Entrevista con Jean-Louis Trintignant
Por Ariel Dilon
Hay quienes, al llegar a viejos, encuentran la lucidez de acotarse a unas pocas opciones personales. Se trata de un sereno coraje que les enseña a plantarse en ese punto panorámico en el que es mucho más corto el paisaje por venir que el que se trae a la espalda. Momento a la vez de una elección positiva y de un despojamiento supremo: adiós a lo superfluo, a lo sobreabundante, a lo innecesariamente vario. Aquí me quedo parecen decir, no como enunciación de una renuncia o un cansancio final sino, al contrario, como divisa de la tenacidad más robusta, de una pasión largamente invicta. El gran actor que es Jean-Louis Trintignant a los 79 años ha hecho una elección que anuncia definitiva. Después de sus espectáculos basados sobre poemas de Louis Aragon primero, de Guillaume Apollinaire después, y más tarde sobre los diarios de Jules Renard, se queda, como última y es de desear que muy larga compañía, con tres poetas que han sido, por varias razones y muchas décadas, sus poetas. Robert Desnos, Boris Vian, Jacques Prévert, los “tres poetas libertarios” cuyos dones ha elegido reunir en su actual espectáculo, representan para él lo mejor del siglo XX en términos de arte, pero también de humanidad.
Es difícil concebir una voz más conmovedora que la del gran imaginador Desnos, primero hijo dilecto del surrealismo, luego excomulgado por el “papa” André Breton, y siempre fiel a sí mismo, tanto cuando escribía su gran poesía ebria de mundo como cuando jugaba a las fábulas menudas, entre la ternura y el delirio, o cuando experimentaba la invención oral en un programa de radio, o cuando se enrolaba en la resistencia para combatir al nazismo y moría en el campo de concentración de Terezin el día mismo en que éste era liberado. Es improbable encontrar una fuente más singular de libertad creativa que la del novelista, dramaturgo, poeta, músico de jazz, ingeniero, traductor y Gran Sátrapa del Colegio de Patafísica, el por siempre joven Boris Vian. Y no hay que buscar demasiado, si se piensa en alguien que haya atravesado tres cuartas partes de la vida literaria francesa del siglo XX y llegado sin desgaste a convertirse en un clásico entre las vanguardias, para dar con el nombre de Jacques Prévert. Esos son los autores a los que Jean-Louis Trintignant entrega su inconfundible voz, que –pocos días antes de viajar a Buenos Aires para brindar solamente dos funciones en francés en la sala Casacuberta– atiende el teléfono desde su casa de Uzès, donde dedica su semi-retiro a la vitivinicultura.
Señor Trintignant, en la secuencia que va de Aragon, Apollinaire, Renard, a Vian, Prévert y Desnos, ¿concibe un discurso único sobre su relación con la poesía? ¿O se trata de aventuras independientes, aisladas? ¿Cuál es el vínculo entre unas y otras?
No creo que lo haya. Se trata de la poesía en los cuatro espectáculos, es decir, en los tres anteriores y en éste, dedicado a tres poetas. Pero yo no veo que exista un vínculo. Creo que hay una progresión hacia lo que más me gusta, es decir, me gustan más estos tres poetas que Aragon, incluso que Apollinaire, incluso que Jules Renard. Amo realmente a estos poetas porque son personas que piensan como… O más bien, yo pienso como ellos. Toda acción teatral es al mismo tiempo política, y en ese sentido es muy importante para mí que los tres sean libertarios, anarquistas. Los tres comparten un mismo espíritu: contra la guerra, contra las instituciones, contra los valores recibidos. Son gente que está en gran medida en contra incluso de toda acción política.
La crítica francesa ha señalado en usted una “humildad para no entrar a los codazos con los autores”, para convertirse en “un verdadero transmisor de emociones”… ¿Está de acuerdo con esa definición?
Obviamente, pero eso es lo mínimo que se puede pedir. El oficio de actor es así. Uno se ciñe, uno elige un autor e intenta sobre todo servirlo. No veo por qué sería de otro modo. Un actor es un intérprete, alguien que trabaja a partir de una cosa que ya existe. Para ser un buen intérprete es preciso borrarse por completo ante el autor. En este caso, hemos trabajado con el despojamiento más extremo: hay un músico, y hay un actor que dice los textos. No podría ser más despojado.
Por tratarse de poetas del siglo XX, existen sin duda registros de sus obras leídas por ellos mismos. ¿La audición de esos registros ha condicionado, o al contrario, diferenciado los tonos, los ritmos, los énfasis o los silencios con los que usted escancia esos versos?
Los autores no suelen decir bien sus propias obras, salvo tal vez en el caso de Boris Vian, que tenía una percepción muy aguda de la sensorialidad musical de la palabra. Cuando dicen sus obras, lo hacen a menudo de una forma enfática. Yo intento ser lo más simple posible. Tengo un puestista en este espectáculo, Gabor Rassov, que me ha dicho siempre: “Sobre todo es preciso que no digas poesía sino que cuentes historias”. De modo que lo que hago es contar historias. Cuento historias en una bella lengua, porque es poesía. Cada poema es una historia diferente, pero todas participan de un mismo espíritu, un mismo humor, una misma visión de la vida, el mismo amor por los otros.
¿Cómo dialoga la voz que dice los poemas con la música de Daniel Mille, con quien usted ya ha colaborado en anteriores espectáculos?
Hemos ensayado mucho antes de decidir que va a ir tal o cual poema. Luego se ensaya para que el músico pueda preparar mejor su música. Pero intentamos conservar un costado un tanto jazz. Es decir, que a veces podemos cortarnos, interrumpirnos, tanto él a mí como yo a él. Tenemos desde luego una guía, pero podemos escaparnos de ella. Daniel Mille es un músico de jazz y, como en el jazz, a pesar de que hay una partitura escrita, nos permitimos improvisar.
Esa disponibilidad al cambio es una consigna central para el tipo de trabajo que Trintignant disfruta: “Tengo mucho material. Debo tener unos cincuenta poemas preparados, de los cuales hago apenas treinta, muchos de ellos muy breves. Lo hemos hecho unas cuarenta veces ya, y lo cambio todo el tiempo. A veces saco algunos poemas y pongo otros. He elegido sobre todo los poemas que hablan de dos temas: el amor y la muerte. No me gustan demasiado los textos que son explícitamente políticos, a pesar de que estoy de acuerdo con las ideas políticas de los autores. Pero quiero intentar no decir sus textos políticos”.
Tal vez su carácter político se transparenta incluso cuando hablan del amor, cuando hablan de la muerte…
Así es, ellos tienen mundos e ideas que son muy singulares, incluso cuando no hablan de política. Cuando hablan de la muerte no lo hacen de una manera abrumada, triste. A menudo hablan con mucho cinismo, con mucho humor. Hay un texto de Boris Vian que dice: “Y si no está de acuerdo, siempre puede usted suicidarse”.
El espectáculo incluye también un poema de Prévert en el que un gato muestra su contrición, conmovido por una niña que llora en el funeral de un pájaro al que el depredador con bigotes ha devorado “a medias” y abandonado en agonía: “Si yo hubiera sabido que te apenaría tanto / Le dice el gato / Me lo habría comido entero / Y después te habría contado / Que lo había visto irse volando / Volar hasta el fin del mundo / Realmente eso está tan lejos / Que de allá nunca se vuelve / Habrías sentido menos pena / Tan sólo tristeza, añoranza / Nunca hay que hacer las cosas a medias”. Y Robert Desnos, en su último poema, escrito en el campo de concentración, J’ai tant rêvé de toi, le dedica a su amada Youki una despedida sublime: “Tanto he soñado contigo, tanto he caminado y conversado, tanto me acosté con tu fantasma que ya no me queda tal vez otra cosa que ser un fantasma entre los fantasmas y cien veces más sombra que la sombra que deambula y deambulará alegremente por el reloj de sol de tu vida”.
Explícitamente Trintignant desdeña la necesidad de la traducción en la que esta nota incurre en el párrafo precedente:
“He sido yo quien ha pedido venir a actuar en la Argentina. Yo sé que en la Argentina hay un gran interés por la cultura francesa y mucha gente que habla francés. Pero pienso que la poesía no debe traducirse. Es una estructura demasiado precisa para ser traducida. Así que voy a actuar en francés.”
¿Tiene usted ya la experiencia de decir estos textos ante un público no francófono?
No. Es la primera vez. Y estoy muy curioso de ver el resultado.
El actor ya tuvo otras dos breves estadías en la Argentina, en la década del 80; y en Estados Unidos hizo durante dos semanas Potestad, de Eduardo Pavlovsky, en un pequeño teatro de Los Ángeles. Hace más de veinte años se declaró cansado del cine, aunque su peculiar “retiro” haya entregado desde entonces esporádicas maravillas como su personaje del viejo misántropo en Rouge, de Kieslowski. Con el cine, precisamente tiene que ver esta nueva visita.
“Voy a hacer una película en la Argentina. Al mismo tiempo, o mejor dicho, inmediatamente después del espectáculo de poesía. Voy a rodar en marzo y abril. El director se llama Santiago Otegui y ha hecho una sola película, La León. Esta se llama El instructor, y sucede en la Argentina de hoy. Es sobre dos vecinos, uno es un argentino, sindicalista de izquierda; el otro es un viejo que tiene un aspecto muy amable, por quien se siente inmediata compasión, pero que es un francés de la OAS, la “Organización del Ejército Secreto” conformada en el momento de la guerra de Argelia por gente de extrema derecha que se negaba a hacer la paz con los argelinos. Ha venido a la Argentina en la época de los coroneles –dice Trintignant, recordando involuntariamente a su personaje del juez en Z, de Costa-Gavras, donde una “dictadura de los coroneles” se enseñaba sobre un país que tanto podía ser Grecia como sobre una innominada nación sudamericana– a entrenar a las brigadas anticomunistas. La película es muy interesante. Me he encontrado varias veces con el director en Francia, y nos hemos entendido muy bien. Después voy a hacer otra película con Michael Haneke. Y luego voy a parar, y voy a hacer solamente teatro.
¿En qué difieren para usted los placeres y sinsabores del cine, de los del teatro?
En el cine somos muy numerosos, todo el elenco, el equipo, y aquí en cambio estamos solos con el público. El teatro es realmente una relación inmediata con el público, mientras que el cine es más como una “conserva”: se lo mete en una lata y luego las personas verán todas lo mismo. En el teatro no es así, la gente puede ponerse a cantar, a bailar…Yo prefiero el teatro, de lejos. Pienso que para un actor es más interesante. Es menos prestigioso, si uno no hiciera más que teatro la gente no vendría. Muchas veces vienen porque hay un actor de cine.
Después de Vian, Desnos y Prévert, ¿prepara usted poemas de otros autores?
No. Voy a continuar con Tres poetas libertarios, pero voy a buscar otras cosas, a seguir transformándolo. Quiero tener un músico más, un violoncelista. Y tengo nuevos textos. De los poemas que incluía al principio, ya no queda ni la mitad. Vamos a hacer el espectáculo en París, en octubre de 2010. Y voy a seguir cambiando. Quiero hacer este espectáculo durante algunos años más. Estoy muy viejo, será el último espectáculo que haga.
Por Ariel Dilon
Hay quienes, al llegar a viejos, encuentran la lucidez de acotarse a unas pocas opciones personales. Se trata de un sereno coraje que les enseña a plantarse en ese punto panorámico en el que es mucho más corto el paisaje por venir que el que se trae a la espalda. Momento a la vez de una elección positiva y de un despojamiento supremo: adiós a lo superfluo, a lo sobreabundante, a lo innecesariamente vario. Aquí me quedo parecen decir, no como enunciación de una renuncia o un cansancio final sino, al contrario, como divisa de la tenacidad más robusta, de una pasión largamente invicta. El gran actor que es Jean-Louis Trintignant a los 79 años ha hecho una elección que anuncia definitiva. Después de sus espectáculos basados sobre poemas de Louis Aragon primero, de Guillaume Apollinaire después, y más tarde sobre los diarios de Jules Renard, se queda, como última y es de desear que muy larga compañía, con tres poetas que han sido, por varias razones y muchas décadas, sus poetas. Robert Desnos, Boris Vian, Jacques Prévert, los “tres poetas libertarios” cuyos dones ha elegido reunir en su actual espectáculo, representan para él lo mejor del siglo XX en términos de arte, pero también de humanidad.
Es difícil concebir una voz más conmovedora que la del gran imaginador Desnos, primero hijo dilecto del surrealismo, luego excomulgado por el “papa” André Breton, y siempre fiel a sí mismo, tanto cuando escribía su gran poesía ebria de mundo como cuando jugaba a las fábulas menudas, entre la ternura y el delirio, o cuando experimentaba la invención oral en un programa de radio, o cuando se enrolaba en la resistencia para combatir al nazismo y moría en el campo de concentración de Terezin el día mismo en que éste era liberado. Es improbable encontrar una fuente más singular de libertad creativa que la del novelista, dramaturgo, poeta, músico de jazz, ingeniero, traductor y Gran Sátrapa del Colegio de Patafísica, el por siempre joven Boris Vian. Y no hay que buscar demasiado, si se piensa en alguien que haya atravesado tres cuartas partes de la vida literaria francesa del siglo XX y llegado sin desgaste a convertirse en un clásico entre las vanguardias, para dar con el nombre de Jacques Prévert. Esos son los autores a los que Jean-Louis Trintignant entrega su inconfundible voz, que –pocos días antes de viajar a Buenos Aires para brindar solamente dos funciones en francés en la sala Casacuberta– atiende el teléfono desde su casa de Uzès, donde dedica su semi-retiro a la vitivinicultura.
Señor Trintignant, en la secuencia que va de Aragon, Apollinaire, Renard, a Vian, Prévert y Desnos, ¿concibe un discurso único sobre su relación con la poesía? ¿O se trata de aventuras independientes, aisladas? ¿Cuál es el vínculo entre unas y otras?
No creo que lo haya. Se trata de la poesía en los cuatro espectáculos, es decir, en los tres anteriores y en éste, dedicado a tres poetas. Pero yo no veo que exista un vínculo. Creo que hay una progresión hacia lo que más me gusta, es decir, me gustan más estos tres poetas que Aragon, incluso que Apollinaire, incluso que Jules Renard. Amo realmente a estos poetas porque son personas que piensan como… O más bien, yo pienso como ellos. Toda acción teatral es al mismo tiempo política, y en ese sentido es muy importante para mí que los tres sean libertarios, anarquistas. Los tres comparten un mismo espíritu: contra la guerra, contra las instituciones, contra los valores recibidos. Son gente que está en gran medida en contra incluso de toda acción política.
La crítica francesa ha señalado en usted una “humildad para no entrar a los codazos con los autores”, para convertirse en “un verdadero transmisor de emociones”… ¿Está de acuerdo con esa definición?
Obviamente, pero eso es lo mínimo que se puede pedir. El oficio de actor es así. Uno se ciñe, uno elige un autor e intenta sobre todo servirlo. No veo por qué sería de otro modo. Un actor es un intérprete, alguien que trabaja a partir de una cosa que ya existe. Para ser un buen intérprete es preciso borrarse por completo ante el autor. En este caso, hemos trabajado con el despojamiento más extremo: hay un músico, y hay un actor que dice los textos. No podría ser más despojado.
Por tratarse de poetas del siglo XX, existen sin duda registros de sus obras leídas por ellos mismos. ¿La audición de esos registros ha condicionado, o al contrario, diferenciado los tonos, los ritmos, los énfasis o los silencios con los que usted escancia esos versos?
Los autores no suelen decir bien sus propias obras, salvo tal vez en el caso de Boris Vian, que tenía una percepción muy aguda de la sensorialidad musical de la palabra. Cuando dicen sus obras, lo hacen a menudo de una forma enfática. Yo intento ser lo más simple posible. Tengo un puestista en este espectáculo, Gabor Rassov, que me ha dicho siempre: “Sobre todo es preciso que no digas poesía sino que cuentes historias”. De modo que lo que hago es contar historias. Cuento historias en una bella lengua, porque es poesía. Cada poema es una historia diferente, pero todas participan de un mismo espíritu, un mismo humor, una misma visión de la vida, el mismo amor por los otros.
¿Cómo dialoga la voz que dice los poemas con la música de Daniel Mille, con quien usted ya ha colaborado en anteriores espectáculos?
Hemos ensayado mucho antes de decidir que va a ir tal o cual poema. Luego se ensaya para que el músico pueda preparar mejor su música. Pero intentamos conservar un costado un tanto jazz. Es decir, que a veces podemos cortarnos, interrumpirnos, tanto él a mí como yo a él. Tenemos desde luego una guía, pero podemos escaparnos de ella. Daniel Mille es un músico de jazz y, como en el jazz, a pesar de que hay una partitura escrita, nos permitimos improvisar.
Esa disponibilidad al cambio es una consigna central para el tipo de trabajo que Trintignant disfruta: “Tengo mucho material. Debo tener unos cincuenta poemas preparados, de los cuales hago apenas treinta, muchos de ellos muy breves. Lo hemos hecho unas cuarenta veces ya, y lo cambio todo el tiempo. A veces saco algunos poemas y pongo otros. He elegido sobre todo los poemas que hablan de dos temas: el amor y la muerte. No me gustan demasiado los textos que son explícitamente políticos, a pesar de que estoy de acuerdo con las ideas políticas de los autores. Pero quiero intentar no decir sus textos políticos”.
Tal vez su carácter político se transparenta incluso cuando hablan del amor, cuando hablan de la muerte…
Así es, ellos tienen mundos e ideas que son muy singulares, incluso cuando no hablan de política. Cuando hablan de la muerte no lo hacen de una manera abrumada, triste. A menudo hablan con mucho cinismo, con mucho humor. Hay un texto de Boris Vian que dice: “Y si no está de acuerdo, siempre puede usted suicidarse”.
El espectáculo incluye también un poema de Prévert en el que un gato muestra su contrición, conmovido por una niña que llora en el funeral de un pájaro al que el depredador con bigotes ha devorado “a medias” y abandonado en agonía: “Si yo hubiera sabido que te apenaría tanto / Le dice el gato / Me lo habría comido entero / Y después te habría contado / Que lo había visto irse volando / Volar hasta el fin del mundo / Realmente eso está tan lejos / Que de allá nunca se vuelve / Habrías sentido menos pena / Tan sólo tristeza, añoranza / Nunca hay que hacer las cosas a medias”. Y Robert Desnos, en su último poema, escrito en el campo de concentración, J’ai tant rêvé de toi, le dedica a su amada Youki una despedida sublime: “Tanto he soñado contigo, tanto he caminado y conversado, tanto me acosté con tu fantasma que ya no me queda tal vez otra cosa que ser un fantasma entre los fantasmas y cien veces más sombra que la sombra que deambula y deambulará alegremente por el reloj de sol de tu vida”.
Explícitamente Trintignant desdeña la necesidad de la traducción en la que esta nota incurre en el párrafo precedente:
“He sido yo quien ha pedido venir a actuar en la Argentina. Yo sé que en la Argentina hay un gran interés por la cultura francesa y mucha gente que habla francés. Pero pienso que la poesía no debe traducirse. Es una estructura demasiado precisa para ser traducida. Así que voy a actuar en francés.”
¿Tiene usted ya la experiencia de decir estos textos ante un público no francófono?
No. Es la primera vez. Y estoy muy curioso de ver el resultado.
El actor ya tuvo otras dos breves estadías en la Argentina, en la década del 80; y en Estados Unidos hizo durante dos semanas Potestad, de Eduardo Pavlovsky, en un pequeño teatro de Los Ángeles. Hace más de veinte años se declaró cansado del cine, aunque su peculiar “retiro” haya entregado desde entonces esporádicas maravillas como su personaje del viejo misántropo en Rouge, de Kieslowski. Con el cine, precisamente tiene que ver esta nueva visita.
“Voy a hacer una película en la Argentina. Al mismo tiempo, o mejor dicho, inmediatamente después del espectáculo de poesía. Voy a rodar en marzo y abril. El director se llama Santiago Otegui y ha hecho una sola película, La León. Esta se llama El instructor, y sucede en la Argentina de hoy. Es sobre dos vecinos, uno es un argentino, sindicalista de izquierda; el otro es un viejo que tiene un aspecto muy amable, por quien se siente inmediata compasión, pero que es un francés de la OAS, la “Organización del Ejército Secreto” conformada en el momento de la guerra de Argelia por gente de extrema derecha que se negaba a hacer la paz con los argelinos. Ha venido a la Argentina en la época de los coroneles –dice Trintignant, recordando involuntariamente a su personaje del juez en Z, de Costa-Gavras, donde una “dictadura de los coroneles” se enseñaba sobre un país que tanto podía ser Grecia como sobre una innominada nación sudamericana– a entrenar a las brigadas anticomunistas. La película es muy interesante. Me he encontrado varias veces con el director en Francia, y nos hemos entendido muy bien. Después voy a hacer otra película con Michael Haneke. Y luego voy a parar, y voy a hacer solamente teatro.
¿En qué difieren para usted los placeres y sinsabores del cine, de los del teatro?
En el cine somos muy numerosos, todo el elenco, el equipo, y aquí en cambio estamos solos con el público. El teatro es realmente una relación inmediata con el público, mientras que el cine es más como una “conserva”: se lo mete en una lata y luego las personas verán todas lo mismo. En el teatro no es así, la gente puede ponerse a cantar, a bailar…Yo prefiero el teatro, de lejos. Pienso que para un actor es más interesante. Es menos prestigioso, si uno no hiciera más que teatro la gente no vendría. Muchas veces vienen porque hay un actor de cine.
Después de Vian, Desnos y Prévert, ¿prepara usted poemas de otros autores?
No. Voy a continuar con Tres poetas libertarios, pero voy a buscar otras cosas, a seguir transformándolo. Quiero tener un músico más, un violoncelista. Y tengo nuevos textos. De los poemas que incluía al principio, ya no queda ni la mitad. Vamos a hacer el espectáculo en París, en octubre de 2010. Y voy a seguir cambiando. Quiero hacer este espectáculo durante algunos años más. Estoy muy viejo, será el último espectáculo que haga.