Por Pablo Lettieri
Contradictorio feroz y, a la
vez, consecuente con su forma radical de percibir el mundo y de vivirlo, Jean
Genet es uno de los autores franceses más relevantes del siglo pasado. Nació en
París en 1910 de padre desconocido y su madre, una prostituta, lo abandonó
antes de cumplir un año. La necesidad lo condujo al
robo y a la
prostitución. Pasó varias veces por la cárcel, donde comenzó
a escribir. Tras diez condenas consecutivas, sólo la intervención de Sartre,
Picasso y Cocteau pudo salvarlo de la cadena perpetua. Su primera novela, Nuestra Señora de las flores, recoge
buena parte de su vida marginal, como la autobiográfica El diario de un ladrón, a la que le siguieron El milagro de la rosa, Querelle
de Brest y Pompas fúnebres. En
1947, escribió su primera y más emblemática pieza para el teatro, Las criadas, que junto con Alta vigilancia, El balcón, Los negros y Los biombos lo situaron como digno
continuador de las ideas de Artaud y su teatro de la crueldad. A partir de
los años sesenta, defendió los derechos de los prisioneros y los inmigrantes, e
hizo suyas causas como la de los Panteras Negras y la de los palestinos. Casi
olvidado, fue hallado muerto en 1986, probablemente por un traumatismo tras una
caída fatal, y enterrado en el cementerio español de Larache, en Marruecos.
Witold Gombrowicz, que lo conoció y admiró, escribió: “Genet es capaz de
convertir la fealdad en belleza, y lo sórdido y siniestro en poesía”.