Ilustración de Patricio Oliver
Publicado en ROLLING STONE
¿Cambio de década y cambio de piel? Algo de eso esconde A propósito. Si en los tempranos 90, Babasónicos irrumpió como una garra desafiante, a pura traducción criolla de psicodelia y freakshow, el nuevo milenio encontró al grupo de choque abrazado a la perfección pop y convirtió a Jessico (2001) en una de las pocas buenas del año que vivimos en peligro. De ahí en más, todo fue antes y después de Jessico la marca insuperable se transformó en estigma y a cada nuevo lanzamiento de la banda le siguió un detector de comparaciones. Con sabiduría irreverente y arrogancia en estado de rock, Babasónicos se repuso a su propio éxito y al duro trance que significó la muerte de Gabo Mannelli, fundador y cerebro oculto del grupo, para continuar como una unidad indisoluble mientras unos cuantos pesos pesados del rock argentino eligieron retirarse agotados de sí mismos. Tanto los hits imbatibles de Infame (2003) como la expansión sonora que impuso Anoche (2005) y la síntesis de época retratada en Mucho (2008) tenían la mirada puesta hacia delante, un modo de seguir arriba del escenario y renovar el repertorio luego de veinte años de constantes atracos a la buena conciencia del rock. Pero no alcanza, a Babasónicos siempre se le exige algo más. Quizá porque su cantante es demasiado bocón, quizá porque ya quedan pocos competidores en la escuela moderna o por esa vieja manía de retener una época que ya no existe.
Aleatoria y demencial, la lógica de A propósito es tan imprevisible como las mutaciones que sufren sus canciones. Es una despedida épica de ese amado objeto llamado disco, la obra manda y en esa terquedad aparecen unos cuantos gestos de resistencia. Contra la dictadura del iPod y otros sistemas de compresión, surgen las ganas de tantear la cajita color lavanda para descubrir imágenes labiales del más variado calibre. El tracklist de la contratapa miente: no son diez temas, hay tracks escondidos, canciones que se transforman en sesiones continuas y varios títulos ocultos. La velocidad valvular, una marca babasónica desde los tiempos de Pasto (1992) y Trance Zomba (1994), aquí se transforma en un trip más electrónico. Sólo "Fiesta popular" tiene esa sustancia de poder rockero y brilla prepotente en la guitarra de Mariano Roger, mientras la letra advierte con ironía los peligros de la vieja antinomia nacional: "Chicas ricas no le tengan miedo/ esto es sólo una fiesta popular;/ chicos ricos no se asusten tanto/ esto es sólo una fiesta popular", canta Dárgelos y es muy fácil imaginar la escena del terror clasista.
Es imposible obviar la calidad sónica que impone A propósito: ruido invasivo de alta definición y un concepto psicodélico para cerrar la idea. Por momentos, algunas canciones parecen dispararse sin aviso de retorno. "Tormento" utiliza su estribillo ("me verás surgir, me verás caer, no seré aprendiz de borrego") para mudar una preciosa melodía a terrenos electro-dance; "Muñeco de Haití" llega aun más lejos en tiempo y delirio: son nueve minutos divididos en tres partes, o la memoria "Funkytown" llevada al planeta Babasónicos. "Deshoras" camina a convertirse en un hit continental, puro beat pegadizo y frases de amor para descargar en el iPhone. Lo mejor aparece en las baladas midtempo, una seguidilla que arranca misteriosa y lenta con un bajo prestado de Steely Dan ("Flora y fauno"), sigue con un bolero irregular ("Ideas"), se pone ochentosa y dicta cátedra de resignación romántica ("En privado") y roza la cumbre de la canción sentimental cuando Dárgelos lanza: "Vení, anotate a la escuela de mis besos, es sólo eso lo que tenés que probar" ("El pupilo"). Conmovedor.
El ritmo suave se mantiene en el final: "Barranca abajo" es otra declaración de fracaso firmada al borde de la cama ("quiero que te saques la ropa y que sigas siendo mala en pelotas porque sí"). El cierre funciona como epílogo en varios sentidos, "anunciando que hemos llegado hasta el fin" ("Chisme de zorro"). A propósito o per godere, Babasónicos lo hizo de nuevo: malicia y fantasía para otra fiesta popular.