Por Peter Brook
Beckett era un perfeccionista, pero ¿puede alguien ser un perfeccionista sin ser capaz de intuir antes la perfección? Hoy, con el paso del tiempo, vemos cuán falsas eran las etiquetas sobre Beckett: desesperanzador, negativo, pesimista. Desde luego, se adentra en el oscuro abismo de la existencia humana. Su humor le salva y nos salva de la caída, rechaza las teorías, los dogmas que ofrecen consuelos beatos, aunque su vida fue una constante búsqueda de significado.
Sitúa a los seres humanos en la oscuridad, tal y como los conoció. Constantemente miran a través de las ventanas, dentro de ellos mismos, en los otros, en lo que hay fuera, en lo que está por encima, en lo inconmensurable de lo desconocido. Él comparte sus incertidumbres, su dolor. Pero, una vez descubierto, el teatro se convirtió en una posibilidad de procurar unidad, una unidad en la que la imagen, el sonido, el movimiento, el ritmo, la respiración y el silencio se conjugan en una única virtud. Esta era la despiadada exigencia a la que se sometió a sí mismo, una inalcanzable meta que alimentaba su necesidad de perfección. Así, se adentra en el poco transitado camino que une la tragedia griega, Shakespeare y el teatro contemporáneo, en una inflexible celebración de alguien que mira la verdad frente a frente, desconocida, terrible, sorprendente…
Beckett era un perfeccionista, pero ¿puede alguien ser un perfeccionista sin ser capaz de intuir antes la perfección? Hoy, con el paso del tiempo, vemos cuán falsas eran las etiquetas sobre Beckett: desesperanzador, negativo, pesimista. Desde luego, se adentra en el oscuro abismo de la existencia humana. Su humor le salva y nos salva de la caída, rechaza las teorías, los dogmas que ofrecen consuelos beatos, aunque su vida fue una constante búsqueda de significado.
Sitúa a los seres humanos en la oscuridad, tal y como los conoció. Constantemente miran a través de las ventanas, dentro de ellos mismos, en los otros, en lo que hay fuera, en lo que está por encima, en lo inconmensurable de lo desconocido. Él comparte sus incertidumbres, su dolor. Pero, una vez descubierto, el teatro se convirtió en una posibilidad de procurar unidad, una unidad en la que la imagen, el sonido, el movimiento, el ritmo, la respiración y el silencio se conjugan en una única virtud. Esta era la despiadada exigencia a la que se sometió a sí mismo, una inalcanzable meta que alimentaba su necesidad de perfección. Así, se adentra en el poco transitado camino que une la tragedia griega, Shakespeare y el teatro contemporáneo, en una inflexible celebración de alguien que mira la verdad frente a frente, desconocida, terrible, sorprendente…