a ver Avatar, la reciente película dirigida por el estadounidense James Cameron, realizada y producida con los últimos avances tecnológicos en materia de animación digital. Sobre todo para quienes están atentos a las nuevas posibilidades que ofrece la producción de contenidos a nivel audiovisual, en un contexto de desarrollo acelerado sin precedentes en la historia.
Avatar funciona a base de una historia sencilla, que no necesita de giros en su argumento para sorprender. Porque el relato –y he aquí el punto más destacable– se anima a avanzar sobre una cuestión de gran actualidad: una invasión imperialista en busca de un mineral que se encuentra en territorio comunitario –propiedad ancestral de una comunidad indígena– y la defensa que ese pueblo se dispone a hacer de su tierra, entendida no como una posesión lisa y llana sino como un todo físico, material y espiritual, con un enorme significado para la vida.
Este abordaje temático está, claro, sustentado en una realización deslumbrante desde el punto de vista estético: se destaca la creación del ambiente de Pandora, el planeta que habitan los Na’vi, una especie de paraíso natural donde los seres vivos conviven armónicamente respetando las leyes que el propio ambiente les sugiere. Los “avatares” son unos personajes creados por científicos norteamericanos a partir de una conjunción de células humanas y de los Na’vi, que tienen como fin aprender de ellos para poder dominarlos. Su deidad es una Diosa Mujer y su morada es un Arbol de la Vida, que es también el espacio de oración y encuentro de la comunidad.
Los malos de la película, esta vez, no son ni chinos karatecas, ni rusos mafiosos, ni latinos narcotraficantes, ni cubanos comunistas. Son yankis imperialistas que vienen en busca de un mineral llamado unobtainum, que cotiza 20 millones de dólares el kilo. Comandados por una combinación de científicos y militares –que no se llevan muy bien entre sí– tienen como objetivo “sugerir” a los nativos que abandonen su morada, primero por las buenas, y si no a lo estadounidense.
Avatar es una alegoría interesante acerca de la avaricia capitalista por apropiarse de los recursos naturales con un fin netamente económico –y por ende político– sin importar los daños ambientales que esto conlleva. El unobtainum es comparable al petróleo de Medio Oriente y de Venezuela, al agua del Acuífero Guaraní, de los Glaciares y la Antártida, al oro y la plata del Cerro Rico de Potosí, al cobre de Chuquicamata en Chile, a la riqueza mineral saqueada en Andalgalá, entre muchos otros lugares de nuestro país. Riquezas extraídas a pesar de la resistencia de muchos de sus habitantes, la complicidad de muchos gobiernos, y sin la conciencia económica y política colectiva de quienes desde las grandes urbes situamos nuestras preocupaciones en temas más tangibles.
La espiritualidad de los Na’vi es semejante a la que celebra la Pachamama con nuestros pueblos andinos del norte, la que agradece por el año de cosechas y fertilidades, la que no tiene intermediarios entre dioses o energías y nosotros mismos. Es el respeto por la tierra que nos tocó, la cual no deberíamos dejar peor que lo que la encontramos. Es la hermandad que tanto nos cuesta con los otros, los distintos, los diferentes, los “extraños”.
La defensa de Pandora es la de cualquier pueblo en cualquier lugar del mundo por su soberanía política, frente a los imperialismos que a lo largo de la historia han saqueado y dominado regiones enteras en nombre de religiones varias, utilizando su poderío bélico en el sojuzgamiento a pueblos más débiles. Es una defensa que tiene muchos más valores que un impuesto a las ganancias o a la renta extraordinaria.
Pueden quedar dudas de por qué desde las entrañas del imperio más prepotente del mundo surgen relatos como éste. Sin la ingenuidad de pensar que es una autocrítica, ni tampoco con la esperanza de que pueda un film como éste promover decisiones de fondo de los países centrales respecto de sus responsabilidades en temas como el cambio climático –veamos si no los flojos resultados de la reciente Cumbre de Copenhague–, Avatar puede ser un ejemplo atractivo y de calidad para disparar la reflexión sobre cuestiones bien actuales.
El concepto de “avatar” –según la Real Academia– es más que sugerente: cambio, pero también vicisitud. Transformación con conflicto. Apuesta a lo nuevo y distinto, pero con riesgos, con contradicciones. Es éste un desafío que podemos plantearnos individual y colectivamente. No hay cambio sin problemas. Nunca lo hubo. Cualquier semejanza con la realidad... ya sabemos. Realidad y ficción son dos caras de la misma moneda.



(*) Licenciado en Comunicación. Docente UBA.

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