25/8/08

Un cineasta conceptual

Por Quintin

Siempre digo que para mí, el cine es sonido e imagen moviéndose juntos en el tiempo". La definición no es muy original ni muy brillante, pero corresponde a David Lynch, uno de los últimos gurúes del cine. Lynch no es precisamente Godard, con el que compite en el mercado de la devoción, sino su exacto opuesto: es un personaje antiintelectual, más bien confuso a la hora de expresarse sobre su propia disciplina. Ultimamente se dedica a promocionar un sistema de meditación trascendental que utiliza la creatividad y la intuición para crear un flujo interior infinito que evite la "negatividad". Lynch puede ser tan poco articulado que, durante una presentación del método en Berlín, permitió que subiera al escenario un curioso gurú local que prometió eliminar definitivamente la negatividad luchando contra los elementos extraños hasta lograr que Alemania sea invencible. En el video, disponible en la Web, se ve que el público se inquieta y alguien pregunta si eso no era lo mismo que había intentado Adolfo Hitler, a lo que el gurú responde que sí, pero que lamentablemente había fracasado. Lynch interviene entonces para decir que él no entiende bien lo que dijo pero que está seguro de que el hombre tiene buenas intenciones. Aunque el discurso new age de Lynch suena como la típica charlatanería asociada al marketing de un nombre famoso, es probable que su sistema artístico tenga alguna relación con esos principios tan vagos y que estos sean, en el fondo, un intento de describir su método de trabajo. Con una formación en artes plásticas, Lynch emergió como un artista conceptual capaz de hacer de su primer largo (Eraserhead, 1977) una obra instantánea de culto y de convertirse en el gran surrealista pop del cine. Admirador de Kubrick, de Fellini y de Hitchcock, comparte con ellos el esmero por hacer aflorar el inconsciente en sus películas y los supera a la hora de establecer la freudiana relación con lo onírico y lo siniestro. En sus películas más personales, Lynch practica el viejo truco surrealista de la escritura automática, lo que le permite remontarse al delirio a partir de materiales completamente ordinarios. Aunque Lynch ingresa al cine desde la vanguardia, inmediatamente se deja tentar por Hollywood y de Eraserhead salta a El hombre elefante (1980), una película muy convencional y un gran éxito de taquilla. Pero luego fracasa con la ambiciosa adaptación de Dune (1984) y decide acomodarse en un estrato intermedio para mantener el control creativo de sus películas. La siguiente, Terciopelo azul (1986) hará que una oreja oculta en el tranquilo césped suburbano, un gánster chiflado, una mujer hermosa y una melodía retro instalen las coordenadas de lo lyncheano. El terror innombrable, el romanticismo desaforado y los pasadizos que vinculan el mundo cotidiano con los secretos más tenebrosos se harán más explícitos en Corazón salvaje (1990) y en el diseño de la serie Twin Peaks, con la que Lynch revolucionó el género y mantuvo en vilo a los televidentes hasta que se hartó de los productores. A esa altura, Lynch empezaba a sospechar que los artistas siempre pierden frente al juego grande de Hollywood y en la década siguiente inició un camino de gran libertad creativa, en la que ya no intentó copiarse a sí mismo ni complacer a los estudios. Después de una película de tono clásico, The Straight Story (1999), Lynch se dedicará a experimentar con distintos formatos, géneros y soportes. Entre esas aventuras, cabe mencionar Dumbland, una colección de ocho episodios de animación que sólo podían verse (pagando) en la página web del director (hoy están disponibles gratuitamente en Youtube). Dumbland gira en torno de un bestial personaje suburbano cuya vulgaridad y sordidez convierten a Homero Simpson es un auténtico caballero. Llegarían así Mullholand Drive (2001) e Inland Empire (2006, estrenada aquí como Imperio), dos películas que, en principio, tratan sobre mujeres atrapadas por Hollywood y sobre la locura de los mecanismos dominantes en el cine americano. La última es la obra más radical de Lynch. Filmada en video de baja definición, con una duración de tres horas y una absoluta falta de argumento en un sentido tradicional, Imperio desafía al espectador, pero es una experiencia fascinante, que muestra la potencia del método creativo de Lynch. Ese flujo de imágenes y sonidos en el tiempo le permite mezclar todos los niveles de realidad mientras la protagonista va cambiando de personaje, de vida y de carácter y a su alrededor circulan leyendas polacas y humanoides con cabeza de conejo. Contra todos los antecedentes, Lynch logra filmar ideas y hacer triunfar la abstracción en un arte en el que el surrealismo nunca funcionó demasiado. Un principio asociativo le permite sustituir caras y situaciones, ir pasando de una a otra en un continuo ilimitado, tan inexpresable como aterrador, tan cargado de primeros planos monstruosos como de emociones sublimes. "El cine es como la música" dice Lynch en otra de sus frases célebres, pero esta vez casi logra que le creamos.

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