1/9/09

Nada personal


Por Pablo Lettieri

Obligado por las circunstancias a mirar hacia atrás, es inevitable que la memoria lo devuelva a uno a un cierto momento que, aunque a primera vista parezca aleatorio, bien mirado resulta no sólo significativo, sino también determinante. En el caso del autor de estas líneas, ese momento tuvo lugar a fines de 1984, luego de la representación de Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín. En plena primavera democrática, para alguien que había terminado recientemente sus estudios secundarios (cursados en su totalidad bajo la dictadura), y que se encontraba aún con la cabeza rapada como herencia del hoy abolido servicio militar, era inevitable rendirse al hechizo de los argumentos de Galileo, que sostienen que la fuerza del pensamiento siempre triunfará, aún bajo regímenes recelosos de toda actividad intelectual. “Galileo Galilei, el manso poder de la razón sobre los hombres”, se titulaba el número 17 de la revista TEATRO, dedicado a aquella puesta, en cuya tapa se veía el retrato de un Brecht envejecido, imaginado por Hermenegildo Sábat. Me llevé un ejemplar esa misma noche.
Desde entonces me convertí en un lector entusiasta de la revista, al punto de contarme entre los orgullosos poseedores de su colección completa, habiendo conseguido muchos de sus números agotados. Inclusive el primero, aquél con Alcón/Hamlet en la tapa, aparecido a fines de 1980 y dedicado a la recordada versión del clásico que, en tiempos oscuros, permitía pensar al Príncipe como un libertario lanzado contra la opresión y la ignominia.

VOCACIÓN MONOGRÁFICA
La revista nació de la vocación de Kive Staiff por el periodismo –es conocida la broma según la cual aceptar la dirección del San Martín habría sido sólo una excusa para poder editar una revista de teatro– y tuvo una primera dirección emblemática a cargo de Gerardo Fernández y Sergio Morero –quienes habían reemplazado al crítico musical Jorge Aráoz Badi, que la dirigió unos pocos números. Con Analía Roffo como jefa de redacción y Olga Cosentino y Carlos Troncone como redactores, durante sus primeros años de vida TEATRO se caracterizó por escoger la puesta más relevante del repertorio como piedra de toque para desarrollar el estudio de un autor, de su obra y, también, de su tiempo histórico. Clásicos universales como Lope de Vega, Tirso de Molina, Ben Jonson, Molière, Schiller, Chéjov, Gorki, Bernard Shaw, Valle-Inclán, Brecht y Arthur Miller; dramaturgos fundamentales de la escena rioplatense como Florencio Sánchez y Armando Discépolo; insoslayables autores argentinos contemporáneos como Roberto Cossa, Griselda Gambaro y Eugenio Griffero pasaron por sus páginas en aquellos años iniciales. Más tarde la revista fue ampliando su campo de acción para testimoniar también la actividad desarrollada por el Teatro San Martín, más allá de su programación. Hubo así números dedicados a sus elencos estables, el Ballet Contemporáneo y el Grupo de Titiriteros; al programa de Acción Externa, a través del cual se busca generar nuevos espectadores entre los estudiantes; a las prestigiosas y numerosas –y hoy un tanto añoradas– visitas de artistas y compañías extranjeras a los escenarios del San Martín durante los años ochenta: Tadeusz Kantor y Cricot 2, el Stary Teatr de Wajda, el Máximo Gorki de Leningrado, Dario Fo y Franca Rame, la Cuadra de Sevilla, Kazuo Ohno, el Kabuki, el Odin Teatret de Eugenio Barba, Pina Bausch, Susane Linke, Jennifer Muller, El Galpón de Montevideo, Rajatabla de Venezuela, entre tantos otros. Y hasta hubo un número dedicado a mostrar el San Martín por dentro, desafiando aquella tradición que supone que “Los mecanismos de la magia” del escenario deben ser velados al público, y descubriendo ante el lector los rostros de las personas, artistas y artesanos que trabajan encima o muy cerca de él.

EL NÚMERO MALDITO
Hacia fines de los ochenta y cuando la revista llegaba a su número 40, el cambio de autoridades en el San Martín determinó la interrupción del proyecto editorial tal y como había sido concebido. Ese número 40 (dedicado a Peer Gynt de Ibsen que protagonizaba, casualmente, Alfredo Alcón) se encontraba a punto de entrar en imprenta al momento del cambio institucional, por lo que terminó siendo impreso por cuenta de sus propios responsables. Aquellos escasos 50 ejemplares del 40, por años considerado el número “maldito” de la colección, circularon casi clandestinamente entre sus devotos como un objeto de culto. 
Las posteriores administraciones del Teatro San Martín consideraron necesario realizar cambios profundos en la revista, tanto en su diseño como en su línea editorial, que pasó a llamarse Teatro/2 y fue dirigida por Osvaldo Quiroga primero y Alberto Catena después. 
“Nadie recuerda las cosas tal cual eran”, decía Hemingway, pero yo recuerdo que mi primera tarea como colaborador de la revista fue conseguir una foto de T.S. Eliot para ilustrar un ensayo suyo sobre Ben Jonson, a propósito de la versión de Volpone estrenada en ese momento. TEATRO iniciaba por entonces (abril de 1995) su Tercera Época, dirigida ahora por Olga Cosentino, reconocida crítica de teatro que se había iniciado en las páginas de la revista. Sin duda fue lo reducido de su redacción (se limitaba a ella misma) lo que convenció a Olga de aceptar mis servicios. La revista volvió entonces a modificar estética y contenidos: al espectáculo más importante se le destinaba un dossier especial pero también recibían tratamiento los demás espectáculos de cada temporada. Tiempo después, Olga Cosentino dejó su lugar al periodista uruguayo Carlos Troncone, otro veterano redactor de TEATRO, que ejerció su dirección hasta la fecha de su prematura muerte, ocurrida en 1999. Troncone le imprimió a la revista la profundidad, la seriedad, la erudición, el cuidado por la lengua, la sensibilidad y ese humor un poco burlón que fueron las marcas de su estilo. Su colega, amigo y compatriota Gerardo Fernández volvió entonces a la conducción de la revista que había sido, sin duda, el objeto textual más preciado de toda su rica trayectoria como crítico. Los pocos números que alcanzó a dirigir –Gerardo falleció en julio de 2000– conservaron los rasgos de excelencia de una revista cuya paternidad se le reconoce merecidamente.

LA REVISTA DE UN COMPLEJO
Con la llegada del nuevo siglo se produjo la integración de todas las salas dependientes del gobierno comunal en el Complejo Teatral de Buenos Aires, lo que significó un nuevo desafío para la revista: dar cuenta de muchos más espectáculos con la misma cantidad de páginas (y con la misma, siempre escasa, redacción). Esa tarea de transición la emprendió, con su entusiasmo y dedicación habituales, Antonio Rodríguez de Anca, quien había sido secretario de redacción de la revista en sus comienzos. Desde 2005, la gestión encarada por el actual director, Guillermo Saavedra, supone una nueva etapa en el desarrollo de la revista, que incorpora al habitual análisis de la programación del Complejo, asuntos y materiales que van más allá de ella. 
Con estas líneas he buscado homenajear a la revista TEATRO a través de un breve recorrido por su ya extensa historia y del recuerdo de las personas que le han dado su carácter. Con algunas de ellas trabajé y les debo mucho más que una guía en la persecución del siempre huidizo estilo, desconfiar de las modas culturales o saber diferenciar las audacias artísticas legítimas de las falsas vanguardias. De estos profesionales aprendí que, aunque con una tirada limitada y circunscripta a una forma artística determinada, con sus aciertos y errores, la revista TEATRO podía ser una de las tantas plataformas desde las cuales las sociedades lanzan imágenes de sí mimas y de su tiempo al futuro.
A poco de cumplir tres décadas de vida, con este número 100 TEATRO se convierte en la publicación especializada de más extensa continuidad y, sin duda, una de las más perdurables de todo el periodismo cultural argentino. Es seguramente un motivo de orgullo para quienes integraron sus filas en distintos momentos. Claro que esta aventura editorial habría sido imposible de no ser gestada y mantenida por una institución pública, sostenida con el esfuerzo de todos los porteños y dedicada a la comunidad. 

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