Larry Fink es considerado uno de los grandes fotógrafos sociales del siglo XX. Pero no un “fotógrafo social” en el sentido de retratista indolente de los ricos y famosos, sino en el de un profesional que rompe con los discursos ideológicos tradicionales manteniendo un fuerte compromiso con la izquierda.
Cabe entonces la pregunta: ¿Cómo es que no saca fotos a los homeless o los indocumentados en vez de dedicarse a recorrer la noche más exclusiva? “Yo era uno de esos socialistas que tenían la ilusión deque otro mundo se avecinaba, entonces sentía como mi deber hacer una crónica de aquel que iba a desaparecer, explica Fink respecto de Black Tie, una de sus series más celebradas, sobre los hombres de smoking en los bailes de beneficencia de los museos neoyorquinos.
Larry Fink nació en Nueva York en 1941, hijo de profesionales judíos de clase media, activistas políticos progresistas que apoyaron –sobre todo Sylvia, su madre– las inquietudes artísticas que tuvo desde pequeño.
A pesar de ello, el joven Larry abandonó la universidad donde estaba estudiando arte y, en 1958 y fiel al espíritu de la época, se unió a un grupo de poetas, ladronzuelos y drogadictos que vivían en un sótano en Greenwich Village. De ese entonces son sus primeros trabajos conocidos que juguetean con un pictorialismo bohemio y romántico, y que le dieron la fama de “el Jack Kerouac de la fotografía”.
Más adelante, cuando a instancias de su madre empezó a tomar clases particulares con Lisette Model –tutora de Diane Arbus y con quien militaba contra el macartismo– su estilo empezó a tener el sabor surrealista de la fotografía europea de la década del ’30. Desde entonces, fuese retratando la vida en la pasarela (como quedó en evidencia en su libro Runway de 2000), en sus célebres fiestas, en las fotos de boxeadores que le encomendaron para revistas o en las imágenes de sus vecinos granjeros de la zona rural de Pennsylvania donde vive actualmente, la obra de Fink es fácilmente reconocible por una mezcla de comentario social con una exquisita composición pictórica.
Cabe entonces la pregunta: ¿Cómo es que no saca fotos a los homeless o los indocumentados en vez de dedicarse a recorrer la noche más exclusiva? “Yo era uno de esos socialistas que tenían la ilusión deque otro mundo se avecinaba, entonces sentía como mi deber hacer una crónica de aquel que iba a desaparecer, explica Fink respecto de Black Tie, una de sus series más celebradas, sobre los hombres de smoking en los bailes de beneficencia de los museos neoyorquinos.
Larry Fink nació en Nueva York en 1941, hijo de profesionales judíos de clase media, activistas políticos progresistas que apoyaron –sobre todo Sylvia, su madre– las inquietudes artísticas que tuvo desde pequeño.
A pesar de ello, el joven Larry abandonó la universidad donde estaba estudiando arte y, en 1958 y fiel al espíritu de la época, se unió a un grupo de poetas, ladronzuelos y drogadictos que vivían en un sótano en Greenwich Village. De ese entonces son sus primeros trabajos conocidos que juguetean con un pictorialismo bohemio y romántico, y que le dieron la fama de “el Jack Kerouac de la fotografía”.
Más adelante, cuando a instancias de su madre empezó a tomar clases particulares con Lisette Model –tutora de Diane Arbus y con quien militaba contra el macartismo– su estilo empezó a tener el sabor surrealista de la fotografía europea de la década del ’30. Desde entonces, fuese retratando la vida en la pasarela (como quedó en evidencia en su libro Runway de 2000), en sus célebres fiestas, en las fotos de boxeadores que le encomendaron para revistas o en las imágenes de sus vecinos granjeros de la zona rural de Pennsylvania donde vive actualmente, la obra de Fink es fácilmente reconocible por una mezcla de comentario social con una exquisita composición pictórica.