18/3/11

La soberanía del delirio

Por Jorge Monteleone

Parece extraño y desmedido que una novela aluvional de seiscientas páginas, como Las Islas (1998) de Carlos Gamerro, de compleja representación dramática por su densa trama, llegue a la escena teatral. El núcleo central de la novela se refiere de un modo novedoso a ese espacio usurpado del territorio argentino aislado por la locura vindicatoria de la dictadura, transformado en una ocasión para desplegar un delirio nacionalista que encubre o desplaza el crimen genocida. Algunos detalles del argumento entre la novela y la pieza teatral difieren, y por cierto esa diferencia de registro del contenido es enorme: el “video Malvinas”, por ejemplo, que ocupa una escena de unos minutos en el libreto, tiene un desarrollo de 32 páginas en la primera edición de 1998. El argumento de Las Islas, en su versión teatral, se desarrolla como un thriller paranoico, donde un empresario que habita una torre de espejos en Puerto Madero, Fausto Tamerlán, de origen alemán, contrata a Felipe Félix, ex combatiente de la guerra de Malvinas y hacker, para identificar –utilizando los archivos informáticos de la SIDE– a los compañeros y oficiales que conozcan la suerte de uno de sus hijos, Fausto, desaparecido en Malvinas. Tamerlán es un megalómano, un fascista, un salvaje predador capitalista que quiere ejercer su voluntad de dominio mediante diversas formas humillantes, entre cuyas víctimas se halla su otro hijo, César. Recibido por el psicoanalista Canal, Felipe Félix –que sufre de amnesia y no recuerda los hechos de la guerra– acepta el trabajo y se inmiscuye en la SIDE, donde entrevista al teniente coronel Verraco, al cual le ofrece un videojuego sobre las Islas donde el triunfo está asegurado. Verraco se halla conectado con ex combatientes organizados para reconquistar las Islas, y a la vez unidos a un pelotón fantasma, comandados por el mayor Arturo Cuervo, que luchó infiltrado en Malvinas mucho después de finalizada la guerra. Felipe Félix conoce luego la historia de Gloria, con la que inicia un vínculo amoroso: es una militante secuestrada y torturada en un centro clandestino de detención dirigido por Cuervo, el “Mayor X”, que se enamora de ella en las sesiones de tortura. La lleva a su casa y de su unión nacen las mellizas Malvina y Soledad, con síndrome de Down, el 2 de abril de 1982. Cuervo, que estaba en la guerra, regresa y, al ver a sus hijas, huye. Tamerlán deduce que Cuervo asesinó a su hijo –aunque en su hora lo liberó de un secuestro de Montoneros, sin saber que el propio Fausto lo había propiciado–. Quiere vengarse asesinando a las mellizas. Felipe Félix recupera la memoria y al hacerlo recuerda hechos traumáticos: a Verraco torturando y asesinando a un soldado, a la vida en el barro y la sangre de la trinchera y el suicidio de uno de sus compañeros al regresar, al reconocimiento de los fantasmas de los combatientes que lo acompañan en silencio. El mayor Cuervo regresa con la excusa de obtener dinero de Tamerlán por la fuerza para financiar la reconquista de las Islas. Con el complot de César, que quiere destruir a su padre, y del Dr. Canal, que lo aborrece, Cuervo –vestido como una drag queen carapintada– ahorca a Tamerlán mientras lo sodomiza, para ser luego asesinado a sangre fría por Canal. De regreso con Gloria, Felipe Félix reconoce, en una fábula alegórica que le relata la mujer, el sentido último del delirio de la guerra.
Hay en esta pieza esa variación de tonos y de climas que la novela prodiga: situaciones farsescas, humor negro y grotesco, una vertiginosa serie de símbolos e imágenes que recorren la historia argentina en torno de las Islas, flashbacks, onirismos, situaciones intimistas o ambiguas o escandalosas. Pero todo acentúa el carácter ficcional e ilusorio de una épica miserable. En la ocupación argentina de las Islas reside aquello que sostiene una antigua aspiración nacional, como declara al comienzo el personaje Citatorio cuando celebra aquel hecho traumático. Con astucia, señala que el amor a las Malvinas equivale, en la ficción que sostiene el amor a la patria, el primer amor a la madre y al padre. Se pregunta: “¿Por qué amar a las Malvinas? ¿Por qué es tan importante que vuelvan a ser nuestras?” Las respuestas esperadas son previsibles y alimentan el imaginario que funda una nación: preservación del territorio, defensa de la soberanía, aprovechamiento de las riquezas naturales en el espacio legítimamente propio. Y sin embargo Citatorio da un giro y dice: “Hay otro motivo. El verdadero. El secreto. El que ahora voy a revelarles”. Ese secreto es el motivo absurdo del tatú carreta. Pero acaso se refiere oblicuamente al secreto que las Islas representan, al enigma que se revelará para la creciente autoconciencia de Felipe Félix como eje del relato de la verdad puesta en escena, con su patetismo y su horror.

EL SECRETO DEL ORO
El primer motivo secreto es un delirio histórico: durante las invasiones inglesas, el Virrey Sobremonte quiere acordar la paz entregando el tesoro virreinal y lo envía a la ciudad oculto en un tatú carreta embalsamado. Los ingleses, imposibilitados de enviarlo a Inglaterra, lo destinan a la deshabitada isla Gran Malvina. Pero al escapar hacia su país de origen, naufragan y con ello se pierde toda información sobre el paradero del tesoro. Así se halla oculto para siempre el oro deseado. La invasión de 1833 y la posesión de las Islas son los motivos para buscarlo durante siglos. El hallazgo de esa riqueza por parte de los argentinos sería una restitución y el tatú cordobés debe asegurar un destino manifiesto. Como la tierra yerma, que espera un milagroso acto de fertilidad para restituir el ciclo de la potencia fecunda, las Islas son el espacio que permitiría restaurar la fertilidad, la potencia perdida de la gran nación soñada por los próceres. Una transfiguración o un poder genesíaco.
Pero Gamerro conecta el oro como idea simbólica, al oro como acumulación capitalista. El oro es el origen de la fortuna familiar del empresario Fausto Tamerlán. Lo ha traído su padre desde Europa, pero reserva unas pepitas que bebe con champán, las defeca y con el excremento hace construir un souvenir. El oro se transforma en su doble alegórico: la mierda. Así, del tesoro en las Malvinas que transforma la Argentina en una potencia fálica se pasa al oro acumulado y retenido por el capitalista, que se lo bebe en un cáliz de oro para volverlo heces. “El excremento es el doble del falo como el falo lo es del sol –apuntó Octavio Paz–. El excremento es el otro falo, el otro sol. (…). Guardar oro es atesorar vida (sol) y retener el excremento. Gastar el oro acumulado es esparcir vida, transformar la muerte en vida”.
Gamerro establece así la circularidad entre el secreto del tesoro de las Malvinas y el develamiento del secreto del paradero del hijo del empresario. Al hacerlo, desbarata la ilusión nacionalista de fecundar el territorio basada en la idea de soberanía y la devela como el deseo autocrático de una soberanía fáustica que la sostiene. La correlación histórica se presupone: el delirio mesiánico de los militares nacionalistas se conecta con el capitalismo salvaje, que tiene en el espacio de Puerto Madero una directa alusión al menemismo. El año en el cual Félix es convocado es inequívoco: junio de 1992. Es decir, diez años después de la guerra de Malvinas, cuando se consolida el modelo económico neoliberal que Martínez de Hoz había iniciado durante la dictadura. Gamerro no necesita una representación literal: el oro es el elemento unitivo entre ambas dimensiones. Pero allí no cesa la circularidad enloquecida. En el diario del mayor Cuervo que retiene Gloria, se lee que en las Islas los ingleses hablan de “Ingoland”: “Según el lenguaraz, la palabra en cuestión, ‘England’ proviene de la locución ‘In gold land’, que significa ‘En la tierra del oro’, o para decirlo de una buena vez, Eldorado. Creo que por fin hemos dado con la pista del tatú y su tesoro”, escribe el mayor Cuervo.

AMNESIA Y SIMULACRO
Felipe Félix no puede recordar: tiene un pedazo de casco incrustado en su cabeza a causa de un bombardeo. Esa excrecencia tiene la forma del olvido: “un recuerdo de la guerra” y a la vez aquello que obtura la memoria y produce amnesia. Lo que, en principio, puede hacer, es una representación falsa de la guerra. Crear un simulacro. Y para ello tiene el espectador ideal. Para entrar a las computadoras de la SIDE se vale del teniente coronel Verraco, para el cual creó un videojuego donde el delirio triunfalista del militar se concreta: comanda la invasión el 2 de abril y, con la heroicidad espuria y ansiosa del niño que juega playstation, disfruta la victoria final. “En esta guerra va a poder ser todo lo que quiera”, le dice Felipe. Esa simulación es un modo de compensar en el nivel imaginario la derrota real. La crítica asumió que la novela de Gamerro ponía en juego la guerra como simulacro en un grado más complejo que el de su condición de mera copia. La escena teatral acentúa ese carácter con la presencia misma de los protagonistas. La guerra tiene lugar constantemente y su simulacro no es más que la realización del delirio por otros medios: lo real está contaminado de simulacro, pero no por un carácter de fantasía, sino por su capacidad de repetirse en el tiempo una y otra vez. La representación teatral le da a este mecanismo su carnadura más propicia.
Otra variante de este aspecto es la idea de que en las Islas hay un pelotón fantasma escondido para reconquistarlas. El Mayor Arturo Cuervo, conocido como el “Mayor X”, comanda ese grupo que finalmente consigue hacerse del tatú y se propone luego regresar para iniciar el Operativo Recuperación. También allí hay un simulacro extendido que guarda relación con la amnesia o su complementario: el recuerdo compulsivo, al modo de una obsesión. Los ex combatientes derrotados no admiten la derrota y necesitan regresar. La otra cara de la obsesión es olvidar aquello que no puede admitirse y creer que todo puede repararse: eso produce una interminable pasión por restituir lo perdido. En eso consiste su obstinado regreso. A las Islas todos quieren volver porque, en cualquier lugar en que se hallen, las Islas le dan su sentido de pertenencia y los torna esencialmente extraños, extranjeros en el seno mismo de un espacio social donde ya no encajan, ni desean, ni viven sino mediante su locura vindicatoria, con el odio que sustenta un deseo maldito. Tanto el pelotón fantasma como los ex combatientes poseen una psiquis de la derrota. Dice Felipe: “Todos soñamos con volver. (…) en algún lugar sabemos que algo nuestro valioso e indefinible quedó enterrado allá. En sueños, al menos, todos volvemos a buscarlo. ¿Entienden? No es el criminal el que vuelve al lugar del crimen. Es la víctima, bajo la esperanza de cambiar ese resultado injusto que la dañó.” No es posible olvidar las Islas, pero la amnesia sobre lo realmente ocurrido garantiza el deseo de regreso, que el simulacro repite incesante.
Por eso este simulacro de guerra difiere de aquel que proponía Jean Baudrillard sobre la guerra del Golfo. El título de su polémico libro fue tomado de una pieza antibelicista de Jean Giraudoux, escrita hacia 1935 como protesta por la inminencia de una guerra ante la cual la dirigencia democrática europea permanecía absorta e ineficaz. Se llamaba, irónicamente, La guerra de Troya no tendrá lugar o bien La guerra de Troya no ocurrirá. Baudrillard invierte los términos para hablar del carácter consensuado del nuevo orden mundial para que la guerra del Golfo no se constituya como un conflicto sostenido al modo de las antiguas guerras de Occidente. Titula su libro La guerra del Golfo no ha tenido lugar o bien La guerra del Golfo no ha ocurrido. Pero en Las Islas, la guerra tiene otro rasgo para todos los personajes implicados: La guerra de Malvinas tiene lugar o bien La guerra de Malvinas ocurre. Ocurre siempre, ocurrirá sin fin porque no ha terminado. Se halla implicada en un presente perpetuo o en un futuro inminente y constante. La representación teatral ofrece ese mecanismo propicio a lo repetido: la vuelta, la imperiosa necesidad de recuperar lo perdido y vivir como si todavía ocurriese, como si el futuro no fuera otra cosa que la repetición del presente.

PATERNIDAD / MATERNIDAD
Dramas edípicos o sombríos vínculos parentales, la cuestión de la paternidad y la maternidad recorre Las Islas. Los hijos de Tamerlán son dos: Fausto, aquel hijo que el magnate deseaba como heredero, y al que cree muerto o asesinado por un oficial en Malvinas; y César, el hijo homosexual, al cual desprecia y humilla con ferocidad, bajo la fantasía de ser el Superhombre. César a la vez se traviste y evoca su identificación con su propia madre, igualmente despreciada y humillada por Tamerlán. Las cosas no son, sin embargo, lo que parecen: en los años setenta, es Fausto el que entrega a su padre para ser secuestrado por la organización Montoneros. También César invierte los términos: instigado por el psicoanalista Canal, se propone matar al padre, pero antes debe obligarlo a travestirse, para violar su intimidad y tomar el lugar del Superhombre. De ese modo los hijos se sitúan en una antípoda destructiva y parricida respecto del padre dominador: Fausto, el hijo que era convocado para ser despojado de su persona (a tal punto que recibe el mismo nombre) y transformarse en una mera repetición paterna, un doble anulado en sí mismo, propone a cambio su destrucción. César quiere suplantarlo y el débil se transforma en su real heredero, porque pasa, de ser abusado, a convertirse en un abusador.
El otro lugar de la paternidad y la maternidad es el de la historia de Gloria, que Felipe Félix conoce a partir de una relación amorosa con esa mujer. En una de las sesiones donde es torturada, el jefe de los torturadores del centro clandestino de detención se quita la capucha: es el mayor Arturo Cuervo. Entre él y su víctima surge una corriente de atracción sexual y las sesiones de tortura son su monstruoso modo de encuentro sentimental: ella decide resistir la tortura para ofrendarle su sufrimiento y no defraudarlo. El Mayor, “para librarse de su fatal embrujo”, quiere arrojarla al mar en un vuelo de la muerte, pero no puede hacerlo. Finalmente la encierra en su casa, como una monja de clausura, y ella queda embarazada. Un día, el militar se va sin dejar rastros. Gloria comprende que se ha ido a las Islas. El 2 de abril de 1982 nacen sus hijas, las mellizas Malvina y Soledad, con síndrome de Down. Otro día el mayor regresa a conocerlas y luego de verlas huye. Gloria le dice a Felipe Félix: “¿Te das cuenta? El terror de los campos, el héroe de Malvinas, se escapó de una mujer y dos bebés recién nacidas”. Su única forma de preservar la vida es absorber el mal: “Mi cuerpo hizo de filtro, y absorbió todo el daño. Las nenas nacieron puras.” La alegoría parece transparente: el militar tortura a la Gloria –aquella “gloria” del himno argentino que compele a morir por ella y que es el contenido implícito del honor militar– y se le une con un amor patógeno: la gesta de Malvinas proviene de una gestación aberrante. Y además el ideal de la virilidad se ve desplazado por una femineidad subalterna y vindicativa: “Ahí es donde le gané. Si me hubieran salido varones, o normales, las habría convertido en lo que él quería,” dice Gloria. La figura de las Madres en la dictadura, como zona de resistencia, no está ajena a esta metáfora desesperada.
El lugar de los padres y de los hijos aparece degradado y revela también una novela familiar perversa. Ese es el fundamento sobre el que se erigen los lazos sociales en el contexto de la guerra de Malvinas. La ideología de la familia como célula inmaculada del orden occidental y cristiano, que la dictadura decía defender contra la presunta imposición de un modelo “ajeno al sentir” del pueblo argentino, se desdice en la perversión vincular, el parricidio, la monstruosa paternidad del torturador y la maternidad como asunción del mal.

LAS MALVINAS COMO SIGNO
Breve diálogo entre el Dr. Canal y Felipe Félix:

DR. CANAL: Las Malvinas son el Roscharch de la conciencia nacional, Félix. Cada uno ve en ellas la forma de su deseo. Como esas manchas de tinta…
FELIPE: Sí, sí, en el Borda siempre me las andaban mostrando.
Dr. CANAL: ¿Y que veía?
FELIPE: (Resignado) Las Islas.
Dr. CANAL: (Gesto de “¿No le digo?”)

Las Islas son el signo eminente en el que se sostienen las mezquinas intenciones personales, la paranoia delirante, la megalomanía y la dominación, la compulsión repetitiva bajo la forma de sucesivas imágenes ilusorias. Por ejemplo: la Argentina es la oruga y las Malvinas son la mariposa. Las Islas como torta de cumpleaños para el coronel Verraco, dibujadas en granza verde sobre granza azul, con soldaditos y cañones. Las Islas sobre una gran bandera blanquiceleste, con la leyenda: Argentinas en el 2000. La fantasía de un “Operativo Edmundo Rivero”, que imagina recuperar las Islas y luego traer a Perón a ella, como base de operaciones para volver al poder. La idea de que de las Islas regresarán los Elegidos, o que en el corazón de los derrotados “hay dos pedazos arrancados, y cada mordisco tiene la forma exacta de las Islas”. Esas son algunas de las formas que las Islas alcanzan, según el deseo de quien las mira. Pero en su signo también pasa toda la historia argentina. O, mejor dicho, cifra esos rasgos que vuelven trágica y simultáneamente grotesca la historia nacional y que halló su manifestación máxima en la dictadura de 1976, a través de esa fraguada gesta mitómana –para legitimarse en un mito de origen como la soberanía sobre las Malvinas–. Por ello Felipe Félix es amnésico: ve en las Islas sólo eso, un signo vacío para la ilusión. Pero ese primer paso abre la autoconciencia del segundo: la desilusión trágicamente adquirida cuando recupera la memoria. Y aquello que ve es un crimen abyecto, en esa fatal continuidad que supo ver tempranamente León Rozitchner en su libro Malvinas: de la “guerra sucia” a la “guerra limpia” (publicado en 1985 pero escrito durante el desarrollo de la guerra): “el abyecto sólo busca salida en la simulación: en elevar la abyección a la heroicidad cuya carencia justamente (es decir la cobardía que en ella anida) se quiere simular. Y la guerra de las Malvinas fue ese intento de pasar de lo uno a lo otro, de la “guerra sucia” a la “guerra limpia”; a la guerra que limpie la abyección.” Por ello acompañan a Felipe Félix en silencio los soldados fantasmas. Y luego asiste a una iluminación de la memoria: recuerda que Verraco, uno de los “héroes”, tortura salvajemente a un soldado de origen judío hasta asesinarlo. El fantasma de ese muerto se reúne con los fantasmas de los soldados y también con los de los desaparecidos.
Así, la fábula final, ese “cuento de hadas al revés” que relata Gloria, apunta la moraleja verdadera de esa gesta: la princesa deberá aceptar a un horrible sapo por esposo que la poseerá noche tras noche, para alcanzar algún día la ansiada transformación en príncipe. Soporta el asco, la ingesta de moscas, la baba, la humillada cohabitación. Un día descubre en sí misma las primeras verrugas y luego advierte que está encinta y que engendrará nuevos reptiles. Sabe que la transformación ha llegado: ella misma es la que se vuelve un sapo. Esa metamorfosis del ensueño de soberanía en el delirio abyecto de un crimen sociohistórico, es la temida verdad que pone en escena Las Islas, mientras se oye de nuevo el grito paroxístico del coronel Verraco: “¡Estamos ganando, estamos ganando!”.

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