Por Eduardo Fabregat
Publicado en PAGINA 12
De pronto, la callecita de Palermo hierve, los autos frenan en seco, una cabeza se asoma por la ventanilla y se le dibuja la incredulidad. ¿Pero ése no es...? ¿Y ése no es...? A medida que Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton desfilan rumbo a sus autos, la mandíbula del conductor se desencaja más y más, manotea el celular para conseguir la instantánea pero no llega, los cuatro tipos ya están yéndose. Sí, sabe que U2 está en Buenos Aires. Pero jamás hubiera imaginado que los iba a tener tan cerca.
Hay que decir las cosas como son: el cronista tampoco. El show business de los últimos tiempos no es muy pródigo en contactos directos, y menos aún cuando se trata de leyendas como el cuarteto irlandés. El mero hecho de que se trate de esa banda y del 360º Tour alcanzó para atiborrar tres funciones en el Estadio Unico de La Plata, mañana, el viernes y el sábado. No puede decirse que U2 necesite hacer promoción, perder con los periodistas tiempo que pueden invertir en paseos por la ciudad otoñal. Pero la consigna fue otra. En la movida que empezó a gestarse el jueves pasado, la propuesta de la banda fue compartir un almuerzo relajado con sólo cinco periodistas. No poner en marcha un operativo publicitario, una rueda de prensa: charlar, alimentarse y alimentar la sobremesa con un diálogo y no con la esgrima verbal, el acartonamiento de yo pregunto-usted responde que a veces aqueja a la entrevista con estrellas internacionales. Un almuerzo con cuatro tipos que llevan juntos más de 30 años, y no parecen haber perdido ni un ápice de la pasión necesaria para salir a la ruta.
“Hacemos esto para buscar una química, para salir de esa cosa de la entrevista de quince minutos, para entender cómo se dan las cosas”, dirá Bono sin abandonar la ensalada y la “emergency beer” que combate la resaca de su salida la noche anterior. “Nos gusta salir de esa mecánica, estar menos autoconscientes de lo que decimos y cómo lo decimos. Hay algo horrible en eso de la estrella de rock sola en su habitación de hotel, que responde de acuerdo con la calidad del room service, le preguntan por Rusia y dice ‘bueno, Rusia... no estoy muy seguro’. ¿Y por qué? ‘Bueno, ¡¡porque me sirvieron fríos los huevos!!’.” En las dos horas largas de conversación, la mesa estallará en carcajadas varias veces: uno de los momentos de auténtica diversión, sin fronteras entre periodistas y rock stars, es cuando toda la mesa imagina a U2 volviendo a la vida hogareña tras una larga gira. Eso que sucederá en julio, cuando el 360º liquide su recorrido en Estados Unidos: “Es bueno tener dónde volver, pero es cierto que es difícil”, arranca The Edge, y Bono comenta que es “como un rehab, acostumbrarse a estar en casa sin subirte a la mesa para cantar...; ¡lo peor que me sucedió fue meterme al asiento trasero de mi propio auto!”. De allí a imitar al cantante gritando “Helllooooo family!!! How are you tonight???’” hay un paso, y otra vuelta de risas.
El concierto que hará temblar La Plata, claro, ocupa el comienzo del diálogo. Bono intenta replicar el momento en que explicó su idea de The Claw a los diseñadores de escenario con unos tenedores; fracasa, se rinde y alega que “es peligroso estar en una banda de rock, porque les salís con estas cosas y te hacen caso..., de todos modos hay un punto en el que esa estructura enorme tiende a desaparecer, y lo que realmente importa es este power trío tocando”. De hecho, el gigantismo del escenario contrasta con un hecho que ya podía apreciarse en el Vertigo Tour: en esa enormidad, los cuatro músicos están siempre cerca, rara vez pierden el contacto visual. Edge admite que es uno de los ingredientes necesarios para que la química funcione, Bono señala que el diseño “no deja de ser un regreso a un formato clásico del rock and roll: si ves a The Beatles en el Shea Stadium, están tocando en un escenario en el medio, con toda la gente alrededor”.
–Sí, pero con The Beatles no se escuchaba un carajo –apunta el manager Paul McGuinness, que se dio el lujo de ver a los Cuatro de Liverpool en un cine de Bournemouth en 1964.
–Y este show está diseñado para que hasta el tipo de la última fila vea y escuche bien –dice Bono.
Amistades genuinas
Alrededor de la mesa y a pesar del atípico clima, no deja de comprobarse cierto juego de roles. Bono pasea por temas tan diversos como la planificación urbana, el show de The Clash y The Who que le voló la cabeza o las inolvidables noches en la mansión Sinatra y los diferentes significados que puede adoptar la frase “I did it my way”. De hablar pausado y metódico, The Edge puede extenderse en una apasionante explicación de cómo se comporta el sonido analógico en contraste con lo digital. Con una sonrisa cortés, Clayton sigue atentamente la charla, pero casi no interviene. Larry Mullen sí lo hace, pero en un tono que apenas se escucha al otro lado de la mesa: sólo después, a la hora de la despedida, habrá oportunidad de que señale al cronista que “a pesar de que somos una banda con muchos años y todo eso, para nosotros es importante hacer tres fechas acá. Y deberíamos haber tomado la decisión de hacer esta clase de encuentros antes, porque es mucho más disfrutable. Divertido, de verdad”.
“¿Cómo se hace para, en una gira como ésta, subirse al escenario cada noche sin que se note si están bien o mal, cansados, de mal humor?”, pregunta alguien, y el guitarrista no tiene dudas: “Como instrumentista, en cada concierto apunto a perderme en la música. Ese momento es así: ni siquiera pensás en vos, en el antes y el después del concierto. Sólo pensás en las canciones, en la banda. Si te podés dejar llevar, listo”. Buena ocasión para que Bono recuerde las cosas que le disparó ver a los Clash, el contraste que eso significó con una época en la que “las estrellas de rock dejaron de ser personas..., los músicos eran vistos como alguien del espacio exterior, que se materializaba en el concierto. No conectaban con el público: si estaban de buen humor hacían un buen show, si estaban de mal humor hacían uno horrible. Bandas como The Clash cambiaron eso, vinieron a recordar que el rock and roll tiene que ver con el sentimiento, y con la idea de poder cambiar las cosas”. El cantante también recordará que en esos cambios de paradigma, el segundo disco de U2 hizo arquear muchas cejas: “Podías escribir de cualquier cosa, podías escribir de pegarle a tu madre si querías, pero no sobre religión. ¡Estaba prohibido! La gente negra, o Bob Dylan, podían hacer eso, pero para el rock and roll blanco eso era impensable. Tuvimos la suerte de estar en Island, donde Chris Blackwell decía ‘OK, como Marvin Gaye, como Bob Marley, pero blancos’...”
El tiempo transcurrido desde entonces, claro, amerita un racconto y una búsqueda de razones para el hecho de que aquí estén, tres décadas después, en un coqueto hotel de Palermo, consumiendo la espera de tres conciertos multitudinarios. “Eramos amigos antes de tener una banda”, señala Edge. “La amistad es importante, y la nuestra es una amistad genuina..., muchas veces estamos en reuniones, en Los Angeles o Nueva York, donde hay mucha gente y la pasamos bien, pero al final de la noche descubrimos que estamos otra vez charlando nosotros cuatro.”
–Edge, no entiendo, ¿por qué no querés hablar con Penélope Cruz? –señala Bono entre risas.
Brindis
Contra lo que podría pensarse dado su personaje público, Bono no se extiende demasiado en temas políticos. Los toca, sí, y cuenta que invitaron a las Madres de Plaza de Mayo para los shows, pregunta si hay un monumento a los desaparecidos, indaga sobre la política de derechos humanos del Gobierno y se interesa especialmente en el potente sentido de las palabras “Nunca Más”. Traerá sobre la mesa la fuerte carga que supuso en Irlanda el pedido de disculpas de Cameron por la masacre del Bloody Sunday, y la investigación balística que permitió aclarar unas cuantas cosas sobre el hecho: el relato de esa pericia permite volver sobre masacres conocidas aquí, sobre el trabajo del Equipo de Antropología Forense, y habrá coincidencia general en el alivio que supone para los familiares de víctimas conocer el destino, aun horrendo, de sus seres queridos.
Y mientras las copas y platos se vacían y aun con el peso de ciertos temas, resulta que Bono, Edge, Clayton y Mullen tienen razón: a pesar de ser estrellas planetarias, de la cantidad de discos vendidos y la cantidad de shows para centenares de miles de personas, U2 puede despojarse de la autoconciencia y tener simplemente un almuerzo con personas acostumbradas a un juego a veces demasiado previsible. Y el brindis tiene un gusto inolvidable.