10/11/11

El mortal inmortal

Por Pablo Lettieri


“Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son,
pues ignoran la muerte;
lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal (…)
La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres.
Éstos se conmueven por su condición de fantasmas;
cada acto que ejecutan puede ser el último;
no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño.
Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso”.

Jorge Luis Borges
El Inmortal (fragmento)


La celebridad que la escritora inglesa Mary Shelley alcanzó con su primera novela, Frankenstein o el moderno Prometeo, escrita cuando tenía apenas 18 años, ensombreció en gran medida su obra posterior, integrada por novelas, poemas y relatos teñidos por un romanticismo incipiente.
Tal es el caso de su novela El último hombre (1826), considerada lo mejor de su producción, que narra la futura destrucción de la raza humana por una terrible plaga. O sus relatos de terror, entre los que destaca El mortal inmortal, en la que autora advierte que la ambición de una vida eterna puede convertirse en la peor de las maldiciones, una posibilidad más horrible que los demonios y los monstruos que habitan las pesadillas.

Argumento
16 de julio de 1833. Es un día especial para Winzy, el narrador y protagonista de esta historia, porque cumple trescientos veintitrés años. Y es cuando decide contar su historia.
Winzy es discípulo de Cornelius Agrippa, un famoso alquimista sobre el que carga con una macabra leyenda. Se dice que durante su ausencia, uno de sus alumnos despertó a un espantoso espíritu y fue destrozado por él. Tras este suceso, sus ayudantes –incluido Winzy– se negaron a seguir trabajando con él y se vio obligado a continuar solo con su experimento. Pero Winzy está muy enamorado de una hermosa mujer, Bertha, y para casarse con ella necesita del dinero para salir de su pobreza. Por eso decide aceptar el ofrecimiento del alquimista de volver a trabajar para él, a pesar de los peligros que ello implica. Claro que las obligaciones que le impone Agrippa –controlar permanentemente sus misteriosas preparaciones químicas– le quitan el tiempo para encontrarse con su amada. Y cuando Winzy la ve acompañada de un joven rico y apuesto, estalla de celos. Entonces decide tomar el elixir que estaba preparando su maestro, convencido de que se trata de un filtro para curar el amor. No alcanza tomarlo todo porque justo aparece Agrippa, quien al advertir lo que está haciendo su discípulo se enfurece, provocando que éste vuelque lo que queda de la pócima.
Al pasar los días, Winzy siente una completa felicidad y está convencido de que es indiferente al amor que sentía por Bertha. Sin embargo, al verla en el bosque descubre que su amor por ella es más grande aún de lo que pensaba. Y lleno de un valor que supone le ha dado el elixir de su maestro, la arranca del castillo donde Bertha vive infeliz con su protectora, una vieja rica y solitaria, y se casa con ella.
Winzy se siente feliz. No sólo ha logrado su mayor deseo (el amor de Bertha) sino también que su temperamento haya cambiado, volviéndose alegre y radiante.
Así pasan varios años hasta que Winzy es llamado por su maestro, quien antes de morir le revela la verdadera finalidad del experimento que había vivido: el elixir de la inmortalidad.
Al principio, Winzy descree del poder de la pócima. Pero el tiempo pasa y no envejece, lo que termina provocando inquietud y rechazo de sus amigos y vecinos, por lo que Winzy y Bertha deciden abandonar su pueblo.
Tras el exilio, la situación se hace intolerable: mientras Bertha envejece lentamente, Winzy permanece siempre joven y las diferencias se hacen cada vez más notorias. Hasta que llega la muerte de Bertha y la vida de Winzy se vuelve un calvario: la soledad y el aislamiento lo convencen de que no puede considerase entre los seres humanos y desea la muerte, aunque sigue temiéndola. Y, dudando aún de su inmortalidad y para ponerla a prueba, decide emprender una expedición a la que ningún mortal pueda sobrevivir.

Mary Shelley y “Lo fantástico”
Luego de la célebre Frankenstein y de la desesperanzadora El último hombre, sus novelas más importantes, Mary Shelley (1797-1851) escribió una serie de relatos que tratan temas y mecanismos del denominado “género fantástico”, como la invisibilidad, la fragmentación, la transformación y la inmortalidad.
El relato fantástico, o “fantasy”, ha sido extensamente estudiado, y son muchas las definiciones sobre sus alcances, por lo general encontradas entre sí. Suelen llamarse “fantásticas” aquellas obras en las que irrumpe lo inesperado, lo sobrenatural, lo contradictorio con la realidad del lector.
El crítico estructuralista Tzvetan Todorov, en su ensayo Introducción a la literatura fantástica, profundizó la definición y nombró las dos características que identifican al género fantástico: la vacilación del lector en torno a los fenómenos narrados (vacilación que puede estar también en uno de los personajes del relato) y una forma de leer dichos fenómenos que no sea alegórica ni poética.
Lo fantástico ocuparía así el tiempo de esa incertidumbre, la de no saber qué carácter atribuir a los acontecimientos de un relato. En cuanto se elige una respuesta, se abandona lo fantástico para entrar en un género vecino: lo extraño o lo maravilloso. Si no encontramos una explicación racional a lo narrado, entonces estamos en el terreno de “lo extraño”. Si, en cambio, lo narrado no tiene una explicación en el mundo real pero lo aceptamos como un universo con sus propias reglas (como por ejemplo en El señor de los anillos) entonces estamos en presencia de “lo maravilloso”.
En el caso de El mortal inmortal, encontramos que el protagonista vacila acerca de su propia condición (y nosotros, los lectores, también), y esa vacilación se mantendrá hasta el final del relato. “¿Soy, entonces, inmortal? Ésa es un pregunta que me he formulado a mí mismo, día y noche, desde hace trescientos tres años, y aún no conozco la respuesta”, dice Winzy apenas comenzado el relato. Cuando el alquimista le revela el verdadero carácter del elixir, duda de sus efectos: “yo vivía, e iba a vivir eternamente! Así había dicho el infortunado alquimista, y durante unos días creí en sus palabras. Entonces, ¡era inmortal! (…) Pocos días más tarde me reía de mi credulidad”. Luego, enfrentado a la realidad de que no envejece, Winzy intenta atribuirle al elixir propiedades de larga vida: “Su ciencia era simplemente humana; y la ciencia humana, me persuadí muy pronto, nunca podrá conquistar las leyes de la naturaleza hasta tal punto que logre aprisionar eternamente el alma dentro de un habitáculo carnal. (…) Era un hombre afortunado que había bebido un sorbo de salud y de alegría de espíritu, y quizá también de larga vida, de manos de mi maestro; pero mi buena suerte terminaba ahí: la longevidad era algo muy distinto de la inmortalidad”. Y casi al final del cuento, luego de haber enterrado a su amada hace tiempo y habiendo pasado más de tres siglos, el protagonista aún vacila: “¿Soy inmortal? Vuelvo a mi primera pregunta”. Y enseguida intenta convencerse de que sólo se trata de un brebaje que le ha brindado muchos más años de vida que a los demás mortales: “¿no es más probable que el brebaje del alquimista estuviera cargado con longevidad más que con vida eterna? Tal es mi esperanza. Y además, debo recordar que sólo bebí la mitad de la poción. ¿Acaso no era necesaria la totalidad para completar el encantamiento? Haber bebido la mitad del elixir de la inmortalidad es convertirse en semiinmortal...; mi eternidad está pues truncada”.
Más adelante comprobaremos que en esa tremenda duda del personaje, que no puede decidir si ha alcanzado la inmortalidad o sólo es un afortunado longevo, está la clave principal de El mortal inmortal.

Condenado a errar eternamente
Asociado a la idea de inmortalidad está el mito del errante, del mortal que se hace inmortal y para quien la vida es una carga pesada. Un mito caracterizado por ese vagar maldito y que influenció a la imaginación romántica fue la del Judío errante. Esta leyenda parece tener su origen en los evangelios de San Mateo y San Juan, en momentos cercanos a la Crucifixión de Cristo. Y relata que un judío negó un poco de agua al sediento Jesús durante el camino hacia la Cruz, por lo que éste lo condenó a “errar hasta su retorno”. Por tanto, el personaje en cuestión debe andar errante por la Tierra.
En el cuento de Mary Shelley, la apelación al mito del errante es directa: “¿El Judío Errante?... Seguro que no. Más de dieciocho siglos han pasado por encima de su cabeza. En comparación con él, soy un Inmortal muy joven” dice Winzy.
Ahora bien, ¿cuál es la intención de la autora al incluir de manera tan clara el mito del judío errante? Creemos que es su forma de adelantar al lector que Winzy, como el Judío errante, deberá soportar muchos exilios y que, por lo tanto, no podrá echar raíces en ningún lado.

¿Mortal o inmortal?
Una particularidad del relato es que la autora establece la ambigüedad, la vacilación, desde el mismo título: El mortal inmortal sugiere una paradoja. Es una idea extraña, opuesta a lo que se considera verdadero o a la opinión general. En otras palabras, es una proposición en apariencia verdadera que conlleva a una contradicción lógica o a una situación que infringe el sentido común.
Winzy no obtiene el supuesto don de la inmortalidad como una gracia divina (si fuera así estaríamos en el terreno de “lo maravilloso”) sino como resultado de un experimento químico que es preparado por un “filósofo alquimista” (en definitiva, un mago). Alguien capaz de conocer ciertos secretos considerados demoníacos, de quien se puede sospechar que ha hecho un pacto satánico. Pero al fin y al cabo, se trata de un ser humano. Tanto que su conocimiento no le alcanza para evitar la muerte, como él mismo dice: “la labor de mi vida”.
La pócima de la pretendida inmortalidad, nos dice la autora, es fruto de la ciencia, pese a que el alquimista que la realiza es poco menos que un brujo aliado del demonio. Es un producto de lo humano. Así como su famoso Frankenstein es un monstruo que nació como resultado de los experimentos de un científico con sueños de ser Dios, la inmortalidad (su posible maldición), es resultado del hombre, y su ambición por torcer las leyes de la naturaleza.

El suicidio y la moral
A lo largo de su interminable vida, Winzy siempre ha sospechado que el elixir no lo protegería contra la muerte causada por “el fuego, la espada y las asfixiantes aguas”. Sin embargo, y a pesar de considerar la vida una pesada carga (“no tengo más guía que la esperanza de la muerte”), encuentra reparos frente a la decisión de terminar con ella. Confiesa no haberse hecho soldado ni duelista para no involucrar a terceros en su muerte (“sin convertir a otros en un Caín”). Y aunque se ha preguntado si dadas sus circunstancias el suicidio podría considerarse un crimen, nunca se ha animado a lanzarse al agua de los lagos y ríos que ha contemplado largamente con intenciones autodestructivas.
En el fondo, Winzy se debate entre el hastío de la vida y el temor a la muerte.
Finalmente, encuentra una solución a su dilema: “Hoy he concebido una forma por la que quizá todo pueda terminar sin matarme a mí mismo, sin convertir a otro hombre en un Caín... Una expedición en la que ningún ser mortal pueda nunca sobrevivir, aun revestido con la juventud y la fortaleza que anidan en mí. Así podré poner mi inmortalidad a prueba y descansar para siempre... o regresar, como la maravilla y el benefactor de la especie humana”.
Esquivando así tanto el suicidio directo como la responsabilidad de forzar un asesinato, Winzy recurre a lo que podría considerarse una versión especial del juicio de Dios: medirse con el poder de la naturaleza –un enemigo invencible– en una especie de combate singular. Aunque puede haber pocas diferencias entre lanzarse a un río y caer al agua desde un puente colgante que se cruza durante una peligrosa expedición emprendida voluntariamente (y sobre todo innecesaria), esa aparentemente sutil diferencia es, sin embargo, una opción moral del protagonista. Porque caerse de un puente es un accidente y no un suicidio.
Independientemente de su complejidad, el plan que ha diseñado se debe a la singularidad que la alquimia le ha proporcionado a su propia naturaleza. Ni dios ni humano, Winzy se enfrenta a una soledad aterradora. Y para hallarle un sentido a su extraña existencia, para comprobar si es invulnerable, decide primero explorar sus características. Pero luego diseña, ya no como simple aprendiz de alquimista sino como riguroso hombre de ciencia, su proyecto. Si muere, alcanzará la paz de la muerte; si sobrevive, obtiene la garantía de su inmortalidad. Desde la perspectiva de la ficción, no se trata de un hombre que intenta suicidarse porque está cansado de la vida. Winzy es un hombre de ciencia cuyo sujeto experimental es él mismo, aunque sus acciones resulten potencialmente suicidas.

Lo fantástico y lo romántico
En su errar de mortal-inmortal, Winzy descubre que el amor se corrompe con el tiempo y la muerte se convierte en el mayor de los anhelos, en la única manera de escapar de un destino fatídico. Se configura así el espíritu previo al Romanticismo, un movimiento originado en Alemania y en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII como una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la Ilustración y el Clasicismo. La característica fundamental del Romanticismo fue darle prioridad a los sentimientos y reaccionar en contra de la tradición clasicista, basada en un conjunto de reglas establecidas. La libertad auténtica es su búsqueda constante y también lo que lo hace revolucionario. Por eso Mary Shelley y otros poetas románticos tuvieron una inclinación tan clara por las novelas góticas y fantásticas: porque le permitían la libertad necesaria para combatir los excesos del racionalismo. Y es por eso también que el Romanticismo le concedió una voz a los que se consideraba como parias de la sociedad: los locos, los idiotas, los hechiceros, convirtiéndolos en protagonistas.
En El mortal inmortal se encuentra uno de los caracteres más importantes que hacen evolucionar al relato gótico hacia el Romanticismo: la conciencia del individuo como entidad autónoma frente a la universalidad de la razón del siglo XVIII. Winzy es, sin dudas, un claro exponente de esta tendencia, un ser dotado de libertad para actuar.

El tiempo es la cuestión
“Pero, de nuevo, ¿cuál es el número de años de media eternidad? A menudo intento imaginar si lo que rige el infinito puede ser dividido”, dice Winzy. Hasta ahora, para despejar la duda acerca de su inmortalidad, para asegurarse de que su vida será infinita y su vitalidad constante, sólo ha podido dejar que pase el tiempo. Sin embargo, no tiene forma de comprobar ese transcurrir, más allá de que descubra una cana en su cabello.
Winzy, el errante protagonista de Mary Shelley en El mortal inmortal, está fuera del tiempo. Es imposible de localizar dentro de una estructura temporal conocida. En la mayoría de las fantasías de inmortalidad se combinan diferentes escalas temporales, de tal manera que siglos, años, meses, días, horas y minutos aparecen como unidades arbitrarias, insustanciales, flexibles.
La verdadera condena de Winzy parece ser la de no poder vivir con la duda, con la incertidumbre acerca de su muerte. “A veces creo descubrir la vejez avanzar sobre mí. He descubierto una cana. ¡Estúpido! ¿Debo lamentarme?”, se pregunta. “Sí, el miedo a la vejez y a la muerte repta a menudo fríamente hasta mi corazón, y cuanto más vivo más temo a la muerte, aunque aborrezca la vida. Ése es el enigma del hombre, nacido para perecer, cuando lucha, como hago yo, contra las leyes establecidas de su naturaleza”. El enigma de Winzy es justamente lo que lo hace humano. La esperanza de la muerte, y también su temor, lo hace “mortal”. Porque, como dice Borges en la cita de su obra El Inmortal que abre este trabajo, “lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal”.
“La muerte hace preciosos y patéticos a los hombres” (otra vez Borges).
Tal vez Winzy haya comprendido que su vida inmortal no tiene sentido, porque carece, como en los mortales, del “valor de lo irrecuperable y de lo azaroso”.


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