9/9/09

Películas para que la gente grite


Por Sergio Raúl López
Desde MÉXICO D.F.


La sonrisa a medias ocultada. Es el mayor recuerdo que tengo de él. El que más me molesta, además. No sé sabe a ciencia cierta si es la sorna permanente con la que se relaciona con el mundo o simplemente aquel gesto tan latinoamericano para socializar, aunque no descarto que posea un dejo sádico. Mirado de cerca, Gaspar Noé en poco se diferencia de un joven adulto contemporáneo y globalizado: rapado para ocultar su calvicie prematura; con jeans y playeras de marca como si fuera a ir a una fiesta de música electrónica; sencillo en su actuar, sin aspavientos ni poses –algo extraño: y sin reproductor de MP3–, ah, y con esa apariencia de edad indefinible en la que la generación actual se queda estancada por su miedo al paso del tiempo.

Pero sí, es él. El provocador. El rebelde. El cineasta que ha conseguido abucheos y admiraciones por igual. Que ganó Cannes con un largo cortometraje –dura 40 minutos–, Carne (1991) en el que aborda los celos asesinos de un carnicero, padre celoso de su hija-amante con retraso mental. El argentino que vive y filma en Francia, que recibe apoyos franceses, que filma en francés, pero cuya cinematografía es abiertamente opuesta a todo los supuestos del cine galo, especialmente a la Nueva Ola.

Que, además, consiguió trabajar con la pareja más popular de la nación francesa sólo para cumplirse el capricho de hacer a Monica Bellucci víctima de una violación violentísima a manos –y a patadas– de un padrote adicto a los poppers, y a su marido, Vincent Cassel un enloquecido novio sediento de venganza que acaba fracturado, violado y provocando el asesinato del hombre equivocado en su segundo largometraje Irreversible (2002), cuyo guión entero, confiesa sin pudor, no tenía más de tres páginas. No obtener ningún premio en Cannes fue un gran logro para el director, aunque se le frustró el deseo de que la cinta fuera prohibida en toda Francia, ese sí hubiera sido un logro significativo.

“Es como un partido de fútbol, hay que hacer películas para que la gente grite”. La frase, sucinta, franca y bastante certera, define la personalidad de Gaspar. O al menos la máscara con que públicamente aparece ataviado. Un hombre tranquilo pero de frases contundentes y cínicas, que disfruta de la fama repentina que obtuvo viajando por los festivales de cine de todo el globo, donde se muestra fiestero, afecto a los buenos tragos, a las mujeres atractivas –que lo rodean, admiradas–, a romper el protocolo y a hacerle la vida difícil a los periodistas que lo acosan.

Lo curioso es que lo tiene todo claro. Sabe que los rollos proyectados con sus creaciones fílmicas son el arma más poderosa para llamar la atención y que no requiere de más aspavientos. Lo mismo su primer largometraje Solo contra todos (1998), en el que el carnicero de Carne ahora asesina al por mayor –y que reaparecerá en Irreversible pronunciando la frase: “El tiempo lo destruye todo”. O que anunciar que su siguiente trabajo será psicodélico, “como un viaje de hongos”.

“Soy famoso hoy, mañana no lo seré. A veces me dan bebidas gratis en la disco o me preguntan que si soy Gaspar Noé”, cuenta. Y al admitirlo, muestra estar consciente del cambiante y variable panorama cinematográfico internacional.

Pero tan extraño como su comportamiento resulta su historia biográfica. Nació en Argentina, pero pasó la niñez en Nueva York. Regresó a Buenos Aires en 1970, pero su familia se exilió a París tras la dictadura de la junta militar en 1976. “Me consideran un cineasta francés porque ahí estudié cine (en L’École Nationale Superieur Louis Lumière), pero tengo un lazo afectivo con la izquierda argentina de los años setenta. Leo poco, más ensayos que novelas, pero cuando llegamos a Francia mis padres frecuentaban mucho a pintores y psicoanalistas –su padre es el gran artista y teórico Luis Felipe Noé–, pero el círculo se fue disolviendo y nos integramos a la sociedad francesa”, rememora.

Por eso le resulta fácil ocultar a medias su acento argentino para hablar en castellano. En México lo hizo por precaución, admitiría de pronto, para no resultar chocante. Y volvió a su tema favorito, dar comentarios cínicos: “Si somos adultos, ¿por qué tenemos que hacer películas aptas para todo público? Yo hago cine para mí mismo y para mis amigos”. Y tras la queja, vuelve a Irreversible, su querida provocación en lata: “Cada año en Cannes hay películas que causan controversia. En el 2002 fue la mía , pero también Requiem por un sueño (Aronofsky, 2000), Batalla en el cielo (Reygadas, 2004) o la película de Amat Escalante (Sangre, 2005) que ese año causó más pasión que reacción. Según los franceses, Mónica Bellucci es la mujer más bella de Francia, pese a que es italiana, y junto con Vincent hace desde hace largo rato la pareja de moda, como hicieron Nicole Kidman y Tom Cruise. Pero ella es el trofeo femenino en las películas estadounidenses en las que participa y nadie esperaba que hiciera este papel. Por eso causó conmoción”.

¿Disfruta acaso imaginar y llevar a la pantalla escenas de violencia tan extrema o busca simplemente provocar el rechazo de las masas asiduas al cine? Yo creo que si no hubiese tenido a Mónica Bellucci en el protagónico, jamás se hubiese armado tal escándalo.

“La película es una tragedia porque sabes lo que les va a ocurrir, sabes que no se puede evitar nada de lo que pasó y porque hagan lo que hagan los personajes, no van a poder evitar el destino. Es muy parecida a Titanic (1997), ya sabes que el barco se va a hundir y miras una historia de amor. Justo así es Irreversible, es una historia de amor”.

Pero también pienso que la cinta comparte los mismos excesos a los que llegó el actor de acción Mel Gibson al dirigir La Pasión de Cristo (2004). En ambas cintas lo único que presenciamos son demostraciones de la violencia seca, ciega, de lo que los seres humanos son capaces de hacerse unos a otros. Y de los chorros de hemoglobina que tales acciones liberan. Nada más, porque la acción devora a los diálogos, a la historia misma y a cualquier reflexión. El horror de la acción supera a la palabra y al pensamiento, pues en una no se mira por ningún lado las prédicas cristianas y en la otra no hay nada detrás de los incidentes trágicos. La sola imagen en movimiento.

“A la gente le gusta el horror. Y cualquier obra de Charles Dickens, de Fiodor Dostoievski resultan más violentas que Irreversible y funcionan ante el público, aunque la industria piense lo contrario. Algún día me dijeron que La Biblia es más violenta que mi película. En fin, Irreversible funciona bien sexualmente, el escándalo le ayudó a funcionar y a atraer el público, hasta mis enemigos hablaban de la película”.

Ahora, ha hecho retornar aquella pantalla negra con grandes, pesadas letras naranjas desplazándose lentamente a la inversa. Pero ya no se lee ELBISREVERRI. Ya no son en castellano sino en inglés las palabras que corren. DOIV va primero. Le sigue EHT RETNE. En medio un cadáver enroscado a un retrete. Y la atmósfera sonora es enervante de nuevo. Sirenas y cláxones, caracolas y cables de alta tensión alterados por efectos electrónicos, zumbones, repetitivos. Otra vez la música incidental de Thomas Bangalter, aquel integrante –junto con Christo– del dueto francés de música electrónica Daft Punk, que hiciera las cosas más desagradables para el oído, durante el interminable plano secuencia de la violación a Bellucci. El drama ahora transcurre en Japón, en medio de una sociedad extrema, aburrida hasta el límite, suicida, tortuosa y cercenadora en su arte, que albergará al par de huérfanos que han prometido cuidarse uno al otro. Hermanos incluso, en lo extremo de sus medios de subsistencia: dealer uno, stripper la otra. Claro, la peor decadencia parisina no se compara en refinamiento ni en excentricidad a la de Tokio. Todo con un elenco de (casi) desconocidos.

Un Noé con bigote de corsario, de Hell Angels, se ganó una exasperante, casi aburrida, ovación de pie en Cannes durante cinco minutos al estrenar su nueva provocación, Enter the Void (Francia-Alemania-Italia, 2009). Ingresa al vacío –que así podría traducirse– ya no se ganó abucheos. ¿Será que se está volviendo viejo? ¿Qué ya forma parte del Main Stream de los festivales de clase A? ¿Qué la sonrisa sardónica ya no funciona como antes? Lo cierto es que la idea de mostrar en pantalla un viaje de alucinógenos y filmar en Asia eran inquietudes que le rondaban a la cabeza ya desde hace varios años. Alistémonos para la nueva oleada de comentarios en torno a Gaspar. Seguirá intentando esa sonrisa cínica con la que pronuncia frases provocadoras. Estoy seguro. Así sufra unánimes ovaciones de pie. Su rostro seguirá ejercitando esa enigmática burla.

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