Publicado en TEATRO
A la hora de explorar su universo, Shakespeare parece inagotable. Es que, como ha dicho Jan Kott, “cada época encuentra en sus obras precisamente aquello que busca”. Esta nota traza un itinerario posible por las diversas miradas de importantes críticos, investigadores y directores de escena sobre Sueño de una noche de verano, una obra considerada perfecta.
El antropólogo, historiador y crítico francés René Girard califica Sueño de una noche de verano como una obra fundamental del repertorio shakespeareano. Tanto que le dedica varios de los capítulos de su libro Shakespeare, Los fuegos de la envidia. Para Girard, Sueño... es la obra más representativa para apoyar su teoría sobre Shakespeare, teoría que ha desarrollado a lo largo de toda su carrera y a través de la cual se debe leer a los clásicos en general: el deseo mimético.
Desde esta perspectiva, todo deseo es instintivo y social. Lo que enseñan los novelistas, desde Cervantes hasta Dostoievski, es que la supuesta autonomía del deseo no es más que una ficción. Trata de convencernos de que esta “mentira romántica” surge en un mundo en el que los individuos sobrevaloran la originalidad, buscando incesantemente un significado trascendente a sus acciones y deseos. Así, los personajes creen que sus deseos son originales. Son ciegos a lo que el autor sí ve: que sus deseos son copia de los de alguien más. Los deseos de los personajes surgen, a pesar de lo que ellos creen, por imitación. Esa imitación existente en la vida social que no se reduce a la reproducción en masa de un número de modelos (el vestido, las manías, las expresiones gestuales, la forma de hablar, la interpretación de un actor en el teatro, la creación artística) sino que está presente también en el deseo, y contamina nuestras ganas de adquirir y poseer.
En cuanto a Sueño de una noche de verano, Girard advierte sobre el error frecuente de los críticos de situar la obra dentro de lo fantástico. Pese a sus personajes mágicos, la obra es de un realismo extremo. Y la totalidad de la pieza se sostiene en función de la lógica mimética. En relación con el cuarteto de amantes, por ejemplo, cada uno de ellos, en cada instante de la noche de verano, desea a uno de los tres restantes, que a su vez no lo desea, y es deseado por un tercero al que no desea en absoluto. En el fondo, no existe ninguna diferencia: Lisandro, Demetrio, Hermia y Helena, cada uno de ellos, es la imagen refleja de los tres restantes.
Para Allardyce Nicoll, autor del clásico Historial del teatro mundial, “en Sueño de una noche de verano hay una perfecta maestría técnica y un brillante desarrollo del temple romántico. El heroico Teseo, el trivial Egeo, los amantes, las hadas, los artesanos, todos se mueven dentro de una norma melódica que todo lo penetra. Estamos en un mundo de sueño, en donde cada cosa parece doble: lo imaginario y lo real apenas pueden ser separados, y un hechizo invade nuestros sentidos. Nada como esto había aparecido anteriormente en la historia del drama”.
“Con Sueño de una noche de verano, Shakespeare sale definitivamente de su fase experimental, de su noviciado”, dice el especialista italiano Gabriele Baldini, uno de los más importantes traductores de la obra de Shakespeare en su país. “El elemento más sorprendente y, desde el punto de vista del arte, el más amalgamado del Sueño… es la administración de los rasgos más importantes de la trama, su corte, su ritmo, aquello que se podría llamar su ‘juego’. El dramaturgo sumerge su historia sin salida en el baño temporal de un mundo mágico y fabuloso. Un supramundo de hadas, espíritus, elfos y duendes. Y lo que más atrae al espectador es la relación entre ese supramundo de las hadas y el mundo de abajo, el de los hombres. No tanto el de los cuatro enamorados --casi las cifras de un teorema—como el de los artesanos, especialmente Bottom, el único personaje realmente vivo de esta historia”.
Si en cierto modo Hamlet es la quintaesencia de las grandes tragedias shakespeareanas, Sueño de una noche de verano representa lo mismo en relación con las comedias. Al menos, esa es la opinión de Benedetto Croce, para quien “los enamoramientos súbitos, las inconstancias, los caprichos, las ilusiones y los desengaños, las locuras amorosas de toda suerte se corporizan y tejen un mundo tan vivo y real como el de los hombres en que aquellos sentimientos buscan albergue, extasiándolos y atormentándolos, elevándolos y rebajándolos, todos ellos real o igualmente fantásticos, como se prefiera llamarlo. La sensación de sueño, de un sueño-realidad, es continua e impide toda frialdad de alegoría o de apología”.
Para Croce, la obra entera parece surgida de una sonrisa. “A tal punto es delicada, sutil y etérea, tan leve y grácil es también el marco del sueño, la celebración de las bodas de Teseo e Hipólita y la representación de los artesanos aficionados, que no son ya ridículos en su tosquedad sino pueriles e ingenuos, provocando una especie de alegre enternecimiento, una sonrisa en lugar de una carcajada. Oberón y Titania se encuentran en discordia por culpas recíprocas, y el desorden se ha introducido en el mundo en que viven: Puck, por orden de Oberón, entra en juego, castigando y corrigiendo. Pero, al castigar y corregir, también él comete errores, y la comedia de amor se hace más movida y complicada. Y con Titania, que abraza a Bottom y desvaría por él, y lo acaricia y lo tiene por la más bella criatura, la comedia llega a un símbolo de tal plenitud y eficacia que con razón ha quedado proverbial”.
Sin embargo, para el prestigioso filósofo e historiador italiano, hasta en una tan vaga estilización de la eterna comedia se trasluce la realidad individual de los personajes, “como recordando que, a pesar de todo, pertenecen a la vida”.
El polaco Jan Kott –tal vez uno de los más perseverantes estudiosos de la obra shakespeareana— destaca a Sueño de una noche de verano como la más erótica de todas las obras de Shakespeare, exceptuando, quizás, a Troilo y Cressida--. Tan verídica, brutal y violenta como “insoportables son sus representaciones teatrales, que con sus túnicas de tules y gasas, terminan pareciendo un cuento de Grimm”.
Verdadera Nouvelle Vague teatral de su tiempo por lo avanzado de su tratamiento, para Kott “Sueño... era una obra amorosa de su tiempo. Exactamente eso: amorosa y brutal. La metafórica del amor, de la erótica y el deseo sufre en Sueño... unas transformaciones muy profundas, que anuncian el tema filosófico de la obra: Eros y Tánatos”.
Kott subraya que, a la dialéctica estereotipada del amor --espada y herida, rosa y lluvia, arco de cupido y dardo dorado--, Shakespeare le opone un Eros de la fealdad, engendrado por el deseo y que culmina en la locura. Las transformaciones de la metafórica son la expresión de un agresivo rompimiento con la idealización del amor puro. Y, a medida que la obra avanza, empieza a introducir con mayor insistencia la simbólica animal del erotismo. El sueño en la noche de verano es ese paso a través de la animalidad, y es el tema que une a las tres acciones separadas, paralelamente conducidas por Shakespeare. Titania y Bottom, la cabeza de asno, pasan por esta erótica en sentido literal e incluso visual (no hay que olvidar que, desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, al asno se le atribuía la mayor potencia sexual). Pero, en la zona oscura de la erótica animal, también ingresa el cuarteto de los amantes: “La naturaleza son nuestros propios instintos, tan locos como el mundo. El mundo es loco y loco es el amor, nos enseña Shakespeare en Sueño de una noche de verano. Y en la gran locura de la Naturaleza y de la Historia, los instantes de felicidad son cortos. Como bien dice Lisandro al comienzo: …fugaz como una sombra. Breve como un corto sueño, rápida como un relámpago en noche oscura…”.
Peter Brook es uno de los más respetados directores de escena del mundo, alguien que ha abordado el repertorio shakespeareano en numerosas ocasiones, y del cual La tempestad y Sueño de una noche de verano son tal vez las versiones más recordadas. En su libro Provocaciones. 40 años de exploración en el teatro, confiesa que en numerosas oportunidades le han preguntado acerca del tema de Sueño...: “Hay una sola respuesta a esa pregunta –aclara Brook--, la misma que uno daría si se refiriera a una taza. La cualidad de una taza es precisamente su entidad de taza. Digo esto para demostrar que si hago demasiado hincapié en los riesgos de definir el tema de Sueño… es porque hay demasiadas puestas, demasiados intentos de interpretación visual basados en ideas preconcebidas, como si tales ideas tuvieran que ser ilustradas. Pienso que primero de todo deberíamos tratar de redescubrir la obra como entidad viviente y, a partir de ello, podríamos entonces analizar nuestros descubrimientos. Afortunadamente, no he intentado hacerlo antes, porque la obra no me hubiera revelado sus secretos”.
Para Brook, en el centro de Sueño…, y repetidamente, se encuentra la palabra amor. Por lo que la obra exige, antes que nada, construir una atmósfera de amor a lo largo de toda la representación, de modo que esa idea abstracta se vuelva algo palpable.
“Claro que, como esto es teatro, debe haber conflictos –advierte--. De manera que esta obra sobre el amor es también una obra sobre lo opuesto al amor, sobre el amor y la fuerza que se le opone. Y se nos conduce a que nos demos cuenta de que el amor, la libertad y la imaginación están íntimamente relacionados. Finalmente, Shakespeare nos mostrará cómo el amor puede desbordar una situación y ejercer una fuerza transformadora. El mundo que nos ha enseñado es idéntico al nuestro: más y más teñido de contradicciones y, al igual que el nuestro, a la espera de esa misteriosa fuerza, el amor, sin la cual la armonía jamás volverá a reinar”.
Contra todo y contra todos, está Harold Bloom. En su muy conocido libro El canon occidental, como en otros textos, el polémico crítico neoyorquino ya se había despachado contra todas las tendencias que estudian las obras desde una mirada que se permite ir más allá de los valores mismos de los textos. Ha dictaminado que la autonomía estética debe guiar el estudio de las obras literarias y cada una de ellas debe insertarse en una tradición cuyo centro es Shakespeare.
En Shakespeare, la invención de lo humano, Bloom deja en claro que, si en la formación del carácter occidental intervinieron fuentes que van desde Homero y Platón hasta Aristóteles y Sófocles, la personalidad es una invención puramente shakespeareana, “y no es sólo la más grande originalidad de Shakespeare sino también la auténtica causa de su perpetua presencia.”
En relación con Sueño de una noche de verano, para Bloom nada anterior a ella la iguala y, en ciertos aspectos, nada posterior la supera. “Es su primera obra maestra indudable, sin defecto, y una de las doce obras de originalidad y fuerza abrumadoras”.
Claro que se dedica a fustigar las escenificaciones que se han conocido de ella --empezando por la de Brook-- a las que califica de “tremendos desastres”. Rechaza la idea prevaleciente de que la violencia sexual y la bestialidad son el centro de este “drama humano y sabio”, que tiene en Bottom a uno de los personajes más ricos de Shakespeare desde Falstaff. Para Bloom, “aquí y en otros lugares, Shakespeare es sensual pero nunca lujurioso. Los exaltadores del sexo y la violencia deberían buscar en otro lado, tal vez en Tito Andrónico. Si Shakespeare hubiera querido escribir un ritual orgiástico, con Bottom como ese ‘asno báquico de saturnalias y carnaval’ según lo ha definido Kott, tendríamos una comedia muy diferente. Lo que tenemos es a un Bottom gentil, dulce, inocente y no muy sensual, de buen talante, más interesado en la compañía de los elfos que en esa Titania locamente enamorada”.
Queda claro que, para Bloom, el verdadero protagonista de la obra es Bottom: “Desde el título sabemos que la obra es un sueño ¿Sueño de quién? Una respuesta es: sueño de Bottom y su tejido. Bottom es suficientemente universal como para tejer un sueño común de todos nosotros, es el everyman de Shakespeare, un verdadero original. Más payaso que bufón o saltimbanqui, es sin embargo un payaso sabio. Ni siquiera la metamorfosis inducida por Puck lo cambia verdaderamente: esa metamorfosis sólo es externa: el Bottom interior queda inmutable. Sólo él ve a los seres feéricos y conversa con ellos. Es un payaso sublime y un gran visionario. Heroicamente cuerdo en su bondad, en su valentía, en su capacidad de seguir siendo él mismo en cualquier circunstancia. En su negativa a entrar en pánico o incluso asustarse. A diferencia de Hamlet o de Falstaff, su conciencia no es infinita: aprendemos de sus límites. Bottom es un ejemplo triunfalmente temprano de la invención shakespeareana de lo humano”.
Chesterton, tal vez el más notable lector de Shakespeare, consideraba Sueño de una noche de verano como la más grande de todas su obras, por encima incluso de tragedias como Hamlet o Macbeth. Para el escritor, el supremo mérito literario de la obra es, fundamentalmente, un “mérito de diseño”. Y en su ensayo sobre la obra, deja bien en claro su predilección por el final de Sueño de una noche de verano: “La obra parece terminar naturalmente. Comenzó sobre la tierra y termina en la tierra. El sueño de una noche de verano culmina en un eclipse de la luz del día, lo que es una demostración de genialidad. Teseo se retira en medio de un final impactante, lleno de humor y sabiduría, las cosas se acomodan correctamente y el silencio cae sobre la casa. Entonces, se oye un suave ruido de pequeños pies y, por un momento, los elfos miran dentro de la casa, preguntándose qué es lo real. ‘Supongamos que nosotros somos lo real y ellos las sombras’, dicen. Si ese final fuera actuado correctamente, al menos una vez, cualquier hombre moderno se sentiría sacudido hasta la médula, teniendo luego que caminar desde el teatro de regreso a su casa”.