31/5/10

Juremos con gloria vivir

Por Eduardo Fabregat
Publicado en PAGINA 12

Ya ves, no somos ni turistas,
ni artistas de sonrisa y frac:
formamos parte de tu realidad.
Charly García, 1982

Esa escena final erizaba algo más que la piel: erizaba el alma. A las dos de la mañana del 26 de mayo de 2010, Fito Páez y un nutrido grupo de invitados –músicos, artistas, colados varios– impulsaban una vibrante versión del Himno Nacional Argentino: un océano de gente, cientos de miles de personas, inflaba el pecho y generaba un espectáculo de los que se quedan para siempre en la memoria. El Himno ya no era esa obligación de emocionarse con una marcha militar en el helado patio del colegio: de pronto ganaba un significado integral, una sensación de pertenencia como para ponerse en carne viva con ese “O juremos con gloria morir”, aun sabiendo que bueno, no es para tanto, en realidad no queremos morir sino vivir con gloria.
No lo consiguió una campaña concientizadora estatal ni una educación rígida, ni la repetición a metralleta de conceptos patrióticos que deben marcarse a fuego, ni las palabras de un educador, un progenitor, un funcionario, un cura o cualquier otro representante de alguna entidad estructuradora de lo social. Lo consiguieron los artistas.
Hubo algo especialmente valioso en los fastos del Bicentenario, algo que va más allá de toda consideración política: el relato más fuerte de la gesta argentina estuvo a cargo de un gremio que en este país fue (demasiado) a menudo perseguido y ninguneado. Como pocas veces, esta Semana de Mayo dejó más patente que nunca el peso específico de la cultura. Si el relato de octubre del ’45 tiene por protagonista al Perón de brazos alzados y las masas, el de mayo 2010 queda con la imagen de las masas y los artistas. Pavada de honor: a ver quién se atreve a discutir ahora el rol de los creadores en la fragua de una sociedad más libre, más plena, más protagonista de su destino.
Acostumbrados a desconfiar de toda bandería, los músicos que participaron del Bicentenario asumieron su rol en el festejo sin contaminarlo de politiquería: subieron y tocaron, hubo un amplísimo arco estilístico de notable calidad, y en esa demostración de fuerza cultural quedó claro que la historia de este país no puede prescindir de ellos. No se puede contar la Argentina sin contar su arte, esas expresiones que sorprenden y seducen al extranjero, que perduran en el tiempo, que dejan marcas que no borra ningún edicto, ninguna lista negra, ninguna quema de libros o persecución. La fiesta fue de todos –mal que les pese a unos cuantos avenegras que predicen el desastre a la vuelta de cada esquina– porque el pulso lo llevaron los artistas, que borran toda frontera ideológica, que hablan un lenguaje universal, sin mezquindades ni prejuicios.
No fueron sólo los músicos que subieron al escenario de la 9 de Julio, claro. Quienes recuerdan los impactos de La Organización Negra, Ar Detroy y De La Guarda sabían de antemano que los Fuerzabruta, herederos naturales de ese teatro de acción surgido en antros porteños, no iban a defraudar. La compañía que encabeza Dicki James ofreció un relato de la argentinidad que no sólo brilló por su calidad performática, sino que también escapó al acartonado discurso que varias generaciones debieron absorber de manera dogmática. Emoción, profundidad artística y enseñanza sin naftalina.
En la suculenta entrevista de Karina Micheletto que este diario publicó ayer, Fito Páez dio en el clavo con una apreciación que le costará la crítica berreta de más de un avenegra: “Esto no se podría haber dado en otra coyuntura, eso es innegable. Hay algo allí, de cómo están funcionando las cosas, que lo habilitó”. No es capricho ni kirchnerismo, basta repasar hechos no tan lejanos. En noviembre de 1991, el festival Todos Juntos por la Vida, organizado por la Fundación de Ayuda al Inmunodeficiente (Fundai), reunió a 100 mil personas en la misma 9 de Julio: la noche terminó con un saldo de noventa detenidos y doscientos heridos, robos, peleas y destrozos a autos y locales comerciales. El 28 de mayo de 1996, el festival Por Walter y por Todos, organizado por la Correpi en el Parque Rivadavia, no llegó a los titulares de los diarios honrando la memoria de Walter Bulacio, sino relatando las peleas, el saqueo a la licorería Vinfiar y la muerte del skinhead Marcelo Scala en medio de la oscuridad ordenada por Jorge “Topadora” Domínguez, último intendente de Buenos Aires. Eran encuentros planeados en nombre de nobles causas, pero el clima social los convirtió en pequeños desastres.
En un largo, inolvidable fin de semana, seis millones de personas tomaron la calle. No hubo un solo hecho de violencia. No hubo vidrieras rotas, autos volcados o trifulcas partidarias. No brotó el volcán que algunos aseguran que está latente en la sociedad. Hubo nacionalismo en el buen sentido, y una multitud de personas (no “la gente” que venden ciertos medios: personas de carne y hueso) que celebró en compañía de sus mejores aliados. Los artistas. Los creadores. Los que se pelan el culo para darnos lo mejor que tienen sin pedirnos votos a cambio. Los responsables de que nos llenemos de orgullo cuando hablamos de cultura argentina.
Ya se limpiaron las cenizas de nuestro breve carnaval: el desafío será mantener encendido el fuego.
Juremos con gloria vivir.

30/5/10

Pampita sin photoshop

Robert Mapplethorpe

Andy Warhol, 1986


Isabella Rosellini, 1988
  
William Burroughs, 1979

Por María Gainza
Publicado en RADAR

Aunque a Robert Mapplethorpe se lo conoce sobre todo por sus fotografías de hombres, su retrato exquisitamente andrógino de Patti Smith con la camisa blanca, los pantalones negros y la campera echada hacia atrás a lo Frank Sinatra para la tapa del disco Horses es un clásico. En su libro Just Kids, Patti relata cómo conoció a Mapplethorpe cuando aún no era Mapplethorpe, el fotógrafo de estudio más grande de su generación. La primera vez que lo vio estaba en un cuarto alquilado, un joven dormido arropado en luz, parecía un pastor hippie. Se volvieron amigos, amantes y feroces influencias: “Juntábamos nuestros lápices de colores y papeles y dibujábamos como salvajes, niños alados adentrándose en la noche, hasta que exhaustos caíamos en la cama”. Parecían Hansel y Gretel en un estado de delicia mutua, extáticamente inconscientes del camino que les esperaba.
No vivían exactamente en una alcantarilla pero no les sobraba nada. Iban a museos y sólo podían pagar una entrada. El que veía la muestra se la describía después al que se había quedado esperando afuera. Y todo el tiempo los dos rezaban por el alma de Mapplethorpe: “El para poder venderla, y yo para lograr salvarla”, cuenta Patti y sugiere cáusticamente que fueron las plegarias de Robert las atendidas.
Punk dandy, poeta maldito del submundo neoyorquino, Mapplethorpe se embarcó en un flirt peligroso con su obra y el dinero, pero tenía el temple, y navegando cerca de las velas de Oscar Wilde conquistó las cumbres nevadas del arte. A nivel artístico su gran logro fue darle expresión definitiva a la transformación de los derechos civiles que se había iniciado en los años sesenta, un proceso donde lesbianas, gays y transexuales peleaban por su derecho a vivir en una sociedad abierta. Pero a la vez, Mapplethorpe creó fotografías de verdad y belleza. Cuando la decadencia fashion de los ochenta que elevó su obra a alturas de lo chic menguó, curiosamente sus fotografías no se vieron afectadas. Otros estilos cayeron en desuso pero Mapplethorpe siguió más radiante que nunca demostrando que su obra es eterna aun cuando está inmersa en el momento.
Comenzó a sacar fotos en los años ’70. Al principio trabajó con Polaroids y en ellas se anticipan todos los sellos y temas de su producción: el sexo, la belleza, la celebridad, el fetichismo, la elegancia. Después del ’75, y a medida que se iba haciendo famoso gracias al mecenazgo de su amante Sam Wagstaff, Mapplethorpe se compró una Hasselblad y contrató una corte de asistentes que lo ayudaban en todo. Entonces se dedicó a crear imágenes ultracontroladas y compuestas, de factura exquisita. La muestra Eros and Order que inaugura este jueves en el Malba enfoca este período, lo que la curadora, Anne Tucker, llama “la etapa madura de su producción” y explica por qué cuando apareció Mapplethorpe en escena los fotógrafos del circuito neoyorquino se preocuparon no sólo por el tema sino también por su gusto por la belleza decididamente fuera de moda.
La belleza de la composición le dio una forma, la cultura sadomasoquista le dio su gran tema, y combinándolas expuso algo que hasta ese momento no había salido del closet. Guiado por “una sensación en el estómago” (sensación que reconoció por primera vez frente a un kiosco de revistas porno en Times Square), Mapplethorpe trabajó con espíritu minimalista para refinar sus metáforas sexuales. Creó entonces teatralizaciones de ritos sadomaso, transformó en íconos fetichistas a sus modelos negros. Y todo el tiempo eludió la idea de gratificación sexual o estética: sus fotos son demasiado elegantes para ser pornografía, demasiado ávidas para ser moda.
El artista sabía bien el revuelo que iban a producir sus imágenes pero había cierta militancia en ellas y también, por qué no, mucha ambición. Mapplethorpe genuinamente creía que los órganos masculinos era espléndidos y que tenían el mismo valor estético que una naturaleza muerta o un busto griego. Dijo: “Hice una foto de un chico metiéndose un dedo en la pija. Creo que tal como es, es una imagen perfecta porque los gestos de la mano son hermosos”. Era su forma de predicar, ya que no se engañaba y veía al mundo del arte por lo que era: otro closet chiquito del que había que salir.
Lo cierto es que Mapplethorpe no inventó el desnudo erótico, simplemente hizo más explícitas las corrientes subterráneas que la historia del arte había venido develando. El crítico Germano Celant propuso un parentesco entre sus imágenes y el manierismo flamenco. En las fotos de hombres negros las pieles exudan la pátina de esculturas de bronce. En esa idealización y en el foco casi exclusivo en la forma humana aislada, una sensibilidad clásica está en juego. Pero su alta definición, sus superficies inmaculadas, van siempre acompañadas por una mezcla de distorsión y bravura: un clasicismo artificial y exagerado que por momentos recuerda también las imágenes de Aubrey Beardsley, el gran manierista de fin de siglo XIX.
Se necesita un tiempo para ajustar el ojo a las maravillosas luces y no menos maravillosas sombras de la obra de Mapplethorpe. La luz esculpe sus flores (los órganos sexuales del mundo botánico) como si fueran un cuerpo. Las fotos de flores son especialmente llamativas por su diversidad de lecturas: “Unos ven servidumbre, otros trascendencia”, escribe la curadora. Pueden emerger retorcidas de una caja como cuerpos en un ataúd o aparecer hacinadas en espacios claustrofóbicos. Son la mirada urbana y antibucólica de la naturaleza: flores que parecen oler como un pedazo de carne podrida.
En 1989 la muestra Robert Mapplethorpe: The Perfect Moment levantó una polémica. Su serie homosexual “Portfolio X” subió la temperatura corporal de los miembros del Congreso de EE.UU. y la muestra se canceló en Washington bajo la acusación de “promover la obscenidad”. ¿Qué causaba semejante polvareda? Las imágenes de “Portfolio X” eran elegantes, malvadas, excursiones noir hacia el sadomasoquismo metafísico. Mientras existieron en circulación privada eran bellas y perturbadoras, pero no dejaban de ser artefactos clandestinos como la erótica de Delacroix. Venían de los muelles, del mundo de Fassbinder, de los malos hábitos, el lenguaje crudo, las habitaciones llenas de humo y las paredes de ladrillo a la vista. El problema es que Mapplethorpe las llevó a los muros helados de los museos y las enfrentó a las sonrisas conocedoras de los expertos. De golpe, hizo colapsar nuestras jerarquías de respuesta al sexo, al arte y a la religión.
No eran imágenes documentales que registraban los estragos de la epidemia del sida y sustentaban la idea de que la marginalidad era riesgosa. No, esas imágenes hubieran sido aceptadas. El espanto ante Mapplethorpe era que el artista se había animado a mostrar a sus protagonistas homosexuales bajo una luz hermosa, y al hacerlo, a celebrar aquel modo de vida.
El Senador Helms, que lideró la campaña contra las obras, podía ser un chupacirios pero estaba en lo correcto al ver lo que veía en la obra de Mapplethorpe. No se trataba, como intentaba subrayar el mundo del arte, de un formalismo a lo Greenberg. Había más en estas fotografías que la calidad de la luz o la perfección de las impresiones. Mapplethorpe se había convertido en el poeta de nuestros violentos deseos por saber. Y eso era lo que generaba semejante ansiedad. Los senadores entrarían y eventualmente se irían de sus oficinas, pero lo que era insoportable para ellos era el hecho de que la terrible belleza de las imágenes de Mapplethorpe aún permanecería allí cuando Helms ya no tuviera una plataforma desde donde protestar.


29/5/10

Adiós a un rebelde

Por Dennis Hopper (1936-2010)

Debería haber muerto diez veces. He pensado mucho en eso. Es un absoluto milagro que yo siga por acá.

A pesar de todas las drogas que consumí, yo fui en realidad un alcohólico. En serio: sólo tomaba cocaína para poder ponerme sobrio y seguir tomando. Mis últimos cinco años de bebida fueron una pesadilla. Me tomaba dos litros de ron, 28 cervezas por día, y tres gramos de coca para poder seguir andando. Y creía que me estaba yendo bien sólo porque no estaba arrastrándome borracho por el suelo.

Los ’60 ya casi habían terminado cuando se estrenó Easy Rider. Pero Hollywood no había asumido nunca la década, sus comunas, las drogas, el amor libre, el ácido. Todavía estaban haciendo películas como Problemas de alcoba. La gente joven dejó de ir al cine. Iban a los autocines, love-ins, en Golden Gate Park con 80 mil personas tomando ácido. Finalmente, en Easy Rider, se vieron a sí mismos. Fue un momento increíble, pero eso es todo lo que fue: un momento.

Cuando la gente se acerca quieren conocer al tipo de Easy Rider o Apocalypse Now! o Blue Velvet. Yo no soy uno de esos tipos. Eran sólo papeles. Pero si te tomás unos cuantos tragos podés convertirte en Billy o en Frank, ¿sabés?

Yo crecí en el Dust Bowl (la pradera americana llamada así en los años ’30 por las tormentas de polvo) y la primera luz que vi fue la de una sala de cine. Mi abuela llenaba su delantal de huevos y caminábamos unos cuantos kilómetros hasta Dodge City. Una vez ahí, ella vendía los huevos y comprábamos entradas para el cine.

Cuando filmé Rebelde sin causa, venía de interpretar Shakespeare en el viejo Globe Theater de San Diego. Tenía 18 años y creía que era el mejor actor del mundo. Y entonces lo vi a James Dean. Fue el mejor actor que vi jamás. Estaba tan avanzado... Yo estaba haciendo lecturas de líneas y gestos, y él vivía en el momento. Yo quería saber qué era eso que él hacía. Y me dijo: “Simplemente empezá a hacer las cosas, no las muestres. Fumá el cigarrillo, no actúes como si fumaras un cigarrillo. Tomate el trago, no hagas como que tomás el trago”. De alguna manera todo empezó ahí.

Una vez Jimmy Dean sacó una navaja y amenazó con asesinar al director. Yo imité su estilo en el arte y en la vida. Me metió en bastantes problemas.

Sam Peckinpah era un tirano. Pero cuando uno está en un set, como solía decir Henry Hathaway, “eso era charla de sobremesa, muchacho, charla de sobremesa. ¡Ahora estamos haciendo películas!”. Cuando estabas en el set, se convertía en algo diferente. Hathaway era un gran tipo para ir a cenar con él. Peckinpah también era maravilloso para pasar el rato. Pero a la hora de filmar, eran tiranos. Y ésa era la manera en que funcionaba y ésa es la manera, muy honestamente, en que debe ser. Si no les tenías respeto, eran capaces de asustarte hasta que lo tuvieras.

Cuando todavía estaba en rehabilitación, el doctor sugirió que dejara Taos y volviera a la realidad. ¿La realidad? ¿En Los Angeles?

Cuando hice Terciopelo azul acababa de salir de rehabilitación, llevaba sobrio menos de un mes. Entonces hice ese papel, y de ahí pasé a interpretar un papel de alcohólico en Hoosiers, y luego hice de dealer en River’s Edge. Esas fueron mis tres primeras películas estando sobrio. Lo llamé a David Lynch y le dije: “Hiciste lo correcto al elegirme, porque yo soy Frank Booth”.

Hacer Super Mario Bros fue una verdadera pesadilla. Cuando la vio mi hijo, que tenía 6 o 7 años, me dijo: “Papá, creo que probablemente sos un muy buen actor, pero ¿por qué interpretaste a King Koopa? Es un tipo muy malo, ¿por qué quisiste interpretarlo?” Le dije: “Bueno, para que puedas tener zapatos”. Y él me dijo: “No necesito zapatos”.

Toda mi familia fue demócrata. Yo mismo soy republicano desde Reagan. Ni siquiera me importaba mucho: no me parecía un buen actor, y no sabía qué tipo de presidente sería. Pero estaba leyendo mucho a Thomas Jefferson en su momento, y Jefferson decía que cada veinte años, si un partido se ha mantenido en el poder, es tu obligación como norteamericano votar al otro partido. Quería ver un cambio en el Congreso, y cambiamos el Congreso. Y después simplemente seguí con los republicanos. Voté por los dos Bush. Las cosas realmente empezaron a venirse abajo cuando el presidente Bush dijo que nuestra estructura financiera era fuerte. Y luego McCain volvió a decir lo mismo, por Dios.

Voté por Obama. Di vueltas un rato, hasta que eligieron a Palin. Ya no podía seguir con esta caricatura. Ahora veremos qué pasa.

Soy tan sólo un chico de clase media que creció en una granja en Dodge City, y mis abuelos sembraban trigo. Para mí la pintura, la actuación, la dirección y la fotografía eran todo parte de la experiencia de ser un artista. E hice mi dinero de esa manera. Y me divertí un poco. No ha sido una mala vida.


Teatro Colón vs. festejo en la calle

Por Artemio López
Publicado en PERFIL

La espectacular celebración del Bicentenario merece algunas consideraciones puntuales:

La sorpresa de muchos debe imputarse a la invisiblización por parte de la mayoría de los medios hegemónicos de la notable mejora de la imagen de gestión del Gobierno nacional y de la Presidenta en los últimos seis meses. Los sorprendidos, políticos, analistas, empresarios, periodistas, fueron víctimas de un microclima de aversión salvaje al oficialismo construido al calor del enfrentamiento del Gobierno con algunas de las principales corporaciones mediáticas.

La comparación que se intentó mostrar, entre la reapertura del Teatro Colón y los festejos convocados por el Gobierno, fracasó rotundamente. No sólo porque las asimetrías de las convocatorias imposibilitaron una comparación, sino fundamentalmente por el paisaje social que acompañó a cada una de ellas, que señaló con claridad las diferentes concepciones de acerca de qué es una celebración popular. Una fue un acontecimiento encapsulado en y para las élites políticas y empresarias condimentadas con un toque de farándula. La otra, una aplanadora de participación del pueblo llano, con gran nivel de interacción, bailando y cantando junto a sus artistas, hasta la propuesta de revisión de los 200 años de historia inscripta en la tradición política y cultural que el gobierno de Cristina representa y que lejos de ocultarla la hizo explícita. Sesgada, como toda visión de la historia. Pero con un sesgo a flor de piel, sin hipocresía ni ocultamientos.

La relación de odio y aversión que algunos medios construyeron en torno al vínculo entre ciudadanía y Gobierno nacional, encontró un límite en la respuesta masiva a los festejos. Puede haber mayor o menor adhesión, pero no existe el odio militante como se pretendió mostrar. Se cumplió la anticipación que hiciera Jorge Lanata antes del Bicentenario, que sorprendió a propios y extraños: hay más antikirchnerismo en los medios que entre la gente.

La contundencia de la participación popular sigue siendo muy superior a los puntos de rating. La programación de los canales privados cambió por la participación masiva. Canales de aire transmitieron exclusivamente en vivo la gala del Colón con 2.500 invitados top, ignorando que a sus espaldas millones de personas cantaban y bailaban con sus artistas populares. ¡Papelón!

El fin de la soledad. Hace un semestre, paulatina pero inexorablemente, se quebró la espiral de silencio construida por los medios hegemónicos y que hacía imposible debatir temas a los que se sienten próximos al Gobierno nacional sin temer el aislamiento. Los festejos del Bicentenario cerraron la etapa de supuesta soledad social frente a toda convocatoria del Gobierno nacional. El oficialismo no está solo, ni representa exclusivamente un núcleo duro de militantes alocados, a los que peyorativamente Felipe Solá, por citar un caso reciente, denominó “minoría en expansión”.

La vitalidad de la convocatoria dio encarnadura social a la persistencia del kirchnerismo como actor político central de cara a las elecciones de 2011, como primera minoría electoral, condición que nunca perdió, ni siquiera en el valle de junio de 2009, cuando obtuvo el 35% de los votos con todos los indicadores sociales y económicos del país en su peor momento desde mayo de 2003. ¿Por qué no suponer que ordenando el frente externo, con un crecimiento del 6% promedio anual y 7% en el segundo semestre de este año y la Asignación Universal por Hijo, el FPV acceda al 40% en primera vuelta en las elecciones presidenciales de 2011?

El atrapamiento de la oposición política, hoy una pieza más en la estrategia de confrontación de los medios contra el oficialismo, desairada y sin reacción, cuyo punto de máxima visibilidad fue Julio Cleto Cobos, concurriendo a la reapertura parcial de un teatro, que si algo de capital político dejó fue capitalizado por su mayor competidor en el campo opositor, el jefe de Gobierno Mauricio Macri.

Cristina baila muy bien.

28/5/10

El realismo sucio-poético de Mark Ravenhill

Por Pablo Lettieri
Publicado en TEATRO

La primera escena de Shopping and fucking muestra a un personaje vomitando sobre el escenario. Esa incómoda imagen inicial es rápidamente superada por otras más perturbadoras aún: encuentros sexuales de violencia extrema, consumo de drogas duras, apelaciones frecuentes a la tortura psicológica y física. A partir de estos recursos, el británico Mark Ravenhill logró conmover la escena europea, en especial la alemana, a partir de la versión del reputado director Thomas Ostermeier. Enrolado en la corriente autodenominada In Yer Face junto con autores como Anthony Neilson, Patrick Marber o la malograda Sarah Kane, que en los noventa se propusieron “escupir en la cara” del espectador aquello que no quería ver u oír, a Ravenhill se lo considera un autor “explícito”. Al punto de que los teatros tuvieran que advertir al espectador con la consabida cláusula: “contiene escenas pueden herir la sensibilidad”. Pero más allá de la crudeza visual –y también verbal– que exhiben sus obras, de la sordidez del entorno, de la degradación moral en la que están irremediablemente prisioneras sus criaturas, éstas nunca renuncian a sus sueños. Por muy hundidos que se encuentren en un contexto donde la violencia aparece como el único vehículo para conmover cuerpos anestesiados por el consumo exacerbado, sus seres no abandonan la voluntad por enfrentarse sin complacencias a las grandes preguntas sobre el amor, el sexo o la muerte. Esas señas de identidad dramáticas otorgan al teatro de Ravenhill un registro poético superador de la tan promocionada trasgresión a la que invitan sus violentas ficciones escénicas.

Shopping and fucking y otras piezas teatrales
Mark Ravenhill. Traducción de Gastón Sironi. Estudio crítico de Cipriano Argüello Pitt. Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2009, 304 páginas.

Fuenteovejuna lo hizo

Por Sonia Tessa
Publicado en PAGINA 12

Como la historia de Fuenteovejuna, pero de signo contrario, un pueblo o, al menos, una buena parte de General Villegas se levantó y marchó para reclamar injusticia para los culpables de abuso sexual y de distribución de pornografía y escarnio. Según los reclamos de la gente, la víctima del abuso era en realidad una perdida, una plaga, y los muchachos, que sólo querían divertirse, apenas la punta más visible de un iceberg formado por muchos otros señores de buen nombre que no están en ese video, de casualidad.

Al llegar a General Villegas, un cartel advierte que es la ciudad del escritor Manuel Puig. Al lado nomás, contrasta el santuario de una virgen. Típica localidad del norte de la provincia de Buenos Aires, de 20 mil habitantes, frente a la plaza principal confluyen –no podía ser de otro modo– la municipalidad, la iglesia, la comisaría, el banco y uno de los tres clubes del pueblo. Frente a esa plaza vive también Luis Tomás Correa, el abogado de la familia de la adolescente (ahora de 15 años) abusada por tres hombres del pueblo. Es él quien señala la figura de prócer en el medio de la plaza: Conrado Villegas. “Fue un mercenario contratado por Julio Argentino Roca para exterminar a la población indígena de la zona. No deja de tener una connotación bastante fuerte”, dice el profesional. Alrededor de esa estatua, el jueves 12 de mayo se reunieron unas 250 personas, en su mayoría mujeres, para defender a los abusadores Mariano Piñero, 29 años, apodado “Papa Frita”; José María “El Potro” Narpe, 28 años, y Mario Magallanes, de 24. Durante las horas transcurridas en ese lugar, la sensación es penetrante: se trata del mundo del revés, donde muchos adultos hacen responsable a una niña de 14 años de atrocidades que deberán pagar con la cárcel tres “pobres muchachos”. Se rumorea o se dice en voz alta: la culpable es ella. Y el juez de garantías Gerardo Palacios Córdoba, de Trenque Lauquen, también revictimizó a la niña, al aceptar sólo la denuncia por “corrupción de menores”, en lugar del abuso sexual agravado. Recién el miércoles pasado la Cámara rechazó el pedido de eximición de prisión interpuesto por la defensa de los acusados.
“Es muy difícil explicarle a la gente lo que pasa en esta ciudad”, confiesa Correa. La mañana del viernes posterior a la marcha apologética, en el pueblo reinó el estupor. Les dolió verse reflejados en los medios de comunicación porteños como defensores de violadores. Ya en los ’70, Manuel Puig habló de “la vigencia total del machismo. Allí estaba aceptado que debían existir fuertes y débiles. Y lo que daba el prestigio era tener la prepotencia”.
Y aunque todo sea inexplicable, desde ese día los habitantes de General Villegas están abocados a dar explicaciones. Todas las voces parecen fundirse en una única voz. “La piba es replaga”, dice Lorena, periodista del diario Actualidad. Lo mismo Jorge Arias, jefe de redacción, que argumenta a favor de la marcha: “Es como un árbol de mandarinas –ejemplifica–. De golpe, estos tres muchachos se preguntan cómo que estaba prohibido, si todos comíamos de ese árbol, y nunca había problemas”. El abuso como una práctica naturalizada. Lo que irrumpe, lo que rompe el orden establecido es que sea denunciado.
La historia de cómo el abuso llegó a la Justicia también es reveladora. Durante meses, el video donde los tres hombres aparecen riéndose mientras abusan de la víctima circuló por los teléfonos celulares del pueblo. Hasta que el padre de otra adolescente lo llevó a la comisaría de General Villegas, y allí comenzó una causa por distribución de pornografía. Hasta entonces, todos encontraban en el video una fuente de entretenimiento. La psicóloga especialista en el tema Eva Giberti definió el miércoles 19, en la contratapa de este diario, como “perpetradores periféricos” tanto a quienes se divierten con la visión de las imágenes como a los defensores públicos de los abusadores.
En ese sentido, la Coalición Argentina contra la Trata y Tráfico de Personas, perteneciente a la Red NO a la Trata, expresó que “es una regla básica del derecho y del sentido común que la víctima debe ser escuchada y en principio su relato creído. En modo alguno quienes han sido víctimas pueden ser culpabilizadas, las mayores que han sufrido delitos sexuales no pueden ser culpabilizadas por su forma de vestir, bailar, hablar, relacionarse, etc., y si son menores no tienen la madurez ni la preparación para consentir, por lo tanto no pueden ser responsabilizadas. Los infantes y adolescentes no son adultos/as pequeños”, dice el comunicado de la Coalición.
Pero todo está dado vuelta en General Villegas, y lo estaba antes de la aparición del video, sólo que esas imágenes lo pusieron al descubierto. Cuando los padres de la víctima se enteraron de la existencia del video –que algunos medios llaman “porno”, en otra inversión de responsabilidades– fueron a ver a Correa, que enseguida inició la causa como correspondía. La mamá de la chica, Blanca, declaró luego su desazón porque el video haya circulado durante tantos meses sin que nadie se lo hiciera saber a ellos.
Justamente, una de las operaciones de justificación consistió en echar un manto de sospecha sobre la familia, compuesta por el papá, la mamá y cinco hijos. Que la niña se había fugado con un camionero hace dos años y los padres no hicieron nada fue una de las tantas acusaciones escuchadas en el pueblo, en una curiosa inversión de la carga de la prueba. Las víctimas deben salir a demostrar que lo son. Para la psicóloga Bettina Calvi, autora del libro Abuso sexual en la infancia, “hay una culpabilización. Funciona este argumento de que algo habrá hecho esta piba, y también que vive en una familia disfuncional, otro argumento muy usado cuando se quiere correr la idea del abuso”. La especialista recuerda el caso del profesor Fernando Melo Pacheco, en un jardín de infantes de Mar del Plata. “Para liberar de culpa al acusado, y como no se podía negar el abuso, los peritos contratados por él decían que los chicos habían sido abusados, pero en sus familias. Si se pone en tela de juicio a la familia, todo lo que de allí venga no será creíble”, apuntó Calvi. Es decir, así se deslegitima a los denunciantes.
En cambio, a los tres abusadores, el periodista los califica de “boludos” por haber sido atrapados cometiendo el abuso, les cuestiona que se filmaran y lo hicieran circular, que hayan sido atrapados. Lo que sí se pone en tela de juicio son las afirmaciones de la víctima. Dos días antes de la marcha, la chica fue clara durante su declaración en cámara Gesell, un mecanismo ideado para proteger a las víctimas y asegurarse una declaración sin presiones. La adolescente tiene 15 años, tenía 14 cuando ocurrió el abuso. Dijo que había sido presionada, y amenazada para no hablar. Para el fiscal Fabio Arcomano, el relato de la chica fue –por si hiciera falta aclararlo– “consistente”. Sin embargo, un pedido de eximición de prisión que interpuso el abogado defensor de los tres agresores, Jorge Dispuro, demoró la detención.
Lo que diga la ley no importó en General Villegas. “El es hombre, qué le voy a hacer. No quiero hablar, me arrepentí de haber hablado”, es lo primero que afirma la mujer de Piñero. En la marcha, salió en defensa de su marido en los canales de televisión de Capital Federal. Al día siguiente, ella se refugió en la casa de la madre, en el Fonavi 1 de Villegas, en el otro extremo del pueblo, que puede recorrerse por la calle San Martín, con 25 cuadras de extensión. “¿Pero no estás enojada con él?” La respuesta suena cínica: “Sí, me enojé pero ya está. No hubo violación, si fuera así la violó todo el pueblo. Ella se les anda regalando a todos y él es hombre”, dice esta mujer joven, de menos de 30 años, que tiene dos hijos.
Justamente, la psicóloga clínica María Luisa Lerer, histórica luchadora por los derechos de las mujeres, consideró que “las esposas de los perpetradores están enfermas de androcentrismo, de machismo, no saben quiénes son, se definen como las esposas de...”. La profesional se refirió a los prejuicios que se pusieron en evidencia con lo sucedido. “‘Y si te provocan, lo hacés, lo hacés’, repetía una y otra vez desde la pantalla de la televisión uno de los muchachos machistas de Villegas. Sigue vigente aquel pensamiento que indica que si la violó, ella lo provocó, ella se la buscó. Me dejó perpleja el pueblo de Villegas defendiendo a los abusadores. Y la Justicia ciega, sorda y muda que los deja en libertad”, apuntó Lerer, que expresó su amargura. “Cuesta aceptar que aquí, en la Argentina, en el siglo 21, haya tantas mujeres y varones colonizados por el patriarcado, tanto como en el siglo 12, con indiferencia y violencia hacia las mujeres. Recordamos que las mujeres en el siglo 6 no teníamos alma, y parece que se sigue pensando lo mismo”, agregó.
En la marcha eran casi todas mujeres. ¿Por qué fueron ellas las que salieron en defensa de los agresores? “Estas mujeres representan lo más duro del estereotipo patriarcal, porque hace absolutamente visible los prejuicios en relación con las mujeres y con las niñas, y esta idea de que el varón es intocable y nunca puede ser culpable, y que una agresión sexual no es un delito. Ella culpabiliza a la niña, la pone en el lugar de la culpa, sin interrogarse en relación con la culpabilidad de estos hombres. Una podría arriesgar incluso que sostienen que los hombres tienen sus diversiones, sus necesidades biológicas, y esta chica los provocaba”, apunta Calvi, y considera “un error creer que ese discurso está superado, que está perimido, porque está superado en ciertos sectores pero evidentemente en otros no”.
Justamente, Lerer apunta su tristeza. “Esto a las feministas históricas nos pone bastante tristes, porque hasta el momento no hemos llegado a los objetivos que pretendíamos. Tendríamos que habernos despertado mucho antes. Yo critico a todas las mujeres con conciencia de género que no buscamos la forma de irnos hasta General Villegas. Aparte de lo teórico, está la acción. Y Villegas nos muestra que en muchos pueblos del interior del país siguen pensando que la mujer, o en este caso la niña, algo habrá hecho.”
Sobre los abusadores, en el pueblo se subraya que no son personas adineradas. Narpe era empleado municipal, Piñero trabajaba en la cerealera Aca y Magallanes es peón rural. “Hay que esperar la respuesta del juez, si para ellos hay 20 años, que también haya para los ricos. Hay un montón de videos”, afirma un vecino de Piñero, aunque aclara que no tiene ninguna relación con él. Y para defender a los abusadores, algunos habitantes de Villegas dejan al descubierto que les molesta mucho más la difusión que lo ocurrido. “Los medios son una mafia”, defienden el espíritu de cuerpo en una calle, muy cerca de la casa de la víctima.
Está claro que ningún medio de comunicación de la Capital Federal dudó en encuadrar esta situación como lo que es: un delito sexual, la agresión contra una adolescente. Y eso significa un avance con respecto a pocos años atrás, pero en muchas discusiones y mesas de café –y no sólo de General Villegas–, no falta el que aparezca con un “pero la chica...”. La ley es clara. El artículo 119 del Código Penal plantea la pena para abuso sexual y establece que será sancionado con penas de 8 a 20 años de prisión, depende de los agravantes. Uno de ellos está claramente planteado en el inciso d: “Dos o más personas o con uso de armas”.
Después, cuando ha pasado una semana de la manifestación apologética, las organizaciones intermedias de la zona salen con el documento Villegas en Unidad, que firma una gran cantidad de instituciones intermedias. “Como ciudadanos responsables consideramos que debemos tomar partido por la ley, no convertirnos en jueces, ni investigadores, porque para eso tenemos un sistema de justicia”. Y aclara el principio de su descontento. “Como parte de esta ciudad, no podemos permitir que se simplifique la visión de nuestra comunidad en aberraciones falaces que detestamos”, afirman. Dicen que los afecta “cualquier opinión que generalice hechos repudiables como comunes”.
Ese documento habla de “una comunidad y sus familias en riesgo” por aquello que reflejan los medios de comunicación. No se entiende cuál es el lugar de la sexualidad en la vida cotidiana. ¿Existe educación sexual en General Villegas? La inspectora de la modalidad de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social, Natalia Inestal, aclara que no hablará por sí misma, sino por el cuerpo de inspectores zonal, y que no se referirá a esta niña en particular. “Dentro del diseño curricular de la provincia de Buenos Aires, está estipulado en varias áreas de la educación secundaria los contenidos para trabajar educación sexual, desde un enfoque integral, no sólo lo biológico, sino también género y cultura. Hay un programa nacional nuevo”, explica, y también afirma que “el Equipo Distrital de Infancia y Adolescencia también estuvo desarrollando un proyecto de educación sexual integral. Estábamos iniciándolo, para empezar a trabajarlo más formalmente con los directores de todo el distrito de educación secundaria. Se iba a bajar a todos los directores, para trabajarlo con los profesores y los alumnos. Lo vamos a iniciar en junio”. Lamenta que “justo” haya ocurrido esto.
La adolescente en cuestión lo único que atinó a decir ante un medio de comunicación fue que esperaba que esto se terminara pronto. Salvo los días de mayor acoso mediático, siguió yendo a la escuela y es buena alumna. Aunque Inestal se niega a hablar de ella, aclara que su equipo “hace la contención. Siempre trabajamos en la ley de promoción y protección de los derechos de los niños. Trabajamos desde la inclusión”.
En la puerta de la escuela, el Colegio Nacional número 7 de General Villegas, una secretaria se excusó de hablar, pero no se privó de dar crédito a las habladurías del pueblo. “Lo que se dice, por algo se dice”, afirmó. En el consejo escolar, la persona que atiende la emprendió contra los padres de la niña. “Ellos no sabían por qué la chica siempre tenía tantas cosas nuevas, zapatillas nuevas, celular, cómo no les llamaba la atención. Todo el mundo lo dice”, afirmó, aunque admitió que todo se dijo y se supo después de la difusión del video y la denuncia judicial.
En el horario de salida de la escuela, en la puerta, dos profesoras eligen el silencio. Se retiran, con excusas, y sólo habla un profesor de educación física, apurado por irse. De todos modos, dice lo suyo. “Yo vi el video, eso no es violación. Todos lo saben”, reproduce el docente.
Las expresiones parecen calcadas. Sólo un hombre, un trabajador, afirmó, casi a la entrada del pueblo, que “jamás hubiera ido a esa marcha. Es una falta de respeto a esa chica”. Lo demás parece unánime. Prima el espíritu de cuerpo.
El que desafía más abiertamente ese espíritu es el abogado, Correa. “Es realmente alarmante que haya habido más de cinco personas en la marcha”, indicó el profesional, en su estudio, donde lo llamaron los medios de comunicación de todo el país. “Es una verdadera degradación del respeto por el otro”, indica indignado. Recuerda la Inquisición, cuando las mujeres eran quemadas por herejes.
No hace falta, al menos en este suplemento, subrayar la falacia del argumento de un supuesto consentimiento. Pero el abogado, por las dudas, lo hace. “Está viciado desde el mismo momento en que la chica entra a la casa y se encuentra con dos personas que no conocía. Ahí pierde el control. Los agresores están llevando la situación a una amenaza del mismo tenor que usar un arma”, indica. Y afirma que “poner a cargo de la menor cualquier atenuante sobre la perversidad de esos sujetos es una barbaridad”.
Algo más, que dice la Red No a la Trata: “Los adultos son los responsables de sus actos y deben cuidar a los niños/as y adolescentes, y en su caso decir no, ante la posibilidad de una relación sexual con ellos/as”.
En la casa de la niña las persianas están bajas. La pizzería que tenía la familia tiene un pequeño cartel de papel que dice “se alquila”. El patio que oficia también de garaje está desierto, y el ingreso tapado con una media sombra verde. El papá de la víctima no quiso hablar. “A usted cómo le parece que podemos sentirnos con esto. Mi mujer está muy deprimida”, expresó el hombre, antes de escabullirse hacia su casa. Enseguida se irán del pueblo para pasar el fin de semana lejos de la maledicencia. Días después volverán a los Tribunales de Trenque Lauquen a ampliar su declaración. Y planearán volver a su casa, a la cotidianidad, desafiando la presión para expulsarlos, los gritos que se escucharon en la marcha del jueves 12. “Que se vayan del pueblo”, decían los manifestantes. Y no se referían a los agresores, sino a la víctima.
“Era un pueblo casi de western”, decía Puig. En los pueblos del Lejano Oeste, se imponía la ley del más fuerte. Justamente, la naturalización del abuso está relacionada con el poder, con la posibilidad de los adultos de usar a niños y niñas como objeto de su placer. “Lo terrible es que los adultos, en el tejido social, no entiendan que proteger a los menores es su obligación”, apunta Calvi.

26/5/10

La señal

Por Reynaldo Sietecase

Fue una señal. En eso coinciden todos los medios y casi todos los analistas. Fue una señal a la clase política, apuntan los editorialistas. Se refieren a las tres millones de personas que participaron activamente de los festejos del Bicentenario. Fue una señal del pueblo argentino, agregan reflexivos. Y mencionan la alegría popular, la ocupación de las calles, el orden y la tranquilidad con que se desarrollaron los actos. Fue un mensaje. Lo dicen los mismos que hasta hace una semana presagiaban el desastre y describían el malestar de la población. Y apuntan a coro: ¿Sabrán leerlo los dirigentes?
No hay duda de que la mayoría de la población entendió con claridad que la celebración del Bicentenario le pertenecía por derecho y por historia. No hay duda que el grueso del pueblo argentino está menos dividido que sus dirigentes. Es evidente que muchos de los que fueron convocados por la Patria y los artistas populares durante estos cuatro días, se podrían poner de acuerdo en los temas trascendentes. Seguramente vecinos de distintas banderías políticas, encontrarían la manera de avanzar hacia un país más justo.
Fue una señal. Pero ¿sólo para los políticos?
¿Y los medios de comunicación que privilegian sus negocios a la información? ¿Y los periodistas que sacrifican credibilidad en función de subordinarse a intereses empresarios? Para ellos también hubo una señal.

24/5/10

Entre nosotros

Por Eduardo Aliverti
Publicado en PAGINA 12

El dichoso Bicentenario convoca a una serie de debates y reflexiones, sobre muy numerosos aspectos del devenir argentino. Y resulta que hasta ahora, al menos en los medios masivos y al momento de escribirse esta nota, no se encuentran repasos que convoquen a pensar de dónde venimos y, con prioridad, en qué punto estamos y hacia cuál marcharíamos los periodistas.
En los últimos tiempos el gremio vive una verdadera convulsión. Es así, en esencia, como producto del feroz enfrentamiento entre el Gobierno y el grupo comunicacional más importante del país. Lo cual deviene, a su vez, de diversos factores que no es del caso analizar aquí. Lo que importa es lo estallado. Para tomar como referencia el recupero democrático de 1983, que no es un dato precisamente menor de la corta historia argentina, jamás había ocurrido una cosa así. Hacia dentro y desde afuera, hubo acusaciones e introspecciones que alcanzaron a militares, curas, sindicalistas, dirigentes políticos, empresarios y cuanta fauna desee citarse. Las corporaciones periodísticas, en cambio, nunca fueron tocadas ni se sabe de algún cuestionamiento que hayan asumido en público; en especial, aunque no únicamente, acerca del vergonzoso papel que jugaron en la dictadura. Hubo denuncias gremiales, congresos de comunicadores y especialistas, libros, montones de charlas y conferencias. Pero nada había logrado quebrar el ghetto de los dueños mediáticos. Hoy sí sucede. Por diferentes vías, hay nuevos –y no tanto– espacios y figuras que se animan a discutir el poder de la prensa sistémica. Y hay que bancársela. Se acabó, o eso parece, la impunidad absoluta de la “impolutez” periodística. Habrá que continúan liderando el rating televisivo ciertas cloacas de entretenimiento y estrellas execrables, pero eso no es periodismo. Hablamos de lo que es o se pretende como tal. Eso entró en discusión, aleluya. Sin embargo, cabe reconocer que –como correspondía al haberse revelado inútil cualquier otra forma– entró, digamos, por la ventana. Más allá de fenomenologías novedosas, como la blogosfera y lo internetiano en general, tanto en gráfica como en radio y tevé se produjo una situación de choque demasiado directo en relación con aquello a lo que estábamos acostumbrados. Todo era en extremo modosito, y de golpe saltó la liebre. La ley de medios audiovisuales; la televisación del fútbol estatizada; los hijos de Ernestina; los temores y sobreactuaciones de colegas del corazón multimediático; las arremetidas de otros que hallaron lugar para plantar un discurso alternativo generaron que la situación semeje en primer lugar a un clima de altercados, enconos personales y actitudes defensivas u ofensivas. El periodista se hace cargo de la parte que pueda tocarle. Se repite: no había manera de que aconteciera distinto, después de años y años de tierra barrida debajo de la alfombra. Pero eso no obsta el intento de que, tal vez, lleguemos a un piso de acuerdo marcadamente mínimo, en torno de cuestiones que a juicio personal resultan muy, pero muy, elementales. Son dos, en lo básico.
La primera no debería despertar controversias mayores. El firmante se hace cargo de su ingenuidad, a propósito de que las causas se encuentran en las mismas lacras estructurales que explican al resto. Pero hagamos como que son planteamientos “profesionalistas”, ¿sí?, afligidos desde una búsqueda de excelencia ascética. En el periodismo argentino se escribe cada vez peor. Y se dice peor todavía. No vengan con las excepciones. La buena sintaxis es una aspiración de museo. La gramática sufre horrores. La pobreza expositiva da calambres. La economía expresiva de los medios audiovisuales se transformó en lenguaje grasa y la transcripción de las entrevistas en un trámite que no atiende contornos. Los sinónimos están muertos o en terapia intensiva. Se le falta el respeto al lector, al oyente y al televidente. Cualquier cronista cubre cualquier nota. Y por más que uno revise si acaso no incurre en una defección melancólica, incapaz de apuntar los cambios suscitados en los modos de expresarse, se responde que la simplicidad y lo bruto no tienen por qué llevarse bien. ¿No tenemos nada que decirnos, los periodistas, sobre qué nos pasó? Los más grandecitos, sobre todo. ¿Cuándo fue que nos acostumbramos a la mediocridad? ¿Habrá sido cuando no nos dimos o quisimos darnos cuenta de que los multimedios, y después las megacorporaciones que entre otros negocios operan multimedios, significaban un discurso único? ¿Cómo fue que terminó dándonos lo mismo lo que viniera? ¿No tenemos nada que reprocharnos acerca de por qué se devaluaron los parámetros, nosotros, que se supone deberíamos venir de Walsh, de Troiani, de Petcoff, de Timerman, de Eloy Martínez, de García Lupo, de Gelman, de Bayer, de los gordos Soriano y Cardoso, de Pasquini Durán? Uno dice, como para no irse hasta Botana y Crítica, o Florida y Boedo. O hasta Mariano Moreno. ¿Nada? ¿No nos llama la atención?
El segundo elemento es, en realidad, una suma de ingredientes conceptuales que confluyen en preguntarnos por nuestra ubicación ideológica, entendida como el modo en que podemos manifestarla según dónde trabajemos. Algunos tienen la fortuna de desempeñarse en medios cuya línea política coincide con la personal, y otros no. Hay también matices entre ambas probabilidades, pero incluso quienes gozan de lo primero son conscientes de que no siempre podrán firmar cuanto les venga en gana (esto contempla, además, las veces en que sí se puede pero juzgamos que no conviene; porque, como todo el mundo, somos animales políticos, y tensamos si es oportuno decir aquello o lo otro de acuerdo con a quiénes se perjudica o beneficia). Todos sabemos muy bien, en síntesis, que, trabajando donde se quiere o se puede, estamos sometidos a una cantidad de presiones que deben contarse entre las mayores de cualquier profesión que se quiera. Y mucho más, como quedó dicho, cuando las grandes patronales mediáticas se transformaron en emporios con intereses comerciales que exceden, largamente, vivir de la información. En consecuencia, cada periodista se las arregla como mejor le sale. Pero lo que de ninguna manera se soporta más es que algunos o muchos de nosotros simulen actuar en un no-lugar ideológico. Un limbo donde no existen los mandos corporativos, ni las operaciones de prensa ni los avisadores que auspician al medio y a los programas, ni las campañas solapadas o expuestas para instalar candidatos electorales ni el sopeso informativo regulado por la búsqueda de publicidad. Nada, no hay nada de eso. Hemos alcanzado el nirvana laboral. Y los únicos problemas se les plantean a los periodistas que trabajan en medios estatales o sustentados por la pauta oficial, porque los persigue la presión del Gobierno (o bien están a gusto); y encima usan el aporte dinerario de la ciudadanía para despotricar contra publicaciones, emisoras y colegas del ámbito privado. ¿Y éstos cómo se sostienen y cómo cobran? Bueno, por la publicidad. ¿De quiénes? Y, de los laboratorios medicinales; de las gigantes, grandes y medianas compañías agropecuarias; del sector petrolífero; del financiero; del inmobiliario; del alimentario... ajá. Pero entonces...
Entonces es hora de sacarse la careta, porque además no termina pagando bien, ni le hace bien a la profesión, insistir con que los reyes son los padres. Los 200 años nos sorprenden a los medios y a los periodistas como partícipes de una de las más espectaculares revulsiones que se recuerden. Bienvenido sea.

21/5/10

David Byrne

W.S.B. cut up

W. S. Burroughs no sólo aplicó el método del cut-up a la literatura: también lo hizo con el séptimo arte. UbuWeb ya recopiló todos sus experimentos fílmicos y los colgó para su libre descarga, contextualizando y acompañándolos con un ensayo.

fuente: http://www.katarsis-net.com.ar/

La plaza de los pueblos originarios

Por Darío Aranda
Publicado en PAGINA 12

Nunca en doscientos años los pueblos indígenas habían llegado con tanta masividad hasta el centro del poder político de Argentina. Y el reclamo, unívoco y contundente, fue el mismo de los últimos dos siglos: tierra, rechazo a las empresas que los desalojan, respeto a su cultura ancestral y justicia frente a los atropellos del pasado y el presente. “La tierra, robada, será recuperada”, fue el canto con el que las comunidades indígenas de diez provincias ingresaron ayer a la tarde a Plaza de Mayo. Todos los discursos denunciaron el rol extractivo y contaminante de las compañías mineras, agropecuarias y petroleras, y también a la dirigencia política “que por acción u omisión permite nuestra opresión”. Aclararon que no marcharon para festejar el Bicentenario, sino para “mostrar que seguimos vivos”. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner los recibió en la Casa de Gobierno y prometió atender sus reclamos. Luego de ocho días de marcha, Jorge Nahuel, de la Confederación Mapuche de Neuquén, aseguró que esperaban “anuncios concretos a las históricas demandas”.
La movilización fue impulsada por la Confederación Mapuche de Neuquén, la Unión de los Pueblos de la Nación Diaguita (UPND de Tucumán), Kollamarka de Salta y el Consejo de Autoridades Indígenas de Formosa. También participó el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase-Vía Campesina) y contó con el apoyo fundamental de la organización Tupac Amaru, que dirige la jujeña Milagro Sala.
“Es una marcha histórica, nos animamos a llegar hasta este mundo de edificios, asfalto, y venimos con respeto pero también fuerza, queremos que les quede claro que los grandes negocios de las empresas arrasan nuestras tierras y se llevan nuestra vida”, graficó al comienzo de la marcha Félix Díaz, pilagá de la comunidad La Primavera de Formosa, uno de los ocho mil indígenas que llegaron hasta Buenos Aires.
Las columnas de comunidades indígenas ocuparon siete cuadras de la avenida 9 de Julio. Lo ancho de todo un carril estaba desbordado de rostros curtidos, abuelos, muchas mujeres, niños y gran cantidad de jóvenes. En Diagonal Norte los esperaron organizaciones sociales, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Camino hacia la Plaza, desde algunos edificios tiraban papelitos, aplaudían el paso indígena y las banderas argentinas convivían con las wiphala, emblema multicolor de los pueblos originarios.
“Caminando por la verdad, hacia un Estado plurinacional”, fue la consigna de la marcha, que comenzó el 12 de mayo en Jujuy, Misiones y Neuquén, atravesó diez provincias y contó con la presencia de los pueblos kolla, mapuche, qom-toba, diaguita, lule, huarpe, wichí, mocoví, guaraní, vilela, sanavirones y guaycurú. Elías Maripan, de la Confederación Mapuche de Neuquén (CMN), arengó desde el escenario. “Los pueblos originarios están de pie, dignos y conscientes de sus derechos”, gritó con el puño en alto. La multitud lo ovacionó.
Desde el ingreso de las columnas a la ciudad de Buenos se hizo hincapié en el pliego consensuado antes de comenzar la marcha. Territorio, cultura-educación, “madre naturaleza” y reparación económica. En base a leyes ya vigentes, exigen inmediato reconocimiento y restitución de tierras, aplicar con urgencia el derecho a la consulta y consentimiento sobre los hechos y acciones que los afectan, y la aplicación efectiva de la ley 26.160, de emergencia territorial, ya vigente hace cuatro años y muy demorada en su aplicación.
En el plano cultural solicitaron reconocimiento de las lenguas indígenas como idiomas oficiales, incluir planes de estudio interculturales, crear universidades e institutos de formación indígena y suplantar el 12 de octubre por fechas significativas de los pueblos originarios. “Solicitamos la derogación del Código de Minería”, remarcan desde la convocatoria –como freno a la avanzada de la minería metalífera a gran escala– e impulsan la creación de un “tribunal de justicia climática”.
David Sarapura, de la Coordinadora de Organizaciones Kollas Autónomas (Kollamarka, de Salta), aclaró que la marcha “no es para festejar el Bicentenario, marchamos para demostrar que estamos vivos, que somos los antiguos pobladores de esta tierra y que hemos resistido y seguiremos resistiendo, eso es lo que nos llevó a todos los hermanos a estar en esta marcha. Lo que sí festejamos es que estamos vivos”.
La Presidenta recibió a una treintena de delegados durante una hora. “Propuso una agenda de trabajo para la primera quincena de junio. Dijo que está de acuerdo en muchos puntos, y en otros para nada. Suponemos que no comparte nuestro rechazo a la minería, las petroleras y empresas que saquean y contaminan nuestros territorios, no lo dijo pero lo dio a entender”, explicó Jorge Nahuel, de la Confederación Mapuche, y reconoció que esperan “anuncios concretos. Nos hubiera gustado respuestas claras a nuestras demandas, pero sabemos que al Estado les cuesta entender nuestra realidad, aunque tiene claro que estamos organizados y no bajaremos las demandas”. El derecho y la protección del territorio es la histórica demanda de todos los pueblos indígenas, sin distinción de etnias y regiones.
Una investigación de Página/12 reveló en 2007 que existen al menos 8,6 millones de hectáreas en conflicto entre comunidades indígenas y multinacionales mineras, los estados provinciales y nacional, privados multimillonarios –aunque también algunos menos acaudalados–, empresarios turísticos, plantas de celulosa, empresas sojeras, universidades nacionales y, según acotan las comunidades, “un sistema político y judicial que desobedece las leyes”. En la misma línea, un trabajo de la organización Red Agroforestal Chaco Argentina (Redaf) relevó seis provincias del noreste argentino y aportó datos inéditos: cinco millones de hectáreas en conflicto, casi 600 mil personas afectadas, y confirma que el sector privado y estatal son los principales opositores a los campesinos e indígenas. El informe demuestra que la mayor conflictividad comenzó en la década del 90, de la mano del avance de la soja sobre el norte del país.
Jorge Nahuel, mapuche, aseguró que ahora los pueblos indígenas están “movilizados, se hacen escuchar y tienen una fortaleza mayor que hace décadas”.

17/5/10

Sólo cuando peligran sus propios intereses

“No fue un espectáculo agradable el de ver al grupo de dirigentes europeos encerrados un domingo por la tarde para cerrar un pacto antes de que abriera la Bolsa. Era un poco la caricatura del sistema financiero-liberal. Da la impresión de que, para salvar a los pueblos, como en el caso griego, nadie es capaz de ponerse de acuerdo. Pero cuando peligran las bolsas y los mercados, sí. Por eso, el plan de rescate de Grecia ha sido tardío, hecho con muchas dudas; y su tardanza ha hecho que las dudas vayan ahora a instalarse en Portugal y España”.

Martine Aubry
Primera secretaria del Partido Socialista francés
(a propósito de la crisis griega)

15/5/10

Para qué sirve un teatro oficial

Por Diego Fischerman
Publicado en PAGINA 12

En la Alemania del Tercer Reich, la Orquesta Filarmónica de Berlín, recientemente estatizada, tocaba en las fiestas de cumpleaños del Führer. No es un buen antecedente. Y es que por encima de la posible conveniencia económica de una determinada acción, hay consideraciones morales que, en gran medida, tienen que ver con cuestiones simbólicas. De la misma manera en que a nadie debería ocurrírsele (aunque desde ya podría suceder que así fuera) que el Cabildo o la Legislatura (un bello edificio, sin duda) pudieran ser alquilados para fiestas de casamiento, el Teatro San Martín es sostenido por el Estado para que cumpla un determinado objetivo. Es decir, si tal objetivo no estuviera, no tendría sentido que fuera financiado con el dinero de los contribuyentes. Y lo que ponen en escena hechos como el de la pasada fiestita de Von Buch (que significa “del libro”, por lo que bien podría haberse publicitado como una nueva “feria del libro”, con obvios fines culturales) es ni más ni menos que la falta de claridad y definición acerca de esos objetivos.
Como en aquellos viejos rituales en que se repiten gestos cuyo significado original fue olvidado hace tiempo, el San Martín o el Colón simplemente están. Hay que usarlos. Hay que hacerlos lo más eficientes posibles. Hay que tratar de que no hagan olas y de que no produzcan remezones políticas. Pero lo que ya nadie se pregunta es para qué tienen que servir. La pregunta, en todo caso, no es irrelevante. De su respuesta se desprende, por ejemplo, si se justifica su manutención y a qué costo. La idea de tener teatros y cuerpos artísticos oficiales –también ballets, clásicos o modernos, orquestas, populares o sinfónicas y coros– responde a una cierta concepción del Estado y de la cultura. La gigantesca inversión que demandan teatros como el San Martín y, mucho más, el Colón (sus costos aumentan exponencialmente al dedicarse de manera preeminente a un arte ya anacrónico como el de la ópera decimonónica) sólo se justifica si se cree que la cultura hace mejores a los pueblos y si hay un convencimiento acerca de que el Estado tiene una responsabilidad en la puesta a disposición de la población de esos bienes culturales. Desde ya, en ese contexto un Colón pensado sólo para los abonados –que es lo más fácil, obviamente– sería también altamente inmoral. Gastar 100 millones de dólares en la refacción y unos 100 millones de pesos anuales en su manutención para un teatro pensado para la única satisfacción de 10 mil personas no tendría sentido. Ese sentido sólo aparecería en el caso de que se creyera que la ópera es –o podría llegar a ser– importante para la población en su conjunto, o de que se recrearan los usos del teatro de manera que, además de favorecer el consumo de cultura, promoviera su creación.
Los teatros oficiales son, por definición, financiados por los Estados, en tanto cumplen funciones de política cultural que esos Estados consideran fundamentales. Su existencia, en todo caso, es incompatible con la idea de eficiencia mercantil. Para una orquesta estatal, o para un teatro que el gobierno mantiene con el fin de que muestre de la mejor manera posible las obras de Shakespeare o Wesker o Pinter o Kartun, la cuestión de la eficiencia es irrelevante. Están para otra cosa. Y esa otra cosa vale una equis cantidad de dinero. Si no se la quiere pagar, porque se considera que el gasto no vale la pena, lo que debe plantearse es otra cosa. Y, sí, en ese caso se deberá afrontar el costo político. Eso no significa que no pueda recurrirse a financiamientos externos. Pero éstos jamás deberán dañar el capital simbólico. En última instancia, estos teatros son sostenidos globalmente por los pobladores de la ciudad para que hagan arte, y si la búsqueda de aportes pecuniarios no alterara esa función, la ética no estaría comprometida. El San Martín podría vender una función a una Fundación, o incluso a una empresa y hasta, con cierto cuidado en las formas, podría ofrecer las instalaciones del foyer de la sala para un cóctel, antes o después de la función. Entre eso y el festejo de un cumpleaños, con cascadas artificiales de champagne incluidas y uno de sus cuerpos artísticos haciendo de bufones del rey, hay una distancia moral insalvable. Una distancia en la que puede leerse, además, la gran pregunta que hace tiempo ya nadie se hace: para qué sirve un teatro oficial.

13/5/10

Russell Crowe contra los monopolios

Por Luciano Monteagudo
Publicado en PAGINA 12

“¡Maten a todos los franceses!”, es la primera orden que les grita el noble rey Ricardo Corazón de León a sus tropas, al comienzo de la nueva versión de Robin Hood, que ayer inauguró en el inmenso Grand Théâtre Lumière (plagado de franceses) una nueva edición del Festival de Cannes. Unos minutos después, a orillas de un plácido río del valle del Sena, el rey francés Felipe II urde con un doble espía un maléfico plan para tomar el trono británico. Tiene, comme il faut, una copa de vino a su lado, que lo ayuda a empujar unas apetitosas ostras frescas, manchadas inexorablemente de sangre cuando al sacarles la valva con un cuchillo el rey se corta la palma de su mano. Será apenas una muestra de la sangre que piensa derramar del otro lado del Canal de la Mancha... La pregunta al equipo de Robin Hood era entonces de rigor. ¿Qué hace en la inauguración del festival francés una película en la que los franceses son los villanos?
En nombre del director Ridley Scott, ausente con aviso –esta vez las cenizas del volcán islandés, que sigue demorando vuelos en Europa, no tuvieron la culpa, sino una operación de rodilla que lo dejó afuera de la alfombra roja–, quien tomó la palabra en la conferencia de prensa fue su protagonista, Russell Crowe. “Hay muchas razones para que estemos aquí en Cannes: hay escenarios y personajes y actores franceses, pero creo que hay un dato esencial, un hecho histórico, que no debe escapárseles: ese gran héroe inglés que fue Ricardo Corazón de León fue muerto por un certero disparo de ballesta ejecutado por... un cocinero francés.”
A pesar de su fama de huraño y hostil a la prensa, Crowe se manejó en La Croisette como un maestro de las relaciones públicas. Por la mañana, enfundado en un sobrio traje azul y camisa al tono, soportó con una sonrisa inalterable la sesión de fotos, en la que los paparazzi le dispararon más flashes que todas las flechas que esquiva en la película. Y por la noche –siempre en compañía de Cate Blanchett– cumplió con el ritual del ascenso al Palais por el tapis rouge, ante los gritos de los fans, que este año no tienen muchas estrellas de Hollywood para celebrar.
Frente a la prensa, Crowe se prodigó más de lo que se esperaba. Se reconoció arrogante, cuando dijo que había habido, es verdad, muchos otros Robin Hood, pero que ninguno lo había convencido como el que escribió para él Brian Helgeland. “Este tiene unas motivaciones claras, ahora sabemos quién es y por qué”, dijo en referencia al discutible revisionismo histórico que propone la película de Ridley Scott. Habló de fútbol, se confesó hincha del Barcelona y confió que España, Brasil y Portugal están entre sus favoritos para el Mundial, después de Australia, claro, su patria adoptiva. Del equipo de Maradona ni siquiera se acordó, pero sin embargo una respuesta referida a la película pareció hablar, oh casualidad, de la realidad política argentina. Cuando se le preguntó cómo sería un Robin Hood hoy, Crowe se puso serio y pensativo como Hamlet y empezó a preguntar en voz alta: “¿Su intención sería política? ¿Se dedicaría a la economía? ¿O se preocuparía por lo que ustedes están haciendo?”, dijo dirigiéndose directamente a los periodistas. La conclusión de Crowe es que Robin Hood hoy se alarmaría por la concentración de los medios de prensa. “Mi teoría es que si Robin Hood viviera, lucharía contra los monopolios en los medios de comunicación.” Faltó que afirmara que si Robin Hood viviera, sería kirchnerista.
Crowe al margen, la prensa francesa también está en el ojo de la tormenta en relación con el Festival de Cannes. Tal como consigna la revista especializada Variety, ya hay varios productores y directores indignados por lo que consideran ejecuciones sumarias sobre películas que ni siquiera han tenido la oportunidad de estrenarse en el Palais des Festivals. Por una parte, el diario conservador Le Figaro le dio amplio espacio a Lionnel Luca, diputado del partido gobernante UMP, del presidente Nicolas Sarkozy, para condenar la película Hors–la–loi (“Fuera de la ley”), del cineasta francoargelino Rachid Bouchareb. “Es una película que pretende reinterpretar la historia y en lugar de pacificar las relaciones reabre las heridas”, dijo Luca, refiriéndose a un film que no vio y que narra la masacre de Sérif, donde el 8 de mayo de 1945 el ejército francés mató a cientos de manifestantes argelinos que pedían la independencia. Como consecuencia de sus palabras, ya se ha formado una fantasmal comisión autodenominada “Por la verdad histórica – Cannes 2010”, que amenaza con emprender acciones durante el festival.
Por su parte, el coproductor francés Vincent Maraval se quejó agriamente de que el prestigioso vespertino Le Monde ya hubiera condenado Burnt By the Sun 2, del ruso Nikita Mijalkov, al que el periódico definió como “un himno estalinista”. La continuación de Sol ardiente (1994) fue seleccionada para la competencia oficial y recién tendrá su primera proyección hacia el final del festival, dentro de diez días, pero por aquí ya circula una declaración firmada por casi un centenar de personalidades de la cultura rusa (entre ellos los cineastas Alexei Guerman y Alexandr Sokurov, además del director del Museo del Cine de Moscú, Naum Kleinman) en la que denuncian los manejos espurios de Mijalkov al frente de la unión de cineastas de su país, una institución estratégica en la distribución de subvenciones del Estado al cine.
También se habla de un boicot italiano a Cannes, por haber incluido un documental que critica abiertamente a Silvio Berlusconi, y ya hay quejas de la organización porque el nuevo largo de Jean–Luc Godard, Film socialisme, tendrá su première mundial el próximo lunes, simultáneamente con su lanzamiento en la web, bajo el sistema pay per view. El festival recién empieza, pero parece que no van a faltar polémicas.

Gran obra del prisionero de Gstaad


Por Horacio Bernades
Publicado en PAGINA 12

Desde sus primeras películas hasta El inquilino, con El bebé de Rosemary por apoteosis –sin excluir su brutal rendición de Macbeth, como tampoco la mismísima Barrio chino– lo que podría considerarse “núcleo duro” de la obra de Roman Polanski parecería cumplir una función semejante a la de ciertos juegos infantiles: la de sublimar o expurgar fantasmas internos, mediante su puesta en escena y representación. En momentos en que cumple prisión domiciliaria, a ese cuerpo de obra –representativo de lo polanskiano por excelencia– viene a sumarse ahora El escritor oculto, su película más reciente, editada por el realizador ya largamente septuagenario desde la cárcel y merecedora de un Oso de Plata en la última edición de la Berlinale.
Pero la vida de Polanski también ha sido generosa en placeres, y el hombre siempre estuvo más cerca de la figura del playboy o el dandy que del artista torturado. Es así que El escritor oculto puede ser disfrutada como corresponde a dos horas de pura evasión. Claro que no se trata de cualquier forma de evasión, sino de una construida con el más clásico rigor, de modo que en medio del placer narrativo se filtra la sensación, ligeramente malsana, de que el mundo es una gigantesca conspiración. Conspiración de la que, como suele suceder en sus mejores películas, los simples mortales son víctimas. Basada en la novela The Ghost, del autor británico Robert Harris (quien escribió la adaptación junto con Polanski), hay por lo menos dos fantasmas en el opus 18 del realizador polaco. Uno es el protagonista, al que en créditos se identifica simplemente como The Ghost, que deberá funcionar como escritor en las sombras para un ex primer ministro inglés, deseoso de publicar sus memorias. El otro fantasma, cuya sombra pesa ominosamente desde la secuencia de apertura, es el del antecesor del escritor, que aparece misteriosamente ahogado cerca de la casa del político.
Tiene un sello hitchcockiano esa escena inicial, con su pausada e indefectible construcción de un enigma, expresado en puros términos visuales. A bordo de un ferry un auto queda inmóvil, entre muchos que avanzan. La policía descubre que no hay chofer: en el plano siguiente su cadáver descansa sobre la costa. Un aire de sospecha se tiende sobre la siguiente secuencia, cuando el escritor sin nombre (un Ewan McGregor adecuadamente frágil) es citado a un meeting en una editorial. Todos los concurrentes parecen fachadas de otra cosa, como sucedía con los vecinos de El bebé de Rosemary. ¿Pura paranoia? Tal vez. ¿Injustificada? Eso está por verse. Lo cierto es que los modales, la voz aguardentosa y hasta la calva del representante de la casa matriz (irreconocible James Belushi) no son los del dueño de una editorial, sino los de un mafioso.
Durante los restantes ciento veintipico de minutos se multiplica al infinito el mecanismo de diseminación de sospechas –palanca básica del género– establecido en esa escena. ¿Palanca básica de qué género? ¿El thriller a la americana? De ninguna manera. El escritor oculto responde a una tradición bien distinta, la del cuento de misterio a la inglesa. Tradición artesanal, elaborada con minucia de joyero, astucia de espía e ironía siempre latente. En ocasiones, manifiesta: prestar atención a la música de carrusel con que el compositor Alexandre Desplat comenta las acciones más tortuosas. Justo en el momento en que el escritor se pone al servicio del ex primer ministro Adam Lang (Pierce Brosnan), la televisión del mundo entero informa que el hombre, acusado de entregar en bandeja sospechosos islámicos para que la CIA disponga de ellos (referencia directa a Tony Blair, en quien Harris creyó alguna vez) será juzgado como criminal de guerra por el Tribunal de La Haya. De allí en más será muy espeso el clima que se respire en casa de Lang, apellido que en cine es sinónimo de conspiración.
El bunker de Lang, para decirlo más precisamente. Como Los mil ojos del Dr. Mabuse, sus ventanales a la playa parecen pantallas de cinemascope. Escenarios abiertos a la representación. Es lógico: en esa casa todos dan la sensación de estar actuando. Desde la secretaria privada (esa máscara llamada Kim Catrall) hasta la agria esposa (Olivia Williams, conocida sobre todo por Rushmore). Pero sobre todo el dueño de casa, que antes de ser Prime Minister fue... actor, claro. Sin olvidar al encumbrado profesor de política internacional que vive del otro lado del río, tan respetable como cualquier villano hitchcockiano (inmejorable Tom Wilkinson). Cuando al final se descubra la verdad, los participantes de una fiesta parecerán, como los de El bebé de Rosemary, oficiantes de una misa negra, cuyo demonio lleva ahora las siglas de una agencia de espionaje. Allí, de pronto, todo indica que el héroe, hasta entonces perfecto ingenuo polanskiano, logrará dar vuelta el tablero. Para no llamarse a engaño convendrá recordar cómo suelen terminar las mejores películas del hoy prisionero de Gstaad.

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