El pibe es la historia de Mauricio Macri.
El hombre que por primera vez en la historia argentina puede hacer que la derecha llegue a la presidencia a través de una elección democrática.
Es la historia del hijo, el heredero, el delfín, de uno de los empresarios más poderosos de la historia argentina.
Es una historia de amores y odios, de mandatos y traiciones. Negocios millonarios, secuestros, divorcios escandalosos, espionaje y violencia, glamour y logias masónicas, debilidad y ambición.
La lucha permanente de un padre contra un hijo, y de un hijo contra un padre en el escenario de la política, los millones y el futbol.
El pibe es también la historia del estado paralelo en la Argentina.
Un grupo empresario protagonista del reducido grupo que tomó durante cuatro décadas las principales decisiones políticas y económicas y marcó el rumbo del país.
Es la historia de la Cossa Nostra argentina: una familia que movió los hilos de la Iglesia, la Banca, la Justicia y la Casa de Gobierno. Con su propio aparato de seguridad, sus métodos de presión y de extorsión, sus secretos y sus veleidades. Que construyó su fortuna obteniendo las mayores contrataciones del estado. Cambió las reglas económicas y financieras para licuar sus deudas y obtener más beneficios. Tomó el poder para hacerse cargo de las empresas privatizadas. Y decidió finalmente ir por el estado mismo.
Una familia y un grupo económico que se sentó a la mesa de las decisiones con Juan Perón y José López Rega, con los militares y la logia Propaganda Due, y también con los radicales y el kichnerismo. Que cogobernó durante el menemismo y la intendencia primero de Osvaldo Cacciatore y luego de Carlos Grosso. Y que ahora gobierna la ciudad de Buenos Aires y quiere gobernar el país.
El pibe es la historia de un hombre amado y boicoteado por su padre. Formado para ser el heredero de un imperio que jamás quisieron entregarle. Un niño bien en busca de su identidad. Que se refugió en Boca y la política para escapar de ese padre todopoderoso. Un inútil, según su padre. La derecha sensible, según sus publicistas. Un buen pibe, según sus amigos.
Es la historia de un momento de la Argentina en que están a punto de encontrarse el maleficio de un padre implacable; las aspiraciones de los grupos económicos que marcaron el rumbo del país durante décadas; la ambición de la derecha y la oligarquía y el sueño de El pibe. El pibe es un hombre que quiso ser un empresario exitoso, y fracasó. Que quiso ser el elegido, el primogénito, el delfín, y fue insultado y despechado. Que fue nombrado el capo, y desterrado al instante. Entonces decidió ser presidente de Boca para ser alguien en la vida. Y ahora quiere ser presidente de todos los argentinos.
Gabriela Cerruti
EL PIBE
Introducción
El hechizo se repite cada tarde, cuando el sol se hunde en el océano y Venus asoma sobre el horizonte. Entonces el agua se vuelve inmensamente turquesa y estalla en rayos rosas que se derraman sobre la arena.
Dicen los navegantes que no hay crepúsculo más bello que el del golfo de la Maddalena, en el acantilado norte de Cerdeña. Allí, donde se presumen Roma y el Vaticano del otro lado del mar, pero se vive con Sicilia a las espaldas.
Mauricio Macri mira la costa esmeralda y el horizonte fantástico. Pero sólo ve la tapa negra de hierro cerrándose sobre su cara, y sabe bien que esa transpiración en las manos no se irá con la brisa fresca de la noche. Se resiste a cerrar los ojos porque dormirse sería el castigo de volver a soñar el instante en que tuvo la certeza de la muerte. Hace tantos días que no habla, que no sabe ya si recordará las palabras. Sólo repite obsesivamente un pensamiento, el mismo que lo ayudó a mantenerse vivo durante su secuestro. Tengo que respirar, tengo que respirar, tengo que respirar.
Tiene treinta y tres años. Se sabe el nieto de Giorgio Macri, que abandonó su destino de cartero hace casi un siglo, y partió de esa Calabria que lo desafía desde el Sur para convertirse en empresario, constructor y político. Es el hijo de Franco, el hombre que construyó un imperio que él debe heredar. El que manejó durante años por igual los hilos del poder en la Argentina y en Italia, el que sentó a su mesa a militares, cardenales, jueces y presidentes. El que acordó con los gobiernos democráticos y las dictaduras militares, el que ganó fortunas en contratos con los Estados, democráticos o fascistas, de izquierda o de derecha. Y también con Licio Gelli, la Logia P2 y la Cosa Nostra italiana.
Don Franco, el hombre que hizo todo por defender la seguridad de la Familia. Que se casó con Alicia Blanco Villegas para entrar en la oligarquía argentina, y tuvo desde entonces una vida de zozobras y desdichas con mujeres que lo amaron, lo odiaron o le temieron. Y cinco hijos que pelearon, cada uno a su manera, para tratar de emularlo y sucederlo, pero huir de ese destino.
Mauricio es el primogénito, el delfín, el heredero.
El que llegó a Italia por primera vez hace ya veinte años, acompañando a su padre, para negociar con los dueños de la FIAT, o disfrutar en Cerdeña de fiestas con el Aga Khan, Sofía Loren o Silvio Berlusconi. El mismo que trató de conquistar América desde Manhattan, y fracasó; el que quedó al frente del holding familiar cuando tenía veintitrés años. El muchacho que sólo encontró algo parecido a la felicidad y la libertad gritando los goles de su equipo en una cancha de fútbol en la Ribera.
Mauricio volverá a Buenos Aires en unas semanas para hacerse cargo de la filial argentina de la FIAT. Es el presidente de SIDECO, la empresa dueña de la mayor parte de la obra pública y los servicios en el país. Pero acaba de salir de un pozo donde estuvo secuestrado veinte días, donde creyó que iba a morir. Donde se preguntó una y otra vez qué traiciones de la Familia estaba pagando. Donde descubrió que lo único que su padre decía cuidar era lo que estaba a punto de perder.
Mauricio sabe bien sobre el profundo amor y el enorme odio que puede despertar su padre. Ese hombre inmenso, que lo nombró heredero de un reino que no está dispuesto a legarle. Que le exige y lo boicotea. El mismo que construyó un mundo tan intenso que jamás permite la serenidad.
Un mundo en el que su bella y suave mujer decidió abandonarlo porque le es ajeno. Donde sus hijos seguramente crecerán alejados. Donde su mamá, Alicia, le reclama todos los días que se vuelva un hombre decente y respetable.
Mauricio quiere ser Franco, quiere ser el Capo. Darle más poder y más prestigio a la Familia. Pero también tener fama y glamour, y reconocimiento. Dejar atrás los gritos y ademanes de la Calabria profunda, abandonar los fantasmas que lo persiguen desde los pasillos recorridos por su padre para amasar su fortuna. Brillar en el mundo de la política y las finanzas internacionales. Dejar de ser un oscuro millonario para ser el establishment.
No hundirse más, asomarse, lograr salir finalmente de ese pozo en que lo encerraron sus secuestradores y que es en realidad la alquimia de su propia biografía.
Mauricio Macri sabe que si quiere un futuro diferente del que le ha sido asignado, debe trascender la Familia. Y para eso necesita ser Presidente.
El hechizo se repite cada tarde, cuando el sol se hunde en el océano y Venus asoma sobre el horizonte. Entonces el agua se vuelve inmensamente turquesa y estalla en rayos rosas que se derraman sobre la arena.
Dicen los navegantes que no hay crepúsculo más bello que el del golfo de la Maddalena, en el acantilado norte de Cerdeña. Allí, donde se presumen Roma y el Vaticano del otro lado del mar, pero se vive con Sicilia a las espaldas.
Mauricio Macri mira la costa esmeralda y el horizonte fantástico. Pero sólo ve la tapa negra de hierro cerrándose sobre su cara, y sabe bien que esa transpiración en las manos no se irá con la brisa fresca de la noche. Se resiste a cerrar los ojos porque dormirse sería el castigo de volver a soñar el instante en que tuvo la certeza de la muerte. Hace tantos días que no habla, que no sabe ya si recordará las palabras. Sólo repite obsesivamente un pensamiento, el mismo que lo ayudó a mantenerse vivo durante su secuestro. Tengo que respirar, tengo que respirar, tengo que respirar.
Tiene treinta y tres años. Se sabe el nieto de Giorgio Macri, que abandonó su destino de cartero hace casi un siglo, y partió de esa Calabria que lo desafía desde el Sur para convertirse en empresario, constructor y político. Es el hijo de Franco, el hombre que construyó un imperio que él debe heredar. El que manejó durante años por igual los hilos del poder en la Argentina y en Italia, el que sentó a su mesa a militares, cardenales, jueces y presidentes. El que acordó con los gobiernos democráticos y las dictaduras militares, el que ganó fortunas en contratos con los Estados, democráticos o fascistas, de izquierda o de derecha. Y también con Licio Gelli, la Logia P2 y la Cosa Nostra italiana.
Don Franco, el hombre que hizo todo por defender la seguridad de la Familia. Que se casó con Alicia Blanco Villegas para entrar en la oligarquía argentina, y tuvo desde entonces una vida de zozobras y desdichas con mujeres que lo amaron, lo odiaron o le temieron. Y cinco hijos que pelearon, cada uno a su manera, para tratar de emularlo y sucederlo, pero huir de ese destino.
Mauricio es el primogénito, el delfín, el heredero.
El que llegó a Italia por primera vez hace ya veinte años, acompañando a su padre, para negociar con los dueños de la FIAT, o disfrutar en Cerdeña de fiestas con el Aga Khan, Sofía Loren o Silvio Berlusconi. El mismo que trató de conquistar América desde Manhattan, y fracasó; el que quedó al frente del holding familiar cuando tenía veintitrés años. El muchacho que sólo encontró algo parecido a la felicidad y la libertad gritando los goles de su equipo en una cancha de fútbol en la Ribera.
Mauricio volverá a Buenos Aires en unas semanas para hacerse cargo de la filial argentina de la FIAT. Es el presidente de SIDECO, la empresa dueña de la mayor parte de la obra pública y los servicios en el país. Pero acaba de salir de un pozo donde estuvo secuestrado veinte días, donde creyó que iba a morir. Donde se preguntó una y otra vez qué traiciones de la Familia estaba pagando. Donde descubrió que lo único que su padre decía cuidar era lo que estaba a punto de perder.
Mauricio sabe bien sobre el profundo amor y el enorme odio que puede despertar su padre. Ese hombre inmenso, que lo nombró heredero de un reino que no está dispuesto a legarle. Que le exige y lo boicotea. El mismo que construyó un mundo tan intenso que jamás permite la serenidad.
Un mundo en el que su bella y suave mujer decidió abandonarlo porque le es ajeno. Donde sus hijos seguramente crecerán alejados. Donde su mamá, Alicia, le reclama todos los días que se vuelva un hombre decente y respetable.
Mauricio quiere ser Franco, quiere ser el Capo. Darle más poder y más prestigio a la Familia. Pero también tener fama y glamour, y reconocimiento. Dejar atrás los gritos y ademanes de la Calabria profunda, abandonar los fantasmas que lo persiguen desde los pasillos recorridos por su padre para amasar su fortuna. Brillar en el mundo de la política y las finanzas internacionales. Dejar de ser un oscuro millonario para ser el establishment.
No hundirse más, asomarse, lograr salir finalmente de ese pozo en que lo encerraron sus secuestradores y que es en realidad la alquimia de su propia biografía.
Mauricio Macri sabe que si quiere un futuro diferente del que le ha sido asignado, debe trascender la Familia. Y para eso necesita ser Presidente.