Por Pablo Lettieri
“Tengo ochenta años pero he vivido por lo menos ciento cincuenta. Si además calculo los de Franca, acabamos sumando cerca de tres siglos. Un arco de tiempo larguísimo contenido en sólo dos vidas, porque todos esos años han sido, sin exclusión, hermosos e intensos. Los meses duraban sesenta días, los días cuarenta y ocho horas... Sí, los dos juntos hemos vivido sin duda muchas vidas”. Con esta confesión comienza El mundo según Fo, volumen que recoge las charlas del viejo bufón con Giuseppina Manin, periodista destacada del Corriere della Sera. Efectivamente, en menos de doscientas páginas se acumulan tantos recuerdos, anécdotas y emociones que parece difícil creer que las haya vivido una sola persona (o dos, si tenemos en cuenta las de Franca Rame, su mujer). Con ese gusto por la irreverencia y la ironía que lo definen, Dario Fo recorre una aventura vital que parece interminable, siempre ligada a la escena, y que lo ha llevado a convertirse en una figura insoslayable del teatro del siglo XX. Su infancia en San Giano, pequeño poblado rural de la provincia de Varese, la relación con su padre Felice, ferroviario y socialista, con su madre Pina, “hermosa y algo bruja”, los fabuladores de su pueblo, primeros inspiradores en el difícil arte de narrar, y Franca, su “primer y único gran amor”, compañera de lucha, de la escena y de la vida, nada parece escapársele al gran Dario. Por momentos surge el hombre de teatro para revelarnos las claves de su singular dramaturgia, para repasar sus mejores creaciones (desde Poer nano, su primera comedia, hasta Muerte accidental de un anarquista o Misterio bufo, la que le dio fama mundial), para rememorar los interminables problemas con la censura (en la Norteamérica de Reagan, en la Unión Soviética previa a la caída del Muro, en la China de Mao y en su propia Italia natal). En otros pasajes asoma el artista enamorado de Leonardo, de Caravaggio, de Mantegna, su temprana vocación por el dibujo y la pintura que tuvo que postergar (auque no del todo) por el teatro, y que recuperó en su vejez. No falta el hombre comprometido con su tiempo (su militancia en defensa del medio ambiente, su candidatura como alcalde de Milán) ni tampoco el ateo comecuras fascinado por los evangelios (apócrifos y de los otros) y por la misteriosa personalidad de Jesús. Como “reír es el rasgo más alto de nuestra especie, el verdadero misterio bufo de la humanidad”, en estas páginas Fo se ríe de todo: de la atrevida elección de la Academia de Estocolmo que le otorgó el Nobel “a un juglar y encima de izquierda”, del resentimiento que por ello mostró mayoritariamente la intelectualidad italiana, de su incursión en la ópera con Stravinski, con Rossini y con Prokofiev, de “la irresistible ascensión de Silvio B. y sus secuaces de Farsa Italia”. Un poco más serio, tal vez, se muestra para reflexionar sobre la muerte “un mal que sólo el juego, el valor y la ironía pueden conjurar”, sobre la manía actual por transformar en patología un rasgo tan esencial del carácter humano como la melancolía, y sobre un mundo cada vez más cobarde para enfrentar a la injusticia, que encuentra a Dario Fo, a los ochenta o a los ciento cincuenta, como un caballero Jedi incapaz de desistir, de retroceder, de rendirse. Como dice Giuseppina Manin: “Ojalá que La Fuerza lo siga acompañando”.
“Tengo ochenta años pero he vivido por lo menos ciento cincuenta. Si además calculo los de Franca, acabamos sumando cerca de tres siglos. Un arco de tiempo larguísimo contenido en sólo dos vidas, porque todos esos años han sido, sin exclusión, hermosos e intensos. Los meses duraban sesenta días, los días cuarenta y ocho horas... Sí, los dos juntos hemos vivido sin duda muchas vidas”. Con esta confesión comienza El mundo según Fo, volumen que recoge las charlas del viejo bufón con Giuseppina Manin, periodista destacada del Corriere della Sera. Efectivamente, en menos de doscientas páginas se acumulan tantos recuerdos, anécdotas y emociones que parece difícil creer que las haya vivido una sola persona (o dos, si tenemos en cuenta las de Franca Rame, su mujer). Con ese gusto por la irreverencia y la ironía que lo definen, Dario Fo recorre una aventura vital que parece interminable, siempre ligada a la escena, y que lo ha llevado a convertirse en una figura insoslayable del teatro del siglo XX. Su infancia en San Giano, pequeño poblado rural de la provincia de Varese, la relación con su padre Felice, ferroviario y socialista, con su madre Pina, “hermosa y algo bruja”, los fabuladores de su pueblo, primeros inspiradores en el difícil arte de narrar, y Franca, su “primer y único gran amor”, compañera de lucha, de la escena y de la vida, nada parece escapársele al gran Dario. Por momentos surge el hombre de teatro para revelarnos las claves de su singular dramaturgia, para repasar sus mejores creaciones (desde Poer nano, su primera comedia, hasta Muerte accidental de un anarquista o Misterio bufo, la que le dio fama mundial), para rememorar los interminables problemas con la censura (en la Norteamérica de Reagan, en la Unión Soviética previa a la caída del Muro, en la China de Mao y en su propia Italia natal). En otros pasajes asoma el artista enamorado de Leonardo, de Caravaggio, de Mantegna, su temprana vocación por el dibujo y la pintura que tuvo que postergar (auque no del todo) por el teatro, y que recuperó en su vejez. No falta el hombre comprometido con su tiempo (su militancia en defensa del medio ambiente, su candidatura como alcalde de Milán) ni tampoco el ateo comecuras fascinado por los evangelios (apócrifos y de los otros) y por la misteriosa personalidad de Jesús. Como “reír es el rasgo más alto de nuestra especie, el verdadero misterio bufo de la humanidad”, en estas páginas Fo se ríe de todo: de la atrevida elección de la Academia de Estocolmo que le otorgó el Nobel “a un juglar y encima de izquierda”, del resentimiento que por ello mostró mayoritariamente la intelectualidad italiana, de su incursión en la ópera con Stravinski, con Rossini y con Prokofiev, de “la irresistible ascensión de Silvio B. y sus secuaces de Farsa Italia”. Un poco más serio, tal vez, se muestra para reflexionar sobre la muerte “un mal que sólo el juego, el valor y la ironía pueden conjurar”, sobre la manía actual por transformar en patología un rasgo tan esencial del carácter humano como la melancolía, y sobre un mundo cada vez más cobarde para enfrentar a la injusticia, que encuentra a Dario Fo, a los ochenta o a los ciento cincuenta, como un caballero Jedi incapaz de desistir, de retroceder, de rendirse. Como dice Giuseppina Manin: “Ojalá que La Fuerza lo siga acompañando”.
El mundo según Fo
Conversaciones con Guiseppina Manin. Traducción de Carla Matteini. Paidós, Barcelona, 2008. 168 páginas.
Conversaciones con Guiseppina Manin. Traducción de Carla Matteini. Paidós, Barcelona, 2008. 168 páginas.