Por Pablo Lettieri
Son y se sienten superpoderosos. Están acostumbrados a llevarse el mundo por delante. Visten trajes de varios miles de dólares, duermen en hoteles de 3000 dólares la noche y usufructuan los privilegios de su inmenso poder, que se basa en el hambre de los miles de habitantes de los países sometidos a sus "recetas".
Pero todo tiene un límite.
El sábado por la noche, Dominique Strauss-Kahn, director general del FMI y hasta hace días el líder político francés con mayores posibilidades de convertirse en presidente en 2012, fue detenido a bordo de un avión minutos antes de partir a París, por una denuncia de "intento de violación y detención ilegal".
A parecer, una camarera del lujoso Hotel Sofitel de Manhattan, donde Strauss-Kahn había permanecido unos días, lo acusó de agresión sexual.
El mandamás del FMI ayer abandonó esposado la comisaría del barrio neoyorquino de Harlem y custodiado por varios policías, en medio de una nube de fotógrafos y cámaras de televisión, lo que desató un terremoto mediático en toda Francia.
Dicen que su carrera política está terminada.
Pero las cosas pueden ir peor aún para Dominique: si lo declaran culpable, podría pasar hasta 20 años de cárcel.
Todo tiene un límite, aún para ellos.