Por Pablo Lettieri
Tal vez porque desde muy joven su rostro la convirtió en una figura popular
en el cine y la televisión, el gran público la recordará primero por su belleza.
Pero quienes la hayan visto sobre un escenario saben que Alicia Zanca también fue
una actriz inteligente y versátil, además de una conocedora profunda de los
secretos de su oficio. No había soñado con la actuación pero un día se encontró
anotada en el Conservatorio por un profesor que creía en sus condiciones. Ese
hombre no se equivocaba, ya que con sólo diecisiete años ella sorprendió a
todos en Las brujas de Salem,
dirigida por Agustín Alezzo. Poco después, ingresó en el elenco estable del San
Martín, teatro al que quedó ligada para siempre como actriz y directora. Pero
el verdadero reconocimiento le llegó en 1980, cuando Laura Yusem la convocó para Boda blanca de Tadeusz Rozewicz. Con la misma directora, trabajó después en tres obras
de Griselda Gambaro que, seguramente, se cuentan entre sus
mejores trabajos: Penas sin importancia,
De profesión maternal y Lo
que va dictando el sueño.
Siempre dijo que conocer a la dramaturga fue determinante en su vida, al punto
que fue ella quien más la empujó a la dirección y hasta le pidió que debutara
con su Pedir demasiado en el
Cervantes. Ya debajo del escenario, o cerca de él, quienes más la conocieron
resaltan de Alicia Zanca
una fuerza y una voluntad poco frecuentes, que arrastraban no
sólo a sus compañeros sino también al director. Atributos con los que enfrentó
asimismo experiencias dolorosas de su vida personal. “Sé que tuve un camino más
difícil de lo que yo posiblemente recuerde. Pero pongo el hombro y voy para
adelante. Siempre”, confesó alguna vez en una entrevista. Mantuvo ese espíritu
hasta el final, como lo demostró en Volver
a nacer, la última ficción en la que trabajó, para la que decidió sacarse
la peluca y así transferir a su personaje –una apropiadora– algo del deterioro
que su enfermedad le estaba provocando.
La
actriz y directora Alicia
Zanca falleció el pasado 23 de julio.