27/7/10

Extrañamente exitosos

Por Daniel Jiménez
Publicado en RADAR

Si tomamos como referencia nuestro país, Arcade Fire debe ser una banda más conocida que escuchada. Y cuando decimos “conocida” nos referimos a un sector de público y periodismo que comparten los mismos y, no tan vastos, universos. Los Arcade Fire no suenan en la radio (aunque sus dos primeros discos hayan pasado el millón de copias vendidas cada uno), no explotan merchandising, no son facheros ni ídolos teen, sus discos no circulan antes por la web y son independientes. Ah, y acá a los Arcade Fire no los juna nadie. Pero, ¿uno puede estar ajeno a una de las mejores y más inteligentes bandas nacidas en la última década desde el cuáquero Canadá? Definitivamente no.
Paridos en Montreal (“donde viven todos los judíos de Canadá”, como gusta decir Leonard Cohen, quien se define sutilmente como el “más judío de los Cohen”) a bordo de un colectivo creativo de estudiantes con voracidad por el arte y espíritu independiente ajeno a los vaivenes ruidosos de la industria del entretenimiento, Arcade Fire encontró un lugar casi sin proponérselo.
Su estilo es reconocido por la minuciosa construcción de sus canciones; pequeñas y complejas obras de indie pop gestadas como piezas aisladas de un gran plano arquitectónico. Dimensión que se potencia por la versatilidad y el oficio casi académico de todos sus músicos. En el planeta Arcade Fire se cruzan desde violonchelos y violas hasta ukelele, xilofón, arpa, acordeón, corno, mandolina y algunas excentricidades como la zanfona, instrumento que data del siglo IX y que se utilizaba en la música religiosa medieval. Raritos. Pero no solamente la zanfona hace de Arcade Fire una banda atípica: su núcleo está formado desde hace casi diez años en torno del matrimonio compuesto por los frontman y frontwoman Win Butler y Régine Chassagne; los temas de su inminente tercer trabajo The suburbs (que se edita la semana entrante) no se filtraron en la red de redes y, más allá de ser un grupo que pasa gran parte del año de gira, sacó sólo dos discos en casi... diez años.
“Hoy en día sabemos que es imposible que un artista no vea como los temas de su nuevo álbum llegan a Internet, lo que genera que la sorpresa que a vos te pueda producir ese lanzamiento cuando el artista lo decide, no exista. Y esa es una costumbre que no deberíamos perder. Yo todavía entro a las tiendas de discos a comprarlos en el momento en que salen, con incertidumbre, con la sensación de encontrar algo de forma pura, hasta inocente. Por eso creo que es mucho mejor guardar el secreto y esperar hasta el día que sale. Es una forma además de que la expectativa sea conjunta, de todos por igual”, explica el bajista, guitarrista y multiinstrumentista Tim Kingsbury.
Tomado como una fuerte referencia desde su nacimiento allá por 2003 y hoy una bandera, Kingsbury aclara que, a diferencia de otros colegas, en estos tiempos un artista debería poder manejar la salida de su propia producción, como sucede en Arcade Fire, y no tomarse este hecho como algo “atípico”. De hecho, asegura que ellos poseen todo el control de lo que hacen y dejan de hacer y que no lo entendería de otra manera. Típica despreocupación del (no tan) joven indie canadiense: “Desde un comienzo analizamos las cosas de esa forma. Nunca estuvimos preocupados en convertir esto en un negocio, pero sí siempre nos interesó poder mantener el control de nuestra obra. Es muy cómodo trabajar así y... no sabríamos hacerlo diferente si nos lo propusiéramos”.
Y para llevar adelante semejante ostentación de desfachatez en un mercado que gusta decapitar a las ovejas descarriadas, necesitaban un manager un tanto pirado que comprendiera, principalmente, un punto innegociable: la libertad creativa, económica y total. Y la persona indicada era Scout Rodger, el hombre detrás de la carrera de Björk; otro bicho raro. Según Rodger reconoció recientemente a la revista Billboard, lo que puso a Arcade Fire en las ligas mayores fue “el punto de que ellos fueron dueños de sus propios derechos desde el primer día. Así hicieron su debut y después supieron manejarse estratégicamente y obtener dinero para armar su estudio y ser autosuficientes y poder grabar su propio material”.
Es decir: ninguna compañía recibirá jamás un peso de lo que ellos hacen: arte, video, fotografía y, mucho menos, música. En un tono más metafísico, así lo explicaba hace una semana Win Butler al prestigioso periódico británico The Independent: “Existe una fascinación por las cuestiones de la vida, como la noción del diablo, la muerte y el amor, donde todos nos manejamos. Y pienso mucho en cómo la experiencia humana nos debería llevar a tratar de entender qué significan esas cosas. Creo realmente que no tendremos las herramientas para hacerlo hasta que lo analicemos a través de un reino más espiritual o filosófico”.
Okey, Win, hasta acá todo bien. Pero el caso de Arcade Fire también podría haber sido el del “grupo desconocido que graba un maravilloso disco debut aclamado por la crítica y después se pierde tras la bruma inicial y sus integrantes terminan siendo productores de culto del circuito indie de Chicago”. Definitivamente, no lo fue. Funeral, su genial ópera prima, desvestida en elogios en Canadá y Estados Unidos, desde su título destilaba gotas del sentido del humor cínico y corrosivo de los de Montreal: numerosas muertes de parientes se sucedieron durante la grabación de ese disco y nadie podía escapar al clima general. “Es que, así fue”, reconoce Tim. “Entiendo que no es el nombre comercialmente más luminoso e inteligente para salir a vender un álbum, pero era lo que nos pasaba en ese momento. Tratamos de tomarlo con un poco de humor, el disco iba a salir de todas formas.”
Junto a él y al matrimonio de Win y Régine, en el laboratorio musical de Arcade Fire se encuentran Richard Reed Parry, William Butler, Sarah Neufeld y Jeremy Gara. La avanzada del soundsystem arty de Arcade Fire a la que a veces se suman en vivo más instrumentos como trompa y violín. En conjunto, son responsables de una performance dinámica y explosiva con vicios de teatralidad. Una foto que se contrapone al tratamiento científico de algunas de sus canciones y a las letras cerebrales de Win Butler. En escena, él es el ojo de Arcade Fire; como David Byrne el corazón de Talking Heads y Malcolm Young el pulmón de AC/DC. Parte maestro, parte discípulo, parte predicador. Y, al igual que Byrne, con fascinación por las decepciones y las formalidades de la vida y, claro, la religión. No por nada Butler fue criado entre mormones, el segundo disco salido de su cabeza se llama Neon bible y su estudio está montado sobre el paisaje nevado de una vieja iglesia en la zona rural de Canadá.
Entre historias de fe y devoción, sus obsesiones, dice, tienen una raíz muy clara: el miedo. “Hay dos tipos de miedo”, comenta Butler. “La Biblia habla bastante sobre el temor de Dios y sobre el temor a algo imponente, fantástico. Esa clase de miedo es lo que hace que una persona quiera cambiar”. Y agrega: “Pero el temor de otras personas hace que vos quieras seguir como estás, sin cambiar nada, para así proteger lo que tenés. Ese miedo no hace bien porque estanca y paraliza”.
En Arcade Fire se mezcla el profundo nivel de análisis de Butler con la espectacularidad que propone la banda en vivo, un brusco cambio de roles en el escenario (todos tocan todo) y el sincero respeto hacia su música. Elementos que los empujaron a firmar hace siete años su primer contrato con el sello independiente Merge Records. Tim todavía recuerda aquel momento y recalca el nivel extra de dificultad que tiene todo artista que abraza la autogestión: “Fue una gran emoción, porque a partir de la firma de ese contrato, como le pasaría a cualquiera, lo primero que te viene a la cabeza son las expectativas de lo que puede pasar. Se abren un montón de posibilidades que tal vez no habías pensado y que pueden empezar a estar cerca. Así lo vivimos, felices pero expectantes, más para una banda indie como nosotros”.
Cuando la semana que viene The suburbs –que contó con la producción de un viejo conocido, Markus Dravs– se lance en Europa y Norteamérica los fanáticos se van a topar con el típico producto de una banda atípica. El CD contendrá ocho portadas diferentes (como los artistas multivendedores) con imágenes de gente común de los suburbios y “un arte interior confeccionado especialmente para esta producción”, adelanta Kingsbury, quien confiesa que esta vez se atravesó un proceso diferente al de los dos discos anteriores. “Cada trabajo es diferente, por eso en todos lo hacemos de una nueva forma, apoyándonos en lo que nos interesa en ese momento. Eso es lo bueno de los procesos de un disco: todos son distintos y de todos podés sacar algo bueno. En el caso de The Suburbs nos tomamos un tiempo para encerrarnos y hacerlo como queríamos, y ya está bien que salga porque si no toda la experiencia fue muy larga.” Si alguien necesita un guiño de ironía para entender este álbum, Butler da una pista difícil de seguir: “Suena como un mix entre Depeche Mode y Neil Young: es una clase de extraño combo. Y si no suena extraño, bueno, entonces seguramente será un éxito”.
Casi millonarios y al mismo tiempo desconocidos para una parte del mundo; invitados a todos los encumbrados festivales europeos que andan dando vueltas; con el “carisma sexy” de un matrimonio de blanquitos poco vistosos que se pasan la mitad del año en el sótano de una iglesia; y componen las mejores canciones pop de estos días. ¿Qué es Arcade Fire? “Puede que seamos artistas atípicos para el mundo en el cual uno está acostumbrado a manejarse, pero no por eso debemos pensar en que todo debe ser así”, apunta Tim. “Nosotros decidimos trabajar de acuerdo con ciertos lineamientos y nos sentimos felices de ser dueños y responsables de todo lo que hacemos, pero no criticamos la forma de trabajo de los demás. Aunque, sí, podríamos considerar una banda atípicamente exitosa.”
Butler, nuevamente desde las páginas de The Independent, eleva su mano y tira el dardo directo a sus pares: “Mi generación está desensibilizada”, admite. “Pero esto es lo cool hoy sobre el funcionamiento de un vehículo o medio popular: te podés unir con más personas. George Orwell, uno de mis héroes más grandes, dice que toda arte es política, así que no pienso que no haya que alejarse de eso.”
A tres años de la salida de Neon bible la prensa mundial no puede evitar el nerviosismo por la aparición de The suburbs. Para muchos, incluyendo los babosos medios ingleses, esta será “la” obra definitiva de 2010. Sin siquiera esperar a escuchar el disco, los medios que mueven las tendencias en el mercado británico y americano ya hablan de la “nueva maravilla” de Arcade Fire. Una banda con el setenta por ciento menos de atención que los Arctic Monkeys, que vive virtualmente en comunidad, pasa la mayoría del tiempo lejos del ojo público y no se caracteriza por ser un ejemplo de proliferación con tan sólo con dos registros en siete años.
Con esas condiciones y teniendo en cuenta la leyenda que se forjó en los bares (“el grupo que hay que ver en vivo antes de morir”) sobre el estado de éxtasis que se experimenta en sus shows, ¿sería ilógico pensar en un próximo concierto en Argentina? Para Tim Kingsbury, no. “A veces cuando estás tan comprometido con la música tanto tiempo no te das cuenta que quizá tuviste ganas de conocer otros lugares o tocar en países que nunca habías visitado, y cuando caés notás que en el medio ya pasaron años. La verdad es que Sudamérica siempre aparece como una opción posible y hasta estuvimos muy cerca de ir a Brasil, pero al final no pudimos concretarlo.” ¿Desahuciados? A no desesperar. Timmy guarda un as bajo la manga: “Si todo va como pensamos es muy probable que estemos tocando por allá el año que viene, lo cual sería además un sueño para una banda indie como nosotros, así, atípicamente exitosa”.


26/7/10

El vacío

Por Eduardo Aliverti
Publicado en PAGINA 12

Hay diversas formas de entrarle al Macrigate. Algunas son interesantes. Otras, aburridas además de insustanciales. Y hay una –tal vez la más explicativa de todas– que no implica al caso en sí, sino a una visión mucho más general acerca de lo que el episodio representa como muestra de la agenda nacional.
Empecemos por apartar los datos secundarios, que a pesar de ese carácter se llevan una porción considerable del interés periodístico. Sin estimar a los directamente fútiles, como la semántica de que Mauricio se haya quitado el bigote justo ahora o el psicologismo en torno de que el padre lo mandó abajo de un camión en declaraciones públicas, está el porotómetro de cuál sería su suerte en la payasada del autojuicio político. Los legisladores de un lado y de otro, sus internas, las especulaciones sobre cómo jugarían las salas de acusación y juzgamiento. Necesario en lo informativo e insufrible por abrumador, en todo caso lo único conceptual del punto es advertir que el macrismo no está seguro, ni siquiera, de la fidelidad de toda su tropa para defender al jefe. Hay más o menos una media docena de diputados ignotos, provenientes de lo que fue el partido de López Murphy, por quienes los coroneles macristas no ponen las manos en el fuego, ni de cerca, respecto de que serían incapaces de votarle en contra. Una muestra de cómo la “vieja política”, de cuya pretendida sustitución tanto se vanaglorió Mauricio, está vivita y coleando en su mismo riñón. Pero al fin y al cabo, nada que no se supiera.
Otro elemento que es válido en la lectura técnica, pero finalmente baladí en lo político, consiste en que Macri se denuncie a sí mismo. Como bien lo abrevió Mario Wainfeld, un juicio político no es un proceso penal porque eso resultaría contrario a la división de poderes; y, en consecuencia, autodenunciarse ante la Legislatura es un disparate porque corresponde a la oposición determinar los cargos. Si quedan entremezcladas las funciones de fiscal, acusado y juez, se produce lo que el perfecto título de portada de Página/12 resumió el jueves pasado: yo me acuso, yo me juzgo, yo me absuelvo. Sin embargo, tampoco esto arroja revelaciones mayores a propósito de la desorientación de Macri & Cía., salvo porque corrobora su patética ausencia de cuadros políticos para diseñar una estrategia de defensa articulada. De nuevo: ¿algo que no se supiera? ¿Algo no contemplado en la obviedad de que el hijo de Franco es un aprendiz, sólo efectivo para haber atraído incautos que creyeron en sus méritos renovadores?
Esto despliega un puente muy atractivo hacia una de las dos últimas ojeadas al Macrigate, antes de ingresar a la arriesgada en el comienzo de estas líneas como la más interesante. ¿No es por completo natural lo que le pasa a Macri, tomado como verosímil –por lo menos– que armó o consintió una red de espionaje para supervisar a ajenos y propios? ¿Qué podía esperarse de un principiante que necesariamente confundiría la imagen de saber manejar a Boca –sólo por sus éxitos deportivos que le llegaron por descarte– con la de la aptitud para conducir la ciudad más importante del país allegado, encima, desde una nula relevancia como empresario privado? ¿Qué podía aguardarse de la administración de un tipo que llegó a la política porque el establishment se quedó sin turco explícito que ejecutase sus intereses en nombre de la política? ¿Debe ser una sorpresa lo que le ocurre a Macri? ¿O debe ser la invitación a un análisis concienzudo por parte de quienes lo votaron, a la sola espera de que por ser rico no robaría y por no provenir de la política convencional no incurriría en sus vicios? No hay imputación alguna en que no habría de robar por su fortuna dineraria. Pero sí es cierto que su gestión es un desastre. Y que de seguir así, quienes lo apoyaron por derecha son susceptibles, digamos, de fugarse a votar por Solanas. A su vez, ese voto fluctuante, histérico, tan típico del sibarita electorado porteño (no únicamente), convoca a pensar desde cuáles convicciones se sufraga. Rigen los humores circunstanciales, en lugar de una orientación ideológica más o menos estable. Y eso imbrica también a la liviandad con que se afirma que detrás de la desgracia macrista está la mano de los K. Dejemos de lado la ridiculez de que tres jueces de Cámara se pusieron de acuerdo para tumbar a Macri, por orden oficial. Y vayamos a la deducción política lisa y llana. ¿Cuál sería el sentido de que los Kirchner quieran acostar a Macri? ¿No es mucho más lógico pensar que les conviene precisamente lo contrario, en función de tener un contrincante que deje clara como ninguno la divisoria de aguas ideológica? Si es por eso, quienes hoy festejan el karma del alcalde son sus presuntos aliados o cortejantes. Lo demostraron ellos mismos, de acuerdo con la forma en que le soltaron la mano. Pero aun si se concede que eso no es así, el escenario opositor es de todos modos un aquelarre. Macri probablemente afuera; De Narváez no puede; Reutemann no sale de su diletancia; entre Cobos y el hijo de Alfonsín no hacen uno; Duhalde divaga con el retorno del que juró abdicar; Carrió sigue encerrada en su show personal mucho antes que por dejar de destruir lo que construye. ¿Qué enseña ese escenario sobre el proyecto de país de la oposición o sobre lo que, de piso, debería ser su espíritu de unión frente a lo que define como una tragedia histórica?
Es a partir de ahí que se erige aquella hipótesis de una moraleja global sobre las circunstancias atravesadas por Macri. Una parábola que no pasa por haberse demostrado su impericia, o su culpa, o su dolo, o lo fluctuante que terminaría siendo el favor popular que lo acompañó en las urnas. Lo cual, dicho sea de paso, está por verse: no es seguro que su asesor ecuatoriano, Durán Barba, se haya equivocado al afirmar que las escuchas ilegales le importan un carajo a la sociedad o, de mínima, a los votantes de Macri. Sin embargo, sea cierta o falsa esa reflexión, permanece que el eje de interés lo da un acontecimiento delictivo. No se trata de algún cruce profundo sobre modelos de municipio y gobierno, ni acerca de la ideología que los regentea. No es una porfía alrededor de escuelas y hospitales en estado lamentable, ni sobre una ciudad cada vez más sucia, ni por qué empeora su sistema de transportes. No. Es tan sólo que el país mediático-político gira alrededor de una materia policial, después de todo, claro que con repercusiones institucionales de mucho volumen. La magnitud alcanzada por el Macrigate ratifica que el debate sobre la economía nacional está en un marcado segundo plano respecto de la política. Y hace un rato ya bastante largo que es así. Antes fue la novela de la supuesta embajada simultánea en Venezuela, que se cayó a pedazos. O los intentos opositores por recuperar iniciativa parlamentaria, o el corte en Gualeguaychú, o los festejos del Bicentenario, o las serruchadas de piso contra Marcó del Pont. La casi única excepción, muy relativa, es la actual polémica por las disponibilidades y patrón energéticos, vuelta a disparar por la escasez de gas o por el bochorno del precio de las garrafas.
¿Es bueno que la economía carezca de debate? Desde ya que no, porque se corre el riesgo, entre otros, de naturalizar profundos y subsistentes desequilibrios sociales. Pero sirve para entender otras cosas. Por ejemplo, que el vacío opositor lo llenan sus folletines y sus escándalos.

21/7/10

19/7/10

Cappa, entre la convicción y la urgencia

Por Adrián De Benedictis
Publicado en PAGINA 12

“Lo de Huracán fue un episodio y quedó allí, y el que me toca en River es otro espisodio”, explicó Cappa desde Salta.River comenzará el mes próximo una temporada muy particular, en la que no sólo intentará convertirse en protagonista, luego de varios torneos de ostracismo, sino que también buscará escapar de las últimas posiciones en la tabla de promedios. Para ello, el club decidió la llegada de Angel Cappa en el final del último torneo Clausura, y con el inicio del nuevo campeonato renacerán las expectativas por los pasillos del estadio Monumental. El plantel se encuentra en Salta realizando trabajos de pretemporada combinados con partidos amistosos y desde allí, vía telefónica, el conductor dialogó con Líbero para dejar en claro lo que pretende plasmar en la institución de Núñez.

Más allá de que hace tres meses que asumió, ¿su trabajo se podrá ver más puntualmente a partir del próximo torneo?
Bueno, con un trabajo prolongado de pretemporada seguramente podremos hacer una tarea más específica con cada jugador. Y esperemos que empiece a funcionar el equipo desde el inicio. De todos modos, los argentinos siempre somos muy apresurados, y pretendemos que en el primer partido funcione todo a la perfección, y generalmente no ocurre así. Eso se da como una consecuencia de algo. En definitiva, uno espera que se pueda encontrar el mejor funcionamiento lo más rápido posible.

Al principio de este receso, los jugadores no llegaban y usted se había puesto ansioso. ¿Está conforme ahora con los jugadores que llegaron hasta el momento al club?
Sí, y seguramente llegarán un par de jugadores más, pero los que llegaron son futbolistas muy valiosos como para estar conformes. Porque no solamente hay que tener 11 jugadores, hay que tener un plantel que pueda responder con eficacia las necesidades que pueda tener el equipo.

¿El bajo promedio que tiene River puede actuar como un condicionante para su tarea?
No, de ninguna manera, no creo que sea un condicionante. Siempre estando en River uno trata de cumplir los objetivos de la institución, que son jugar bien para ganar. Eso es lo que pretendemos hacer.

¿Y no tiene en cuenta para nada las urgencias que rodean al club?
Es que yo no conozco otro modo de solucionar urgencias que no sea ganando. Y no conozco otro camino lógico para tratar de ganar, que es jugar bien.

En un campeonato que dura 19 partidos y en el que los técnicos parecen tener plazos de no más de cinco encuentros, ¿cree que se pueden sostener las ideas en cualquier circunstancia?
La verdad, no quiero ocuparme de pensar en los plazos. Yo pienso en que el equipo juegue bien al fútbol y pueda ganar los partidos. Con Huracán lo conseguí y hay otros equipos que también lo consiguieron. Lanús lo viene consiguiendo hace muchos años, Vélez también, Estudiantes lo mismo. Entonces, bueno, nosotros intentaremos conseguirlo al igual que ellos. Si todo va bien, nadie se quedará pensando cuántos partidos pasaron con tal o cual entrenador.

Usted consiguió armar en Huracán un equipo competitivo con una base de jugadores que no tenían tanto renombre. ¿Considera que en River puede llegar a mejorar todavía más lo del año pasado?
Creo que ni más, ni menos. Lo de Huracán fue un episodio y allí quedó, y el que me toca en River es otro episodio. Vamos a ver qué es lo que podemos conseguir en River, siempre dentro de la misma idea. No quiero hacer ningún punto de comparación ni con Huracán ni con nadie.

Uno de los puntos que se cuestionaron en River durante los últimos años fue la falta de futbolistas de jerarquía. Si suma a los nuevos con los que ya estaban, ¿este plantel tiene esa capacidad técnica que usted pretende?
Yo no suelo comparar a los jugadores con otros, como pueden ser los de Huracán, por citar el último club que dirigí. Porque, si no, sería como si vos estuviste enamorado de una rubia muy linda, y ahora te toca una morocha y decís: “Bueno, voy a tratar de amarla más que la otra”. Sería un error tratar de comparar, vos te vas a ir enamorando a medida que sucedan los hechos. Y las sensaciones son siempre distintas.

La Copa del Mundo que finalizó hace ocho días también fue un tema donde Cappa se explayó. Y, al parecer, quedó conforme con varios aspectos que se vieron en tierra sudafricana, pero sobre todo por la satisfacción que le provocó ver por primera vez en su historia a España como campeón. Y no sólo por el bienestar que le causa residir en la ciudad de Madrid en sus etapas de descanso laboral sino por el nivel de juego exhibido por el equipo conducido por Vicente del Bosque a lo largo del certamen. Un ideal futbolístico que Cappa pregona en cada equipo que le toca dirigir en cualquier parte del mundo.

¿Su aspiración es que River logre tener un funcionamiento como el de la selección de España?
No, no. Mi aspiración es que River tenga un funcionamiento como River. Una cosa es estar dentro de un mismo estilo de fútbol, y otra cosa son las distintas características que puede tener el jugar bien. El Arsenal de Londres juega muy bien, y el Barcelona que todos conocen también lo hace, pero ambos son distintos en algunos aspectos.

Por lo que se vio en el Mundial de Sudáfrica, con equipos que llegaron a las instancias finales con un estilo que usted comparte, ¿el fútbol quedó resguardado en ese sentido?
Sí, pero siempre es momentáneo. Siempre es por ahora, porque las cosas son así. El fútbol tiene ciclos, y hay ciclos donde los equipos juegan bien y llegan a ganar, y hay otros ciclos donde ganan los equipos que no juegan tan bien. En este momento, afortunadamente, tenemos un Barcelona, tenemos la selección española, tenemos al Arsenal inglés, tenemos al seleccionado alemán, y otros equipos que también están en ese grupo. Por ahora estamos de parabienes, pero, ¿quién sabe cuánto puede durar? Lo bueno es que es un ejemplo para todo el mundo, sobre todo como dijo el entrenador de España: que no se trata sólo de ganar, y que España fue un equipo sin trampas. Eso me pareció muy importante y no hay que olvidarse nunca de ese concepto.

Y Argentina, con la riqueza individual que tiene y que viene surgiendo desde las categorías menores, ¿por qué cree que no puede consolidar una idea futbolística como lo hicieron estos equipos?
Argentina lo puede conseguir, no tengo duda. Lo que pasa es que España, como Holanda o Alemania, son equipos que le llevan mucha ventaja en cuanto al tiempo. Ellos mantienen mucho más tiempo de trabajo y de desarrollar una idea, mientras que Argentina recién comienza a hacerlo.

¿Con el plantel que pasó por Sudáfrica no se podía conseguir al menos algo similar a ellos?
Creo que pudo haber sido el comienzo, y hay que ver si lo sigue sosteniendo. El inicio del proceso español, que terminó con el campeonato de Europa y con el campeonato del mundo, fue muy complicado al principio. Luis Aragonés, que estaba en el Mundial anterior (2006), fue terriblemente cuestionado y con términos muy duros, incluso con falta de respeto. Y después se lo veneró porque fue campeón de Europa; por eso las cosas llevan su tiempo.

18/7/10

Contra la entrevista

Por Mark Twain

A nadie le gusta ser entrevistado, pero sin embargo a nadie le gusta decir que no; porque los entrevistadores son corteses y gentiles, incluso cuando vienen a destruir. No digo que vienen conscientemente a destruir o que se dan cuenta después de que han destruido; no, creo que su actitud se parece a la del ciclón que viene con la graciosa propuesta de enfriar un pueblo que está agobiado por el calor y no se da cuenta, después, de que le ha hecho cualquier cosa al pueblo, menos un favor.
El entrevistador te examina hasta el último detalle acerca de la creación, pero no concibe que uno puede ver eso como una desventaja. La gente que culpa a un ciclón lo hace porque no reflexiona acerca de que las masas compactas no son la idea que el ciclón tiene de la simetría. La gente que le encuentra culpas a un entrevistador lo hace porque no se da cuenta de que, después de todo, es un ciclón aunque disfrazado bajo la imagen de Dios, como el resto de nosotros; que no es consciente del daño incluso cuando está limpiando un continente con tus restos: piensa que te está haciendo las cosas placenteras. Por lo tanto la manera justa de juzgarlo es teniendo en cuenta sus intenciones, no su trabajo.
La entrevista no fue una invención feliz. Es quizá la más pobre de todas las maneras de llegar a lo que está dentro de un hombre. En primer lugar, el entrevistador es el reverso de la inspiración, porque uno le tiene miedo. Uno sabe por experiencia que no hay opción entre estos desastres. No importa lo que él ponga, uno verá de un solo vistazo que hubiera sido mejor si ponía esto otro: no que eso otro hubiera sido mejor que esto, sino meramente que no hubiera sido esto; y cualquier cambio debe ser, y hubiera sido, una mejora, aunque en la realidad uno sabe muy bien que no lo hubiera sido.
Puede ser que no sea claro. Si es así, es que fui claro –algo que sólo es posible de hacer siendo poco claro, porque lo que estoy tratando de demostrar es lo que uno siente en esos momentos, no lo que uno piensa–porque uno no piensa; no es una operación intelectual; es sólo dar vueltas en un confuso círculo habiendo perdido la cabeza. Uno sólo desea, de una manera tonta, no haberlo hecho, aunque no sabe realmente qué es lo que le hubiera gustado no hacer, y sobre todo no le importa. Ese no es el punto: uno simplemente desea no haberlo hecho, sea lo que sea; el qué es una cuestión de importancia menor y no tiene nada que ver con el caso. ¿Llegan a comprender lo que quiero decir? ¿Se han sentido así? Bueno, así es como uno se siente cuando ve impresa la entrevista que le hicieron.
Sí, uno le tiene miedo al entrevistador y eso no es inspirador. Uno cierra el caparazón, se pone en guardia, trata de mimetizarse perdiendo los colores; intenta ser manipulador y hablar alrededor de un asunto sin decir nada sobre él: y cuando uno ve esto impreso, le da náuseas comprobar que ha tenido éxito. Todo el tiempo, con cada nueva pregunta, uno se pone alerta para detectar hacia dónde se dirige el entrevistador y pasarle por el costado. Especialmente si uno atrapa al entrevistador intentando hacernos decir cosas graciosas. Y la verdad es que siempre trata de hacer eso. Lo demuestra tan claramente, trabaja para eso tan abierta y desvergonzadamente que su primer esfuerzo cierra la reserva de humor, y el segundo la sella.
Supongo que nada realmente gracioso se ha dicho en una entrevista desde que se inventó este intercambio sobrenatural. Sin embargo, el entrevistador debe tener algo “característico” así que él mismo inventa los humorismos y los intercala cuando escribe la entrevista. Siempre son extravagantes, con frecuencia demasiado floridos, y generalmente enmarcados en “dialecto” –un dialecto inexistente e imposible–. Este tratamiento ha destruido a más de un humorista. Pero eso no es mérito del entrevistador, porque no intentó hacerlo.
Hay cantidad de razones por las cuales la entrevista es un error. Una es que el entrevistador nunca parece darse cuenta de que lo más inteligente que puede hacer, después de haber intentado abrir esta y la otra y aquella canilla con una multitud de preguntas hasta encontrar esa que fluye libremente y con interés, es mantenerse en esa línea de interrogatorio y tratar de conseguir lo mejor de allí, y dejar de lado todo lo que ha asegurado antes. Pero no piensa en eso. Se asegura de cerrar ese manantial con una pregunta sobre algún otro tema; y enseguida su pobre pequeña oportunidad de conseguir algo que valga la pena llevarse a casa ha desaparecido, y para siempre.
Hubiera sido mejor mantenerse en el asunto que su hombre está interesado en tratar, pero nunca podrá convencerlo de hacer esto. No ve la diferencia cuando uno le entrega metal o paladas de barro. Todo es lo mismo para él, apunta todo lo que uno dijo; después ve que son cosas un poco verdes y que no valían la pena de ser dichas, así que intenta arreglarlo poniendo algo de su cosecha, que cree es maduro, pero en realidad está podrido. Cierto, tiene buenas intenciones, pero también las tiene el ciclón.
Sus interrupciones, su manera de pasear de un tópico a otro, tienen un efecto muy serio: lo dejan a uno tartamudeando ante cada tópico. En general, uno consigue expresar lo justo, lo suficiente como para dañarse; uno nunca llega al lugar donde puede explicar y justificar su posición.

"El humor me pone en un lugar más noble"

Por Adriana Schettini
Publicado en CLARIN

Es Diego Capusotto, tómenlo o déjenlo: no quiere hacer concesiones a cambio de rating, no le pidan que la vaya de gracioso fuera de la pantalla, no esperen que silencie sus opiniones políticas. Aquí, un Capusotto auténtico.

¿Para qué te sirve el humor además de ser tu modo de ganarte la vida?
Me coloca en un lugar más noble y me permite la generosidad de dar. El hecho de que lo que hago se emita y se vea, genera alianzas con el espectador. Son alianzas basadas en un modo de mirar la vida y de encontrar lugares festivos dentro del horror. Si hay algo que atraviesa mi vida, eso es el horror de la existencia. Desde allí, uno crea mundos más puros a través del lenguaje humorístico.

¿Es necesario tener sentido de humor en la vida personal para poder hacer humor en la TV?
Dado el devenir de la vida, para mí es casi inevitable tener sentido del humor. No es una cuestión de derrotismo, sino una cuestión de enfrentar lo que nos duele. Para mí, eso es importante. Como también me resulta importante conformar las alianzas que hacen que uno se junte con la mejor gente posible.

¿En el trabajo o en la vida?
En la vida. A nosotros el programa nos da cierta trascendencia personal y entonces, es parte de la vida. No es como si yo trabajara en una editorial simplemente para cobrar a fin de mes y tener ordenado lo relativo a la subsistencia.

¿El programa te convirtió en alguien popular o es un ciclo de culto?
No sé si es de culto. El hecho de que algunas personas me paren por la calle es el resultado de algo que aparece y que tiene vida. Nunca me preocupó pensar en términos de si soy o no soy popular. Desde un lugar formal, siento que soy masivo porque estoy en un medio de comunicación. Pero, mi preocupación no pasa por entrar en ninguna categoría, sino por lograr que lo que hacemos con Pedro (Saborido) produzca algo, porque tiene una intencionalidad. Cuando uno hace humor no es sólo para que lo saluden por la calle, sino también para burlarse de aquellos que uno considera sus antagonistas en el modo de vivir.

¿El humor sería el modo más civilizado de confrontar?
Sí, probablemente. Pero el humor también es contundente a partir de la burla. Cuando uno se burla de alguien es como decirle “yo no te pertenezco”. Y uno no se burla porque sí; sólo los chicos se burlan sin tener noción acerca de qué se están burlando. Los adultos sabemos de qué nos estamos burlando; eso te da una especie de fortaleza que tiene que ver con tener claro con quién uno se junta y con quién, no. La burla es un buen antídoto, y, además, una manera de cierta resistencia.

¿A quién pudiste decirle “no te pertenezco”?
Mis enemigos saben que son mis enemigos. Tuve la oportunidad de decírselos, ya sea en un lenguaje humorístico como el que hacemos en televisión o en uno mucho más directo y de confrontación como es el lenguaje de la vida.

¿Nunca temiste que el ejercicio de la confrontación terminara convirtiéndote en un outsider?
Mis convicciones son bastante claras como para pensar en términos de temores.

¿Qué humor te divertía cuando eras chico?
Me divirtieron, y aún me divierten, figuras como Biondi y Marrone. Veía El chupete , Hupumorpo , Porcelandia , La Tuerca . Y me gustaba mucho Batman ; no lo veía con la lectura irónica que puedo tener hoy. Cuando uno es chico, es inmortal. Entonces, cuando aparecía Batman en el televisor, para mí no existía ninguna otra cosa en el mundo.

¿De qué se ríen tus hijas?
La mayor tiene once años y la menor, siete. Con todo lo que significa la diferencia de edad entre ambas, las dos van descubriendo cosas que las movilizan, y van cambiando permanentemente sus gustos.

¿Son fans de tu programa?
No. La más chica no lo ve casi nunca porque a esa hora está durmiendo. Y no sé qué puede producirle ver en la televisión al mismo padre que está al lado suyo. A los siete años, le debe resultar extraño, porque a esa edad uno suele pensar que las figuras de la tele no tienen una vida fuera de lo que uno ve en la pantalla. Mi hija mayor empezó a ver el programa ahora, a través de las repeticiones: algunas cosas le divierten; otras, por cuestiones generacionales, no las entiende. De todos modos, lo más importante es la relación padre-hija que tengo con ella. Mis hijas se divierten conmigo en lo cotidiano, no sienten la necesidad de verme en televisión.

¿La gente espera de vos que seas gracioso a tiempo completo?
Yo ya tengo 49 años, y lo que menos me preocupa es si la gente me va a ver como gracioso o no en la vida. No pueden esperar que sea gracioso fuera del marco televisivo. A mí, siempre me gustó ser payaso; no tuve que esperar a tener un programa para decir, “ahora lo logré”. De hecho, las compañeras de mis hijas, por ejemplo, se divierten más conmigo cuando vienen a mi casa que cuando ven el programa, que muchas de ellas ni siquiera ven.
Contaste que en la adolescencia soñabas con ser músico.

¿Querías ser una estrella del rock?
No, nunca soñé con ser una estrella de rock, sino músico de rock.

¿Cuál es la diferencia?
Que estrella de rock puede ser el cantante de Poison, que me parece un estúpido. Mi deseo era jugar al fútbol o tocar en una banda.

¿Ni de casualidad te imaginabas como una suerte de Mick Jagger?
No, no. Antes de ser Mick Jagger hubiera preferido ser Frank Zappa… ¡Toda la vida! Además, quería estar ligado a la música, porque sin ella la vida, probablemente, no tendría sentido. Yo soñaba con ser parte de una banda, pero también hubiese querido encontrar un sonido personal que fuera transcendente.

Cuándo querías tocar en una banda, ¿sentías que el rock era un lugar de resistencia?
Para mí era un lugar de placer. Y además, para quienes teníamos quince años durante la dictadura, el rock era un lugar de pertenencia. Era un refugio, era tener alianzas con los amigos, escuchar siempre los mismos discos o sorprendernos con un disco nuevo. No sé si era un lugar de resistencia, porque en aquel momento no teníamos claro que estábamos resistiendo. Nos hacía sentir fuertes porque nos posicionaba contra algo que a nosotros no nos gustaba y que era, un poco, la autoridad.

¿Es hoy el rock un producto más, devorado por el showbusiness y las discográficas?
No sé, habría que pensar en términos de grupos que tienen cosas para decir y que no están dentro de lo más conocido del rock. Al rock hay que ir a buscarlo, siempre; hay que ir a encontrarse con algo nuevo y no quedarse con lo que hoy está sonando. En el rock siempre hay algo de mugre. Hay que ser curioso y no escuchar a la banda de moda.

¿En el humor es lícito reírse de todo o hay límites?
Uno puede y necesita reírse de todo. En realidad, uno siempre está riéndose de la tragedia. Nunca nos reímos de una fiesta que termina bien; uno siempre se ríe de algo que termina mal porque si no, no hay fuga posible. Yo tengo un sentido un poco trágico de la vida, y también me río de eso. Sostengo que uno puede reírse de cualquier cosa y que por eso nos hemos reído tanto de la guerra, es decir, de algo que nos puede matar en pocos segundos.

¿Podrías reírte de los desaparecidos durante la última dictadura militar argentina?
Uno no tiene que reírse de los desaparecidos porque ellos forman parte de la resistencia, de los aliados que uno tiene para enfrentar a quienes los hicieron desaparecer. Como metodología, uno no se ríe de los desaparecidos, pero al satirizar a un militar uno responde a lo que ese militar hizo en la vida real, que, probablemente, haya sido hacer de-saparecer a treinta mil personas.

¿Podría llegar “Peter Capusotto y sus videos” a los canales líderes en audiencia, Telefe y El Trece?
El programa en sí mismo, podría. Pero no del modo en el que nosotros lo hacemos. Esos canales, cuando ven que un programa funciona, lo compran y lo ponen en determinado horario para cuidarlo. Pero si yo le dijera a Telefe o a El Trece que voy a hacer sólo diez envíos en una temporada, lo más probable sería que me dieran una patada. Además, esa pelotudez de que tal personaje tiene que estar más tiempo al aire porque mide más puntos de rating que otro es algo que no estamos dispuestos a negociar para salir al aire en un canal donde se supone que nos va a ver un montón de gente. Tampoco aceptaríamos eso de tener que hacer un recorrido por los otros programas de la emisora para que la gran familia del canal diga: “¡Qué lindo programa que hacen ustedes, bienvenidos a nuestra casa!”. De sólo pensarlo, digo: “¡No, si es así, me voy al cable!”.

Hay artistas que no se definen políticamente para no perder al público que no comparte su postura. ¿Evaluaste si en ese sentido te conviene hacer pública tu postura a favor del gobierno?
No soy tan estratega. Soy peronista porque, de alguna manera, el peronismo interpeló a los que son mis enemigos ideológicos. Tengo cierta sensibilidad social, y desde ese lugar, me monto en lo que significó el peronismo histórico. Después, en el peronismo entra todo.



15/7/10

El derecho a la igualdad llegó al matrimonio

Por Soledad Vallejos
Publicado en PAGINA 12

Mientras los senadores debatían en el recinto, durante toda la tarde y la madrugada los militantes aguardaban en la Plaza Congreso.Después de 15 horas de sesión ininterrumpida, después de tres meses de discusión en comisión, después de tres años de campaña de la comunidad gay-lésbica, el Senado aprobó a las cuatro de la madrugada de hoy en general el proyecto de ley que establece la posibilidad de que las parejas del mismo sexo puedan casarse en igualdad de condiciones con las parejas heterosexuales. En la primera votación se rechazó el dictamen de mayoría de la comisión, lo que permitió votar la media sanción de Diputados. Esa votación registró 33 senadores a favor del matrimonio igualitario, 27 en contra y tres abstenciones. Argentina se convirtió así en el primer país sudamericano en legalizar los matrimonios homosexuales.
Era como estar sobre un barco mientras la corriente se embravecía: desde el arranque, que estuvo en duda hasta que finalmente sucedió a las 13.15, la sesión fue un vaivén permanente. A los enfrentamientos por tecnicismos, la extensísima alocución de Negre de Alonso acerca de sus viajes al interior y los chispazos por el video con el que pretendía dar cuenta de ellos, siguió el debate sobre el matrimonio igualitario, presión de senadoras y senadores favorables al proyecto mediante.
Fue la contraseña para que comenzara otro vaivén: el de contar una y otra vez votos comprometidos, hipotéticos y hasta imposibles.
Casi como si se hubiera tratado de un calco de lo sucedido en casi tres meses de reuniones de comisión, en el recinto sonaron básicamente tres tipos de argumentos: los que defendían la igualdad de derechos como sustento de la democracia; los que rechazaban abiertamente la ampliación del matrimonio civil y quienes insistían en que plantear la unión civil no implicaba discriminar.
La sesión arrancó poco después de la hora estimada, con predicción de resultado incierto pero aires optimistas. Así lo habían asegurado durante la mañana, en la entrada del Senado, la presidenta y el secretario de la Federación Argentina LGBT, María Rachid y Esteban Paulón. Para enfatizar aún más el optimismo, contaban con la presencia del militante del PSOE Pedro Zerolo, llegado especialmente para vivir en Argentina la ocasión que ya había atravesado en España. Ya estaban los vallados sobre la calle Yrigoyen, pero también unas cuantas personas resistían el frío en la plaza, en torno del escenario.
Puertas adentro, Liliana Teresa Negre de Alonso daba rienda suelta a un video de diez minutos cuya edición de inmediato fue duramente criticada por senadores como Norma Morandini, Luis Juez, por ser “propaganda y no información”. (Largamente pasada la medianoche, María Eugenia Estenssoro aportó también sus críticas sobre “ese tipo de herramienta publicitaria”.) “He cumplido con la manda”, insistía, a su vez, Negre, quien al concluir su argumentación dijo –retomando uno de los tópicos más esgrimidos por sectores integristas– estar preocupada por los contenidos que niños y niñas podían aprender en materia de educación sexual.
Liliana Fellner apeló, tras ese inicio desconcertante, a que “de lo que se habla es del derecho fundamental (que tienen) como personas a la igualdad”, que es “un derecho consagrado en nuestra Constitución”. En medio del recinto, Carlos Reutemann dialogaba con Adolfo Rodríguez Saá, cuando la jujeña aclaró que las familias diversas son “algo que existe hoy y va a seguir existiendo se vote o no la ley de matrimonio igualitario”. La resistencia a aceptar que proponer otros nombres es discriminar, que el matrimonio es civil y que “la ley no te obliga a la heterosexualidad ni la homosexualidad” es, dijo poco después Luis Juez, “un tema que incomoda, irrita y fastidia”.
El proyecto de unión civil dictaminado y luego impugnado concitó los apoyos de quienes lo habían firmado en la Comisión de Legislación General y las críticas demoledoras de casi todo el resto de la Cámara. “Es una estrella amarilla, es estigmatizante. Nos hace recordar demasiado a las listas nazis. Hace familias de clase A y familias de clase B. Esto ya lo vivimos cuando se legalizó el divorcio”, sintetizó Beatriz Rojkes de Alperovich.
A media tarde, luego de que María Jose Bongiorno anunciara, airada, su abstención, comenzaban a llegar a los pasillos del Congreso los sonidos festivos del escenario montado en la plaza. De a ratos, algunos bajos hacían vibrar la pantalla desde la que se seguían las alternativas de la sesión, una rutina interrumpida con frecuencia por la llegada de senadoras y senadores en tren de amenizar la sesión con declaraciones.
“Estamos discutiendo sobre el modelo de sociedad en el que queremos vivir”, insistía Daniel Filmus pasada la medianoche, y confesaba su convicción de que “todos queremos vivir en una sociedad más democrática, más igualitaria”. Las frases, con distintas modulaciones habían sido lanzadas en el recinto ya a lo largo de la tarde, mientras la banda de sonido de la calle daba cuenta del paso del tiempo. A medida que el festival del Inadi llegaba a su fin el recinto se vaciaba. En la sala de prensa, una senadora aseguraba que, tras el cabildeo incierto por el proyecto de “unión solidaria familiar”, la votación parecía haberse reencauzado. Una vez más, y por al menos décima oportunidad desde el inicio de la sesión, los números habían cambiado. Una vez más, sin embargo, la balanza seguía inclinándose en favor de una nueva regulación matrimonial para Argentina. “No es un atentado contra la familia heterosexual, no veo cuál es la amenaza”, replicaba Estenssoro, tras una seguidilla de argumentos integristas que, por tramos, reproducían la retórica de los jerarcas eclesiásticos.
“Los derechos humanos no se plebiscitan y las objeciones de conciencia tienen que ser muy limitadas, no para que los funcionarios se nieguen a cumplir con la ley”, replicó una vez más Estenssoro cuando Negre volvió a defender el proyecto de unión civil que preveía tal mecanismo. Luego, Rubén Giustiniani iniciaba su intervención recordando que su voto sería positivo. “Es un día histórico”, agregó emocionado.

12/7/10

Baudelaire por Sartre

Por Jean-Paul Sartre

En noviembre de 1828 aquella mujer tan querida vuelve a casarse con un soldado; a Baudelaire lo interna en un colegio. De esta época data su famosa “grieta”. Crépet cita a este respecto una nota significativa de Buisson: “Baudelaire era un alma muy delicada, muy fina, original y tierna, que se agrietó al primer choque de la vida”. Hubo en su existencia un acontecimiento que no pudo soportar: el segundo casamiento de su madre. Sobre este tema era inagotable y su terrible lógica siempre se resumía así: “Cuando se tiene un hijo como yo –el como yo queda sobrentendido– uno no vuelve a casarse”.
Esta brusca ruptura y la pena consiguiente lo lanzaron sin transición a la existencia personal. Poco antes estaba penetrado por la vida unánime y religiosa de la pareja que formaba con su madre. Esa vida se retira como la marea, dejándolo solo y seco; ha perdido sus justificaciones, descubre con vergüenza que es uno, que ha recibido la existencia para nada.
Al furor de verse echado se mezcla un sentimiento de profunda decadencia. Escribirá en Mi corazón al desnudo pensando en esa época: “Sentimiento de soledad desde la infancia. A pesar de la familia –y en medio de mis camaradas, sobre todo–, sentimiento de destino enteramente solitario”. Ya piensa este aislamiento como un destino. Esto significa que no se limita a soportarlo pasivamente concibiendo el deseo de que sea temporario: por el contrario, se precipita en él con rabia, en él se encierra y, ya que lo han condenado, por lo menos quiere que la condena sea definitiva. Llegamos aquí a la elección original que Baudelaire hizo de sí mismo, a ese compromiso absoluto por el cual cada uno de nosotros decide en una situación particular lo que será y lo que es. Abandonado, rechazado, Baudelaire quiso tomar a su cargo este aislamiento. Reivindicó su soledad para que por lo menos le viniera de sí mismo, para no tener que soportarla. Experimentó que era otro por el brusco descubrimiento de su existencia individual, pero al mismo tiempo afirmó y tomó a su cargo esta alteridad, con humillación, rencor y orgullo. Desde entonces, con violencia terca y desolada, se hizo otro: otro distinto de su madre, con quien sólo era uno y que lo había rechazado, otro distinto de sus camaradas despreocupados y groseros; se siente y quiere sentirse único hasta el extremo goce solitario, único hasta el terror.
Pero esta experiencia del abandono y la separación no tiene como contrapartida positiva el descubrimiento de alguna virtud particularísima que lo ponga en seguida en una situación sin par. Por lo menos el mirlo blanco, vilipendiado por todos los mirlos negros, puede consolarse contemplando con el rabillo del ojo la blancura de sus alas. Los hombres nunca son mirlos blancos. Lo que habita en ese niño abandonado es el sentimiento de una alteridad totalmente formal: esta experiencia ni siquiera podría distinguirlo de los demás. Cada uno ha podido observar en su infancia la aparición fortuita y desconcertante de la conciencia de sí. Gide la notó en Si la semilla no muere; después de él, Mrs. Marie Le Hardouin en La vela negra. Pero nadie lo ha dicho mejor que Hughes en Un ciclón en Jamaica: (Emily) “había jugado a hacerse una casa en un rincón, en la delantera del navío... fatigada de este juego, caminaba sin rumbo hacia la parte posterior, cuando se le ocurrió de pronto el pensamiento fulgurante de que ella era ella... Una vez plenamente convencida del hecho asombroso de que ella era ahora Emily Bas-Thorton... se puso a examinar seriamente lo que tal hecho implicaba. ¿Qué voluntad había decidido que entre todos los seres del mundo ella sería ese ser particular, Emily, nacida en tal año entre todos los que compone el tiempo...? ¿Había elegido ella? ¿Había elegido Dios...? Pero quizá ella era Dios... Estaba su familia, cierto número de hermanos y hermanas de los cuales hasta entonces nunca se había disociado por completo; pero ahora que de manera tan repentina había adquirido el sentimiento de ser una persona distinta, le parecían tan extraños como el mismo barco... La invadió un súbito terror:
¿qué sabían ellos? ¿Sabían –esto es lo que quería decir– que era un ser particular, Emily –quizá Dios mismo– (no cualquier niñita)? Sin que supiera decir por qué, esta idea la aterrorizaba... a toda costa aquello debía permanecer en secreto...”.
Esta intuición fulgurante es perfectamente vacía: el niño acaba de adquirir la convicción de que no es cualquiera, o se convierte precisamente en cualquiera al adquirir esta convicción. Es distinto de los demás, con seguridad; pero cada uno de los otros es también distinto. Ha tenido la experiencia puramente negativa de la separación, y su experiencia se ha referido a la forma universal de la subjetividad, forma estéril que Hegel definió con la igualdad Yo = Yo. ¿Qué hacer de un descubrimiento que asusta y no compensa? La mayoría se apresura a olvidarlo. Pero el niño que se ha encontrado a sí mismo en la desesperación, el furor y los celos centrará toda su vida en la meditación estática de su singularidad formal. “Me habéis echado –dirá a sus padres–, me habéis arrojado fuera de ese todo perfecto donde me perdía, me habéis condenado a la existencia separada. ¡Pues bien! Ahora reivindico esta existencia contra vosotros. Más adelante, cuando queráis atraerme y absorberme de nuevo, ya no será posible, pues he adquirido conciencia de mí en oposición y contra todos...” Y a los que lo persiguen, a los camaradas de colegio, a los bribones de la calle: “Soy distinto. Distinto de todos vosotros que me hacéis padecer. Podéis perseguirme en mi carne, no en mi alteridad...” En esta afirmación hay reivindicación y desafío. Distinto: fuera de alcance porque es distinto, casi vengado ya. Se prefiere a todo porque todo lo abandona. Pero esta preferencia, acto defensivo ante todo, es también, bajo cierto aspecto, una ascesis porque pone al niño en presencia de la pura conciencia de sí mismo. Elección heroica y vindicativa de lo abstracto, desprendimiento desesperado, renuncia y afirmación a la vez, tiene un nombre: es el orgullo. El orgullo estoico, el orgullo metafísico que no alimentan ni las distinciones sociales ni el éxito ni ninguna superioridad reconocida, en fin, nada de este mundo, sino que se presenta como un acontecimiento absoluto, una elección a priori sin motivo, y se sitúa muy por encima del terreno donde los fracasos podrían abatirlo y los éxitos sostenerlo.
Este orgullo es tan desdichado como puro, pues gira en el vacío y se nutre de sí mismo: siempre insatisfecho, siempre exasperado, se agota en el acto en que se afirma; no reposa en nada, está en el aire, pues la diferencia en que se funda es una forma vacía y universal. Sin embargo, el niño quiere gozar de su diferencia; quiere sentirse diferente de su hermano, como siente a su hermano diferente de su padre: sueña con una unicidad perceptible por la vista, por el tacto y que nos colme como un sonido puro colma el oído. Su pura diferencia formal le parece símbolo de una singularidad más profunda, que constituye una unidad con lo que él es. Se inclina sobre sí mismo, intenta sorprender su imagen en ese río gris y tranquilo que fluye a una velocidad siempre igual, espía sus deseos y sus cóleras para sorprender ese fondo secreto que es su naturaleza. Y por esa atención que aplica sin descanso al fluir de sus humores, comienza a convertirse para nosotros en Charles Baudelaire.
La actitud original de Baudelaire es la de un hombre inclinado. Inclinado sobre sí, como Narciso. No hay en él conciencia inmediata que una mirada punzante no traspase. Para nosotros, basta ver el árbol o la casa; totalmente absorbidos en su contemplación, nos olvidamos de nosotros mismos. Baudelaire es el hombre que jamás se olvida. Se mira ver; mira para verse mirar; contempla su conciencia del árbol, de la casa, y las cosas sólo se le aparecen a través de ella, más pálidas, más pequeñas, menos conmovedoras, como si las viera a través de un anteojo. No se muestran unas a otras como la flecha señala el camino, como el indicador marca la página, y el espíritu de Baudelaire nunca se pierde en ese dédalo. Su misión inmediata, por el contrario, es la de remitir la conciencia a sí misma. “¡Qué importa –escribe– lo que puede ser la realidad situada fuera de mí, si me ha ayudado a vivir, a sentir que soy y lo que soy!” Y aun en su arte, su preocupación será mostrarlas sólo a través de un espesor de conciencia humana, puesto que dirá en El arte filosófico: “¿Qué es el arte puro para la conciencia moderna? Es crear una magia sugestiva que contenga a la vez el objeto y el sujeto, el mundo exterior al artista y el artista mismo”. De suerte que muy bien podría firmar un Discurso sobre la poca realidad de ese mundo exterior. Pretextos, reflejos, pantallas, los objetos jamás valen por sí mismos y no tienen otra misión que la de darle la oportunidad de contemplarse mientras los ve.
Hay una distancia original de Baudelaire al mundo que no es la nuestra; entre los objetos y él se inserta siempre una translucidez un poco húmeda, quizá demasiado adorante, como el temblor del aire cálido en verano. Y esta conciencia observa, espiada, que se siente observada mientras realiza sus operaciones habituales, pierde al mismo tiempo su naturalidad, como el niño que juega bajo la mirada de los adultos. Esa “naturalidad” que Baudelaire tanto odió y tanto echó de menos no existe en él en absoluto: todo es falso porque todo está vigilado; el más mínimo humor, el más débil deseo nacen mirados, descifrados. Y recordando un poco el sentido que Hegel da a la palabra inmediato, se comprenderá que la singularidad profunda de Baudelaire consiste en que es el hombre sin inmediatez.
Pero si esta singularidad vale para nosotros, que lo vemos desde fuera, a él, que se mira desde dentro, se le escapa por completo. Buscaba su naturaleza, es decir, su carácter y su ser; pero sólo asiste al largo desfile monótono de sus estados. Esto lo exaspera: ve tan bien lo que constituye la singularidad del general Aupick o de su madre, ¿cómo no tiene el goce íntimo de su propia originalidad? Porque es víctima de una ilusión muy natural, según la cual el interior de un hombre se calcaría sobre su exterior. Y no es así: esa cualidad distintiva que lo destaca para los demás no tiene nombre en su lenguaje interior, él no la experimenta, no la conoce. ¿Puede sentirse espiritual, vulgar o distinguido? ¿Puede siquiera verificar la vivacidad y el alcance de su inteligencia? Esta no tiene otros límites que sí misma, y a menos que una droga precipite por un momento el curso de sus pensamientos, está tan acostumbrado a su ritmo, carece hasta tal punto de términos de comparación, que no podría apreciar la velocidad de su transcurso. En cuanto al detalle de sus ideas y de sus afectos, presentidos, reconocidos aun antes de que aparezcan, transparentes de parte a parte, tienen para él la apariencia de lo “ya visto”, de lo “demasiado conocido”, una familiaridad inodora, un sabor de reminiscencia. Está lleno de sí mismo, desborda, pero ese “sí mismo” sólo es un humor insulso y vidrioso, privado de consistencia, de resistencia, que no puede juzgar ni observar, sin sombras ni luces, una conciencia parlanchina que se habla a sí misma en largos cuchicheos sin que jamás sea posible acelerar el relato. Está demasiado adherido a sí mismo para conducirse y menos para verse; se ve demasiado para hundirse del todo y perderse en una adhesión muda a su propia vida.
Aquí comienza el drama baudelairiano: imaginemos al mirlo blanco ciego –pues la claridad reflexiva demasiado grande equivale a la ceguera–. Lo obsesiona la idea de cierta blancura extendida por sus alas, que todos los mirlos ven, de la que todos los mirlos le hablan, y que él es el único en ignorar, La famosa lucidez de Baudelaire sólo es un esfuerzo de recuperación. Se trata de recobrarse y –como la vista es apropiación– de verse. Pero para verse habría que ser dos. Baudelaire ve sus manos y sus brazos, porque el ojo es distinto de la mano, pero el ojo no puede verse a sí mismo: se siente, se vive, no puede tomar la distancia necesaria para apreciarse. En vano exclama en Les fleurs du mal:

Intimidad sombría y límpida
de un corazón convertido en su espejo

Esta “intimidad” no bien esbozada se desvanece: sólo queda una cabeza. El esfuerzo de Baudelaire consistirá en llevar al extremo este esbozo abortado de dualidad que es la conciencia reflexiva. Si es lúcido, originariamente, no lo es para darse exacta cuenta de sus faltas, sino para ser dos. Y si quiere ser dos es para realizar en esa pareja la posesión final del Yo por el Yo. Exasperará, pues, su lucidez: sólo era su propio testigo; intentará convertirse en su propio verdugo: el Heautontimoroumenos. Pues la tortura engendra una pareja estrechamente unida en la cual el verdugo se adueña de la víctima. Puesto que no ha logrado verse, por lo menos se hurgará como el cuchillo hurga en la herida, con la esperanza de alcanzar esas “soledades profundas” que constituyen su verdadera naturaleza.

Soy la herida y el cuchillo,
la víctima y el verdugo.

De este modo los suplicios que se inflige remedan la posesión: tienden a engendrar una carne bajo sus dedos, su propia carne, para que en el dolor se reconozca suya. Hacer sufrir es poseer y crear, tanto como destruir. El lazo que une mutuamente a la víctima y al inquisidor es sexual. Pero en vano intenta trasladar a su vida íntima esa relación que sólo tiene sentido entre personas distintas, transformar en cuchillo la conciencia reflexiva, en herida la conciencia refleja, en cierta manera, son una sola cosa; uno no puede amarse, ni odiarse, ni torturarse a sí mismo; víctima y verdugo se desvanecen en la indistinción total cuando mediante un solo y mismo acto voluntario, la una reclama y el otro inflige el dolor. Por un movimiento inverso, pero que conspira en el mismo sentido, Baudelaire querrá hacerse solapado cómplice de su conciencia refleja contra su conciencia reflexiva: cuando cesa de martirizarse es porque trata de asombrarse a sí mismo. Fingirá una espontaneidad desconcertante, simulará abandonarse a los impulsos más gratuitos para erguirse de improviso frente a su propia mirada, como un objeto opaco e imprevisible, en una palabra como Otro distinto de sí mismo. Si lo consiguiera, la mitad de la tarea estaría cumplida: podría gozar de sí. Pero aun aquí sólo es uno con aquel a quien quiere sorprender. Es poco decir que adivina su proyecto antes de concebirlo: prevé y mide su sorpresa, corre tras su propio asombro sin alcanzarlo nunca. Baudelaire es el hombre que ha elegido verse como si fuera otro, su vida no es sino la historia de este fracaso.

Este retrato está incluido en Los escritores de los escritores
Selección e introducciones de Luis Chitarroni
(Editorial El Ateneo).

6/7/10

Adorno

“Porque alguna vez el hombre vivió en el paraíso, aunque haya sido un sueño, puede aspirar a volver a vivir en el paraíso”.
              
                  
                             
               

5/7/10

Ese artista increíble llamado Hugo del Carril

Heiner Müller, intereses y necesidades

"Hay una contradicción entre los intereses del público y las necesidades del público. Lo que le interesa no es lo que necesita; y lo que necesita, no le interesa."
                               
                      
                      

Diez impresiones (breves) luego de la derrota

Por Pablo Lettieri

1.
El sueño terminó. Perdimos. Y perdimos por goleada, fuimos ampliamente superados (¿humillados?) en todas líneas por un equipo que dominó durante todo el partido, salvo los primeros veinte minutos del segundo tiempo.

2.
Tal vez haya llegado por fin la hora de asumir que, en la actualidad, el lugar que ocupa la Argentina en el concierto del fútbol mundial sea simplemente el que arrojó nuestra actuación en Sudáfrica: entre los ocho o diez mejores, con posibilidades de llegar a cuartos pero no mucho más de allí.

3.
El de Alemania es un equipo soberbio. En su debut aplastó a Australia 4 a 0 (pero claro, era Australia), luego perdió inexplicablemente con Serbia 1 a 0 (y no mereció perder), venció 1 a 0 a Ghana (pero ambos se sabían clasificados en el entretiempo) y goleó a Inglaterra 4 a 1 (más allá del increíble gol anulado que tal vez hubiera cambiado la historia, o tal vez no). A la potencia que la caracteriza, Alemania suma ahora lo que percibió todo el mundo: tiene una delantera (conformada en su mayoría por jugadores extranjeros) que tocan como sudamericanos. No perdimos con cualquiera, perdimos con una verdadera potencia. Eso no quiere decir, claro, que la tibia España les gane y los condene a pelear el tercer puesto.

4.
Argentina cuenta con un puñado de jugadores que integran los más importantes equipos del mundo porque se cuentan entre los mejores del mundo: Messi, Tévez, Milito (¡que no jugó!), Higuaín, Mascherano... No sigo mucho los partidos de la Bundesliga, pero me dicen que Klose, nuestro verdugo, ni siquiera es titular en su equipo (Bayern Munich) y en el último campeonato apenas marcó un gol. Sólo para volver a confirmar la obviedad que los grandes nombres no conciben, por sí solos, grandes equipos. Por eso parece poco importante buscar un chivo expiatorio entre nuestros jugadores.

5.
Hasta el sábado, no se escucharon demasiadas críticas hacia Maradona y su forma de armar el equipo. Luego de las penurias para clasificarnos, durante la primera ronda el entusiasmo embargó a casi todo el mundo (incluyendo a aquellos periodistas que la tienen más adentro que nunca), y sólo se destacó la inexperiencia de Diego como técnico, algo que nunca fue una novedad. Así que ahora sería bueno que nos abstuviéramos de caerle a Diego. Como así también dejar de prestar atención a los mala leche de siempre, para reflexionar seriamente acerca del futuro de nuestra selección, que el año próximo juega la Copa América como local.

6.
No sé si quedó claro: la actitud de la mayoría del periodismo deportivo es la de siempre: miserable y mediocre (como ellos). Tal vez sea una exageración, pero su existencia es más perjudicial para el fútbol argentino que las barras bravas, la mafia de la AFA y las demás lacras que ensucian el mundo futbolero.

7.
¿Reemplazar a Maradona? ¿Por quién? El único que podría ocupar ese lugar es Bianchi quien, a estas alturas, ya renunció a esa candidatura tantas veces como el Lole a la de presidente. Dicen que Bianchi sólo asumirá el día que Grondona ya no sea titular de la AFA, fecha tan incierta como aquella que festeja el día del guardavallas.

8.
Durante los partidos del Mundial --y ya antes, durante las eliminatorias—descubrí que, más que nada, deseaba que a la Argentina le fuera bien por Maradona. Ya se ha dicho antes y mejor: Diego representa el gran relato argentino.

9.
Tal vez se trate sólo de una sensación personal y, aunque también es prematuro como para afirmarlo con seguridad, me parece que esta vez los argentinos asimilamos la derrota de una manera diferente a las anteriores. Con tristeza, pero sin el exitismo ni el desmesurado tremendismo del pasado. Que muchos hayan ido a recibir a los jugadores luego de una derrota tan dura como la del sábado pasado, es sin dudas una buena señal.

10.
Una última, también personal: ¿cómo puede ser que el fútbol siga provocando tanta emoción, alegría, angustia, ansiedad y tristeza, entre otros sentimientos, a un tipo de cuarenta y tantos con preocupaciones verdaderamente elementales? En relación con esto, siempre recuerdo lo que dice el escritor Juan Sasturain: “El fútbol no es algo importante. Pero no es importante que no sea importante”.


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