1/6/05

En cuerpo y alma

Entrevista con Maximiliano Guerra
Por Pablo Lettieri
Publicado en TEATRO

Es la mañana de un sábado muy frío en una Buenos Aires insólitamente semidesierta. El hall del Teatro San Martín –que a estas horas suele estar invadido de espectadores en busca de localidades, consultando la programación de las salas o simplemente curioseando– se encuentra casi vacío y en silencio. Esa quietud se empieza a quebrar cuando uno se aproxima a la sala de ensayos del octavo piso. Los ecos difusos de la música de Shostakovich anuncian que allí ensaya el Ballet Contemporáneo su última producción: Medea, una coreografía de Mauricio Wainrot inspirada en una de las tragedias griegas más perturbadoras.

La experiencia de espiar el proceso de creación de una obra coreográfica permite confirmar algo que se sabe pero no siempre se recuerda: el arduo trabajo que exige a los intérpretes lograr los movimientos que luego cautivan al espectador. En esa sala, los bailarines componen una y otra vez tríos y escenas de conjunto bajo la mirada atenta de Wainrot y Andrea Chinetti, coordinadora artística de la compañía. Entre ellos está Maximiliano Guerra, invitado por el director a realizar una temporada con la compañía para interpretar uno de los papeles protagónicos. A pesar de una angina que casi lo obliga a suspender los ensayos, el gran bailarín argentino sigue trabajando sin descanso.

Desde que con solo quince años se convirtió en la primera figura del Teatro Argentino de La Plata para ser convocado, poco después, como primer bailarín del English National Ballet, Maximiliano Guerra ha bailado en los teatros más importantes del mundo: Bolshoi de Moscú, San Carlo de Nápoles, Royal Albert Hall de Londres, Metropolitan Opera House de Nueva York, Kirov de San Petersburgo, Bunka Kaikan de Tokio, Wielky de Varsovia, Opera de Hamburgo y, entre muchos otros, el Teatro Colón de Buenos Aires. Y trabajó a las órdenes de coreógrafos como Maurice Béjart, John Neumeier, Georges Balanchine, Ronald Hynd, Roland Petit, William Forsythe, Anthony Tudor y Hans Van Mannen.

El reconocimiento ganado en los principales escenarios del mundo no le impide volver siempre a Buenos Aires para brillar en espectáculos inolvidables como Don Quijote o La Bella Durmiente junto a Paloma Herrera; o para recorrer el país con su propia compañía, el Ballet del Mercosur, que creó en 1991 y en la que ocupa el cargo de director artístico.

“Con Mauricio, tuve una experiencia muy gratificante haciendo Un tranvía llamado Deseo en Nápoles, hace un par de años atrás –cuenta ahora durante el descanso de los ensayos, en el bar del Teatro–. Y la verdad es que me encantó trabajar con él, su forma de transmitir cómo pretende que se interprete su obra. Después tuvimos varios intentos de volver a trabajar juntos en proyectos que no se concretaron. Por eso, cuando me llamó en noviembre del año pasado para hacer Medea, no tuve mucho que pensar. También me interesaba volver a bailar con el Ballet del San Martín, que es una compañía estupenda con la cual no trabajaba hace tiempo. Y por supuesto está la obra, que es magnífica, con una historia fascinante, muy física, con una gran intensidad y personajes muy bien definidos”.

¿Cómo es bailar con el Ballet del San Martín?
Es una compañía con la que te dan muchas ganas de trabajar, te obliga a usar el máximo de tus energías. A eso se le suma tener como compañera a Silvina Cortés, que es una bailarina maravillosa, como bailarina física y como intérprete. Ya desde los ensayos uno se da cuenta de que entrega todo. Y esa es, para mí, la única forma de estar sobre el escenario.

¿Ha cambiado su manera de bailar desde que comenzó a crear y dirigir sus propias obras con su compañía?
Creo que son distintos colores de mi personalidad. Con la misma intensidad con la que bailo, siempre con muchísimo respeto y humildad, también encaro la tarea de crear mis obras. Lo importante es saber de qué lado estás en cada momento. Cuando monto una nueva coreografía, si tengo que bailar, paso inmediatamente del lado del bailarín, y le dejo la dirección a mi codirectora. Y, de tanto en tanto, salgo y la observo desde afuera, para ver si hay algo que quiero cambiar. Siempre estoy muy atento. Me pasa ahora, cuando estoy bailando para esta Compañía, que muchas veces tengo que aguantar las ganas de modificar algo. Si están dadas las condiciones, si la persona está lo suficientemente abierta para aceptarlo, lo hago. En cualquier caso, uno no deja de ser nunca el alumno que tiene que aprender y mejorar. Creo en seguir trabajando siempre para lograr un crecimiento más allá de los logros de una carrera. Y me da mucho placer poder seguir estando del lado del bailarín, del intérprete. Y llegar a hacerlo con un grado de excelencia para que el coreógrafo pueda vea reflejado en mi cuerpo eso que estaba buscando para su obra.

Wainrot cuenta que ve a Jasón como un personaje ávido de poder, un hombre débil que necesita del apoyo de las diosas del Olimpo para cumplir con su cometido. En la obra, es precisamente Maximiliano Guerra quien da cuerpo a Jasón, el amante de Medea, por quien la hechicera será capaz de todo, hasta de matar a sus propios hijos en venganza por su infidelidad.

“Es un personaje extraordinario…”, dice Guerra. “Jasón es un semidios que viene del Olimpo, el legendario jefe de los Argonautas. Y, al mismo tiempo, es una figura con caracteres muy humanos, con sus virtudes y sus defectos. Alguien que posee mucha fuerza, y demuestra afecto por sus hijos. También se siente sumamente atraído por las mujeres y es llevado a cometer errores, tal vez por las diosas, tal vez por una ambición desmedida de poder… Es muy interesante lo que propone el personaje.”

Se terminó la hora del almuerzo. Los bailarines dejan el bar para volver a los ensayos, nuevamente. Silvina Cortés, una de las Medeas de la obra, lleva consigo una edición de Mitología griega y romana de Hubert, que le muestra al periodista. De repente, asalta una duda: ¿siente verdaderamente el bailarín lo que pasa por su cuerpo, en esa corriente estética que va desde la mente del coreógrafo hasta los ojos del público? ¿O es sólo el transmisor de un pensamiento plástico, la marioneta perfecta de un diseño que él mismo no asimila? Y si es así, ¿es importante que el intérprete esté realmente imbuido de la historia, necesita estar muy documentado acerca del espíritu de la tragedia para interpretar bien su papel?

“No es necesario, es imprescindible”, asegura Maximiliano Guerra sin dejar lugar a dudas. “Hay que pensar lo siguiente: el artista debe pintarle al publico su personaje. Y nosotros tenemos dos formas. Una es con el movimiento, con nuestro cuerpo, con el cual contamos y pintamos figuras que quedan en la memoria, que están dibujadas en el aire, en ese espacio un tanto irreal que es el escenario. La otra es a través del alma conectada con la mente, a partir de cómo uno piensa y siente al personaje. Cada movimiento es una palabra. Cada secuencia, cada gesto, cada mirada, cada reacción debe tener una idea detrás. Y un sentimiento”.

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