11/8/10

Toda percha que camina

Por Violeta Gorodischer
Publicado en PAGINA 12

Y llegará el día en que nos vestiremos con prendas interactivas: pijamas con somníferos incorporados entre sus fibras, túnicas de entrecasa que harán masajes, ropa deportiva con sensores para medir presión y temperatura, camperas con GPS en sus capuchas. También respetaremos la ecología, buscaremos “etiquetas verdes” basadas en el uso de algodón orgánico y priorizaremos los colores suaves carentes del teñido que daña a la naturaleza. Reciclaremos ropa usada para no desecharla antes de tiempo, instalaremos el trueque si nuestros recursos económicos son moderados. Y nos respetaremos entre nosotros: todo estará regido por la ética del comercio justo. A los trabajadores textiles se les pagará lo que les corresponde y se erradicará cualquier atisbo de trabajo esclavo en los talleres. Ese día, damas y caballeros, la moda habrá muerto. Para ser exactos, se habrá diluido en un sistema general de indumentaria.
La mentora de estas predicciones es la socióloga Susana Saulquin, creadora y actual directora de la Carrera de Diseño de Indumentaria de la UBA, directora del ISM (Instituto de Sociología de la Moda) y autora del flamante libro La muerte de la moda, el día después (Paidós). Lo más atractivo de su teoría es que este proceso, que describe próximo a concluir en el 2020, ya comenzó: en Europa, Bayer abre una rama textil y crea un tejido con propiedades analgésicas, Philips diseña chaquetas de snowboard que advierten la cercanía de otros esquiadores prendiendo una mano con luces en la espalda y Nike vende zapatillas con sensores que actualizan en Twitter los kilómetros recorridos. En Argentina, Indarra fabrica remeras con biofibras de bambú y camperas con paneles solares que acumulan energía, mientras que la marca Sr. Amor recicla prendas donadas al Ejército de Salvación a partir del trabajo de diseñadores como Martín Churba, Mariano Toledo y Pablo Ramírez. “Vamos a atravesar veinticinco años de transición, contados desde 1995”, explica Saulquin desde los sillones de su casa de Vicente López, vestida de punta en negro. “El sistema de la moda, como parte de las transformaciones que se están dando en el mundo en todos los órdenes sociales, está abandonando las pautas que lo sustentaban para reagruparse bajo nuevos parámetros.” Porque hoy, el avance de la tecnología y el crecimiento de las redes sociales transforman la forma de presentarse frente al otro; los blogs son las nuevas usinas de tendencias y difusión de innovaciones, los diseñadores ponen el ojo en las tribus urbanas, se prioriza la funcionalidad y la practicidad en las prendas y, en la búsqueda de lo personal, lo creativo y lo auténtico, se atiende a los materiales naturales, que contemplen la relación entre el hombre y la naturaleza. Y todo esto, mezclado y vuelto a tirar, ya está formateando la ropa del futuro.

De la reina a la estatua
No es la primera vez que la moda muere y renace bajo un nuevo signo. En el siglo XIV se consolidó como distintivo social de la nobleza, pero a partir de la Revolución Industrial, cuando entra a escena el proletariado, se replantearon las reglas del juego. La moda se transformó entonces en un sistema autorregulado y autónomo. Pocas décadas después, la aparición del jean de mano de Levi Strauss, instaló definitivamente la producción seriada para vestir al proletariado. La moda era entonces bipolar: alta costura por un lado, producción en serie por el otro. En los ‘60 irrumpió la juventud y se sumó el prêt-à-porter (un “estilo de vida”, difundido por las marcas listas para usar) y, desde ese momento, el esquema tripartito se mantiene hasta nuestros días (¿cada una para cada clase?). Ahora, en concordancia con la hipótesis de Saulquin, ya puede verse un desbarajuste (¿una grieta?) en tan prolijo sistema. Es que mientras el prêt-à-porter y la confección seriada tienden a fundirse, la alta costura se transforma, paulatinamente, en una más de las bellas artes. No sólo porque las condiciones para que una etiqueta integre la Cámara Sindical de la Alta Costura son cada vez más difíciles (desde ocupar en sus propios talleres a un personal mínimo de 20 empleados, hasta presentar colecciones de 75 modelos originales) sino porque el mercado para estas prendas hiperbólicamente caras tiende a desaparecer. ¿Conclusión? “Serán esculturas textiles”, dice Saulquin.
Alcanza con ver algunos de los diseñadores más conocidos de alta costura para detectar en ellos a los artistas del futuro. Pensemos en el japonés Issey Miyake, con esas prendas etéreas que exploran la relación entre el vestido y el cuerpo, con ese afán en que la naturaleza de las telas defina su destino sin necesidad de botones, costuras ni elementos ajenos a su esencia. No casualmente, sus creaciones pasaron por museos y escenarios teatrales... Pensemos en el brasileño Ronaldo Fraga, que fusionó las identidades latinas en sus recientes diseños y en el anteúltimo Fashion Week de San Pablo (2009) hizo desfilar a niños y a ancianos sobre la pasarela. En las plateas, la gente lloraba. Pensemos también en el diseñador británico Alexander McQueen. Con sus plumas, sus calaveras y sus máscaras; con sus modelos sangrientas, con toda su estética del horror desesperado. “Cuando él se suicidó yo dije: ‘Dios mío, no pudo soportar esa salida del sistema de la moda y entrar a una instancia de arte, porque ya estaba metido en el circuito del consumo’”, cuenta Saulquin. “El ya era un artista y las tensiones deben haber sido muy grandes. ¿Cómo dejás la colección, las tendencias, la presión por las ventas? No logró salirse de la masificación. Su muerte fue una metáfora de lo que está ocurriendo.”


Dime que usas y te dire que piensas
La no moda y la antimoda son otras categorías que, desde siempre, estuvieron separadas de la “moda oficial”. Mientras que la no moda es el vestido estable (el uniforme), la antimoda es la protesta hecha vestimenta. Cada época tuvo la suya: los beatniks, los hippies, los punks, los góticos. La moda oficial, por supuesto, supo generar anticuerpos para neutralizar estos movimientos sociales: en los ‘60, Yves Saint Laurent subió hippies de lujo a la pasarela; en los ‘80, Chanel hizo una colección íntegramente punk; Jean Paul Gaultier diseñó corsets para Madonna inspirado en lo que usaban las prostitutas y las cabareteras. “Son formas de desideologizar la vestimenta”, plantea Saulquin. Una vez que esto ingresa en el sistema masivo, pierde su función de denuncia. “Lo mismo pasó en los ‘90 en Argentina. Los diseñadores tomaban retazos de cada época: los zapatos fileteados de los ‘20, los bordados de los ‘40, telas de distintas culturas y países. Nunca una totalidad que pudiera reflejarse.” En la medida en que la moda funciona como producto ideológico de cada época y sociedad, en la medida en que canaliza su imaginario, lo que veíamos durante la década menemista era de alguna forma “la fragmentación absoluta de la posmodernidad”. Incluso en el Proceso Militar se dio algo parecido, sólo que en ese caso la “desideologización” era buscada intencionalmente. “Si tu ropa tenía ideología, vos eras un desaparecido”, dice Saulquin. De ahí el auge, por ejemplo, de las remeras Fruit of the Loom, una marca norteamericana absolutamente minimalista, que, tras la apertura de la importación sin filtro, no transmitía ningún tipo de mensaje ni connotación.
En la desarticulación actual del sistema, en cambio, se borran las fronteras entre no moda, antimoda y moda oficial. Los diseñadores miran lo que sucede a su alrededor y lo incorporan a la vestimenta, no ya para neutralizarlo sino para “dar cuenta de”. Las culturas populares, por ejemplo. ¿Están influenciando al sistema de las apariencias? Saulquin no titubea: “Estamos ante una ‘popularización de la cultura’ que se traduce en las colecciones de muchas marcas locales: estampados con flores, prendas superpuestas, combinación de colores que no se corresponden en la escala cromática”. Incluso está llegando a Sudamérica la influencia de los Hoodies, la tribu londinense que viste camperas negras y enfatiza el uso de la capucha (hood en inglés), tomando como referente la estética hip-hopera de la calle. Según Saulquin, todas estas apropiaciones reflejan la atracción que ciertos sectores populares ejercen en la sociedad actual. Antes que estrategias defensivas, lo que se produce es el simple reflejo de un clima de época. “La sociedad está redefiniendo las instituciones y en esa necesidad de volver a cimentar se mira con atención hacia estos estratos. Hay algo en la reciprocidad, en la solidaridad de los lazos de las culturas populares que, desde la crisis del 2001 en adelante, empieza a ser interesante e inspirador para el resto. Eso es lo que están viendo los jóvenes diseñadores de Argentina.”

 
El eterno retorno
Desde la Revolución Industrial, la moda parece haber seguido un parámetro que Saulquin se encargó de investigar minuciosamente: la repetición de cambios cada 18 años. Una especie de autorregulación interna basada en la vuelta cíclica en las formas, colores y texturas de las prendas. Como si el pasado regresara cada dos décadas, para mostrarnos el espejo desfigurado de quienes fuimos. “En parte, tiene que ver con el Complejo de Edipo o Electra”, dice la socióloga. “Entre los tres y cinco años los chicos tienen una necesidad fuerte de ocupar el lugar de la madre o el padre; a los nueve hay una pequeña superación y a los dieciséis o dieciocho uno quiere volver a usar lo que sus padres usaban años atrás, eso que probó entre los tres y los cinco.” La pregunta es qué ocurrirá con este eterno retorno cuando el sistema se desarticule por completo. ¿Qué formas adoptará el pasado reciente, revestido de nuevas ideologías y avances tecnológicos? “Lo que está pasando es que ese ciclo de la moda que era para todo el mundo parejo, empieza a focalizarse en las personas, que cada vez se visten de manera más propia”, dice Saulquin. “Los ciclos van a seguir, pero basándose más bien en los modelos familiares propios y no tanto en el mandato externo. El ciclo va a ser individual y no general; ya no habrá tendencias montadas por los grandes centros productores.” Porque esos cambios cíclicos no se producían mágicamente sino que estaban regidos desde afuera. Al día de hoy, cincuenta personas ligadas a la cadena textil se reúnen cada año en la “Gran Concertación” de París, dispuestas a pautar las direcciones del vestir según sus intereses de mercado. Y todos nosotros, uniformados bajo esa tendencia sin notarlo. “Que la sociedad elija por las personas provoca mucho alivio”, dice Saulquin. “El acatamiento a una moda rígida trae como beneficio secundario la seguridad, es muy angustiante tener tanta libertad en el vestir.” Ahora, en cambio, todo parece redefinirse: la sociedad digital se superpone a la industrial y post industrial, la ecología y el cuidado de los recursos se imponen, se vuelve al trueque y al reciclado, la tecnología y las redes sociales ocupan un lugar prioritario... Con todos estos cambios enmarcando su resurrección, el nuevo rumbo de la moda apuesta a las elecciones personales, desdibujando la regulación externa. “Es un cambio similar al que se produjo cuando se pasó de la Edad Media al Renacimiento”, arriesga Saulquin.
Pero aunque se enfatice la creatividad y la salida de lo masivo, habría que preguntarse qué alcance puede tener la libertad de un sistema de indumentaria digitado por los cambios socio-culturales que le indican el camino a seguir. En definitiva, entrando al siglo XXI y en medio de la exclusión imperante no sería raro que lo humano, lo natural y lo heredado se transformen en un valor exclusivo. Y absolutamente rentable.

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